El hombre de la Casa 7: Nuevas Reglas



Mi estómago estaba encogido, Raquel y yo nos vimos de reojo, nuestros rostros estaban pálidos, nuestra madre nos pidió a los tres sentarnos en el sillón de la sala.

—Antes de empezar, escuchen hasta el final. Lo que voy a decir no es una opinión y no quiero escuchar la de nadie —sonaba molesta, pero no estaba gritando como la noche anterior, lo cual era aún más atemorizante—. Ya me di cuenta de que las explicaciones están de más en esta familia, no necesito saber qué carajos fue lo que vimos anoche Julia y yo.

La pausa fue dramática y sofocante. Apenas y pude voltear a verla, mis ojos no llegaron más allá de sus zapatos.

—Las cosas van a cambiar en esta casa. Anoche hablé con Luís y mientras más lo pensaba, más me convencí de que no pueden continuar viviendo de la manera en que lo hemos hecho. Y Luís estuvo de acuerdo conmigo.

“¡Oh, no!”, pensé al imaginarme entrando al ejército y recordando las escenas de D’Onofrio en Full Metal Jacket. Vi de reojo que Raquel y Julia me habían volteado a ver, pero yo no quise dejar de ver el suelo de la sala. 

—Ya que no puedo estar en casa para vigilarlos como si fueran niños chiquitos y que no puedo confiar en que ustedes dos puedan seguir viviendo bajo el mismo techo, pensé que Luís podría irse a vivir con los abuelos.
—¡¿Qué?! —era la voz de Julia, Raquel había ahogado un grito entre sus manos.
—Dije que no quería interrupciones, de nadie. No me gusta repetir las cosas y lo sabes, Julia. —su voz sonaba fría y seca. Dio una pausa para asegurarse de que el mensaje había sido entendido y continuó—. Luís me dijo que acataría la decisión que yo tome. Él no tiene ni idea de lo que quiere hacer con su vida y tiene razón en algo: al menos Raquel está abriéndose paso en el teatro.

Dejé de sentir mis dedos de tanto que apretaba los puños. Escuché los sollozos de mi hermana menor y Julia sólo resoplaba de vez en cuando.

—Pero los abuelos ya están grandes y sería injusto hacerlos cargar con uno de sus nietos nada más porque sí. Ellos no tienen la culpa de lo que ocurrió aquí. Así que, o vas buscando un techo propio o te enlistas en el ejército, hijo.

De nuevo, escuché las reacciones de las dos que tenía a lado; sin embargo, mis pulmones pudieron hincharse un poco más y respirar mejor, estaba escuchando una tercera opción: era el momento de buscar una casa nueva. Un peso cayó de mis hombros y vi a nuestra madre a los ojos, los cuales se clavaron en mí y aunque su rostro estaba serio, molesto y acusador; yo vi un ángel misericordioso, con halo y toda la cosa.

—OK.
—¡No! —Julia estalló en llanto. Me sujetó del brazo con fuerza y su cara sólo pasaba de mí a nuestra madre, sin poder más que esa palabra una y otra vez.
—¡No es justo! —oí a Raquel detrás de mi hermana mayor—. ¡No es justo! ¡Todo esto por un tonto beso! ¡Fue sólo eso, una tontería! Yo me emocioné y… y… ¡Perdón!

Mamá no dijo nada, pude ver que estaba atenta, estaba esperando algo… quizás algún desliz… quizás alguna disculpa “más sincera”, alguna muestra de arrepentimiento… o sólo se estaba recreando con todo eso. Julia estaba acortando el espacio de la tela de mi camisa y mi piel, cada vez tomaba más y más, en cualquier momento sus nudillos me harían un torniquete perfecto.

—No veo otra salida —continuó la jueza, jurado y verdugo—. No puedo permitir que esto escale mientras no estoy yo ni Julia. Y, si ya ni siquiera yo tengo la necesidad de cuidarlos, mucho menos Julia.
—Ella no tenía por qué cuidarnos para empezar —mustió Raquel. Finalmente, mi brazo volvía a ser libre y escuché un manotazo de Julia a nuestra hermana menor.
—¡Raquel! ¡Cálmate! No empeores las cosas.
—¡Tú también eres una víctima! Te preocupas por nosotros como si fueras nuestra mamá… ¡Incluso más que mamá! ¡Y no tienes por qué!

El volumen estaba elevándose y las garras estaban a nada de salir entre ambas. Yo sólo me di cuenta de que la matriarca de la casa sólo seguía observando atentamente.

—¡Ni tú tenías que dejar tu vida a un lado por cuidarnos, ni tendríamos esta conversación si NUESTRA mamá hubiera estado aquí, con nosotros, desde el principio!
—Tú sabes que las cosas no son así, Raquel —nuestra hermana mayor estaba llorando a moco tendido—. Si ella no está en la casa no es por gusto, es para que tú, Luís y yo pudiéramos comer y estudiar.
—¡Y mira de qué nos sirvió! —se levantó y se dirigió a las fotos que había de nosotros tres cuando éramos niños—. Te convertiste en nana a los 13, te graduaste y te matas trabajando todo el día como mamá ¡y ni siquiera te alcanza para salirte de la casa! ¿¡Y quieren que Luís, con su sueldo de propinas, viva por su cuenta!?

Lo admito, aquello se sintió como un gancho al hígado. La mayor sólo sollozó mientras la menor le clavaba la mirada, pese a que sus palabras iban dirigidas a otra persona, que sólo parecía una estatua vigilante.

—Si tanto desconfías de nosotros, como para corrernos…
—Mucho cuidado con lo que estás por decir —mi madre rompió el silencio y su dedo índice era una señal de cuidarse—. Esta es mi casa y las reglas las pongo yo, no ustedes.
—¿Y acaso tú estás pensando lo que nos estás diciendo?

La palma hizo un ruido sordo sobre su mejilla, había sido suficiente para mamá… pero no para la menor de sus hijas.

—¡Golpearme no hace que tengas la razón! Primero nos dejas a nuestra suerte y ahora resulta que te importamos.
—¡Raquel! —gritó Julia
—Se muere papá y luego, nuestra hermana se convierte en nuestra madre… ¡porque tú nos abandonaste!
—¡RAQUEL!
—Y resulta que ahora ninguno de los tres podemos confiar en los demás porque desde niños sólo pudimos contar con nosotros mismos. Ni Julia pudo hacer amigos y seguramente Luís tampoco, porque no había un adulto responsable que se preocupara de nosotros…
—¡YA BASTA!
—Y ahora, que por fin pude sentirme a gusto y amada por alguien, resulta que es mi hermano… ¿Tú crees que no me doy cuenta de lo enfermo que resulta? ¡Luís es el único que ha estado ahí para mí! ¡Me escucha y me apoya! Yo… yo sólo… ¡No puedes evitar que nos sigamos viendo! Si él se va de la casa, ¡yo me voy con él! ¡Y NO PUEDES HACER NADA PARA…
—¡Raquel! —hablé por fin, esto estaba saliéndose de control—. Cállate y siéntate.

Primero, resopló. Sus uñas rasgaron la piel de sus antebrazos y luego, volvió a su lugar en el sillón, al lado de Julia. Ella y mamá quedaron atónitas ante el repentino silencio y la manera en que había obedecido mi comando.

—Si es lo que hace falta para que puedas estar tranquila, voy a buscar casa hoy mismo, mamá —quise sonar tranquilo y conciliador —. Y Raquel, tú vas a hacer lo que mamá ordene. Si ella dice que yo me voy y tú te quedas, lo haces. Si te dice que no nos podemos ver, no te voy a ver. No vas a echar a perder lo que has logrado hasta ahora y no lo vas a hacer por algo como esto.

El silencio volvió, aún más denso y pesado. Tuve la oportunidad de mirarlas a cada una, los ojos de Julia estaban rojos y las lágrimas ya habían formado manchas en su blusa. Raquel también estaba llorando y estaba roja, a diferencia de la palidez de nuestra hermana mayor, podía ver tragar saliva ante la incapacidad de continuar hablando. 

Finalmente, los ojos de nuestra madre estaba abiertos como platos, estaba discerniendo, seguramente, entre rebatir la verborrea de la menor y tomarme la palabra y dar por finalizada aquella discusión.

No estoy seguro de qué me hizo levantarme, pero era un hecho que no tenía nada más qué decir o escuchar. Tomé mi maleta, me encerré en mi cuarto y me puse a revisar en Internet los precios de renta en la ciudad.
 

Desperté en la madrugada, no había probado bocado desde el bufet en el hotel la mañana anterior y bajé a la cocina. Julia estaba preparando café y había empezado a preparar hotcackes.

—¿Pudiste dormir? —preguntó con voz baja y apagada, más desanimada que intentando ser discreta.
—Sí… gracias al reloj —el regalo que ella me dio en mi cumpleaños 18, un despertador con máquina de ruido blanco que siempre me hacía dormir largo y tendido. Verla con ojeras me hizo sentir culpable—. Si quieres, te lo presto esta noche para que puedas descansar.
—No, gracias. Me enteré que puedo descargar una app, gracias. Acuérdate que es tu regalo…
—Y luego, hasta les tuviste que comprar uno a Raquel y a mamá.
—No andes regalando lo que te regalan, hermanito.

Comí como pordiosero, Julia siguió sirviéndome ración tras ración y perdí la cuenta de cuántos hotcackes me engullí para cuando apareció Raquel y me abrazó el cuello con tal fuerza que tuve que toser un poco de pan. Restregó su frente en mi espalda y me di cuenta de que no decía nada, seguramente por mi comando del día anterior.

Dinos. ¿Tú tampoco pudiste dormir?
—Un poco. Julia me recordó lo del ruido blanco a mitad de la noche. ¿En verdad te vas a ir?
—Pues sí. ¿Qué otra opción queda?
—Tiene que haber una forma de convencer a mamá —dijo Julia—. De seguro no habla en serio, vas a ver cuando se le pase el coraje.

Yo no estaba tan convencido, pero me guardé mis comentarios. Mis hermanas desayunaron y en cuanto mamá hizo acto de presencia, ambas se levantaron y se fueron sin dirigirle la palabra. Me quedé para no dejarla comer sola, pero ella tampoco tenía muchas ganas de conversar. Me levanté cuando se llevó el último bocado a la boca, le comenté que esa tarde iría a buscar dos lugares que había hallado en un grupo de viviendas en Facebook, ella sólo gruñó para confirmar que me había escuchado y me preparé para ir al trabajo.

Llegué al restaurante una hora antes de que empezara mi turno. Una compañera del turno nocturno se sorprendió de verme.

—¿Qué haces?
—Quise llegar temprano, quiero ver si me aprueban horas extra…
—Creo que es mejor que le hables primero a Ulises —nuestro jefe.

Algo que debieron decirme en persona, me tocó escucharlo a través del teléfono. El viejo desgraciado me había despedido porque ese mismo viernes consiguió quién me reemplazara y me dijo que fuera a RH para firmar la baja (renuncia voluntaria, según), que diera gracias porque no quedaría asentado que abandoné el trabajo y que, en su gran generosidad, me expedirían una carta de recomendación. Bastardos. Me dieron una cantidad que apenas superaba lo que ganaba en dos semanas, sólo firmé y me marché tan pronto me dieron el sobre con el efectivo, sin siquiera intercambiar palabras ni con la responsable ni con la compañera que me estaba esperando fuera de las oficinas.

Era un nuevo revés. No sólo tenía que encontrar un lugar mudarme, sino que ahora también tenía que buscarme un nuevo empleo. Estaba furioso, caminé sin rumbo durante horas, dándole vueltas a muchas cosas en mi cabeza y para cuando me di cuenta, me encontraba en el centro de la ciudad. Me quedé solo con mis pensamientos en una de las bancas del kiosco. ¿Por qué? ¿Cómo? Las cosas dieron un giro brutal, de estar en el paraíso hacía dos días a ser expulsado de la casa y ahora, desempleado. 

Visité ambos sitios en renta, cada uno más deprimente que el anterior. Eran viles cuartos, sin cocina ni baño propio. Era para lo único que me alcanzaba con lo que ganaba en el restaurante… o seguía buscando lugares como esos o tendría que conseguir un trabajo mejor pagado.  

Regresé por la tarde, Raquel ya había llegado y corrió a recibirme. Sus besos lograron animarme un poco, no tuve corazón para confesarle mi despido, sólo le dije que seguiría buscando hogar.

—Estuve pensando y decidí que prefiero irme a vivir contigo que seguir aguantando a mamá y sus miradas acusadoras.
—Raquel… no me lo tomes a mal… pero los lugares que fui a ver hoy son terribles, me interesaron porque eran lo único para lo que me alcanza con lo que gano. Ahora sé que debo encontrar otro trabajo si no quiero vivir en una alacena debajo de las escaleras en alguna casa de asistencia.
—¿Y?
—Que ni loco voy a dejar que abandones este lugar si no es para que vivamos mejor.
.---Me queda claro que cualquier lugar es mejor que esto…
—No viste lo que yo vi hoy, hermanita.

Ella estaba sentada sobre mí, acurrucada sobre mi pecho. Mi corazón se partía al verla así, era como si se acabara de enterar de que Santa Claus no existe. Se escuchó un portazo en la entrada y ella pegó un brinco para alejarse de mí y se colocó al lado del sillón. Todavía era de tarde, creímos que se trataría de Julia, pero nos congelamos al ver aparecer a Sandra, nuestra madre.

—No pueden estar separados, ¿o qué? —espetó, seria, pero sin atisbos de volver a explotar—. ¿Cómo te fue, hijo?
—Bien, pero tengo que seguir buscando… casa y trabajo.
—¿Y eso?
—Me despidieron —lo solté, así sin más. Raquel sofocó su sorpresa.
—¿Cómo así? ¿No dijiste que te habían dado vacaciones?
—Eso me dijo el desgraciado de mi jefe antes de irme. Dijo que me tomara el fin de semana libre… —le conté lo que pasó—. De todas formas, con lo que ganaba allí apenas podría pagar un vil cuarto.
—¿Te irías a vivir con roomies? —preguntó mi madre, sorprendida.
—Algo así, son varios cuartos en una especie de vecindad… pero el baño, la sala y la cocina son de uso común.
—¿Pero con quién compartirías? —siguió interrogándome, cada vez más angustiada.
—Quién sabe… no sé quiénes vivían en los demás cuartos.
—Pero, bueno —dijo de repente Raquel, con un tono de lástima—. Es para lo que te alcanza, hermanito. Es eso o irte a vivir a una casa de asistencia.

Con eso comprendí la estrategia de inmediato, observé con detenimiento a mamá y vi la brecha abrirse, si había una oportunidad de convencerla de retroceder, era esa.

—Sería mientras consigo trabajo. Mañana iré a ver un albergue en el centro, cerca del anexo.
—¿¡Qué!? ¿Anexo? ¿De qué?
—Es un anexo cerca de la Catedral, donde van adictos en recuperación. Pero al lado está una casa hogar, mañana voy a pedir informes.

Me retiré a mi cuarto, el rostro de mamá estaba pálido como la porcelana al pasar a su lado. Dejé la puerta abierta y después de unos minutos, pude ver pasar a Raquel cuando iba a su habitación, nos vimos y le mostré los pulgares, pero ella no respondió. Detrás de ella, apareció Sandra.

—Hijo… he estado pensando —entró y cerró la puerta detrás de ella—. En vista de las circunstancias, creo que es mejor que te quedes aquí en lo que encuentres un trabajo.

Sabía que la jugada podría funcionar, pero no esperaba anotar tan rápido. Un público invisible coreaba mi victoria en un estadio imaginario. La consternación de mi mamá me había comprado un poco de tiempo… pero… ¿por qué mejor no hacer que cambiara de opinión?

 
—¿En serio? —me preguntó Raquel la madrugada siguiente, estábamos de nuevo junto a Julia—. O sea que no conviene que encuentres trabajo pronto.
—En parte… —dije mientras preparaba unos huevos para los cuatro—. Tampoco es que me pueda hacer pato por siempre, Raquel.
—Un par de años, quizás —bromeó.
—¿Y si en lugar de trabajar te metieras a estudiar una carrera? —sugirió Julia—. Dudo que mamá se atreva a echarte si —abrió comillas con sus dedos— “haces algo de provecho con tu vida”.
—No es que no quiera trabajar, Julia —contesté con un poco de hastío—. Lo que no quiero es irme. No es sólo por la casa… nunca me había imaginado vivir sin ustedes.
—Dirás sin Raquel, sin mí ya viven ustedes dos.
—Exclamó la que se queda hasta la madrugada fuera de casa y dice no tener novio… o novia.
—¡Ash, ni empieces!
Basta, ya. La verdad es que hablo de las tres. Me queda claro que mamá se ha sacrificado por nosotros y que Julia se está abriendo paso en su carrera, ninguna de las dos tiene culpa de sus horarios. Y va a ser lo mismo cuando tú empieces a presentarte en otros lugares.
—Pues te hago mi mánager y asunto arreglado, me acompañas en los tours. Total, ya estás acostumbrado a no ver a Julia y a mamá y ellas ya no nos quieren en casa.
—Disimúlale más —mustió Julia con sarcasmo—. Estás a nada de meter a Luís en un saco y llevártelo a la calle.
—Como si pudiera cargarme —me burlé.

Raquel se me acercó por la espalda, me rodeó con sus brazos y logró levantarme… un par de segundos. La risa nos ganó a los tres y los huevitos estaban listos, nos serví una cuarta parte del sartén y nos pusimos a desayunar. De nuevo, al aparecer mamá, mis hermanas terminaron rápidamente, recogieron y se fueron de la casa sin voltear a verla. Yo también me levanté, le serví en su plato y la acompañé mientras comía.

—¿No puedes hipnotizarlas para que me quieran? —me preguntó sin quitar la mirada de su plato.
—Quizás a Raquel, sí —respondí intentando animarla—. Pero Julia nunca ha querido saber nada de esto.
—Suena tan extraño: mi hijo hipnotiza —vocalizó con tono cómico—. Anoche no pude dormir bien, ¿me puedes hacer el ejercicio de la otra vez? No quiero quedarme dormida a mediodía.

Lo hice, nuevamente, tuve que asistirla y corregir su postura para que funcionara. Quiso que lo repitiéramos primero una vez… y luego, otra.  

—No está bien que se haga más de dos veces, mamá. Esto no es psicológico, es la sangre que te entra al cerebro y puede ser peligroso.
—¿En verdad podrías hipnotizar a Raquel? —dijo como si no me escuchara, sonaba somnolienta, como si estuviera apenas despertándose.
—Puedo hablar con ella, mejor —contesté mientras masajeaba sus hombros.
—Estoy muy entumida, de nada sirvió todo lo que nos hicieron en el spa… habla con ellas, Luís. No quiero ser yo la que rompa esta familia.
—Ni nosotros, mamá —seguí con el masaje, bajando por sus hombros. 

Había una técnica de relajación para inducir al trance a través de puntos de presión… todos nuestros problemas podrían resolverse si tan solo…

—¿Tanto me odian? —rompió en llanto. Sentí los estertores de sus pulmones mientras continuaba masajeando su espalda alta—. Los escuché antes de bajar… no quiero que ninguno se vaya.
—Creo que nadie queremos… yo sólo no quiero problemas, ni con nadie ni para nadie. —empecé a bajar por sus brazos, ella ahora estaba respirando profundamente—. Yo sé que no he sido el hijo que tú esperabas, me di cuenta de que ni siquiera había sido un hermano mayor para Raquel… —los puntos de presión estaban apareciendo bajo las yemas de mis dedos y comencé a estimularlos suavemente—. No quiero ser un lastre en la vida de ninguna de ustedes.
—No… lo eres… —sonaba adormilada, con una voz apagada y gutural.
—Tampoco te odiamos… ninguno de los tres. Estamos asustados, el cambio da miedo… —pude escuchar un leve ronquido, la enderecé y su cuerpo se sentía como un maniquí, se movía con facilidad pero se quedaba rígida en la posición. No hice preguntas para confirmar si estaba en el estado ideal, seguí con frases sutiles—. El cambio no es malo, sólo tenemos que acostumbrarnos y todo se acomodará. No nos odiamos, sólo no nos conocemos lo suficiente.

Estaba seguro de que estaba completamente receptiva, porque repetí las frases y ella no reaccionó. Según la técnica, hice un toque en su meñique derecho y aquello funcionaría como un candado o gatillo para futuras ocasiones, si estaba haciéndolo bien, podría entrar en estado de trance más fácilmente con sólo presionarlo.

—Te amamos, mamá. Julia, Raquel y yo te amamos. Y nosotros sabemos que tú nos quieres ver felices, sólo es cuestión de acostumbrarnos a los cambios y todo se acomodará… Raquel y yo… —Tenía que aprovechar para tapar aquella zanja lo antes posible—. Confiamos mucho el uno en el otro, ella me está ayudando a comprender a las mujeres y ella está aprendiendo conmigo también, nos estamos ayudando. No es nada malo querernos ayudar… —hice una pausa, ella sólo resoplaba lentamente, repetí esas frases y continué:—. Estoy para ti, para ustedes. Quiero ayudar en lo que pueda y lo haré —Fui acomodándola lentamente en el sofá hasta que se acostó. Hice una presión fuerte en su meñique y luego, en sus brazos—. ¿Mamá? ¿Me escuchas?
—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Qué me pasó?
—Te dije que era peligroso. Ese ejercicio no es para hacerse las veces que uno quiera.
—¿Qué? ¿De qué hablas, hijo?
—Te empezaste a quedar dormida con el masaje y, de repente, te desmayaste o algo así. Me preocupé un rato pero estabas respirando bien, así que te acosté y empezaste a roncar.
—¡Ay, no! ¡Qué pena! —dijo mientras se dio cuenta de las lágrimas en sus ojos y se limpiaba—. No recuerdo qué pasó… iba a bajar para desayunar con ustedes y los escuché… Raquel me odia…
—No, mamá…
—Bueno, no me odian, pero entiendo que tiene miedo. Han sido muchos cambios bruscos en poco tiempo, ¿no? Es natural que se sienta así, no es fácil aceptar cambios así como así.

Yo sólo le di la razón. Vio su reloj y se levantó como si tuviera resortes y subió a su cuarto y bajó con un saco.

—Hoy tengo una comida fuera del trabajo con una persona importante, si todo sale bien, tal vez me asciendan a subdirectora en el almacén.
—¡Eso es genial, mamá! ¿Por eso no dormiste bien?
—En parte. Esta situación me tiene intranquila. Tú, Raquel y Julia son lo que más me importa. Creo que, en el fondo, entiendo por qué Raquel y tú… bueno, luego hablamos de eso. Tengo que irme ya, si todo sale bien, podré renunciar en el hotel… con suerte, pueda estar más con ustedes en mi tiempo libre.
—Eso suena bien. —Un poco, no. Definitivamente, no tanto.
—Y quizás ya no tengas que apurarte en conseguir empleo, Luís. Para que tampoco te presiones… sé que no somos robots y si necesitas tiempo antes de volver a trabajar, tómate esta semana. ¡Ánimo! Seguro que todo se acomodará.
—Ojalá.
—Deséame suerte.
—No la necesitas, seguramente el puesto ya es tuyo. ¡Que te vaya bien!
—¡Gracias! Descansa. ¡Te amo!

La puerta se cerró y escuché el carro alejarse. Había funcionado, estaba repitiendo las frases que le había dicho y ahora, tenía una semana de nuevas vacaciones… con suerte, ya no tendría que irme de la casa y quizás, quizás, Raquel y yo no tendríamos que seguir escondiendo lo que hacíamos.
 
—¿Lo dices en serio? —mi hermanita había regresado de clases y tenía mi verga en sus manos, estábamos en mi cuarto—. ¿Hipnotizaste a mamá?
—Y ella quería que yo las hipnotizara a ustedes para que dejaran de odiarla.
—¡Maldita! Quería usar mis propias tácticas en mi contra—dijo antes de llevarse mi rabo a la boca.
—Cuánto me alegra que no seas tú la que puede hacerlo. ¡Uf! —Succionó con fuerza—. Quién sabe de lo que serías capaz con tanto poder.
—Los tendría todos a mis pies, ¡mua ja, ja! —bromeó. Una vez rígido, se acomodó sobre mí para poder introducirme a su voluntad—. ¿Y qué tienes pensado hacer, hermanito?

Mientras fui compartiéndole mis ideas, ella fue acompasando sus montadas y poco a poco, las palabras dejaron de tener sentido con aquella cabalgata ardiente. Sus pechos rebotaban, ya no estaban amoratados pero aún pude ver las marcas de mis dientes y uñas. Quise consentirlos, mis labios y lengua estuvieron para mimarlos en ese momento. Sus manos rasguñaban mi espalda y nuca, pero tampoco eran agresivas. Estaba a punto de terminar, tenía que concentrarme para esperarla.

—¿Te está costando trabajo? —me susurró al oído— Ya casi llego, un poco más.

¿Cómo no encenderse aún más con eso? Sus caderas descendían al embestir y se elevaban al retroceder y su boca jugueteaba en mi oreja… ¿Y así quería que aguantara? Era una tortura, pero de esas que quería repetir por toda la eternidad. Tuve que llevar mi mano a la base del garrote, la amenaza de acabar era real y una vez contenido, aproveché para saludar su botoncito.

—¡Ah! ¡Sí! —lo estaba logrando. Contenía sus gritos, pero aquellos gemidos a escasos centímetros de mi oído eran la señal inequívoca—. ¡Así! ¡Ya mero!

De pronto, sus movimientos fueron más y más rápidos. Aparté mi mano y me concentré en soportar hasta escuchar su último gemido y ambos nos tumbamos sobre la cama. La luz del atardecer hizo que su melena castaña reluciera como si fueran hilos de oro y sobre las manzanas rojas que eran sus mejillas. ¿Cómo es que aquello podría estar prohibido? Nos queríamos, eso es lo único que al mundo debería de importarle… es lo único que a nuestra familia le debería de importar.

Y así sería.

—Voy a hacer que mamá nos deje continuar con esto —dije con ánimos renovados, el orgasmo es buena ayuda para tomar decisiones—. Vas a ver, no vamos a tener que seguir escondiéndonos.

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