Confesiones 5: Un favor secreto

 


Bueno, pues ya sabes que tengo una hermana mayor que yo por apenas meses. Y ya ves que la gente dice que ni nos parecemos, que por los tiempos hasta decían que alguna de las dos debía ser adoptada. Siempre nos hacíamos enojar con eso, pero mamá una vez nos mostró las actas de nacimiento y con eso nos aplacamos, ahora nos lo decimos en broma de vez en cuando.

Pues bueno, por eso nos tocó cursar el mismo grado y a veces, nos tocaba en el mismo salón. Aunque no nos pareciéramos, nos trataban como si fuéramos gemelas desde siempre. Y no era sólo en la escuela, en la familia también nos querían comprar ropa idéntica y los juguetes que le regalaban a una, se lo regalaban a la otra. Compartíamos cuarto, llegamos a tener litera y luego, ambas camas pero en un mismo cuarto. 

Nos tocó aguantar cosas que no queríamos y no fue hasta que cumplimos 15 que ambas pedimos que nos dieran cuartos separados en lugar de que nos hicieran una fiesta enorme o nos pagaran un viaje. Papi ya había estado fincando una segunda planta a la casa y ambas queríamos un cuarto arriba, así que no fue difícil para ellos cumplirnos el capricho.

Y pues, ¿qué te digo? Ya cuando tuvimos cada una su cuarto, nos costó acostumbrarnos y a veces una visitaba a la otra, ¡hasta armábamos pijamadas! Terminábamos poniendo un colchón inflable o a veces, hasta dormíamos apretadas en el la misma cama (O sea, ya ni siquiera antes, que no teníamos nuestros propios cuartos).

Pero un día, en la madrugada, ella me despertó. Cerró la puerta con seguro y prendió la luz. Yo, así, toda encandilada y medio dormida, ni sabía qué estaba pasando. Estaba toda nerviosa y me dijo que no hiciera ruido o iba a despertar a papá y mamá. Cuando más o menos podía pensar bien, le pregunté qué estaba pasando.

Tenía la cara pálida, estaba toda sudada y sus ojos estaban casi desencajados, me estaba dando mucho miedo. Mi mente viaja a mil por hora, llegué a pensar que había visto algo o alguien en su ventana o algo así. Nomás se quedaba callada, estaba pensando las palabras que iba a usar.

—Yo… eh… este… estaba… viendo algo y…

Así se la pasó, balbuceando durante un buen rato. Yo me desesperé y en voz baja le gruñí que me dijera de una buena vez, o se dormía conmigo o que se regresara a su cuarto. Sus ojos se ponían en blanco y fruncía sus labios, creí que iba a chillar en cualquier momento.

—Me metí un plumón y la tapa se quedó dentro. No puedo sacarla.

Iba a gritar un tremendo “¡QUÉ!” y en eso, se me lanza a taparme la boca. Su mano estaba sudada o eso creí y me aparté para respirar y le hice la pregunta sin gritar. Pues la muy puerca me contó que se andaba manoseando y en un arranque de genialidad se metió un marcador en la cuca. Por un momento, no sabía si darle un zape o ir a despertar a mamá, pero me ganó la risa. Yo tengo la manía de reírme en momentos inoportunos, cuando me gana la ansiedad.

Pues que ella se tapa la cara de la vergüenza con las manos y yo tenía las mías para evitar que la risa se me escapara. Cuando al fin pude tranquilizarme, le dije que lo mejor era decirle a mamá, a lo mejor ella sabría qué hacer o tocaría llevarla al doctor. Mejor le hubiera dicho que se murió el perro, porque se puso a chillar con mi almohada para amortiguar sus gemidos, que cómo le iba a explicar a mamá y que si se enteraba papá quién sabe lo que haría.

A ver, no era poca cosa que mamá se enterara, la ves tranquilita y buena gente, pero es una mocha de atar. Ninguna habíamos tenido siquiera la osadía de tener novios porque sabíamos que ella se volvería loca, que nada de eso hasta acabar una carrera o que nos meterían a un convento. Una vez, nos vio viendo un video de los Jonas Brothers y al día siguiente, mandaron a un técnico para ponernos en la lap un candado para que no pudiéramos ver sitios de adultos. ¡Hazme el favor!

De las dos, ella era la más calenturienta. Como si no la oyera metiéndose mano en las noches, cuando creía que yo seguía dormida. A ver, yo también lo llegué a hacer, pero en el baño… o hasta que tuve mi cuarto; pero lo de ella era casi todas las noches. Las veces que me acomodaba para no oírla ella se aplacaba y al final, decidí no dar señales las veces que el ruido de su chapoteo me despertaba para… pues… no cortarle, digo, creo que eso también es malo para la salud ¿no?

Nunca fui de chismosa con mamá ni tampoco quise que se sintiera mal, mira, mi plan era no decir ni pío en mi vida. Además, ya cuando tuvimos nuestros propios cuartos, ella no lo hacía cuando nos quedábamos a dormir juntas, así que lo pensé mejor y comprendí que decirle a mamá no era opción. La tranquilicé y le dije que mejor iríamos a ver a un doctor nosotras solas, pero ella me dijo:

—Tú tienes uñas —se refería que me las había dejado crecer largas—. Yo digo que sí alcanzas.

¡Ay no! Te juro que quería soltarle una cachetada ahí mismo y conociéndome, le eché mi mirada asesina más intensa porque ni me quiso voltear a ver. Luego, vi mis uñas… aparte, mis dedos eran más delgados que los de ella. Me dio tanta cosa, pero ella tenía razón.

Le dije que fuéramos al baño, mi plan era que ella intentara usar la regadera de mano para ver si con el agua saldría sola, pero la presión del agua no era suficiente. No quería hacerlo yo, créeme que no, pero al final regresamos a mi cuarto.

Le dije que se desvistiera de la cintura para abajo. No había la visto desnuda desde que éramos niñas y nos bañaban en una tina, además, era la primera vez que veía una vagina así, en vivo y tan de cerca. Se recostó y tapó su cara con una almohada, estaba muriéndose de la vergüenza, yo también, pero al final, ayudó que no le viera la cara.

Pues metí mi dedo, ella pegó un brinquito y sentí cómo me apretaba por dentro. Yo no me metía los dedos, quería mantenerme intacta para cuando tuviera mi primera vez (por eso yo sí podía dejarme las uñas largas y aquella, no), aquella sensación también era nueva para mí. Ya para ese momento, mis nervios y asco estaba convirtiéndose en curiosidad… y morbo. Mi intención era entrar, encontrar, sacar y salir para nunca jamás volver a hablar de aquello.

Pero no era fácil, apenas y pude meter la punta de mi dedo, estaba apretándome con mucha fuerza ¿Cómo era posible que le hubiera cabido un marcador en primer lugar? No me di cuenta en qué momento tenía mi cara a escasos centímetros de su cuca, el calor empezaba a sofocarme y me hizo empezar a resoplar. Sus piernas temblaron un poco y su interior comenzó a ensancharse, así que pude ir más adentro y de nuevo, me apretó.

—¡Deja de apretar! —la regañé murmurando.

—No puedo, no lo controlo.

Quise acomodarme para ver si podía entrar mejor, me senté sobre ella y volví a como estaba antes porque era más cómodo para mi brazo así, todo esto sin sacarle el dedo. En algún punto, mientras giraba, empezaba a dilatarse y volvía a apretar cuando me detenía. Apenas había metido mi dedo hasta la primera rayita, no quería sacarlo y empezar todo de nuevo, así que empecé a moverlo en círculos, como cuando vas a preparar la harina para ponerle los demás ingredientes a la masa.

Sí aflojaba un poquito, pero apenas avanzaba nada. Volví a bufar del cansancio y la frustración y volvió a pasar, era como si se hiciera gelatina por dentro y mi dedo al fin alcanzó la segunda rayita. Se me había ocurrido una idea, pero no me gustaba para nada. Puse mi pulgar en su clítoris y lo moví un poco, pegó un brinco más fuerte y me preguntó que qué estaba haciendo.

—Es para que te relajes y pueda entrar hasta el fondo, apenas va la mitad de mi dedo.

Ella presionó la almohada sobre su cara y abrió las piernas hasta donde pudo. Dejé caer saliva sobre su botoncito para que mi pulgar resbalara mejor, tenía que masturbarla para que se dilatara. Dejé de pensar en que estaba haciéndole eso a mi hermana y me concentré en sacar la tapa lo antes posible. Creí que iba a tardarme menos, pero ahora que lo recuerdo, pasó un buen rato hasta que al fin sentí algo duro con mi uña. “Ya casi”, le dije, ella sólo suspiraba debajo de la almohada.

Puse a trabajar mi otra mano y froté rápidamente su clítoris tieso, no me di cuenta en qué momento me llevaba los dedos a la boca para lubricar mejor, yo estaba enfocada en no alejarme de ese trozo de plástico. Me acostumbré a moverme entre sus temblores y tomaba pequeños descansos porque sentía que se me iba a entumir la mano. Mi dedo no iba a ser suficiente para agarrar esa cosa, me estaba lastimando la uña y apenas pude hacer que se moviera.

Ya para entonces, estaba segura de que iba poder sacar mi dedo y volverlo a meter, así que metí el de en medio, que era más largo y tampoco pude. No presté atención a sus gemidos y volví a sacarlo, tenía que intentar con dos al mismo tiempo. Fue más difícil, pero tardé menos en hacer que sus adentros me dieran espacio para maniobrar. Le pedí perdón un par de veces que sentí que la rasguñaba por dentro, ella sólo levantaba las rodillas, pero las mantenía separadas.

Aquella tapa se resbalaba y la sensación de calambres me hacían apartar la mano cada vez más rápido. Pensé en usar pinzas para pestañas, pero no eran tan largas y no iba a tener espacio para usarlas dentro. Estaba saliéndole fluido, era casi líquido y pensé que con eso debía de hacer que resbalara mejor, pero sólo sentía que se enterraba cada vez más.

Y luego, ella se empieza a convulsionar y se aprieta la cara con ganas contra la almohada, se había venido. Le salió aún más fluido y vi cómo su rajita se abría y cerraba poquito, como si respirara por allí. Ni me lo pensé, volví a meter los dedos, ya casi me cabían tres, así que hice un mete-saca rápido para que se abriera más y pudiera meter el tercero bien para alcanzar y agarrar la mentada tapa. Ella me agarró de la muñeca para que me saliera pero ya había podido agarrarla bien, estaba sacándola, así que me soltó y volvió a abrir las piernas. Estaba temblando muy fuerte, se me estaba embarrando la mano, pero al fin pude sacar aquella mugrosa cosa.

Era chiquita, apenas más gruesa que mi dedo, pero con tanta batalla que había dado, pensé que era enorme, como de los rotuladores de pizarrón blanco. La agarré y se la mostré, sonriente. Había alejado la almohada de su cara y estaba totalmente roja, miró el trozo de plástico y sonrió entre lágrimas, nos abrazamos y para cuando me di cuenta de que mis manos estaba cubiertas en sus aguas… me fui corriendo al baño.

Regresé y ella ya estaba vestida y se iba a ir a su cuarto, le dije que si quería quedarse, no habría problema, pero prefirió descansar en su cama.

—A la próxima, úsalo del otro lado —le dije, burlona.

—A la próxima, mejor me meto tres dedos como me hiciste tú.

Me dieron escalofríos cuando dijo eso, cerré la puerta del cuarto y cuando me acosté y pensé en lo que habíamos hecho, no pude dormirme. Quise convencerme de que aquello fue solo para ayudarla, pero digamos que tuve que darme una ayudadita para poder dormir… y digamos que a lo mejor pude pensar en dónde había metido las manos mientras lo hacía.

Después de eso, hubo un tiempo en que nos mirábamos con incomodidad, luego lo superamos y cuando entramos a la Uni, cada una agarró carreras distintas. Ella tomó psicología y yo, medicina, pienso ser ginecóloga. Cuando le conté a papá y mamá, me miraron raro, pero como iba a ser doctora, no les importó mucho al final. De hecho, se preocuparon más por el ataque de tos que le dio a mi hermanita mayor después de escucharlo.

Casi nunca hacemos alusión a esa anécdota, pero de vez en cuando, le digo que va a tener que ayudarme con las prácticas. Ella sólo se ríe, me empuja, me dice que estoy loca o cambia el tema, pero nunca he escuchado que diga “no”.

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