El Hombre de la Casa 10: Confirmación

 



Después de eso, el bajón fue brutal. Raquel se fue a trabajar al día siguiente y dijo que después de su turno, iría a pedir informes de “cursos extras” en el teatro, me pareció que lo que quería era dejar de pasar tanto tiempo en casa. Por su parte, mamá y Julia, totalmente ajenas a lo que estaba pasando, se alegraron por ella.

—¡Qué bueno que quieras ir más allá de las clases, cariño! Yo también voy a buscar un gimnasio cerca del trabajo hoy, a ver si así me pongo en forma otra vez.

Después de una serie de comentarios de lo bien que se veía aun sin hacer ejercicio por parte de todos y terminar su desayuno, las tres se fueron. Estaba acostumbrado a estar solo en casa, pero simplemente, esa vez sentí un vacío más grande cuando la puerta se cerró.

 

No me esperaba a Raquel temprano ese día y definitivamente, no me esperaba que se quitara la ropa tan pronto hubiera cerrado la puerta.

—¿Qué? —preguntó al ver mi cara de asombro—. En serio me siento más cómoda así. Deberías intentarlo también.

Tomó sus cosas y las fue a dejar a su cuarto antes de bajar a la sala y sentarse a lado mío en el sillón. Yo estaba viendo una serie, estaba concentrado en la trama del episodio, pese a tener a mi hermana menor sin ropa a escasos centímetros. Los créditos empezaron a correr en pantalla y, tras pedirle alguna sugerencia para ver, pusimos una película en la por entonces novedosa aplicación de Netflix. Tras media hora, ella se acomodó en mi regazo. En ese momento, me percaté de que aquella era una intimidad totalmente distinta a lo que habíamos experimentado hasta entonces. Me hizo recordar aquellos días en los que solamente tonteábamos antes de tener sexo por primera vez.

Instintivamente, mi mano terminó resbalando de su cadera hacia su culo, ella se acurrucó y continuamos viendo la pantalla. Conforme se proyectaba el clímax de la cinta y la música presagiaba el final, sus dedos empezaron a hacer círculos sobre la tela de mis pantalones. Respondí haciendo lo mismo sobre su nalga y ella se puso boca arriba.

—Ya te habías tardado —sonaba somnolienta.

—Creí que no querías —le respondí sin dejar de ver la pantalla.

—Yo también, pero estar sin ropa en la sala me prende aunque no quiera.

Mis dedos empezaron a sobar su pubis, apenas alcanzaban el punto donde sus labios se bifurcaban. Empecé a hacer círculos alrededor de su clítoris, rozándolo ocasionalmente al mismo tiempo que mi otra mano daba vueltas sobre su cabello sobre mi regazo. Tanto ella como yo estábamos tranquilos, como cansados, y ni ella se acomodó o intentó abrir el cierre de mi pantalón ni yo tenía ganas de levantarme y comerle la papaya. Era una situación extraña, estábamos calenturientos pero desanimados.

—No me gusta sentirme así, Luís —dijo de repente, mientras se giraba para apoyarse sobre sus brazos—. ¿No puedes hacer algo?

—¿Hacer algo? ¿Como qué?

—No sé… si me vuelves a hipnotizar… ¿podrías hacer algo para que no me sienta así?

—¿A qué te refieres?

—Esto… las ganas de tener sexo… contigo. En clases, aunque de repente piense en eso, es más fácil concentrarme en las lecciones o ejercicios; pero hoy fue un infierno cuando la gente dejó de llegar en la mañana, cuando todos ya entran a trabajar, sólo me estuve haciendo mensa hasta que acabó mi turno… y no dejé de pensar en volver a casa.

—Es parte de trabajar… así me pasaba también.

—¿También tenías ganas de cogerte a tu hermanita mientras estabas trabajando? —sus dedos caminaron sobre mi pierna y su voz volvía a tomar ese tono coqueto que acostumbraba.

—Sí… ¿Entonces quieres dejar de… sentirte así?

—¿Cómo una perrita en celo que sólo piensa en la pija de su hermano todo el santo día? Un poco, sí.

Dicho esto, se abalanzó sobre mi cierre y se hincó frente a mí y al alzar la mirada, ésta se dirigió hacia la entrada y su rostro se puso pálido antes de quedarse petrificada.

—No sería una mala idea, hermanita.

 

Julia no armó un escándalo. Había llegado a la casa por un altercado que hubo en sus oficinas, todo su equipo de trabajo suspendió actividades por una discusión que tuvieron dos de los ejecutivos y la televisora iba a retransmitir un episodio grabado esa tarde. Su rostro estaba serio, pero todo aquello no parecía sorprenderle en lo absoluto.

—Era cuestión de tiempo, supongo —suspiró mientras se masajeaba las sienes con la mano y cubría su cara—. Ya sabía que algo estaba pasando, pero creo que tanto mamá como yo nos hemos querido hacer de la vista gorda… ayer no limpiaron bien el sillón.

Ambos volteamos a ver el mueble y pude notar las marcas de semen secas en el descansabrazos, mi estómago estaba ya encogido y apenas pude tragar saliva. Seguimos en silencio, después de todo, habíamos escuchado que no sólo mamá estaba al tanto de nuestros encuentros. Pensar en que ambas estaban enteradas me dio un breve espacio para respirar, aunque mi cuello y espalda estaba tan tensos que podrían haberme usado para afilar cuchillos. Raquel estaba completamente pálida y había hasta buscado el mantel del comedor para taparse frente a nuestra hermana mayor, era más que evidente que para ella, Julia representaba más una figura materna y de autoridad que el de una hermana.

—-¡Ah! Miren, no sé qué voy a hacer. No le voy a decir a mamá porque no soy una soplona y tampoco estoy segura de qué es lo que hará. Puede tanto volver a explotar y terminar por mandar a Luís a la Marina, si es que no lo mata antes; como también es posible que no haga más que regañarlos… después de todo, ella no se chupa el dedo y ya debe haberse hecho una idea de lo que pasa entre ustedes dos.

—M-mamá ya sabe… —le dijo Raquel, temerosa—. Le dije a Luís que ella me empezó a preguntar si estábamos usando protección y…

—¡Por Dios! ¿¡Es verdad!?

Su cara se puso más pálida que la de Raquel mientras observaba la mancha seca sobre el sillón y se cubrió el rostro con ambas manos antes de quedarse viendo el techo. Volteé a ver a Raquel y ella tenía la cabeza agachada y los puños fruncidos con fuerza sobre el pecho para no dejar de cubrirse con el mantel.

—Raquel está usando pastillas —dije en un intento de apaciguar las cosas.

—¿Y tú? —dijo mirándome con los ojos desorbitados—. ¿No pensaron en usar condón? Una amiga usa pastillas y le hacen retener líquidos, quién sabe lo que podrían estar haciéndote por dentro —se dirigió a Raquel.

—Hasta el momento no he tenido efectos secundarios, Julia —dijo ella con lágrimas en los ojos, como pidiéndole piedad a un verdugo.

—No importa. Esto está mal y ambos lo saben. ¡Luís, tú lo sabes!

Su mirada era penetrante y más allá de sus palabras, entendí a lo que se refería. Ella de seguro sospechaba que todo aquello había sido por hipnotizar a Raquel, el aire empezaba a ser difícil de respirar.

—Después de lo que escuché, creo que es mejor que lo intentes, Luís. Hipnotiza a Raquel y quítale esos pensamientos de una buena vez. No es sano ni para ella ni para ti, para nadie. Es lo mejor.

Ninguna mirada de cachorro ni argumento iban a servir. Después de todo, creo que no sólo Raquel respetaba más la autoridad de Julia por encima de la de mamá. Sus palabras fueron una orden para ambos y en unos minutos, estábamos en el cuarto de Raquel. Ella ya se había vestido y las lágrimas todavía le brotaban mientras Julia sostenía su mano.

—Todo va a salir bien, dices que Luís ya te ayudó así antes. Es lo mejor para los dos, piensa en tu futuro y si no, en el de él.  

Nuestras miradas se cruzaron y un trago amargo de hiel me cerró la garganta por unos instantes. La mayor retrocedió y empecé el proceso. Habían pasado meses desde la última vez que lo habíamos hecho, le tomó más tiempo por estar nerviosa, pero al final, entró en el estado. Tras comprobar que estaba siendo receptiva, le di la indicación de que dejara de sentirse sexualmente atraída a mí. Mi corazón se desmoronaba mientras la oía recitar las instrucciones.

—¡Guau! Así que es verdad que la hipnotizaste.

—N-no… Yo no le obligué a hacer nada —mentí, poniéndome de inmediato a la defensiva—. La hipnosis son sólo sugestión, no puedo hacer que la gente haga algo que no quiere hacer —aquellas palabras… hacía mucho que no las decía.

—¿Estás diciéndome que ella se enamoró de ti nada más porque sí? —preguntó retóricamente, aquellas palabras se sentían como una puñalada. Era obvio que ella no me creía ni un poquito—. Que Raquel pasó, de ser una niña completamente normal, a convertirse una ninfómana enamorada del hermano que la hipnotizó, ¿te parece algo normal? ¡Vamos, Luís! No me chupo el dedo.

Escucharla decir todo eso con total seriedad era aún más hiriente que la vez que mamá se la pasó toda una noche regañándome en el hotel. Había algo en que fuera Julia la que estuviera diciéndome todo eso que convertía todo en algo más intenso que cualquier castigo físico, me hacía sentir como un gusano en el lodo. Supongo que el remordimiento de decepcionarla era peor que el hacerla enojar a ella o a mamá, y aquello se sentía más como fallarle a una madre que estar siendo regañado por tu hermana mayor.

Estaba por terminar la sesión, haciéndola repetir las frases que tenía que pensar cuando tuviera “pensamientos indecentes” de nosotros, cuando Julia puso sus manos sobre mis hombros.

—¿Puedo agregar algo? —dijo a mis espaldas, yo asentí—. Quiero que ella sea una mujer libre y que no deje que nadie le diga lo que tiene que hacer.

—Como si hiciera falta darle esa instrucción, siempre hace lo que quiere.

—Pero bien que sonríe cuando le pides algo, ¿verdad?

No podía sentirme más enterrado en ese momento, mis pies estaban fríos. Añadí la instrucción de Julia y nuestra hermana menor repitió la frase mientras ésta se acercaba a verla con una sonrisa llena de cariño fraternal… o, quizás, maternal.

Al despertarse, Raquel nos vio a los dos y rompió a llorar cuando su hermana la abrazó. No sabía si unirme hasta que ambas extendieron sus brazos y los tres nos estrujamos por un buen rato. Creí que debía darles su espacio, era probable que quisieran platicar como el par de hermanas que eran. Antes de cruzar la puerta, cruzamos miradas y había un brillo distinto en ellos… yo creí que la Raquel de antes había regresado.

Bajé, ya casi era hora de que mamá regresara y no había preparado nada para cenar, ordené unas pizzas y eso me dio tiempo de limpiar la escena del crimen. No sólo estaban mis fluidos, también me di cuenta de que Raquel había dejado rastro de su nudismo en el otro sofá y en su silla, no pude contener una sonrisa mientras pensaba en caracoles.

La pizza llegó antes de que lo hiciera mamá, las dos hermanas bajaron y todos comimos mientras escuchábamos de Julia los detalles de la trifulca que hubo en la televisora. Era un jueves, pero apenas anochecía, así que mamá aprovechó para poner música de nuevo y nos invitó a bailar. Yo realmente me sentía fatal y no tenía ganas de participar, pero fue Julia la que me jaló hacia la pista improvisada y bailamos un poco de cumbia y salsa.

—No te dejes caer, hermanito —me dijo Julia mientras ambos entrábamos a mi cuarto.

No dije nada. Encendí la máquina de ruido blanco y me tumbé boca abajo sobre el colchón. Yo sólo quería dormirme y que ese día acabara cuanto antes. La máquina dejó de sonar y sentí cómo ella se sentaba a mi lado, hundiendo el colchón.

—Ya tendrán oportunidad en el futuro de encontrar a quien los ame y todo esto quedará en el pasado. Luís, no estés triste.

¿En serio estaba diciéndome eso? ¿Después de todo? ¿Después de lo que ambos sabíamos que había hecho? No sé si Julia era un ángel, pura e incapaz de juzgarme, pero así lo sentí en ese momento. No me gusta admitirlo, pero el sentimiento que se me escapó por los ojos esa noche fue culpa y remordimiento con ella, no con Raquel. El colchón volvió a nivelarse, el sonido de la máquina de ruido blanco volvió a sonar y la puerta se cerró.

 

A la mañana siguiente, me levanté e hice el desayuno. Las tres partieron después de comer, Julia se acercó a mí para besarme la frente antes de irse y Raquel me besó la mejilla. No dejaba de mirarme de reojo mientras se dirigía a la puerta. Ésta se cerró y si el día anterior me había sentido solo, esa mañana no pude más que sentirme completamente abandonado. Me la pasé viendo la tele y más tarde, busqué porno en el celular para liberar un poco de tensión, todo parecía indicar que la manuela volvía a mi rutina, después de tantos meses viviendo una fantasía que ahora no parecía nada más que un sueño guajiro.

Dormí una siesta después de vaciar mis municiones un par de veces, el reloj marcaba las 3. Me puse a recoger el cuarto y tras recoger mi ropa sucia, decidí hacer lo mismo con la de las demás. Dejé el cuarto de Raquel para el final y justo debajo de sus peluches, vi una hoja de papel. No estaba oculta, parecía más bien colocada para que la pudiera ver. Era un trozo de hoja de libreta, reconocí la letra de la dueña del cuarto.

No funcionó. Todavía me gustas

 

Decir que el alma me volvió al cuerpo y que mi pecho se llenaba de un calor indescriptible es quedarme corto. Grité de alegría, mis puños estaban en el aire y estoy seguro de que mi sonrisa no habría cabido por la puerta si hubiera salido a correr por toda la casa como fanático de algún equipo que ganó un mundial. Me habían inyectado algo en el torrente sanguíneo, porque ni me di cuenta en qué momento había metido la ropa a la lavadora y había preparado la lasaña que se estaba calentando en el horno cuando la puerta de la calle se abrió. Mi corazón dio un vuelco y corrí de inmediato al recibidor para encontrarme con una Raquel que me miraba sonriente mientras sacudía el trasero como un perro cuando está contento.

Brincó hacia mí y me rodeó con sus brazos y piernas mientras nos fundíamos en un beso que se sentía como si hubiéramos vuelto a vernos después de mucho tiempo. La experiencia de limpiar el sofá me había quitado las ganas de volver a mancharlo y, aunque no fue fácil, subí las escaleras con ella aferrada a mí como un koala y ambos no parábamos de reír como tontos. Ella se bajó de mí al llegar a la planta alta y nos dirigimos a mi cuarto. Me hizo recordar las veces en el hotel en las que nos desprendíamos de nuestras prendas conforme nos acercábamos a la cama. La mía era tamaño individual, pero la euforia fue la misma que en aquella habitación pagada. Ella se lanzó directo a mi verga, que estaba dura desde hacía rato y sólo esperaba su boca para terminar de erguirse por tercera vez ese día. Me hizo acabar en cuestión de minutos y su expresión al percatarse de que mi carga no era lo que esperaba me pareció adorable.

—¿Te la jalaste?

Tuve que explicarle lo que pasó antes de leer su carta.

—No sabía si decírtelo en la mañana, creo que Julia va a molestarse si se entera. Pero no he pensado en nada más que en tu verga desde que me levanté esta mañana —Sus caderas comenzaron a restregar su raja húmeda en mi amigo, que luchaba por no ablandarse tras haberme corrido—. Incluso tuve que tocarme en el baño del café, no aguanté las ganas. ¿Qué me hiciste, Luís?

No sonaba preocupada, en lo absoluto, estaba en celo. Sus dientes empezaron a mordisquear el lóbulo de mi oreja mientras suspiraba de manera cada vez más intensa.

—Esto pasa por no habérmela metido ayer. ¡Ve cómo me dejaste!

Llevó mi mano a su chocha y estaba cubierta en jugo. Sentí la garganta reseca y ahora fui yo quien se lanzó a comer su entrepierna. Ella se acomodó para volver a llevarse mi rabo a la boca y aquél 69 sólo allanó el camino para el evento principal. Ahora, con la seguridad de que ella estaba no sólo lubricada y dilatada, sino urgida, porque aquellos labios rosas estaban completamente hinchados y palpitantes cuando mi lengua se separó de ellos; no dudé ni un instante en meterla de golpe. Ahí, por primera vez, la escuché gritar sin contenerse.

—¡Ay, sí! ¡Sí, sí, sí! ¡Uf! ¡Cómo me gusta que me la metas duro!

¿Debía preocuparme que algún vecino nos escuchara? Ni me importó, para mí era una bendición escucharla bramar así, por fin, en casa. Me dejé llevar por sus órdenes y seguí embistiendo cada vez más fuerte hasta que me fue imposible empujar mis caderas con más intensidad. Mi cuerpo llegó al límite, pero aquello no iba a acabar pronto, el reto fue mantenerme, mi orgullo como hombre comenzó a picarme y cada que sentía que se me iba a entumir una pierna o las nalgas, fui cambiando de posición, tal vez no era mala idea ir al gimnasio también.

—¡Así, así! ¡Ya casi!

Gemía con un poco de dificultad mientras frotaba con frenesí su clítoris mientras su pierna se apoyaba en la parte interna de mi codo. El sudor caía en grandes gotas de mi frente justo para resbalar sobre su vientre, mi mano libre terminó apoyándome en el colchón para evitar que cayera. El corazón ya se me estaba saliendo del pecho y los últimos gemidos de Raquel los oí como si ella estuviera en otra habitación. Finalmente, sentí aquellos ligeros temblores en la pierna que sostenía a la par que en su interior, mi leche salió a duras penas, succionado por aquella cavidad que sólo se contraía más y más.

—Creo que alguien pudo habernos escuchado.

—Ni me importa —dijo ella mientras se acercó y me besó cariñosamente.

Francamente, tampoco me importó en ese momento. Nuestras manos se entrelazaron antes de tumbarnos sobre el colchón. Yo caí rendido un par de minutos, abrí los ojos y me recibieron los pezones rosados de Raquel que pendían a unos centímetros de mi boca.

—Ya me cansé de sentirme mal. Total, mamá y Julia ya lo saben, ya no hace falta esconderlo.

—¿Y qué es lo que se te ocurre, que le pida a mamá que seas mi novia?

—¡Ay! —dijo, llevándose las manos a las mejillas y meciéndose de un lado al otro, atrapando mi atención con el vaivén de ese par de mangos—. Me daría mucha pena, mejor no.

Ella permaneció sin vestirse el resto de la tarde y la sorpresa de mamá al verla fue menor, pero aún abría sus ojos con exageración. Si digo que no noté esa mirada extraña en ella, estaría mintiendo. Raquel estaba la mar de contenta y aprovechaba cualquier pretexto para levantarse de su asiento y pasar bailoteando frente a ella, ya fuera para lavar los platos o para preparar palomitas para ver la tele.

La regla de mamá de “ver y no tocar” estaba siendo infringida descaradamente mientras mi hermana se apoyaba en mi hombro, comía del tazón de palomitas que estaba en mi regazo y restregaba sus tetas cuando nos daba de comer en la boca a mamá, que estaba a mi otro costado, y por supuesto, a mí. El tazón cumplía la función de ocultar mi erección, todo aquello parecía sacado de un video porno y aunque no tenía ni fuerzas para una cuarta chaqueta ese día, la sangre me hervía cada que sentía a mi hermanita resoplar sobre mi cuello sin pretexto alguno.

Todo esto ocurría sin que yo despegara la vista de la pantalla, poco o nada me importaba lo que los personajes de la serie estuvieran haciendo, pero quise actuar como si todo aquello fuera algo mundano. No vi ni la cara ruborizada de nuestra madre, ni las gotas de sudor frío que resbalaban sobre su pecho y espalda o las incontables veces que revisaba su celular, en espera de algo. De repente, se levantó y se dirigió en silencio hacia la entrada, pero escuchamos la puerta del medio baño, que estaba justo a lado del recibidor, cerrarse.

—Te digo que está cachondísima —susurró Raquel pícaramente—. Seguro no aguantó y anda…

Vi cómo se llevaba la mano a la entrepierna y así, sin más, uno de sus dedos se perdió de vista para entrar en ella. Uno pensaría que era para ejemplificar lo que trataba de decirme, pero aquello continuó y no fue sutil en lo absoluto. Más pronto que tarde, el ruido de chapoteo sonaba fuerte y claro y aunque los huevos se me fueron a la garganta, estaba completamente seguro de que aquello no nos traería problemas con mamá. Milagrosamente, mi hermanita acabó pronto y, como si nada, fue y regresó de la cocina con la esponja del para los trastes, limpió y tras regresarla a su lugar, volvió a ocupar su lugar junto a mí.

—Estás loca.

—Pero eso te encanta, ¿o no? —dijo con la mirada fija en la pantalla y se llevó un puñado de palomitas a la boca—. Yo acabé y mamá aún no sale del baño, ¿aún crees que me equivoco?

Como ya se había vuelto costumbre, aquello era verdad. Todavía pasaron varios minutos antes de que mamá regresara a la sala y agarrara palomitas del tazón que estaba casi vacío.

—Deja preparo más, mami.

—No, cariño. Gracias, así estoy bien.

—Bueno, quiero agua. ¿No tienes sed?

Creí que me hablaba a mí, pero cuando le dije que no, noté que era a mamá a quien le había preguntado. Ni se esperó a la respuesta y se dirigió al refrigerador y despachó un par de vasos. Fue ahí que me percaté del semblante de nuestra madre y los ojos de pistola que le estaba echando a Raquel tras recibir su vaso, ambas necesitaban rehidratarse.

—Te ves tensa, mami.

—Un poco, sí —respondió cortante tras darle un trago a su vaso—. Esto de ver a mi hija en pelotas no es algo sencillo.

—Pero tampoco es para que te sientas mal al respecto, es algo natural.

Yo había entendido que mi hermana se refería a sus actividades nudistas, pero hubo un lenguaje oculto que se escapó por completo de mi radar, estaban hablando de lo que ambas habían hecho, ella en la sala y nuestra madre, en privado. Raquel movía sus dedos índice y anular al sostener su vaso y mamá abrió los ojos como platos antes de vaciar su vaso y tener la excusa perfecta para levantarse del sillón.

—Sí lo hizo —susurró a mi oído, asegurándose de que mamá no escuchara.

Aquello también estaba siendo demasiado para mí, ahora que mi erección se había calmado no tenía ganas de que volviera a suceder y fui a lavar el tazón.

—Voy a ir preparando la cena.

—No hace falta, Julia va a traer comida china.

—Ah, bueno. ¿Ya va a llegar?

—Quién sabe, le dije que me avisara cuando viniera para acá. No quiero que vea a tu hermana así.

—Ya nos vio.

Esa frase, esa bomba, algo que hubiera pensado que sería dicha por Raquel, salió de mi boca. El vaso cayó de la mano de mi madre y por suerte fue sobre la encimera. Evité todo contacto visual mientras el silencio aún me permitía agarrar con rapidez el vaso y lavarlo en la tarja, tras lo cual, pude contemplar la palidez y la mirada perdida en su rostro. Raquel estaba aferrándose al sillón mientras nos observaba, atenta a cualquier reacción, si fuéramos niños, se hubiera llevado las palmas a las orejas como cuando mamá y Julia discutían cuando ella era adolescente.

Ella se llevó la mano a la frente y comenzó a hacer círculos con su índice en la mejilla. No me cabía la menor duda de que ambos estábamos a salvo ya, pero eso no significaba que la situación no requiriera ser manejada con pinzas. Al no ver alguna reacción, decidí ir preparando la mesa y Raquel se me unió. Terminamos y aún nada, le indiqué a mi hermana con la mirada que subiera y se prepara antes de que llegase Julia, a lo que ella accedió no sin antes intentar convencerme de lo contrario. Todo permaneció en silencio, yo esperé sentado a que Raquel bajara, ya vestida y también tomó asiento.

—No quiero que los vuelva a ver Julia. No tengo palabras para ella si me llega a preguntar, ¿OK?.

Ambos asentimos en silencio. Ella resopló y volvió a tomar su vaso para llenarlo con Coca del refrigerador y sentarse junto a nosotros. Era sorprendente que hasta mamá parecía tenerle cierto grado de respeto superior a su hija mayor y un casi miedo a cómo ella podría reaccionar.

—Ya me dijo Raqui que se están protegiendo, no espero menos de ti —me dijo mientras me acercaba el vaso de refresco. Tomé un sorbo antes de asentir—. No soy quien para decirles qué hacer o no, ya están grandecitos los dos. Ni me interesa ser abuela ni quiero ser alcahueta. Si salen con su “domingo 7”, tendrán que arreglárselas ustedes solos, ¿está claro?

Esta vez, el vaso fue a Raquel, ambos asentimos y ella tomó su trago. Y como si aquél ritual hubiera exorcizado un demonio de nuestra madre, su semblante cambió a un rostro afable y tranquilo. No fui el único en notarlo, mi hermana y yo intercambiamos miradas de incredulidad, sólo nos faltó encogernos de hombros y mirar a una cámara imaginaria para escuchar las risas grabadas de una serie ochentera.

 

—Y bueno… —dijo mamá una vez acabó su plato. Julia había llegado al poco rato—. Ya encontré un gimnasio y ya pagué el año por adelantado. A ver si así eso me anima a no abandonarlo.

—Y si no, puedes decirle a Luís que te ayude —dijo mi hermana mayor—. Creo que ahora creo un poquito más en eso de la hipnosis.

—No es mala idea, hija. Si sí, ya sólo faltarías tú.

—¡Nombre! Ni loca me dejaría hipnotizar.

Raquel y yo volvimos a intercambiar miradas y la cena continuó. En lo personal, sentí un impulso irrefrenable de contarle a Julia lo que había ocurrido con Raquel.

—¿Entonces, no funcionó? —hablaba en susurros aunque la puerta estuviera cerrada.

—No estoy seguro… te digo que no es como que pueda convertir a la gente en marionetas. No puedo…

—Ya sé, ya sé —dijo con hartazgo mientras se frotaba las sienes con ambas manos—, “no puedes obligar a nadie a hacer lo que no quiere”. ¿Estás diciéndome que lo que ella siente es real?

—No te voy a mentir, yo también me sorprendí.

Le acerqué el papel que Raquel me había dejado esa mañana, debió leerlo una decena de veces mientras daba vueltas por el cuarto.

—¿Y qué piensas hacer?

—¿Yo?

—Pues sí, eres el mayor. ¿Hasta dónde piensan llegar?

—Yo… no sé… Te soy franco, yo pensé que esto sería pasajero y que Raquel terminaría cambiándome por alguien más eventualmente.

—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Por qué haría algo así?

—Julia, por favor. No soy el hombre más guapo del mundo y mucho menos el más rico. Cuando ella sea famosa, se va a rodear de gente de todo tipo y va a ser fácil para ella encontrar un mejor partido que yo.

—No lo creo. Mira, he estado dándole muchas vueltas a todo esto de su… relación. No podía explicármelo, no puedo comprenderlo. Yo los amo a los dos, pero no de esa forma…. No puedo siquiera… olvídalo. Lo que quiero decir… estuve pensándolo. Piénsalo, la ayudaste con algo con lo que nadie más podría, te convertiste en su confidente, en quien más confía; era obvio que ahí te abriste un hueco en su corazón… además, no estás tan tirado al catre, hermanito.

Escuchar eso provocó que mi pecho se inflara por dentro y me brotó una sonrisa, algo había en que aquellas palabras provinieran de Julia que se adentraron y echaron raíces en mí. Por un instante, ella me devolvió la sonrisa y al ser consciente de ello, se giró para dejar el papel sobre mi escritorio.

—Lo que quiero decir es que… —exhaló, resignada—No creo que esto acabe pronto, ambos se la pasan pegados como muéganos y si lo que vi ayer es habitual… pues… Luís, puede que Raquel sea así ahora porque está descubriendo su sexualidad… pero el hecho que ya tengan sentimientos así el uno por el otro sólo va a hacer más difícil que alguno de ustedes encuentre a alguien más.

—¿Sería tan malo que esto siguiera?

—No quiero ser la que les agüe la fiesta…

—Después de lo de ayer…

—Sólo quiero lo mejor para ambos. Para ella y para ti, Luís. Lo de ayer era para cortar por lo sano antes que todo se haga más grande y la separación sea más dolorosa. Ya vi que no sirvió. Y, como te decía, tampoco quiero ser la amargada que ande recriminándoles nada —hizo una pausa, tomó aire y continuó—. Si ambos quieren esto, pues vívanlo. Si les trae alegría, disfrútenlo. Sería tonto de mi parte decirles que no sean felices por miedo a que ambos resulten lastimados, porque en cualquier relación, es normal que haya momentos buenos y malos. Es una locura que esté hablando de que mis hermanos, pero supongo que también aplica en estos casos. Y si mamá lo sabe y lo acepta, ¿quién soy yo para opinar?

Ahora que lo pienso, si había alguien con autoridad para detener todo esto, esa hubiera sido ella. No, corrección: esa era ella. Lo del día anterior había pasado porque fue Julia quien lo ordenó, de haber sido mamá, nada me habría impedido hacer que cambiara de opinión. La sola idea de que en esa casa la última palabra era en realidad la de Julia me produce una punción extraña en el estómago a día de hoy. Ella sólo me abrazó, ahora todo estaba dicho y arreglado: Raquel y yo ya no teníamos que ocultar lo que hacíamos en esa casa.

Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?