El Hombre de la Casa 8: Pequeñas Victorias



La semana transcurrió mejor de lo que habría imaginado. Me dediqué a revisar ofertas de trabajo, pero el panorama laboral era terrible, lo viese por donde lo viera, no encontré alguna oferta que me llamara la atención, call centers y antros estaban fuera de la lista para mí. Mi estancia en casa me convirtió en el responsable de la limpieza y la comida, no era el mejor cocinero del mundo, pero uno que otro truco aprendí estando en el restaurante y los elogios de mis hermanas y mi madre me ayudaron a no sentirme una rémora.

Mamá habló con nosotros ese fin de semana y oficialmente, recogió cable con la idea de que me fuera de la casa y aprovechó para ofrecerme trabajar en el almacén con ella, quien comenzaría con su nuevo cargo de subdirectora dentro de un par de meses. Tuve que rechazar con la excusa de que a nadie le gustaría la idea de que el hijo de la nueva jefa entre de repente a la empresa, lo cierto es que ni me atraía la idea de trabajar allí ni mucho menos, bajo la vigilancia de nuestra madre.

—Eso es verdad, mamá —añadió Julia—. Yo ni le ofrecí a Luís que entre a trabajar conmigo porque la paga para los recién llegados se hace hasta que cumplen cierto tiempo, hasta que le dieran un puesto oficial, sería un becario sin sueldo; y como estaba buscando casa, no iba a poder soportar más que un par de semanas. Porque ni siquiera les dan para comer, menos para el transporte.

—Yo voy a buscar trabajo también —anunció Raquel—. Con todo lo que ha pasado, siento que también debería aportar algo… quién sabe, tal vez me vaya a vivir lejos algún día y voy a necesitar ahorrar.

—Le había dicho a su hermano que una de las cosas que me emocionan de mi nuevo puesto es que por fin voy a tener un horario administrativo… y por fin podré estar más tiempo en casa. Mi intención nunca fue correr a nadie, es sólo que lo que pasó me sorprendió mucho y estos días he tenido tiempo de darme cuenta de lo que ustedes llegaron a decir…

—Mamá… —Raquel también había tenido tiempo de arrepentirse de las cosas que había dicho y la forma en que lo había hecho.

—Ya sé, Raqui. No te preocupes, te salió del alma, así como a mí con lo de su hermano. Y quiero que hablemos al respecto.

Durante esa semana, había tenido oportunidad de ir ganándome su confianza y las sesiones de “ejercicios y masajes” se habían repetido. Si por mí fuera, mamá hasta nos hubiera dado su bendición a Raquel y a mí frente al altar esa misma tarde, pero teníamos público.

La única interacción que tenía con Julia era en el desayuno y en la noche, pero simplemente no me permitió acercarme lo suficiente, ni siquiera para hacer un ejercicio de meditación en la sala. Ella dejó claro que no quería saber nada de la hipnosis y parecía tener cierto recelo a deja acercarme a ella de esa forma. No era fría ni grosera, pero después de lo del beso con Raquel, entendí que guardar distancia era lo mínimo que quería hacer, ya fuera por propia convicción como por temor a la reacción de mamá. Al contrario, sin dejar de guardar distancia física, ella empezó a actuar como chaperona cada que llegaba a casa y se las ingeniaba para no dejarnos a Raquel y a mí solos en una misma habitación, ni siquiera viendo la televisión en la sala o al desayunar. Era una piedra en el zapato, pero tampoco era tan molesto… Raquel se apuraba en llegar a casa temprano y aquello nos daba una hora o dos para desfogarnos lo suficiente para aparentar cuando llegaba nuestra hermana mayor. A pesar de todo, habíamos creado una rutina funcional en pocos días.

—Lo de ustedes dos —dijo Sandra, mirándonos a Raquel y a mí—, fue un desliz. Eso de depender el uno del otro durante tanto tiempo hizo que se les cruzaran los cables y queda claro que no va a suceder otra vez, ¿verdad?

—Y yo que pensaba usar a Luís para ensayar mis escenas de besos —dijo con sarcasmo la hija menor. Esto habría puesto las cosas tensas en otras circunstancias, pero ahora, mamá sólo aguantó una risa mientras le daba un coscorrón amigable.

—¡Chistosita! Estoy tratando de ser seria aquí —Raquel y yo hicimos un saludo militar, Julia se nos unió y todos reímos—. ¡De veras que con ustedes no se puede! Pero, bueno… ya. Lo pasado, pasado.

«Julia, no sé por dónde comenzar. Ha sido injusto para una niña tener que convertirse en adulta y dejé que tomaras toda la responsabilidad por tus hermanos, incluso ahora, puedo ver cómo te preocupa dejar a estos dos solos —en efecto, la mayor se encontraba entre nosotros como parte de sus labores de chaperona—. No necesitas seguir siendo la niñera, tampoco la mamá.

Se acercó a ella y acarició su rostro. Las lágrimas de Julia comenzaron a brotar inmediatamente, ambas se abrazaron y después de un rato, Raquel y yo nos unimos.

—Cada quién debe tener su propia vida, pero no voy a ser yo la que les diga cómo debe de ser. No más vigilancia, no más órdenes… A ver —aclaró—, tampoco significa que todo esté permitido, pero ahora que todos somos adultos… seres pensantes y responsables, creo que podemos comunicarnos sin gritos ni pleitos.

«Y Luís, has hecho un buen papel manteniendo la casa limpia y ordenada, sin mencionar la comida. Es bueno pedir a domicilio o comprar afuera, pero ahora que he estado comiendo lo que preparas, siento que le cae mejor a mi estómago.

—Tienes madera de amo de casa, hermanito —dijo Raquel—. ¿Quién hubiera pensado que terminarías siendo un mandilón?

—No le digas eso —la regañó Julia—. Si él no termina poniéndote laxante en la sopa, yo lo hago. Pero sí, a mí también me gustó comer lo que nos preparaste estos días, hermanito.

Yo, encantado. Aquellas palabras inflamaron mi pecho como hacía mucho no sentía, eran mis sentimientos por Julia, quizás, negándose a ser enterrados y luchando por salir a la superficie.

—Yo encantada por tener un chef particular en casa —Raquel se asió a mí, ambos aprovechamos el abrazo grupal para alejarnos del sofá y quedamos de pie frente a las dos. Era un movimiento arriesgado, pero ambos lo habíamos calculado para medir las respuestas de nuestra madre.

—Esa es una buena idea —dijo, sin molestarse en absoluto que mi hermana tuviera sus pechos embarrados en mí—. Luís, ¿no te gustaría estudiar gastronomía?

—No sería mala idea —secundó Julia, cuya sonrisa auténtica hizo caso omiso de la pierna de Raquel que se alzaba detrás de la mía.

Las sesiones con mi madre habían pasado de ser sutiles comentarios a órdenes específicas. No sólo ya no le molestaría cualquier tipo de contacto físico que tuviéramos Raquel y yo, sino que le gustaría verme siendo cortejado por mujeres, sea la persona que sea.

“Tengo poca experiencia con mujeres, sentirás orgullo y alegría cuando me veas recibir atención de cualquier mujer. Tu hijo es deseado y eso te pone contenta.”

Por otro lado, el que Julia fuera liberada de su carga como nana después de tantos años pareció servir bastante. Ni siquiera hizo caso de que la entrepierna de nuestra hermanita estaba empezando a hacer contacto con mi muslo apenas cubierto por las bermudas. Pero esto no estaba siendo pasado por alto por nuestra mamá.

—Bueno, ya. Esto no es un ensayo de tus escenas románticas, Raqui. Suelta a Luís y más vale que controles tus hormonas para cuando tengas novio, ¿está bien?

Los ojos de Julia se pusieron como platos al prestar atención a la escena y la menor se sentó a su lado de nuevo. Yo me quedé fuera del sillón y sólo quise esperar si habría algún revés, pero mamá se levantó y me abrazó, ante la mirada estupefacta de su hija mayor.

—Sería genial que te dedicaras a lo que más te guste, hijo —dijo con un tono maternal que pocas veces le había oído usar conmigo—. Si es la cocina y quieres estudiar, hazlo. Y si es otra cosa —me plantó un beso en la mejilla—, también.

Me devolvió a mi lugar con una nalgada suave y sólo pude responder a la cara de Julia con una breve risa tonta. Raquel le picó las costillas por la espalda y antes de que le pudiera reclamar algo, le dio la indicación de prestar atención a mamá.

—Por último y aprovechando que es fin de semana… —nos dio la espalda y encendió la televisión, escogió un canal de sólo música, ritmos latinos. Eran los Ángeles Azules y empezó a bailar—. Las noches de baile no se van a acabar sólo porque no estemos de vacaciones, ¿oyeron?

Aquello era una sorpresa agradable. Pude darme cuenta de la pasión de mis hermanas por el baile, pero la que sin dudas se había transformado en la pista era nuestra mamá. Me jaló hacia ella y tras reponerme de la sorpresa, empecé a agarrar el ritmo de la cumbia. Sin darme cuenta, pronto estábamos todos contoneándonos, movimos de lugar la mesita y el sofá de la sala y pudimos tener nuestra primera noche de baile en la casa. Esta vez, no hubo ni reggaetón ni perreo, pero fui alternándome entre las tres bellezas a las que todos voltearon a ver en el bar del hotel.

El reloj había marcado la medianoche mucho tiempo atrás cuando caí rendido en la cama, esta vez, no necesitaría ayuda del ruido blanco para dormir. Estaba apenas cayendo cuando sentí un par de manos en la espalda.

—Ten mucho cuidado, hermanito.

Los vellos se me pararon mientras un escalofrío me dejó helada la espalda, era la voz de Julia. Me giré para poder ver su silueta en la oscuridad mirando en mi dirección desde una “distancia segura”.

—Mamá dice que le has estado dando masajes… y me confesó que en algún momento te pidió que nos cocowashearas para que “dejáramos de odiarla” —dijo esto, haciendo el gesto de comillas con sus manos—. Me queda claro que no fue necesario conmigo —hizo una pausa, yo opté por guardar silencio—. Pero si lo del baile de ahora fue por algo raro…

—Yo también me sorprendí —contesté de inmediato, estaba siendo sincero—. Eso fue idea de mamá. Sobre lo otro, sólo hemos hecho ejercicios de respiración… para que se tranquilice con lo del nuevo puesto —y ahí terminó mi sinceridad.

—Te voy a creer, Luís. Más porque tengo que hacerlo o, si no, me volveré loca. Sabes que puedes confiar en mí, puedes contarme lo que sea y no te voy a juzgar… como dijo mamá, ya somos adultos y creo que podemos comunicarnos mejor —de nuevo, ella esperaba alguna respuesta y callé—. Alguna vez fuimos uña y mugre, ahora te llevas mejor con Raquel. Y no es reclamo, pero no por llevarte bien con ella significa que no podemos volver a ser cercanos… sin la parte física, de preferencia.

Se fue tras no escuchar palabra alguna de mi parte, nos dimos las buenas noches antes de que saliera y se topó con mamá, quien parecía que hizo relevo y cruzó el umbral de mi puerta.

—¿Qué tal? Oye… ¿Te dio vergüenza bailar con tu mamá y tus hermanas en casa?

—Un poco, sí. Pero me gustó, sólo que me tomó por sorpresa.

—Yo solía bailar mucho cuando era joven. Papá y yo salíamos a la discoteca cada fin de semana y a veces, nos dábamos tours hasta el amanecer —suspiró—. No recordaba la última vez que me había sentido así hasta lo de este viaje.

—Te vi más relajada.

—Creo que lo del spa hizo que me diera cuenta de lo poco a lo que se había reducido mi vida… lo mucho que me la pasé viviendo estresada. Creo que me gusta más, esto de bailar, relajarse y disfrutar del tiempo libre… —Se acostó al borde de mi cama—. Y los masajes.

—Julia pensó que te hipnoticé… por lo del baile.

Su carcajada resonó seguramente por cada rincón de la casa. Se tumbó sobre mi colchón y no podía parar de reír. Cuando por fin pudo respirar tranquilamente, volvió a sentarse.

—¿Tanto les sorprendió? Deben pensar que no hago otra cosa más que trabajar…

—Y dormir —era Raquel, asomándose por el umbral de la puerta—. Esa risa sí que te salió del alma, mami.

—Me duele el estómago, hasta las lágrimas me sacó.

Le explicó la situación a mi hermana y una risa tímida fue lo único que tuvo como respuesta. Pero mi mamá volvió a sucumbir a otra risotada, ante la cual Raquel y yo sólo intercambiamos miradas incómodas.

—Si no fuera por lo de Luís y la hipnosis, hubieran pensado que estaba borracha o drogada, ¿verdad? ¿Tan raro les pareció? —Ambos callamos—. Bueno, ahorita se lo digo a Julia, pero, por si las dudas, te lo digo Raquel: Luís no me ha hipnotizado, sólo me ha hecho hacer ejercicios de respiración y me ha dado masajes. Ni siquiera me he quedado dormida una sola vez.

—Bueno, después de cuando te desmayaste, no. Ya no —acoté,  los tres reímos.

—¡Ay, bueno! Pero no me has hecho nada raro, a eso me refiero. Este nuevo puesto me va a permitir darle un cambio radical a mi vida y por fin voy a poder respirar, en lo económico y en lo personal. Quiero recuperar mi vida, todavía no estoy tan “echada al catre” como para sentirme una vieja amargada.

—¡¿Qué dices, mamá?! Si apenas tienes… —Estaba haciendo las cuentas, pero el número no importaba—. ¡Bah! Los años que tengas. Si tan sólo hubieras visto cómo te veían los demás en el hotel.

—Mira, mejor ni me digas. Una de las cosas hicieron más fácil que me soltara esas noches fue dejar de pensar que había gente a nuestro alrededor, viéndonos.

—Y el alcohol… —dijimos Raquel y yo al unísono.

—Ya, ya. Tampoco es que bebiéramos tanto. Nos la pasamos tan bien los cuatro ahí, no recordaba la última vez que me sentí así de libre. Mientras pensaba en todo lo que hablamos esta semana, me di cuenta de que no tenemos que esperarnos a salir de vacaciones otra vez para pasarla bien en familia. En la casa no hay quien nos moleste o esté de mirón.

—Ahí te hablan, hermanito —rio Raquel.

—Ay, bueno. Nadie somos de palo, ¿verdad? Creo que no podemos tapar el sol con un dedo y pretender que Luís no es un hombre y nosotras, mujeres. Ya estás grande —dijo mirando a su hija menor— como para saber lo que pasa en el cuerpo de un hombre cuando se… “emociona”. ¡Cómo si no lo hubieras sentido cuando andaban perreando! —ella se rio, pero mi hermana y yo teníamos los ojos abiertos como platos. Mamá era una persona completamente distinta ahora—. Además, Julia y tú se la viven sin brasier en la casa, como si tampoco me diera cuenta de que el pobre de su hermano tiene que aguantarlas así.

—¡Ay, pobrecito! ¡Cómo sufre!

—Tú no sabes si a él le da pena —ella volvió a acostarse sobre el colchón y apoyó su cara en mi pierna—. Tu hermano nunca ha tenido novia, es probable que se ponga nervioso con las mujeres y la confianza contigo le esté ayudando a relacionarse mejor con la gente…

—No creo que sea sólo con las mujeres —Raquel se acercó a nosotros y se sentó al costado opuesto a mamá. Ella no podía verlo, pero su mano rodeó mi cuello por detrás y comenzó a hacerme piojito mientras nuestros labios estaban a unos escasos centímetros de distancia—.  Hasta con su amigo se puso nervioso, apenas y podía hablar y él nunca se enteró que él y yo éramos hermanos.

—¿Ah, sí? —su voz denotó sorpresa, pero no se levantó. No hizo ningún movimiento ni se alteró mientras Raquel le explicó que mi excompañero había imaginado que ella y yo éramos novios y que viajábamos con la familia de ella. Mamá sólo se aguantó una risa que sonó como ronquidos y sólo comentó—. ¡Ay, por Dios! Pobre muchacho. Debió asustarse al ver que tu “suegra” te regañara así.

De nuevo, ella se rio mientras Raquel y yo guardábamos silencio y aprovechamos para darnos un pico fugaz. Era irreal, estábamos teniendo esta conversación con mamá, quien estaba tomándose eso con humor y sin preocuparse en lo más mínimo por lo que estábamos haciendo. Todo eso hizo que mi erección cobrara forma debajo de mis bermudas, mi hermanita se dio cuenta y se llevó la mano a la boca, aguantándose la risa. La sangre dejó de irrigar mi cerebro y llevé mi mano debajo de los shorts para acomodar mis carnes. En eso, la mirada de nuestra madre se elevó hacia nosotros. Mi corazón dio un vuelco, debí ponerme blanco como un fantasma. Pero ella sólo sonrió.

—En verdad parecen novios ustedes dos —dijo, como si nada, mientras se levantaba y se volteó para vernos mejor.

Yo me saqué la mano de las bermudas como si hubiera tocado fierro al rojo vivo, pero Raquel no paró de masajearme el cuero cabelludo con una sonrisa triunfal.

—A esto me refiero —dijo señalando mi entrepierna con su palma boca arriba—. Debes ser más considerada con Luís, Raqui. A nosotras no se nos nota cuando estamos excitadas, pero a los hombres, sí.

—A mí no me molesta —dijo en un tono que, de haber estado discutiendo como habían hecho unos días antes, habría sonado altanera—. Es divertido.

—Últimamente, ustedes dos se dejan llevar mucho —dijo, con ambas manos en la cadera; sin embargo, su voz no sonaba para nada amenazante—.  A Julia le incomodan sus jueguitos y cariñitos. Pero bueno, ella y Luís son iguales en el sentido de que no se relacionan con el sexo opuesto.

—¿En verdad crees que ella no ha tenido un noviecillo? —La incredulidad de Raquel me resultó ofensiva, era obvio que Julia era aún casta, o de lo contrario, no nos lo hubiera ocultado.

—No pongo las manos al fuego por nadie. Pero, yo creo que ni siquiera se ha dado el tiempo de tener una relación con nadie por la responsabilidad de cuidar de ustedes —dijo con voz un poco apagada mientras se secaba una lágrima—. Me doy cuenta de que ella, Luís y yo no tenemos una vida, prácticamente. No te ofendas, hijo.

—Tranquila —el golpe de realidad fue duro, pero comprendí de inmediato que aquellas palabras no eran malintencionadas.

—Por eso creo que esto del baile nos puede ayudar a los tres. Raquel, cuento contigo para que también nos ayudes y también cuento contigo, hijo. Sirve que aprendes a bailar y se te quita la timidez.

—Y mira que te hacen falta unas buenas clases, ¿eh? —añadió Raquel.

Después de un poco de plática sin sentido sobre música y baile, ambas abandonaron mi habitación. Pude escuchar a mamá hablarle a Julia desde el pasillo antes de entrar a su cuarto. Mi hermanita menor se escabulló y regresó a mi cama, la luz de la ventana hizo que sus ojos brillaran en la oscuridad antes de darnos un pico de buenas noches.

—Buen trabajo, hermanito. Puede que Julia sospeche, pero al menos mamá ya cayó. Ya parece otra completamente.

—Sí, lo del baile me tomó por sorpresa, pero me gustó la idea.

—¿Quieres que perreemos otra vez? ¿O lo que quieres es perrear con Julia y mamá también?

—¿¡Qué!? —La sola idea de nuestra madre perreándome fue suficiente para que arrugara la nariz como si hubiera olido un pedo—. ¡No! Yo... —El recuerdo de Julia y su minifalda me limpió el cerebro y no puede evitar reaccionar.

—Sí, ajá… —dijo tanteando mi entrepierna por encima de las bermudas—. Como sea, ¿viste cómo mamá ya no nos dice nada? ¡Dios! La cara de Julia cuando estábamos en la sala era para tomarle foto, ja, ja, ja. ¿Te diste cuenta? Ya no dice que dejemos de hacer lo que hacemos, dijo que ya no lo hagamos frente a Julia.

—Muy observadora.

—Siempre —Arrugó la nariz mientras sonreía entre las sombras—. Ya no te vas a ir, mamá ya no es una neurótica y sólo falta Julia. “Cuento contigo”, hermanito.

Nos dimos un último beso de que esa diablilla se fuera a su cama. Aquella escalada de excitación culminó con una zarandeada antes de caer rendido. A la mañana siguiente, me enteré de que ella terminó su noche de la misma manera.

 

Los días siguientes estuvieron llenos de sonrisas, buenos momentos y mucho, mucho sexo con Raquel. Ella estaba a punto de graduarse de preparatoria, había sido admitida en la escuela de teatro y, a diferencia de la escuela regular, su curso daría inicio la misma semana en que ella tendría su acto académico. Por tema de agendas, fui el único que se presentó a la ceremonia y al salir, nos dirigimos directamente a la casa.

Nuestras bocas luchaban por comernos mutuamente, yo apenas podía respirar y ella tiró de mí subiendo las escaleras y me llevó a su cuarto. Pocas veces lo hacíamos allí, sus peluches sobre las sábanas no sólo estorbaban sino que corrían el riesgo de ensuciarse con aquellos fluidos que de inocentes, tenían poco. Le ayudé a deshacerse de su toga, el birrete había caído en algún lugar de la sala. No llevaba nada debajo del atuendo, excepto un conjunto de lencería de encaje color vino. Cayó recostada y con sus brazos despejó del camino aquellos animales de tela con los que dormía antes de extenderlos e invitarme a acompañarla.

Desde que acabó su evento, estaba salivando de las ganas que tenía de comer el interior de aquella fruta que ocultaba debajo de sus bragas finamente decoradas con un listón. Ya no se depilaba por completo, los vellos debajo de aquella tela estaban recortados cuidadosamente y pasar mi rostro por aquella zona afelpada antes de rozar su clítoris era aún más excitante. La humedad con la que esa cueva rosada me recibía me embriagó, un perfume sin un aroma que pueda describir con palabras y un sabor que me lleva al mismo cielo. Mi lengua y mandíbulas habían aprendido a sobrellevar los embates de aquella tarea sin sucumbir al cansancio, me enorgullecía de poder arrancarle orgasmos a aquella belleza sin necesidad de usar mis dedos o mi miembro. Cuando sus piernas comenzaron a temblar, aceleré mis lengüetazos y recibí al fin mi regalo multisensorial. Era común perderme de sus gemidos por culpa de sus muslos aplastando mis orejas, esa vez no fue el caso, mi gusto, mi olfato y mis oídos fueron deleitados.

Uno de mis dedos ingresó y sus paredes internas lo apresaron, yo había descubierto recientemente que era posible encadenar sus clímax y ante la imposibilidad de moverme en su interior, mi pulgar fue a tocar el timbre. Su mano fue directo a mi antebrazo, estrujándolo con fuerzas, pero sin intentar detenerme en ningún momento. Alineé ambos dedos, dentro y fuera, como si de una pinza se tratase y en algún momento, el interruptor funcionó. Sus gemidos se transformaron en chillidos y su otra mano pasó de su pecho a mi hombro para acercarme a su vientre. Mis mejillas entraron en contacto con la tela de encaje de su brasier y mi sonrisa no podía ser más grande, esa pequeña victoria de poder hacer portarse así nadie me la puede quitar.

Quise bajar y limpiar aquella escena con la lengua, pero ella cerró sus piernas.

—Espera, espera… —dijo entre jadeos—. Déjame respirar un momento.

Corrijo, mi sonrisa sí podía ser más grande.

Quise ayudarla a liberarla del sostén, pero ella me apartó con una pierna y me dio la espalda mientras terminaba de sufrir los últimos espasmos. Me acosté y me quedé viendo el techo, descubriendo figuras entre los relieves del tirol hasta que sentí una mano tomar mi palanca y para cuando bajé la mirada, Raquel ya estaba engulléndola. El maquillaje de sus ojos estaba corrido y su labial dejaba residuos en la base de mi verga, no me importó en lo más mínimo. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones. A los pocos minutos, una corriente de aire fresco en el glande me dio a entender que su cara se había apartado y luego, el calor de sus paredes internas me recibió como si cayera desde el cielo.

—Ya puedes abrir los ojos —ronroneó en voz baja y sexy. Era su manera de decirme que quería que la viera.

Las poses que ella se inventaba, fuera por sus dotes teatrales o por videos que hubiera visto en Internet, eran un show aparte, lo que un striptease aspira a ser. Sus manos recorrían su vientre y rápidamente, fueron a su espalda y se deshicieron del brasier, el cual voló directo a la pila de ropa sucia. Se inclinó hacia mí y me ofreció de nuevo ese par de mangos que caían de forma tentadora a escasos centímetros de mis labios; todo esto, mientras nuestras caderas se acercaban y alejaban en sincronía y con calma. Al poco rato, la calma fue quedándose atrás y los gemidos estuvieron a la orden del día.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Dale! —gemía pero contenía su voz, no gritaba como en el hotel, pero se acercaba cada vez más a mis orejas sin dejar de acelerar nuestras embestidas—. ¡Acaba ya! ¡Dame tu leche! ¡Quiero! ¡Quiero que termines dentro… dentro mí!

Cumplí sus deseos. Había aprendido que al retrasar mis corridas, todo salía con más intensidad. También aprendí que podía seguir bombeando un par de veces más y, con suerte, eso lograba que ella también se viniera. Mi venida lubricaba muy bien y aunque pude continuar por un rato, no logré mi objetivo. Saqué mi fierro, aún tieso, y ella se apuró en lamer hasta dejarlo limpio.

—Tranquilo, campeón —dijo, relamiéndose—. Hace rato casi me vuelvo loca —Le dio un beso a mi glande—. No sé si me gusta más cuando me comes o que me la metas.

—Yo disfruto ambos —respondí con una sonrisa de oreja a oreja—. Sabes rico.  

Siempre que lo decía, ella se ruborizaba y aquella vez no fue una excepción, pero lejos de avergonzarse, gateo hacia mí y se recostó encima. Aquella calidez al sentir nuestros cuerpos directamente era una sensación de intimidad muy diferente al sexo, no diría que mejor, pero era igual de intensa. Nos portábamos como un par de enamorados, éramos un par de enamorados.

—Mañana iré al café que está afuera de la escuela, tengo una entrevista.

—¿Tan rápido te descubrió la farándula?

—¡No, menso! —Me picó una costilla—. Voy a trabajar allí en las mañanas. —Sus clases e teatro eran en la tarde—.

—¿Vas a trabajar allí? ¿Tan segura estás de ti?

—La gerente dijo que la entrevista era una formalidad, les urge cubrir las vacantes. Por un momento, pensé que te interesaría trabajar conmigo allí, pero, ya pensándolo bien, va a ser raro.

—Un poco, sí…

—La verdad, no quiero —“Ni yo”, pensé—. Entre que nos echarían carrilla por ser hermanos y que luego no te controles teniéndome cerca. —Me plantó un pico y comenzó a dibujar círculos con su dedo en mi pecho, haciendo cara de puchero.

—¿Todo esto? —le amasé las nalgas, ella chilló y ambos volteamos a ver que mi amigo volvía a asomarse entre sus muslos—. ¿Dices que tú me distraerías? ¿O sería al revés?

Ella hizo gala de sus habilidades para cambiar de tema y sin darme cuenta, terminamos cogiendo de nuevo, esta vez, de perrito. Las marcas de su mordida quedaron en la almohada en su afán de ahogar sus gritos al final, ¡cómo deseé volver a escucharla como en el hotel!

Cuando llegó mamá a casa, Raquel se estaba bañando. Yo estaba preparando la cena vistiendo sólo mis bóxeres porque había puesto toda mi ropa sucia en la lavadora.

—¿Y ahora?

—Perdón, lavé mi ropa. Estoy esperando a que Raquel salga para meterme a bañar.

—¡Menos mal no los hallé bañándose juntos! —dijo con sarcasmo y al ver mi expresión de sorpresa, soltó su ahora habitual risa. Se disculpó, dijo que era una broma y cambió de tema a la comida.

Estábamos platicando sobre la ceremonia de Raquel y sobre su próxima entrevista de trabajo cuando de pronto, escuchamos su voz desde la planta alta.

—¡Ya me bañé! —por el tono que usó, me di cuenta de que no sabía que mamá había llegado —. Tardé mucho en limpiar todo lo que me hiciste, menso.

—¿Qué pasó? —me preguntó mamá en voz baja.

—Eh… eh… es que… —tenía que improvisar—. Es que compramos comida y nos ensuciamos con salsa…

Yo sé que no soné nada convincente, mi madre sólo sacó su celular y se fue a sentar a la mesa en silencio. El sudor frío recorrió mi espalda desnuda antes de darme la vuelta y terminar de cocer el guiso en el sartén. Por suerte, mi hermana no dijo nada más, aunque aquello no dejó de ser incómodo. Tapé la olla, apagué la estufa y me encaminé a subir para bañarme.

—Hijo… —Me detuve en seco, pero no volteé a verla—. ¿Vas a acompañar a Raquel a su entrevista mañana?

—Eh… no sé… Creo que no le gustaría. Hay otra vacante en el café pero ella dijo que se le haría incómodo si ambos trabajamos juntos.

—Puede ser. Con eso de que son como muéganos, van a terminar estorbándose en lugar de ayudarse. Hubiera sido bonito verlos a los uniformados. Y al menos estaría un poco más tranquila si supiera que estarías cuidando de ella, es su primer trabajo.

—Ya no soy una niña chiquita, mami.

Ambos miramos hacia las escaleras. Raquel estaba en el borde y su toalla apenas cubría por debajo de su cadera, si la iluminación hubiera sido otra, juro que habría podido ver su chocha asomarse. Parecía que aquella conversación la iban a continuar ellas dos, mamá estaba apenas enunciando algo para responder cuando de pronto, ahogó un grito.

La tela de la toalla estaba cediendo a la gravedad. ¿Se le estaba resbalando? No. ¿Porqué sus brazos estaban extendiéndose? No llevaba nada puesto. ¿Estaba sonriendo? Yo había empezado a correr escaleras arriba, Raquel se había vuelto loca.

Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?