No voy a mentir, ese sábado me levanté sintiéndome muy bien,
como quien gana el premio mayor en una rifa. Obviamente, Raquel y yo cogimos
antes de dormirnos y despertar con ella a mi lado siempre se sentía como una
victoria. Tenía más dinero del que hubiera ganado en dos o tres muy buenas
semanas en mi trabajo anterior, había hecho una nueva amiga con quien no sólo
cogí y me iba a dar más dinero por repetirlo en un futuro no tan lejano; sino
que también sabía lo que pasaba entre Raquel y yo, me hizo saber los deseos que
nuestra madre intentó mantener ocultos y, gracias a ello, una nueva etapa en
nuestras vidas estaba por comenzar.
En sábados, tanto mamá como Raquel regresaban temprano a
casa. Eso y mi renovada confianza hicieron que tomara las riendas de lo que
pasaría esa tarde. Todos estábamos vestidos cuando nos despedimos esa mañana,
yo también tenía que salir a terminar de entregar la documentación para
concluir el proceso de inscripción, el cual daría inicio en un par de semanas.
Hice unas compras de víveres y al regresar a la casa, me
saludó la vecina, doña Eduviges, una señora robusta y algo metiche que rara vez
nos dirigía la palabra.
—Ya estás bien grandote, mijo. Todavía me acuerdo cuando
eras así de chiquito —dijo señalando con su dedo apuntando arriba de su
cintura, yo sólo sonreí y le di el avión—. Oye, esa muchacha que vino ayer… ¿es
tu novia?
—¡No, no! ¿Cómo cree? Es… —me detuve a pensar si llamarla
“clienta” y abrir una tangente que prolongaría esa conversación, mejor no—. Una
amiga.
—Ajá, sí… la trajiste cuando no hay nadie en casa, bien que
me di cuenta. Pero mira, no le voy a decir nada a tu mamá —dijo mientras me
guiñaba el ojo, lo cual me generó aún más desconfianza.
Me despedí, dándole las gracias por su “amable” gesto de
encubrirme y cerré la llave con candado, por si las dudas. Estaba en la alacena
acomodando las compras y mi celular sonó, era Tere.
—¿Cómo estás, papi? Ya
hablé con mami y parece que todo marcha viento en popa, ¿eh?
—Eso parece —dije con una sonrisa amplia.
—¿Y mi fotico de hoy?
—dijo en voz baja, haciendo puchero.
—Acabo de regresar de la calle, mi vecina metiche ya me
preguntó por ti.
—¡Ay, qué mono! Ya voy
a ser popular allá, créeme. ¿Y está buena, la vecinita?
—Si te gustan viejas, gordas y feas…
—¡Qué grosero, nene!
Parece que me hablas de un sapo o algo así.
—Date una idea…
Seguimos conversando de tonterías un rato, le hablé del
curso y ella se ofreció como voluntaria para paciente. Yo no creí que aquello que
fuera posible, pero ella afirmó que se las ingeniaría para colarse y aunque sé
que lo decía sólo para provocarme, en el fondo la creí capaz de lograrlo. El
sólo hablar con ella era ya erótico sólo por su forma de hablar, sin mencionar
sus comentarios picantes por aquí y por allá. Consiguió involucrarme y le
confesé lo dura que me la estaba poniendo.
—Pues más vale que me
mandes foto de esa verga deliciosa antes de las 12 o nunca más sabrás de mí. Tienes…
¡uy! Dos minutos. Chau.
Vi el reloj y, en efecto, debía apurarme. Estaba siendo
manipulado por esa loba… y sonreí siendo consciente de ello. Tomé la foto,
asegurándome de captar bien mi erección y la ropa amontonada bajo mis pies y me
apresuré a enviársela. Se mostró complacida y al cabo de unos minutos sin saber
de ella, recibí un video.
Era un close-up a su vagina, su “cuquita”. Apenas se veía
algo más que no fuera piel, estaba gimiendo en voz baja y por lo que se veía de
la pared con azulejos tras ella, estaba en un cubículo de lo que seguramente
eran los baños del gimnasio. La labor de sus dedos ya había empezado y el
chapoteo era capturado por el micrófono de su celular, aunque ella parecía
querer que no la oyera nadie más. El clip duró unos 4 o 5 minutos y yo lo
disfruté sentado en una silla del comedor. Llegando al final, la cámara tembló
y perdió encuadre, mostrándome una parte del suelo y su leggins arrugados sobre
sus tenis, un ruido de líquido cayendo en la taza del baño y para el final, una
toma de ella chupándose los dedos.
Aún no me corría, no estaba ni cerca, así que le hice saber
a Tere que iba a tener que esforzarse para tener una foto de mí viniéndome y eso
le sonaba a reto y que aceptaba. Aquello hizo que mi verga saltara y fue mi
señal para mantener mis manos alejadas. La noche anterior, con Raquel en mi
cama, fue la sexta vez que eyaculaba en menos de 24 horas y pude sentir que poco
o nada había ido a parar en el interior de mi hermanita. Por eso no iba a
desperdiciar nada ante la oportunidad que se nos presentaba ese mismo día.
Ya iban a dar las 3, mamá fue la primera en llegar. Fui a
recibirla tras el muro que separa el vestíbulo de la sala para evitar ser visto
por algún transeúnte en la calle, la abracé al cerrar la puerta y le di un beso
mientras le decía que ya estaba inscrito en el curso. Ella me abrazó con más
fuerzas y mis manos fueron a sus caderas, agarrando el resorte de sus pantis
por encima de la tela de su pantalón.
—¡Ay, ay! —dijo, captando mi indirecta—. Deja voy a
cambiarme al cuarto.
El mensaje era claro: no más ropa interior dentro de la casa
para ella. Estaba nerviosa, como era de esperarse, pero subió las escaleras con
prisa y vi cómo recorrió el pasillo de arriba dando brinquitos. Lo que antes me
causaba aversión ahora hacía que se me parara el chile, comerle la concha a
Tere pensando en ella el día anterior era una prueba clara de que yo también
estaba intentando ocultar que lo deseaba. Eso se había acabado.
La esperé sentado viendo la tele, ya había pasado un buen
rato cuando ojos fueron obstruidos por un par de manos, estaban heladas. La
tomé de las muñecas y alcé la vista y pude ver ese enorme par de tetas antes de
que cayeran sobre mi cara.
—No quería quitarme todo, pero luego dije: “¡Ay, ya! Al mal
paso, darle prisa”. Quién sabe lo que Raquel quiera que hagamos cuando llegue…
En esa misma posición, fui tentando esos melones que ya
había amasado antes y ahora reposaban sobre mi rostro. Eran enormes, no podría
contener uno solo con ambas manos y eran suaves como globos llenos de algo que
no era agua. Me regodeé un par de minutos antes que ella se separara y rodeara
el sofá sin que al menos uno de sus dedos soltara mi hombro.
Yo consideraba el cuerpo de Raquel como el de una diosa,
pero ver esas curvas frente a mí era entrar en una categoría completamente
diferente, un panteón distinto, una diosa madre. El cabello le llegaba apenas
por debajo de los hombros y se ondulaba de manera más pronunciada que el de su
hija menor, la luz del patio se colaba por las puertas de vidrio y tenían de
oro ese color castaño que nunca dejó ver una cana. Su piel era un poco más
aceitunada que la de mis hermanas, pero debajo de las marcas de bronceado se le
veía un tono más parecido. Sus pezones eran grandes, de un café oscuro y se
paraban en mi dirección, no desafiaban la gravedad como los de mi hermana. Poco
o nada nuevo de lo que me tocó ver sin mucha atención la vez del bikini, pero
verla así, de pie y posando frente a mí con las manos a la cadera, era algo de
otro mundo.
Su pubis estaba totalmente depilado, distinto a cómo lo recordaba
al darle masaje y en cuanto ella notó que miraba esa zona, giró una pierna para
darme una mejor vista del interior de su muslo y, por supuesto, de su boca
inferior.
—¿Y bien? —preguntó ansiosa—. Di algo, me estoy muriendo de la
vergüenza.
—¡Guau! Digo… ¡guau!
—Veo que Raqui no se depila por completo, pero Tere me
insistió en que me quitara todo.
—Es cuestión de gustos.
—¿Tú qué opinas?
—Me gusta cómo la tiene Raquel, pero te digo lo mismo que a
ella: rasúrate si quieres.
—¡Ay, por Dios! —exclamó, agitando su mano— No puedo creer
que estemos… hablando de esto.
—No tienes que hacer nada si no quieres —comenté,
extendiendo mi mano para tomar la suya.
Tardó en responder, tuvo un reflejo de cubrirse el pecho
cruzando los brazos pero de inmediato volvió a descubrirse al mismo tiempo que
agachó la cabeza, como si estuviera castigada.
—El problema es que quiero —confesó en un tono que me
pareció tierno viniendo de ella—. Pero tengo miedo...
Le di unas palmadas al espacio del sofá a mi lado y ella se
sentó, nos abrazamos. Era la primera vez que nuestra piel desnuda entraba en
contacto de esa manera. El calor de ambos era algo totalmente diferente a lo
que hubiéramos sentido antes juntos, al menos que yo pudiera recordar,
seguramente de bebé habíamos compartido abrazos similares. No quería recurrir a
la hipnosis otra vez, después de todo, habían estado ocurriendo muchas cosas
sin necesidad de emplearla. Esperaba no tener que hacerlo, pero al sentir el
ligero temblor en sus manos y piernas, le pedí que respirara profundo mientras
sobaba su espalda. Después, le pedí que comenzara a inhalar y exhalar con
calma. Estaba relajada, pero aún consciente.
—No tienes que hacer nada de que no quieras, mamá —susurré
con suavidad—. Puedes ver solamente.
En sus ojos se veía la duda todavía, pese a que lo deseara,
aún no se decidía. Continuamos haciendo sus ejercicios de respiración. Yo me
preguntaba si debía ir más allá, pero algo me decía que aquello era demasiado,
quizás, innecesario.
Volví a agarrar uno de esos globos y ella respingó, había
roto su concentración pero a la vez, no volvió a intentar cubrirse ni alejarse.
Fui dibujando círculos en aquellas areolas, más oscuras que las de su hija
menor y mucho más anchas, hasta que nuevamente su pezón se puso duro. Todo el
tiempo, sentí la tensión en sus hombros y suavemente, fui aplicando presión
para que continuara relajándose poco a poco. Comenzó a resoplar y su mano fue
reptando con timidez por mi costado, se quedó un rato en el exterior de mi
muslo y finalmente, se aventuró a agarrar mi verga como lo había hecho el otro
día.
—¿Cómo es posible? —dijo, más para ella que para mí—. ¿Cómo
llegamos a esto?
—A veces, es sólo cuestión de dejarse llevar.
—¿Tan urgida estoy? —volvió a preguntarse en voz alta— Como
para andar haciendo esto con mi hijo… mi niño…
—Cualquiera querría hacerlo contigo—le solté sin pensar—,
mamá.
Tan pronto dije esa última palabra, su mano se aferró con
fuerza a mi palanca, le estaba prendiendo el que le estuviera recordando que
éramos familia… al igual que a mí. La manera en cómo me agarraba la tranca me
recordaba a las primeras veces en que lo hacía Raquel, era torpe y a veces me
molestaba el roce con mi glande sin lubricar, pero aquello en ningún momento
dejaba de ser excitante. Estaba a punto de comerme su teta erecta cuando la
puerta se abrió y mi hermanita se acercó corriendo con una sonrisa de oreja a
oreja.
—Así que empezaron sin mí —rio—. ¡Van a ver!
Ahí mismo comenzó a deshacerse de su ropa y sin vacilar, se
abalanzó sobre mamá y la llenó de besos en la frente y mejillas, como hacía
cuando era niña y descubría que le habían regalado lo que le había pedido. Mamá
rio de alegría y empezó a hacerle cosquillas a la menor de su hija menor, quien
contraatacó.
—Con que sí, ¿eh? —dijo mamá, muy entrada en el juego— ¡Oye!
Mi hermana me ganó la jugada y se llevó a la boca la teta
que le quedaba más cerca, con eso, las cosquillas se detuvieron. Mi verga ya estaba
toda dura y aquello fue demasiado para sólo verlas de lejos. Como Raquel estaba
inclinada en el regazo de nuestra madre, su culo había quedado a la vista, así
que me arrodillé entre aquellos pares de piernas y me dirigí a comerle el
asterisco. Su respuesta fue inmediata y con una mano, me bajó la boca hacia su
rajita, que estaba esperándome ya mojada.
Mis ojos estaban cerrados, a mi nariz llegó un aroma
distinto al que estaba acostumbrado al comerle la almeja a mi hermanita, era
más dulce y potente. Cuando separé mi cara, vi que ambas me observaban
entretenidas.
—No pares, hermanito —sonrió pícaramente mientras amasaba el
pecho de mamá.
—Se ve que estás disfrutándolo —comentó, bastante divertida
al ver mi dedicación.
—Deberías probar, mami. O mejor dicho, que te prueben.
—¡Ay, no! ¿Cómo crees? Yo creo que mejor sólo voy a ve… ¡Oh!
Me tomé la libertad de adelantarme y fui a aquella otra
fruta que yacía disponible a escasos centímetros de la que estaba comiendo. La
piel de su pubis era más clara que la de sus muslos y brazos, acorde a las
marcas de bronceado de su piel. Completamente rasurada, era una vista nueva
para mí y los labios que se asomaban eran un poco más gruesos que los de Raquel,
pero no estaban igual de carnosos. Al tacto de mis labios y mi lengua, eran más
firmes, supongo que el ejercicio estaba dando sus frutos, había poca
amortiguación entre su piel y su hueso. Y por supuesto, el sabor era distinto, más
dulce y concentrado.
—¡Ay por Dios, Luís! —gritó, sorprendida—. ¿Qué estás… ¡Uf!
¡Ay, no!
—¡Tú dale! —me instigaba Raquel— ¡Bien que se moría de ganas
de que le comieras toda la raja!
—¡Ay, no! ¡UY! —respondió ella— ¡No digas eso! ¡Luís, ya!
Oí cómo su voz se apagaba, cada orden sonaba más a un ruego,
por eso, continué. Sabía perfectamente cuando ella hablaba en serio y sabía aún
más cuando ese “no” significaba totalmente lo contrario. De repente, sentí que
Raquel se movía por encima de mí y pude ver cómo se sentaba a lado de mamá, a
quien le estaba tapando la boca. De nuevo, ambas me estaban viendo, una con una
sonrisa morbosa y otra, con una mirada que pedía clemencia, cosa que no le di.
De un lado a otro, mi lengua se repasaba esa nueva cueva.
Era más amplia que la de Raquel o Tere, pero en su interior, estaba apretando
con fuerzas cuando intentaba meter la lengua, apenas y podía. Castigaba su
clítoris de vez en cuando y al final, en cuanto pude saborear las mieles que
brotaban, me dejé llevar para abrir esa cavidad y que saliera en mayor volumen.
La otra mano de mi hermanita pasaba de sus tetas a las de mamá y luego, a rozar
ese botoncito que descuidaba por seguir degustando aquel néctar. Sentí al fin
otra mano que se aferraba a mi oreja y la acariciaba con ternura, aquellas
piernas iban separándose cada vez más y la pelvis se acomodaba para recibirme
con más comodidad.
—¿Qué se siente? —dijo mi hermana—. ¿A qué sabe la panochita
de donde salimos, hermanito?
Yo me ahorré la respuesta y sólo seguí comiendo.
—Se antoja, la verdad —ronroneó.
—¡Ay, no… hija! —dijo entre resoplidos—. ¡Tú no eres
lesbiana!
—¿Quién sabe? —contestó— ¿A ti no te llama la atención mi
cuquita cada que te la quedas viendo?
Ella se había recostado al borde del sillón y desde mi
posición sólo vi cómo tenía ambas manos en su entrepierna mientras miraba,
desafiante, a mi madre y seguramente le mostraba su boca inferior en todo su
esplendor.
—¿Vas a decirme que no te da curiosidad, mami?
Ella ya había descubierto el fetiche de nuestra madre y cada
que le decía a ella así o a mí me decía “hermano”, lo recalcaba con intensidad
y sensualidad. De no ser porque mi boca pudo apreciar cuánto se estaban
dilatando sus adentros, jamás me hubiera percatado de la reacción de mi madre cada
que Raquel la llamaba de esa manera y con esa intención. Además, podría jurar,
sin ser capaz de verlo en aquella posición, que no podía apartar la mirada de
los labios rosaditos de su hija y lo que fuera que sus dedos hubieran comenzado
a hacer ahí, ya fuera por fuera y por dentro.
—A Luís le gusta comérmela —dijo mientras oía el
inconfundible ruido de sus manos palmeando su conchita—. Y lo hace con ganas.
—P-puedo notarlo —dijo, luchando por no perder su aliento.
—Debe estar muy rica, ¿no, hermanito?
Ahora podía ver un poco más del rostro de mamá, estaba
mordiéndose el labio inferior mientras no dejaba de pellizcar su pezón, estaba
a nada de sucumbir. Creí que era hora de cambiar un poco los roles.
—Púes ven y pruébala tú —dije, levantándome y señalándole a
Raquel el lugar que le cedía.
Ambas se quedaron como de piedra, la actitud dominante de mi
hermanita se desdibujó de su cara en un instante.
—¡Vamos! —insistí con voz de mando— No tenemos todo el día.
Ella me miró, suplicante. Entendí que sólo había estado fanfarroneando,
pero era hora de ponerla un poco en su lugar. Era mi turno de jugar. Me acerqué
a ella e hice un gesto con mis cejas, indicándole a dónde debía dirigirse.
—Luís, hijo —titubeó nuestra madre, apenas con un hilo de
voz—. No creo que…
—Ven —le ordené a Raquel, haciendo caso omiso.
La tomé de la muñeca e hice que se hincara. Estaba rígida y
no se agachó. Me hinqué tras ella, me le acerqué para besar su cuello, jadeando
un poco directamente a su oreja mientras colaba mi verga entre sus nalgas.
—Está deliciosa —le susurré al oído mientras estrujaba su
pecho—. Vamos, quiero metértela.
Su respiración se entrecortaba. De nuevo estoy dispuesto a apostarlo,
ella debió empezar a recitar mentalmente las frases de autoayuda para darse
ánimos. Hice presión en la entrada de sus labios con la punta de mi rifle y me
retiré un poco. De inmediato, se acachó y tomó posición para que la penetrara. Mis
dos manos se posaron en ese culito redondo, sólo encajándose un poco en su piel
pero sin empujarla en ningún momento. Mamá se llevó las manos a la boca y nos
miró a ambos con los ojos abiertos como platos.
Ahogó un grito al sentir la boca de Raquel y en ese momento,
intenté meter mi chile hasta el fondo y entonces fue ella la que soltó un
gemido, el cual fue ahogado gracias la entrepierna de nuestra madre. Mi
hermanita estaba muy apretada y me tomó un rato poder entrar y salir con
soltura, Un par de nalgadas la hacían chillar, pero no separó la cara de la
cueva de mamá y ella, al poco rato, ya estaba castigándose las tetas con total
desinhibición. Fue cuestión de minutos cuando ella se sacudió y se dejó caer
rendida. Mi hermana siguió comiéndola un rato más hasta terminar de limpiar,
separó la cara y me detuvo para acomodarnos en el otro sillón.
Se sentó de piernas abiertas y con la punta de sus dedos
separó los labios rosados entre ellas. Su mirada decía “tómame” y sus dientes
asomándose eran repasados lentamente por esa lengua que también me incitaba. Nos
besamos y repasamos nuestros cuerpos con las manos, revisando de vez en de
reojo que mamá estuviera atenta. Le sostuve la mirada mientras volvía a
introducirme en Raquel y al ver cómo mi verga desaparecía dentro de mi
hermanita, volvió a morderse el labio mientras sacudía sus caderas como si algo
le picara.
Volví a mirar al frente, mi hermana también estaba mirándola
con atención, le sonreía y empezó a gemir para ella, era la primera vez que
tendríamos público.
—¡Ay, sí! ¡Luís! —gemía como una actriz porno— ¡Métemela
así! ¡Más duro, hermanito! ¡Quiero
que mami vea cómo me rellenas toda,
todita!
Yo no podía aguantarme más, todo aquello era demasiado
morboso para andar conteniéndome, así que acaté las órdenes. Sostuve sus
piernas detrás de las rodillas en mis codos y me dejé llevar por todas esas
ganas de venirme que había tenido desde que vi el video que me había enviado
Tere a mediodía. Pensé en ese video y tuve una nueva idea.
—Pásame el celular —dije extendiendo la mano hacia mamá sin
voltear a ver atrás—. Mamá, pásame el teléfono, por favor.
Escuché que había movimientos a mi espalda y en pocos
segundos, mi mano tenía lo que había pedido. Activé la cámara y tomé un par de
fotos (salieron borrosas, pero de eso me daría cuenta más tarde), abrí la
última conversación de chat y las envié. Volví a la app y comencé a grabar. Raquel
gemía despreocupadamente y sonrió al lente, miró detrás de mí, a donde estaba
mamá y gimió con más intensidad, como las actrices en el porno.
—¡Oh, sí! ¡Hermanito,
lléname de lechita! ¡Córrete en la cuquita de tu hermanita! ¡Muéstrale a mami cómo me lo haces a diario!
Giré el teléfono hacia donde creía que estaba mamá, pero
Raquel me pidió sostenerlo y se encargó de encuadrarnos bien a los tres (mamá,
yo y su pubis en primer plano). Yo sonreí mientras seguía en mi faena.
—¡Ay, no! ¡Dios! ¡Raqui! No me grabes a mí —la oí decir a
escasos centímetros de mi nuca.
—Es para Tere, —dijo ella antes de morderse pícaramente la
lengua— por lo que sabemos, ya se han visto desnudas ustedes dos también.
Solté las piernas de Raquel y busqué a tientas tras de mí,
abría y cerraba mis palmas para que nuestra madre se acercara. No quería
voltear a verla, así que sostuve esa posición un rato. En cuanto mi cadera se
detuvo, fue que la sentí. Sus pezones duros eran presionados contra mi espalda
por aquellas tetas enormes y finalmente, sentí su nuca en mi hombro y sus manos
en mi pecho.
—¡Estarás contenta —le hablaba a la cámara con alegría—,
pervertida del demonio!
Sus caderas me impulsaron hacia delante y con ello, reanudé
mi tarea. En el video se apreciaría cómo ella sonreía a su amiga que la vería
detrás de su pantalla y sin dudas se metería mano un sinfín de veces reviviendo
ese momento. Sus manos me recorrían el pecho y su aliento me erizaba la piel
cuando exhalaba cerca de mi oreja.
Era suficiente, ya no podía aguantar. Mi experimentada
hermanita nos intentó rodear a ambos con sus piernas y mamá me empujó para
estar lo más pegados posible. En el video se veía cómo se le iluminó el rostro al
ver la entrepierna de su hijita devorándose mi verga, me besó la mejilla
mientras una mano oculta a la vista se dirigía a su entrepierna.
Raquel soltó el teléfono y se dejó caer sobre el sillón. Yo
seguía aprisionado entre ambas mujeres y mantuve mi posición mientras volvía a
escuchar el inconfundible sonido de mi mamá metiéndose los dedos
descontroladamente, con el añadido de seguir sintiendo su aliento en mi nuca. Aquello
me hizo soltar un par de chorros más dentro de Raquel y sus adentros me
estrujaron una última vez, como si fuera una boca hambrienta que me quería
chupar todo lo que pudiera. Ella se estaba cubriendo el rostro con el
antebrazo, sus labios entreabiertos sólo me dejaban ver que estaba concentrada
en volver a respirar normalmente.
Mamá seguía en lo suyo y mi erección no se calmaba, al
contrario, mi riata continuaba palpitando dentro de las paredes de mi hermana.
—Se está haciendo más grande… —dijo ella entre jadeos— ¿O es
mi imaginación?
Sólo atiné a sonreírle y encogerme de hombros, se había
descubierto la cara y entonces vio lo que mamá estaba haciendo.
—Mami… —dijo,
fingiendo una voz de niña— estás haciendo que la verga de Luís se ponga más
grande adentro de mí. Me está asustando.
Pero ella no nos respondió, si a lo mucho, aumentó la
intensidad de los ruidos que hacían sus dedos y de sus jadeos. Al no poder
hacer nada, le pedí el teléfono de vuelta. Busqué el video y estaba por
enviarlo de nuevo a la conversación más reciente… pero mi corazón se detuvo.
En lugar de tener a Tere hasta arriba en la lista de chats, aparecía
el nombre de Julia. Las fotos se las había enviado por error. Ella había
enviado antes un mensaje preguntándonos si queríamos que ella llevara algo de
cenar y ahora, por error, mi respuesta a eso habían sido las fotos borrosas que
le había tomado a Raquel. De inmediato, las borré de la conversación y me fui a
la de Tere, mandé el video y volví a la de Julia para decirle que llevara lo
que se le antojara. Tras meditarlo un par de milisegundos, añadí:
Al rato que llegue mamá, le pregunto si se le antoja algo en especial
Oki
Estaba en línea. En ese momento mis huevos los sentía en la
garganta y se me erizó la piel.
—¿Pasa algo, hijo? —dijo mamá, apenas con aliento — ¡Ay! ¡P-perdón!
Se alejó de mí y al fin pude sacar la verga de dentro de
Raquel. El hilo blanco empezaba a asomarse entre sus pliegues y me arrebató el
teléfono. Se apuntó con la cámara a la entrepierna y de inmediato mandó el
mensaje. Entonces, vi aquella cara perder todo atisbo de color en un santiamén,
me miró con ojos incrédulos lo que acababa de hacer y se apresuró a teclear y
hacer gestos con el teléfono.
—Julia dice que va a traer de
cenar —dijo con voz apagada—. Que llega como a las 7.
—O-OK —Oí que le respondió mamá a
mis espaldas. Apenas le puso atención mientras el chateo continuó oyéndose.
Mi hermana y yo nos vimos en
silencio, ella hizo un par de movimientos más con mi celular y me lo devolvió. Me
hizo ademanes con la mirada de que revisara la conversación. Había borrado la
foto que envió por error, pero Julia había estado enviando mensajes.
Miré de nuevo a Raquel, estábamos pasmados. Dentro de
nuestro shock en silencio, comprendimos que, al parecer, la habíamos librado
sin que ardiera Troya y, aún más importantes, sin que hubiera siquiera una
pista de que mamá había estado participando en todo aquello. Llegó una nueva
notificación, Tere había empezado a mandar mensajes.
—Es Tere —dije, con voz queda—. Está loca por ver más.
Sin decir nada, Raquel se levantó y de nuevo me arrebató el
celular. Abrió la cámara de la app de mensajes y comenzó a grabar a mamá
directamente desde ahí, en total silencio. El clip logró captar los últimos
minutos de la masturbación de Sandra, la querida amiga de Tere, desnuda en la
sala de su casa, tras haberlos visto coger a sus dos hijos y haber posado para
el lente apenas minutos atrás. Su cuerpo se dejó tumbar sobre el sillón
principal de la sala y apenas pudo dedicar una última sonrisa a la cámara antes
de que dejara de grabar. Mi hermanita se quedó con el aparato y esperó
pacientemente para responder los mensajes que llegaban.
Yo fui a la cocina por un vaso de agua, vi mi ropa y la
empecé a recoger. Mamá se acercó a mí dando brinquitos, con los cuales sus
pechos no pararon de moverse. Lucía una sonrisa radiante y hasta parecía
rejuvenecida. Me abrazó con fuerza y me besó varias veces en la mejilla.
—Gracias, hijo. ¡Gracias, gracias, gracias!
El silencio fue de nuevo mi mejor aliado. Seguimos abrazados
un rato más hasta que me llevó de vuelta a la sala y me sentó junto a Raquel. Ella
estaba enajenada, mandando mensajes a toda velocidad, las notificaciones no
paraban de sonar. Mientras tanto, mamá esperó hasta que su hija reparara en su
presencia, posando como la Mujer Maravilla con ambas manos en su cadera. Para
cuando alzó la vista, ambas se sonrieron.
—Raquel, Luís, no sé qué más decir en este momento, más que
“Gracias” —hizo una pausa mientras elevaba la vista para evitar llorar—. Gracias,
porque sí… es verdad… llevaba mucho tiempo con estos pensamientos
revoloteándome en la cabeza y al fin me hicieron dar el paso que necesitaba.
«Tenía miedo de ser una mala madre —dijo con la voz
quebrándosele—, de ser una hipócrita que se tocaba escuchando a sus propios
hijos teniendo sexo y tener que salir y decirles que es incorrecto, que no lo
deberían de hacer y que está mal… Me daba miedo que se enteraran y se
molestaran aún más conmigo… que se alejaran de mí… de que me rechazaran…
Ambos nos levantamos y corrimos a abrazarla y entonces, terminó
de quebrarse. Raquel también rompió en llanto mientras le repetía hasta el
cansancio que la amábamos y le pedía perdón por las veces en que la hizo sentir
mal. Las lágrimas me llegaron también, era inaudito todo lo que estaba pasando.
Habíamos tenido sexo en frente de mamá, ambos le habíamos comido la entrepierna
y ella había estado teniendo un orgasmo tras otro; y ahora, estábamos abrazándonos
y llorando. La sensación de que mi vida… que nuestras vidas estaban patas
arriba se estaba volviendo una constante. Sentía que todo había dado vuelta 180
grados ¡como unas cien veces!
Pensar que todo esto había iniciado con Raquel al
hipnotizarla, pero ahora ella no estaba bajo ninguna orden que no fuera hacer
lo que ella quisiera… y seguíamos juntos; a Tere no la conocía de antes y ahora
era una confidente y como si fuera una amiga de toda la vida; y esto de mamá…
Quiero decir, sí la había hipnotizado pero para que no se enfadara con lo que
hacíamos, no para que se excitara con todo esto… ¿Acaso eso significaba que
todo esto hubiera pasado sin la hipnosis en primer lugar? Fue la primera vez
que me lo preguntaba conscientemente, aunque ya desde antes prefería evitar
usar aquél recurso tanto con Raquel como con mamá… y ni hablar de siquiera
intentarlo con Julia. Estaba en lo cierto, quizás no era necesaria siquiera.
Cuando me separé de ellas, mi riata estaba dura de nuevo,
todavía tenía que acostumbrarme a tener contacto con la piel desnuda de aquella
manera. Limpiándome los ojos y les acerqué pañuelos también. Había sido otro de
esos momentos emotivos que prefería no interrumpir con mi verga al aire, pero no
fui el único que lo notó.
—Todavía falta para que llegue Julia —canturreó Raquel.
Ella la tenía en su mano y me miraba con esa mirada que me
incitaba a mares. Volteé a ver a mamá y ella sólo nos sonrió mientras seguía
secándose las lágrimas, se encogió de hombros y se acercó para besarnos en la
mejilla.
—Mejor váyanse al cuarto, yo ya tuve suficiente por ahora.
Dejen limpio aquí para ver la tele a gusto.
Y eso fue todo. Nos dio una nalgada juguetona y fui jalado
(esta vez de la muñeca) por mi hermanita hacia su cuarto. Me acercó a ella y
nos besamos como hacía mucho no lo hacíamos. Ella destilaba deseo pero había
algo de cariño y dulzura en la forma en que sus labios se presionaban con los
míos y su lengua apenas se asomaba. Nos tumbamos sobre el colchón, sus peluches
fueron cayendo uno a uno con nuestra danza y una vez pude separarme, la miré. En
efecto, estaba rebosante de dicha, sus ojos le brillaban en sintonía con su
sonrisa, radiante y plena.
—¿Esto era lo que hacía falta para verte así? —le pregunté.
—¿”Así”? ¿Así, cómo? —preguntó, genuinamente sorprendida.
—Contenta.
—Yo siempre estoy contenta cuando lo hacemos —comentó, pretendiendo
sonar desconcertada.
—Hazte la que no sabes —dije, pellizcando levemente su pezón
y sacándole un chillido juguetón.
—Te dije que mamá se moría de ganas por unirse.
—Sí, sí… tenías razón.
—Perdón, ¿cómo? —dijo mientras hacía el ademan de parar
oreja—. No te oí bien.
—Tenías razón, Raquel —dije, fingiendo fastidio y chupándole
el pezón castigado.
—¡Uf! Eso sí me pone contenta... hermanito.
Volvió a usar esa voz sensual de actriz porno. No la que usó
mientras mamá nos veía, sino aquella de la que se burló aquella vez que me
encontró viendo ese video. Ya no teníamos de público a nadie más, así que la
excusa de que era para prender a mamá quedó fuera de la mesa. Nunca más volvió
a llamarme “amor”, ni “cariño” o cosas así (lo cual agradecí). A partir de
entonces, siempre usaba mi nombre o “hermano”.
Lo hicimos en esa postura, para algunos anticuada, para
otros, romántica, para nosotros, íntima, relajante. Ver su rostro y cómo su
pecho rebotaba con cada embate, tener nuestras bocas al alcance y sentir sus
piernas rodearme cuando vaciaba mis huevos en su interior… tiene su encanto.
Me recosté a su lado, dispuesto a contemplar su rostro un
par de minutos, pero ella se levantó para recoger lo que quedara de leche en su
golosina favorita. Lamía como si de verdad aquello supiera bien. Recordé el
sabor de mi semen al comerles el culo a Tere y la almeja a ella misma el día
anterior, nuevamente, les reconocí entrega y (a mis ojos) su sacrificio, no
había manera de decir que disfruté ni el sabor ni la sensación al tragarlo.
Para cuando terminó, mi mástil estaba a medio camino de
erguirse y había alguien viéndonos con una sonrisa cálida desde el umbral de la
puerta.
—No quiero interrumpir, pero casi son las 7 —dijo mamá—. Su
hermana va a llegar en cualquier momento.
—Que se una, si quiere —contestó Raquel con descaro.
—¡Ja, ja! —exclamó con sarcasmo—. Voy a meterme a bañar y…
—¿Es una invitación, mami?
Su rostro se puso como un tomate y en lugar de aclarar
cualquier malentendido, sólo se fue rumbo a su cuarto. Raquel se acurrucó a mi
lado y nos quedamos así hasta que escuchamos la puerta de abajo abrirse.
Bajamos sin ropa y Julia nos vio con una expresión de desaprobación.
Después de eso, evitó hacer contacto visual con nosotros durante la cena. Mamá
bajó poco después, usando sólo una bata y creyó que la incomodidad de su hija
mayor era por nuestro flagrante nudismo. Aunque al principio todos comíamos en
silencio, poco a poco se fue rompiendo el hielo entre los cuatro y repetimos la
experiencia de la noche anterior. Al terminar de comer, me retiré, estaba fatigado
con toda la montaña rusa de experiencias que hubo en el día y subí a acostarme
temprano.
Vi la conversación que Raquel y Tere tuvieron, llevándose
pesado, estaban haciendo planes para su próxima visita, al parecer, mi
hermanita quería estar presente.
Le aclaré que estaba acostado solo y que Raquel y las demás
estaban en la sala. Me mandó una foto de ella acostada, haciendo a un lado
su camisón sedoso para dejarme ver esos pechitos morenos y añadiendo que, como todavía
no era del todo bienvenida en nuestra cama, nos hacía la extensa invitación a
la suya a Raquel y a mí. Le mostraría ese mensaje a Raquel al día siguiente y
sólo se limitó a decir
—Te dije que es una zorra —fue su respuesta, como resaltando
algo obvio.
Esas eran sus palabras, pero lo que yo nunca escuché de ella fue que se opusiera a aquella invitación.
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