Estábamos comiendo, Julia y Sandra, nuestra madre, estaban
comiendo como si no hubiera un mañana. Nos contaron que ese día les tocó estar
casi 3 horas en el sauna y se sentían famélicas.
—No sé lo que nos hicieron —dijo mi mamá con la boca llena
de tortitas de camarón—, pero siento como si no hubiera comido nada en días.
—La vida que nos devolvieron ayer nos la quitaron del
estómago hoy —comentó Julia, quien iba por su tercer vaso de agua de Jamaica.
Calculo que Raquel y yo sólo comimos una tercera parte de
todo lo que las vi llevarse a la boca esa tarde. Su break de ese día sería de
dos horas, y las dos terminaron hinchadas de sus barrigas antes de dirigirnos a
reposar en las sillas bajo las palmeras que estaban junto a la piscina. Los
cuatro disfrutamos de la paz y tranquilidad… hasta que…
—¡Hey! ¡Mateo! ¿Listo para esta noche? —gritó Raquel. Mis
ojos se abrieron como platos debajo de las micas oscuras de los lentes y vi al
sujeto devolverle el saludo a mi hermana desde el otro lado de la alberca,
apresurándose rumbo a la recepción del hotel.
—¿Un nuevo amigo, Raqui? —preguntó mamá, apenas despierta.
—Es un excompañero de Luís, acaba de llegar con su familia y
nos presentamos después de que ustedes se fueran en el desayuno. Dijo que
quería bailar en la noche y lo invitamos a unírsenos.
No dije nada, ni hice nada más que tragar saliva.
—¡Oh, bueno! —contestó por fin nuestra madre —. Está bien. Significa
que tendremos a alguien para relevar a Luís cuando esté ocupado bailando con
alguna de nosotras.
—Dirás conmigo —sentenció Raquel—. Los muchachos dejan de
molestarme cuando me ven con Luís.
—¡Aw! ¿Nuestro hermano mantiene a raya a los pretendientes? —preguntó
Julia, con un tono de quien está hablando de perritos y gatitos—. Necesito que
me acompañes de vez en cuando al foro un día de estos, Luís.
Yo, encantadísimo.
—A este paso, nadie va a conseguirse una pareja —nos regañó
mamá—. Deben dejar de aislarse tanto del mundo y conocer nueva gente.
—¿Así como tú, mami?
Mis hermanas rieron mientras mi mamá sólo hizo ademán de
tomar de una copa de vino imaginaria y cambiar el tema de conversación. Fue una
jugada magistral. Nuestra madre se había dedicado a trabajar como burro día
tras día desde hacía años. Nunca le conocimos algún novio, ni siquiera un
“amiguito”. Su vida parecía reducirse a trabajar y quedarse a descansar en casa
los fines de semana. Recuerdo que antes iban a visitarla sus amigas o las
madres de las amigas de Julia, pero eso se fue volviendo cada vez más raro
hasta casi desaparecer. Sabíamos que tenía un grupo de amigas en sus trabajos y
en un par de ocasiones, seguramente salió a beber con ellas, pero nunca les
pusimos rostro a esas compañeras de anécdotas. Resultaba que, sin contar a la
más chica del grupo, de los tres no se hacía uno.
Al final, el descanso de las dos atragantadas se terminó y
mi hermanita no podía esperar a que ambas desaparecieran para llevarnos de vuelta
a la habitación. Nuestros labios echaban chispas al besarnos detrás de las
puertas del elevador. Esos besos no eran dulces, eran picantes y capaces de
soldar una placa de acero. Mi camisa estaba siendo desabotonada y mi pecho se
llenó de la euforia que Raquel me transmitió como si de una corriente eléctrica
se tratara y decidí que había que aprovechar la última tarde que estaríamos en
ese hotel. Su lengua recorrió mi abdomen mientras terminaba de separar los
botones de la tela que le estorbaban. Y fui yo quien jaló de ella cuando la
puerta automática se abrió y un desconocido nos vio correr a nuestra
habitación.
—Desvístete.
No hacia falta pedírselo, pero soltó un gemido potente
mientras comenzaba a improvisar un pequeño strip tease, Sus piernas torneadas
se abrían, firmes, mientras su cadera dibujaba círculos lentamente en todas
direcciones y ella jugueteaba con su falda larga de playa y me ofrecía un
espectáculo.
—Date prisa y ven acá.
Ella chilló con una sonrisa de oreja a oreja y en un
parpadeo, su top y lycras volaron en direcciones distintas detrás de ella,
quien se acercó gateando a toda velocidad. Su rostro depredaba el mío, sus ojos
se movían como locos, buscaban algo en mi cara, su respiración se volvió pesada
y apenas moví mis brazos, se abalanzó sobre mí. Estaba seguro me llenaría de
lengüetazos, estaba portándose como un animal… una bestia en celo.
Sus labios succionaron con fuerza los míos y las mordidas ya
no me tomaron por sorpresa, al contrario, respondí y un poco de tibio y ferroso
carmín terminó en nuestras lenguas frenéticas. Mis manos estrujaron sus tetas
con agresividad y ella gritó con mi boca aún tapando la suya. Sus garras se
clavaron en mi trapecio y mis dedos castigaron sus pezones y su entrepierna
terminó encima de mi pierna. Yo estaba en una misión de encontrar sus límites,
pero por más que gemía, chillaba o gritaba, nunca retrocedió. Había empezado a
frotar su intimidad sobre mí, sus jugos empezaron a resbalar por mi piel y mi
verga rozaba la parte exterior de sus muslos con cada arremetida suya. Mis
manos bajaron a sus nalgas redondas y empecé a azotarlas y me deleité con sus
chillidos, las suyas, pasaron a sus maltratados pezones y siguieron
atendiéndose con la misma ferocidad con la que los había estado torturando yo,
tal vez, hasta más.
No pude más. La tomé de su culo y la acomodé para que
pudiera realizar aquella cabalgata que no sólo a mí me volvía loco. Su interior
estaba a nada de derretir mi carne, estábamos al rojo vivo los dos y nuestros
corazones resonaban en palpitares que no podríamos sentir de ninguna otra
manera que aquella. Poco a poco, fuimos cogiendo un ritmo demencial, estábamos
poseídos por bestias que sólo rugían y, de alguna manera, tenían sed de sangre.
En algún momento, mis dientes se clavaron de nuevo en sus pechos, los cuales ya
tenían moretones de sesiones anteriores y estaban calientes de tanta
inmisericordia que habían estado sufriendo minutos atrás. Me levanté y antes de
que ella se recostara mirando al techo, tomé sus rodillas para dejar su culo en
alto y empecé a devorar sus adentros. Sus gritos se convirtieron en alaridos al
meter mis dedos y llevar mi lengua a su esfínter. Estaba entrando y ese músculo
quería apresarme, pero no iba a detenerme, ahora que esa sinfonía de berridos
amenizaba sus espasmos, así que mi otra mano se aventuró a dilatar aquella
entrada. Ni bien entré, ella se tambaleó antes de que la mitad superior de su
cuerpo cayera rendida y su vulva empapara mi mano por completo.
—¡Luís! ¡LUÍS! —gritaba con voz gutural—. ¡Me estoy viniendo!
¡ME ESTOY VINIENDO!
De inmediato, tomó una almohada y se lanzó a apresarla entre
sus dientes y ahogar un grito que, independientemente de lo que hubiera podido
oírse antes, nos hubiera metido en problemas. No podía creérmelo, yo creía que
la había visto enloquecida antes, pero las notas que entonaba detrás del cojín
me habrían preocupado de no tener mis dedos dentro de sus dos orificios. Mi
lado moderado me habría hecho dejarla reposar, pero obedecí mis más bajos
instintos y acerqué mi pelvis a su trasero y clavé mi estaca entre un mar de
chillidos, temblores y fluidos interminables. Ese lado animal mío no quería
nada más que bombear, embestir, taladrar y hacer mío ese trozo de cielo e
infierno.
—¡No! ¡No! ¡Para! —gemía, sin mucha intención de detenerme—.
¡Luís! ¡Detente o voy a acabar otra vez! ¡No puedo más!
Hice de oídos sordos, es más, fui acelerando y empujando
cada vez con más fuerza. Eso era lo que quería, porque sus caderas empezaron a
embestir de vuelta, el sonido de cada choque era ensordecedor para mí y la zona
de impacto estaba empezando a enrojecer más y más. Pude sentir que los líquidos
de Raquel empezaban a rociar y escurrir entre mis piernas y para cuando acabé,
me petrifiqué en la pose de mi último embate. Al no sacar más chorros en su
interior, ella se dejó caer y ambos quedamos libres uno del otro. Momentos más
tarde, su mano me halaría a ella y me recibió con besos cortos y tiernos por
toda la cara y mi cuello, como una loba lamiendo heridas de un cachorro.
—Me encanta que te dejes ir así. No creí que… tuve hasta un
poquito de miedo.
—Desconecté mi cerebro —dije apenas pude hilar palabras en
mi cabeza—. Perdón por asustarte —Fui directo a acariciar sus pechos lacerados.
—¡No! ¿Qué? No me asustaste tú. Nunca me había venido así. Yo
creo que soy un poquito masoquista, porque creí que algo me iba a pasar… Y
luego me la metiste… ¡y fue aún más!
Ella sonaba como si me estuviera contando una película o una
anécdota en una atracción de feria, pero sus mejillas tenían surcos de lágrimas
y de maquillaje corrido. La rodeé con mis brazos y disfrutamos de un poco de
televisión como ruido de fondo. Habría pensado que el dolor aparecería mañana,
pero esa misma tarde sentí el ardor de mi sudor sobre los arañazos de mi
hermanita. Volvimos a comernos una vez más antes de bajar al bar en la tarde,
sólo con la boca, porque algo nos hizo darnos cuenta de que si queríamos
superar aquello, íbamos a tener que esperar a otra ocasión.
—Creo que ya estoy por dejarte seco, hermanito. Ya casi no te
queda nada.
—Y parece que a ti todavía te queda mucho por sacar
—respondí dándole los últimos lametazos a su fuente inagotable de néctar.
—Tendrías que quedarte ahí un buen rato para lograrlo.
—Sería tu silla si pudiera.
Su manotazo dio a parar a mis costillas, en nuestra posición
no habría podido llegar a mi nuca y su risa sonó cristalina mientras nos
separábamos para bañarnos.
Llegamos al bar y apenas había gente, salimos a caminar y
allí nos encontramos con Mateo. Conversamos de tonterías y sólo hicimos tiempo
en lo que llegaban nuestras otras dos acompañantes y se abría la pista de
baile.
—¿Y cómo se conocieron? Digo, no me lo tomes a mal, pero
Luís no era el más conversador del salón.
—Pues… —“De toda la vida”, pensé.
—Me ayudó con mis clases de teatro y de ahí no nos separamos
—de nuevo, Raquel no mentía.
—¿Teatro? —preguntó volteando a inspeccionarme con la
mirada—. ¿Te gusta el teatro?
—Eh… bueno —Esperé alguna respuesta de Raquel que me sacara
a flote, pero ella sólo me miró, expectante, mientras yo buscaba cómo no
ahogarme—. Bueno, no… Yo… la vi y quise ayudarla.
—¡Güey! ¡Todo un casanova me saliste! ¡Qué pinche envidia,
perro!
—¡Julia! ¡Mamá! ¡Acá! —Raquel agitó su brazo para llamar su
atención.
Mamá vestía el mismo atuendo de la primera noche, creo que
no empacó mucho. Julia volvía a estar despampanante, usando un top celeste y
una mini falda de mezclilla, creo que la tenía desde su adolescencia y vaya que
aún le quedaba muy bien.
—¡Hola, hola! Tú debes ser el amiguito de Luís, ¡mucho
gusto! Soy Sandra…
—Ella es mi mamá —se apresuró a hablar Raquel, fue claro
para mí por qué—, Sandra, y Julia es mi hermana mayor.
—¡Pero cierra esa boca, te van a entrar moscas! —rio nuestra
hermana mayor, sonaba de buen humor y un poco coqueta. Mi nuca y hombros se
calentaron al instante.
—¿Estaban esperándonos? Mil disculpas, me quedé dormida y
casi se nos hizo de noche.
—No pasa nada, mami —Raquel sonaba como si nunca hubiera
roto un plato. Se levantó de su silla y se la dejó libre a Julia, de manera que
Mateo quedara en medio de las recién llegadas y nosotros—. Ni había gente en el
bar, así que estábamos haciendo tiempo en lo que llega más gente.
—¿Va a llegar alguien más? —preguntó Julia, entre
sorprendida y preocupada. Todos callamos y nos quedamos viendo a Mateo.
—¿Eh? ¡No! No… Yo vengo solo… b-bueno, vinimos mi familia y
yo, pero mis papás están por su cuenta con mi hermano, tiene apenas 2 años.
—¡Ah! Ya… —dijo mamá —. Algo nos comentó Raqui. Que no
quiere compartir a Luís esta noche y por eso nos vas a acompañar.
Una gota de sudor frío recorrió en picada mi espalda. En retrospectiva,
debí comprender que hasta ese momento, no había habido nada comprometedor entre
Raquel y yo frente a Mateo, como para preocuparme tanto. Pero en ese momento,
estábamos a un “hermano” de echar a perder lo que mi hermanita menor tenía
metido entre ceja y ceja que ocurriera, sus planes habían salido tan bien que
di por hecho lo que ocurriría esa noche.
Y así fue.
Era sábado por la noche y ahora, la música era interpretada
por un grupo en vivo y el popurrí de canciones empezó con ritmos clásicos. Mi
madre y Julia se intercambiaron a aquél desgraciado, que no paraba de sonreír
cada vez que le tocaba relevo.
—Otra vez estás tenso —me regañó al oído mi pareja de baile
—. ¡Relájate y déjalos bailar en paz!
La salsa y las cumbias dejaron en visto que era un total
tronco con patas que sólo servía para estorbarle a Raquel, pero ella no me dejó
rendirme. La noche avanzaba, un par de tragos y de vuelta a intentar
humillarnos menos. Mi hermanita me agarraba de la mejilla para que sólo le
pusiera atención a ella y justo cuando estaba a punto de disculparme por
enésima vez, sus labios me plantaron un pico fugaz. Mi cabeza giró instintivamente,
buscando los rostros de Julia y mamá, pero ellas estaban dándonos la espalda…
pero Mateo, no. Cruzamos miradas a lo lejos y él me sonrió, actuando como
cómplice de mi hermana y yo. Ella no tardó en captar el mensaje y a partir de
entonces, vi cómo sus ojos se posaban de reojo a donde ellos se encontraban
antes de plantarme más besos, siempre observados por mi excompañero.
Había dejado de ver lo que él hacía con Julia y Sandra, poco
a poco, fui tomando confianza y pude ser yo quien se acercara a los labios
Raquel al ritmo de la música. Estábamos saliéndonos con la nuestra y la
temperatura no hacía más que subir. Los giros y vueltas cobraron menos sentido
en mi cabeza y el cuerpo sólo se dejó fluir con el ritmo, como debió hacerlo
desde un inicio. En un par de ocasiones, nuestra madre y hermana mayor nos
dedicaron sonrisas y gritos de alegría al acercarnos. Pude ver que ellas se la
estaban pasando bien y por fin, terminé de relajarme tras otra ronda de tragos.
El grupo estuvo tocando hasta entrada la medianoche, los
cinco estábamos en trance, apenas y habíamos tomado descansos y los pies nos
dolerían a la mañana siguiente sin duda. Entonces, los músicos se despidieron y
escuché ese ritmo endemoniado, lo que, para bien o para mal, habíamos estado
esperando todo el día.
Las bocinas empezaron a hacer sonar a Daddy Yankee y su voz
ininteligible, las mujeres aullaron y los hombres, se acercaron al par de
nalgas que más cerca tuvieran. En mi caso, las caderas amenazaron con fallarme,
pero Raquel no dudó un instante y comenzó su danza primitiva y provocadora. Los
nervios que me habrían hecho buscar a mi madre y a Julia con la mirada eran los
mismos que ahora me impedían separar mis ojos de la espalda de mi hermanita. Su
culo se contoneaba en todas direcciones y las veces que descendía, llegaba a
escasos centímetros por encima de sus tacones. Miré a otra pareja a escasos
metros de nosotros, tomé aire y me propuse imitar lo mejor que podía los
movimientos del tipo. Un brazo al aire, una mano en la cintura y rezar porque
mi pelvis no empujara hacia adelante a esa diabla que tenía al frente.
Una canción, dos, tres… estaba enfocado en no voltear a ver
a las otras dos miembros de la familia y a su acompañante. Estaba terminando la
pista, la voz de Don Omar estaba repitiendo sin parar que era el señor de la
noche y, de repente, Raquel se gira para quedarnos frente a frente, sus manos
me sujetaron de la mandíbula y nuestros labios se fundieron. Yo no pude
corresponderla, había pensado que podría ocurrir, pero la sorpresa me dejó
tieso mientras su pelvis serpenteó un par de ocasiones y la canción por fin
acabó.
Ella me vio con ojos encendidos y una sonrisa traviesa. Y de
inmediato, sentí unas garras aferrarse a mis hombros y pecho separarnos.
—¡Afuera, los dos!
Nuestra madre tenía el rostro opaco, las luces no permitían
ver lo roja que estaba. La seguimos y salimos del lugar, de reojo miré a Julia
con las manos en la boca y a Mateo, mirándome confundido y con los hombros
encogidos.
—¿Se puede saber qué les pasa? —Nos había dado una bofetada
a cada uno—. ¡¿Acaso te volviste loca?! ¡Es tu hermano! —Miró a Raquel y volteó
a verme—. ¡Es tu hermana!
Me quedé callado, no había nada que pudiera decir para
remediar.
—¿Se les subió el alcohol al cerebro o qué? ¡Vamos!
¡Ayúdenme a entender! ¿Están pedos o se volvieron totalmente locos?
—Mamá… yo… —me calló de otra bofetada.
—¡Luís, por Dios! ¡POR DIOS! —su voz estaba quebrándose—. ¡Eres! ¡ERES!
Era un hecho que las palabras estaban de más, sobre todo con tanta gente viéndonos. Ambos aceptamos con resignación toda la ira de nuestra madre y tuve que llevarme otro golpe más antes de que Julia llegara e intentara tranquilizarla.
La sentencia quedaría pendiente, pero la primera orden fue intercambiar habitaciones. Mis hermanas dormirían en donde yo dormí y yo me iría a pasar la noche con mamá. Mis mejillas enrojecidas recibieron el viento gélido de la madrugada con hostilidad mientras subía las escaleras. Ni siquiera pensé en ir a la otra habitación a buscar mis cosas ya que entregaríamos las llaves al hotel esa misma mañana.
La puerta se azotó tras de mí. Ella se portó como una pantera enjaulada y yo me encontraba atrapado con ella. Los gritos fueron bajando de intensidad conforme ella se cambiaba en el baño de la habitación y al salir en camisón, su rostro estaba pálido.
—¿Qué más hicieron, Luís?
—N-nada… mamá… —Me esperaba alguna interrupción, otra cachetada, quizás —. Perdóname. Yo sabía que estaba mal y… debí detenerlo.
—¿Estás consciente de lo que hicieron? ¿De lo que están haciendo?
—Mamá, no…
—No quieras verme la cara, Luís. Sé perfectamente que hay algo raro entre ustedes dos últimamente. Esas miradas, esos jueguitos… ¡Como si no me diera cuenta de que me están vigilando si los estoy viendo! —Su rostro estaba descompuesto, las lágrimas caían gruesas por sus mejillas y su voz se cuarteó—. ¡Pues sí los veo! Quise hacerme la tonta, creer que sólo estaba siendo exagerada… resulta que no.
El dolor en cada palabra sólo hacía que mi pecho se
oprimiera cada vez más. Era su enojo por lo que hicimos, su decepción de mí y
de Raquel, su… ¿culpa?
—Y tampoco vengas a decirme que esto es culpa mía. ¡No lo
es! Me parto el lomo todo el día, ¡todos los días! ¿Para qué? ¿Para que anden
haciendo sus marranadas en casa?
Dejé de sentir mis pies y manos. ¿Lo sabía? ¿O sólo creía
que sabía? Era mi turno de sacar una cara de póquer y no estaba listo,
obviamente, no pensé ni confirmar ni negar nada en lo absoluto. El silencio fue
mi aliado y la perorata de mamá se extendió hasta que dieron las 4 de la mañana
en el reloj de la habitación. Durante todo ese rato, fui pensando las cosas.
Sus palabras iban del cuestionamiento a la recriminación y en ocasiones, llegó
a barajarme la opción mandarme a vivir con los abuelos, que vivían en un rancho
en medio de la nada absoluta. Había metido la pata. No sólo eso, me habían
descubierto y estaba por enfrentar las consecuencias. La ira fue
transformándose en tristeza, las lágrimas volvieron a derramarse y un par de
golpes leves fueron a dar en mi pecho y espalda varias veces.
Ambos estábamos cansados, pero era un hecho que ninguno
pegaría el ojo esa noche y mientras la madrugada avanzaba, decidí prepararnos
unas tazas en la hervidora. Un té para ella y un café doblemente cargado para
mí. Le acerqué su bebida, la dejó en su buró un buen rato y cuando por fin la
tomó, sentí que podíamos intentar hacer las paces. Después de un mar de
disculpas y de repetir cientos de veces que estaría de acuerdo con lo que fuera
su decisión conmigo, quise pedirle que no tomara represalias con Raquel.
—Yo soy el hermano mayor, yo fui el que dejó que las cosas
sucedieran. Deja que Raquel pueda seguir con su vida tal y como está. Ya está
progresando con el teatro y es algo que la hace feliz.
—No tienes derecho a decirme qué haré o no con tu hermana. Que
ella tampoco es ninguna mosquita muerta. Si yo digo que ella se va con los
abuelos y tú te enlistas en el ejército, es eso y punto.
La cosa se estaba volviendo a calentar y una cosa era
mandarme a vivir con los abuelos… pero ¿el ejército? Sentí un nudo alrededor
del cuello y vi una mano acercarse a una palanca lista para hacer desaparecer
el suelo bajo mis pies.
—Sí, mamá. No estoy diciéndote qué hacer… sólo era una
petición, nada más. Si dices que me tengo que salir del país, pues eso haré.
—Mira, ni me des ideas. Además, tampoco es para tanto, no
hagas tanto drama.
—Bueno, era sólo una expresión. Tampoco es que quiera irme
de la casa, pero haré lo que me digas.
—Mira… todavía no sé qué haré con ustedes. Me estalla la
cabeza y no quiero cometer una tontería de la que luego me arrepienta más.
Tomó de su bebida y se recostó en el colchón. Extendió su
mano y pidió la mía, la sostuvo con fuerza, estaba temblando. Me ofrecí a
llevarle algo de comer.
—Son las 5 de la mañana. Sólo está abierto el bar y de
seguro no tienen más que botana. Y no somos ricos como para pedir servicio al
cuarto.
—Raquel dijo que no nos alcanzaría ni para las cervezas del
minibar.
—¿Apoco pensaban emborracharse en el cuarto? —dijo un poco
más tranquila, se le escapó una risa con mi comentario.
—¡No! Ja, ja. Era porque no queríamos levantarnos el primer
día y yo pregunté si íbamos a pedir servicio al cuarto.
—De seguro estaban crudísimos.
—No. No realmente, el baile ha hecho que no nos dé cruda
estos días. ¿Y ustedes?
—Ni tomamos, apenas unos shots de lo que sea que nos
ofrecieron en la barra libre. Seguramente eran más hielos y jugo de lo que
fuera que alcohol.
Poco a poco, el tono de la conversación fue haciéndose menos
hostil y más ameno. La idea de Raquel, de hipnotizar a nuestra madre, habían
flotado toda la noche en mi cabeza y aunque había creído que no iba a poder
hacer nada… el ambiente se relajaba cada vez más. Empecé a sugerirle que
intentara dormir, aunque fuera un poco, total, el plazo para entregar la
habitación era hasta las 12 pm. Pero ella se negó al inicio, dijo que sería
mejor salir temprano y dormir el resto del domingo en casa.
—Entonces, ¿va a manejar Julia?
Ninguno de los tres teníamos licencia, pero sabíamos manejar
el coche y a veces hacíamos viajes cortos al supermercado o algún lugar cerca
de la casa, nunca habíamos manejado en carretera. Eso la hizo dudar y entonces,
decidí arriesgarme
—Hay un ejercicio de meditación supuestamente equivaldría a
8 horas de sueño —Lo había leído en mi curso—. Son una serie de respiraciones y
estiramientos para que se irrigue el cerebro.
—¿Es esa cosa de la hipnosis que tanto nos dice Raquel?
—No es hipnosis. No vas a dormir realmente. Son sólo
ejercicios de respiración y estiramientos, mira…
Fui dándole instrucciones, ella me miraba con desconfianza y
no seguía las instrucciones correctamente. Así que tuve que colocarme al lado
de ella y hacer presión sobre sus talones para alinearlos, sus manos para
extender sus brazos y por último, su nuca. Le pedí que aguantara la
respiración, pero no lo hacía. Al final, tuve que hacer que se levantara y le
tapé la nariz presionando con mis dedos, finalmente, terminamos el ejercicio y
pareció funcionar.
—¡Ay, Dios! ¡Luís! Hijo, ya no me siento cansada. ¿Qué clase
de brujería es esta?
—Son sólo ejercicios para meditar, mamá. Los puedes hacer
cuando lo necesites.
—Y yo pensando que me ibas a hacer actuar como gallina o
algo así —se aventó su chascarrillo.
—Para eso, se necesita más tiempo. Pero tampoco es que pueda
hacer que hagas algo que no quieres.
—¿En verdad hipnotizaste a Raquel? —preguntó mientras me
calvaba sus ojos.
—Sí —respondí con total naturalidad. Si le estaba
interesando, quizás podríamos intentarlo y quitarle esas ideas de correrme o a
Raquel de la casa—. Ella tenía pánico escénico y le di unas frases para que
pudiera racionalizar ese miedo y sobrellevar los nervios.
—Hum… —sonaba escéptica, pero intrigada—. ¿Y entonces de qué
sirve la hipnosis? Digo, si son sólo frases, puedes decirlas sin tanta
faramalla y ya. ¿Para qué se necesita dormir a la persona?
—Es complicado. No te duermes por completo, pero tampoco
estás totalmente despierto. Es más un tema de sugestión que de “lavado de
cerebro”. La verdad, sólo me llamó la atención porque vi que algunos psicólogos
la usan y al principio, le pedí a Raquel me que dejara intentarlo para sacarme
de dudas y ver si no había desperdiciado mi tiempo.
—Pues ella dice que le ayudaste… y ahorita me espantaste el
sueño. Supongo que algo estás haciendo bien. ¿Y piensas abrir un consultorio?
Necesitas una cédula para eso… ¿O piensas hacer shows como el sujeto que se
presentó hace años en el estadio?
—La verdad, no sé. Nunca pensé que podría funcionar o podría
dedicarme a esto. Sólo fue por curiosidad.
—Podrías estudiar psicología.
—No creo… no me llama la atención atender pacientes.
—Pues debes hacer algo con tu vida. No he querido
presionarte y no pienso hacerlo, pero tienes que encontrar un buen empleo,
sentar cabeza y saber proveer.
No era algo de lo que quisiera hablar, pero soportar su
sermón era mejor que escucharla furibunda. La luz del sol se colaba de lleno en
la ventana, ya que el edificio no tenía obstáculos y apenas eran las 7 de la
mañana, lo que significaba que el restaurante abriría su bufet dentro de poco. Decidimos
comenzar a empacar para dejar las maletas hechas y bajamos a desayunar.
Me tocó recoger las pertenencias de Julia y por un momento,
tuve en mis manos sus pantis… y las guardé sin prestarles mucha atención. Mientras
mamá y yo desayunábamos, no pude quitarme de la mente el hecho de que antes,
esas prendas me hubieran provocado aquellos bajos instintos que ahora habían
hecho que Raquel y yo estuviéramos en problemas.
Esperamos a recibir señales de vida de mis hermanas,
desayunaron en silencio y ni mamá ni yo lo rompimos. Las órdenes fueron recoger
y entregar las llaves, nos vimos en la recepción y nos fuimos sin intercambiar
palabra hasta llegar a la casa. Todos quisimos encerrarnos en nuestros
respectivos cuartos, pero tan pronto se cerró la puerta, se hizo el anuncio:
—Ya lo pensé bien. Las cosas aquí van a cambiar.
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