El sexo es buen motivo para el chantaje. A partir de
entonces, me esforcé tanto por no meter la pata que a ella le parecían
divertidos mis intentos de complacerla. ¿Ver lo que ella quisiera en la tele?
¿Pedir la pizza que quería? ¿El café que le gustaba? ¿Ir al cine? ¿Asistir a su
obra? Si bien, la mayoría eso lo hubiera hecho sin chistar, era evidente que me
tenía agarrado de los huevos. No lo había pensado, pero a ser la que ordenaba
en lugar de la que obedecía. Y esto había pasado desapercibido por mí: no había
vuelto a darle alguna orden en mucho tiempo. Sinceramente, con la bien que nos
la empezamos a pasar entre ambos, ni había pensado que fuera necesario.
—¿Verdad que es un amor? —le dijo una de sus compañeras de
teatro tras el ensayo que, obviamente, fui a ver—. Quisiera tener un hermano
así.
—Ya sé —se pavoneó—. Pero es mío y de nadie más.
—¡Ay, Dios! —rio con un poco de nerviosismo junto a las
demás—. Pobre de la que sea tu cuñada
…
—¿Has pensado alguna vez en tener novia? —me preguntó
mientras se aferraba con fuerzas al brazo con el que rodee su cuello. Ya íbamos
de camino a casa —. Nunca te conocimos a ninguna amiga.
—Francamente, nunca me llamó la atención nadie.
—Nadie excepto Julia —se rio.
—Y tú.
Ahogó un chillido en la tela de mi chamarra y ocultó su cara
al resto de la gente en la calle. Era verdad, todo este tiempo había estado tan
embelesado con mi pequeña hermana menor que ni siquiera había vuelto a pensar
en Julia. Era increíble, si tomamos en cuenta el grado al que llegaba mi
obsesión y, afortunadamente, Raquel no ahondó en el asunto. Creo que, de haberme
insistido en ello, me habría resultado difícil mentirle; además de que, después
de todo, nuestra hermana mayor era casi una segunda madre para ambos.
Pasamos por pizza para cenar, estaba anocheciendo cuando
llegamos a la casa y Julia ya había preparado la mesa para juntos esperar a
mamá.
—Parecen un par de enamorados, ustedes dos —soltó ella. Yo
me sobresalté y no sabría decir si ese comentario una burla inocente o si lo había
detectado cierta saña.
—Nos la pasamos muy bien últimamente —contestó Raquel,
segura de sí misma—. Con eso de que ya ni estás en casa… ya no eres la
favorita, hermanita.
—¡Oh, no! —hizo un ademán dramático e imitó a las actrices
de las novelas—. ¡Me han robado el corazón de mi pobre hermanito!
Ambas se estaban divirtiendo, pero no pude evitar disociarme
de su conversación. En cierto sentido, así parecía ser. Era como si me
estuviera despertando de un sueño, sólo que no sabía decir cuál era el
despertar, si pasar de mi obsesión y fantasías con Julia a intimar con Raquel…
o el darme cuenta de que lo que estaba haciendo con mi hermana menor era para
taparle el ojo al macho. A fin de cuentas, todo había empezado por eso de la
hipnosis.
—Pues deberías intentarlo alguna vez. —Escuché a la menor
decirle a la mayor.
—No, gracias, yo paso. No creo en esas cosas.
—Tú te lo pierdes. La primera vez, tampoco creía que iba a
funcionar y después, creí que íbamos a tener que hacer varias sesiones, como un
psicólogo o algo así… pero sólo bastaron dos. Bueno, aparte de que ahora
platicamos más y no ha hecho falta. ¿Verdad? —dijo, volteando hacia mí mientras
posaba su mano sobre la mía.
—Es verdad. Ni yo pensé que fuera a funcionar en un inicio. Creo
que ha sido mejor para los dos empezar a platicar.
—¡Oh! ¿Y de qué platican?
—De todo y nada, Julia. Es como si hubiéramos pasado de ser
desconocidos a ser amigos.
—O sea que ya pasé a ser una desconocida en esta casa. —Una mirada felina se asomó debajo de sus
cejas algo fruncidas, de alguna manera, eso hizo sentirme incómodo.
No era el único, Raquel guardó silencio también. No era del
todo falso, Julia era ahora más parecida a nuestra madre, porque habíamos
dejado de verla entre semana por varios meses. Trabajar en los medios de
comunicación siempre había requerido de ella su total disponibilidad y jornadas
de trabajo impredecibles. Ahora que estaba con la producción en televisión, era
como si viviera en los foros y sólo llegara a casa a descansar. Las tareas del
hogar habían pasado a ser responsabilidad de Raquel y yo, así que ya ni
siquiera la veíamos salir mucho de su cuarto los fines de semana.
La puerta se abrió y mi madre llegó para dar fin a ese
silencio incómodo. Pero esas palabras abrieron una ligera zanja entre mi
hermana mayor y nosotros.
—Es raro —dijo Raquel, mientras yo le hacía piojito en el
sofá—. No me había dado cuenta, pero es como si estuviéramos viviendo solos y
mamá y Julia vinieran sólo de visita.
—Sí… Lo mismo estaba pensando.
—Aunque sí sería muy diferente si en verdad viviéramos solos,
¿no?
Sentí su palma sobre mi entrepierna y en cosa de nada, mi
verga empezó a despertar. Tuve que quitar aquella mano cariñosa porque mamá
estaba a unos metros, moviendo una cosa en la alacena que estaba a detrás de
nosotros. Tampoco era que fuéramos imprudentes o ya no nos diera miedo ser
descubierto, sino que mamá vivía en su mundo casi todo el tiempo, aunque no por
eso me iba a arriesgar a ser visto con una erección con la cara de mi hermana
menor en el regazo.
—Si de por sí… —apreté su teta con brusquedad bajo su camisa
y retiré mi mano al escuchar los pasos de las pantuflas de mamá acercarse.
—Ya acapararon el sofá para ustedes, ¿verdad?
—Está muy cómodo —contestó Raquel.
—¿Qué? ¿El sofá o tu hermano?
Ambas rieron y le hicimos espacio para que se sentara con
nosotros, apoyó su cabeza en mi hombro y nos quedamos viendo la serie en
silencio. Mi madre siempre llegaba cansadísima de su segundo trabajo en la
tienda departamental y no me sorprendió escucharla roncar a los pocos minutos. Raquel
se levantó con cuidado para no despertarla y se fue a su cuarto, no sin antes
tentar nuestra suerte un poco y levantarse la blusa fugazmente para flashearme
sus manguitos.
Ese fin de semana, mientras todos estábamos reunidos en el comedor,
Raquel y Julia se levantaron e hicieron un anuncio:
—Vamos a tomarnos unas vacaciones —empezó Julia—. Mamá y yo
estamos como zombis últimamente y ya hasta nos sentimos parte de la decoración
cuando llegamos a casa.
—¡Ay, ya sé! —secundó mi madre—. Bueno, la otra noche le
tocó a Luís fundirse con el sofá porque me quedé dormida sobre su hombro. —.
Bostezó y se estiró, sentada como estaba —. Yo ya pedí las vacaciones como me
pediste que hiciera, hija. ¿Ya nos vas a decir a dónde vamos?
—¡Vamos a ir al hotel con aguas termales que está en la
carretera! —soltó por fin Raquel, se veía que estaba aguantándose las ganas de
contarlo—. ¿Te acuerdas, mami? Hace mucho que no vamos allí.
—¡Oh, qué padre! —Aplaudió y dio pequeños pisotones en su
lugar—. Tienes razón, no vamos allí desde que eras una bebé, Raqui.
—Y vamos a tener un día de spa tú y yo, mamá —dijo Julia
mientras le acercaba un panfleto que detallaba lo que incluía el paquete.
—De hecho, escogí el paquete 3 —dijo la menor a nuestra
hermana—. Van a ser 2 días para que se relajen totalmente.
—¡¿Qué?! —Parecía que la sorpresa no le sentó tan bien a
Julia—. ¿Cómo piensas que…
—Tú tranquila, luego te cuento. Es mi sorpresa para ustedes,
bueno, podemos decir que también de Luís, porque él va a pagar una parte.
—Así que eso era —dije al fin, ella me había pedido dinero
prestado dizque para comprarse un vestido carísimo unos días atrás y, de nuevo,
mis ahorros sufrieron un revés que me había dolido un poco. Pero ahora que me
enteraba de todo, me sentía mejor al respecto.
Las reservaciones eran para todo el fin de semana en que iba
a caer mi cumpleaños, el cual sería el jueves. En mi trabajo, los jefes
organizaban una celebración cuando un empleado cumplía años, pero cuando le
informé a mi jefe de los planes que me acababan de compartir mi familia, él
accedió a adelantarme días de vacaciones; a fin de cuentas, me confesó que les
salía más barato que me ausentara. Vaya cabrón. No era el peor jefe del mundo,
pero no se contenía en hacernos ver que en ese lugar todo lo que importaba era
el dinero, ya fueran ausencias por incapacidad, retardos, ni hablar de pérdidas
por accidentes u órdenes equivocadas. Yo daba por sentado que iba a negarse a
darme un fin de semana entero libre, pero parece que yo no era tan
indispensable como había imaginado, ventajas de no sobresalir, supongo.
El día llegó. Todos habíamos preparado las maletas con
anticipación y llegamos temprano al hotel, tuvimos que esperar en el lobby
porque aún no entregaban nuestras habitaciones. Mamá y yo estábamos revisando
la tienda de souvenirs en caso de que se nos hubiera olvidado traer algo como
protector solar o algo así, entonces vimos que Raquel y Julia venían
discutiendo con un par de llaves.
—No me voy a disculpar. Lo hice por ustedes, para que
alcanzara para su segundo día de spa, hermanita.
—Mejor no me hables, que no estoy de humor ahora.
—¿Qué pasó? —dijo mamá, que estaba probándose un sombrero de
playa blanco y unos lentes oscuros.
—Nada, nada —se apresuró a contestar Raquel—. Nuestras
habitaciones van a ser dobles, no le dije a Julia que no vamos a quedarnos en
una suite.
—¡Oh, bueno! —Mi madre buscó ponerle fin al asunto pronto,
aunque se notó que le desilusionaba enterarse que habríamos podido dormido en
la suite —. De todas formas, yo me la voy a pasar el día entero en el spa.
—Eso mismo pensé —dijo la hija menor mientras le entregaba
una de las llaves con una sonrisa de oreja a oreja.
Y fue plan con maña, porque Julia y mi madre dormirían
juntas, lo que implicaría que Raquel y yo…
—¿No sería mejor si Luís se quedara conmigo? —propuso mi
madre, al ver que las camas eran matrimoniales y no separadas.
—¡Ay, no, mamá! ¿Ya viste todo el itinerario de lo que van a
hacer? —Le acercó de nuevo el maltratado panfleto—. Sus sesiones empiezan a las
9.
—¿Y eso?
—Que Luís y yo vamos a desvelarnos, hay barra libre y quiero
que festejemos como se debe. Lo último que vamos a querer es que tú y Julia nos
despierten temprano y ustedes tampoco quieren que las despertemos en la madrugada,
oliendo a alcohol y guacareada.
—¡Por Dios! ¿Pues qué piensan hacer?
—¡Ay, mamá! No sólo ustedes necesitaban vacaciones. Yo vine
aquí a empedarme y ya estamos aquí, así que no voy a quedarme con las ganas.
—Creo que es mejor así, mamá —habló por fin Julia, que había
estado fría y callada como un muro—. Raquel tiene razón, ella tiene sus planes
y nosotros, los nuestros. Además, no es como si no estuviéramos acostumbrados a
vivir así, ellos por su lado y nosotras, aparte. —Eso último había sonado un
poco triste, pero enseguida nos extendió una sonrisa enorme—. ¡Ya estamos aquí!
Vamos a sacarle provecho.
Y así, comenzaron a desempacar mientras Raquel y yo nos
dirigíamos a nuestra habitación… la cual estaba en otro edificio.
—¿No había un cuarto más alejado? —Pregunté recostado en la
cama, mientras ella empezaba a hacer un caos sacando cosas de su maleta.
—¿Querías que nos tocara al lado de ellas y nos escucharan?
Su mirada era totalmente felina, parecía otra. Claro que
tenía bien presente lo que iba a suceder en esa alcoba, ese fin de semana… esa
noche; sin embargo, me sorprendía lo bien que había planeado todo Raquel y que
al final, mi madre no hubiera insistido en que no durmiéramos juntos. Comenzó a
desnudarse, su traje que baño de una pieza la esperaba al borde de la cama,
pero ella comenzó a gatear sobre el colchón en dirección a mí. Siempre es un
espectáculo admirar el balancear de esos pechos. Nos besamos y antes de que
empezara a recorrer su cuerpo con mi boca, se apartó de mí.
—¡Ah, ah, ah~! Mamá y Julia nos están esperando en la
alberca, ya casi es hora.
Bajamos pronto y tuvimos que esperar un rato sentados en las
mesas exteriores. Supe que era mi madre por el sombrero blanco que acababa de
comprar, pero no podía creer que debajo de toda esa ropa holgada que suele usar
en casa tuviera un cuerpo semejante. También llevaba puesto un traje de una
pieza, pero a diferencia del de Raquel, negro con una abertura lateral que
mostraba su abdomen, el de mi madre era color rojo y con aberturas en los
costados, las cuales sentaban bien a su figura. No tenía muchas curvas pero ese
traje hacía que luciera caderona. Pero mi corazón se detuvo al ver a Julia.
Llevaba un bikini azul aqua que apenas alcazaba a cubrir sus melones y
sostenerlos con unos tirantes diminutos. Ambas llevaban faldas traslúcidas y fue
evidente desde el inicio que no tenían intenciones de meterse a nadar con
nosotros y nuestra pelota inflable.
No pasó mucho antes de que el lado infantil de Raquel saliera
a flote… e intentara ahogarme. Se aferraba a mí con brazos y piernas y me
retaba a zafarme, lo cual era la escusa perfecta para tocar sus nalgas y su concha
debajo de la superficie, mientras estábamos a la vista todos alrededor, lo cual
nos cargó de más excitación que cuando estábamos solos. Hubo un momento en que
Raquel invitó a las dos faltantes, sin que éstas pudieran imaginar que tenía
mis dedos metidos en ella. La diferencia entre el agua clorada tibia y la
humedad hirviente que rodeó mis falanges era apenas perceptible, pero me
encantaba sentirla.
Salimos y fuimos a las sillas donde mamá leía un libro
mientras Julia se bronceaba la espalda. En la piscina sólo daban bebidas y
botanas, así que tuvimos que regresar a nuestras habitaciones y vestirnos para
comer en el restaurante. Raquel se puso un vestido negro pegadísimo que se le
ajustaba a la piel como un guante de látex, tacones de aguja que redujeron
nuestra diferencia de estaturas a casi nada y un collar que en mi vida le había
visto.
—Digamos que yo lo uso, como soy tu regalo de cumpleaños,
también es para ti. —Me guiñó el ojo y me plantó un beso lento y fogoso a más
no poder.
Por fortuna, la tela gruesa de los jeans apenas permitieron
que mi erección se notara, porque ésta no se calmó durante nuestro trayecto al
restaurante.
—¡Bueno, Raqui! ¿Tú vienes a parrandear o a ligar? —le dijo
mi madre ya que nos sentamos para no tener gritar.
—Un poco de esto, un poco de aquello. Luís ya me dijo que me
va a cuidar de los chicos malos.
—No me gusta la idea de emborracharme —dije, mientras
revisaba la sección de bebidas en el menú—, así que me tendrás vigilándola como
un perro, mamá.
Nuestros dedos se entrelazaron debajo de la mesa. La comida
vino con la obvia “sorpresa” del número musical de los meseros y un pastel con
vela tipo bengala (como si yo no trabajara en un restaurante). Aunque solíamos
comer juntos, se respiraba un ambiente completamente distinto, mamá y Julia se
veían rebosantes de alegría y comenzaron a compartir anécdotas interminables.
Resulta que a mamá le habían ofrecido varias veces un puesto que implicaría
movernos a la capital, pero eso implicaría vender la casa que compró mi padre y
eso era algo que no estaba dispuesta a aceptar.
—Aunque ganaría más, la diferencia del sueldo se me iría en
las rentas estratosféricas de allá. Mejor me dediqué a crecer aquí mismo.
Similar a mi madre, Julia estaba teniendo muchas ofertas de
trabajar en los estudios de la televisora en la capital.
—Michelle —su amiga— me dice que, si aquí están las cosas
patas arriba, allá está horrible. Llamados en medio de la noche, fiestas de
convivencia obligatorias y todo un bajo mundo del cual las dos hemos sabido
mantenernos al margen.
—Oye, hija. ¿Y cómo van las cosas con Michelle?
—Eh… ¿bien? —La pregunta la agarró desprevenida, como a
todos los demás en la mesa—. ¿Por qué preguntas?
—Bueno, es que he visto que nos platicas mucho de ella y se
la pasan juntas todo el rato….
—Pues sí, somos compañeras en cabina.
—Oh, bueno. No te enojes, pero pensé que… era más que una
amiga.
—¡¿Qué?!
Golpeó la mesa tan fuertemente que pude sentir las miradas
de los comensales a nuestro alrededor.
—Perdón, Julia. No te enojes, por favor. No quise ser
grosera y tampoco es algo que te deba molestar, no es nada malo.
—E-eso… —acudí al rescate de mi madre—. Es como si yo me
enojara de que pensaran que soy gay. Yo sé que no lo soy, no me molesta lo que
piensen.
—Bueno, sería difícil que cualquiera de las tres pensáramos
eso, hijo.
—Con lo mucho que te gustan las tetas… —Mi hermana menor se
llevó las manos al escote y apretó sus lolas para formar un canalillo entre
éstas. Un movimiento audaz, diría yo imprudente, pero que nos soltó unas risas
a todos y finalmente enterró cualquier resentimiento—. Además, Julia. No te
ensañes con mamá, nunca te hemos conocido un novio, estás igual que Luís.
—Es verdad. ¿Cómo es posible que la primera en tener novio
haya sido la más chica?
—Es que soy la más bonita. —Sacó su lengua mientras bailaba
sentada.
Julia permaneció al margen de la conversación el resto de la
tarde. No pude evitar notar que le había afectado todo eso de que era una
solterona al grado de que mi madre haya considerado que fuera lesbiana. Esa era
una posibilidad que no se me había ocurrido ni en mis más bajas fantasías
cahqueteras, las cuales, gracias a Raquel, parecían ser cosa del pasado. Pero a
partir de entonces, era otro imán que se había pegado a la puerta de
refrigerador de mi cerebro.
Recorrimos los cuatro los jardines del hotel, el cual conducía
al balneario con toboganes y alberca de olas que a nadie nos llamaron la
atención. El plan para la noche era ir al bar a beber y bailar, según Raquel,
hasta no poder más. Yo no esperaba que nos acompañara Julia, pero mi sorpresa
fue mayor no sólo al verla con un atuendo despampanante de top de látex verde
neón y una minifalda negra, sino al ver a nuestra madre en un vestido blanco
entallado, un poco clásico, pero que la hacían lucir muy sexy. Raquel y yo no
nos cambiamos y, aunque se la veía entregada totalmente a la música y la
fiesta, pude notar que no le hacía gracia tener a Julia y mamá viéndonos. Tuvo
que disimular y aceptó bailar con un par de sujetos antes de sacarme de la
barra y obligarme a humillarnos con mis pasos de baile improvisados.
—Tienes la gracia de un elefante, pero ya me di cuenta de que
puedes aprender cosas nuevas si te lo propones.
Su boca estaba en mi oreja, pero sus gritos pasaron por un
susurro por el volumen de la música. Así que Julia no nos escuchó mientras se nos
unía y pronto, nuestra madre también. Era evidente que a las tres les encantaba
bailar y que, por cosas de la vida, o apenas lo notaba o apenas tuvieron
oportunidad de hacerlo. Si mi hermanita ya atraía las miradas de otros sujetos,
Julia y mi madre hicieron que esas miradas no sólo se posaran en esas
despampanantes mujeres, sino en el imbécil con la gracia de un elefante que las
acompañaba. El pop y el tecno dieron paso a la salsa y si bien fue más
vergonzoso ser visto mientras cada una me enseñaba a hacerlas girar sin
estamparnos en el intento, nos la pasamos muy bien los cuatro. No sabíamos ni
qué hora era hasta que pusieron reggaetón y esa fue la salida de mi madre y
Julia. Esa música (y el baile) nunca fue lo mío, pero después de que mi
hermanita empezara a perrear salvajemente frente a mí y que cualquier otro
pretendiente se alejara de nosotros al ver que restregaba su culo en mí con
tanta soltura (y falta de vergüenza); empecé a agarrarle cariño al tumpá-tumpá.
Los planes de emborracharse habían sido una fachada de mi
hermana para alejar a las otras dos, rechazó seguir bebiendo y cuando yo creí
que nos amaneceríamos bailando, me hizo el ademán de irnos de ahí. Después de
hacer un último ridículo al querer pagar en la barra libre, dejé una de esas propinas
que yo bien sé que cualquier bar tender espera recibir al menos una vez al mes
y fui a encontrarme con Raquel. Vi cómo uno de los chicos con quien había
bailado estaba molestándola y la tomé de la cintura para irnos de ahí, ni bien
subimos el primer tramo de escaleras, nos besamos y corrimos rumbo a la
habitación.
Pusimos seguro en la puerta, me aseguré de cerrar el
corredizo cristal que daba al balcón y al girar, ella estaba tendida sobre la
cama. No podría decir que eran sólo mis ansias acumuladas desde hace meses, era
una auténtica diosa y estaba esperándome, literalmente, con los brazos
abiertos.
—Ven a mí, galán.
Gateé sobre ella y sentí la teta por encima de la tela de su
vestido mientras nuestros labios volvieron a fundirnos en un beso largo y
apasionado. No era la primera vez que nuestras lenguas danzaban, nuestro
frenesí era palpable, estábamos a punto de echar chispas y pronto, la ropa
empezó a molestarnos. Ella en pantis y yo, en bóxer, me entretuve lamiendo y
mordisqueando ese par de mangos suyos, alternando entre cada uno mientras
estrujaba y pellizcaba el que no tuviera en la boca. Ella no contuvo sus
gemidos y la confianza de estar lejos de los otros dos miembros de la familia
hizo que por primera vez, escuchara los gritos y bramidos que tanto había
escuchado en el porno.
—¡Ah! ¡Sí! ¡Así! ¡Sigue así, me encanta que me comas!
¡Muérdeme! ¡Soy tuya, Luís! ¡Cómeme toda!
El olor de su perfume y el sabor de su sudor eran droga
pura, pero escucharla así de desatada era echar gasolina al fuego. Mis dientes
empezaron a dejar marcas en esos dos montecitos y sus gemidos siguieron
subiendo de tono. La costumbre me hizo continuar el ritual y bajar a sus bragas
negras, de encaje y con un perfume especial, esa fragancia que ya me hacía
salivar como si fuera aroma a pan recién horneado. Mi golosina estaba
esperándome, y un nuevo beso, ahora en ese otro par de labios, hizo que nos
fundiéramos otra vez y logré arrancarle un grito que me dio escalofríos. No vi
sus manos a la cadera, el rodeo había iniciado y esa bestia se alejaba y me
embestía con cada lamida a su clítoris, mi juguete predilecto y sus jugos,
manjar de dioses.
De pronto, ella giró sobre el eje de su concha y mi lengua y
fue al encuentro de mi verga, la cual estaba dura como la piedra y al límite.
Su boca estaba muy familiarizada con mi garrote y los reflejos de su faringe
dejaron de provocarle arcadas hacía poco, ahora disfrutaba los espasmos que de
repente apretaban mi cabeza inferior. Nos acomodamos mejor y así formamos un 69
de manual, en el que ambos estuviéramos cómodos y mi nariz rozaba directamente
con su ano, el cual ya estaba depilado y al notarlo, por primera vez recibió la
visita de mi lengua.
—¡Uf! ¡Qué bien se siente! —Sus manos atendieron mi riata
mientras su boca descansaba un poco y su pelvis me invitó a continuar, era
evidente que lo había esperado—. Come todo lo que quieras, pero no te
emociones, hoy no vas a entrar ahí.
La falta de sangre en mi cerebro me impidió cuestionarla y,
como había estado las últimas semanas, la obedecí. Curioso cómo habían tornado
las mesas, era ella la que ahora ponía las condiciones y… francamente, no me
importó. Intercalé mis lamidas entre ambas entradas, decir que aquello la
estaba volviendo loca es decir poco, pronto llegaron esos espasmos que tanto
estaba esperando y el abrazo mortal de esos muslos que me llenaban de un
orgullo animal mientras recibía ese jugo de mujer y batallaba por respirar
entre sus nalgas.
La práctica había rendido sus frutos, todavía no me había
corrido y antes de que volviera a arremeter contra mi tranca, me acomodé para
probar nuevamente su boca. Probamos nuestros fluidos y sus palmas estrujaron mi
rostro mientras sus dientes castigaron mis labios.
—Eres un cabrón con suerte. Me tienes toda para ti,
hermanito. Toda, todita.
—Me tienes esperando desde aquella vez, hermanita.
—Por poco y ya no aguantaba a hoy. He estado mojadita desde
que salimos de casa.
—Tampoco habría sido malo adelantar mi regalo…
Frunció su nariz y encajó sus uñas debajo de mis orejas,
dándome a entender que jamás me iba a dar la razón en lo que acababa de decir. Nos
perdimos totalmente en los ojos del otro, esto había dejado de ser sólo morbo y
calentura hacía mucho tiempo.
Mi glande había encontrado a tientas su destino, ella
pareció salir del hechizo de nuestras miradas y los nervios se asomaron
brevemente en su sonrisa.
—¡Uy! S-sólo ve con calma… —dijo, sin dejar de ver hacia
nuestros sexos mientras rodeaba mi cuello con sus brazos.
—Tú me avisas.
Yo esperaba una palabra, que me asintiera con la cabeza,
pero sólo cerró los ojos y antes de que entendiera que esa era la señal, ella
misma se apuñaló. No sé si el tiempo se detuvo también para ella, pero yo estaba a nada
de conocer a Dios en ese momento. De sus labios salían siseos que se esfumaban
entre exhalaciones que iban a parar directamente a mi oído al mismo tiempo que
mi espalda recibía el ataque de sus uñas por unos instantes. Hubo un instante,
justo cuando esas garras empezaron a ceder terreno, en el que reaccioné y
empecé a entrar lentamente. No estaba seguro de qué había pasado, pues había
leído que la primera vez de una mujer era dolorosa y esperé toparme con la
membrana que guardaba la virginidad de mi hermanita, pero no. En su lugar, mi
verga estaba batallando con aquella entrada tan estrecha, que cerraba en
ocasiones y apretaba mi carne al grado de empujarme un poco hacia afuera.
No recibí más señales y no me detuve hasta sentir que la
mitad de mi macana estaba dentro, ahora sentía mejor cada espasmo en su
interior, los cuales eran cada vez menos intensos. Retrocedí un poco, casi la
sacaba y sentí el interior su muslo elevarse, entendí la señal y apoyé su
pierna en mi brazo mientras volvía a entrar. Fui entrando cada vez más con cada
vaivén. Iba lento no sólo en consideración a Raquel, sino porque estaba seguro
de que podría venirme en cualquier momento.
Sus brazos se relajaron y pronto, ella se tendió de nuevo en
la cama. Sus ojos estaban cerrados y su rostro retrocedía y giraba lentamente
con cada penetración. Ella ronroneaba como una gata y sus ojos se abrieron
cuando al fin pude entrar por completo. Yo habría jurado minutos atrás que me
iba a correr en cualquier segundo, pero quería seguir. Dejó de mirar al techo y
me vi reflejado en su mirada nuevamente, escuché de nuevo un en mi mente un
disparo y empecé a bombear con cierto ritmo. Los gemidos volvieron a escucharse
al poco rato y su otra pierna pidió ser elevada también. Yo estaba al borde, en
serio que no podía ni pensar ni respirar bien, sólo podía resoplar con cada
exhalación y cada vez, fui acelerando. El suelo podría haber temblando y yo ni habría
podido darme cuenta, estaba delirando, todo se sentía de repente como si fuera
un sueño. Dejé de prestar atención a lo que ella me decía, sólo recuerdo que
sus labios se movían. “Sí”, “Más”, “¡Más!”, “¡MÁS!”… no podría asegurarlo, pero
eso pensé que decía. Solté sus piernas y me apoyé sobre la cama mientras éstas
se asían a mi cintura.
Lo llaman la muerte chiquita… ahora sabía por qué. Sentí ese
chorro abandonar mi cuerpo y con él, mis fuerzas. Todo dejó de importar por un
instante, quería desplomarme en ese preciso momento pero mis brazos no cedieron.
Vi gotas de sudor caerme de la nariz y el mentón, estaba completamente tenso
mientras las piernas de mi hermana menor se contraían por última vez, antes de
resbalar a mis costados como seda y sus brazos se extendieron para recibirme
con una sonrisa divina.
—¿Y bien? —Sus dedos estaban surcando mi cabello mientras me
volvía a embriagar con el perfume de su cuello —. ¿Valió la pena la espera?
—Puedes matarme en este instante y moriría feliz.
—Siempre tan romántico, ¿eh?
—“Te culpo por ello” —Una cita de la obra que estaban
ensayando. En verdad, me faltaba el aire.
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