El Hombre de la Casa 9: Los Planes de Raquel






Dejé de escuchar, recuerdo mi carrera en cámara lenta, subía de a dos escalones por paso. La toalla apenas estaba arremolinada en el suelo, la agarré rápidamente y la rodeé para intentar cubrirla. Torpemente, cubrí sus pechos, sin preocuparme que mamá podía ver su pubis desde la planta baja. No sabía qué hacer. ¿Qué estaba pasando?

—No seas exagerada, Raqui. Luís está viendo.

Sonaba completamente normal, no estaba gritándonos ni se oía enojada. Volteé a verla y vi que su cara estaba hecha un tomate, su mano ocultaba su boca pero su risa se escuchó fuerte y claro.

—¡Mira nada más la cara que tiene! ¡Pobrecito! ¡Ándale, mejor ve y báñate, que buena falta te hace!

Obedecí como si fuera un robot. Mi corazón se había detenido otras veces antes, pero ahora, mientras caminaba como autómata para recoger la toalla en mi cuarto, creí que estaba intentando salirme del pecho. Las palabras que intercambiaron esas dos mujeres fueron una incógnita para mí, yo sólo me bañé y me vestí en piloto automático.


Apenas estaba recuperándome cuando bajé las escaleras, escuché que ambas estaban platicando amenamente. Pero mi pulso volvió a elevarse al ver que Raquel no sólo no se había vestido sino que la toalla sólo cubría su parte baja, como si fuera una servilleta. Ella me daba la espalda y mamá me llamó a sentarme a la mesa junto a ellas.

—A ver, Luís. Ven, siéntate. Estaba platicando con Raqui y quiero que me digas, ¿te molesta tanto verla así?

Las palabras “corto circuito” me quedarían cortas, estaba totalmente desubicado.

—Pero voltea y veme, hermanito.

Su mano me hizo girar en su dirección, el magnetismo de sus pezones hacia mis ojos hizo de las suyas. No me reparé en que el tiempo seguía su curso hasta que noté que aquellos botones comenzaban a convertirse en puntas que desafiaban la gravedad.

—Pues creo que eso lo dice todo —sentenció mamá—. Creo que Luís está perfectamente bien. ¡Pero bueno, cierra la boca, hijo! —Obedecí—. Raqui dice que no te gusta la idea de ver su cuerpo así…

—No fuera yo Julia, porque si no, andaría babeando…

Nada de lo que estaba escuchando tenía sentido. ¿Se habían vuelto locas las dos? En ese momento creí que todo esto se había salido de control, no pude hacer nada más que quedarme viéndolas, atónito. Mi hermana menor estaba semidesnuda, en el comedor, platicando tan campante frente a mamá y yo, y ésta última, igual de tranquila. No sé si eso era un delirio, una especie de sueño sin sentido o qué.

Para cuando mi cerebro pudo procesar la conversación, pude entender que lo que estaba haciendo Raquel era convencer a mamá que la dejara andar sin ropa en casa y ésta, lejos de negarse por completo a la idea, estaba sólo discutiendo de la reacción que podría provocar en su hija mayor.

—Aparte, Luís no está acostumbrado y después de lo que pasó allá en el hotel, le vas a estar dando señales confusas, hija. Mira, una cosa son los besos, pero esto de empezar verte desnuda, de la noche a la mañana, es algo completamente chocante para cualquiera.

—Hay que empezar por algo. Mira, ya la tiene parada y a mí no me molesta.

Se me hizo un nudo en la garganta, ambas voltearon a mi entrepierna a través del cristal transparente de la mesa.

—A esto me refiero, a ti no te molesta, pero puede ser vergonzoso para tu hermano. No es sólo lo que tú quieras, hija. Ten en cuenta a los demás y piensa en si lo que haces puede incomodar a los demás.

—¿Se te hace incómodo verme así? —lazó la pregunta, mientras se inclinaba y balanceaba sus senos de un lado al otro.

El brillo en sus ojos y el rubor en sus mejillas me hicieron saber que estaba excitadísima con todo aquello, pero su rostro aparentó seriedad en todo momento, como si estuviéramos hablando de algo más mundano y no de nudismo en la casa. El tiempo para pasar desapercibido se había agotado, ambas estaban atentas a mi respuesta, así que tragué saliva y me armé de valor.

—P-para nada. Es sólo que… uno debe acostumbrarse.

—Es lo que le digo a mamá. Yo sólo quiero sentirme a gusto en mi propia casa, pero si soy solo yo… —Fue ahí que entendí sus intenciones—. Sería más fácil si todos me apoyaran y se unieran.

—Mira, Raqui. Esto es lo que tú quieres, no lo que nosotros queremos. Como madre, voy a apoyarte en medida de lo posible… pero no me pidas andar desnuda frente a tu hermano y Julia… Y tampoco quiero que los obligues a hacer algo que no quieren.

Mi hermana menor volteó a verme e hizo un gesto con sus cejas que entendí de inmediato, buscaba refuerzos.

—Yo… creo… que podría intentarlo —dije, intentaba sonar serio, aunque en realidad estaba improvisando sobre la marcha—. Pero no ahora.

Mi hermana dio saltitos en su asiento y aplaudía. No fui el único que le prestó atención al rebote de ese par de mangos, pude ver que mamá estaba muy atenta al cuerpo de su hija menor. Pese a estar genuinamente tranquila todo el rato, el rubor en su cara se acentuaba con cada vaivén de las tetas de Raquel… y ella también lo había notado. Entendí por qué ella estaba siendo tan directa y aventurada, había una reacción en nuestra madre ante su cuerpo desnudo.

—Bueno —dijo repentinamente la menor—. Es mejor que ve vista y me seque el cabello de una vez, antes de que llegue Julia y le dé un infarto.

Se levantó y se fue con la toalla sobre la espalda, liberada completamente del compromiso de cubrirse en nuestra presencia. Eso nos dejaba de nuevo solos a mamá y a mí.

—Bueno, eso fue raro.

—No pensarás andar desnudo como ella, ¿o sí? —enunció la pregunta como si estuviéramos hablando de tirarme a un precipicio—. De ella, lo entiendo… pero tampoco debes hacerlo… si no quieres.

—La verdad… —El momento de improvisar no se había acabado—. No pienso hacerlo ya, pero si eso le ayuda a no sentirse excluida o juzgada, creo que podría intentar vestir en ropa interior…

—Pues ya empezaste hoy, por lo que veo. Se ve que ya lo tenían planeado ustedes dos.

—¡No, para nada! —Verdad—. Jamás planearía algo así con ella —Mentira—. Además, tú viste cómo casi me da el patatús cuando se encueró en las escaleras —Verdad—. Nunca pensé que fuera hacer algo así —Mentira.

—No es la primera vez que la ves así, ¿verdad? —Y, de nuevo, la sangre se me fue a los talones —. No te quedaste parado del susto ni te volteaste para no verla, corriste directo a taparla.

—Eh… bueno… yo…

—No soy tonta, Luís. Sé que algo trae Raqui contigo. Ahorita que platicamos, me di cuenta que es ella la que intenta sonsacarte… y a mí también. Tú eres hombre, es obvio que todo esto te gusta… pero, acuérdate que es tu hermana y tú eres el mayor.

Era una llamada de atención, aunque sus palabras no sonaban incriminatorias ni amenazantes, como aquella vez del beso. No reparé en que estaba sonrojada, ni que su blusa estaba desabotonada hasta que ella comenzó a cerrarla y a acomodarse el cabello.

—Los cambios son difíciles, pero es cuestión de acostumbrarse —continuó. Eran las palabras que yo le había inducido—. Si ella va a empezar a experimentar esto del nudismo en casa y tú piensas unirte…

—Es para apoyarla.

—Sí, bueno… Si piensas apoyarla, ya se lo dije a ella, que no sea cuando esté tu hermana. Me consta que todo esto de verlos tan cercanos y cariñosos la pone muy incómoda, no quiero imaginarme lo que pensará si los ve desnudos.

—Yo no me voy a quitar el bóxer, mamá. Tranquila.

—¡Aún así! Incluso si los viera en ropa interior… no fuercen las cosas. Y ojo: ver, no tocar.

—¡Ash! —era Raquel, bajando las escaleras—. Le quitas la parte divertida.

—Lo digo en serio, Raqui —se levantó de la mesa y elevó el mentón, señal de que no estaba bromeando—. No quiero ser un ogro pero tampoco seré alcahueta. Esto de andar sin ropa en casa lo voy a permitir porque sé que prohibírtelo será contraproducente. —Su hija sólo sonrió de forma traviesa, dándole la razón—. Pero las reglas son claras: si molestan a Julia o si hay contacto físico, esto se acaba y punto final.

Dicho esto, nuestra madre se apartó a zancadas. Sus tacones resonaron en cada escalón y se escuchó cómo corrió al llegar a la planta alta rumbo a su cuarto.

—¿Te diste cuenta? —me cuchicheó. Tenía una mirada pícara y las mejillas rojas— Logré poner cachonda a mamá.

—¿¡Qué?!

La puerta que da a la calle se abrió, Julia había llegado.

—Luego te cuento lo que pasó. ¡Hola, hermanita! —dijo elevando la voz y saludando a Julia con mucha efusividad—. Te estamos esperando para cenar, mamá está cambiándose en el cuarto.

—¡Ah! Bueno… ¿qué tal estuvo tu graduación?


La conversación siguió su curso y por unas horas, todos actuamos como una familia normal. Hablamos sobre el nuevo trabajo de Raquel, las peripecias de mamá en su nuevo puesto y los proyectos de la televisora que nos adelantó Julia. Era martes, por lo que la sesión de baile no se haría aquella noche, sino hasta el fin de semana y todos fuimos a dormir temprano.

Al día siguiente, me ofrecí a acompañar a Raquel al café para su entrevista, pero me dijo que mejor pasara por ella cuando acabase. Yo sólo quería preguntarle por aquello que había quedado pendiente de contarme… pero decidió irse temprano junto a Julia, aunque su cita era hasta las 9. Pude escucharla repitiendo las frases que hacía meses le habían quitado su miedo escénico mientras esperaba a Julia en la entrada. El nuevo horario administrativo de nuestra madre le permitía no andar tan apurada en la mañana y ahora, podía desayunar a gusto, con calma.

—Hacía mucho que no tenía tiempo de disfrutar un desayuno, gracias, hijo.

—No es nada, son sólo huevos —dije, mientras nos servía otra taza de café.

—Mi cuerpo está desacostumbrado a despertarse tarde, estoy con el ojo pelón desde las 6. ¿Y sabes qué hice? Vi una película, antes de siquiera levantarme de la cama. ¡Es maravilloso!

—Me hubieras dicho y te llevaba palomitas, je, je.

—No es mala idea, pero estaba pensando en ir al gimnasio. Me están saliendo rollitos —dijo mostrándome el diminuto bulto en su costado que sus dedos apenas podían agarrar—, y si volvemos a salir de vacaciones a un balneario o a la playa, no quiero verme toda guanga.

—¿De qué hablas? ¿No viste cómo se te quedaban viendo los hombres en el hotel?

—¡Y dale con eso! No. No quise ni pensar que había gente viéndonos allá. Seguramente todos se espantaron cuando les grité a ti y a Raquel.

—Mateo no te quitaba el ojo de encima —la molesté un poco.

—¡Dirás a Julia! No se propasó en ningún momento —aclaró antes de sorber su taza—, muy caballero, él. Pero cómo la comía con la mirada cada que giraba.

—¡Pero si hola! Que la sonrisa no se le borraba cada que bailaba contigo.

—¡Ay, ya! Pero era un muchacho calenturiento, esos babean por cualquier par de tetas.

—Es de mi edad, mamá. Él y yo éramos compañeros.

—Pues, mira. Tú tampoco vendes piñas, hijo. Quieres ver hasta a tu hermana desnuda… bueno, no te culpo —dijo y de inmediato se llevó la taza a la boca.

Decidimos no ahondar al respecto. Terminó de desayunar y se despidió. No fue hasta un par de horas más tarde que recibí el mensaje que esperaba para pasar a recoger a Raquel. Consiguió el empleo y empezaría a partir del día siguiente, me había comprado un capuchino sencillo y mientras una vez que nos alejamos del local, metió su mano en el bolsillo trasero de mis pantalones.


—¿Quieres que te cuente de qué hablamos mamá y yo anoche?

—Obvio.

—Me preguntó si cogimos —soltó, la muy. Había esperado a que le diera un sorbo a mi vaso y se carcajeó viendo cómo me atragantaba y me limpiaba la nariz—. ¿Cómo crees? Ella se dio cuenta de inmediato que no era la primera vez que me veías desnuda y por eso inventé lo de que quiero andar sin ropa en la casa.

—Vaya ocurrencia, la tuya. Me hiciste comprometerme a andar en calzones.

—¡Ay, ajá! ¡Cuánto sacrificio! Mejor encuérate por completo y que nos vea mamá.

La sola idea hizo que se me subieran los huevos al estómago. El exhibicionismo no me llamaba la atención y mucho menos la idea de que mi madre me viera. Por su lado, aunque dijera que fue víctima de la improvisación, Raquel se notaba completamente a gusto con el concepto.

—¿O acaso no quieres verme desnudita?

—No en frente de mamá.

—¡Si bien que no dejaba de verme! Primero pensé que era pena, pero luego de un rato, me movía para un lado —dijo mientras hacía la mímica de su gesto— y sus ojos no se despegaron de mis pezoncitos. Yo también me puse cachonda y me le acerqué, con la excusa de que me acomplejaba no tener los melones que tienen ella y Julia. Ni notó cuando le desabroché la blusa, te digo que no me quitaba los ojos de encima, vio mi cuca y era como si estuviera ida. Hasta metí la mano en su bra y ahí despertó y me dijo que me sentara. Dirá lo que sea, pero sus pezones estaban durísimos, estaba horny, Luís. ¡Se puso cachonda conmigo!

Esto lo dijo ella con una sonrisa enorme y yo, con un bulto que me hacía difícil caminar de manera normal. Faltaban unas cuadras para llegar a la casa, pasamos por mi antiguo trabajo y Ulises, mi exjefe, me gritó:

—¡Ese Wicho! —Cualquier que lo escuchara habría pensado que nos llevábamos muy bien, pero aquella era su forma de hablarme cuando quería que me dobleteara turno—. ¡Hace mucho que no te veo, ca’un! ¿Qué me cuentas?

Estaba en la banqueta de enfrente y empezó a cruzar la calle en nuestra dirección. Pude notar que miraba de reojo a Raquel, instintivamente, me puse delante de ella y traté de apartarla.

—Pues nada, luego de que me corrieras…

—¡Wicho! ¡Wicho! —dijo, prolongando aquella palabra como si cantara—. Tú fuiste el que nos dejaste, no me hagas ver mal frente a la dama.

—¡Es mi hermana, pendejo! —me salió del alma.

Era un marrano con las chicas en el restaurante y por eso, casi todas renunciaban a los pocos días. Mis brazos se tensaron y mi mano libre era un puño, el instinto estaba apoderándose de mí. En mi vida me había peleado con nadie, pero el desprecio a mi exjefe no era nada comparado con el asco y enfado que me estaba provocando con tan pocas palabras.

Él sólo se rio antes de toser como perro por su exceso de fumar cigarros, pero dejó de avanzar.

—Pues ya está en edad de… —La buscó con la mirada—. Chambear.

Volvió a reírse, sus dientes amarillentos se asomaban y el calor invadía mi cuello. Raquel empezó a jalar de mi playera por la espalda.

—Vámonos, Luís —dijo ella, estaba asustada.

Eso me hizo enfadar más, pensé que ella estaba asustada de él. Por más que sentía los tirones, las piernas no se me movieron un centímetro, Ulises tampoco se movió, la boca le temblaba pero siempre volvía a hacer esa mueca burlona. Mi hermana seguía llamándome, cada vez repetía mi nombre más y más fuerte. La gente volteó a vernos y esto hizo que ambos reaccionáramos. Vi a Raquel y entendí que estaba asustada de lo que yo iba a hacer y entré en razón. Me dejé guiar por ella y nos encaminamos de vuelta hacia la casa.

—¡Para eso me gustabas, cuña’o! —gritó el infeliz y de inmediato, me detuve.

—Ya, ya… —dijo apurada, me presionó el hombro y de nuevo, me dejé llevar por ella.

Conforme avanzábamos en silencio, me di cuenta de lo imbécil que hubiera sido agarrarme a golpes con un tipejo como él en medio de la calle y me entró el remordimiento. Remordimiento de algo que no hice pero que habría hecho sin dudas si Raquel no me hubiera detenido. Ella abrió la puerta y cerró la puerta tras de mí, estaba por decir “perdón” cuando su boca cerró la mía y su lengua se abrió paso dentro de mí. Mis ojos no se cerraron, al contrario, pude ver que ella se empezó a deshacer de su bolso y chamarra, los zapatos pegaron contra la puerta e hicieron un ruido sordo antes de caer.

Me empujó hasta hacerme caer en el sillón de la sala. Cuando mi boca por fin quedó libre, ella se terminó de desvestir y comenzó a desabrochar mis pantalones. Entendí más pronto que tarde, que cualquier cosa que dijera podía esperar. Se lanzó directamente a mi verga, aunque aprendió a no apretar con las manos, estaba siendo muy brusca con sus succiones y lametones, quería ponerme tieso cuanto antes. Estaba desconcertado, pero, después de todo, ¿a quién le dan pan, que llore?

Ella estaba hincada y yo, acostado al borde del sillón, mis manos estaban lejos de cualquier cosa con qué entretenerme, así que me entretuve viendo cómo su melena castaña subía y bajaba, frenética. Los ruidos que se le escapaban al tomar aire y al atragantarse al introducirme a la entrada de su garganta eran el combustible ideal hasta que alejó su rostro y se irguió al igual que mi riata. 

Ella seguía sin decir nada, sólo se reclinó sobre el borde del sillón más chico y puso el culo en pompa. Yo me apresuré a levantarme y tomé mi posición detrás de ella, la cabeza de mi miembro se cubrió de aquellos jugos y me aventuré a dar una estocada limpia y casi pude meterla por completo. Sentí su espasmo, la sorpresa había contraído sus paredes internas y había frenado mi avance. Un gruñido me hizo esperar antes continuar, pero de inmediato, ella terminó de clavarse lo que faltaba mientras su espalda descendía y facilitó mi ingreso. Estábamos sintiendo nuestras palpitaciones, podía notar mi verga siendo abrazada con más fuerza que nunca, tanto así que me fue difícil retroceder, era como si su vagina no quisiera soltarme.

—Creo que me vine, Luís —Su voz apenas era audible, era como si estuviera aguantando el llanto—. Espérate tantito… ¡ah!

Volví a entrar para regresar a la posición original y esperar su indicación, me parecía lo más apropiado, pero aquello era una nueva penetración y ella encajó sus uñas en mi muslo mientras soltaba un gruñido más. La presión en mi verga se hizo mayor y ella levantó los talones mientras se hacía uno con el sillón. Entonces, la escuché sollozar. Yo me asusté y me incliné hacia ella.

—¡Raquel! Perdón, yo…

Ella elevó su otra mano por encima de la nuca y la sacudió de un lado a otro. Sentí cada uno de sus respingos estando dentro de ella, unos cortos y otros largos, era un caos sentir tanto placer mientras estaba preocupado por ella.

—Sólo… quédate quieto… un rato… ¿sí?

Sin darme cuenta, me quedé aguantando la respiración hasta que por fin vi que elevaba su espalda. Se apoyó en los brazos y apenas giró la cara, pero su cabello no me dejó ver más allá de sus orejas rojas. Resopló y me empujó hacia atrás con su culo, di un paso atrás y pensé en sacar a mi amigo, pero de inmediato, su mano encontró a tientas mi muslo y me detuve. Ella sola comenzó a introducirme de nuevo mientras yo percibía los pequeños temblores en sus piernas antes de volver a inclinarse hacia adelante para, una vez más, retroceder. Después de un par de veces, yo empecé a moverme para mantener la cadencia que ella había marcado y ella volvió a reclinarse sobre el sofá.

—Me tienes vuelta loca, hermanito —hizo un énfasis morboso en aquella última palabra, gimiendo como si estuviéramos en una película porno.

—¿Ah, sí? —dije, siguiéndole el juego, su melena asintió—. ¿Por?

—Hiciste que me viniera… así, nomás. ¿Quién te crees?

Esa voz que estaba haciendo era sensual, dramática, me resultó completamente antinatural. Tampoco me molestó, entendí que no era la Raquel de siempre y que estaba, tal vez, interpretando un papel para el momento, por lo que quise aportar mi granito de arena.

Dime. Dime por qué te tengo loca.

En eso, su interior se estrechó de nuevo y ella volvió a poner su culo en pompa al momento que reprimía un gemido con su boca cerrada. Hacía mucho que no aprovechaba para ponerla cachonda al darle órdenes y esta parecía la ocasión perfecta, yo quería una explicación y quería escucharla, así que mis movimientos fueron lentos pero metía la verga hasta el fondo.

—Me gustó que quisieras protegerme —dijo, con la cara pegada al sillón—. Me sentí como si fuéramos… ¡ah! Como si fuéramos pareja.

—¿Te gustó verme enojado?

—Un poco… sí… ¡Ah! ¡Ah!

Subí el ritmo, estaba que echaba humo de las orejas. Escucharla decir eso fue una explosión y empecé a perder el control

—¿Te gusta que sea brusco? —dije, apenas gruñendo—. Te viniste sólo por metértela de un golpe, ¡claro que te gusta!

Ella sólo contestaba con gemidos y pequeños chillidos que intentaba ahogar con la tela del sofá. Puse mis manos sobre las de ella, que estaban queriéndose fundir con el mueble, y seguí bombeando. Las palabras ya no nos salieron, ya sólo quería acabar. El celular de Raquel sonó, pero ninguno reaccionamos, después, sonó el mío.

—S-seguro es mamá. ¡Ah!

Estaba a punto de acabar y no pensé en nada más que en seguir dándole lo que ella había pedido. El impacto con sus nalgas no la tenía sólo sonrosada a ella, mi pelvis estaba ya resintiendo tanto choque y empecé a desesperarme. Tomé su pelo, pero no me animé a tirar de él, sólo clavaba los dedos en aquella melena y ella seguía aguantando sus gritos hasta que por fin me corrí. Sus piernas cedieron y se quedó tumbada, esperé un poco antes de salir de ella y me dirigí con calma a devolverle la llamada a mamá.

—¿Bueno? Sí, perdón, estábamos en la calle y no escuché el teléfono. ¿También? No, ya estamos en casa, ella está en el baño, al rato le digo que te cuente. Sí, mañana empieza. No sé, no me dijo qué horario va a tener. Bueno, le digo y que te devuelva la llamada. OK. Bye.

Me dirigía a donde ella seguía boca abajo, me senté frente a ella, en el suelo. Su sonrisa me recibió una vez que aparté su cabello de la cara, no era su look más glamoroso, el maquillaje estaba totalmente estropeado por las lágrimas y saliva, pero seguía siendo una belleza.

—Te faltó decirle que estaba sin ropa y recién cogida.

—Tú lo que quieres es que mamá me castre y envíe al ejército.

—Ya te dije, mamá está cediendo —Se giró para quedar acostada boca arriba—. Yo sé lo que vi y sé que una de las razones por las que dijo que sí fue, o para verme desnuda más seguido, o para que tú me vieras desnuda. Mamá no es tonta, Luís. Seguro que ya se imagina lo que andamos haciendo y se hace la loca.

Como siempre, sus palabras me hacían sentido, eso era lo peligroso de preguntarle lo que pensaba últimamente. Habíamos cruzado varias veces la raya, pero era entre nosotros nada más. La idea de que mamá no nos prohibiera tener sexo era una meta vaga que me había metido entre ceja y ceja, pero las tácticas de Raquel eran muy arriesgadas, incluso teniéndola hipnotizada.

—¿Qué crees que pase cuando ella se entere?

—Ni idea. ¿Qué le dijiste cuando la hipnotizaste?

—Sólo le pedí que fuera flexible, que se adaptara a los cambios… La idea era que no volviera a enojarse como aquella vez…

—¿Y?

—Eso fue todo. Hay que ir poco a poco y que, aunque sea a espaldas de Julia, nos deje seguir “en nuestro rollo” y no arme más escándalos.

—¿Nada más? —Negué con la cabeza, pero ella no me vio—. Creí que eso de ponerse horny conmigo era parte de tu plan.

—Aquí la de los planes eres tú. Aparte, ¡es mamá!

—¿Sabes? Al principio creí que todo esto… lo que hacemos, había sido porque me hipnotizaste. Fue por eso que me dio miedo la primera vez que lo íbamos a hacer en tu cuarto. Luego vi que no me obligaste a nada y que la verdad era que yo sí quería hacer todo esto contigo.

Yo estaba helado por escucharla decir aquello. Menos mal no respondí nada o hubiera salido, quizás, con una excusa poco convincente. Sólo tragué saliva.

—Tú dijiste que no puedes obligar a nadie a hacer lo que no quiere… ¿no? —dijo mientras se levantó al fin y gateó hacia mí. Sus pupilas estaban muy dilatadas y parecía estar examinando mi rostro, yo sólo asentí —. ¿Y si mamá es… lesbiana? ¿Y si, ahora que la hiciste estar más relajada, está dándose cuenta que le gustan las mujeres?

—¿Qué estás diciendo? ¡Mamá no es una lencha!

Me levanté, recogí mi ropa y me encerré en mi cuarto. De todas las locuras que la había escuchado decir, esa había volado la barda. Una cosa era que ella malinterpretara el shock de ver a su hija desnuda con ponerse caliente, pero otra cosa era… creer semejante tontería. A ver, claro que había visto porno lésbico y sí, me gustaba verlo de vez en cuando. ¡Pero estábamos hablando de nuestra mamá! Era como cuando mamá creyó que Julia era… Por alguna razón, la idea de que mi hermana mayor fuera lesbiana me dolía aún más. ¿Estaba siendo inmaduro? ¿Irracional? ¿Exagerado?

—¡Qué dramático!

Era Raquel, gritando desde el pasillo. La escuché marchar rumbo su habitación, azotó la puerta.

Pasó un largo rato antes de que decidiera vestirme y salir. Preferí ocuparme en hacer la comida que en hacer las paces con Raquel. Mamá me mandó mensaje diciéndome que iría a la casa en su horario de comida para ver cómo le había ido a su hija menor. Una ensalada rusa y pasta estaban en la mesa cuando se abrió la puerta.

—¡Qué rico huele!

—Apenas estoy terminando de cocinar la carne. Siéntate, ya casi está.

—Deja le hablo a Raqui. ¡Hija, ya llegué! ¡Ven a comer!

Estaba con los ojos en el sartén cuando de pronto escuché a mamá gritar.

—¡Ay! ¡Por Dios! ¿Qué?

Raquel había bajado, seguía desnuda. Algo dentro de mamá la hizo callarse y acomodar sus ideas, seguramente estaba recordando el nuevo estilo de vida que su hija había escogido y que ella había aceptado el día anterior. Yo terminé de servir los platos y tomé asiento.

—Perdón, Raqui. Se me había olvidado. ¿No quieres una toalla para sentarte?

—No, gracias. Así estoy bien, mami —dijo mientras la abrazaba como solía hacerlo. La estampa de madre e hija era difícil de apreciar con ella desnuda—. ¿Cómo va tu día?

—Bien, bien…

Ella se sentó y empezó a comer tranquilamente, yo hice lo mismo. A nuestra madre le tomó un poco recobrar la calma mientras escuchaba a su hija contarle los detalles de su nuevo empleo, estando completamente desnuda. Yo evité a toda costa ver a Raquel, aunque ya estaba acostumbrado a su cuerpo sin ropa, había algo morboso en verla comer así frente a mamá. Por otro lado, quise pasar de ver mi plato al rostro de ella, estaba totalmente sonrojada y esta vez, me di cuenta de lo evidente que eran sus miradas al cuerpo de su hija menor. Estaba siendo torpe para comer, el tenedor no atinaba a la boca en ocasiones, aunque la tuviera tan abierta.

—¡Ay, mami! —rio mi hermana mientras rozaba la pierna de mamá con su pie—. Andas muy distraída hoy. ¿Es por mí?

Volvió a mecer sus tetas como me dijo que lo había hecho el día anterior. Pero esta vez, Sandra volteó a verme y se cubrió la frente con su mano mientras terminaba su plato a toda velocidad, cabizbaja.

—¡Qué pena, hija! Es sólo que aún no me acostumbro.

—Luís ya se acostumbró —dijo usando ese tono de voz coqueto otra vez.

—Sí, sí… ya me di cuenta. Perdón, creo que me va a tomar un tiempo para aclimatarme.

—Sería más fácil si tú también…

—¡No! —dijimos al unísono.

Mi madre me miró por el rabillo del ojo, se veía asustada. Yo sí estaba molesto con la sugerencia de Raquel y seguí comiendo en silencio mientras ella, pataleó en señal de berrinche. Mamá quiso retomar la plática mundana preguntándole a su hija por los horarios de sus clases de teatro. Yo sólo me levanté de la mesa, lavé mi plato y me fui al cuarto en cuanto acabé. Me puse a perder el tiempo en la computadora, viendo videos o revisando Facebook hasta que escuché a mamá despedirse desde la planta baja antes de escuchar la puerta cerrarse y el motor del carro alejándose.

—Eres un menso, egoísta.

Mi hermana estaba en el umbral de la puerta. Se acercó a mí con los brazos cruzados y no pude evitar notar el rebote de sus tetas con cada paso antes de que se dejara caer sobre mi cama.

—Mamá ya sabe.

—¿Qué?

—-Que cogimos —dijo, como si nada.

—¡Qué! —grité antes de girar la silla—. ¿Le contaste?

—No, menso. ¿Cómo crees? De la nada, sólo me dijo que usáramos protección. Bueno, dijo que yo la usara.

—¡Qué ching…! ¿Estás loca? ¿Qué le dijiste?

—¿Te vas a volver a enojar conmigo? —dijo con un dejo de hastío—. Para irme mejor y dejarte en paz.

Sólo resoplé. No sé si estaba furioso o asustado, pero tenía que calmarme si quería enterarme de lo que había pasado. Empecé a respirar lentamente e hice un gesto con la mano para que siguiera contándome.

—Volví a molestar a mamá. Bueno, a provocarla. Quería comprobar si… —hizo una pausa para frasear lo que iba a decir— si mis sospechas son correctas. ¿Ok? No sé por qué te molesta tanto la idea, pero yo pienso que mamá…

—¿Por qué te dijo lo de protegerte?

—¡Ash! ¡Menso! —Tomó aire antes de continuar—. Resulta que no me limpié y mamá lo notó, porque enseguida dijo: “¿Te estás cuidando?”

Me llevé las manos a la cara y el aire de mi nariz hizo una especie de sauna entre mis palmas con cada exhalación. Estaba procesando todo aquello, me tomó un par de minutos comprender que aquello era una especie de buena noticia.

—¿Qué más te dijo?

—Nada —dijo con voz apagada--. Yo le dije que estaba tomando pastillas y ella dijo que tuviera cuidado, que porque pueden tener efectos secundarios. No me importa, no es como que quiera tener hijos.

—¿Que qué?

—Uno de los efectos secundarios de las pastillas es que puedo quedar estéril… pero no me importa. No es como que sea algo malo.

—¿Tu no quieres tener hijos? —pregunté, pensando en que, a lo mejor en el futuro, se consiguiera un novio.

—¿Tú quieres que tengamos hijos?

—¡¿Qué?! ¡No! Yo… ¿Y si en el futuro te casas con alguien?

—No puedo pensar en estar con nadie más, Luís.

Nuestras miradas se encontraron. Yo entendía lo que ella estaba diciéndome, pero yo estaba cayendo en cuenta que no había pensado en el futuro.

—¿En serio? —pregunté incrédulo—. ¿Crees que esto va a seguir por siempre?

—¿Qué? ¿Tú no? —rio, estaba sonriendo, pero no se veía contenta. Sus ojos empezaron a aguarse.

—Raquel… somos hermanos. Puede que logremos salirnos con la nuestra en la casa…

—¡Pues eso vamos a hacer! —se soltó a llorar. Me senté junto a ella, la abracé y nos tumbamos sobre la cama, mientras seguía respingando y sus lágrimas caían sobre la colcha.

—¿Qué pasará con el teatro? Cuando seas una actriz famosa, ¿qué vas a hacer? —le pregunté. Ella sólo siguió sollozando—. No puedo hipnotizar a todo el mundo, Raquel.

—¿Y tú qué esperabas que pasara?

—No había pensado nada. Sólo me dejé llevar por todo. Pero… en el fondo, creí que en algún momento seguirías con tu vida… que te harías novia de algún actor famoso… tal vez.

Intenté levantarle el ánimo, no funcionó. Lo cierto era que jamás había pensado en qué pasaría una vez que lograra que mamá nos dejara en paz. Me quedaba claro que ni íbamos a poder vivir como una pareja normal, mucho menos casarnos y ni pensar en tener una familia. Es común escuchar que hay quienes se casan con familiares… primas, pero no entre hermanos. De sobra estaba pensar en los defectos congénitos de la endogamia, había un mame muy extenso sobre eso, sobre todo, en el norte del país, donde vivíamos.

Quizás no era que no lo hubiera pensado, yo sabía que podía decidir cuándo y cómo se acabaría todo. Después de todo, la hipnosis era lo que tenía a Raquel (y a mamá) comiendo de mi mano. Un hueco se formó en mi estómago mientras hacía consciencia de que todo aquello no era más que una mentira fabricada por mí.

—¿Qué te pasa? Tus manos están frías.

—No sé. No sé qué está pasando.

—Ni yo.

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