Ese domingo, aunque anduvimos sin ropa y nos dimos el un beso de buenos días, fue el primer día en mucho tiempo que Raquel y yo no tuvimos sexo. No era algo que hubiéramos acordado, pero después de lo que había pasado el día anterior, mi chile no se mostró disponible esa mañana. Bajamos a desayunar sin más, pero eso sí, le envié a Teresa la evidencia fotográfica de que estaba cumpliendo mi parte del trato desde temprano. Sin embargo, aunque todo pareciera tranquilo, mi hermanita aprovechó la presencia de nuestra hermana mayor para probar los límites de su paciencia. Pisaba fuertemente para que sus mangos rebotaran cada que pasaba frente a ella, me besaba o agarraba las nalgas cada que sabía que estábamos en su rango de visión. Mamá vistió un vestido blanco (sin nada debajo, obviamente) y sólo vigilaba en silencio las reacciones de su hija mayor. Varias veces me miró con expresión de reproche, esperando que detuviera las provocaciones de su hija menor, mismas que le respondí con una sonrisa cínica, como diciéndole “¿Qué se le va a hacer?”. Si ella no iba a decir una palabra, menos yo.
Por su parte, Julia se ruborizaba, bufaba y dirigía su vista
lejos de Raquel y de mí, ya fuera distrayéndose con la tele, o bien, se ponía a
ver su celular. Y si bien yo no detenía a mi hermanita en su juego, tampoco
quise contribuir más allá de mi pecado de omisión. Era extraño, llegué a tener
erecciones durante el día, mismas que no pasaron desapercibidas por ninguna de
las tres, pero quise pretender que no pasaba nada y no tuve intenciones de
jalármela ni de decirle a Raquel que nos fuéramos al cuarto de alguno de los
dos.
Cocinar desnudo resultó ser muy excitante, más porque sentía
los ojos de mamá y Raquel clavados en mí aunque no las pudiera ver todo el
tiempo, sentía sus miradas a mis espaldas. Mi hermanita hizo el comentario de
que esperaba que su ensalada no tuviera algún aderezo secreto y las otras dos
tosieron, Julia bufó en gesto de desaprobación y mamá, sonrió de manera
nerviosa. Y sí, aquello hizo que mi riata se levantara como si alguien le
hablara, y sí, todas pudieron notarlo a través del vidrio de la mesa.
—Será mejor que uses un delantal o algo así en la cocina —se
adelantó a sugerir mamá en el preciso momento en que Julia mostró señales de
querer quejarse—. No sea que te brinque el aceite o te quemes con alguna olla.
—¡Uy! Yo también quiero ver cómo te ves usando sólo el
delantal, hermanito.
Julia carraspeó, Raquel usó de nuevo ese tono sugerente y poco
después, a la hora en que mamá recogió nuestros platos, sus pezones se le
notaban debajo del vestido. Con todo lo que había pasado los últimos días, se
me habían acumulado las tareas de la casa, así que me dispuse a lavar la ropa. Mamá
se ofreció a ayudarme y aproveché para tentarla con mi oportuna nueva erección
del día. Cada que se agachaba me colocaba frente a ella y estuvo casi a punto
de llevársela a la boca. Sólo me sonreía como si le estuviera jugando una broma
y aquello sólo añadió un poco de picante tensión entre los dos. Para cuando
inició el ciclo de lavado, me aventuré a pasar mi mano entre sus piernas, con
la tela del vestido apenas sirviendo de barrera para sentir lo húmeda que ya
estaba su zona íntima.
—V-voy al baño —dijo ella.
—¿Te acompaño?
—¡Luís! —me amonestó en voz baja— ¡Bájenle ya! Julia está en
la casa.
—Está en planta baja con Raquel, parece dispuesta a acaparar
su atención a toda costa.
—¡Esa niña! —renegó, aunque no en serio—. Le encanta meterse
en problemas.
Yo ya había comenzado a juguetear con sus pezones duros por
encima de la tela y ella sólo se quedó callada, con expresión nerviosa y el
oído atento a cualquier señal de peligro que viniera de fuera del cuarto. Traía
el chile a punto de explotar, ya babeando líquido preseminal, pero hoy era día
de poner a prueba los límites de Julia y de mamá. Mi miembro rozó un par de
veces su muslo y ella respingaba, pero no se animó a tomarlo en sus manos y
ante su indecisión, me retiré. Su rostro mostraba su desilusión y la
frustración de haber dejado pasar la oportunidad. Pero, quién sabe por qué, eso
de aguantarme las ganas me estaba prendiendo más, sobre todo porque sabía que
no era el único yo con ansias de ponerla, sólo le añadía un poco de leña al
fuego que quería desatar en ella.
La cena transcurrió como el día anterior, con la excepción
de que mi verga se puso maciza de nuevo casi todo el rato. Julia estaba con la
cara metida en su celular, pero mamá y Raquel estaban casi salivando viendo lo
rojo que estaba mi glande. Me levanté y le hice una seña a mi hermanita para
que me acompañara al cuarto y ella, con una sonrisa de oreja a oreja, me
siguió. Entramos a mi cuarto, cerré la puerta y en ese mismo lugar le dije que
me la mamara.
—No tienes idea las ganas que tengo de venirme desde hace
rato —le dije.
—Tú, porque quieres —contestó mientras me comía la pinga—. Yo
sí me metí dedo hace rato que mamá y tú andaban con lo de la ropa.
—¿Frente a Julia? —pregunté asombrado del valor de mi
hermanita, acariciando su melena castaña.
—Ella no se fue, pudo haberse ido a su cuarto —dijo con ese
cinismo suyo que ya me parecía carismático en lugar de demente—. Se la pasó
haciéndose mensa, disque no me veía ni me estaba haciendo caso. Pues yo dije:
“Si no me ves ni me escuchas…”.
Ya estaba con ganas de correrme desde que subíamos las
escaleras y oír eso sólo me hizo acabar más pronto que tarde. Ella la recibió
toda dentro de su boquita y tragó como si aquello fuera una golosina. Ya
habíamos cenado, pero aquél era su postre y ahora era mi turno, así que con mi
hermanita acostada al borde de mi cama, me puse a sus pies y me volví a
deleitar con su entrepierna. Después de haber probado la de mamá y la de Tere,
puedo decir que la de Raquel es mucho más… refrescante.
Ella siguió en su papel de alborotadora y sus gemidos
seguramente se escuchaban por toda la casa, pero a mí tampoco me importó. Gritaba
mi nombre una y otra vez, me sentía como si me corearan en un estadio. Se vino
en mi cara y me dediqué a lamer su clítoris sin piedad y tratar de volverla
loca antes de meter mi mástil que iba con ganas de dar guerra.
Cogimos un par de veces y los gemidos no pararon, aunque
tampoco se puso a gritar. Era obvio que estaba buscando llamar la atención de
Julia y no la de los vecinos. Gemía como si le pagaran por ello, tanto así que
me la imaginé haciendo porno. Al venirme dentro de ella, de nuevo se puso a
comérmela hasta dejarla limpia para así volver a la carga. Esa segunda vez
quise darlo todo y caer rendido, ella estaba en cuatro e inclinada para que
pudiera entrar hasta el fondo mientras, esta vez, ahogaba sus berridos con la
almohada.
Estaba a punto de venirme otra vez cuando ella se zafó de mí
y me puso boca arriba, su culo me tapó la cara y se llevó mi rabo a la boca. Le
devolví una vez más el favor, aprovechando lo cachonda que estaba para meter
brevemente un dedo a explorar su puerta trasera. Ella apretó lo poco que de mi
falange que había logrado ingresar, pero la labor de su boca no se detuvo y
sabía que no iba a durar mucho más. No logré aguantar hasta hacerla venir con
mi lengua, pero ambos conseguimos nuestra respectiva recompensa.
—¿Tanto quieres metérmela por atrás? —dijo una vez nos
acurrucamos bajo las sábanas.
—Si pudieras vértelo tu misma, me entenderías.
—Esa zorra de Tere ya te dio la cola y ya te conozco. Vas a
insistir hasta que te diga que sí.
—Soy paciente.
—Sí, ajá. Vamos a ver qué tanto.
Me besó la mejilla y nos abrazamos, amanecimos en la misma
posición. Mi erección matutina se sentía un poco incómoda, tenía el pito
sensible y como era lunes, mi rutina de amo de casa debía comenzar,
Desperté a Raquel para que se preparara en lo que preparaba
el desayuno para todos. Julia estaba ya lista para irse y en cuanto me vio, se
apresuró a terminarse su pan tostado con aguacate e irse. Era muy temprano para
que se fuera, pero entendí que todo lo que había vivido el fin de semana en
casa la hiciera querer guardar distancia de mí. Pero lejos de evitarme, se
acercó a mí, me abrazó aunque estuviera desnudo y hasta me besó en la frente.
—Hoy tengo que llegar temprano al trabajo —dijo de prisa—,
me tengo que ir ya. ¡Chau! ¡Me despides de mamá y de Raquel!
Aquello se sintió raro. Bien, pero raro. Al bajar a
desayunar y contarle lo sucedido, mamá se mostró aliviada de que su hija mayor
no estuviera molesta con nosotros (principalmente con ella).
—Esta sensación de estar caminando al filo de la navaja va a
hacer que me dé algo —dijo ella.
—Pues si quieres que te dé algo… —dije con tono pícaro
mientras señalaba mi miembro ya flácido.
—¡Dios mío! —dijo volteando la mirada al techo mientras
bebía su café—. No puedo creer que esté pasando esto. Y para colmo, ahora me
toca ver a Tere en el gym.
—Va a tocarles ponerse al tanto.
—Se la ha pasado mandándome mensajes, ¡la muy! Ni le he
contestado —dijo, indignada.
—Pues a ver qué pasa ahora en clase.
—Me imagino que vas a enterarte antes de que yo llegue a casa
—aseguró con un falso tono de molestia, sólo estaba interpretando el papel de
señora decente—. ¡Dios! Es una perra pervertida.
—Una zorra, mami —dijo Raquel, vestida por primera vez desde
el sábado en la tarde, mientras tomaba asiento—. Esa Tere es una zorra. Ahora por
su culpa tengo que ver cómo le voy a hacer, Luís quiere metérmela por atrás.
—¡Ay, Raqui! —exclamó mamá—. Ten un poco de decencia, por
Dios. Estamos desayunando.
—¿O sea que a ti lo que te incomoda es que lo diga en la
mesa y no el hecho de que tu hijo quiere meterle la pichula a tu hijita menor
por el culo? —le cuestionó su “hijita menor”.
La única respuesta que tuvo esa pregunta fue un sorbo largo
y ruidoso de café. Mamá hizo gala de su habilidad para cambiar el tema de
conversación y dijo que le iba a tocar regresar tarde a casa, que no la esperásemos
para comer. Terminó su desayuno y se dirigió a toda velocidad hacia la puerta
mientras Raquel aún no terminaba su plato.
—¿Crees que se muera de ganas de ir con su amiguita, la
zorra? —me preguntó Raquel.
—¡Quién sabe! —dije, genuinamente desconcertado antes de
proceder a contarle lo que pasó con Julia antes de desayunar.
—Y yo, que pensaba que había huido para no vernos. Puede que
ella no sea tan difícil de convencer después de todo.
—Creo que deberías saber hasta dónde parar, Raquel —le
aconsejé—. ¿O acaso quieres que armemos una orgía aquí en la casa?
—No andas tan perdido, hermanito
—sonrió mientras seguía comiéndose sus huevos con jamón.
Ya a estas alturas, no me sorprendía que ella tuviera en la
mira a Julia. Pero aquello seguía siendo para mí sólo una fantasía. De nuevo,
me sorprendí meditando lo distante que me había estado sintiendo de Julia desde
que todo este viaje bizarro con Raquel había comenzado. Por extraño que
parezca, apenas y recordaba mi obsesión por Julia durante tantos años. La veía
como algo del pasado, algo de mi yo inmaduro y si bien, aún me generaba algo
verla e imaginármela en escenarios de lujuria fantasiosa, eran pensamientos
fugaces, algo que se ya no se me quedaba en la mente como antes. Quise
atribuirlo a que antes, eran un pelmazo que sólo se la vivía de chaquetas y
fantasías, y que ahora, no sólo tenía
sexo con Raquel y Tere, sino que mamá estaba a nada de ser la siguiente.
¿Sería acaso que el sueño de mi hermanita, de una orgía en
casa, era plausible?
Terminó de desayunar con calma, nos despedimos con un beso y
una pícara promesa que se concretaría cuando volviera esa tarde. Fue la primera
vez que la despedí estando yo sin ropa, lo cual me hizo recordar que tenía que
reportarme con mi foto diaria a Tere. Su respuesta llegaría mucho más tarde.
No me sorprendió recibir un video corto de ella molestando a
mamá en los vestidores, sin embargo, esta vez ella luciría una sonrisa
juguetona y de complicidad que las hacía ver como un par de amigas jugueteando
entre ellas. Le levantó el brasier y manoseó descaradamente los melones que se
escaparon libremente, sonriendo ambas a la cámara antes de cortar el clip. Ver
a mamá tan contenta me sacó una sonrisa… y, obviamente, una erección.
Después lo que pasó el día anterior, quise seguir cultivando
en mí aquel hábito de no eyacular. Dejaba a medias mis chaquetas antes que me
sintiera a punto de acabar, con el tiempo, me di cuenta de que empezaba a
aguantar cada vez más tiempo. Era una sensación extraña, mis piernas se
tensaban cuando me detenía y mis huevos llegaron a punzar en una ocasión, pero
era algo similar a la comezón, que cuando te rascas duele pero sientes alivio. Pocas
veces llegaría al extremo de detenerme a escasos segundos de venirme, me solté
la verga como si fuera hierro ardiente para no seguir apretándome. Por lo
general, me interrumpía mucho antes para no tentar demasiado a mi suerte y
asegurarme de venirme dentro de Raquel. Bueno, eso pasaría ya conforme
avanzaron los días, pero ese en particular, sólo me toqué la riata un par de
veces.
—Así que descubriste el
“edging” —dijo Tere cuando me llamó a mediodía—. ¿No eres muy joven para eso?
—Ni sabía que tenía nombre. Raquel me dice que tengo acabar
si no está ella.
—¡Uy, guau! —chilló
de júbilo— Te tiene bien cortito, ¿eh?
Se ve que Raqui tiene garras, ¡miau! Ya quiero conocerla, nene.
—No sé por qué creo que eso va a ser peligroso —dije con una
sonrisa, ansioso de presenciar semejante “peligro”.
—Para ti quizás, y
para mami… no creo. Quizás también para el colchón… Pero te aseguro que vamos a
pasarlo bomba los tres… o, tal vez, los cuatro… Sandra ya se siente como si
fuera una mujer nueva.
—Quién sabe… depende de cuándo vengas de nuevo.
—Quería volver esta
semana, pero tuve un gasto fuerte y aún no sé si pueda o tenga que esperar hasta
la siguiente, nene.
—No tienes por qué pagar, puedes sólo venir…
—¡Oh, no! No, no, no,
no, nene —dijo como si estuviera cantando Góspel—. Si no pago, la cosa se vuelve personal y eso no es que quiera ahora
mismo. Yo pago para jugar y sentirme a salvo, ¿OK?
—¿O sea que sí soy tu gigoló? —le pregunté fingiendo
indignación, claro que ni me importaba.
—¡Ay, papi! La forma
de llamarlo es lo de menos. No te sientas mal, es más una fantasía mía. Me
gusta pagar, hacerlo así me ayuda a no meter sentimientos ni nada de eso. Tú la
pasas bien, yo la paso bien y no complicamos las cosas. ¿OK?
—A ver, el dinero está bien, está genial. Pero es mucho…
—Si te molesta, piensa
que te pago por masaje. Lo demás que pase en la sesión (o quienes se nos unan)
ya sería un plus a la experiencia… ¡Ash! —gruñó tras un rato de silencio— ¡No puede ser! ¿Ves lo que haces? Ya ando
toda mojada y ansiosa. Cambié de opinión: quiero programar una cita para esta
semana, amable joven.
—¿Servicio completo?
—Com-ple-tito, por
favor —ronroneó.
La llamada siguió con muchas insinuaciones de uno y del
otro, no perdíamos la oportunidad de azuzarnos y por mi parte, tener la verga
durísima sólo por sólo estar hablando con alguien, sin agarrármela porque no
iba a poder aguantar sin venirme, aquello era una tortura placentera.
Aquella tarde cuando llegó Raquel, mi tranca estaba lista
para el asalto pero no saltamos directo al sexo. Ella se desvistió y nos
besamos como si nada, ella vio mi erección pero parecía estar realmente agotada
de su día y pasó de largo. Estaba acostumbrándome a la sensación de caminar
desnudo y con la riata a punto, podía aguantar un poco más. Tras beber agua y
comer un poco de fruta, sólo nos acurrucamos en la sala y pusimos una película.
Ocasionalmente, las manos de uno acariciaban al otro, mi erección iba y venía,
pero se fue calmando paulatinamente. Terminamos de ver la película, comimos lo
que había preparado para nosotros y fuimos a tumbarnos sobre su cama. El teatro
había dejado de ser motivo de preocupación para mi hermanita y al platicarme al
respecto, la notaba emocionada.
—Hace mucho que no te acompaño a los ensayos —dije mientras
me acomodaba para verla mejor.
—Mejor ni vayas —dijo, tumbándose bruscamente sobre la cama
y con la mirada perdida en el techo—, la zorra de Paola se la pasa preguntando:
“¿Y Luís?” —dijo con voz chillona—. “Ya no ha venido a verte a los ensayos. A
ver cuándo viene”
—¿Y tú no quieres que vaya?
—No. Ella se te va a ofrecer y dime tú qué excusa vas a
poner para decirle que no.
De nuevo, tenía razón. Decir que tenía novia hubiera
bastado, pero mi hermanita me dijo que ni yo iba a saber mentirles bien ni ella
tenía ganas de andar mareándolas con historias, porque según ellas, no iban a
dejarla en paz.
—Podrías decirles que soy gay. ¡Y asunto resuelto! —dije,
bromeando un poco.
—¡Ay, no! —se horrorizó—. Luego vamos a tener a los gays
preguntando por ti. Si de por sí…
Resultó que un par de sujetos ya le habían preguntado por mí
y me explicó que si las mujeres son insistentes, los hombres pueden serlo aún
más. Y como uno de ellos era algo así como el asistente del director, lo mejor
era no abrir puerta a que pasara algo raro con ese sujeto y, en represalia,
terminaran afectando a mi hermanita. Que fueran a negarle papeles más grandes o
peor, que la hicieran renunciar.
—Oye, hablando de zorras… ¿Y Tere? —preguntó mientras me
veía atentamente. Mi cara de desconcierto fue su respuesta—. ¿Ya te dijo cuándo
va a venir?
—Acabamos de agendar la cita para esta semana.
—¿El viernes? —Se levantó y gateó hacia mí, me miraba con ojos
de cachorro—. ¿No podría venir el sábado?
—¿El sábado? —pregunté extrañado, hasta que entendí—.
¿Quieres estar aquí cuando ella venga?
—Quiero que estemos ella… yo… —hizo una pausa mientras
continuaba acercándose —. Y mamá.
Su sonrisa era radiante, sus ojos, suplicantes, pero su
postura era lujuria pura. Nunca tuve oportunidad de siquiera pensar en decirle
que no. Tenerlas a las tres juntas iba a ser peor que detonar una bomba
nuclear.
—No se le escapa ni una —dije mientras le respondía a su
mensaje.
—Esa zorrita se las debe saber todas. A ver, préstame tu
teléfono.
De nuevo, la vi sosteniendo una acalorada conversación, de
esas que sabía que Tere sabía propiciar. Las expresiones que hacía con cada
mensaje me daban a entender que estaban jugueteando como solían. En el momento
en que vi que su mano pasó a rozar su entrepierna, supe que era mi momento. Me
dirigí ahí y quité su mano para poder degustarla en paz, sus piernas me
aprisionaron suavemente y sus dedos jugaban con mi pelo cuando no se apretaban
alguna teta.
Continuaba fascinándome con lo diferente que sabían cada
vagina. No quisiera complicarme con cuál era mi favorita, porque en verdad, no
sabría decidirme. Sus jugos brotaban poco a poco, en un hilo río delgado, pero
sin parar. Las pocas veces que miré hacia arriba, sólo vi el celular y sus
dedos tecleando, por lo que me dediqué a mi tarea ciegamente.
—¡Uf! Así… —ronroneó—. Así, así, ¡ASÍ!
La presión en mis orejas era la señal para detenerme, una vez
que sus piernas me liberaron, mis dedos entraron, arteros, tomándola por
sorpresa.
—¡No! ¡Espera! —gimió, sorprendida.
No hice caso, me abalancé hacia ella y en cuestión de
instantes, le tapé la boca mientras mi otra mano seguía trabajando debajo. Sus
ojos se ponían en blanco, sus manos se aferraron a mi brazo, encajándome sus
uñas y aquellos pequeños temblores bajo sus caderas no impidieron que mis dedos
continuaran castigando esa zona a la entrada de su cuevita. Debajo de mi palma
sobre su boca, un grito fue ahogado, sus ojos lagrimaron y mi mano se sintió
inundada.
En ocasiones, mi hermanita sacaba más de lo habitual, pero
apenas era un chisguete, esta vez, la mancha transparente se extendió más allá
de sus rodillas, había tenido un squirt de película, justo como lo había hecho
Tere.
Verla después de venirse siempre era un poema, digna de un
cuadro… quizás, una foto. Ella había soltado el celular, todavía estaba con el
chat abierto, ella había mandado fotos y un clip corto de mí comiéndole la
raja. ¿Para qué salirme, entonces? La cámara capturó en foto y video de pies a
cabeza cómo Raquel estaba resoplando tras dejar sacar un chorrito de su
interior.
Tere mandó una foto, estaba sentada en alguna zona con mesas
en un centro comercial, pero bajo la mesa, su mano se colaba por debajo de sus
leggins. Estaba masturbándose en público mientras conversaba con mi hermana. Me
puse a ver la conversación y era lo mismo de siempre, una se la dedicaba a
provocar a la otra, se decían cosas que, de no saber el contexto, hubiera
creído que estaban peleándose de verdad. Era un juego extraño el que tenían
esas dos entre ellas, la foto y el clip evitaron que mi amigo bajara la
guardia.
—¡Eres un bruto! —Ella se
había sentado y miró el desastre que yacía sobre sus sábanas—. ¡Mira! Hiciste
que me meara.
—No te preocupes, lo
limpio yo.
Hice ademán de volver a
mi posición anterior y ella chilló espantada al tiempo en que juntaba sus
rodillas y se recorría lejos de mi lengua.
—¡Ay no! —rio— Dame un
break, por fa. Tú ni siquiera te has venido.
—Dijiste que no me la
debía jalar.
Tomé mi verga por la base y comencé a agitarla frente a
ella, unas gotas de líquido preseminal ya habían empezado a escurrirme. Sabía que ella era incapaz de resistirse. Esa
“perra en celo” que vivía en su interior no podía dejar pasar la oportunidad de
sacarme la leche.
—Te dije que mientras yo no estuviera.
—Ah, bueno.
Comencé a pasar mi mano lentamente por el tallo, no sólo
para tentarla, sino porque, como había estado aguantándome las ganas de
correrme más de una ocasión durante el día, estaba a punto. Mi garrote estaba
durísimo, casi rojo y con las venas bien marcadas, iba a hacer que durara al
menos en lugar de acabar en ese mismo momento. De rodillas, fui avanzando hacia
ella, mi glande rozó sus piernas aún juntas y pronto, estaba a escasos
centímetros de su boca. Yo estaba ya jadeando, mi cadera luchaba contra el
impulso de empezar a arremeter contra ese espacio entre sus rodillas para forzar
esos labios entreabiertos a abrirse. Todo ese rato, sus ojos parecían pegados a
mi riata y mientras mi mano seguía acariciándola, su lengua comenzó a repasar
esa boquita preciosa.
Estuve un rato así hasta que de pronto, ella me la tomó del
tallo y finalmente, empezó a comérsela con una hambre intensa. Se la enterraba
hasta el fondo y empezó a hacer ruidos cada que se la volvía a meter,
controlando sus reflejos y salivando a más no poder. Aún le faltaba mucho para
alcanzar la soltura con lo que lo había hecho Tere, pero no dejaba de prenderme
que luchara por comérsela toda.
—Avísame cuando vayas a acabar —dijo cuando tomó un descanso
y repasaba mis huevos con la lengua—. Quiero que me llenes la cara.
La tomé del cuello y volví a forzar mi miembro lentamente
hasta llegar a un tope, la mantuve un rato hasta que ella manoteó para
respirar. Retrocedí también despacio, ella tosió un poco, recuperó el aliento,
me miró fijamente con esos ojos llorosos y de inmediato recuperó su postura
anterior, era mi señal para repetir. Cada vez, creí que lograba llegar más
profundo, aunque seguro era por apenas milímetros y ella fue logrando controlar
sus espasmos. Intenté hacerlo con más ritmo, pero definitivamente tendríamos
que practicar más para lograrlo.
En uno de sus descansos para respirar, decidí que si iba a
pintarle la cara, iba a terminar con mi propia mano. El primer chorro alcanzó a
cubrir desde su labio superior hasta donde se le formaba el fleco, el segundo
le cayó sobre el párpado cerrado y la mejilla, su boca seguía abierta y aquella
expresión se ha quedado grabada en mi mente hasta la fecha. Se le estaba
formando una sonrisa y cuando creía que había terminado, otro par de chorros
surcaron sus labios y nariz, mi mala puntería había hecho que apenas unas gotas
cayeran en su lengua.
—¡Es mucho! —se burló, asombrada— ¿Qué te pasa?
En efecto, era más de lo que acostumbraba a salirme, parecía
que haber estado al borde de venirme ese par de veces en el día habían dado
frutos. Ella estaba recogiendo con sus dedos aquél blanco que ahora la cubría y
lo iba depositando sobre su boca, le acerqué una prenda sucia para terminar de
limpiarle y que pudiera abrir los ojos de nuevo. Los abrió y de inmediato se
fijó en el umbral de la puerta, estaba totalmente abierta. No estaba así cuando
entramos pero no se me cruzó por la mente lo que habría pasado.
—Mamá llegó —dijo una vez terminó de tragar—. Se quedó
viendo en silencio cómo me cogías por la boca. Parece que no se animó a unirse.
Oír aquello habría hecho que me muriera del susto. Antes, se
me hubiera hecho un hueco en el estómago y me habría incomodado de pensar en
mamá excitándose por vernos teniendo sexo; en cambio, mi macana pegó un brinco
y comenzó a erguirse nuevamente. Raquel sonrió conmigo y aunque pensé en ir los
dos a buscar a mamá a su cuarto, convenimos en interpretar una sinfonía de
gemidos y gritos que la inspiraran a unirse por su propia voluntad.
Eso no pasó ni aquella tarde, ni la siguiente, razón por la
cual nos vimos en la necesidad de recibirla con una estampa de felación protagonizada
por su hija menor en medio de la sala.
—Hola, mamá —la saludé mientras Raquel seguía practicando su
garganta profunda, no había logrado muchos avances—. ¿Cómo te fue?
—Hola, hijo —respondió con naturalidad mientras se quitaba
el abrigo para colgarlo en el perchero del vestíbulo —. Bien, gracias. ¿Y a ti?
—Bien, bien.
—Puedo verlo.
Sonrió con picardía mientras se asomaba para ver a los ojos
a su hija, la cual sonrió con mi verga en la boca y aceleró su sube-y-baja .
Extendí mi mano para invitarla a acercarse, pero ella cerró los puños y su
sonrisa se tornó nerviosa.
—Ya me dijo Tere que va a venir el sábado —hizo una pausa,
la cual fue amenizada con los ruidos guturales de mi hermanita—. No sé qué
planean que pase, pero no va a pasar.
—Eso dices ahora, mami…
—dijo la menor de sus hijas mientras me estimulaba con la mano hasta que su
cara volvió a cubrirse de líneas blancas.
—Están turulatos, ustedes y esa mujer.
Podía decirnos todo lo que quisiera, pero la comisura de esos
labios gruesos se elevó ligeramente, no pudo disimular su sonrisa… ni lo que su
mano estaba haciendo bajo la tela de su falda. Mientras veía a su hija recoger
con sus dedos lo que encontrara de mi venida y llevárselos a la boca,
permaneció de pie y estimulándose bajo el amparo de su prenda. La invité a
acercarse para que viera mejor, pero ella insistió en no abandonar su posición.
Eso sí, entre jadeos.
Aguantó ahí, de pie con las piernas separadas y
acariciándose bajo la falda y su blusa mientras Raquel se montaba a mi regazo y
me hizo acabar a sentones. Mi hermanita no paró en describirle a mami con lujo de detalles lo rico que se
sentía tener dentro la pichula de su
hermanito. Si lo del teatro no funcionaba, estoy seguro de que habría podido
volverse una estrella porno sin problemas. Bajó a limpiarme la tranca con su
lengua una vez más y en cuanto terminó de hacerlo, fue que por fin mamá se
acercó a ella.
Recogió un poco de mi corrida que le había quedado en un
mechón de cabello a su hija y por un momento, pensamos que se lo estaba
llevando a la boca. Pero nos finteó y se limpió en su blusa blanca, ya arrugada
de tanto jugar con sus tetas. La pieza de dominó aún no caía, pero ya estaba a
nada de lograrlo.
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