El Hombre de la Casa 5: Días en el Paraíso

 



La luz entraba con fuerza desde las ventanas cuando desperté con mi hermana comiéndome el rabo con total devoción.

—Buenos días —saludó entre sonoros chupetones—. Al fin dejaste de roncar.

Succionó con fuerzas, como si quisiera sacarme el alma o algo así. Mi amigo estaba muy vivo y preparado para recibir con gusto semejantes atenciones gracias a la magia matutina que nos acompaña a los hombres. Yo apenas estaba despertando y mi cabeza se dejó absorber por la almohada en lo que el mundo a mi alrededor dejaba de dar vueltas.

 Tenía los ojos cerrados cuando una sensación familiar (¡ja!) me hizo abrirlos de nuevo. Raquel, mi hermana menor, aquella con la que hacía unos meses apenas interactuaba, aquella que había confiado en mí para hipnotizarla y había estado mamándomela para despertarme; estaba desnuda, al igual que yo, sobre mí y estaba acomodándose mi mástil en esa abertura entre sus piernas. Vi mi carne desaparecer debajo de su abdomen entre sus suspiros y sin previo aviso, empezó a cabalgarme. Me espanté un instante en lo que me acostumbraba y poco a poco fui relajándome y dejándome llevar por sus movimientos, los cuales no eran en absoluto calmados. Ella estaba apuñalándose sola con tanta intensidad que, francamente, yo esperaba ver sangre brotar en cualquier momento.

—Ayer fue… tu regalo-… —Sus pechos me tenían hipnotizado con cada embestida—. Pero, ahora… te toca pagar… todo lo que tuve que aguantarme.

—Pero la señorita fijó la fecha. —Me llevé las manos a la nuca y me sentí el dueño del mundo—. Esa espera no fue culpa mía.

—¿No que eras romántico?

—Sólo contigo, parece ser.

Pensaba seguir atizando esas llamas de recriminación, ya que ese regalo le salió más barato con mi dinero, pero aquella locomotora en sus caderas estaba trabajando a máxima velocidad y me arrancó cualquier intención de decir nada. ¡Dios! Estaba a su merced y no tuve la lucidez mental de pensar que esto sólo era el comienzo. No duré nada, de nueva cuenta terminé dentro de ella y me faltaba el aliento hasta para pedir disculpas de mi corta duración.

Ella se dejó caer encima de mí, su cabello nos cubrió en un manto que sólo hizo hervir nuestros rostros mientras no parábamos de sonreír. Nuestros labios terminaron de darnos los buenos días.

—¿Vas a dejarme respirar? ¿O tendremos que pedir servicio al cuarto?

—No me hagas reír, no nos alcanzaría ni para las cervezas del minibar.

Sentí su risa retumbar en sus adentros, mi verga se negaba a sucumbir a la flacidez estando dentro de ella. Habríamos dado lo que fuera por quedarnos así, pero la biología dictaba que era momento de liberar los líquidos ingeridos la noche anterior. No dejamos pasar la oportunidad de bañarnos juntos y hubo un ligero mete-saca, interrumpido por una serie de llamadas que no atendimos. Primero fue al número de uno y luego, al otro. Decidimos terminar de limpiarnos y devolví la llamada a Julia.

—¿Se divirtieron? —su voz sonaba pícara y tuve un micro susto. No supe qué responder y su risa resonó desde el celular—. Ninguno me responde, ¿estaban dormidos todavía?

—N-no… yo estaba en el baño, Raquel se está vistiendo… —Mentira, estaba completamente desnuda, igual que yo.

—¡Ya casi termino! —gritó ella para seguirme la corriente.

—Han de estar bien crudos, los dos. ¿No quieren acompañarnos a desayunar? Vamos a tener un break en un ratito que mamá salga del lodo… ¡Barro! Barro, barro —corrigió tras escuchar los gritos de nuestra madre.

No teníamos un plan en específico, decidimos aceptar y bajamos al restaurante con la ropa más cómoda que encontramos… Raquel no dejó pasar la oportunidad de presumirme que la ropa interior se quedaría en la habitación y se asió a mi brazo mientras bajábamos las escaleras. Puedo testificar que las 4 horas que apenas llevaban mi madre y Julia empezaban a hacer efecto en ellas, se veían frescas y relajadas mientras almorzábamos, ellas, con un poco de prisa porque sólo tenían 30 minutos para comer, ya que la idea del itinerario era que comieran en el spa en lugar del restaurante del hotel. Ni bien nos dimos cuenta, Julia estaba siendo arrastrada por mi madre mientras comía su última rebanada de fruta.

Si esto fuera una peli porno, mi hermanita habría comenzado a provocarme debajo de la mesa ni bien se hubieran ido, pero no, ella ya había comenzado mucho antes. Comer mientras fingía que una mano ajena no me estaba masturbando no es lo más cómodo del mundo, mi estómago se achicó al primer roce y la amenaza de que me diera hipo era real… eso sí, la sangre me recorría de pies a cabeza (s) en una fracción de segundo, cargado de adrenalina de ser descubiertos por alguien en cualquier instante. Justo cuando tuve el valor de contraatacar, Raquel se levantó de la mesa. Me vio de reojo y con una sonrisa me dio a entender que aquello iba a ser una cacería.

Entre chillidos y carcajadas, jugamos al gato y al ratón hasta que al fin pude atraparla y llevarla entre brazos al elevador… ni loco iba a intentar por las escaleras. Recuerdo haber visto a otro de los muchachos que pretendieron a mi hermana la noche anterior y su expresión al vernos así fue un poema. Una vez cerradas las puertas del ascensor, los imanes en nuestras bocas comenzaron a actuar. Mis manos repasaban cada centímetro de su piel, por encima de la tela y por debajo también. Encajé mis uñas en una de sus nalgas y ella tuvo que detenerme con una palmada suave.

—¿Tú quieres que sangre o qué?

—Todavía no la pruebo —dije mientras hacía ademanes de morder su cuello y ella evitaba mis colmillos entre chillidos.

—¡No! ¡Menso! ¿Qué vamos a hacer si nos ven con chupetones?

Cuando uno tiene razón, tiene razón. La campana de la cabina anunció el abrir de las puertas y ella se puso en posición para que la cargara de nuevo y entráramos a la suite como un par de amantes.  No la dejé ni desvestirse antes de bajar a comer su almejita y volver a ser víctima de sus muslos, esta vez, oculto entre la tela de su falda playera. Su néctar sació mi paladar y era ahora mi turno de entrar de nuevo a su fuente, esta vez, por cuenta propia. Sus gemidos y jadeos entraban directo a mi oreja y la electricidad recorría mi columna al mismo tiempo en que yo luchaba contra el impulso de morderla.

—Ni se te ocurra —fue su respuesta al sentir mis dientes surcando su piel.

Sus dedos buscaban sólo rozar con las yemas en mi espalda y recapacitaban cada que las uñas raspaban mi piel, hasta que al fin decidió encajarlas en mis nalgas. Era obvio que nadie más vería debajo de mis bóxeres o traje de baño. Entonces, bajé a sus tetas y ahí sí, no me contuve. Un grito delicioso resonó en la alcoba, pero no hubo intentos de detenerme. Una vez satisfecha mi tentación, pude retirarme y ver la marca de mis dientes que sólo ella y yo veríamos. Su rostro estaba deshaciéndose frente a mí, estaba jadeando como loca y eso sólo hacía que mis embestidas fueran más y más rápidas.

—¡Más! ¡Más! ¡Dame todo! ¡Todo!

Me encantó escucharla perder los estribos y gritar como si fuera otra completamente. Nada que ver con lo que habíamos hecho en casa, ahora estaba completamente desatada y definitivamente quería volver a escucharla así cuando las vacaciones acabaran. Sentí las ganas de terminar, así que me retiré y mis dedos fueron a cubrir la vacante de mi verga y mi lengua regresó a consolar la zona de mi mordida.

—¡YA! ¡Métemela!

Su mano buscó a tientas mi tranca y volví a la carga. Embestí con todo lo que tenía, impactaba contra su pelvis y el chapoteo pudo escucharse porque Raquel estaba cubriendo su boca. Su orgasmo llegó como una inundación y mi verga resbaló en los últimos embates antes de soltar mi leche y, de nuevo, caer exhausto sobre ella. Fue hasta ese momento que sentí el dolor de mis huevos al estar golpeando aquél culito como si hubiese querido dejarlos estampados.

—Me encanta que grites así —dije antes de besar su cachete.

—Me gustó hacerlo. Me sentí liberada —Tenía la mirada fija en el techo, sus senos subían y bajaban al compas de su respiración—. Tengo mucho por sacar… ¿tú?

Dijo esto último mientras sobaba el tronco de mi amigo, el cual estaba agonizando e hipersensible. Nos acurrucamos mientras buscábamos algo que ver en la tele, encontramos una película y empezó un breve momento meloso entre ambos. Estábamos desnudos y con la tranquilidad de saber que nadie nos interrumpiría, pudimos disfrutar un poco mientras pude recobrar fuerzas.

De nuevo, mis fantasías me habían hecho pensar que yo iba a poder coger sin parar día y noche, la verdad es que para el atardecer, apenas lo habíamos hecho dos veces más. Cada vez, me enorgullecí de durar más, pero mi fiel compañero estaba en las últimas y apenas y pude volver a la carga por última vez.

—Lo siento… creo que me hace falta experiencia.

—Luís… —dijo como si fuera una maestra de kínder y yo, su alumno—. Ya vamos a poder practicar todo lo que queramos… de eso ni te preocupes. Yo me la estoy pasando muy bien. ¡Ay, espera!

Se paró de un brinco y corrió a su bolso de viaje, buscó desesperadamente y me mostró una caja de pastillas, no supe interpretar su sonrisa.

—Ni siquiera pensaste en usar condón todo este tiempo, ¿verdad?

La sangre se me fue a los talones. No había pensado en ningún momento en eso, fui un imbécil y había cometido el mismo error varias veces. Ni siquiera lo había pensado antes del viaje

—Tranquilo, tranquilo. Yo no quiero que usemos y por eso, voy a tomarme estas —dijo, sirviéndose agua de la jarra del hotel—. Y… ¡colorín, colorado!  —se tragó las pastillas y volvió conmigo a la cama.

Habíamos liberado la cantidad de tensión suficiente para recibir de buen grado la llamada de mamá y bajamos de nuevo a poner un algo de alimento en nuestros estómagos. Nos inventamos la excusa de estar curando la resaca de la noche anterior y para nuestra sorpresa, las doncellas spa estaban súper puestas para salir a bailar de nuevo esa noche. Yo no podría decir que estaba 100% convencido, pero entre las tres me sonsacaron a repetir la sesión de baile esa noche.

Yo no me cambié de ropa, pero el trío de bellezas sí que quería lucir despampanante nuevamente y volví a sentirme un Dandy a su lado, a pesar de que eran mis hermanas y mi madre. Al ser viernes, la música era un poco más orientada al público mayor, por lo que la salsa, merengue y cumbia hicieron que mi madre no quisiera soltarme un buen rato. El alcohol nos ayudó a relajarnos lo suficiente para que yo pudiera empezar a entender cómo seguir el ritmo. Al sonar la primera canción de bachata, Julia se me acercó e hizo de mí lo que quiso, me convertí en su muñeco trapo y Raquel nos separó antes de que el reggaetón ahuyentara al público mayor y la pista se llenara de jóvenes exclusivamente. Bueno, casi. Mis hermanas no permitieron que mamá se fuera y empezaron a enseñarle lo básico del perreo… y ella lo dominó al instante. Yo no supe cómo disimular y me quedé absorto, viendo a esas tres colas contonearse a centímetros del suelo, apenas separados por sus tacones. Un codazo de parte de un sujeto maduro me daba una aprobación que no comprendí al principio, un puñado de miradas masculinas se clavaban en mí como dagas cuando Raquel me llevó de vuelta a la pista.

Junto a ella, estaba Julia, que estaba como en trance por la música junto a mi madre. Mi hermana menor me acomodó justo detrás de la primera y discretamente, empezó a mover mis caderas para enseñarme a perrear con esa diosa danzaba frente a mí en un vestido azul entallado. Mi pelvis hizo contacto con ese redondo cabús y aunque nuestra hermana mayor se sorprendiera, siguió bailando pegada a mí y no pude estar más feliz. Raquel sostuvo mis muñecas y llevó mis manos a las caderas que tenía delante, que fueron recibidas por las palmas de Julia e hizo que no se despegaran hasta que se acabó la canción. Las luces del lugar no evitaron que percibiera el rubor en su rostro y antes de retirarse, me abrazó y besó en la mejilla.

—Tienes que aprender a moverte mejor, hermanito. Relájate más.

Sus palabras se quedaron en mi cabeza como un eco, la música seguía sonando en un segundo plano y tanto ella como mi madre se despedían con la mano mientras abandonaban la pista. Estaba seguro de que no duraría mucho con Raquel, dos canciones fueron nuestro límite antes de retirarnos a nuestro nido temporal.

—¿Viste? Mamá los vio perreando y no dijo nada. —Estaba quitándose los tacones, sonaba genuinamente sorprendida… y emocionada—. No sólo eso, no les quitó el ojo de encima.

—Supongo que fue el alcohol —comenté, intentando tanto explicar aquello, como tratando de restarle importancia al asunto.

—No sé. Yo vi algo diferente ahora… en las dos. —El vestido cayó al suelo.

—Será por el spa. —Mis labios comenzaron a besar suavemente su cuello y hombros, no había que dejar marcas—. Quién sabe…

—Sí… quién sabe… —Se quedó a recibir mis mimos en silencio un rato, viéndome desde el reflejo del espejo en el tocador—. ¿Qué te dijo Julia?

—Que me relajara y que debo aprender a moverme mejor —estaba descendiendo por su espalda y pronto llegué a ese par de nalgas turgentes.

—En eso, tiene razón… aunque ella no sepa en dónde sí te sabes mover bien.

Mi lengua fue directo a su ano y ella se inclinó para darme acceso a sus labios, ya húmedos. Su sudor y olores íntimos eran intoxicantes de una manera en que jamás hubiera imaginado, estaba salivando y a punto de atragantarme con el sabor de sus adentros. Pasamos del tocador a la cama y yo seguí cenando mientras ella besaba mi tronco para despertarlo (ni falta que hacía, estaba duro como una roca desde lo de Julia) y poder penetrarla por primera vez en cuatro. Las ondas que se formaban en su culo con cada impacto eran relajantes y mis palmas no se quedaron con las ganas de castigar ese bello par de cachetes. Sus gemidos y gritos eran todo lo que necesitaba para coronar la noche, viéndonos coger como animales desde el reflejo del espejo.

Al día siguiente, mis ojos se abrieron antes de que el sol se asomara entre los edificios del complejo. Giré y contemplé en silencio la belleza que tenía a lado. La calma me permitió reflexionar sobre todo lo que había ocurrido en tan sólo un par de meses y lo loco de todo esto. La sesión de baile con Julia me sacudió lo suficiente para tomar consciencia de que antes, apenas y conocía a esa persona que ahora estaba desnuda y en su séptimo sueño, alguien con quien había compartido toda su vida y que me resultaba, hasta cierto punto, una completa extraña. La hipnosis y toda esa mierda… ¿qué estaría haciendo ahora si nunca hubiera funcionado esa primera ocasión? Lo que pasaba entre Raquel y yo no era sólo desfogue, estábamos teniendo sentimientos reales el uno por el otro. Y ahora, con todo esto, era como si no necesitara nada más… estaba perdidamente enamorado. Pero lo de Julia había sido un terremoto en mi cabeza… podía recordar su trasero embarrándose en mis pantalones y era como si un zombi se alzara de la tierra. Había enterrado mi obsesión por ella gracias a lo bien que estaban resultando las cosas con Raquel… pero era evidente para mí que aquello que sentía no había muerto… ni un poquito.

Mi tranca ya había despertado gracias a que no dejaba de pensar en la hermana que no estaba a mi lado. Mi mano se fue instintivamente a llevar a cabo ese ritual que hacía semanas no había tenido la necesidad de llevar a cabo.

—Y yo, ¿qué? —Me sobresalté al oír la voz modorra detrás de mí—. ¿Estoy pintada o qué?

—¡Dios! Me espantaste, Raquel. Perdón… no quería despertarte.

—Has estado moviéndote como si trajeras lombrices en la cola, Luís —se notaba que despertarse a esa hora no le gustaba en lo absoluto—. Estoy despierta desde hace rato. —Gateó hacia mí y se apoyó en mi espalda mientras buscaba a tientas su juguete preferido—. Me niego a dejar que te la jales cuando me tienes aquí.

Agarró mi garrote con fuerza, su intención no era continuar con lo que había iniciado, sino que con la otra mano empezó a recorrer mi pecho y se detuvo a provocarme acertadamente en aquellas zonas vulnerables que me hicieron palpitar sin parar en su palma. Ella me tuvo, literalmente, en sus manos y sentirme a su merced de esa manera era algo completamente nuevo… y placentero en extremo. Estaba por estallar y ella captó las señales de mi verga, se deslizó como una serpiente y comenzó a jalármela con rapidez mientras apuntaba para recibir la primera del día en su boca. Una gruesa franja blanca terminó pintada desde sus labios hasta uno de sus ojos. Me apresuré a limpiarla con las sábanas y la escena pasó a ser cómica, entre sus nervios de que le siguiera entrando al ojo y mi torpeza al querer usar la tela sobre la cual estábamos sentados.

Y así comenzó nuestro segundo día en el hotel, un poco más tranquilos, me atrevería a decir. Eso sí, la temperatura se elevó en la ducha… y pasó lo que tenía que pasar. Salimos a pasear por el jardín y a bañarnos en la alberca un rato, al ser sábado, había mucha más gente que cuando llegamos y nos comportamos… en la superficie. Debajo del agua, dejamos pasar oportunidades y fuimos descubiertos por un niño que buceaba con máscara y esnórquel, quien sólo nadó en sentido contrario y ese pequeño golpe de adrenalina elevó la temperatura del agua a nuestro alrededor. Huimos de la escena antes de que algún padre de familia se nos acercara. Raquel me llevó alimento a la boca un par de ocasiones, al principio estaba nervioso de que alguien nos viera.

—Luís, aquí nadie sabe que no somos novios —dijo sin siquiera pretender ser discreta—. Y después de lo de anoche, estoy segura de que ni mi mamá ni Julia se molestarían si nos vieran así.

Su elección de palabras fue quirúrgica, cualquiera que pudiera habernos escucharnos no sospecharía que su mamá era también mi mamá. Dejé de resistirme y devolví el gesto, mi tenedor desaparecía en su boca cuando, de pronto, una mano se posó en mi hombro.

—¡Luís! ¡Cuánto tiempo! —Me giré para ver, esa voz no me sonaba ni remotamente familiar—. ¿Qué? ¿No te acuerdas de mí? —Mi cara debió de ser suficiente para responderle—. Soy Mateo, de la secundaria… ¿No? Íbamos en el mismo salón: 2°A. ¿No? ¡Güey, qué oso que no me recuerdes!

—Perdóname, la verdad es que no me acuerdo. No lo tomes personal, no me llevaba con nadie en clase.

—¡Nomás de a huevo! ¿No? Nunca me tocó hacer equipo contigo, pero tampoco pensé que ni me toparas.

—Discúlpame de verdad… ¿Mateo?

—¡Meh! Sí —sonaba resignado—. ¿Estás de vacaciones… o de luna de miel?

Doy gracias al cielo de que mi garganta estaba vacía o habría escupido lo que hubiera tenido en ese momento. Bueno, me quedé de piedra, no me salió ni una tos.

—Estamos de vacaciones, Mateo —dijo Raquel a mis espaldas.

—¡Oh! Bueno, perdón por interrumpirlos. Se ve que la están pasando bien solos —ambos guardamos silencio, pero esa era una forma de confirmar sus observaciones—. Bueno… yo apenas acabo de llegar… vengo en familia, pero es bueno ver una cara conocida al menos. ¿Se van a quedar esta noche? Hay noches de baile y barra libre.

—Sí, hoy es nuestra última noche. —dije, procurando sonar tranquilo. La mano de mi hermana se posó en mi pierna debajo de la mesa—. P-pero no venimos solos...

—Mi mamá y mi hermana mayor nos acompañan. Están disfrutando del spa… pero les encanta bailar.

Giré bruscamente, intentando descifrar lo que ella estaba pensando. Tenía esa mirada felina y sonrisa que distaba de ser inocente para mí.

—Oh, bueno… entonces…

—¡Acompáñanos! Seguro hay espacio para uno más en la pista de baile.

Estaba atónito, tuve que seguir la conversación un poco más hasta que Mateo se alejara de nuestra vista para poder exigir una explicación.

—¿De qué te preocupas? Es tu “amigo” de la prepa…

—¡Ni siquiera lo conozco!

—Bueno, bueno… eso significa que él tampoco nos conoce —dijo con total naturalidad y, como si no fuera nada, pidió una taza de té al mesero.

—¿Y qué esperas que suceda cuando nos vea?

—¿Qué esperas TÚ que suceda?

Dime qué planeas.

Hacía mucho que no le daba una orden directa, ella guardó silencio por un rato mientras agitaba la cucharita de su taza.

—Quiero perrear contigo esta noche. —Soltó la cuchara y me miró fijamente—. Quiero hacerlo frente a mamá y Julia. Quiero que ellas nos vean y se pregunten lo que está pasando y quiero que ese tipo también nos vea, sin que sepa lo que somos en realidad.

Mi sangre bajó a los talones, pero ¿está mal admitir que me estaba prendiendo al escuchar todo esto?

—Se va a armar un problemón, Raquel. Mamá nos va a matar.

—No lo creo, ambas son incapaces de hacer una escena en público. Además —se apresuró a decir antes de que pudiera decir nada—, estoy segura de que no vamos a tener problemas con mamá, después de lo de anoche.

—Estás jugando con fuego.

—¡Deja de preocuparte tanto! Como si no pudieras hipnotizar a mamá para que olvidara todo si algo saliera mal.

Me quedé helado. No sólo eso, sino que me quedé sin argumentos, tenía toda la razón. Raquel estaba resultando ser toda una artera en esto de hacer planes. A decir verdad, sentí un nudo en el estómago el resto del día. No volvimos de inmediato a la habitación, sino que nos quedamos a tomar el sol, agarrados de la mano. Volvimos a toparnos con Mateo brevemente, confirmamos lo de esa noche y cuando la puerta de nuestra alcoba se cerró detrás de nosotros, nos acurrucamos en la cama. Ella hizo comentarios picantes de vez en cuando, supongo que vio que estaba totalmente descolocado ante lo que estaba por ocurrir más tarde con Julia y nuestra madre y no insistió más de la cuenta. Mantuvimos nuestra ropa en su lugar y después de un rato, me dio sueño.

Era pasado el mediodía y el mensaje de Julia me despertó. Ni había encontrado con la mirada mi celular cuando me di cuenta de que Raquel estaba dándome una mamada feroz. Me miraba fijamente mientras su cabeza subía y bajaba con una fuerza salvaje, yo apenas despertaba, pero mi compañero abajo ya estaba más que puesto.

—Seguro es Julia —le dije, aún modorro—. ¿Qué hora es? Han de querer que las acompañemos a comer.

—Yo quería comer desde hace un buen rato —dijo antes de volver a engullir mi verga.

—Tenemos que bajar.

—Déjame acabar, ¿sí? Podemos decir que alguno de los dos está en el baño o algo así.

De nuevo, no me opuse a su sugerencia, tomé el celular y justo cuando estaba por responder el texto, me entra su llamada. Quise colgar y terminé contestando con mi hermana comiéndome el rabo.

—Eh… sí. Hola, perdón. Acabo de despertar. Sí… creo que Raquel está en el baño, ahorita le digo y vamos. OK, bye.

—Mentirosillo —rio la artífice de nuestra coartada.

Sólo pude agarrar su nuca y presionarla contra mí, mis caderas estaban despertando y tuve que contenerme para no darle embestidas y terminar cogiendo su boca. Un poco de vida se me escapó en aquella venida y ella no paró hasta dejarme limpio… pero tieso. No había tiempo de un segundo round, nos apuramos y bajamos a comer con mamá y nuestra hermana mayor.


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