El Hombre de la Casa 15: Estrerchando Lazos

 


No voy a mentir, ese sábado me levanté sintiéndome muy bien, como quien gana el premio mayor en una rifa. Obviamente, Raquel y yo cogimos antes de dormirnos y despertar con ella a mi lado siempre se sentía como una victoria. Tenía más dinero del que hubiera ganado en dos o tres muy buenas semanas en mi trabajo anterior, había hecho una nueva amiga con quien no sólo cogí y me iba a dar más dinero por repetirlo en un futuro no tan lejano; sino que también sabía lo que pasaba entre Raquel y yo, me hizo saber los deseos que nuestra madre intentó mantener ocultos y, gracias a ello, una nueva etapa en nuestras vidas estaba por comenzar.

En sábados, tanto mamá como Raquel regresaban temprano a casa. Eso y mi renovada confianza hicieron que tomara las riendas de lo que pasaría esa tarde. Todos estábamos vestidos cuando nos despedimos esa mañana, yo también tenía que salir a terminar de entregar la documentación para concluir el proceso de inscripción, el cual daría inicio en un par de semanas.

Hice unas compras de víveres y al regresar a la casa, me saludó la vecina, doña Eduviges, una señora robusta y algo metiche que rara vez nos dirigía la palabra.

—Ya estás bien grandote, mijo. Todavía me acuerdo cuando eras así de chiquito —dijo señalando con su dedo apuntando arriba de su cintura, yo sólo sonreí y le di el avión—. Oye, esa muchacha que vino ayer… ¿es tu novia?

—¡No, no! ¿Cómo cree? Es… —me detuve a pensar si llamarla “clienta” y abrir una tangente que prolongaría esa conversación, mejor no—. Una amiga.

—Ajá, sí… la trajiste cuando no hay nadie en casa, bien que me di cuenta. Pero mira, no le voy a decir nada a tu mamá —dijo mientras me guiñaba el ojo, lo cual me generó aún más desconfianza.

Me despedí, dándole las gracias por su “amable” gesto de encubrirme y cerré la llave con candado, por si las dudas. Estaba en la alacena acomodando las compras y mi celular sonó, era Tere.

¿Cómo estás, papi? Ya hablé con mami y parece que todo marcha viento en popa, ¿eh?

—Eso parece —dije con una sonrisa amplia.

¿Y mi fotico de hoy? —dijo en voz baja, haciendo puchero.

—Acabo de regresar de la calle, mi vecina metiche ya me preguntó por ti.

¡Ay, qué mono! Ya voy a ser popular allá, créeme. ¿Y está buena, la vecinita?

—Si te gustan viejas, gordas y feas…

¡Qué grosero, nene! Parece que me hablas de un sapo o algo así.

—Date una idea…

Seguimos conversando de tonterías un rato, le hablé del curso y ella se ofreció como voluntaria para paciente. Yo no creí que aquello que fuera posible, pero ella afirmó que se las ingeniaría para colarse y aunque sé que lo decía sólo para provocarme, en el fondo la creí capaz de lograrlo. El sólo hablar con ella era ya erótico sólo por su forma de hablar, sin mencionar sus comentarios picantes por aquí y por allá. Consiguió involucrarme y le confesé lo dura que me la estaba poniendo.

Pues más vale que me mandes foto de esa verga deliciosa antes de las 12 o nunca más sabrás de mí. Tienes… ¡uy! Dos minutos. Chau.

Vi el reloj y, en efecto, debía apurarme. Estaba siendo manipulado por esa loba… y sonreí siendo consciente de ello. Tomé la foto, asegurándome de captar bien mi erección y la ropa amontonada bajo mis pies y me apresuré a enviársela. Se mostró complacida y al cabo de unos minutos sin saber de ella, recibí un video.

Era un close-up a su vagina, su “cuquita”. Apenas se veía algo más que no fuera piel, estaba gimiendo en voz baja y por lo que se veía de la pared con azulejos tras ella, estaba en un cubículo de lo que seguramente eran los baños del gimnasio. La labor de sus dedos ya había empezado y el chapoteo era capturado por el micrófono de su celular, aunque ella parecía querer que no la oyera nadie más. El clip duró unos 4 o 5 minutos y yo lo disfruté sentado en una silla del comedor. Llegando al final, la cámara tembló y perdió encuadre, mostrándome una parte del suelo y su leggins arrugados sobre sus tenis, un ruido de líquido cayendo en la taza del baño y para el final, una toma de ella chupándose los dedos.

Aún no me corría, no estaba ni cerca, así que le hice saber a Tere que iba a tener que esforzarse para tener una foto de mí viniéndome y eso le sonaba a reto y que aceptaba. Aquello hizo que mi verga saltara y fue mi señal para mantener mis manos alejadas. La noche anterior, con Raquel en mi cama, fue la sexta vez que eyaculaba en menos de 24 horas y pude sentir que poco o nada había ido a parar en el interior de mi hermanita. Por eso no iba a desperdiciar nada ante la oportunidad que se nos presentaba ese mismo día.

Ya iban a dar las 3, mamá fue la primera en llegar. Fui a recibirla tras el muro que separa el vestíbulo de la sala para evitar ser visto por algún transeúnte en la calle, la abracé al cerrar la puerta y le di un beso mientras le decía que ya estaba inscrito en el curso. Ella me abrazó con más fuerzas y mis manos fueron a sus caderas, agarrando el resorte de sus pantis por encima de la tela de su pantalón.

—¡Ay, ay! —dijo, captando mi indirecta—. Deja voy a cambiarme al cuarto.

El mensaje era claro: no más ropa interior dentro de la casa para ella. Estaba nerviosa, como era de esperarse, pero subió las escaleras con prisa y vi cómo recorrió el pasillo de arriba dando brinquitos. Lo que antes me causaba aversión ahora hacía que se me parara el chile, comerle la concha a Tere pensando en ella el día anterior era una prueba clara de que yo también estaba intentando ocultar que lo deseaba. Eso se había acabado.

La esperé sentado viendo la tele, ya había pasado un buen rato cuando ojos fueron obstruidos por un par de manos, estaban heladas. La tomé de las muñecas y alcé la vista y pude ver ese enorme par de tetas antes de que cayeran sobre mi cara.

—No quería quitarme todo, pero luego dije: “¡Ay, ya! Al mal paso, darle prisa”. Quién sabe lo que Raquel quiera que hagamos cuando llegue…

En esa misma posición, fui tentando esos melones que ya había amasado antes y ahora reposaban sobre mi rostro. Eran enormes, no podría contener uno solo con ambas manos y eran suaves como globos llenos de algo que no era agua. Me regodeé un par de minutos antes que ella se separara y rodeara el sofá sin que al menos uno de sus dedos soltara mi hombro.

Yo consideraba el cuerpo de Raquel como el de una diosa, pero ver esas curvas frente a mí era entrar en una categoría completamente diferente, un panteón distinto, una diosa madre. El cabello le llegaba apenas por debajo de los hombros y se ondulaba de manera más pronunciada que el de su hija menor, la luz del patio se colaba por las puertas de vidrio y tenían de oro ese color castaño que nunca dejó ver una cana. Su piel era un poco más aceitunada que la de mis hermanas, pero debajo de las marcas de bronceado se le veía un tono más parecido. Sus pezones eran grandes, de un café oscuro y se paraban en mi dirección, no desafiaban la gravedad como los de mi hermana. Poco o nada nuevo de lo que me tocó ver sin mucha atención la vez del bikini, pero verla así, de pie y posando frente a mí con las manos a la cadera, era algo de otro mundo.

Su pubis estaba totalmente depilado, distinto a cómo lo recordaba al darle masaje y en cuanto ella notó que miraba esa zona, giró una pierna para darme una mejor vista del interior de su muslo y, por supuesto, de su boca inferior.

—¿Y bien? —preguntó ansiosa—. Di algo, me estoy muriendo de la vergüenza.

—¡Guau! Digo… ¡guau!

—Veo que Raqui no se depila por completo, pero Tere me insistió en que me quitara todo.

—Es cuestión de gustos.

—¿Tú qué opinas?

—Me gusta cómo la tiene Raquel, pero te digo lo mismo que a ella: rasúrate si quieres.

—¡Ay, por Dios! —exclamó, agitando su mano— No puedo creer que estemos… hablando de esto.

—No tienes que hacer nada si no quieres —comenté, extendiendo mi mano para tomar la suya.

Tardó en responder, tuvo un reflejo de cubrirse el pecho cruzando los brazos pero de inmediato volvió a descubrirse al mismo tiempo que agachó la cabeza, como si estuviera castigada.

—El problema es que quiero —confesó en un tono que me pareció tierno viniendo de ella—. Pero tengo miedo...

Le di unas palmadas al espacio del sofá a mi lado y ella se sentó, nos abrazamos. Era la primera vez que nuestra piel desnuda entraba en contacto de esa manera. El calor de ambos era algo totalmente diferente a lo que hubiéramos sentido antes juntos, al menos que yo pudiera recordar, seguramente de bebé habíamos compartido abrazos similares. No quería recurrir a la hipnosis otra vez, después de todo, habían estado ocurriendo muchas cosas sin necesidad de emplearla. Esperaba no tener que hacerlo, pero al sentir el ligero temblor en sus manos y piernas, le pedí que respirara profundo mientras sobaba su espalda. Después, le pedí que comenzara a inhalar y exhalar con calma. Estaba relajada, pero aún consciente.

—No tienes que hacer nada de que no quieras, mamá —susurré con suavidad—. Puedes ver solamente.

En sus ojos se veía la duda todavía, pese a que lo deseara, aún no se decidía. Continuamos haciendo sus ejercicios de respiración. Yo me preguntaba si debía ir más allá, pero algo me decía que aquello era demasiado, quizás, innecesario.

Volví a agarrar uno de esos globos y ella respingó, había roto su concentración pero a la vez, no volvió a intentar cubrirse ni alejarse. Fui dibujando círculos en aquellas areolas, más oscuras que las de su hija menor y mucho más anchas, hasta que nuevamente su pezón se puso duro. Todo el tiempo, sentí la tensión en sus hombros y suavemente, fui aplicando presión para que continuara relajándose poco a poco. Comenzó a resoplar y su mano fue reptando con timidez por mi costado, se quedó un rato en el exterior de mi muslo y finalmente, se aventuró a agarrar mi verga como lo había hecho el otro día.

—¿Cómo es posible? —dijo, más para ella que para mí—. ¿Cómo llegamos a esto?

—A veces, es sólo cuestión de dejarse llevar.

—¿Tan urgida estoy? —volvió a preguntarse en voz alta— Como para andar haciendo esto con mi hijo… mi niño…

—Cualquiera querría hacerlo contigo—le solté sin pensar—, mamá.

Tan pronto dije esa última palabra, su mano se aferró con fuerza a mi palanca, le estaba prendiendo el que le estuviera recordando que éramos familia… al igual que a mí. La manera en cómo me agarraba la tranca me recordaba a las primeras veces en que lo hacía Raquel, era torpe y a veces me molestaba el roce con mi glande sin lubricar, pero aquello en ningún momento dejaba de ser excitante. Estaba a punto de comerme su teta erecta cuando la puerta se abrió y mi hermanita se acercó corriendo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Así que empezaron sin mí —rio—. ¡Van a ver!

Ahí mismo comenzó a deshacerse de su ropa y sin vacilar, se abalanzó sobre mamá y la llenó de besos en la frente y mejillas, como hacía cuando era niña y descubría que le habían regalado lo que le había pedido. Mamá rio de alegría y empezó a hacerle cosquillas a la menor de su hija menor, quien contraatacó.

—Con que sí, ¿eh? —dijo mamá, muy entrada en el juego— ¡Oye!

Mi hermana me ganó la jugada y se llevó a la boca la teta que le quedaba más cerca, con eso, las cosquillas se detuvieron. Mi verga ya estaba toda dura y aquello fue demasiado para sólo verlas de lejos. Como Raquel estaba inclinada en el regazo de nuestra madre, su culo había quedado a la vista, así que me arrodillé entre aquellos pares de piernas y me dirigí a comerle el asterisco. Su respuesta fue inmediata y con una mano, me bajó la boca hacia su rajita, que estaba esperándome ya mojada.

Mis ojos estaban cerrados, a mi nariz llegó un aroma distinto al que estaba acostumbrado al comerle la almeja a mi hermanita, era más dulce y potente. Cuando separé mi cara, vi que ambas me observaban entretenidas.

—No pares, hermanito —sonrió pícaramente mientras amasaba el pecho de mamá.

—Se ve que estás disfrutándolo —comentó, bastante divertida al ver mi dedicación.

—Deberías probar, mami. O mejor dicho, que te prueben.

—¡Ay, no! ¿Cómo crees? Yo creo que mejor sólo voy a ve… ¡Oh!

Me tomé la libertad de adelantarme y fui a aquella otra fruta que yacía disponible a escasos centímetros de la que estaba comiendo. La piel de su pubis era más clara que la de sus muslos y brazos, acorde a las marcas de bronceado de su piel. Completamente rasurada, era una vista nueva para mí y los labios que se asomaban eran un poco más gruesos que los de Raquel, pero no estaban igual de carnosos. Al tacto de mis labios y mi lengua, eran más firmes, supongo que el ejercicio estaba dando sus frutos, había poca amortiguación entre su piel y su hueso. Y por supuesto, el sabor era distinto, más dulce y concentrado.

—¡Ay por Dios, Luís! —gritó, sorprendida—. ¿Qué estás… ¡Uf! ¡Ay, no!

—¡Tú dale! —me instigaba Raquel— ¡Bien que se moría de ganas de que le comieras toda la raja!

—¡Ay, no! ¡UY! —respondió ella— ¡No digas eso! ¡Luís, ya!

Oí cómo su voz se apagaba, cada orden sonaba más a un ruego, por eso, continué. Sabía perfectamente cuando ella hablaba en serio y sabía aún más cuando ese “no” significaba totalmente lo contrario. De repente, sentí que Raquel se movía por encima de mí y pude ver cómo se sentaba a lado de mamá, a quien le estaba tapando la boca. De nuevo, ambas me estaban viendo, una con una sonrisa morbosa y otra, con una mirada que pedía clemencia, cosa que no le di.

De un lado a otro, mi lengua se repasaba esa nueva cueva. Era más amplia que la de Raquel o Tere, pero en su interior, estaba apretando con fuerzas cuando intentaba meter la lengua, apenas y podía. Castigaba su clítoris de vez en cuando y al final, en cuanto pude saborear las mieles que brotaban, me dejé llevar para abrir esa cavidad y que saliera en mayor volumen. La otra mano de mi hermanita pasaba de sus tetas a las de mamá y luego, a rozar ese botoncito que descuidaba por seguir degustando aquel néctar. Sentí al fin otra mano que se aferraba a mi oreja y la acariciaba con ternura, aquellas piernas iban separándose cada vez más y la pelvis se acomodaba para recibirme con más comodidad.

—¿Qué se siente? —dijo mi hermana—. ¿A qué sabe la panochita de donde salimos, hermanito?

Yo me ahorré la respuesta y sólo seguí comiendo.

—Se antoja, la verdad —ronroneó.

—¡Ay, no… hija! —dijo entre resoplidos—. ¡Tú no eres lesbiana!

—¿Quién sabe? —contestó— ¿A ti no te llama la atención mi cuquita cada que te la quedas viendo?

Ella se había recostado al borde del sillón y desde mi posición sólo vi cómo tenía ambas manos en su entrepierna mientras miraba, desafiante, a mi madre y seguramente le mostraba su boca inferior en todo su esplendor.

—¿Vas a decirme que no te da curiosidad, mami?

Ella ya había descubierto el fetiche de nuestra madre y cada que le decía a ella así o a mí me decía “hermano”, lo recalcaba con intensidad y sensualidad. De no ser porque mi boca pudo apreciar cuánto se estaban dilatando sus adentros, jamás me hubiera percatado de la reacción de mi madre cada que Raquel la llamaba de esa manera y con esa intención. Además, podría jurar, sin ser capaz de verlo en aquella posición, que no podía apartar la mirada de los labios rosaditos de su hija y lo que fuera que sus dedos hubieran comenzado a hacer ahí, ya fuera por fuera y por dentro.

—A Luís le gusta comérmela —dijo mientras oía el inconfundible ruido de sus manos palmeando su conchita—. Y lo hace con ganas.

—P-puedo notarlo —dijo, luchando por no perder su aliento.

—Debe estar muy rica, ¿no, hermanito?

Ahora podía ver un poco más del rostro de mamá, estaba mordiéndose el labio inferior mientras no dejaba de pellizcar su pezón, estaba a nada de sucumbir. Creí que era hora de cambiar un poco los roles.

—Púes ven y pruébala tú —dije, levantándome y señalándole a Raquel el lugar que le cedía.

Ambas se quedaron como de piedra, la actitud dominante de mi hermanita se desdibujó de su cara en un instante.

—¡Vamos! —insistí con voz de mando— No tenemos todo el día.

Ella me miró, suplicante. Entendí que sólo había estado fanfarroneando, pero era hora de ponerla un poco en su lugar. Era mi turno de jugar. Me acerqué a ella e hice un gesto con mis cejas, indicándole a dónde debía dirigirse.

—Luís, hijo —titubeó nuestra madre, apenas con un hilo de voz—. No creo que…

—Ven —le ordené a Raquel, haciendo caso omiso.

La tomé de la muñeca e hice que se hincara. Estaba rígida y no se agachó. Me hinqué tras ella, me le acerqué para besar su cuello, jadeando un poco directamente a su oreja mientras colaba mi verga entre sus nalgas.

—Está deliciosa —le susurré al oído mientras estrujaba su pecho—. Vamos, quiero metértela.

Su respiración se entrecortaba. De nuevo estoy dispuesto a apostarlo, ella debió empezar a recitar mentalmente las frases de autoayuda para darse ánimos. Hice presión en la entrada de sus labios con la punta de mi rifle y me retiré un poco. De inmediato, se acachó y tomó posición para que la penetrara. Mis dos manos se posaron en ese culito redondo, sólo encajándose un poco en su piel pero sin empujarla en ningún momento. Mamá se llevó las manos a la boca y nos miró a ambos con los ojos abiertos como platos.

Ahogó un grito al sentir la boca de Raquel y en ese momento, intenté meter mi chile hasta el fondo y entonces fue ella la que soltó un gemido, el cual fue ahogado gracias la entrepierna de nuestra madre. Mi hermanita estaba muy apretada y me tomó un rato poder entrar y salir con soltura, Un par de nalgadas la hacían chillar, pero no separó la cara de la cueva de mamá y ella, al poco rato, ya estaba castigándose las tetas con total desinhibición. Fue cuestión de minutos cuando ella se sacudió y se dejó caer rendida. Mi hermana siguió comiéndola un rato más hasta terminar de limpiar, separó la cara y me detuvo para acomodarnos en el otro sillón.

Se sentó de piernas abiertas y con la punta de sus dedos separó los labios rosados entre ellas. Su mirada decía “tómame” y sus dientes asomándose eran repasados lentamente por esa lengua que también me incitaba. Nos besamos y repasamos nuestros cuerpos con las manos, revisando de vez en de reojo que mamá estuviera atenta. Le sostuve la mirada mientras volvía a introducirme en Raquel y al ver cómo mi verga desaparecía dentro de mi hermanita, volvió a morderse el labio mientras sacudía sus caderas como si algo le picara.

Volví a mirar al frente, mi hermana también estaba mirándola con atención, le sonreía y empezó a gemir para ella, era la primera vez que tendríamos público.

—¡Ay, sí! ¡Luís! —gemía como una actriz porno— ¡Métemela así! ¡Más duro, hermanito! ¡Quiero que mami vea cómo me rellenas toda, todita!

Yo no podía aguantarme más, todo aquello era demasiado morboso para andar conteniéndome, así que acaté las órdenes. Sostuve sus piernas detrás de las rodillas en mis codos y me dejé llevar por todas esas ganas de venirme que había tenido desde que vi el video que me había enviado Tere a mediodía. Pensé en ese video y tuve una nueva idea.

—Pásame el celular —dije extendiendo la mano hacia mamá sin voltear a ver atrás—. Mamá, pásame el teléfono, por favor.

Escuché que había movimientos a mi espalda y en pocos segundos, mi mano tenía lo que había pedido. Activé la cámara y tomé un par de fotos (salieron borrosas, pero de eso me daría cuenta más tarde), abrí la última conversación de chat y las envié. Volví a la app y comencé a grabar. Raquel gemía despreocupadamente y sonrió al lente, miró detrás de mí, a donde estaba mamá y gimió con más intensidad, como las actrices en el porno.

—¡Oh, sí! ¡Hermanito, lléname de lechita! ¡Córrete en la cuquita de tu hermanita! ¡Muéstrale a mami cómo me lo haces a diario!

Giré el teléfono hacia donde creía que estaba mamá, pero Raquel me pidió sostenerlo y se encargó de encuadrarnos bien a los tres (mamá, yo y su pubis en primer plano). Yo sonreí mientras seguía en mi faena.

—¡Ay, no! ¡Dios! ¡Raqui! No me grabes a mí —la oí decir a escasos centímetros de mi nuca.

—Es para Tere, —dijo ella antes de morderse pícaramente la lengua— por lo que sabemos, ya se han visto desnudas ustedes dos también.

Solté las piernas de Raquel y busqué a tientas tras de mí, abría y cerraba mis palmas para que nuestra madre se acercara. No quería voltear a verla, así que sostuve esa posición un rato. En cuanto mi cadera se detuvo, fue que la sentí. Sus pezones duros eran presionados contra mi espalda por aquellas tetas enormes y finalmente, sentí su nuca en mi hombro y sus manos en mi pecho.

—¡Estarás contenta —le hablaba a la cámara con alegría—, pervertida del demonio!

Sus caderas me impulsaron hacia delante y con ello, reanudé mi tarea. En el video se apreciaría cómo ella sonreía a su amiga que la vería detrás de su pantalla y sin dudas se metería mano un sinfín de veces reviviendo ese momento. Sus manos me recorrían el pecho y su aliento me erizaba la piel cuando exhalaba cerca de mi oreja.

Era suficiente, ya no podía aguantar. Mi experimentada hermanita nos intentó rodear a ambos con sus piernas y mamá me empujó para estar lo más pegados posible. En el video se veía cómo se le iluminó el rostro al ver la entrepierna de su hijita devorándose mi verga, me besó la mejilla mientras una mano oculta a la vista se dirigía a su entrepierna.

Raquel soltó el teléfono y se dejó caer sobre el sillón. Yo seguía aprisionado entre ambas mujeres y mantuve mi posición mientras volvía a escuchar el inconfundible sonido de mi mamá metiéndose los dedos descontroladamente, con el añadido de seguir sintiendo su aliento en mi nuca. Aquello me hizo soltar un par de chorros más dentro de Raquel y sus adentros me estrujaron una última vez, como si fuera una boca hambrienta que me quería chupar todo lo que pudiera. Ella se estaba cubriendo el rostro con el antebrazo, sus labios entreabiertos sólo me dejaban ver que estaba concentrada en volver a respirar normalmente.

Mamá seguía en lo suyo y mi erección no se calmaba, al contrario, mi riata continuaba palpitando dentro de las paredes de mi hermana.

—Se está haciendo más grande… —dijo ella entre jadeos— ¿O es mi imaginación?

Sólo atiné a sonreírle y encogerme de hombros, se había descubierto la cara y entonces vio lo que mamá estaba haciendo.

Mami… —dijo, fingiendo una voz de niña— estás haciendo que la verga de Luís se ponga más grande adentro de mí. Me está asustando.

Pero ella no nos respondió, si a lo mucho, aumentó la intensidad de los ruidos que hacían sus dedos y de sus jadeos. Al no poder hacer nada, le pedí el teléfono de vuelta. Busqué el video y estaba por enviarlo de nuevo a la conversación más reciente… pero mi corazón se detuvo.

En lugar de tener a Tere hasta arriba en la lista de chats, aparecía el nombre de Julia. Las fotos se las había enviado por error. Ella había enviado antes un mensaje preguntándonos si queríamos que ella llevara algo de cenar y ahora, por error, mi respuesta a eso habían sido las fotos borrosas que le había tomado a Raquel. De inmediato, las borré de la conversación y me fui a la de Tere, mandé el video y volví a la de Julia para decirle que llevara lo que se le antojara. Tras meditarlo un par de milisegundos, añadí:

Al rato que llegue mamá, le pregunto si se le antoja algo en especial

Oki

Estaba en línea. En ese momento mis huevos los sentía en la garganta y se me erizó la piel.

—¿Pasa algo, hijo? —dijo mamá, apenas con aliento — ¡Ay! ¡P-perdón!

Se alejó de mí y al fin pude sacar la verga de dentro de Raquel. El hilo blanco empezaba a asomarse entre sus pliegues y me arrebató el teléfono. Se apuntó con la cámara a la entrepierna y de inmediato mandó el mensaje. Entonces, vi aquella cara perder todo atisbo de color en un santiamén, me miró con ojos incrédulos lo que acababa de hacer y se apresuró a teclear y hacer gestos con el teléfono.

—Julia dice que va a traer de cenar —dijo con voz apagada—. Que llega como a las 7.

—O-OK —Oí que le respondió mamá a mis espaldas. Apenas le puso atención mientras el chateo continuó oyéndose.

Mi hermana y yo nos vimos en silencio, ella hizo un par de movimientos más con mi celular y me lo devolvió. Me hizo ademanes con la mirada de que revisara la conversación. Había borrado la foto que envió por error, pero Julia había estado enviando mensajes.

Ya no me envíes esto nunca más, por favor.
Mamá puede llegar en cualquier momento y se va a volver loca si los ve en la sala. Háganlo en su cuarto, por Dios!!!!
Llego a las 7 masomenos.
Bye.

Miré de nuevo a Raquel, estábamos pasmados. Dentro de nuestro shock en silencio, comprendimos que, al parecer, la habíamos librado sin que ardiera Troya y, aún más importantes, sin que hubiera siquiera una pista de que mamá había estado participando en todo aquello. Llegó una nueva notificación, Tere había empezado a mandar mensajes.

—Es Tere —dije, con voz queda—. Está loca por ver más.

Sin decir nada, Raquel se levantó y de nuevo me arrebató el celular. Abrió la cámara de la app de mensajes y comenzó a grabar a mamá directamente desde ahí, en total silencio. El clip logró captar los últimos minutos de la masturbación de Sandra, la querida amiga de Tere, desnuda en la sala de su casa, tras haberlos visto coger a sus dos hijos y haber posado para el lente apenas minutos atrás. Su cuerpo se dejó tumbar sobre el sillón principal de la sala y apenas pudo dedicar una última sonrisa a la cámara antes de que dejara de grabar. Mi hermanita se quedó con el aparato y esperó pacientemente para responder los mensajes que llegaban.

Yo fui a la cocina por un vaso de agua, vi mi ropa y la empecé a recoger. Mamá se acercó a mí dando brinquitos, con los cuales sus pechos no pararon de moverse. Lucía una sonrisa radiante y hasta parecía rejuvenecida. Me abrazó con fuerza y me besó varias veces en la mejilla.

—Gracias, hijo. ¡Gracias, gracias, gracias!

El silencio fue de nuevo mi mejor aliado. Seguimos abrazados un rato más hasta que me llevó de vuelta a la sala y me sentó junto a Raquel. Ella estaba enajenada, mandando mensajes a toda velocidad, las notificaciones no paraban de sonar. Mientras tanto, mamá esperó hasta que su hija reparara en su presencia, posando como la Mujer Maravilla con ambas manos en su cadera. Para cuando alzó la vista, ambas se sonrieron.

—Raquel, Luís, no sé qué más decir en este momento, más que “Gracias” —hizo una pausa mientras elevaba la vista para evitar llorar—. Gracias, porque sí… es verdad… llevaba mucho tiempo con estos pensamientos revoloteándome en la cabeza y al fin me hicieron dar el paso que necesitaba.

«Tenía miedo de ser una mala madre —dijo con la voz quebrándosele—, de ser una hipócrita que se tocaba escuchando a sus propios hijos teniendo sexo y tener que salir y decirles que es incorrecto, que no lo deberían de hacer y que está mal… Me daba miedo que se enteraran y se molestaran aún más conmigo… que se alejaran de mí… de que me rechazaran…

Ambos nos levantamos y corrimos a abrazarla y entonces, terminó de quebrarse. Raquel también rompió en llanto mientras le repetía hasta el cansancio que la amábamos y le pedía perdón por las veces en que la hizo sentir mal. Las lágrimas me llegaron también, era inaudito todo lo que estaba pasando. Habíamos tenido sexo en frente de mamá, ambos le habíamos comido la entrepierna y ella había estado teniendo un orgasmo tras otro; y ahora, estábamos abrazándonos y llorando. La sensación de que mi vida… que nuestras vidas estaban patas arriba se estaba volviendo una constante. Sentía que todo había dado vuelta 180 grados ¡como unas cien veces!

Pensar que todo esto había iniciado con Raquel al hipnotizarla, pero ahora ella no estaba bajo ninguna orden que no fuera hacer lo que ella quisiera… y seguíamos juntos; a Tere no la conocía de antes y ahora era una confidente y como si fuera una amiga de toda la vida; y esto de mamá… Quiero decir, sí la había hipnotizado pero para que no se enfadara con lo que hacíamos, no para que se excitara con todo esto… ¿Acaso eso significaba que todo esto hubiera pasado sin la hipnosis en primer lugar? Fue la primera vez que me lo preguntaba conscientemente, aunque ya desde antes prefería evitar usar aquél recurso tanto con Raquel como con mamá… y ni hablar de siquiera intentarlo con Julia. Estaba en lo cierto, quizás no era necesaria siquiera.

 

Cuando me separé de ellas, mi riata estaba dura de nuevo, todavía tenía que acostumbrarme a tener contacto con la piel desnuda de aquella manera. Limpiándome los ojos y les acerqué pañuelos también. Había sido otro de esos momentos emotivos que prefería no interrumpir con mi verga al aire, pero no fui el único que lo notó.

—Todavía falta para que llegue Julia —canturreó Raquel.

Ella la tenía en su mano y me miraba con esa mirada que me incitaba a mares. Volteé a ver a mamá y ella sólo nos sonrió mientras seguía secándose las lágrimas, se encogió de hombros y se acercó para besarnos en la mejilla.

—Mejor váyanse al cuarto, yo ya tuve suficiente por ahora. Dejen limpio aquí para ver la tele a gusto.

Y eso fue todo. Nos dio una nalgada juguetona y fui jalado (esta vez de la muñeca) por mi hermanita hacia su cuarto. Me acercó a ella y nos besamos como hacía mucho no lo hacíamos. Ella destilaba deseo pero había algo de cariño y dulzura en la forma en que sus labios se presionaban con los míos y su lengua apenas se asomaba. Nos tumbamos sobre el colchón, sus peluches fueron cayendo uno a uno con nuestra danza y una vez pude separarme, la miré. En efecto, estaba rebosante de dicha, sus ojos le brillaban en sintonía con su sonrisa, radiante y plena.

—¿Esto era lo que hacía falta para verte así? —le pregunté.

—¿”Así”? ¿Así, cómo? —preguntó, genuinamente sorprendida.

—Contenta.

—Yo siempre estoy contenta cuando lo hacemos —comentó, pretendiendo sonar desconcertada.

—Hazte la que no sabes —dije, pellizcando levemente su pezón y sacándole un chillido juguetón.

—Te dije que mamá se moría de ganas por unirse.

—Sí, sí… tenías razón.

—Perdón, ¿cómo? —dijo mientras hacía el ademan de parar oreja—. No te oí bien.

—Tenías razón, Raquel —dije, fingiendo fastidio y chupándole el pezón castigado.

—¡Uf! Eso sí me pone contenta... hermanito.

Volvió a usar esa voz sensual de actriz porno. No la que usó mientras mamá nos veía, sino aquella de la que se burló aquella vez que me encontró viendo ese video. Ya no teníamos de público a nadie más, así que la excusa de que era para prender a mamá quedó fuera de la mesa. Nunca más volvió a llamarme “amor”, ni “cariño” o cosas así (lo cual agradecí). A partir de entonces, siempre usaba mi nombre o “hermano”.

Lo hicimos en esa postura, para algunos anticuada, para otros, romántica, para nosotros, íntima, relajante. Ver su rostro y cómo su pecho rebotaba con cada embate, tener nuestras bocas al alcance y sentir sus piernas rodearme cuando vaciaba mis huevos en su interior… tiene su encanto.

Me recosté a su lado, dispuesto a contemplar su rostro un par de minutos, pero ella se levantó para recoger lo que quedara de leche en su golosina favorita. Lamía como si de verdad aquello supiera bien. Recordé el sabor de mi semen al comerles el culo a Tere y la almeja a ella misma el día anterior, nuevamente, les reconocí entrega y (a mis ojos) su sacrificio, no había manera de decir que disfruté ni el sabor ni la sensación al tragarlo.

Para cuando terminó, mi mástil estaba a medio camino de erguirse y había alguien viéndonos con una sonrisa cálida desde el umbral de la puerta.

—No quiero interrumpir, pero casi son las 7 —dijo mamá—. Su hermana va a llegar en cualquier momento.

—Que se una, si quiere —contestó Raquel con descaro.

—¡Ja, ja! —exclamó con sarcasmo—. Voy a meterme a bañar y…

—¿Es una invitación, mami?

Su rostro se puso como un tomate y en lugar de aclarar cualquier malentendido, sólo se fue rumbo a su cuarto. Raquel se acurrucó a mi lado y nos quedamos así hasta que escuchamos la puerta de abajo abrirse.

Bajamos sin ropa y Julia nos vio con una expresión de desaprobación. Después de eso, evitó hacer contacto visual con nosotros durante la cena. Mamá bajó poco después, usando sólo una bata y creyó que la incomodidad de su hija mayor era por nuestro flagrante nudismo. Aunque al principio todos comíamos en silencio, poco a poco se fue rompiendo el hielo entre los cuatro y repetimos la experiencia de la noche anterior. Al terminar de comer, me retiré, estaba fatigado con toda la montaña rusa de experiencias que hubo en el día y subí a acostarme temprano.

Vi la conversación que Raquel y Tere tuvieron, llevándose pesado, estaban haciendo planes para su próxima visita, al parecer, mi hermanita quería estar presente.

Ya andan acostaditos? 👀
Ahora que mami se unio a la fiesta me abren cancha? 😛😛

Le aclaré que estaba acostado solo y que Raquel y las demás estaban en la sala. Me mandó una foto de ella acostada, haciendo a un lado su camisón sedoso para dejarme ver esos pechitos morenos y añadiendo que, como todavía no era del todo bienvenida en nuestra cama, nos hacía la extensa invitación a la suya a Raquel y a mí. Le mostraría ese mensaje a Raquel al día siguiente y sólo se limitó a decir

—Te dije que es una zorra —fue su respuesta, como resaltando algo obvio.

Esas eran sus palabras, pero lo que yo nunca escuché de ella fue que se opusiera a aquella invitación. 

Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?