El Hombre de la Casa 12: Teresa

 


Ni bien bajé las escaleras, me encontré a mamá sentada en el sofá frente a la cama de masajes, viendo su celular para matar el tiempo. Subió al ver que estaba limpiando los residuos de la sesión anterior, el producto no era tan sencillo de remover, esa noche descubriría todos los pormenores de la limpieza de semejante armatoste. Decidí buscar un juego de sábanas que sirviera de reemplazo de las fundas que usó Raquel y tuve hasta tiempo de meter la ropa a la lavadora antes de que mi madre bajara.

Llevaba una toalla cubriéndola, debajo llevaba tirantes delgados de un traje de baño que en mi vida le había visto. Era extraño, el tono de su piel era una mezcla de palidez y rubor que se acentuaba en la nariz y mejillas, pero la expresión en sus ojos era de nerviosismo puro. Yo sólo pude tragar saliva al ver semejante bikini, si es que a eso se le podía considerar siquiera un traje de baño. La poca tela que la cubría era blanca, como su toalla, los diminutos triángulos sobre sus enormes senos no cumplían bien su labor de tapar completamente los pezones, cosa que al menos sí hacía el remedo de tanga. En ese momento me arrepentí de corroborarlo, porque habría preferido nunca saber que aquel pubis, totalmente expuesto, estaba depilado.

—¿Q-qué tal? —preguntaba mientras se acomodaba boca abajo sobre la mesa, era evidente que intentaba sobreponerse a la situación y actuar tranquila—. Tere me lo escogió, dijo que es difícil lavar el aceite.

—Y sí… —contesté dándole la espalda para colocarme los guantes que no había usado con mi hermanita y escoger los productos que usaría—, puse las sábanas porque las fundas quedaron completamente cubiertas.

—De aceite, espero —el respaldo de la cabeza la hacía sonar como si tuviera la boca llena—. Mañana pediré más juegos de fundas… ¿crees que 5 sean suficientes?

—¿¡Cinco!?

—Raquel, yo, Julia… y tres para que alternes entre tus clientes —dijo con total naturalidad, contando elevando su mano para demostrarme con sus dedos las cuentas que hacía.

—Es demasiado. Además, dudo que Julia se anime a esto.

—Si supieras cómo nos la pasamos en el spa, hasta diría que se quedó dormida mientras nos daban masaje. No sólo yo lo necesitaba, Luís. A veces, se nos olvidan las cargas que otros cargan, su trabajo le genera mucho estrés, pobrecilla.

Continuamos la plática al tiempo que iba repasando su lado posterior. El tema de conversación pasaba de las carreras de mis hermanas a mi futuro como masajista, ella ya hasta estaba barajando la idea de techar el patio y que ahí se convirtiera en mi consultorio, sin duda, estaba depositando toda su confianza en mí. Quizás no sea tan difícil de explicarlo, pero la idea de que estuviera haciendo algo que la enorgulleciera al fin me llenó de mucha alegría y nuevamente, quise demostrarle que estaba tomándomelo en serio. Ni cuenta me di de que ya estaba trabajando en sus pantorrillas y eso significaba había trabajado sus nalgas sin ningún tipo de pudor, lo cual me dio la confianza suficiente para continuar a ciencia y consciencia.

Había llegado el momento, le pedí que se diera la vuelta mientras continuábamos platicando de los costos que supondría poner todo el papeleo en regla ante Hacienda. Ambos fluimos con la conversación, ella ni se inmutó en dejar a la vista su cuerpo nuevamente, el cual ya empezaba a sentirse firme gracias al ejercicio.

—¡Ay, ay! Ahí me duele, Tere se pasa con sus rutinas.

—Al rato mejor te pones un anestésico.

—“Si no duele, no sirve”, dice ella. ¡Bah! Le gusta hacernos sufrir.

Resulta que Tere era instructora en el gym al que iba mamá, no era una amiga del almacén como había imaginado. No disimuló ni tantito que la había convencido de venir para ver si de ahí salía alguna oportunidad para mí de trabjar con ellos, cosa que seguía sin convencerme. Y mientras me enteraba del chisme, estaba batallando con el par de melones y los diminutos triángulos que se negaban a permanecer en su lugar. Quise ser profesional, después de todo, se oía que esa tal Tere era alguien exigente; así que preferí seguir adelante y tomar aquello como un gaje del oficio. Terminé acomodando tanto esa parte del bikini que el producto había permeado en la tela y ahora se trasparentaba como si fuera una servilleta mojada. Y si eso ocurrió con sus pechos, lo mismo terminó pasando en su triángulo inferior.

Tuve que limpiarme el sudor con ambos antebrazos al tiempo que me extendía por la cara interior de sus muslos y buscaba mirar a otro lado que no fuera ese condenado triángulo transparente. Afortunadamente, llevaba un segundo bóxer y cualquier intento de levantamiento en armas de mi entrepierna fue sofocado por la presión de la tela, pero la culpa que sentía era definitivamente peor. Al menos, comprobé que me funcionaría para lo que me esperara mañana y, con suerte, en los días por venir.

La reacción de mamá a las cosquillas en pies y costillas era distinta a la de Raquel, ya que en su afán de continuar platicando a toda costa, dejó escapar sonidos que jamás podría describir de otra manera que no fueran gemidos. Era horrible, pero tenía que hacerlo bien y terminar con toda la rutina. Supuestamente tenía que durar de 15 a 30 minutos, con Raquel no aguantamos ni 10 y ahora estábamos a punto de llegar a los ansiados 15. Le pedí que volviera a recostarse boca abajo para la parte final, me giré para buscar el aceite esencial de lavanda y al darme la vuelta, hipé al ver el cordón del bra desabrochado. No comenté nada y simplemente me dediqué a terminar mi labor. Al final, ya era sólo mamá monologando mientras yo me esforzaba por no dejar caer ni una gota de sudor sobre ella.

Ya casi acababa, sólo me faltaban las manos. Los nervios apenas y me permitían no hacerlo con prisa para que todo aquello acabara pronto y en eso, recordé el gatillo que ella tenía en su meñique. Era importante para mí tener una evaluación sincera de mi trabajo, así que aproveché.

—Ya acabamos. Ahora, sé sincera y dime: ¿qué te pareció?

—¡Ay, Luís! —suspiró, relajada, al tiempo que se estiraba— ¡Me encantó! Estuve a nada de meterme los dedos y venirme como una posesa. Es más, ahorita vengo.

En ese momento, escuché una risita inconfundible. Raquel estaba viéndonos desde las escaleras, sólo le faltaba un tazón con palomitas. Nuestra madre ni se inmutó, se levantó de la mesa, tomó su toalla y subió las escaleras en dirección a su cuarto. Saludó a su hija menor como si nada y se perdió de mi vista, yo me quedé helado.

Raquel bajó y se acercó a mí dando brinquitos antes de plantarme un beso y regocijarse.

—¿Ahora ves por qué me preocupa que traigas a zorras a la casa, hermanito? —esa frase sólo me dio escalofríos tras escuchar de nuevo su risa traviesa—. ¡Vamos! Yo recojo todo esto y tú ve a cambiarte, ya casi llega Julia.

Raquel había pedido comida a domicilio mientras yo estaba con mamá, así que no tendría que preocuparme por cocinar. Ni habría podido, tenía una mezcla de asco y pena por lo que había escuchado. Estaba cambiándome en el cuarto cuando ella apareció, su rostro estaba rojo y su cabello estaba despeinado.

—¡Perdón, Luís! Me fui así nomás y ya ni te dije. Me encantó el masaje, te portaste a la altura y no me sentí incómoda en ningún momento, eso sólo que… Bueno, olvídalo, ya sabes qué pasó. ¡Pero tú, muy bien! Si haces lo mismo con Tere estoy segura de que le va a encantar y, quién sabe, tal vez de aclientes pronto.

Sólo pude sonreír con un poco de incomodidad y darle las gracias por su “anormal” sinceridad. Ella regresó a su cuarto para bañarse y bajé para ayudarle a Raquel con la limpieza. Seguramente me vio consternado y no me hizo más comentarios al respecto, aunque su sonrisa se hizo más discreta, la mantuvo toda la velada. Ambas intentaron convencer a Julia de tomar una sesión de masaje conmigo, ella rechazó educadamente la oferta, aunque algo en su mirada me transmitió esa sensación de desconfianza e incomodidad, lo cual no ayudó a mi estado de ánimo.

Mi intención era pasar la noche en paz, sin embargo, Raquel tenía otros planes y al parecer, mi humor no tenía injerencia sobre mi verga, que sí recibió con alegría aquella boquita que sólo se dedicó a comer todo lo que tuviera en frente. Ella me montó como jinete y yo disfruté la vista, fuera de un par de gemidos que se nos escaparon, en total silencio. Me corrí dentro de ella y la cabalgata continuó hasta que sus cavidades me abrazaron con fuerza, lo cual fue un alivio para mí.

—Estoy peor que antes, amor. Lo de mamá me puso bien horny y no podía dejar de pensar en sacarte la leche.

Yo me quedé callado y ella se bajó de mí para limpiar mi tranca. Estaba aún hipersensible después de venirme, así que me daba el reflejo de alejar mi cadera con cada lamida que le daba la punta. Por un momento, temí que quisiera un segundo round porque seguía firme, pero se acurrucó a mi lado en cuanto terminó.

—¿Vas a hacerle lo mismo a todas las zorras que vengan?

—Es el plan —respondí con desgana, no tenía ganas de discutir con ella ni de disimular.

—Pues si son como mamá, las vas a tener aquí haciendo fila todos los días —rio, ya no se oía molesta al respecto.

—Estoy nervioso, —solté al fin —no la quiero cagar.

—Te va a ir bien.

—Tuve que disociarme con la plática para no pensar que estaba embarrando aceite al cuerpo de mamá. Me puse doble bóxer para evitar que se me notara si tuviera una erección.

—Era obvio que se te iba a parar —dijo mientras me abrazaba—. ¿Te molesta?

—¿Que se me pare con mi madre? ¡Sí! ¿Que sepa que se masturba? ¡Sí!

—¡Ash! Obvio lo hace, todas lo hacemos. Yo lo hago, mis amigas lo hacen, mamá, Julia…

Volví a disociarme, la idea de Julia tocándose hizo que mi cerebro tuviera un corto circuito. En retrospectiva, era un pelmazo, nunca me había puesto a pensar que las mujeres también podrían masturbarse como yo lo hacía. Pensar en mamá era incómodo, pero Julia… Raquel habló largo y tendido de cómo se metía dedo hasta en los baños del trabajo o en el teatro, incluso ahora que ya no estaba bajo la sugestión de mis órdenes.

—Y eso que tú y yo lo hacemos casi a diario, imagínate a mamá y a Julia, que no tienen con quién —hizo una pausa, aunque creo que sabía que no iba a contestarle nada—. Bueno, volviendo a lo otro, es normal que se te pare… yo creo que es cuestión de que te acostumbres, como conmigo.

Aquello realmente me tranquilizó. Aún recuerdo lo nervioso que me ponía las primeras veces que vi a Raquel sin ropa, alguna que otra eyaculación precoz en mi haber; en comparación a cuán tranquilo estaba ahora con su costumbre de andar desnuda en casa, al punto de ver la tele juntos sin siquiera yo tener ni una erección ni pensamientos sexuales. Raquel tenía una buena racha de aciertos, así que deposité mi confianza en sus palabras.

Pude dormir a gusto, pero el estrés se apoderó de mí al despertar. Fue evidente para todas, que se la pasaron dándome palabras de ánimo durante el desayuno. Ni siquiera pude acabarme la taza de café cuando todas se encaminaron a salir. Una a una, me abrazaron fuertemente y besaron antes de cruzar el umbral de la puerta, mamá en la mejilla, Julia, en la frente y Raquel, en la boca.

—Todo va a salir bien. ¡Esa zorra va a terminar toda mojada!

—¡Raqui! —protestó mamá mientras le daba un empujón—. No seas grosera, ya mejor vete yendo. — La hizo alejarse de mí y me dijo en voz baja—. No te espantes si te empieza a decir qué hacer, sólo haz lo que te diga. Todo va a estar bien, que no te dé pena.

Me abrazó una vez más y me mostró una sonrisa cálida al despedirse desde el carro antes de dar vuelta en la esquina de la cuadra.

Había tenido nudos en el estómago antes, pero este era el peor hasta el momento, me sentía enfermo. Todavía estaba lavando los trastes cuando sonó mi teléfono.

—Luís, hijo. Estoy aquí en el gym con Tere y me dice que va a ir más temprano a la casa, no hay problema, ¿verdad? —Yo le di la razón, tenía huevos en la garganta y los dedos helados—. OK, ok. Dice que llega como a las 11 —se puso a hablar con alguien, una mujer, seguramente ella; finalmente, se despidió de ella y me habló de nuevo en voz baja—. Se me olvidó decirte, cuando acaben, se va a bañar, cierra los cuartos con llave, no quiero que ande husmeando por ahí.

Se despidió con prisa y colgó. La poca calma que había recuperado amenazaba con desmoronarse, así que, como amo de casa que ya era, me puse a limpiar compulsivamente todo lo que tuviera en frente de mí. La mesa estaba montada y lista, aseguré con candado las puertas de la planta alta y dejé un juego de toallas que teníamos para invitados en el baño. Sonó la notificación del teléfono, un mensaje de mamá, creí. De repente, una sucesión rápida de mensajes me hizo revisar, uno sí era de mamá y los demás, de un número desconocido.

Le pasé tu número a Tere. Ya le dije cómo llegar pero igual te manda mensaje si se llega a perder.

Revisé la otra conversación, había un puñado de mensajes cortos y emojis, debajo del número, estba la leyenda de “escribiendo…

Hola
Soy Tere
🤸🏽‍♀️
Este es mi cel
Tu mami me dio tu num
😋🤗
Salgo a las diez y media

Ya me dijo masomenos como llegar pero te puedo llamar si me pierdo, plis?
🤗😘
No muerdo eh
😈😘

El último mensaje lo había mandado unos minutos después de los demás, al ver que no le respondía, seguía “en Línea”.

Hola, mucho gusto.
OK.

🤗🤗🤗🤗🤗

No acostumbraba a mensajearme con nadie que no fuera mamá o mis hermanas, ni siquiera con el resto de la familia y mucho menos con nadie de la escuela o el trabajo; aquello me estaba cobrando factura y sólo daba respuestas escuetas, mecánicas. No obstante, ella siguió mandando un mensajes, escribía tan rápido que preferí silenciar las notificaciones porque el ruido ya empezaba a ser molesto. La conversación avanzaba y de repente, comenzó a mandarme fotos, era del grupo de aerobics que tenía en frente, mamá estaba en primera fila y los mensajes se centraron en ella. Hacía pequeñas bromas de su desempeño, no eran malintencionadas, sino amistosas, al parecer, eran muy cercanas, acostumbraban a salir a comer después de las clases y mencionaba cada tanto lo mucho que amaba a sus hijos. Poco a poco, fui entrando en confianza y los nervios se difuminaban, la plática continuaba y las fotos iban mostrándome a sus alumnas (había hombres, pero los omitía de sus tomas).

El tiempo voló y la clase en la que estaba mi mamá llegó a su fin. Pasó un tiempo en que los mensajes se detuvieron, hasta que llegó un video.

—¡Holaaa!

Una mujer saludaba a la cámara. Tenía la piel morena, mejor dicho, bronceada, cabello negro recogido en una cola de caballo y, como era de esperarse, delgada. En ese entonces, pocos celulares tenían una cámara decente y muy pocos tenían una frontal, aquello captó mi atención y me dejó pensando cuál celular estaba usando antes de darme cuenta de lo que estaba pasando en la pantalla. Estaba en unos vestidores y se acercó a mi madre, que se dirigía a las regaderas. Tardé más de lo que me gustaría admitir en comprender que esa era Tere.

—Saluda a Luís —dijo, encuadrando el rostro pálido de mi madre.

—¿¡Qué!?

El clip se terminaba abruptamente, cortando la carcajada de la chica y sacudiendo la imagen. Era una muchacha joven, diría si no tenía la edad de Julia, era apenas un par de años mayor. Lo poco que vi sólo hizo que el corazón volviera a latirme con fuerza. Yo estaba mentalizado a trabajar con una señora mucho mayor y esa idea junto con la conversación me hacía pensar en ella como si fuera una tía o una vecina de la edad de mi madre. Pero la chica que vi en pantalla distaba poco de las que llegué a ver en videos porno de internet, había uno en particular en la que era la mujer quien daba el masaje al hombre que comenzó a proyectarse en mi cerebro al momento que los mensajes volvían a llegar.

Oops
Crei que Sandra se iba a desmayar
😆😂
Ntc 😘
Esta bien ya se metio a bañar 😏
No te puedo enviar mas fotos porque no quiero meterme en problemas con los miembros del gym 😋🤫
Bueno
Una mas
😏😏😏

Acto seguido, apareció en mi pantalla. Era una selfie, ella estaba mandando un beso y aquello hizo que por fin notara la erección que tenía desde hacía mucho. La conversación siguió fluyendo con mensajes en los que pretendía no mostrarme nervioso, entre los cuales se coló uno de mamá:

Cualquier cosa me avisas, marcame y si no contesto te devuelvo la llamada

Cada minuto era una piedra que se metía a un saco pesado que me oprimía el pecho, genuinamente me estaba costando trabajo respirar con calma. Di vueltas por la sala y mi pulso se interrumpía con cada vez que revisaba la hora. 9:04… Raquel deja su celular en los lockers, no puede usarlo hasta que acabe su turno. 9:37… Mamá sólo me estresaría más. 9:42… Julia sabría qué hacer para calmarme. 9:49… pero a veces no responde el celular en horas. 9:53… seguramente está ocupada. 9:58… de seguro se preocuparía como mamá. 10:02… no, no podía interrumpirla por una estupidez como esta.

Los mensajes dejaron de llegar, pero yo no dejaba de revisar el paso del tiempo en el celular o en el reloj de la cocina. Me di cuenta de que el bulto entre mis piernas era imposible de disimular, no estaba dispuesto a ponerme un tercer bóxer y la idea de liberar la tensión me orilló a jalarme los problemas en el baño… con los recuerdos de esos videos porno de masajes aún proyectándose en mi cabeza.

Holaaaaaa 🤩🤩🤩
Ya estoy saliendo
🏃🏽‍♀️ en un ratico llegoooooo

Me lavé la cara una vez más… debí haber comprado guantes de látex. Quizás habría alguna pastilla en el botiquín que pudiera calmarme, algún desinflamante o algo… Ya iba por la quinta caja de pastillas, revisando indicaciones y contraindicaciones de manera compulsiva cuando el teléfono sonó.

—¿Aló? —era ella, tenía un acento venezolano—. ¿Luís?

—¡Ah! Hola, sí. ¿Bueno? ¡Sí! Soy… soy yo

—¡Tranqui, tranqui! —dijo entre risitas —. Creo que ya llegué, ¿es la casa beige o la amarilla?

—La beige.

—Sí, va.

Escuché el ruido de un carro estacionándose en el patio, me sequé las manos en el pelo, inflé y desinflé el pecho por última vez y abrí la puerta para ver un sedán anaranjado. En un parpadeo, ella estaba abrazándome fuertemente, estaba su piel sudorosa se adhería a mí aunque por suerte no olía mal, llevaba una mochila pequeña de lona y vestía lo mismo que vi en el video.

—Vengo toda puerca, perdón —dijo mientras embarraba su sudor con la palma sobre mi mejilla, en un intento fútil de limpiarla—. Ni bien terminé la clase, tomé mis cosas y dejé el pelero… me vine en chinga.

Al verla en persona, pude comprobar que debía ser mayor a Julia, pero apenas un par de años. La ropa deportiva se adhería a su cuerpo como si estuviera pintada, su pecho era más pequeño que el de Raquel pero su culo era más grande que su mochila, parecía cincelado en mármol, como su abdomen y brazos. Entró a la casa como un huracán, viendo hacia todos lados, parecía turista en una atracción.

—¡Chamo, no joda! —dijo tras silbar mientras daba vueltas inspeccionando la cama de masajes—. Mami sí que tiene platica, ¿eh? Nada que ver con las que tenemos en el gym.

—Menos mal no le dije que quería ser piloto o tendríamos una pista de aterrizaje en la azotea.

—¡Tendrías un hangar en el aeropuerto, mi vida! —dijo con una sonora carcajada.

Le ofrecí algo de beber, pero de inmediato me preguntó por la ducha y le di instrucciones para llegar al baño, le dije que usara la toalla que había reservado para ella. Ella sólo sonrió, sacó sus chanclas y se las llevó en la mano mientras subía las escaleras.

—¡No vayas a andar de mirón! —gritó con un tono que la hacía sonar como si fuera una tía a la que conociera de toda la vida—. Que la puerta no va a quedar abierta para eso.

Lejos de incomodarme, aquello me sacó una sonrisa. ¿Quién habría imaginado que aquello fue lo que finalmente hizo que pudiera relajarme al fin?

—¡A la verga! Lockeraon las puertas y todo. ¡Esa Sandra!

Fui acomodando los productos que iba a aplicar, aunque haya ido tomando confianza con ella, seguía siendo una total desconocida a quien iba a dar masaje. Hice los ejercicios de respiración para poder continuar, de haber podido, me habría hipnotizado a mí mismo.

—Bueno, bueno —la escuché decir detrás de mí, me giré y estaba cubriéndose con la toalla—. ¡A darle! Como dicen acá.

Tragué saliva mientras ella se acostaba boca abajo sobre la toalla, su culo estaba a la vista y volví a tragar saliva, me había hecho babear. Su piel era morena y aparte tenía marcas de bronceado en brazos y hombros, pero ninguna de tirantes. Calenté mis manos antes de aplicar el aceite de romero, ideal para articulaciones lastimadas, lo ideal sería usar el de eucalipto, pero al probarlo, me percaté que genera un poco de ardor en la piel. Sus hombros estaban muy tensos, así que fui aplicando más fuerza de a poco y le indiqué que me avisara si le molestaba.

—¡Tú dale! ¡Échale pichón! Lo mío es lo rudo, papi.

Si aquél cuerpo tonificado ya era suficiente para acelerarme el pulso, esa acento y forma de hablar tan despreocupadamente sensual eran echarle gasolina al fuego. Hice caso a sus palabras y al poco rato me encontré amasando sus hombros y espalda baja como si estuviera preparando carne para albóndigas.

—¡Uf! ¡Así, nene! Te estás tomando esto en serio, ¿eh?

Estaba sudando tanto por la fuerza que la tarea me estaba demandando como por escuchar los constantes gemidos y suspiros que ella soltaba sin reparos. Ya iba bajando por su cadera, era una zona en la que no hacía falta tanta presión, quise comportarme como un profesional y abordé ese par de glúteos enormes sin temor, ella reaccionó con una risa que contuvo por primera vez.

—¡Eso! ¡Sin miedo, así me gusta!

Más pronto que tarde, había descubierto que aquella forma de ser de ella era más amistosa que provocativa, aunque no dejara de ser sensual al extremo. Fui bajando por la parte externa de sus piernas y ella las separó. Mi mirada se clavaba en esa región donde aquellos labios se asomaban, estaban hinchados, por decir lo menos y vi por el rabillo del ojo que ella se había asomado a ver mi reacción.

—Tú date —dijo mientras abría aún más su compás—. Yo sé que no es la primera cuca que ves, tigre.

Los dedos en sus manos se agitaban y ella volvió a recostar el rostro boca abajo. Estaba un tanto descolocado por lo último que había dicho, pero dentro de mí estaba este especie de desafío en el que si me detenía, yo perdía y ella ganaba, no quería perder. Ya había empezado a explorar sus muslos y seguí adentrándome a sus caras interiores, aplicando gradualmente más fuerza al sentir el grado de tensión que tenían esos músculos. Fue al subir lentamente y con fuerza por sus femorales que todo su cuerpo se contrajo.

—¡Perdón, perdón! —me apresuré a decir, creí que la había lastimado.

—No, no, nene —dijo sin separar la cara de la base y ondeando una de sus manos—. No pasa nada, fue un reflejo. hoy tengo las piernas molidas, pero vas bien, ¿eh? Yo te digo cuando pares.

Me quité el aceite de romero rápidamente con una toalla que tenía destinada para ello y apliqué lavanda para relajar la zona suavemente, por si acaso le hubiera causado una ruptura de tendón. La única queja que recibí fue por no presionar lo suficiente. Volví al trabajo rudo y por primera vez sentí los famosos nudos en sus muslos y pantorrillas, los cuales se opusieron su debida resistencia. Estaba acostumbrándome a los sonidos que ella dejaba escapar sin pena, de alguna forma, Raquel había dejado la vara muy alta en cuanto a escándalos; sin embargo, éstos estaban alojándose cada vez más profundamente en mi cráneo… y mi verga.

Al terminar con sus pies, ella se dio la vuelta de manera instintiva. Sus pechos eran sin dudas más chicos que los de Raquel, mi mano los cubría casi por completo. Me maravillaba lo firme que se sentía debajo de su piel, no estaba acostumbrado a sentir semejante musculatura debajo de algo tan suave como un par de tetas. Sus pezones eran oscuros y pequeños, estaba durísimos como remaches en mezclilla.

—Ya, ya. No son las tetazas de mami pero son lindas, ¿no? —dijo con una sonrisa radiante y sentí una corriente eléctrica atravesarme al cruzar nuestras miradas—. Esa Sandra no sabe ni dónde esconderlas en el gym. Supongo que es una ventaja para mí tenerlas chiquiticas.

Sus manos tomaron las mías y amasaron sus pequeños montecitos por encima, moviéndome en círculos mientras aquellos ojos oscuros buscaban incinerarme con una pasión que no conocía. Raquel podría ser una “perra en celo”, pero sentí los huevos en la garganta al ver a aquella loba morderse el labio inferior.

—¡Coño! ¿Dónde está el espejo? Deberías ver tu cara

Su risa resonaba como trompetas. Soltó mis manos y las volvió a colocar a los costados mientras tenía las últimas contracciones en un intento por conservar la calma. Tenía el corazón queriéndose escapar debajo de la camisa. Me tomé aquello como una broma, una muy subida de tono, pero intenté concentrarme de nuevo y seguí bajando por su vientre. Vi su pubis depilado de pasada mientras iba bajando hacia las piernas, las cuales no podían estar más separadas sin desparramarse de la cama. Terminé con sus pies y me disponía a finalizar con sus hombros, brazos y manos; vi de reojo cómo tenía la mirada un poco perdida y la cara tan roja como un tomate.

—¿Eres de piedra acaso? ¿O sólo quieres “ser profesional? —hizo el gesto de comillas con sus manos.

—Q-quiero hacer las cosas bien.

—¡Uy, nene! Mira, primero quítate esos. —Agarró uno de mis guantes y tras fallar en su intento por quitármelo, lo hice yo—. Te falta mucho por aprender.

—Sí, para eso quiero estudiar —intenté recuperarme, algo me decía que no iba a ser bueno dejarme llevar por los nervios con esa loba.

—¿Sabes lo que no te van a enseñar en la Uni, papi? —De nuevo, tomó mi mano y la llevó a su entrepierna, aquella que había omitido flagrantemente—. Que una siempre espera el servicio completo… y a veces, nos falta paciencia.

Ella estaba restregando mi palma en círculos sobre su pubis, yo estaba procesando todo aquello cuando sus dedos colocaron los míos en posición y me asistieron en la inserción.

—¡Uy, sí! Esas manos grandes me han tenido chorreando desde que empezaste, nene. Así como a mami y a Raqui.

Su voz dejó de ser estruendosa y se había convertido en apenas un murmullo sedoso que me distrajo mientras mis falanges recibían las últimas instrucciones de su asistencia. Corazón y anular recorrían aquellos pliegues, algo a lo que estaban tan acostumbrados, aunque aquellos eran ligeramente más amplios, se movían… se sentía tan diferente al interior de… un momento.

¿Había mencionado a mamá y Raquel?

Sus caderas se contonearon, como si de una serpiente se tratase, lo cual acercó su cara a mi entrepierna y me ayudó a entrar más profundo en aquella cueva húmeda. Era menos estrecha que la de Raquel, pero así como habían hecho sus caderas, sus adentros se contraían y generaban cierta succión, era como si estuvieran engullendo mis dedos. Aquello era una especie de ataque sincronizado a la perfección, mi mano dentro de ella, su rostro rozando mi verga por encima de la tela y aquellas palabras evadieron cualquier defensa que habría podido imaginar.

—Sandra y yo nos hemos vuelto muy amigas —siguió hechizándome con ese tono tan sensual al mismo tiempo que una mano estaba explorando el espacio entre mi abdomen y el cordón elástico del pantalón—. Muy, muy cercanas…

Eso debió hacer que mi corazón se detuviera, pero el bulto en mis pantalones palpitó con brusquedad, pidiendo ser liberado de aquella prisión de varias capas de tela.

—Ya decía yo… ¿dos calzones? Eso es hacer trampa, ¿eh?

Ya había desanudado el listón de mis pantalones que servía de cinturón y viendo el segundo par de bóxeres, bajó de un tirón y mi tranca se irguió a escasos centímetros de su mentón. Su rostro se iluminó al verla y su mano fría la acarició a consciencia antes de acomodarse para metérsela a la boca.

Si Raquel llegaba a ser impetuosa a la hora de chupármela, estaba siendo absorbido dentro de esos labios carnosos y verdaderamente creí que estaba siendo engullido. Sus manos se asieron a mi cadera para alejarme y volver a introducir mi carne en ella. Me resultó increíble lo distinta que podría ser una boca de otra, porque aquí no sentí siquiera resistencia por parte de su garganta y mis huevos chocaban al impactarse con su nariz, un dolor placentero.

Entré en una especie de piloto automático, sin darme cuenta era yo quien continuaba con el vaivén que ella había iniciado. Mis dedos no sólo ya batallaban con sus contracciones dentro de ella, habían encontrado su zona sensible y mi pulgar ya había empezado a castigar su clítoris, el cual se sentía más pequeño que el de mi hermanita. Los ruidos que hacía cada vez que engullía mi riata me prendían, de alguna manera que desconozco, se las ingeniaba para respirar sin necesidad de sacarla de su boca, la cual desbordaba saliva en cantidades sorprendentes. Estaba llegando al clímax, sus gemidos ahogados por mi verga se volvían más intensos con cada estocada a su garganta hasta convertirse en auténticos gritos, casi como los de Raquel.

Ella se estrujaba las tetas con fuerza mientras elevaba su pelvis y sucumbía a un orgasmo que se extendió durante segundos que me parecieron minutos. No temblaba como lo hacía mi hermanita menor, pero sí vi cómo sus músculos se definían aún más en su abdomen de lavadero y sus piernas esculpidas.

Retiré mi miembro de esa boquita mágica, ella tosía mientras se incorporaba para sentarse. Vi sus ojos lagrimosos verme fijamente y tras limpiarse la baba, sonrió desafiante.

—¿El nene se siente orgulloso de su hazaña? —preguntó burlonamente, mientras sus dedos revisaban el hilo de fluidos que salía de su raja.

—Me gusta hacer las cosas bien —contesté, un poco altivo.

—¡Coño! A ti lo tímido se te quita cuando sacas la verga, ¿o qué?

—A mí me dijeron que hiciera lo que el cliente me pidiera. “Servicio completo”, ¿no?

—Un poco alzadito, el muchachito, ¿no?

Se bajó de la cama y me llegaba apenas a la altura de la barbilla sin la plataforma de los tenis con los que había entrado. Las curvas se mezclaban con las líneas firmes de su musculatura de una forma armoniosa que nunca me habría imaginado. Al saberse contemplada, dio una vuelta lenta que me mostraba ese culo enorme y groseramente firme antes de cruzar nuestras miradas nuevamente y sujetar mi verga otra vez.

—He visto más grandes —soltó en un claro intento de sobajar mi confianza—. No te sientas un rey todavía, papi.

—Todo lo contrario.

Volvió a darme la espalda y acomodó mi trozo entre esas nalgas (tuve que flexionar para alcanzar su altura) y la estrujó a su antojo, tanto por pegarse a mí como por tensar esos músculos maestría. Arriba y abajo, ese culo resbalaba con el aceite que todavía tenía encima y era una puta delicia. Ahora era mi turno de asirme a sus caderas y sus manos me recibieron con gusto y empezamos a perrear sin música de fondo. Izquierda a derecha, fuimos contoneándonos, acomodándonos poco a poco hasta que su espalda se arqueó y mi glande resbaló hacia la entrada de su concha.

—Saca un condón, papi. Esa pija no entra sin funda.

De no traerla tan tiesa y estar hirviendo en calentura, me habría detenido a explicarle que no había condones, pero me encontraba tan bruto que sólo atiné a reírme con voz grave mientras continuaba frotándome en sus labios y rozando ocasionalmente su botón.

—Es en serio, ¿no tienes? —parecía que la preocupada ahora era ella—. ¡Ash! Y yo ni traje. Será por atrás entonces, ya no aguanto. Te quiero dentro, ¡pero ya!

¿Había oído bien? ¿Estaba diciendo lo que creía? Su mano deslizó mi tranca hacia atrás y apuntó a su culo. ¿Era en serio? Sus pliegues recibieron la cabeza sin oponer mucha resistencia, era como meter el dedo en un pan para partirlo. Las paredes apretaban mucho al inicio, pero su recto cedió con facilidad conforme iba entrando más y más.

—Tienes suerte. Justo me lavé en la mañana pensando que algo así podría pasar.

—¿Tenías esto en mente? —pregunté mientras mi verga iba a la mitad de su recorrido.

—Algo, Sandra nunca me dijo que te gustara el anal, pero hay que estar preparada.

—Ahora que lo dices. ¿Qué tanto te contó mamá?

—¿Quieres que te cuente lo que sé? Primero lo primero. ¡Ah!

Di un avance brusco, aunque todavía no podía meterla por completo. Desde la posición en la que estábamos, siendo ella tan bajita y totalmente a mi merced, de nuevo me “envalentoné” y empecé a bombear lentamente, recorriendo sólo el tramo que había podido dilatarse hasta el momento. Su espalda se arqueó hacia atrás y la sostuve, sus pechitos quedaron a mi alcance y fui probando cuánto castigo podría aguantar. Su esfínter parecía intentar morderme cada tanto, pero sus pliegues internos abrazaban de una forma similar a lo que sentía dentro de Raquel. Al cabo de pocos intentos, su interior pudo recibirme por completo y ahí fue que pude embestir con la intensidad que yo quería… y ella.

—¡Oh! ¡Sí, papi! —gruñó por lo bajo, en lugar de gritar más alto, comenzó a susurrar—. Dale más duro, que así me gusta.

Sus gemidos eran más escasos, pero aquello me hacía apreciarlos más cada que los oía. Solté su torso y ella apoyó de lado de la cama, giramos para que pudiera apoyarse mejor. Estaba en mi límite, el sonido de nuestros cuerpos al impactar se oía por encima de sus gemidos, ya no podía ir ni más rápido ni más fuerte. Sentí que estaba por acabar y ella, al notarme desacelerar, se giró.

—Ni te atrevas a sacarla.

Comenzó a ser ella la que impactaba contra mí y con un último embate, liberé mi leche dentro de ese culo enorme en varios chorros. Cuando al fin la saqué, un hilo blanco nos mantuvo unidos unos breves segundos antes de dejarme ver su boquete palpitar. Su espalda se marcó cuando ella se examinó y tras recoger un poco, se llevó el dedo a la boca para probar lo que saqué. Se subió de nuevo a la mesa y yo sólo pensé en la toalla que recogería mis mecos debajo de sus piernas cruzadas.

—Ahora, sí. ¿Te cuento lo que sé?

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