El Hombre de la Casa 4: Regalo de Cumpleaños

 

El sexo es buen motivo para el chantaje. A partir de entonces, me esforcé tanto por no meter la pata que a ella le parecían divertidos mis intentos de complacerla. ¿Ver lo que ella quisiera en la tele? ¿Pedir la pizza que quería? ¿El café que le gustaba? ¿Ir al cine? ¿Asistir a su obra? Si bien, la mayoría eso lo hubiera hecho sin chistar, era evidente que me tenía agarrado de los huevos. No lo había pensado, pero a ser la que ordenaba en lugar de la que obedecía. Y esto había pasado desapercibido por mí: no había vuelto a darle alguna orden en mucho tiempo. Sinceramente, con la bien que nos la empezamos a pasar entre ambos, ni había pensado que fuera necesario.

—¿Verdad que es un amor? —le dijo una de sus compañeras de teatro tras el ensayo que, obviamente, fui a ver—. Quisiera tener un hermano así.

—Ya sé —se pavoneó—. Pero es mío y de nadie más.

—¡Ay, Dios! —rio con un poco de nerviosismo junto a las demás—. Pobre de la que sea tu cuñada

—¿Has pensado alguna vez en tener novia? —me preguntó mientras se aferraba con fuerzas al brazo con el que rodee su cuello. Ya íbamos de camino a casa —. Nunca te conocimos a ninguna amiga.

—Francamente, nunca me llamó la atención nadie.

—Nadie excepto Julia —se rio.

—Y tú.

Ahogó un chillido en la tela de mi chamarra y ocultó su cara al resto de la gente en la calle. Era verdad, todo este tiempo había estado tan embelesado con mi pequeña hermana menor que ni siquiera había vuelto a pensar en Julia. Era increíble, si tomamos en cuenta el grado al que llegaba mi obsesión y, afortunadamente, Raquel no ahondó en el asunto. Creo que, de haberme insistido en ello, me habría resultado difícil mentirle; además de que, después de todo, nuestra hermana mayor era casi una segunda madre para ambos.

Pasamos por pizza para cenar, estaba anocheciendo cuando llegamos a la casa y Julia ya había preparado la mesa para juntos esperar a mamá.

—Parecen un par de enamorados, ustedes dos —soltó ella. Yo me sobresalté y no sabría decir si ese comentario una burla inocente o si lo había detectado cierta saña.

—Nos la pasamos muy bien últimamente —contestó Raquel, segura de sí misma—. Con eso de que ya ni estás en casa… ya no eres la favorita, hermanita.

—¡Oh, no! —hizo un ademán dramático e imitó a las actrices de las novelas—. ¡Me han robado el corazón de mi pobre hermanito!

Ambas se estaban divirtiendo, pero no pude evitar disociarme de su conversación. En cierto sentido, así parecía ser. Era como si me estuviera despertando de un sueño, sólo que no sabía decir cuál era el despertar, si pasar de mi obsesión y fantasías con Julia a intimar con Raquel… o el darme cuenta de que lo que estaba haciendo con mi hermana menor era para taparle el ojo al macho. A fin de cuentas, todo había empezado por eso de la hipnosis.

—Pues deberías intentarlo alguna vez. —Escuché a la menor decirle a la mayor.

—No, gracias, yo paso. No creo en esas cosas.

—Tú te lo pierdes. La primera vez, tampoco creía que iba a funcionar y después, creí que íbamos a tener que hacer varias sesiones, como un psicólogo o algo así… pero sólo bastaron dos. Bueno, aparte de que ahora platicamos más y no ha hecho falta. ¿Verdad? —dijo, volteando hacia mí mientras posaba su mano sobre la mía.

—Es verdad. Ni yo pensé que fuera a funcionar en un inicio. Creo que ha sido mejor para los dos empezar a platicar.

—¡Oh! ¿Y de qué platican?

—De todo y nada, Julia. Es como si hubiéramos pasado de ser desconocidos a ser amigos.

—O sea que ya pasé a ser una desconocida en esta casa.  —Una mirada felina se asomó debajo de sus cejas algo fruncidas, de alguna manera, eso hizo sentirme incómodo.

No era el único, Raquel guardó silencio también. No era del todo falso, Julia era ahora más parecida a nuestra madre, porque habíamos dejado de verla entre semana por varios meses. Trabajar en los medios de comunicación siempre había requerido de ella su total disponibilidad y jornadas de trabajo impredecibles. Ahora que estaba con la producción en televisión, era como si viviera en los foros y sólo llegara a casa a descansar. Las tareas del hogar habían pasado a ser responsabilidad de Raquel y yo, así que ya ni siquiera la veíamos salir mucho de su cuarto los fines de semana.

La puerta se abrió y mi madre llegó para dar fin a ese silencio incómodo. Pero esas palabras abrieron una ligera zanja entre mi hermana mayor y nosotros.

—Es raro —dijo Raquel, mientras yo le hacía piojito en el sofá—. No me había dado cuenta, pero es como si estuviéramos viviendo solos y mamá y Julia vinieran sólo de visita.

—Sí… Lo mismo estaba pensando.

—Aunque sí sería muy diferente si en verdad viviéramos solos, ¿no?

Sentí su palma sobre mi entrepierna y en cosa de nada, mi verga empezó a despertar. Tuve que quitar aquella mano cariñosa porque mamá estaba a unos metros, moviendo una cosa en la alacena que estaba a detrás de nosotros. Tampoco era que fuéramos imprudentes o ya no nos diera miedo ser descubierto, sino que mamá vivía en su mundo casi todo el tiempo, aunque no por eso me iba a arriesgar a ser visto con una erección con la cara de mi hermana menor en el regazo.

—Si de por sí… —apreté su teta con brusquedad bajo su camisa y retiré mi mano al escuchar los pasos de las pantuflas de mamá acercarse.

—Ya acapararon el sofá para ustedes, ¿verdad?

—Está muy cómodo —contestó Raquel.

—¿Qué? ¿El sofá o tu hermano?

Ambas rieron y le hicimos espacio para que se sentara con nosotros, apoyó su cabeza en mi hombro y nos quedamos viendo la serie en silencio. Mi madre siempre llegaba cansadísima de su segundo trabajo en la tienda departamental y no me sorprendió escucharla roncar a los pocos minutos. Raquel se levantó con cuidado para no despertarla y se fue a su cuarto, no sin antes tentar nuestra suerte un poco y levantarse la blusa fugazmente para flashearme sus manguitos.

Ese fin de semana, mientras todos estábamos reunidos en el comedor, Raquel y Julia se levantaron e hicieron un anuncio:

—Vamos a tomarnos unas vacaciones —empezó Julia—. Mamá y yo estamos como zombis últimamente y ya hasta nos sentimos parte de la decoración cuando llegamos a casa.

—¡Ay, ya sé! —secundó mi madre—. Bueno, la otra noche le tocó a Luís fundirse con el sofá porque me quedé dormida sobre su hombro. —. Bostezó y se estiró, sentada como estaba —. Yo ya pedí las vacaciones como me pediste que hiciera, hija. ¿Ya nos vas a decir a dónde vamos?

—¡Vamos a ir al hotel con aguas termales que está en la carretera! —soltó por fin Raquel, se veía que estaba aguantándose las ganas de contarlo—. ¿Te acuerdas, mami? Hace mucho que no vamos allí.

—¡Oh, qué padre! —Aplaudió y dio pequeños pisotones en su lugar—. Tienes razón, no vamos allí desde que eras una bebé, Raqui.

—Y vamos a tener un día de spa tú y yo, mamá —dijo Julia mientras le acercaba un panfleto que detallaba lo que incluía el paquete.

—De hecho, escogí el paquete 3 —dijo la menor a nuestra hermana—. Van a ser 2 días para que se relajen totalmente.

—¡¿Qué?! —Parecía que la sorpresa no le sentó tan bien a Julia—. ¿Cómo piensas que…

—Tú tranquila, luego te cuento. Es mi sorpresa para ustedes, bueno, podemos decir que también de Luís, porque él va a pagar una parte.

—Así que eso era —dije al fin, ella me había pedido dinero prestado dizque para comprarse un vestido carísimo unos días atrás y, de nuevo, mis ahorros sufrieron un revés que me había dolido un poco. Pero ahora que me enteraba de todo, me sentía mejor al respecto.

Las reservaciones eran para todo el fin de semana en que iba a caer mi cumpleaños, el cual sería el jueves. En mi trabajo, los jefes organizaban una celebración cuando un empleado cumplía años, pero cuando le informé a mi jefe de los planes que me acababan de compartir mi familia, él accedió a adelantarme días de vacaciones; a fin de cuentas, me confesó que les salía más barato que me ausentara. Vaya cabrón. No era el peor jefe del mundo, pero no se contenía en hacernos ver que en ese lugar todo lo que importaba era el dinero, ya fueran ausencias por incapacidad, retardos, ni hablar de pérdidas por accidentes u órdenes equivocadas. Yo daba por sentado que iba a negarse a darme un fin de semana entero libre, pero parece que yo no era tan indispensable como había imaginado, ventajas de no sobresalir, supongo.

El día llegó. Todos habíamos preparado las maletas con anticipación y llegamos temprano al hotel, tuvimos que esperar en el lobby porque aún no entregaban nuestras habitaciones. Mamá y yo estábamos revisando la tienda de souvenirs en caso de que se nos hubiera olvidado traer algo como protector solar o algo así, entonces vimos que Raquel y Julia venían discutiendo con un par de llaves.

—No me voy a disculpar. Lo hice por ustedes, para que alcanzara para su segundo día de spa, hermanita.

—Mejor no me hables, que no estoy de humor ahora.

—¿Qué pasó? —dijo mamá, que estaba probándose un sombrero de playa blanco y unos lentes oscuros.

—Nada, nada —se apresuró a contestar Raquel—. Nuestras habitaciones van a ser dobles, no le dije a Julia que no vamos a quedarnos en una suite.

—¡Oh, bueno! —Mi madre buscó ponerle fin al asunto pronto, aunque se notó que le desilusionaba enterarse que habríamos podido dormido en la suite —. De todas formas, yo me la voy a pasar el día entero en el spa.

—Eso mismo pensé —dijo la hija menor mientras le entregaba una de las llaves con una sonrisa de oreja a oreja.

Y fue plan con maña, porque Julia y mi madre dormirían juntas, lo que implicaría que Raquel y yo…

—¿No sería mejor si Luís se quedara conmigo? —propuso mi madre, al ver que las camas eran matrimoniales y no separadas.

—¡Ay, no, mamá! ¿Ya viste todo el itinerario de lo que van a hacer? —Le acercó de nuevo el maltratado panfleto—. Sus sesiones empiezan a las 9.

—¿Y eso?

—Que Luís y yo vamos a desvelarnos, hay barra libre y quiero que festejemos como se debe. Lo último que vamos a querer es que tú y Julia nos despierten temprano y ustedes tampoco quieren que las despertemos en la madrugada, oliendo a alcohol y guacareada.

—¡Por Dios! ¿Pues qué piensan hacer?

—¡Ay, mamá! No sólo ustedes necesitaban vacaciones. Yo vine aquí a empedarme y ya estamos aquí, así que no voy a quedarme con las ganas.

—Creo que es mejor así, mamá —habló por fin Julia, que había estado fría y callada como un muro—. Raquel tiene razón, ella tiene sus planes y nosotros, los nuestros. Además, no es como si no estuviéramos acostumbrados a vivir así, ellos por su lado y nosotras, aparte. —Eso último había sonado un poco triste, pero enseguida nos extendió una sonrisa enorme—. ¡Ya estamos aquí! Vamos a sacarle provecho.

Y así, comenzaron a desempacar mientras Raquel y yo nos dirigíamos a nuestra habitación… la cual estaba en otro edificio.

—¿No había un cuarto más alejado? —Pregunté recostado en la cama, mientras ella empezaba a hacer un caos sacando cosas de su maleta.

—¿Querías que nos tocara al lado de ellas y nos escucharan?

Su mirada era totalmente felina, parecía otra. Claro que tenía bien presente lo que iba a suceder en esa alcoba, ese fin de semana… esa noche; sin embargo, me sorprendía lo bien que había planeado todo Raquel y que al final, mi madre no hubiera insistido en que no durmiéramos juntos. Comenzó a desnudarse, su traje que baño de una pieza la esperaba al borde de la cama, pero ella comenzó a gatear sobre el colchón en dirección a mí. Siempre es un espectáculo admirar el balancear de esos pechos. Nos besamos y antes de que empezara a recorrer su cuerpo con mi boca, se apartó de mí.

—¡Ah, ah, ah~! Mamá y Julia nos están esperando en la alberca, ya casi es hora.

Bajamos pronto y tuvimos que esperar un rato sentados en las mesas exteriores. Supe que era mi madre por el sombrero blanco que acababa de comprar, pero no podía creer que debajo de toda esa ropa holgada que suele usar en casa tuviera un cuerpo semejante. También llevaba puesto un traje de una pieza, pero a diferencia del de Raquel, negro con una abertura lateral que mostraba su abdomen, el de mi madre era color rojo y con aberturas en los costados, las cuales sentaban bien a su figura. No tenía muchas curvas pero ese traje hacía que luciera caderona. Pero mi corazón se detuvo al ver a Julia. Llevaba un bikini azul aqua que apenas alcazaba a cubrir sus melones y sostenerlos con unos tirantes diminutos. Ambas llevaban faldas traslúcidas y fue evidente desde el inicio que no tenían intenciones de meterse a nadar con nosotros y nuestra pelota inflable.

No pasó mucho antes de que el lado infantil de Raquel saliera a flote… e intentara ahogarme. Se aferraba a mí con brazos y piernas y me retaba a zafarme, lo cual era la escusa perfecta para tocar sus nalgas y su concha debajo de la superficie, mientras estábamos a la vista todos alrededor, lo cual nos cargó de más excitación que cuando estábamos solos. Hubo un momento en que Raquel invitó a las dos faltantes, sin que éstas pudieran imaginar que tenía mis dedos metidos en ella. La diferencia entre el agua clorada tibia y la humedad hirviente que rodeó mis falanges era apenas perceptible, pero me encantaba sentirla.

Salimos y fuimos a las sillas donde mamá leía un libro mientras Julia se bronceaba la espalda. En la piscina sólo daban bebidas y botanas, así que tuvimos que regresar a nuestras habitaciones y vestirnos para comer en el restaurante. Raquel se puso un vestido negro pegadísimo que se le ajustaba a la piel como un guante de látex, tacones de aguja que redujeron nuestra diferencia de estaturas a casi nada y un collar que en mi vida le había visto.

—Digamos que yo lo uso, como soy tu regalo de cumpleaños, también es para ti. —Me guiñó el ojo y me plantó un beso lento y fogoso a más no poder.

Por fortuna, la tela gruesa de los jeans apenas permitieron que mi erección se notara, porque ésta no se calmó durante nuestro trayecto al restaurante.

—¡Bueno, Raqui! ¿Tú vienes a parrandear o a ligar? —le dijo mi madre ya que nos sentamos para no tener gritar.

—Un poco de esto, un poco de aquello. Luís ya me dijo que me va a cuidar de los chicos malos.

—No me gusta la idea de emborracharme —dije, mientras revisaba la sección de bebidas en el menú—, así que me tendrás vigilándola como un perro, mamá.

Nuestros dedos se entrelazaron debajo de la mesa. La comida vino con la obvia “sorpresa” del número musical de los meseros y un pastel con vela tipo bengala (como si yo no trabajara en un restaurante). Aunque solíamos comer juntos, se respiraba un ambiente completamente distinto, mamá y Julia se veían rebosantes de alegría y comenzaron a compartir anécdotas interminables. Resulta que a mamá le habían ofrecido varias veces un puesto que implicaría movernos a la capital, pero eso implicaría vender la casa que compró mi padre y eso era algo que no estaba dispuesta a aceptar.

—Aunque ganaría más, la diferencia del sueldo se me iría en las rentas estratosféricas de allá. Mejor me dediqué a crecer aquí mismo.

Similar a mi madre, Julia estaba teniendo muchas ofertas de trabajar en los estudios de la televisora en la capital.

—Michelle —su amiga— me dice que, si aquí están las cosas patas arriba, allá está horrible. Llamados en medio de la noche, fiestas de convivencia obligatorias y todo un bajo mundo del cual las dos hemos sabido mantenernos al margen.

—Oye, hija. ¿Y cómo van las cosas con Michelle?

—Eh… ¿bien? —La pregunta la agarró desprevenida, como a todos los demás en la mesa—. ¿Por qué preguntas?

—Bueno, es que he visto que nos platicas mucho de ella y se la pasan juntas todo el rato….

—Pues sí, somos compañeras en cabina.

—Oh, bueno. No te enojes, pero pensé que… era más que una amiga.

—¡¿Qué?!

Golpeó la mesa tan fuertemente que pude sentir las miradas de los comensales a nuestro alrededor.

—Perdón, Julia. No te enojes, por favor. No quise ser grosera y tampoco es algo que te deba molestar, no es nada malo.

—E-eso… —acudí al rescate de mi madre—. Es como si yo me enojara de que pensaran que soy gay. Yo sé que no lo soy, no me molesta lo que piensen.

—Bueno, sería difícil que cualquiera de las tres pensáramos eso, hijo.

—Con lo mucho que te gustan las tetas… —Mi hermana menor se llevó las manos al escote y apretó sus lolas para formar un canalillo entre éstas. Un movimiento audaz, diría yo imprudente, pero que nos soltó unas risas a todos y finalmente enterró cualquier resentimiento—. Además, Julia. No te ensañes con mamá, nunca te hemos conocido un novio, estás igual que Luís.

—Es verdad. ¿Cómo es posible que la primera en tener novio haya sido la más chica?

—Es que soy la más bonita. —Sacó su lengua mientras bailaba sentada.

Julia permaneció al margen de la conversación el resto de la tarde. No pude evitar notar que le había afectado todo eso de que era una solterona al grado de que mi madre haya considerado que fuera lesbiana. Esa era una posibilidad que no se me había ocurrido ni en mis más bajas fantasías cahqueteras, las cuales, gracias a Raquel, parecían ser cosa del pasado. Pero a partir de entonces, era otro imán que se había pegado a la puerta de refrigerador de mi cerebro.

Recorrimos los cuatro los jardines del hotel, el cual conducía al balneario con toboganes y alberca de olas que a nadie nos llamaron la atención. El plan para la noche era ir al bar a beber y bailar, según Raquel, hasta no poder más. Yo no esperaba que nos acompañara Julia, pero mi sorpresa fue mayor no sólo al verla con un atuendo despampanante de top de látex verde neón y una minifalda negra, sino al ver a nuestra madre en un vestido blanco entallado, un poco clásico, pero que la hacían lucir muy sexy. Raquel y yo no nos cambiamos y, aunque se la veía entregada totalmente a la música y la fiesta, pude notar que no le hacía gracia tener a Julia y mamá viéndonos. Tuvo que disimular y aceptó bailar con un par de sujetos antes de sacarme de la barra y obligarme a humillarnos con mis pasos de baile improvisados.

—Tienes la gracia de un elefante, pero ya me di cuenta de que puedes aprender cosas nuevas si te lo propones.

Su boca estaba en mi oreja, pero sus gritos pasaron por un susurro por el volumen de la música. Así que Julia no nos escuchó mientras se nos unía y pronto, nuestra madre también. Era evidente que a las tres les encantaba bailar y que, por cosas de la vida, o apenas lo notaba o apenas tuvieron oportunidad de hacerlo. Si mi hermanita ya atraía las miradas de otros sujetos, Julia y mi madre hicieron que esas miradas no sólo se posaran en esas despampanantes mujeres, sino en el imbécil con la gracia de un elefante que las acompañaba. El pop y el tecno dieron paso a la salsa y si bien fue más vergonzoso ser visto mientras cada una me enseñaba a hacerlas girar sin estamparnos en el intento, nos la pasamos muy bien los cuatro. No sabíamos ni qué hora era hasta que pusieron reggaetón y esa fue la salida de mi madre y Julia. Esa música (y el baile) nunca fue lo mío, pero después de que mi hermanita empezara a perrear salvajemente frente a mí y que cualquier otro pretendiente se alejara de nosotros al ver que restregaba su culo en mí con tanta soltura (y falta de vergüenza); empecé a agarrarle cariño al tumpá-tumpá.

Los planes de emborracharse habían sido una fachada de mi hermana para alejar a las otras dos, rechazó seguir bebiendo y cuando yo creí que nos amaneceríamos bailando, me hizo el ademán de irnos de ahí. Después de hacer un último ridículo al querer pagar en la barra libre, dejé una de esas propinas que yo bien sé que cualquier bar tender espera recibir al menos una vez al mes y fui a encontrarme con Raquel. Vi cómo uno de los chicos con quien había bailado estaba molestándola y la tomé de la cintura para irnos de ahí, ni bien subimos el primer tramo de escaleras, nos besamos y corrimos rumbo a la habitación.

Pusimos seguro en la puerta, me aseguré de cerrar el corredizo cristal que daba al balcón y al girar, ella estaba tendida sobre la cama. No podría decir que eran sólo mis ansias acumuladas desde hace meses, era una auténtica diosa y estaba esperándome, literalmente, con los brazos abiertos.

—Ven a mí, galán.

Gateé sobre ella y sentí la teta por encima de la tela de su vestido mientras nuestros labios volvieron a fundirnos en un beso largo y apasionado. No era la primera vez que nuestras lenguas danzaban, nuestro frenesí era palpable, estábamos a punto de echar chispas y pronto, la ropa empezó a molestarnos. Ella en pantis y yo, en bóxer, me entretuve lamiendo y mordisqueando ese par de mangos suyos, alternando entre cada uno mientras estrujaba y pellizcaba el que no tuviera en la boca. Ella no contuvo sus gemidos y la confianza de estar lejos de los otros dos miembros de la familia hizo que por primera vez, escuchara los gritos y bramidos que tanto había escuchado en el porno.

—¡Ah! ¡Sí! ¡Así! ¡Sigue así, me encanta que me comas! ¡Muérdeme! ¡Soy tuya, Luís! ¡Cómeme toda!

El olor de su perfume y el sabor de su sudor eran droga pura, pero escucharla así de desatada era echar gasolina al fuego. Mis dientes empezaron a dejar marcas en esos dos montecitos y sus gemidos siguieron subiendo de tono. La costumbre me hizo continuar el ritual y bajar a sus bragas negras, de encaje y con un perfume especial, esa fragancia que ya me hacía salivar como si fuera aroma a pan recién horneado. Mi golosina estaba esperándome, y un nuevo beso, ahora en ese otro par de labios, hizo que nos fundiéramos otra vez y logré arrancarle un grito que me dio escalofríos. No vi sus manos a la cadera, el rodeo había iniciado y esa bestia se alejaba y me embestía con cada lamida a su clítoris, mi juguete predilecto y sus jugos, manjar de dioses.

De pronto, ella giró sobre el eje de su concha y mi lengua y fue al encuentro de mi verga, la cual estaba dura como la piedra y al límite. Su boca estaba muy familiarizada con mi garrote y los reflejos de su faringe dejaron de provocarle arcadas hacía poco, ahora disfrutaba los espasmos que de repente apretaban mi cabeza inferior. Nos acomodamos mejor y así formamos un 69 de manual, en el que ambos estuviéramos cómodos y mi nariz rozaba directamente con su ano, el cual ya estaba depilado y al notarlo, por primera vez recibió la visita de mi lengua.

—¡Uf! ¡Qué bien se siente! —Sus manos atendieron mi riata mientras su boca descansaba un poco y su pelvis me invitó a continuar, era evidente que lo había esperado—. Come todo lo que quieras, pero no te emociones, hoy no vas a entrar ahí.

La falta de sangre en mi cerebro me impidió cuestionarla y, como había estado las últimas semanas, la obedecí. Curioso cómo habían tornado las mesas, era ella la que ahora ponía las condiciones y… francamente, no me importó. Intercalé mis lamidas entre ambas entradas, decir que aquello la estaba volviendo loca es decir poco, pronto llegaron esos espasmos que tanto estaba esperando y el abrazo mortal de esos muslos que me llenaban de un orgullo animal mientras recibía ese jugo de mujer y batallaba por respirar entre sus nalgas.

La práctica había rendido sus frutos, todavía no me había corrido y antes de que volviera a arremeter contra mi tranca, me acomodé para probar nuevamente su boca. Probamos nuestros fluidos y sus palmas estrujaron mi rostro mientras sus dientes castigaron mis labios.

—Eres un cabrón con suerte. Me tienes toda para ti, hermanito. Toda, todita.

—Me tienes esperando desde aquella vez, hermanita.

—Por poco y ya no aguantaba a hoy. He estado mojadita desde que salimos de casa.

—Tampoco habría sido malo adelantar mi regalo…

Frunció su nariz y encajó sus uñas debajo de mis orejas, dándome a entender que jamás me iba a dar la razón en lo que acababa de decir. Nos perdimos totalmente en los ojos del otro, esto había dejado de ser sólo morbo y calentura hacía mucho tiempo.

Mi glande había encontrado a tientas su destino, ella pareció salir del hechizo de nuestras miradas y los nervios se asomaron brevemente en su sonrisa.

—¡Uy! S-sólo ve con calma… —dijo, sin dejar de ver hacia nuestros sexos mientras rodeaba mi cuello con sus brazos.

—Tú me avisas.

Yo esperaba una palabra, que me asintiera con la cabeza, pero sólo cerró los ojos y antes de que entendiera que esa era la señal, ella misma se apuñaló. No sé si el tiempo se detuvo también para ella, pero yo estaba a nada de conocer a Dios en ese momento. De sus labios salían siseos que se esfumaban entre exhalaciones que iban a parar directamente a mi oído al mismo tiempo que mi espalda recibía el ataque de sus uñas por unos instantes. Hubo un instante, justo cuando esas garras empezaron a ceder terreno, en el que reaccioné y empecé a entrar lentamente. No estaba seguro de qué había pasado, pues había leído que la primera vez de una mujer era dolorosa y esperé toparme con la membrana que guardaba la virginidad de mi hermanita, pero no. En su lugar, mi verga estaba batallando con aquella entrada tan estrecha, que cerraba en ocasiones y apretaba mi carne al grado de empujarme un poco hacia afuera.

No recibí más señales y no me detuve hasta sentir que la mitad de mi macana estaba dentro, ahora sentía mejor cada espasmo en su interior, los cuales eran cada vez menos intensos. Retrocedí un poco, casi la sacaba y sentí el interior su muslo elevarse, entendí la señal y apoyé su pierna en mi brazo mientras volvía a entrar. Fui entrando cada vez más con cada vaivén. Iba lento no sólo en consideración a Raquel, sino porque estaba seguro de que podría venirme en cualquier momento.

Sus brazos se relajaron y pronto, ella se tendió de nuevo en la cama. Sus ojos estaban cerrados y su rostro retrocedía y giraba lentamente con cada penetración. Ella ronroneaba como una gata y sus ojos se abrieron cuando al fin pude entrar por completo. Yo habría jurado minutos atrás que me iba a correr en cualquier segundo, pero quería seguir. Dejó de mirar al techo y me vi reflejado en su mirada nuevamente, escuché de nuevo un en mi mente un disparo y empecé a bombear con cierto ritmo. Los gemidos volvieron a escucharse al poco rato y su otra pierna pidió ser elevada también. Yo estaba al borde, en serio que no podía ni pensar ni respirar bien, sólo podía resoplar con cada exhalación y cada vez, fui acelerando. El suelo podría haber temblando y yo ni habría podido darme cuenta, estaba delirando, todo se sentía de repente como si fuera un sueño. Dejé de prestar atención a lo que ella me decía, sólo recuerdo que sus labios se movían. “Sí”, “Más”, “¡Más!”, “¡MÁS!”… no podría asegurarlo, pero eso pensé que decía. Solté sus piernas y me apoyé sobre la cama mientras éstas se asían a mi cintura.

Lo llaman la muerte chiquita… ahora sabía por qué. Sentí ese chorro abandonar mi cuerpo y con él, mis fuerzas. Todo dejó de importar por un instante, quería desplomarme en ese preciso momento pero mis brazos no cedieron. Vi gotas de sudor caerme de la nariz y el mentón, estaba completamente tenso mientras las piernas de mi hermana menor se contraían por última vez, antes de resbalar a mis costados como seda y sus brazos se extendieron para recibirme con una sonrisa divina.

—¿Y bien? —Sus dedos estaban surcando mi cabello mientras me volvía a embriagar con el perfume de su cuello —. ¿Valió la pena la espera?

—Puedes matarme en este instante y moriría feliz.

—Siempre tan romántico, ¿eh?

—“Te culpo por ello” —Una cita de la obra que estaban ensayando. En verdad, me faltaba el aire.

Esa mañana, hubiera jurado que nos la pasaríamos cogiendo toda la noche, pero el cuerpo no me dio para más. Además, nada evitaría que lo hiciéramos todo el día siguiente… así que esa noche dormimos por primera vez juntos, acurrucados como un par de amantes. 

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