El Hombre de la Casa 16: Tanteando el Terreno



Ese domingo, aunque anduvimos sin ropa y nos dimos el un beso de buenos días, fue el primer día en mucho tiempo que Raquel y yo no tuvimos sexo. No era algo que hubiéramos acordado, pero después de lo que había pasado el día anterior, mi chile no se mostró disponible esa mañana. Bajamos a desayunar sin más, pero eso sí, le envié a Teresa la evidencia fotográfica de que estaba cumpliendo mi parte del trato desde temprano. Sin embargo, aunque todo pareciera tranquilo, mi hermanita aprovechó la presencia de nuestra hermana mayor para probar los límites de su paciencia. Pisaba fuertemente para que sus mangos rebotaran cada que pasaba frente a ella, me besaba o agarraba las nalgas cada que sabía que estábamos en su rango de visión. Mamá vistió un vestido blanco (sin nada debajo, obviamente) y sólo vigilaba en silencio las reacciones de su hija mayor. Varias veces me miró con expresión de reproche, esperando que detuviera las provocaciones de su hija menor, mismas que le respondí con una sonrisa cínica, como diciéndole “¿Qué se le va a hacer?”. Si ella no iba a decir una palabra, menos yo.

Por su parte, Julia se ruborizaba, bufaba y dirigía su vista lejos de Raquel y de mí, ya fuera distrayéndose con la tele, o bien, se ponía a ver su celular. Y si bien yo no detenía a mi hermanita en su juego, tampoco quise contribuir más allá de mi pecado de omisión. Era extraño, llegué a tener erecciones durante el día, mismas que no pasaron desapercibidas por ninguna de las tres, pero quise pretender que no pasaba nada y no tuve intenciones de jalármela ni de decirle a Raquel que nos fuéramos al cuarto de alguno de los dos.

Cocinar desnudo resultó ser muy excitante, más porque sentía los ojos de mamá y Raquel clavados en mí aunque no las pudiera ver todo el tiempo, sentía sus miradas a mis espaldas. Mi hermanita hizo el comentario de que esperaba que su ensalada no tuviera algún aderezo secreto y las otras dos tosieron, Julia bufó en gesto de desaprobación y mamá, sonrió de manera nerviosa. Y sí, aquello hizo que mi riata se levantara como si alguien le hablara, y sí, todas pudieron notarlo a través del vidrio de la mesa.

—Será mejor que uses un delantal o algo así en la cocina —se adelantó a sugerir mamá en el preciso momento en que Julia mostró señales de querer quejarse—. No sea que te brinque el aceite o te quemes con alguna olla.

—¡Uy! Yo también quiero ver cómo te ves usando sólo el delantal, hermanito.

Julia carraspeó, Raquel usó de nuevo ese tono sugerente y poco después, a la hora en que mamá recogió nuestros platos, sus pezones se le notaban debajo del vestido. Con todo lo que había pasado los últimos días, se me habían acumulado las tareas de la casa, así que me dispuse a lavar la ropa. Mamá se ofreció a ayudarme y aproveché para tentarla con mi oportuna nueva erección del día. Cada que se agachaba me colocaba frente a ella y estuvo casi a punto de llevársela a la boca. Sólo me sonreía como si le estuviera jugando una broma y aquello sólo añadió un poco de picante tensión entre los dos. Para cuando inició el ciclo de lavado, me aventuré a pasar mi mano entre sus piernas, con la tela del vestido apenas sirviendo de barrera para sentir lo húmeda que ya estaba su zona íntima.

—V-voy al baño —dijo ella.

—¿Te acompaño?

—¡Luís! —me amonestó en voz baja— ¡Bájenle ya! Julia está en la casa.

—Está en planta baja con Raquel, parece dispuesta a acaparar su atención a toda costa.

—¡Esa niña! —renegó, aunque no en serio—. Le encanta meterse en problemas.

Yo ya había comenzado a juguetear con sus pezones duros por encima de la tela y ella sólo se quedó callada, con expresión nerviosa y el oído atento a cualquier señal de peligro que viniera de fuera del cuarto. Traía el chile a punto de explotar, ya babeando líquido preseminal, pero hoy era día de poner a prueba los límites de Julia y de mamá. Mi miembro rozó un par de veces su muslo y ella respingaba, pero no se animó a tomarlo en sus manos y ante su indecisión, me retiré. Su rostro mostraba su desilusión y la frustración de haber dejado pasar la oportunidad. Pero, quién sabe por qué, eso de aguantarme las ganas me estaba prendiendo más, sobre todo porque sabía que no era el único yo con ansias de ponerla, sólo le añadía un poco de leña al fuego que quería desatar en ella.

La cena transcurrió como el día anterior, con la excepción de que mi verga se puso maciza de nuevo casi todo el rato. Julia estaba con la cara metida en su celular, pero mamá y Raquel estaban casi salivando viendo lo rojo que estaba mi glande. Me levanté y le hice una seña a mi hermanita para que me acompañara al cuarto y ella, con una sonrisa de oreja a oreja, me siguió. Entramos a mi cuarto, cerré la puerta y en ese mismo lugar le dije que me la mamara.

—No tienes idea las ganas que tengo de venirme desde hace rato —le dije.

—Tú, porque quieres —contestó mientras me comía la pinga—. Yo sí me metí dedo hace rato que mamá y tú andaban con lo de la ropa.

—¿Frente a Julia? —pregunté asombrado del valor de mi hermanita, acariciando su melena castaña.

—Ella no se fue, pudo haberse ido a su cuarto —dijo con ese cinismo suyo que ya me parecía carismático en lugar de demente—. Se la pasó haciéndose mensa, disque no me veía ni me estaba haciendo caso. Pues yo dije: “Si no me ves ni me escuchas…”.

Ya estaba con ganas de correrme desde que subíamos las escaleras y oír eso sólo me hizo acabar más pronto que tarde. Ella la recibió toda dentro de su boquita y tragó como si aquello fuera una golosina. Ya habíamos cenado, pero aquél era su postre y ahora era mi turno, así que con mi hermanita acostada al borde de mi cama, me puse a sus pies y me volví a deleitar con su entrepierna. Después de haber probado la de mamá y la de Tere, puedo decir que la de Raquel es mucho más… refrescante.

Ella siguió en su papel de alborotadora y sus gemidos seguramente se escuchaban por toda la casa, pero a mí tampoco me importó. Gritaba mi nombre una y otra vez, me sentía como si me corearan en un estadio. Se vino en mi cara y me dediqué a lamer su clítoris sin piedad y tratar de volverla loca antes de meter mi mástil que iba con ganas de dar guerra.

Cogimos un par de veces y los gemidos no pararon, aunque tampoco se puso a gritar. Era obvio que estaba buscando llamar la atención de Julia y no la de los vecinos. Gemía como si le pagaran por ello, tanto así que me la imaginé haciendo porno. Al venirme dentro de ella, de nuevo se puso a comérmela hasta dejarla limpia para así volver a la carga. Esa segunda vez quise darlo todo y caer rendido, ella estaba en cuatro e inclinada para que pudiera entrar hasta el fondo mientras, esta vez, ahogaba sus berridos con la almohada.

Estaba a punto de venirme otra vez cuando ella se zafó de mí y me puso boca arriba, su culo me tapó la cara y se llevó mi rabo a la boca. Le devolví una vez más el favor, aprovechando lo cachonda que estaba para meter brevemente un dedo a explorar su puerta trasera. Ella apretó lo poco que de mi falange que había logrado ingresar, pero la labor de su boca no se detuvo y sabía que no iba a durar mucho más. No logré aguantar hasta hacerla venir con mi lengua, pero ambos conseguimos nuestra respectiva recompensa.

—¿Tanto quieres metérmela por atrás? —dijo una vez nos acurrucamos bajo las sábanas.

—Si pudieras vértelo tu misma, me entenderías.

—Esa zorra de Tere ya te dio la cola y ya te conozco. Vas a insistir hasta que te diga que sí.

—Soy paciente.

—Sí, ajá. Vamos a ver qué tanto.

Me besó la mejilla y nos abrazamos, amanecimos en la misma posición. Mi erección matutina se sentía un poco incómoda, tenía el pito sensible y como era lunes, mi rutina de amo de casa debía comenzar,

Desperté a Raquel para que se preparara en lo que preparaba el desayuno para todos. Julia estaba ya lista para irse y en cuanto me vio, se apresuró a terminarse su pan tostado con aguacate e irse. Era muy temprano para que se fuera, pero entendí que todo lo que había vivido el fin de semana en casa la hiciera querer guardar distancia de mí. Pero lejos de evitarme, se acercó a mí, me abrazó aunque estuviera desnudo y hasta me besó en la frente.

—Hoy tengo que llegar temprano al trabajo —dijo de prisa—, me tengo que ir ya. ¡Chau! ¡Me despides de mamá y de Raquel!

Aquello se sintió raro. Bien, pero raro. Al bajar a desayunar y contarle lo sucedido, mamá se mostró aliviada de que su hija mayor no estuviera molesta con nosotros (principalmente con ella).

—Esta sensación de estar caminando al filo de la navaja va a hacer que me dé algo —dijo ella.

—Pues si quieres que te dé algo… —dije con tono pícaro mientras señalaba mi miembro ya flácido.

—¡Dios mío! —dijo volteando la mirada al techo mientras bebía su café—. No puedo creer que esté pasando esto. Y para colmo, ahora me toca ver a Tere en el gym.

—Va a tocarles ponerse al tanto.

—Se la ha pasado mandándome mensajes, ¡la muy! Ni le he contestado —dijo, indignada.

—Pues a ver qué pasa ahora en clase.

—Me imagino que vas a enterarte antes de que yo llegue a casa —aseguró con un falso tono de molestia, sólo estaba interpretando el papel de señora decente—. ¡Dios! Es una perra pervertida.

—Una zorra, mami —dijo Raquel, vestida por primera vez desde el sábado en la tarde, mientras tomaba asiento—. Esa Tere es una zorra. Ahora por su culpa tengo que ver cómo le voy a hacer, Luís quiere metérmela por atrás.

—¡Ay, Raqui! —exclamó mamá—. Ten un poco de decencia, por Dios. Estamos desayunando.

—¿O sea que a ti lo que te incomoda es que lo diga en la mesa y no el hecho de que tu hijo quiere meterle la pichula a tu hijita menor por el culo? —le cuestionó su “hijita menor”.

La única respuesta que tuvo esa pregunta fue un sorbo largo y ruidoso de café. Mamá hizo gala de su habilidad para cambiar el tema de conversación y dijo que le iba a tocar regresar tarde a casa, que no la esperásemos para comer. Terminó su desayuno y se dirigió a toda velocidad hacia la puerta mientras Raquel aún no terminaba su plato.

—¿Crees que se muera de ganas de ir con su amiguita, la zorra? —me preguntó Raquel.

—¡Quién sabe! —dije, genuinamente desconcertado antes de proceder a contarle lo que pasó con Julia antes de desayunar.

—Y yo, que pensaba que había huido para no vernos. Puede que ella no sea tan difícil de convencer después de todo.

—Creo que deberías saber hasta dónde parar, Raquel —le aconsejé—. ¿O acaso quieres que armemos una orgía aquí en la casa?

—No andas tan perdido, hermanito —sonrió mientras seguía comiéndose sus huevos con jamón.

Ya a estas alturas, no me sorprendía que ella tuviera en la mira a Julia. Pero aquello seguía siendo para mí sólo una fantasía. De nuevo, me sorprendí meditando lo distante que me había estado sintiendo de Julia desde que todo este viaje bizarro con Raquel había comenzado. Por extraño que parezca, apenas y recordaba mi obsesión por Julia durante tantos años. La veía como algo del pasado, algo de mi yo inmaduro y si bien, aún me generaba algo verla e imaginármela en escenarios de lujuria fantasiosa, eran pensamientos fugaces, algo que se ya no se me quedaba en la mente como antes. Quise atribuirlo a que antes, eran un pelmazo que sólo se la vivía de chaquetas y fantasías, y que  ahora, no sólo tenía sexo con Raquel y Tere, sino que mamá estaba a nada de ser la siguiente.

¿Sería acaso que el sueño de mi hermanita, de una orgía en casa, era plausible?

Terminó de desayunar con calma, nos despedimos con un beso y una pícara promesa que se concretaría cuando volviera esa tarde. Fue la primera vez que la despedí estando yo sin ropa, lo cual me hizo recordar que tenía que reportarme con mi foto diaria a Tere. Su respuesta llegaría mucho más tarde.

Mami está contenta 😝
Y yo también 💦💦💦💦

No me sorprendió recibir un video corto de ella molestando a mamá en los vestidores, sin embargo, esta vez ella luciría una sonrisa juguetona y de complicidad que las hacía ver como un par de amigas jugueteando entre ellas. Le levantó el brasier y manoseó descaradamente los melones que se escaparon libremente, sonriendo ambas a la cámara antes de cortar el clip. Ver a mamá tan contenta me sacó una sonrisa… y, obviamente, una erección.

Después lo que pasó el día anterior, quise seguir cultivando en mí aquel hábito de no eyacular. Dejaba a medias mis chaquetas antes que me sintiera a punto de acabar, con el tiempo, me di cuenta de que empezaba a aguantar cada vez más tiempo. Era una sensación extraña, mis piernas se tensaban cuando me detenía y mis huevos llegaron a punzar en una ocasión, pero era algo similar a la comezón, que cuando te rascas duele pero sientes alivio. Pocas veces llegaría al extremo de detenerme a escasos segundos de venirme, me solté la verga como si fuera hierro ardiente para no seguir apretándome. Por lo general, me interrumpía mucho antes para no tentar demasiado a mi suerte y asegurarme de venirme dentro de Raquel. Bueno, eso pasaría ya conforme avanzaron los días, pero ese en particular, sólo me toqué la riata un par de veces.

Así que descubriste el “edging” —dijo Tere cuando me llamó a mediodía—. ¿No eres muy joven para eso?

—Ni sabía que tenía nombre. Raquel me dice que tengo acabar si no está ella.

¡Uy, guau! —chilló de júbilo­­­— Te tiene bien cortito, ¿eh? Se ve que Raqui tiene garras, ¡miau! Ya quiero conocerla, nene.

—No sé por qué creo que eso va a ser peligroso —dije con una sonrisa, ansioso de presenciar semejante “peligro”.

Para ti quizás, y para mami… no creo. Quizás también para el colchón… Pero te aseguro que vamos a pasarlo bomba los tres… o, tal vez, los cuatro… Sandra ya se siente como si fuera una mujer nueva.

—Quién sabe… depende de cuándo vengas de nuevo.

Quería volver esta semana, pero tuve un gasto fuerte y aún no sé si pueda o tenga que esperar hasta la siguiente, nene.

—No tienes por qué pagar, puedes sólo venir…

¡Oh, no! No, no, no, no, nene —dijo como si estuviera cantando Góspel—. Si no pago, la cosa se vuelve personal y eso no es que quiera ahora mismo. Yo pago para jugar y sentirme a salvo, ¿OK?

—¿O sea que sí soy tu gigoló? —le pregunté fingiendo indignación, claro que ni me importaba.

¡Ay, papi! La forma de llamarlo es lo de menos. No te sientas mal, es más una fantasía mía. Me gusta pagar, hacerlo así me ayuda a no meter sentimientos ni nada de eso. Tú la pasas bien, yo la paso bien y no complicamos las cosas. ¿OK?

—A ver, el dinero está bien, está genial. Pero es mucho…

Si te molesta, piensa que te pago por masaje. Lo demás que pase en la sesión (o quienes se nos unan) ya sería un plus a la experiencia… ¡Ash! —gruñó tras un rato de silencio— ¡No puede ser! ¿Ves lo que haces? Ya ando toda mojada y ansiosa. Cambié de opinión: quiero programar una cita para esta semana, amable joven.

—¿Servicio completo?

Com-ple-tito, por favor ­­­—ronroneó.

La llamada siguió con muchas insinuaciones de uno y del otro, no perdíamos la oportunidad de azuzarnos y por mi parte, tener la verga durísima sólo por sólo estar hablando con alguien, sin agarrármela porque no iba a poder aguantar sin venirme, aquello era una tortura placentera.

Aquella tarde cuando llegó Raquel, mi tranca estaba lista para el asalto pero no saltamos directo al sexo. Ella se desvistió y nos besamos como si nada, ella vio mi erección pero parecía estar realmente agotada de su día y pasó de largo. Estaba acostumbrándome a la sensación de caminar desnudo y con la riata a punto, podía aguantar un poco más. Tras beber agua y comer un poco de fruta, sólo nos acurrucamos en la sala y pusimos una película. Ocasionalmente, las manos de uno acariciaban al otro, mi erección iba y venía, pero se fue calmando paulatinamente. Terminamos de ver la película, comimos lo que había preparado para nosotros y fuimos a tumbarnos sobre su cama. El teatro había dejado de ser motivo de preocupación para mi hermanita y al platicarme al respecto, la notaba emocionada.

—Hace mucho que no te acompaño a los ensayos —dije mientras me acomodaba para verla mejor.

—Mejor ni vayas —dijo, tumbándose bruscamente sobre la cama y con la mirada perdida en el techo—, la zorra de Paola se la pasa preguntando: “¿Y Luís?” —dijo con voz chillona—. “Ya no ha venido a verte a los ensayos. A ver cuándo viene”

—¿Y tú no quieres que vaya?

—No. Ella se te va a ofrecer y dime tú qué excusa vas a poner para decirle que no.

De nuevo, tenía razón. Decir que tenía novia hubiera bastado, pero mi hermanita me dijo que ni yo iba a saber mentirles bien ni ella tenía ganas de andar mareándolas con historias, porque según ellas, no iban a dejarla en paz.

—Podrías decirles que soy gay. ¡Y asunto resuelto! —dije, bromeando un poco.

—¡Ay, no! —se horrorizó—. Luego vamos a tener a los gays preguntando por ti. Si de por sí…

Resultó que un par de sujetos ya le habían preguntado por mí y me explicó que si las mujeres son insistentes, los hombres pueden serlo aún más. Y como uno de ellos era algo así como el asistente del director, lo mejor era no abrir puerta a que pasara algo raro con ese sujeto y, en represalia, terminaran afectando a mi hermanita. Que fueran a negarle papeles más grandes o peor, que la hicieran renunciar.

—Oye, hablando de zorras… ¿Y Tere? —preguntó mientras me veía atentamente. Mi cara de desconcierto fue su respuesta—. ¿Ya te dijo cuándo va a venir?

—Acabamos de agendar la cita para esta semana.

—¿El viernes? —Se levantó y gateó hacia mí, me miraba con ojos de cachorro—. ¿No podría venir el sábado?

—¿El sábado? —pregunté extrañado, hasta que entendí—. ¿Quieres estar aquí cuando ella venga?

—Quiero que estemos ella… yo… —hizo una pausa mientras continuaba acercándose —. Y mamá.

Su sonrisa era radiante, sus ojos, suplicantes, pero su postura era lujuria pura. Nunca tuve oportunidad de siquiera pensar en decirle que no. Tenerlas a las tres juntas iba a ser peor que detonar una bomba nuclear.

Sábado? Pooor??
Raqui quiere verme?? 👀😏😍

—No se le escapa ni una —dije mientras le respondía a su mensaje.

—Esa zorrita se las debe saber todas. A ver, préstame tu teléfono.

De nuevo, la vi sosteniendo una acalorada conversación, de esas que sabía que Tere sabía propiciar. Las expresiones que hacía con cada mensaje me daban a entender que estaban jugueteando como solían. En el momento en que vi que su mano pasó a rozar su entrepierna, supe que era mi momento. Me dirigí ahí y quité su mano para poder degustarla en paz, sus piernas me aprisionaron suavemente y sus dedos jugaban con mi pelo cuando no se apretaban alguna teta.

Continuaba fascinándome con lo diferente que sabían cada vagina. No quisiera complicarme con cuál era mi favorita, porque en verdad, no sabría decidirme. Sus jugos brotaban poco a poco, en un hilo río delgado, pero sin parar. Las pocas veces que miré hacia arriba, sólo vi el celular y sus dedos tecleando, por lo que me dediqué a mi tarea ciegamente.

—¡Uf! Así… —ronroneó—. Así, así, ¡ASÍ!

La presión en mis orejas era la señal para detenerme, una vez que sus piernas me liberaron, mis dedos entraron, arteros, tomándola por sorpresa.

—¡No! ¡Espera! —gimió, sorprendida.

No hice caso, me abalancé hacia ella y en cuestión de instantes, le tapé la boca mientras mi otra mano seguía trabajando debajo. Sus ojos se ponían en blanco, sus manos se aferraron a mi brazo, encajándome sus uñas y aquellos pequeños temblores bajo sus caderas no impidieron que mis dedos continuaran castigando esa zona a la entrada de su cuevita. Debajo de mi palma sobre su boca, un grito fue ahogado, sus ojos lagrimaron y mi mano se sintió inundada.

En ocasiones, mi hermanita sacaba más de lo habitual, pero apenas era un chisguete, esta vez, la mancha transparente se extendió más allá de sus rodillas, había tenido un squirt de película, justo como lo había hecho Tere.

Verla después de venirse siempre era un poema, digna de un cuadro… quizás, una foto. Ella había soltado el celular, todavía estaba con el chat abierto, ella había mandado fotos y un clip corto de mí comiéndole la raja. ¿Para qué salirme, entonces? La cámara capturó en foto y video de pies a cabeza cómo Raquel estaba resoplando tras dejar sacar un chorrito de su interior.

Santo cielo ustedes van a volverme loca!!! 💦
Mira

Tere mandó una foto, estaba sentada en alguna zona con mesas en un centro comercial, pero bajo la mesa, su mano se colaba por debajo de sus leggins. Estaba masturbándose en público mientras conversaba con mi hermana. Me puse a ver la conversación y era lo mismo de siempre, una se la dedicaba a provocar a la otra, se decían cosas que, de no saber el contexto, hubiera creído que estaban peleándose de verdad. Era un juego extraño el que tenían esas dos entre ellas, la foto y el clip evitaron que mi amigo bajara la guardia.

—¡Eres un bruto! —Ella se había sentado y miró el desastre que yacía sobre sus sábanas—. ¡Mira! Hiciste que me meara.

—No te preocupes, lo limpio yo.

Hice ademán de volver a mi posición anterior y ella chilló espantada al tiempo en que juntaba sus rodillas y se recorría lejos de mi lengua.

—¡Ay no! —rio— Dame un break, por fa. Tú ni siquiera te has venido.

—Dijiste que no me la debía jalar.

Tomé mi verga por la base y comencé a agitarla frente a ella, unas gotas de líquido preseminal ya habían empezado a escurrirme.  Sabía que ella era incapaz de resistirse. Esa “perra en celo” que vivía en su interior no podía dejar pasar la oportunidad de sacarme la leche.

—Te dije que mientras yo no estuviera.

—Ah, bueno.

Comencé a pasar mi mano lentamente por el tallo, no sólo para tentarla, sino porque, como había estado aguantándome las ganas de correrme más de una ocasión durante el día, estaba a punto. Mi garrote estaba durísimo, casi rojo y con las venas bien marcadas, iba a hacer que durara al menos en lugar de acabar en ese mismo momento. De rodillas, fui avanzando hacia ella, mi glande rozó sus piernas aún juntas y pronto, estaba a escasos centímetros de su boca. Yo estaba ya jadeando, mi cadera luchaba contra el impulso de empezar a arremeter contra ese espacio entre sus rodillas para forzar esos labios entreabiertos a abrirse. Todo ese rato, sus ojos parecían pegados a mi riata y mientras mi mano seguía acariciándola, su lengua comenzó a repasar esa boquita preciosa.

Estuve un rato así hasta que de pronto, ella me la tomó del tallo y finalmente, empezó a comérsela con una hambre intensa. Se la enterraba hasta el fondo y empezó a hacer ruidos cada que se la volvía a meter, controlando sus reflejos y salivando a más no poder. Aún le faltaba mucho para alcanzar la soltura con lo que lo había hecho Tere, pero no dejaba de prenderme que luchara por comérsela toda.

—Avísame cuando vayas a acabar —dijo cuando tomó un descanso y repasaba mis huevos con la lengua—. Quiero que me llenes la cara.

La tomé del cuello y volví a forzar mi miembro lentamente hasta llegar a un tope, la mantuve un rato hasta que ella manoteó para respirar. Retrocedí también despacio, ella tosió un poco, recuperó el aliento, me miró fijamente con esos ojos llorosos y de inmediato recuperó su postura anterior, era mi señal para repetir. Cada vez, creí que lograba llegar más profundo, aunque seguro era por apenas milímetros y ella fue logrando controlar sus espasmos. Intenté hacerlo con más ritmo, pero definitivamente tendríamos que practicar más para lograrlo.

En uno de sus descansos para respirar, decidí que si iba a pintarle la cara, iba a terminar con mi propia mano. El primer chorro alcanzó a cubrir desde su labio superior hasta donde se le formaba el fleco, el segundo le cayó sobre el párpado cerrado y la mejilla, su boca seguía abierta y aquella expresión se ha quedado grabada en mi mente hasta la fecha. Se le estaba formando una sonrisa y cuando creía que había terminado, otro par de chorros surcaron sus labios y nariz, mi mala puntería había hecho que apenas unas gotas cayeran en su lengua.

—¡Es mucho! —se burló, asombrada— ¿Qué te pasa?

En efecto, era más de lo que acostumbraba a salirme, parecía que haber estado al borde de venirme ese par de veces en el día habían dado frutos. Ella estaba recogiendo con sus dedos aquél blanco que ahora la cubría y lo iba depositando sobre su boca, le acerqué una prenda sucia para terminar de limpiarle y que pudiera abrir los ojos de nuevo. Los abrió y de inmediato se fijó en el umbral de la puerta, estaba totalmente abierta. No estaba así cuando entramos pero no se me cruzó por la mente lo que habría pasado.

—Mamá llegó —dijo una vez terminó de tragar—. Se quedó viendo en silencio cómo me cogías por la boca. Parece que no se animó a unirse.

Oír aquello habría hecho que me muriera del susto. Antes, se me hubiera hecho un hueco en el estómago y me habría incomodado de pensar en mamá excitándose por vernos teniendo sexo; en cambio, mi macana pegó un brinco y comenzó a erguirse nuevamente. Raquel sonrió conmigo y aunque pensé en ir los dos a buscar a mamá a su cuarto, convenimos en interpretar una sinfonía de gemidos y gritos que la inspiraran a unirse por su propia voluntad.

Eso no pasó ni aquella tarde, ni la siguiente, razón por la cual nos vimos en la necesidad de recibirla con una estampa de felación protagonizada por su hija menor en medio de la sala.

—Hola, mamá —la saludé mientras Raquel seguía practicando su garganta profunda, no había logrado muchos avances—. ¿Cómo te fue?

—Hola, hijo —respondió con naturalidad mientras se quitaba el abrigo para colgarlo en el perchero del vestíbulo —. Bien, gracias. ¿Y a ti?

—Bien, bien.

—Puedo verlo.

Sonrió con picardía mientras se asomaba para ver a los ojos a su hija, la cual sonrió con mi verga en la boca y aceleró su sube-y-baja . Extendí mi mano para invitarla a acercarse, pero ella cerró los puños y su sonrisa se tornó nerviosa.

—Ya me dijo Tere que va a venir el sábado —hizo una pausa, la cual fue amenizada con los ruidos guturales de mi hermanita—. No sé qué planean que pase, pero no va a pasar.

—Eso dices ahora, mami… —dijo la menor de sus hijas mientras me estimulaba con la mano hasta que su cara volvió a cubrirse de líneas blancas.

—Están turulatos, ustedes y esa mujer.

Podía decirnos todo lo que quisiera, pero la comisura de esos labios gruesos se elevó ligeramente, no pudo disimular su sonrisa… ni lo que su mano estaba haciendo bajo la tela de su falda. Mientras veía a su hija recoger con sus dedos lo que encontrara de mi venida y llevárselos a la boca, permaneció de pie y estimulándose bajo el amparo de su prenda. La invité a acercarse para que viera mejor, pero ella insistió en no abandonar su posición. Eso sí, entre jadeos.

Aguantó ahí, de pie con las piernas separadas y acariciándose bajo la falda y su blusa mientras Raquel se montaba a mi regazo y me hizo acabar a sentones. Mi hermanita no paró en describirle a mami con lujo de detalles lo rico que se sentía tener dentro la pichula de su hermanito. Si lo del teatro no funcionaba, estoy seguro de que habría podido volverse una estrella porno sin problemas. Bajó a limpiarme la tranca con su lengua una vez más y en cuanto terminó de hacerlo, fue que por fin mamá se acercó a ella.

Recogió un poco de mi corrida que le había quedado en un mechón de cabello a su hija y por un momento, pensamos que se lo estaba llevando a la boca. Pero nos finteó y se limpió en su blusa blanca, ya arrugada de tanto jugar con sus tetas. La pieza de dominó aún no caía, pero ya estaba a nada de lograrlo.


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