Cuando
la fantasía se topa con la realidad, hay muchas cosas que pueden pasar. Pero
cuando una fantasía se convierte en realidad o es capaz de serlo, el resultado
puede llegar a ser más que peligroso.
Las tardes que llegan con
el verano suelen ser demasiado cálidas, no es un buen momento, ni para salir a
pasear ni para quedarse en casa. Simplemente, detesto aquellas tardes. Mi madre
me pidió que fuera por unos ingredientes que necesitaba para prepararnos la cena,
yo estaba jugando videojuegos en el cuarto, ventilador encendido.
-
¡Si no vas en este mismo
instante, Rodrigo –la voz de mamá provenía de la cocina –, te juro que tiraré
esa maldita consola de videojuegos junto con el televisor!
Sabía que hablaba en serio,
así que me apresuré a tomar mi celular y bajé las escaleras tan rápido como
pude rumbo a la puerta. Ella me esperaba con el cambio exacto para la lista que
también tomé.
-
No debería de llegar a
tales extremos para pedirte un favor, hijo. –reprochó ella.
-
No se trata de un favor, es
una amenaza, que es diferente –dije por lo bajo.
Salí de casa, rumbo al minisúper
que había en la colonia. Estaba lejos, pero era el único lugar donde el dinero
que me daba mi madre lograba rendir exactamente. No hacía menos calor en la
calle de lo que había dentro de casa. No había mucha gente, casi todos, supuse,
estarían en la piscina o en casa frente al ventilador. Realmente detestaba aquel
calor infernal.
La lista no era muy
extensa, en menos de 10 minutos completé los víveres. La cajera de siempre,
Alma, no se encontraba.
Era lo único bueno de ir
ahí, siempre estaba ella, sonriente y… alegre. Tenía ojos azulados y el cabello
rubio teñido de negro, siempre se lo acomodaba en flecos, aún tenía una ligera
cicatriz de cuando tuvo acné, pero a pesar de eso tenía una cara divina. A
demás, tenía la ligera sensación, aquella que a veces da de ese “probablemente,
y tal vez, si no fuera porque no lo es, es posible que, aunque sea un poquito”
le gustaba. Siempre al atenderme se inclinaba para dejarme ver sus hermosos
pechos, apetitosos y confortables. Era unos centímetros más alta que yo al usar
tacones, lo cual era siempre; pero no había ido a trabajar hoy.
En su lugar estaba un
muchacho de peor semblante que un espantapájaros abandonado en una noche de
lluvia. Su gafete decía que se llamaba Erick.
La compra fue exactamente
lo que mi madre había contemplado, ni un miserable centavo había podido
sobrevivir. Salí con las bolsas en mi mano derecha y miraba, indiferente, la
hora de mi celular. 18:57 marcaba el aparato. Hubo algo que hizo que mi
atención fuera al reflejo en la pantalla, habría jurado ver a una hermosa chica
morena, vestida con atuendo de belly dancer y que me incitaba con el dedo. Fue
una fracción de segundo, pero fue suficiente para que volteara a mis espaldas:
no había nadie. Hubo un momento donde me pregunté si sería una broma, ideada
por mi mente que añoraba toparme con Alma, o de algún programa para la
televisión… pero no era así.
De repente, me llegó un
mensaje. La notificación decía “0000: Para Rodrigo F…”. Nuevamente volteé a ver
si estaba siendo grabado, nada apareció, más que la sombra de Erick, me asomé
si era él, pero se encontraba trapeando el piso de su caja. Me senté en el
banco para quienes esperan el autobús y dejé las bolsas a mis pies, abrí el
mensaje “Si me atrapas, te concedo tres
deseos <3. ¿Sí me viste, verdad? ;)” No entendí qué era eso, releí el
mensaje unas tres veces cuando me di cuenta: nuevamente estaba ahí aquel
reflejo de la bailarina. Incitándome a acercarme con su dedo, nuevamente giré y
no había nadie ahí. Según el reflejo, se
encontraba detrás del basurero. Giré a todos lados, me acerqué al cubo, pero ni
siquiera había nada en él. Volteé a ver el mensaje, y ahí estaba. Ahora se
reflejaba justo detrás de mí, así que nuevamente viré… y nada.
Un nuevo mensaje “jijiji es divertido ¿no? :D” y ahí
estaba ella, reflejada en mi celular y burlándose de mí. Me estaba desesperando
todo eso, así que regresé por el mandado y me iba a encaminar a casa. Nuevo
mensaje: “aww U.U ¿no quisiste atraparme?
¿O es que no supiste? xP” y ahí estaba ella, seguía justo detrás de mí,
saludándome con la mano por encima de mi hombro, parecíamos como una pareja
para fotografía.
¡Eso era! Busqué la
aplicación para cámara en el celular y “nos” tomé una foto. En eso, sentí como
si alguien tuviera sus brazos alrededor de mi cuello… y los labios de alguien
en mi mejilla. Clic.
-
¡Vaya! ¡Estaba empezando a
creer que de verdad ibas a retirarte! –oí una voz en mi nuca. Estaba
paralizado, oí como las bolsas de los víveres caían al suelo – Vamos, déjame
ver cómo salimos ¿sí?
Entonces tomó de mi mano el
celular ¡Era ella! ¡Era real! ¡Ahí
estaba, sí era ella! Una chica morena, que apenas y lucía mayor de edad, con
una enorme trenza que caía hasta sus tobillos, vestía unos vaqueros verdes y
una especie de top negro con líneas rojas. Una mascada con monedas colgando de
ella en su cadera y tenis rojos sin agujetas.
-
Ah, -gimoteó ella, como
quien ve un cachorro en la tienda de mascotas. En eso volteó a verme y mostrarme
el resultado de la captura – ¿Acaso no nos vemos bien? Me gustaría quedarme con
ella, ¿puedo?
Estábamos ahí, ella
plantándome el beso en la mejilla, viendo directo a la cámara y yo igual,
extrañamente, sonriendo también.
-
¿Qué es esto? No recuerdo
haberlo hecho.
-
¿Qué? –volvió a exclamar,
extrañada –Claro que sí, ¿recuerdas? Yo estaba atrás de ti y te mandé un
mensaje y luego tomaste la…
-
Me refiero a que no
recuerdo haber sonreído para la foto –dije, tajante
-
Ah, eso. –dijo entonces –Sí.
Esa sí fui yo, claro. Pero es que estabas con una cara de espantado, incluso
cuando te besé para que te destensaras.
-
Claro que estaba espantado,
-dije, tomando mi celular de nuevo para guardarlo –¿Cómo más podría ponerme?
-
Feliz, alegre, contento,
entusiasmado, emocionado –dijo, contando con los dedos de sus manos.
-
¿Cómo? –le espeté –
¡Estabas mandándome mensajes cual psicópata! ¿Cómo se supone que sabría que
eras real?
-
Fácil. Porque lo soy, ¿ves?
–y diciendo esto, tomó mi mano y la puso sobre uno de sus senos – ¿Te parece
que esto es falso?
Eso me dejó atónito, más por
aquel acto de guiar mi mano hacia ese espacio que el hecho de con eso darme
cuenta que sí era real. Era cálido, palpitaba con el pulso de su corazón y
empezaba a reaccionar a mi tacto. No moví un músculo, mi inconsciente
simplemente trató de palpar a través de aquél contacto, sin mover un solo dedo,
un solo milímetro de de mi mano.
-
¿Y bien? –dijo ella –
Atrévete a decir que esto es falso.
-
No –alcancé a responder,
ronco. Mientras alejaba mi mano y la llevaba hacia mí.
-
¿Ves?
-
A todo esto –dije,
reaccionando abruptamente. No pude evitar dar un paso atrás – ¿Quién eres? ¿Qué
eres?
Ella sólo se quedó
viéndome, de una manera que, a la fecha, aún no sé describir. Sus ojos son una
especie de hechizo en acción, una mezcla de gris pétreo, verde esmeralda y miel
dorada al jugar con la luz. Por un momento, me sentí forzado a disculparme por
la manera de haber hecho mi pregunta, aquella mirada suya era tan curiosa y
suspicaz a la vez de precavida y astuta, tan juguetona y lasciva como
autoritaria y demandante.
Resopló e inclinó la cara,
como quien reprime un coraje. Y volvió a verme, y con esa sonrisa de hace
momentos me contestó.
-
Llámame Yamila, soy un
genio ¡de los que conceden deseos! Y tú, Rodrigo, eres mi nuevo amo.
-Un genio, ¿eh? –dije, desde
el suelo (sobre el cual caí) y anonadado, como me encontraba. Ella sólo se
limitó a asentir con un musical “ajá” –Pero, ¿cómo?
-
Así. Mira.
En eso, sólo logro ver cómo
sus piernas desaparecían para convertirse en un par de columnas de humo.
Tampoco pude evitar dejar escapar un grito de sorpresa. ¿Era verdad aquello?
-
¡Claro que es de verdad!
–dijo ella –Y sí, puedo saber lo que estás pensando. ¡No! No se puede leer la
mente y no, tampoco soy un extraterrestre.
-
¡Guau! –me limité a decir.
-
¡Sí, lo sé! Apuesto que ni
en tus más retorcidos sueños llegaste a pensarlo ¿o sí? ¡No, -rió ella –, claro
que no!
-
No.
Pude ver cómo sus piernas
volvían a ser físicas mientras ella se arrodillaba frente a mí. Otra vez me
dirigía esa mirada, no podía devolverle ni un vistazo, me estremecía de
sobremanera ese gesto que hacía. Preferí reorganizar las ideas en mi mente. Ahí
estaba yo, un mugroso batracio cualquiera que sólo había ido a las compras y
ahora se hallaba en el suelo, con una chica genio concede-deseos. Un muchacho
común y corriente, quien no destaca en ninguna cosa en lo particular y tampoco
era atlético, mucho menos… bueno, atractivo; ahí, con una chica hermosa y con
un cuerpo hermoso que acababa de tocar. Algo ahí no cuadraba.
-
No te sientas tan poca
cosa. ¡Eres afortunado! –dijo ella de repente. Sin verlo, sentí que abrió los
brazos cual porrista –Además, no soy tan bonita –sin tenerlo en cuenta, pensé
“eres ardiente” y logré escuchar una débil reciecita –Ay, no. No es para tanto.
Nuevamente, hubo un débil
silencio. No voltee a verla, pero casi puedo asegurar que ambos estábamos tan
ruborizados como manzanas. Entonces caí en cuenta…
-
¡La comida! –grité – ¡Mamá
me va a matar!
-
¡No! ¿Por qué haría eso?
–exclamó Yamila.
-
¡La comida! –volví a decir
- ¡Ya ha de ser muy tarde!
-
No, no es así –dijo, y se
apresuró a mis pantalones y mucho antes de que pudiera reaccionar, sacó mi
celular. –Ah, ¿ves? –y me mostró la pantalla del aparato –Todavía son las 18:57.
-
¿Cómo?
-
Pues… –dijo con retórica
–te diré… el resto del mundo se paró.
Miré alrededor: era verdad.
Todo estaba inmóvil, hojas de periódico, petrificadas en el aire; aves
suspendidas en el aire a mitad de su vuelo. Erick, trapeando otro de los
pasillos, quieto.
-
Esto no puede ser cierto.
-
Pues fíjate que sí puede, y
lo es. Ahora, volviendo a lo nuestro. Déjame explicarte cómo es el asunto.
-
¿Asunto?
-
Sí, ahora eres mi nuevo amo
–dijo ella, tirándose del cuello con una cadena una imaginaria –. Y como nuevo
amo mío tienes derecho a tres deseos.
-
Ah, -dije, escéptico – ¿en
serio? ¿Y qué?
-
¿”Y qué”? ¡Que puedes pedir
lo que tú quieras! Ser rey del mundo, tener todo el dinero del universo,
superpoderes… ¡lo que quieras!
-
Pero…
-
Pero, ¿qué?
-
Hay truco, ¿no?
-
Hummm... –dijo, haciendo
ademán de pensar –Pues no. Eso es el trato: me encontraste, soy tuya para
concederte tres deseos.
-
Pero, me imagino que no
puedo pedir ciertas cosas.
-
¡No! –exclamó ella –“Lo-que-quieras”.
-
¿Puedo pedir que mates a
alguien?
-
Sí
-
¿Y que ese alguien reviva?
-
Sí.
-
¿Hacer que alguien se
enamore de mí?
-
¡Aaaaaargh! ¡Sí! –dijo,
fastidiada – pero todas esas cosas serían un desperdicio de deseo.
-
Entonces, dime. Si, por
ejemplo lo deseara. Que alguien esté enamorado de mí. ¿Qué harías?
-
¡Ash! –mustió- Pues haría
que esa tal Alma se enamorara de ti, no existiría nadie en el mundo para ella y
tú serías el amor de su vida.
-
¿Y luego?
-
Te quedarían dos deseos
–respondió, tajante –. Claro, hipotéticamente hablando, ¿no?
-
Claro, claro –dije,
pensativo.
-
¿Por qué los humanos son
tan desconfiados? Si te digo que te concederé lo que quieras, me refiero a
cualquier cosa que te pase por tu cabeza.
-
Ya veo. ¿Y tú?
-
¿Yo, qué?
-
¿Qué ganas con esto?
-
Hacerte el hombre más feliz
del mundo –dijo, alzando los brazos –. Para eso estoy aquí, ¿sí?
-
Ya veo. ¿Y cómo saber que
es cierto? Eso de concederme cualquier deseo…
-
Ya veo a donde vas, está
bien. Pide lo que quieras, como prueba –Entonces agarró de su cadera una de las
monedas que colgaban de la mascada y me la dio –. ¡Vamos, piensa en lo que
quieres y tienes que decir “deseo”!
Tomé esa moneda, estaba
pesada en verdad. Emitía ligeros destellos blancos al moverla como si tuviera polvo
dorado. Lo pensé mucho. Y al fin sólo se me pudo ocurrir decir
-
Deseo que me digas la
verdad.
Nada pasó. Ella sólo se me había
quedado viendo con las manos en su cadera, con evidente hartazgo.
-
No vas a desperdiciar un
deseo de prueba sólo para hacerme que siga diciéndote la verdad, ¿o sí?
-
Pues, es la única manera en
que podré confiar en ti. ¿Qué y si retuerces lo que pido y lo vuelves en mi
contra?
-
Entonces nos aseguraremos
de que lo que pidas sea lo suficientemente específico para que nada malo pase,
o para que no desperdicies un deseo como estás tratando de hacer ahora, ¿no?
-
¡Eso! Deseo que ninguno de
mis deseos se vuelva en contra mía.
-
No. –dijo ella, cada vez
más hastiada - ¡No, no, no y no! Tampoco voy a usar eso como tu deseo de
prueba.
-
¿Por qué no? –me quejé.
-
¿No te dije que me voy a
encargar de que tus deseos sean lo suficientemente específicos?
-
¡Ah, claro! ¡No te quieres
comprometer, ¿verdad?! –le espeté –Ya veo, no quieres atarte a ningún
compromiso que no quieres cumplir ¿no?
-
¿No me he comprometido ya a
asegurarme que no desperdicies ni uno solo de tus deseos? –gritó entonces ella,
su voz sonó estruendosa e hizo que mis piernas comenzaran a temblar. Pero
también se notaba que aquello la ofendía de sobremanera, hubo un ligero temblor
en su voz.
-
Son mis deseos, ¿no? Tengo
derecho a tres, éste no es más que una prueba, ¿o no?
-
Pues… – titubeó ya. En ese momento,
creía que la había acorralado, y en un acto que yo comprendí como resignación
por parte suya, con sus puños tensos, respondió –entonces, ordena, amo.
-
Deseo –dije, ahora con voz
de autoridad –, deseo que siempre me digas la verdad y que al momento de pedir
un deseo, me guíes para que éste no se vuelva en contra mía y que cada vez que
pida uno, tú me ayudes a buscar algún vacío legal en él.
-
Así será –dijo seriamente.
Su voz retumbó de manera tan profunda que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera
de nuevo. Abrió sus brazos, de par en par, formando una cruz con su cuerpo,
elevó su cara al cielo y vi cómo de sus ojos emanaba un espectro de tenue luz.
De repente, volvió a verme, y dijo con voz normal – ¿Me permites sugerir algo?
Aquello me tomó un poco
desprevenido, pero su voz no me inspiró desconfianza. Así que asentí.
-
Sugiero que agregues que,
de tener algún vacío, no se te conceda tal deseo. ¿Vale? –dijo, guiñándome el
ojo
-
Vale.
-
Bueno, en ahora sólo di:
“deseo que siempre me digas la verdad y que, al momento de pedir un deseo, me
guíes para que éste no se vuelva en mi contra, y así, al pedirlo, me ayudes a
buscar algún vacío legar en él; de lo contrario, no me lo cumplas”
Así hice, esforzándome por
no olvidar ninguno de los puntos de aquél enunciado. Y así, ella volvió a la
postura que tenía antes y sus ojos volvieron a emitir luz y así también lo hizo
su boca. Y aquella otra voz profunda exclamó:
-
Así será, amo. Yamila
tendrá prohibido decirte mentira alguna y te procurará en cada uno de tus
deseos, de lo contrario, no tendrá permitido concedértelo.
Dicho esto, hubo un pequeño
destello que resplandeció desde el centro de su frente, fue tan brilloso que
tuve que cerrar mis ojos. Al hacerlo, pude oír como el resonar de un gong.
-
Listo –dijo ella con voz
cristalina.
-
¿Eso es todo?
-
Sí, todo esta hecho –dijo,
satisfecha para sí.
-
Entonces… ¿ahora qué?
-
¿Ahora qué de qué?
-
¿Qué se supone que deba
hacer?
-
Lo que se te antoje, mi amo
–respondió ella en tono sugestivo. Hubo reacción de mi parte, así que traté de
esconderla y calmar mi mente. Ahora no debía olvidar que ella podía saber lo
que pensaba.
-
S-supongo que he de
regresar a casa –dije, poniéndome de pie de nuevo, dándole la espalda, por
supuesto.
-
E-e-está bien… supongo
–dijo ella, algo sorprendida. Puedo recordar que en su voz hubo un dejo de
desilusión, algo que interpreté como tristeza.
-
¿Por qué ese tono?
-
Bueno, creí que irías a
aprovechar esta oportunidad –dijo, todavía con aquella voz apagada.
-
No –dije, recogiendo las
bolsas del minisúper, sin dejar de darle la espalda. Al erguirme, mi
entrepierna había vuelto a la normalidad, así que voltee a verla. Su cara,
inclinada y mirando hacia sus manos, que yacían superpuestas sobre su hombro
izquierdo; mostraba una opacidad similar a una planta enferma. Su rostro
evidenciaba aquella desilusión por lo que ocurría –. No voy a desear nada hasta
no haberlo pensado correctamente –dije, creyendo que era aquella la razón de su
tristeza, pero no lo era. No hizo más que suspirar y darme la espalda.
-
Me imagino. Es demasiado
pronto, y tampoco eres ningún tonto.
El sonido de su voz, por
extraño que parezca describirlo, era como si un instrumento de madera, viejo y
maltratado, interpretara una melodía deprimente. Entonces vi alrededor, todo
seguía estático. Y ahí caí en cuenta: no había por qué apresurarme. Todo
aquello era realmente un momento único que podíamos alargar tanto como
quisiéramos.
-
Oye, Yamila. –traté de
sonar lo más infantil que podía, pero siguió sin voltear a verme - ¿Yamila?
¿Hola?
-
Hola.
-
¿Qué te parece si hacemos
una travesura? –pregunté y por fin tuve su atención.
-
¿Una travesura?
-
Una, dos… tal vez tres.
-
¿Cómo qué?
-
Eso es el problema, no
tengo ceso para eso –y ella rió, cristalinamente otra vez. Aquella risa suya
era contagiosa, en verdad – ¿Qué? ¿Qué sucede?
-
Muy buena rima… ¡“ceso”! ja, ja, ja. “no tengo ceso para eso”.
-
Ya veo –saber que podía
reír así por algo como aquello hizo que se me espantara la risa – ¿Y bien?
-
Bueno, bueno, bueno. ¿Qué
tienes en mente?
-
Nada, por eso te pregunto.
-
Cierto, cierto. No tienes…
–contuvo de nuevo su risa y trató de recuperar su compostura –bueno. Está bien,
veamos. ¿Qué podríamos hacer?
Pasamos vario tiempo,
bueno, realmente no pasó ni un instante. Pero la verdad es que nos tomamos lo
suficiente para poner a varios en un aprieto. Cubos con agua sobre al menos una
docena de personas, cáscaras de plátano bajo los pies de unas otras cinco,
atamos las cintas de los zapatos de Erick y alzamos el resorte de sus bóxers
hasta los omóplatos.
Finalmente, pese al poco
ingenio y el claro infantilismo que estábamos a punto de presenciar, decidimos
sentarnos en el asiento de la parada del bus. Aguantamos la risa y tratamos de
mantenernos en calma, aspiramos una gran bocanada de aire y…
-
5… –dije, casi sin aire.
-
4… –me secundó ella.
-
3…
-
2…
-
1 –por fin dijimos al
unísono.
Ni cien bombas fétidas estallando
podrían compararse al resultado que logramos. Ancianos, adultos y niños, todos
gritando a capela por la conmoción de aquello que estaban sufriendo. Nosotros,
pues, decir que no cabía en mí mismo de la risa y mi estómago y garganta
estaban a punto de estallar es poco. Y tampoco pude verlo, mis ojos estaban
llenos de lágrimas, pero por lo que podía oír, ella tampoco pudo evitar
sucumbir a las carcajadas. Fácilmente, pudimos habernos quedado ahí el resto
del día, mientras los demás pudieron haber llegado a la conclusión de que, de
alguna rara (y mágica) manera, nosotros éramos los responsables; sin embargo,
una vez que el reloj ya marchaba nuevamente, habíamos quedado en que
regresaríamos.
Fui el primero en
levantarme, tenía ya las bolsas del mandado en la mano y me dirigí a ella.
-
Vamos.
Ella se limpiaba las
lágrimas de los ojos y trataba de dejar de reír, era realmente hermosa.
-
¿A dónde vamos?
-
A casa.
Eso la tomó por sorpresa,
por completo. Sus ojos se abrieron por completo y me contempló con una mirada
que sólo podría interpretar con un “Estás bromeando, ¿cierto?”. Aún se
encontraban un tanto enrojecidos por el ataque de risa y brillaban mucho.
-
¿A casa?
-
Sí –respondí sin apuros
–Debo de llevar la comida para que mamá pueda preparar la cena.
-
Pero, ¿cómo? –estaba
realmente impactada – ¿Cómo pretendes que vaya contigo y regreses con una
desconocida?
-
Pero, no eres una
desconocida –dije, calmado.
-
… ¿qué…?
-
No eres una desconocida. Si
eres Yamila, la sobrina lejana que papá tiene en el extranjero, ¿recuerdas? –seguía
explicándole, camino a casa.
-
¿Crees que se traguen ese
cuento?
-
No es un cuento.
-
Claro que sí. Tu padre no
tiene ningún pariente en el extranjero, ¡mucho menos una sobrina Yamila!
-
En ese caso, supongo que
tienes razón. –contesté, en tono resignado. Realmente, esperaba que ella leyera
mi mente. Pero no lo hacía, en lugar de ello, noté cómo se escudriñaba el
cerebro para comprender mi reacción.
-
Claro que la tengo –decía
acomplejadamente –. Es por eso que esto no está bien.
-
¿Por qué?
-
Porque estarías mintiendo.
Y no es una mentira pequeña e inocente, ¡es una gran mentirototota! ¿De qué
pariente sería hija? ¿Por qué vendría a visitarte? ¿Por qué no avisé antes?
-
No sé. Tú dime.
-
¿¡Yo!? ¿Pero en qué estás
pensando?
-
Dime tú –dije, finalmente,
con una sonrisa maliciosa.
Fue ahí donde seguramente
entró a mi mente y entendió el plan. Quizás haya sido mi imaginación, pero creí
oír un ligero cascabel al momento en que sus ojos se fijaban en el punto
intermedio de los míos. Y así fue que su expresión cambió, y su mirada cambió
de la preocupación a la complicidad.
-
Eres inteligente.
-
No quiero presumir, pero digamos
que a veces me llegan las ideas. –dije, esta vez convencido de mí mismo –Así
que… ¿Qué piensas?
-
Y según parece, no vas a
querer que esto cuente como uno de tus tres
deseos, ¿me equivoco?
-
Para nada. Esto será un
truco que hará que puedas vivir con nosotros como persona, no es un deseo mío,
es algo que depende completamente de ti.
No pude ver la lágrima que
se escapó de su ojo y tampoco pude escuchar sus pensamientos, pero, nuevamente
en retrospectiva, estoy seguro que estaba conmovida. Seguíamos nuestro
recorrido, estábamos ya a dos cuadras de casa y era una decisión que debía
tomarse ya.
-
¿Y qué si prefiero
ocultarme del resto de la gente? –preguntó altivamente de repente, era como una
partida de ajedrez.
-
Si decides hacerlo, será tu
decisión –afirmé –, “y de nadie más”.
Tampoco pude escuchar el “Gracias”
que susurró. Quién sabe, quizás las cosas habrían sido igual de interesantes si
ella fuera invisible para los demás… nunca lo sabremos.
Ya habíamos llegado a la
puerta de la casa, me detuve un momento. Y no fue hasta que escuché el ligero
eco de un gong que juraría que provenía desde el interior de la casa, que giré
la perilla de la puerta.
Todo estaba diferente.
Había globos y serpentinas repartidas por todo el vestíbulo, al igual que en el
comedor; se colocó una enorme y colorida cartulina que rezaba “¡Bienvenida Yamila!”
encima del mueble en el que se guardaba la vajilla y todo estaba arreglado para
cuando se reciben visitas familiares, todo tal y como mamá lo hubiera
preparado.
-
¡Bienvenida, hija!
Salió ella de la cocina,
traía puesto su vestido azul que sólo usaba en ocasiones especiales y llevaba
guantes de hornear en las manos. Se nos acercó y la abrazó con fuerza.
-
¡Pero mira cómo has
crecido! Qué guapa estás, hija.
-
Gracias, señora.
-
No tardaron nada en
regresar, Rodrigo. ¿Corriste a recibirla, cierto? ¡Y mira qué hermoso vestido
traes puesto!
No me había percatado de
ello, pero ella ahora llevaba un vestido verde bandera, de seda y zapatos
negros de charol, medias blancas y una pequeña boina que ocultaba su largo
cabello. Sólo conservaba su mascada con monedas que colgaba de su cintura; y yo
ya no cargaba las bolsas de plástico, sino las maletas de mi querida y hermosa
prima.
-
Ve, Rodrigo. Indícale a
Yami en dónde van a dormir.
-
¿”Van”? –pregunté,
consternado.
-
Claro, hijo. ¿Acaso no
quieren intimidad, Yami?
-
Por supuesto, mamá. –dijo
felizmente mi… ¿prima, no era así?
-
¿Quiénes, mamá?
Las dos sólo se quedan
viéndome, una con cara de complicidad y la otra con cara de obviedad. Ella sólo
le dio un beso en la frente y Yamila tomó de mi codo y me condujo de nuevo al
vestíbulo. Sin decirme nada, fue ella
misma quien me guio a mi propio cuarto. Seguía igual que como lo dejé. Ella
cerró la puerta y me sentó en la cama.
-
¿Qué te parece, eh? –dijo
ella, satisfecha por su decisión – ¿No es, acaso, de lo mejor?
-
¿Qué sucede?
-
¿Cómo que qué sucede? Tu
mamá me preparó una bienvenida y está feliz de que esté en casa. ¿No es
estupendo?
-
No me refiero a eso –voltee
a mirarla con severidad. En momentos como esos, las palabras salían sobrando y,
a pesar de que ella sabía a lo que me estaba refiriendo, sólo me mostró una
cara de falsa inocencia.
-
¿Entonces?
-
¿Qué es eso de “intimidad”?
¿Y por qué no te dirigiste a mi madre como “tía”?
-
Ah, eso. Pues bueno,
resulta que no soy tu prima Yamila. Me hubiera tenido que costar crear una rama
ficticia de tu familia y eso es demasiado elaborado.
-
¿Bueno, y entonces?
-
Pues resulta que soy Yamila,
tu novia del extranjero.
Estaba atónito, sentado en
la silla de mi escritorio. No le había devuelto una sola palabra a Yamila desde
hacía casi media hora. Otra vez, no miré mientras ella desempacaba y acomodaba
ciertas cosas en un baúl que ella misma había hecho aparecer.
-
¡Esto es de locos! –recordaba
que le había respondido.
-
No sé a qué te refieres.
-
La idea era que fueras mi
prima lejana. ¡No mi novia!
-
Exacto, esa era TU idea. Pero
parte de tu plan era que YO tomara la decisión de qué hacer, ¿no, Rodri?
Tenía los puños cerrados, no
sabría describir cómo me sentía pero era como tener un vacío en el estómago y
las orejas a punto de hervir. Lo cierto es que, aunque me sentía molesto por la
sensación de que ella se había aprovechado de la situación… no me molestaba
para nada la idea de ser novio de una chica tan guapa como ella. Nunca me ha
gustado que me tomen el pelo, la manera en que me había enterado y en que todo
se desenvolviera a gusto de ella me generaba un sentimiento de sumisión
bastante difícil de aceptar, le dije que hiciera lo que quisiera y ahora ella me hizo lo que quiso.
-
No hay problema –dijo ella,
resuelta –. Si en verdad no quieres, puedes desear que no sea así.
Aquellas palabras me
cayeron como un balde de agua fría en la espalda, ahora me sentía atrapado en
un rincón, parecía que más yo era su súbdito que su amo. Mientras tanto, ella había
seguido ordenando sus cosas, de repente tarareaba una melodía alegre mientras
doblaba la ropa que salía de su baúl y la depositaba en mi armario… ¿nuestro armario? Por mi parte, estaba
aún tratando de asimilar la situación. Como repito, no estaba nada mal tener de
pareja a Yamila y el hecho de que mi madre la aceptara en la casa y en mi
cuarto sin más era otro beneficio. No
obstante –¡sorpresa! –, yo nunca había tenido una novia, ni siquiera en
secundaria o en el instituto. Así que todo esto me tenía un más que desorientado,
perdido. Si ella iba a vivir en mi casa con mis padres, ¿qué se supone que
haríamos? ¿Qué cosas habría que hacer, ahora que éramos novios? No estaba
acostumbrado a nada que no fueran los videojuegos o los cómics. Además ¿qué les
diría a mis amigos? De la nada les diría que tengo una novia y… cierto, ella
les podría hacerles saber que nos conocemos desde hace tiempo, si no es que
desde siempre.
Todo ello me tenía un poco
asustado, ¿era miedo a estar comprometido en una relación con una persona a la
que ni conozco? ¿Miedo al compromiso per-sé? ¿O era acaso esa sensación de
sentirme un ratón a merced de un gato? Ella se había portado como si no
quisiera que desperdiciara mis tres deseos, pero había aprovechado la primera
oportunidad que vio para poner mi mundo patas arriba y decirme que podría
desear deshacerlo. Y ese era el tema, mientras más lo pensaba, menos razones
encontraba para desear algo así. Es decir, estaba ganándome el amor de una
hermosa chica sin desearlo y todo podría salir tal y como lo quisiera si lo
deseara, no estaba del todo bien que desperdiciara una oportunidad como
aquella. Así como, por el otro lado, no quería desperdiciar uno de mis deseos
para algo como eso de lo que, quizá, podría llegar a arrepentirme después. Pero
nada de esto era correcto, tendría que arriesgarme, tragarme mi orgullo y hacer
lo que consideraba correcto…
-
Bien –atiné a decir,
resignado. Ella ya había terminado de acomodar sus cosas en el baúl.
-
¡Perfecto, amor! ¿Ya
tomaste una decisión?
-
Sí. –tomé aire. Me levanté
y la miré directamente –Siéntate, por favor.
-
¿Estás bien? No te ves…
-
Estoy bien. –otra bocanada
de aire. Ella se reprimió un pensamiento y guardó silencio. –Si en verdad
quieres que seamos novios…
-
¡Claro que sí! –respondió
con júbilo.
-
Entonces debemos de
establecer ciertos puntos. –la interrumpí antes de que perdiera el hilo de mis
pensamientos. Traté de adoptar la postura más seria y “dominante” que pude y
continué –Necesitamos ponernos límites de lo que vamos a tener los dos.
Entre lo que discutimos,
propusimos y debatimos esa tarde, llegamos a la solución de redactar un
contrato. Lo escribí en mi laptop y, tras varias correcciones y
especificaciones de los puntos, lo imprimí y lo firmamos ambos.
Básicamente, había sólo
tres reglas fundamentales: No dormiríamos en la misma cama durante un periodo
de tiempo indefinido. Las constantes insinuaciones que sentía de parte de
Yamila me hacían dudar, no podía confiar ciegamente sin saber cuáles eran sus verdaderas
intenciones y quién sabe qué podría salir de eso con todo ese tema de ser genio.
Lo segundo fue que debíamos llevar una vida lo suficientemente normal como nuestra
situación lo permitiera, ya que no quería llamar la atención en caso de que mis
deseos fueran bastante descabellados o de los trucos que pudiera hacer Yamila.
Por eso fue también el último punto: No usar magia sin mi autorización.
De esta manera, y tras
varias horas desde que habíamos llegado a casa, por fin pude sentirme seguro de
que a partir de ahora ya nada podría salir mal. Ella, por extraño que parezca,
no parecía molesta en lo absoluto ante aquellas restricciones. Al contrario,
parecía agradarle la idea del contrato.
-
Ahora sí siento que eres mi
amo, amor. –recuerdo que dijo al firmar y me dio un beso en la mejilla.
-
Bueno –dije, finalmente
relajado y contento. Metí el contrato dentro de un folder que guardé entre mis
cosas del colegio y hasta ese momento decidí que ya podría disfrutar de lo que
fuera que nos aguardara. Me dirigí a ella con una sonrisa de oreja a oreja –Me parece
que mamá preparó una cena para darte la bienvenida.
-
¡Es verdad! –aplaudió ella
mientras daba saltitos.
-
Pues, bajemos para cenar y
celebrar.
-
Espera, primero quiero
arreglarme. Déjame cambiarme de ropa.
-
Está bien, te espero abajo.
-
Oki-doki.
Cerré la puerta de mi
cuarto para darle privacidad y bajé las escaleras. El comedor lucía bastante
arreglado, tal y como era costumbre cuando había visitas importantes. Ya había
varias ollas y platos para la cena sobre la mesa del comedor y el olor de los
platillos ya inundaba mi ser y complementaba mi sensación de completa
satisfacción. Realmente, había decidido que haría todo para gozar al máximo de
la situación… y ahora recuerdo imaginé escuchar un ligero eco de un gong dentro
de mi cabeza, seguramente no fue mi imaginación.
Mamá salió en ese momento
de la cocina con una cesta de pan rebanado y lo puso sobre la mesa.
-
¡No sé cuál tarda más, si
la comida o ustedes! ¿Y Yami?
-
Está en el cuarto, dice que
se quiere arreglar.
-
¡Hay, esa muchacha! Siempre
se esfuerza demasiado, ¿no es así? Pero, si ya venía bastante guapa con lo que
traía. –dijo colocando sus puños a ambos costados de su cadera y mirando rumbo
a mi cuarto. Volteó a verme con una mirada que no supe descifrar en el momento
–A no ser que le hayas estropeado la ropa tan pronto entraron a tu cuarto, ¿no
es así, Rodrigo?
-
¡Ma-mamá! –ese comentario
me tomó por sorpresa. Si hubiera traído algo de comida en la boca, seguro me
hubiera atragantado, volví a sentir que mis orejas estaban hirviendo.
-
¡Ay, vamos, hijo! Ni me
chupo el dedo ni tampoco es algo malo que una pareja se dejen llevar por la
pasión. Ya hemos hablado del tema antes y sabes que no tienes de qué
avergonzarte –rio ella, dándome una palmada en la espalda. Yo no supe qué
responder y me quedé mirando al suelo, muerto de pena y con las orejas ya
punzándome. Ella se separó de mí y fue de nuevo a la cocina –Además, tardaron
bastante tiempo allá arriba, Rodrigo. ¿Qué más estaban haciendo entonces?
-
¡Desempacando, madre!
–dije, exasperado.
-
¡Claro! –soltó una
carcajada que rebotó entre las paredes del horno en donde estaba metida – ¿Así
le dicen ahora?
-
¿A qué? –preguntó una
tercera voz.
Era la voz Carmen, mi
hermana menor. Tenía 19 y era el vivo retrato de mamá. Ella de 38, ojos oscuros
y penetrantes, cabello castaño claro, tirándole a rubio y un perfil de mujer de
campo, lo cierto, es que se conservaba bastante bien. Le gustaba vestir con lo
mejor. Elegante, pero casual, y vaya que sabía cómo darle forma a las prendas
que usaba. Ella fue nadadora profesional, aunque nuca compitió en las
olimpiadas, siempre nos contó de la vez en que le ofrecieron sustituir a la
competidora que calificó en el 96. Siempre ha conservado la línea y acostumbra
a ir al gimnasio casi diario, cosa que ha resultado en un perfecto cuerpo de
modelo. No de las actuales, casi parejas de los costados, sino como esas chicas
Pin-up que uno acostumbra a ver en fotos vintage o en revistas ya pasadas.
Y de tal palo, tal astilla.
Mi hermanita no practicaba deportes, pero desde chica la metieron a clases de
Ballet y gracias a ello está en camino de convertirse en una mujer con curvas
de cuidarse, mejor dicho, con curvas que atraían a sujetos de los cuales había
que cuidarse. No era algo en lo que me hubiera puesto a pensar mucho, pero en
ese momento me quedé pensando en que ambas eran bastante guapas.
-
Nada, Carmen. –dije,
cortante. Mamá contuvo una risita, que de todos modos resonó a través de las
paredes.
-
¿Y dónde está tu novia,
Rorro? –dijo Carmen, ya sentada en su lugar, a mi izquierda.
-
Está arriba, arreglándose
–refunfuñé.
-
¡Hay, Carmen! ¡Debiste ver
cómo llegó! Parecía toda una lady europea. Zapatos de charol, un vestido verde
de seda y una boina a juego, ¡Dios mío! –Exclamaba mamá, no estaba seguro de si
hablaba de ropa o de algún pastel que quisiera devorarse.
-
Sí que le atinaste bien,
¿Eh, Rorro? ¿Quién diría que “pelo chamuscado” sería tan bonita de grande,
verdad?
-
¿De qué hablas?
-
Sí, Carmen. Ella siempre ha
sido encantadora y elegante. –salió mamá, con una jarra de jugo y una bandeja
de aperitivos de queso.
-
Cuando no se quemaba su
enorme trenza –reía ella.
Escuchaba el débil eco de
sus voces de manera distante, mi mente estaba ahora más allá de la duda. Ella
creó una realidad distinta, (¿quizás?) en la que ambos nos conocíamos desde
niños. Repentinamente, creí estar viendo en mi mente una breve película que nos
mostraba a los dos y nuestra historia:
Ella y yo en el mismo
jardín de niños, ella viviendo a pocas casas de la nuestra. Nosotros jugando en
el parque de la colonia. Cursamos la primaria y la secundaria, distintos
salones, ninguno llegamos a destacar mucho en casi nada. Sus padres… árabes,
quizá. Ella era hija única. Nos habíamos hecho novios en tercer año, lo que
hizo que sus padres tomaran la decisión de mudarse a otro lugar, lejos de
nosotros. Pero nosotros seguimos en contacto, por correos electrónicos que nos
enviábamos cada tanto. Cuando iba a entrar al instituto, ella se escapó y fue a
verme. Esa misma tarde, llegaron sus padres y se la volvieron a llevar.
Luego me enteraría de que
volvieron a mudarse, esta vez, a Londres. Más lejos que antes, estuvimos en
contacto todavía por nuestros correos. Ambos decidimos que sólo fuéramos amigos
y que cada quién era libre de salir con la persona que quisiese. Recuerdos de
cuando ella me contaba de sus novios y lo celoso que me ponía por eso.
Y así, mientras los años
pasaban y ambos cursábamos una carrera, yo de contabilidad y ella, de historia
del arte. Un día, ella me confesó en uno de sus correos que seguía queriéndome…
mi declaración a través de cámara web era tonta e incómoda, ella la grabaría y
que guardó para sí. Hicimos planes para que viniera a estudiar de nuevo acá.
Conversaciones con mis padres, que estaban encantados de recibirla. El anuncio
de mi padre cuando me dijo que había hablado con el de ella y que habían
aceptado nuestra relación y nuestra oferta de traerla a vivir con nosotros.
Y así, hasta llegar al día
de hoy: el día de su llegada. Lo eufórico que estaba antes de salir de la casa,
no para comprar víveres, sino para reencontrarme con ella.
No me había ido por mucho,
volvía a estar en el comedor, en el presente. Carmen y mamá platicaban de manera
acalorada, al parecer, sobre cómo serían nuestras vidas ahora, con Yamila en
casa.
-
A ver si no le resultan
poca cosa los almacenes que tenemos por acá.
-
¿Cómo crees, mamá? ¡Hay un
buen! Y lo bueno es que no están lejos. –le respondía mi hermanita.
-
Pero no es lo mismo lo que
encuentras aquí a lo que puedes hallar en Soho o en París –suspiraba mi madre.
-
Descuida, mamá –le dije. –Por
cómo es ella, encontrará lo que quiera.
-
O lo mandará traer del otro
lado del charco –rio Carmen.
-
A todo esto, le diré a tu
padre que vayamos a Londres un día de estos.
-
Cuando esté desocupado
–gruñó mi hermana por lo bajo mientras tomaba uno de los tenedores y presionaba
sus dientes contra su dedo.
-
Sí, cuando lo esté.
–suspiró mamá.
Con su trabajo de piloto
comercial, mi padre estaba libre en pocas ocasiones. Muchas veces, incluso se
había quedado varado en otros lados del mundo cuando descansaba. A pesar de
ello, siempre había procurado mantenerse en contacto con nosotros. Celular,
Palm, tableta; con el avance de la tecnología, siempre se adaptó para
comunicarse todas las semanas. Miércoles, a las 9 de la noche y los sábados, a
las 5 de la tarde, puntual para nosotros, aunque él estuviera en distintas
partes del mundo. Desde que era niño, me maravillaba enterarme desde qué parte
del mundo nos contactaba y cuando empezamos a hacer videollamadas por Skype,
podíamos ver las distintas horas del día y el clima contrastante con nuestro
cielo.
Es algo que siempre admiré
de él: por más lejos que él ha estado, siempre ha estado en comunicación con nosotros.
Recuerdo veces en que tenía cosas que preguntarle e incluso dejaba el mando del
avión a su copiloto para responderme. Qué mal que Carmen no lo ve así. Ella ha
resentido mucho la ausencia de papá desde siempre y últimamente, había estado
más huraña cuando él entraba como tema de conversación. Seguramente es común
que aquello pasara entre las hijas y sus padres, pero es algo a lo que no me
había querido acostumbrar.
A todo esto, la llegada de Yamila
casi coincidía con un período de descanso de papá, a quien esperábamos ver en
dos días. Carmen sólo se dedicaba a hacer comentarios irónicos por lo bajo cada
que hablábamos de él. Me acerqué a ella, puse mi mano sobre su hombro y le
susurré al oído:
-
Cuando regrese, será todo
tuyo. No te enfades con él.
Ella dejó de lastimarse con
el tenedor, suspiró y lo dejó de nuevo en la mesa. Esa era mi tarea: evitar una
posible crisis en mi pequeña hermanita cada que escucha hablar de mi padre.
-
¿Y cuánto tiempo más planea
tardar la princesita?
-
No estoy seguro –respondí
con auténtica incertidumbre.
-
A ver si no se enfría lo
que preparó mamá.
-
¿Por qué no vas por ella,
hijo? ¡Ya quiero que pruebe lo que hice para ella! –dijo, mientras terminaba de
colocar una bandeja tapada en el centro de la mesa y se quitaba los guantes de
cocinar.
-
Está bien…
Resignado, volví a salir
del comedor en busca de Yamila. Justo iba a subir las escaleras, cuando se
asomó por el pasillo. Llevaba ahora otro vestido, también era verde bandera,
pero era más formal. Desde donde estaba, no logré ver la cola que grácilmente
se arrastraba tras de sí. También llevaba su mascada, pero ahora colgaba de sus
codos. Su cabello estaba recogido en una especie de colmenero y portaba un
juego de joyería de esmeraldas y oro. Parecía como si fuera una celebridad que
iría a una gala.
-
¡Vaya! –fue lo único que
atiné a decir.
-
¿Qué te parece? ¿Demasiado?
-
Para nada. Ven aquí, están
esperándonos.
No sé de dónde saqué esa
calma para decir aquellas palabras, sólo extendí mi brazo, invitándola a bajar.
Ese vestido tenía una especie de estampado que sólo se veía cuando se mecía la
tela, parecía como si las hojas de un árbol cayeran sobre un césped dentro de
un bosque. Llevaba unos guantes largos y blancos, pude sentir la fina seda de
la que estaban hechos cuando tomó mi mano.
La cena dio inicio con
halagos a Yamila, halagos de su vestido y comentarios un poco incómodos para mí
acerca de nuestra relación. Carmen no paraba de lanzar coletillas acerca de
momentos bochornosos de la infancia, tanto míos como de ella, algo un tanto ecuánime
por parte de ella.
-
¡Un brindis, por la feliz
pareja! –dijo, poniendo en alto su copa de sidra. Nosotros la secundamos con
las nuestras, llenas de vino.
-
¡Que todo les salga bien,
Rodrigo y Yami! –mi mamá estaba casi al borde de las lágrimas.
-
“Parece que están encantadas con esto, ¿verdad?”, Escuché la voz de
Yamila en el interior de mi cabeza.
-
“No sé si les quedó claro el que sólo somos novios”, pensé.
-
“¡No seas cruel! Haces que suene como si no tuviera importancia”,
escuché, mientras tomábamos de nuestras copas.
-
¡Que entrelacen sus copas!
–chilló Carmen; literalmente, pues unas lágrimas empezaban a resbalar de sus
ojos.
-
“Sabes a lo que me refiero. Sólo hubiera faltado que el pastel que hizo
mamá tuviera las dos figuritas y que estuviéramos tú, vestida de blanco y yo,
de negro”, era bastante difícil entrecruzar nuestros brazos y estar
contorsionando el cuello para tomar de la copa me causaría tortícolis en
cualquier momento.
-
“Al menos, todos lo estamos pasando bien, ¿no es así?”, ambos
sonreíamos ante nuestro público.
-
“Eso, sí”
De repente, sentí cómo sus
labios se posaban en mi mejilla. No logré pensar en cómo reaccionar a eso, pero
captó mi atención. Mi hermana y mi madre aullaron en tono de complicidad.
-
Te amo, querido.
Pude escuchar aquellas palabras
al unísono en mis orejas y en mi cabeza, no pude evitar sonreír. Y justo cuando
pensé en corresponderle aquellas palabras, sus labios entraron en contacto con
los míos.
Podría decirse que aquél fue
mi primer beso, porque aunque en esos nuevos recuerdos que habían llegado a mi
mente no era nuestro primera vez, para mí no cuentan. Decir que mis labios se
entumieron, que en mi inexperiencia sólo atiné a fruncirlos y emitir un leve
chasquido no es suficiente para justificar la vergüenza que sentí por dentro.
Al igual, el sudor que repentinamente me empapó y la posible taquicardia que
sufrí entonces son sólo las pocas sensaciones de muchas que experimenté en
aquellos instantes.
Mamá y Carmen no paraban de
hacer sus ruidos de burla y alegría y yo no paraba de ver chispas salir del
cabello de Yamila. ¿Esto realmente me estaba pasando a mí? ¡A mí!
-
“¡Claro que sí! Eres un muchachito afortunado, querido. Mi querido amo.”
Ver sus ojos de nuevo fue
casi como contemplar el cielo en una noche llena de estrellas y como si me
absorbiera un hoyo negro. Con las luces del comedor, fue como si fueran de un
color verde amarillento, con un fuego que emanaba desde el fondo, detrás de sus
pupilas.
-
¿Qué sucede? –su voz,
aunque alegre del festejo, sonaba bastante preocupada cuando por fin cerré la
puerta del cuarto.
-
Esto es demasiado… –pensé
en voz alta.
-
¡Vamos, si no tomamos casi
nada! –rio ella, tratando de restarle importancia a mi comentario.
Ella sabía a lo que me
refería. En un mundo real, ¿qué tan posible sería que algo semejante llegara a
pasar? ¿Cuántas familias acogerían así a la novia del hijo y le prepararían
semejante bienvenida?
-
Me pasé un poquito,
¿verdad? –su voz sonaba cristalina e infantil.
-
Yo diría que sí.
-
Si así lo deseas, ellas
podrían odiarme por obstaculizar tus planes de estudiar una carrera y salir
adelante. Puedo hacer que tu hermana me repudie al grado de hacerme la vida
miserable. Claro, sólo si eso es lo que quieres.
-
No. Nada de eso. Es sólo
que… bueno.
-
No vayas a decirme que es
más de lo que mereces. –se estaba quitando sus zapatos de tacón y me daba la
espalda. Un escalofrío pasó por mi espina de todas formas.
-
¿Por qué? –dije, cabizbajo,
sentado al borde de la cama.
-
Porque te lo ganaste,
campeón. –giró para guiñarme el ojo.
-
No… No es eso. Esto fue por
ti. No deseé que esto pasara… y no es que me arrepienta… aún no lo hago –ella
sólo hizo un “¿huh?”, desconcertada
–Es sólo que… ¿Por qué hiciste esto?
Sólo pude ver por el
rabillo del ojo cómo volvía a darme la espalda. Me incorporé un poco y pude ver
que se frotaba las manos, algo que hace cuando está nerviosa, de nuevo, según
mis nuevos recuerdos.
-
¿Ya-Yamila?
-
¿Por qué lo hice, me
preguntas? Ya lo dije, era más fácil que fuera tu novia a que fuera una parte
de tu familia.
-
Eso me dijiste, pero ¿en
verdad, era más sencillo hacer esto? Nos creaste una vida distinta, llena de
tantos momentos, hasta hay cosas agridulces… todo se siente tan real. ¿Era en
verdad más fácil esto que hacerte pasar por un familiar?
-
Si tanto dudas, podemos
decirle al resto de la gente que somos familiares –suspiró con resignación.
-
¿Por qué lo hiciste?
–insistí –Estas imágenes que tengo ahora en la cabeza… las siento tan reales. Y
al mismo tiempo, yo sé que no lo son.
-
No puedo mentirte,
¿recuerdas? No lo tengo permitido.
-
Entonces, ¿Por qué siento
que me mientes, al decirme que hiciste esto “porque era lo más fácil”? –hice
énfasis con mis manos en las comillas.
-
¡No es una mentira! ¿Sabes
lo difícil que es crear una historia en una familia real? Es más sencillo crear
una historia ficticia, de la que poco se sepa.
-
¿Poco? –dije, asombrado– ¡Si
hasta tengo recuerdos de que tú me decías de niños que te gusta meter las manos
en los costales de semillas de girasol! Decías que porque…
-
Son grandes, suaves y
tienen una parte puntiaguda y la otra, redonda. Además…
-
¡Te gusta el olor que queda
en tus manos al hacerlo! –esto lo dije casi gritando– ¡Es una locura! ¿Quién
tiene tiempo para estar creando algo así?
-
Esos son recuerdos míos
–dijo, con un hilo de voz. Su mano ahora frotaba su codo y brazo –, fueron
alterados para que pareciera que los vivimos tú y yo.
-
¿Por qué?
-
¡Ya te lo dije: porque es
más sencillo para mí!
-
¡Pero esto no es lo que
quería!
-
¡Pues, si no es lo que
quieres, dime qué es, por favor! –sonó como una copa de vidrio cayera al suelo
y se partiera en añicos.
Era tonto, me estaba
desesperando, de nuevo estaba molesto por algo de lo que no tendría por qué.
Había aceptado que ella se hiciera pasar por mi novia horas atrás, ¿no? Hasta
habíamos firmado un contrato. Estaba realmente angustiado. ¿Qué era realmente
lo que me molestaba tanto?
-
Esta es una decisión que yo
tomé –dijo con más calma –. Pero no es eso lo que te molesta. Yo sé que no te
desagrado –me sonrojé al escucharlo–, tampoco el hecho de que sea tu novia….
-
¿Por qué?
-
¿“Por qué” qué?
-
¿Por qué decidiste ser mi
novia? Pudiste haber sido…
-
¿Una sirvienta? –leyó mi
mente. – ¿Lo que siempre he sido? Porque no quise serlo. Pero, si eso quieres
que sea…
-
Yamila… sabes que no es eso.
¿Qué es lo que buscas hacer con todo esto?
-
No sé a qué te refieres. –dijo
con un tono frío mientras alzaba la cara y giraba hacia donde me encontraba. Su
cuerpo seguía dándome la espalda.
-
“Lees mi mente, no. Sabes lo que pienso ¿no?” –pensé, esperando que me respondiera dentro de mi cabeza.
-
“A veces” –escuché dentro de mi
cerebro e inmediatamente, dijo en voz alta –Cuando piensas muy con mucha
intensidad.
-
“Entonces, ayúdame a saber qué me molesta”. – pensé – Porque yo, no sé.
Entonces, ella se giró
hacia mí mientras se ponía de pie. Sus ojos estaban un poco enrojecidos y verlos
me hizo sentir como si estuviera mojándome en una tarde lluviosa. Se acercó a
mí y sentí sus manos, frías, en mis mejillas.
-
Tienes miedo, miedo y
desconfianza. –sonrió. Aquella lluvia se alejaba, como cuando dicen que la
tierra se lava con ella –. Nunca aspiraste a nada como esto. Nunca te has
enamorado realmente. Los recuerdos que viste son cosas diferentes a lo que
actualmente sientes –oí aquellas palabras tambalearse, creí que ella estaba a
punto de romper en llanto –. Tranquilo, aunque ahora no lo creas, no te estoy
mintiendo. Yo realmente soy capaz de estar una vida a tu lado. Tampoco es tu
culpa no sentir por mí lo mismo que siento en estos momentos, pero ya verás.
De repente, sentí el calor
de sus labios. Ella abrió su boca y me dejé llevar. Mis brazos fueron a su
cintura y su espalda, debajo de una ligera capa de sudor frío, estaba
ardiendo... estábamos. Sin soltarnos me llevó a la puerta, sin que me lo
pidiera, sabía que tenía que cerrarla con seguro. Sus guantes de seda se
deslizaban por mi nuca y mi espalda baja, la imité.
Hacía círculos detrás de
mis hombros y también copié su gesto. Bajó, sintiendo mi costado y mi pierna,
así como yo la de ella. Nos separamos. No sé si ella también necesitaba respirar,
pero yo, sí. Escuché su jadeo y las dudas dentro de mí se iban cada vez más
rápido junto con mi autocontrol.
Volvimos a unir nuestros
labios, esta vez ya no me olvidé de respirar mientras volvía a inspeccionar su
espalda. Había un cierre, el cual bajé y pude palpar bien su trasero debajo de
esa tela tan refinada, era firme en su interior y blando al tacto. Mi boca se
separó de la suya para ir a donde sabía que ella quería, resoplé un poco detrás
de su oreja antes de resbalar por su cuello, que sintió mis labios y breve roce
con mis dientes. Esas eran mis instrucciones, no hubo voces en mi cabeza ni
imágenes en mi mente, sólo obedecía a lo que llamaré instinto.
Los tirantes de su vestido
sólo esperaban ser recorridos, sólo un poco, para deslizarse por sus brazos.
Estaba a punto de estallar, era como tener fiebre, todo me daba vueltas
mientras me alejaba para contemplarla. Y vi esa mirada, la que fue capaz de
sacudir el suelo bajo mis pies, de hacerme recapacitar y hasta de convencerme
de lo que ella quisiera.
-
No te detengas, amo.
No era la primera vez que
la escuchaba llamarme así, pero si ya estaba consumido por el deseo, aquellas
palabras eran la verdadera perdición. Ya no era una diosa a la cual adoraba,
era una reina que ansiaba ser atendida, una fiera a la cual apaciguar. Mis
manos bajaron con impaciencia la tela que la cubría y ahí pude ver sus pechos,
morenos y apetitosos, los cuales se erguían un poco a modo de cuernos. Una
cadena invisible jaló de mí hacia ellos y mis labios volvieron a probar su
piel, un poco de licor los había salpicado y no podía ser mejor acompañamiento
a su sudor y el aroma que emanaba de ella. Oía su voz que se entrecortaba y se
quebraba a veces… estaba demasiado extasiado para preocuparme de que alguien
nos pudiera escuchar.
Sus manos estaban sobre mi
cabello, dando vueltas como si mi cabeza se tratara de una esfera de cristal y
ella estuviera tratando de ver el futuro, hasta que bajaron a mis hombros y me
hizo descender mientras ella se recostaba en la cama. El vestido se enrollaba
en su cadera, pero antes de que lo separara de su dueña, comencé a desvestirme.
-
¡No tardes, por favor!
–suplicaba con apenas un hilo de voz.
Traté de apresurarme, por
suerte no tropecé. Sólo me faltaba el bóxer pero no pude aguantar más y me abalancé
de nuevo hacia ella, las ganas de ver más debajo de su vestido me superaron.
Sonreí a su ombligo y lo saludé con la lengua mientras me recibía con un ligero
temblor de su cuerpo, besé su vientre cóncavo y suave mientras mis manos ya
habían deslizado los verdes ropajes hasta debajo de sus rodillas antes de
soltarlo y dejar que la gravedad lo apartara de nosotros. Al igual que no había
sostén, no había nada más debajo del vestido que me separara de su cuerpo. Bajo
el vientre se asomaban sus vellos rizados pero recortados con cuidado, suaves
al tacto de mis mejillas mientras bajaba y sus muslos se elevaban por encima de
mi frente, abriéndose de par en par como puertas de un palacio. Un aroma nuevo
guio mi nariz y mi boca a su destino: aquella miel que daba la bienvenida a ese
nicho tan preciado y sagrado. Nuevamente, sentí sus manos en mi cabeza mientras
exploraba aquel altar oculto. Un grito ahogado me indicó dónde mi lengua debía
masajear y dentro de poco, mi recompensa fue más de ese néctar enervante, aquél
me animaba a continuar, a pesar de las constantes embestidas de esas paredes de
carne que eran sus muslos, esos que sin previo aviso se cerraban a mis costados
y me permitían escuchar el pulso de la sangre que fluía debajo de ellos. Nunca
lo pensé, pero si hubiera llegado a morir por completar aquella tarea, habría
muerto dichoso y sin dudarlo.
Perdí la noción del tiempo,
la noción de qué era lo que hacía y con quién. Mi boca tal vez estaba entumida
pero no me habría importado de no ser porque volví a sentir sus palmas bajar,
esta vez buscaron mis mejillas y me avisaron que tenía que abandonar ese sitio
y encontrarme de nuevo con su rostro. No dejé pasar la oportunidad de saludar
de nuevo esas colinas y valles. Y tuve que retomar el aliento justo en medio de
ellas, pude escuchar el palpitar de su corazón, desacelerando pero aún agitado,
aquél era otro buen momento para morir.
-
Deja de pensar en morir,
querido.
-
Podría desearlo y tendrías
que matarme.
-
No digas tonterías. Ven a
mí, ansío de nuevo el sabor de tu boca.
Nada de todo ello podría
haber sido mejor, volvimos a unirnos en un beso largo. No supe cuán agitado
estaba hasta que noté la facilidad con la que ella me recostó y sentí sus manos
buscando mi bóxer. No recuerdo cuándo se deshizo de él porque aún no
separábamos nuestros labios. Sus manos estaban algo frías sobre mi pecho, pero
el calor manaba de los surcos que dejaban ocasionalmente sus uñas. Un sonido de
succión, el beso se había acabado otra vez. Y abrí los ojos para ver aquellas
gemas esmeraldas brillar con su mirada, era una pantera al asecho, yo era una
presa al borde de la desesperación y a su merced, la cual estaba aceptando sin
vacilación. Ella se abalanzó a mi entrepierna y ahí, la Tierra dejó de girar de
nuevo para mí. El calor húmedo de su boca y su lengua era algo que nunca me
había podido imaginar, era simplemente demasiado, estaba a punto de acabar con
sólo un roce. Entonces sentí sus dedos aprisionar la base de mi miembro.
-
“Aún no. Espera un poco más, por favor” –su frase era una petición,
pero mi cuerpo reaccionó como si fuera una orden… y obedeció.
Sin liberarme de su boca,
retiró su mano y comenzó a atender mis huevos, los cuales agradecieron sus
cuidados con violentos escalofríos por todo mi cuerpo. Arriba y abajo, ella había
comenzado a bombear cada vez más fuerte, soportando los ligeros espasmos que me
esforzaba por contener. Mi cadera se movía de un lado a otro porque luché con
todas mis fuerzas por evitar que arremetiera contra su rostro. Finalmente, sus
labios se despidieron con un beso de su nuevo juguete y ahora su mano izquierda
continuó con el sube y baja. Mientras tanto, nuestros rostros volvieron a
acercarse. Mis esfuerzos por no acabar me hubieran impedido enunciar una sola
palabra, cerré mis ojos para evitar esa mirada que me hubiera hecho fallar en
mi misión.
-
“Lo estás haciendo muy bien. Cómo quisiera que nada de esto terminara”.
Lejos de pensar en ello
como una tortura, no pude evitar coincidir con ella, todo era, por mucho, mejor
a cualquier cosa que pude haber imaginado.
-
Mírame, por favor –de
nuevo, quise acatar su petición como si fuera una orden –. Siente un poco de lo
que yo siento.
Un calor aún más intenso me
sacudió con violencia. Me había enterrado por completo en ella, ella misma me
introdujo y no pude sentirme más feliz. Seguramente sonreía como desquiciado y
ella sonrió conmigo, nuestros ojos estaban empapados, así que la rodeé con los
brazos y la acerqué lo más que pude.
-
Ahora escucho… siento un
poco de lo que sientes – fue lo único que alcancé a decir mientras volvía a
escuchar el pulso de su corazón bajo su pecho antes de escuchar cómo retumbaba
su interior con la pequeña risa que se le escapó.
Ella se separó, y comenzó a
cabalgarme, era una visión hermosa y angelical, sus pechos se balanceaban y
ella se arqueaba hacia atrás. Tuve que cerrar de nuevo los ojos para
concentrarme, estaba a punto de perder la batalla. Entonces sentí sus manos
sobre mis hombros y sus adentros se contrajeron, era demasiado, así que me
aferré a sus caderas y dejé que todo saliera. Otro grito ahogado, abrí mis ojos
de nuevo y ella sonreía mientras ambos seguíamos teniendo nuestros pequeños
temblores, los cuales no evitaron que ella moviera sus caderas un par de veces
más. Me abrazó de nuevo, sin separarnos todavía de nuestros adentros, sentía mi
semilla resbalar de su entrada y escurrir sobre mí al momento en que recobraba
mi aliento.
-
¿Y bien, Rodri? ¿Qué
opinas? –no supe qué responder, sólo silbé mientras resoplaba y ella rio –Yo
creo que vale la pena intentarlo –coincidí con ella en mi mente –. Y no te
preocupes, no me embarazaré a menos que tú quieras tener hijos.
Finalmente, aquello me hizo
tener un ataque de tos, tras el cual no pude evitar atacarme de risa. Era
verdad, esa era otra ventaja de todo eso. Nunca me detuve a pensar en
protegernos y hasta ese momento, reparé en los riesgos de un embarazo.
-
¿Tan tontito te traía?
-
Estaba ocupado pensando en
otras cosas, la verdad –ambos reímos. Seguimos abrazados mirando la luz del
cuarto, la cual nunca apagamos.
Recuerdo haber pensado en
levantarme para apagarlo, en eso, escuché el clic del interruptor.
-
¡Un momento! ¿No se supone
que no ibas a hacer magia?
-
Sin tu permiso, así es.
-
¿Entonces?
-
Tú querías apagar la luz,
pero tampoco querías levantarte. Así que, si te hubiera propuesto apagar la luz
con magia, ¿me hubieras dicho que no?
-
Probablemente, sí. No
quiero que levantes sospechas y tengamos a la gente preguntando por cosas.
-
No hay nadie aquí que nos
vea.
-
Es verdad.
-
Tranquilo. Confía en mí, me
hubieras dado permiso esta ocasión, si no, no lo hubiera hecho.
-
Nada te lo impediría.
-
Firmé un contrato, ¿verdad?
-
Nada me garantiza que esa
sea tu firma ¡ay!
Sentí su pellizco en mi brazo,
estaba haciendo pucheros. Entonces, al verla comprendí lo que ella había hecho
antes, pude imaginarme cómo habría sido aquella conversación en la que ella me
cuestionaba cómo era posible que aún no confiara en ella, en la que discutíamos
y ella me demostraba que no me estaba mintiendo. Es verdad, pude ver en sus
ojos lo que no pasó, pero sí habría pasado.
-
Perdón. Es que… ya sabes.
-
No sé cómo, pero haré que
confíes en mí.
-
Es de locos que hablemos de
esto, después de lo que hicimos.
-
Después de todo lo que ha
pasado el día de hoy hasta ahora, ¿apenas esto ha sido lo que te pareció de
locos?
No pudimos aguantarnos la
risa. Ella tenía razón, nada de lo que pasó desde que nos conocimos ese día ha
sido normal.
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