Mis sobrinos (Parte 2)

 

Los labios de Adrián presionaban contra los de mi coño, su lengua se asomó y mi ser volvió a recibirla después de nuestro encuentro en aquél hotel. Se abrió paso para que luego se le unieran esos dedos largos y delgados. Una vez se instalaron y como ya habían aprendido, pasaron a saludar por dentro mi clítoris, el cual también fue atendido por fuera por aquella boca voraz que sabía lamer, succionar y pellizcar como se debe. Más le valía recordar cómo me gustaba que lo hiciera y al sentir una par de dedos más explorándome por atrás, me dejó en claro que sí había aprendido bien.

Nuevamente dejé que mi placer buscara escape por mi garganta y puedo apostar que las vibraciones que Jorge captó con su miembro no pasaron desapercibidas. Él sabía todo lo que quería experimentar esa noche, pero tener a su alcance una boquita que pudiera follarse como la mía le hizo entrar en piloto automático. La llegó a introducir completa y dejarla dentro por lapsos breves, cosa que me hacía tomar bocanadas hondas cada que podía volver a respirar antes de que repitiera. Las descargas eléctricas que manaban de mi coño hacían que mis poros se erizaran cada tanto.

—¡Joder, joder, joder!

La sacó por última vez y con su mano terminó por correrse en mi cara. Mi rostro era un lienzo y esa leche espesa, la pintura que dibujó con chorros puntuales mis ojos, nariz y boca. Era una especie de alivio poder respirar con soltura (aunque fuera por la boca ya que un poco de lefa me estaba entrando por una de las fosas). Aunque el alivio duró poco, mi culo empezó a ser castigado con total lujo de violencia por esos dedos que presionaban contra las paredes de mi ano al acercarse a la entrada y que con las yemas parecían querer raspar algo que no iban a encontrar jamás allí.

Como ya he dicho, soy una apasionada del sexo anal, por lo que mi culo siempre está limpio y preparado para la ocasión y mucho más ese día. Ninguna mala sorpresa iba a arruinar aquél momento, aunque viendo cómo ambos jadeaban como perros sobre mí me pregunto si hubieran tenido los cojones de detenerse si algo los sorprendiera.

A pesar de mis expectativas mi culito no estaba preparado para semejante despliegue de brusquedad. No era doloroso pero sí era muy intenso, tanto que mi cadera empezó a sucumbir a pequeñas convulsiones. Aquello era una delicia. Ya había tenido sexo rudo un par de veces allá atrás con mis novios en el pasado, pero este iba a ser mi primer trío y la experiencia estaba superando con creces mis expectativas.

Y justo cuando creí que iba a correrme por andar siendo comida mientras mi ano era estimulado de semejante forma, un par de manos se recargaron sobre mi vientre.

—¡Ah! ¡Ah, sí! ¡ASÍ, ASÍ!

¿Esa era acaso mi voz? Sonaba como un animal en celo, una bestia encadenada, una perra en todo el sentido de la palabra. Jorge estaba presionando bajo mi ombligo con la parte baja de sus palmas y estoy segura de que no apoyó todo su peso o mi estómago habría devuelto lo que habíamos merendado esa tarde. ¡Dios! Me corrí toda, todita. Adrián tuvo que apartar la cara un rato mientras yo gritaba para acompañar los espasmos que iban encadenando un segundo orgasmo, sus dedos no dejaron de actuar dentro de mi coño y mi culo. Estaba muriéndome de placer.

Creí ver estrellas cuando cerré los ojos, sus voces dejaron de escucharse con claridad y mi pecho luchaba por contener el corazón mientras se hinchaba y desinflaba con cada jadeo que me salía. La brisa cálida que salía de cada exhalación de Adrián a escasa distancia de mis muslos era la causa de mis escalofríos. Afortunadamente, sus dedos ya me habían dado tregua y ahora me encontraba de nuevo al borde de caer consciente.

Una mano se deslizó bajo mi espalda y me ayudó a levantarme para quedar sentada. Jorge no era muy expresivo en su cara pero aquellos ojos marrones estaban examinándome. Estaban queriendo comprobar que yo estuviera bien y que no se había excedido con su polla en mi boca o sus manos en mi barriga. Estaba genuinamente preocupado así que no tuve más remedio que sonreírle con mi rostro aún manchado y surcos de lágrimas todavía húmedos en mis mejillas. Sus labios apenas se movieron pero aquella muy ligera curvatura era una sonrisa, todo su rostro se suavizó.

Por otro lado, Adrián no pudo acercarse a mí sin que su mástil impactara contra mis costillas y me provocara un brinco involuntario por las cosquillas. Sus ojos verdes no parecían estar preocupados por mi bienestar sino que se veían ansiosos, desesperados, suplicantes… estaban buscando algo más de mí.

—Muy bien campeón —me dirigí a él mientras apenas podía acariciar su mejilla—. Ahora te toca a ti.

Ni de coña estaba recuperada para abalanzarme sobre ese arpón como hubiese querido yo, vamos, ni siquiera para usar mis piernas correctamente, así que me tumbé boca abajo y como pude me apoyé en mis rodillas y mis codos. El muy cabrón me sujetó de la cadera y terminó de acomodarme las rodillas, estaba desesperado en verdad y volvió a posicionar ese serrucho donde había estado. Él lo sabía perfectamente, lo sabía porque me encargué de dejárselo muy en claro aquella vez en el hotel; la única forma en que esa polla volvería a entrar en mí sería allí donde sus dedos no se animaron a entrar aquella ocasión y que esta noche me habían ayudado a llegar al cielo.

Jorge se anticipó a lo que estábamos a punto de hacer y le acercó un tubito a su hermano mientras que a mí me acercó un pañuelo desechable para lidiar con el desastre de mi cara. Sentí de nuevo un dedo entrando de nuevo a mi ano, pero esta vez no estaba cubierto con mis fluidos o saliva. El lubricante estaba frío, había olvidado calentarlo como hacía con el protector solar, estaba impaciente. Uno dedo más se le unió. Sus ansias continuaron haciéndose patentes en la avidez con la que repasaba las paredes de mi entrada y yo, encantada por supuesto. Mis dedos se contraían en mis palmas y plantas del pie mientras no podía evitar contonear mi culo anticipando lo que iba a ocurrir.

Finalmente, aquél par se separó de mí y de inmediato y sentí la punta de su polla. Bien lubricada, se abrió paso a través de mí. Había dilatado lo suficiente para que entrara sin problemas. Había olvidado lo profundo que sería capaz de llegar, con lo que cada milímetro que seguía avanzando me sorprendía aún más. Llegó a donde pocas veces alcanzaban otros chicos y hasta yo misma con mi consolador… y continuó avanzando. Mis piernas volvieron a temblar pero para entonces ya podía apoyarme mejor sobre mis rodillas y manos. Mi espalda estaba arqueada, para facilitarle mientras él seguía empujando, reacomodando mis otros adentros hasta que, por fin, la tuve completamente dentro de mí.

Esa sensación era de por sí embriagante, mis uñas se clavaron entre las sábanas. Sus manos soltaron mi culo y se posaron en mis pechos para estrujarlos con deseo puro, queriéndomelos reventar quizás. Sentí una punción extraña en mi entrepierna con cada vez que él me apretaba con fuerza y eso hizo que me incorporara apoyada en el soporte de sus brazos como si se tratara de un arnés. Era como si yo estuviera a su merced, me estaba entregando por completo a lo que quisiera hacer conmigo.

“Quisieran”… a lo que ellos dos quisieran hacer conmigo.

Jorge apareció por el rabillo de mi ojo. Su andar lento era amenazante, depredador. Esa mirada feroz volvió a posarse en mí, su presa y sentí otra punción en mi vientre, una especie de vacío que quería saciar. Su mano, más ancha y algo rasposa comparada con las que se recreaban con mis tetas, se acomodó justo en mi bajo abdomen en esa zona entre mi obligo y mi pubis. Una parte de mí fantaseaba con que volviera a subir, pero se dirigió hacia abajo, irrumpiendo entre mis piernas, sin pedir permiso y sin importarle en lo más mínimo lo que yo pudiera opinar. Y eso fue aún más excitante.

Un dedo entró. No, invadió. Con esa seguridad de quien se sabe capaz de hacer lo que se le plazca, entró el primero y luego, otro y luego, un tercero también hizo su lucha. No era para complacerme sino para explorar y tantear el terreno. Después de todo él y yo nunca lo habíamos hecho. Él fue acercándose, nuestros rostros quedaron a escasos centímetros, la menta de su aliento me llegó cada que exhalaba. Se sentó y fue recostándose, deslizándose debajo de mí y yo avancé un poco para que nuestras pelvis se alinearan.

Aquello hizo que la polla de Adrián se saliera un poco, no del todo. Volvió a acercarse, apoyando las manos en mi culo conforme volvía a metérmela hasta el fondo. ¡Dios! ¡Qué sensación! Esos últimos centímetros… mis entrañas aún no se acostumbraban y volvieron a hacerle espacio hasta que su pubis chocó con mis nalgas. Aquello me arrancó un gruñido rico y al fin sonreí a la cara que tenía debajo. Como mis tetas habían quedado libres, la mano libre de Jorge fue a reclamarlas como suyas. Sus palmas eran algo ásperas y mis pezones se endurecieron aún más cuando ese par de dedos los pellizcaron. Apretaba con fuerza y se recreaba jugando con mis tetas, meciéndolas de un lado al otro. Éstas apenas y se desbordaban entre sus dedos, pero las estrujaba a su antojo, como si fueran juguetes antiestrés, también les propinó un par de bofetadas, cosa que me hizo chillar como cuando era cría.

De pronto, mi cuello fue rodeado. Unas falanges más delgadas acariciaban y se cernían poco a poco. Pude a tomar una bocanada de aire antes de que la presión me hiciera retroceder la cabeza hasta donde pudiera y mientras lo hacía, aquella masa de carne dentro de mi culo también lo hizo. No la sacó por completo, no hacía falta. Mis nalgas se tensaban y mis muslos temblaban con cada milímetro que mi ojete dejaba salir, bueno, por eso y por las nalgadas que ocasionalmente me propinaba el chico de ojos verdes.

Los pequeños espasmos hacían que Adrián se detuviera de vez en cuando por la fuerza con la que lo apretaba, hasta que nos fuimos acostumbrando el uno al otro. Y su mano en mi cuello jugueteaba a no dejarme pasar saliva y me obligaba a ver el techo en busca de aire.

La mano en mi pecho recibió a una aliada, era su par, la cual estaba mojada después de horadar en mi coño. Mis pechos seguro estaban rojos de tanto que Jorge les magullaba. Y ahí, con cada lenta embestida que mi culo recibía, mi cadera fue bajando, buscando lo que nos hacía falta para estar completos. Sentí su glande ardiente, mi vulva se acercó a él como si le besara y la adrenalina me hizo brincar un poquito. La mano en mi culo me empujó para seguir descendiendo, entre esos dos había una comunicación que era incapaz de ver por la presión en mi garganta. Y así fue que ese pollón debajo fue abriéndose camino dentro de mi coño.

Yo apenas podía resoplar, cada intento de gemir era inútil, sólo jadeaba con esa palma que subía hacia mi mandíbula. Un par de manotazos azotaron nuevamente mis pechos y así fue como Jorge terminó de meter lo que le faltaba en mi coño. Un grito ahogado fue lo único que salió de mis pulmones. Estaba nadando en las sensaciones más placenteras que hubiera podido imaginar, una tras otra. Esos dedos que trepaban hacia mi boca se introdujeron y lograron hacer que bajara la mirada, permitiéndome respirar un poco más. Vi abajo y Jorge estaba examinándome, tan pronto nuestras miradas se cruzaron, volvió a propiciarme otra estocada brusca, que incluso hizo a su hermano reacomodarse tras de mí.

Tuvimos que reacomodarnos, el porno hace parecer que esto es sencillo y de lo más natural, pero hizo falta un par de bombeos para que averiguáramos cómo turnar nuestros movimientos. Cada quién agarró su propio ritmo, incluso yo tenía que acomodarme para poder recibir mejor aquél par de pollas de ensueño. Cada una reclamaba su atención, era más rico acomodarme para que Jorge acariciara bien mi punto especial al entrar y volver a alinearme a la trayectoria de Adrián para que mis tripas fueran empujadas como se debía. Una vez que me acostumbré, no hubiera podido pedir más.

Bueno, quizás, sí. Un par de piernas nuevas.

Llegó un punto en que mis músculos empezaron a resentir aquella danza erótica, aquella búsqueda de más placer que me debilitaba poco a poco. Sin darme cuenta, las manos en mis pechos fueron convirtiéndose en mi mayor punto de apoyo, alternando entre mis tetas y mi tórax para evitar que siguiera inclinándome de más. La presión era distinta, necesaria, algo dolorosa, morbosa. Por su parte, las palmas que me castigaban en el culo fueron deslizándose lentamente a mi vientre y ahí empecé a volverme loca.

Su puño se acomodó de tal forma que los nudillos encararon bajo mi ombligo, era una suerte de maniobra Heimlich pero con otra finalidad. Hay algo, algo justo debajo de ese pocito que alguna vez me unió a mi madre, terminaciones nerviosas misteriosas que conectan el centro de mi abdomen con el centro de mi placer. Existe alguna clase de puerta trasera a mi clítoris, una cuyo interruptor se activa sólo al presionar mi barriga, es algo mágico en verdad. Una descarga de electricidad me recorre, una que no va simplemente en dirección a mi vagina, sino que me invade por completo, me eriza los vellos de la nuca hasta llegar a la coronilla mientras también me hace contraer los dedos de los pies. Aunado a ello, está el bulto que se me formaba al recibir por completo esa polla monstruosa, el cual él también podía sentir con sus nudillos. Sentí que la distancia entre su rabo y sus manos se reducía al grosor de mi piel y eso me ponía más y más. Es eso, simplemente mágico, no encuentro otra manera de describirlo.

Solté un gemido desde lo más profundo de mis adentros, la fuerza con la que estrujaron mis tetas me hizo mantenerme arqueada, estaba viniéndome mientras esas dos pollas seguían bombeando a su antojo. Mis piernas temblaban así que Jorge las sostuvo mientras seguía acelerando sus penetraciones. Adrián, por su lado, ralentizó sus embestidas pero fue haciéndolas completas y su glande topaba con la parte posterior de mi barriguita antes de amenazar con escapar por la entrada de mi ano.

Sus puños seguían presionando cada vez más mi bajo abdomen con cada milímetro que yo descendía sobre ellos. ¡Dios!, mi voz fue convirtiéndose en auténticos berridos y gritos casi demenciales como nunca había dado. Un segundo orgasmo se estaba volviendo a encadenar y aquello me estaba venciendo, estaba perdiendo otra vez mi batalla contra la gravedad y la correcta postura. Por si fuera poco, mis espasmos estaban convirtiéndose en verdaderas convulsiones. Mi cuerpo estaba en estado de alarma total, intentando decirme que no íbamos a poder aguantar mucho así.

El menor de los hermanos se detuvo totalmente, seguramente preocupado por mí; sin embargo, el mayor continuó arremetiendo sin tregua contra mi coño. Mi pobre y agonizante coñito, del cual seguramente no dejaban de brotar mis jugos, pues el ruido de cada estocada era más y más indecente. Era como oír chapoteos de alguien corriendo descalzo en un suelo mojado.

—¡JOD-DEEEEEEEEEEEER!

Fue lo único que pude decir, chillé mientras mi vista se nublaba una vez más y me dejé caer sobre ese hombre fornido que tenía debajo. Las manos en mi vientre evitaron que cayera del todo y mientras todo esto ocurría, la polla en mi coño liberó su contenido. Su corrida se sentía tibia en comparación a nuestros sexos ardiendo, pero siguió siendo placentera. Esta vez no usamos condones, no eran necesarios. Los astros se habían alineado y al saber que era un día seguro para mí le hice saber que no habría látex de por medio aquella noche, ¡menuda suerte la de ese cabrón! Bien dicen que la leche tibia es buena para relajarse antes de dormir, aunque yo no planeaba dormir todavía.

Las manos de Adrián me ayudaron a terminar de caer con suavidad sobre el pecho de Jorge, quien seguía jadeando. Me acogió en su regazo y el calor de nuestros cuerpos era lo que necesitaba para tranquilizarme. Seguía teniendo pequeños espasmos con ambas vergas dentro de mí, aunque una de ellas había empezado a ponerse blanda. Finalmente Adrián salió de mí, lo cual me hizo estremecer de nuevo. Estaba tan sensible… creí que iba a desmayarme.

El pecho de Jorge se inflaba y desinflaba lentamente y, poco a poco, mis pulmones lo imitaron. Me giré para quedar boca arriba y me encontré con esos ojos verdes. Le extendí la mano y nuestros dedos se entrelazaron, sentí que me volvía a faltar el aliento… pero a él le faltaba algo más. Bajé la mirada y su polla estaba aún erguida, roja, palpitante, a punto de petar. Tiré de él, vino hacia mí y solté su mano en cuanto aquél falo estuvo a mi alcance, durísimo, caliente, pulsante. Bajé y palpé ese par de bolas. Quizás lo imaginé pero pensé que estarían hinchadas de tanto esperar para liberar sus soldaditos.

—Tú decides, campeón. —Abrí cuanto más pude la boca sacando la lengua mientras separaba las rodillas—. ¿Dónde quieres acabar?

Sus ojos brillaron repasando todo mi cuerpo y mientras lo veía analizando sus opciones. Dejé que mis manos resaltaran todas las opciones disponibles. ¿Sería en mis tetas? ¿Mi vientre, quizás? ¿Sería donde su hermano o acaso querría volver a revolverme los intestinos así de intensamente?

 

De pronto, lo peor que podría haber imaginado; oímos el motor de la camioneta acercándose. Estábamos a oscuras en mi cuarto y la única luz encendida era la de la sala. Jorge pegó el brinco y en un parpadeo estaba corriendo hacia su cuarto con los calzoncillos negros en la mano. Mi pobre Adrián se quedó pasmado. Tuve que tumbarlo al colchón boca abajo mientras me escabullía al nivel del suelo para recoger las sábanas, el edredón, así como para cerrar de golpe la puerta.

—Escóndete y no digas nada, ¿entendido? —susurré.

Ni vi si me había escuchado pero nos cubrimos a ambos con las telas. Él estaba en mi espalda como cuando su hermano nos había descubierto, pero un poco más abajo para que ni uno solo de sus cabellos se asomara tras mi nuca. Creí que el corazón se me saldría del pecho y por eso acomodé sus manos para que me contuviera y por supuesto que no era lo único que palpitaba bajo las sábanas, ese pollón volvía a estar pegado a mi culo.

La puerta principal se abrió y Vero y Mario entraron charlando, se les oía animados. Las sombras de sus pies se acercaron a la puerta y ésta se entreabrió.

—Lau… —susurró— ¿Estás despierta?

—Apenas… —gruñí, fingiendo estar modorra.

Mis tetas fueron apretadas de nuevo y casi podía escuchar los pensamientos de mi sobrino: “¿qué estás haciendo?”. Me acomodé bajo las sábanas para cubrirme de la luz y bostecé.

—Apenas pude cerrar ojo y tuve que tomarme unas pastillas —murmuré, aunque lo suficientemente alto y claro para que ella me entendiera.

—Vale, vale. Preguntaba porque las luces quedaron encendidas, pero ya te dejo descansar. Hasta mañana.

La puerta se cerró en silencio mientras yo me acurrucaba y acomodaba mejor esa salchicha entre mis bollos. La feliz pareja se puso a charlar en la sala y por un momento creí que se quedarían. Por suerte las luces dejaron de colarse debajo de mi puerta y escuchamos los pasos cuando subieron las escaleras. Sólo hasta entonces una fuerte bocanada de aire fue exhalada a mis espaldas provocándome escalofríos.

Giré mi rostro y lo insté a despegar su cara de mi espalda para terminar de darme la vuelta. Apenas pude notar el verde de sus ojos cuando me miró, seguramente estaba al borde de un colapso nervioso, el pobre. Le sonreí antes de frotar mi nariz con la suya y besar su frente, le tomó un tiempo devolverme una tímida sonrisa.

Estábamos sudando los dos y mi mano resbalaba entre su pecho plano, bajando directamente a su polla. El susto le quitó un poco de rigidez, pero me imagino que estar entre mis nalgas la había mantenido en cierta forma. Comencé a jalársela lentamente, repasé su glande para recoger un poco de fluido preseminal y embarrárselo alrededor, como cuando él me ayudaba con el bloqueador solar.

Ambos sabíamos que tendríamos que mantener la voz baja, así que en lugar de gemir, se dedicó a jadear y resoplar como toro, cosa que me puso a mil de nuevo. El golpe de adrenalina estaba surtiendo efecto en ambos y para cuando volvió a acariciar mis pechos, mis pezones estaban como rocas. No aguanté más y le besé aquél cuello largo, ese que había heredado también de mami. Mis dientes se encajaron brevemente y de inmediato recobré la consciencia: no había que dejar evidencia de nada.

—¡Cuidado! Casi se me escapa un grito —me amonestó el jovencito en voz baja.

—Vamos a tener que hacer algo con esa boquita que no se quiere quedar callada —le respondí, clavando mi mirada en esos labios sonrosados.

Mi boca se unió a la suya, yo estaba que echaba chispas y dejé de pensar con el cerebro. Jamás nos habíamos besado, era algo que nunca le había permitido ni por accidente; no obstante, mi juicio pareció haber abandonado aquella habitación en cuanto Vero cerró la puerta. Era tierno, sus labios sabían qué hacer en el resto de mi cuerpo, pero no en mi boca. Mi lengua apenas rozó sus dientes antes de mordisquear suavemente primero su labio inferior y después, el superior.

No me deshice de las sábanas, las cuales volvieron a convertirse en un horno. El roce de la tela, sorpresivamente, me estaba poniendo muchísimo y era el recordatorio de que aquello estábamos haciendo debía hacerse a escondidas. Mi coño se atrajo como hierro al imán a su polla pero él me apartó.

—Quiero terminar de reventarte el culo.

Esas fueron sus palabras, esa voz era la de él… pero ya no sonaba al tierno e inocente Adrián.

¿Acaso algo más había poseído a mi querido sobrino? Ni lo sabía ni me importaba, ahora yo tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras volvía a darle la espalda. Pero fue él quien deslizó lentamente la tela que nos cubría y quien se hincó al borde inferior de la cama.

Me hice un poco del rogar sacudiendo un poco el culo, provocándolo. Su mano se hizo de mi tobillo y tiró, no lo hizo con la fuerza de su hermano pero me dejé llevar. Me giré para quedar boca abajo lista para alzar el culo… pero fue él quien me hizo quedar boca arriba de nuevo.

Sentí su glande presionar ligeramente mi ano una vez más, me quedé esperando. Quizás no lo hizo a posta pero jugó con mi paciencia y perdí, así que decidí ser yo la que se ensartaría de nuevo aquella polla. ¡Qué placer fue sentirla así! La curvatura ahora encaraba al lado opuesto y, ¡joder!  Sentí que se me estaba abriendo un nuevo mundo.

Esta vez pude ver con morbo cómo mi vientre se estaba abultando conforme él terminaba de entrar. Mi útero estaba siendo perturbado desde atrás y aquella cosa no hacía más que seguir avanzando mientras lo demás continuaba acomodándose para darle paso. ¡Qué polla, en verdad!

Tuve que llevarme una almohada a la cara porque por más que mordiera mis labios no confiaba en mi capacidad de guardar silencio por mucho. Y en efecto, tras un par de embestidas fue el relleno de esa almohada lo que amortiguó mis gemidos. Simplemente no podía evitarlo. Esa polla era todo lo que mi culito buscaba y hasta más. Comenzó con suavidad pero entendía que, después de tanto tiempo sin poder acabar, el ímpetu lo gobernara y fue sacudiéndome poco a poco. Mis tetas rebotaban, mis manos se aferraban a la almohada y no hallaba manera de contener mis gemidos.

—¡T…tía —susurró con brusquedad—, estoy por acabar!

Ni de coña iba a intentar responderle. Sólo lo rodeé con las piernas y le dejé en claro que quería que acabara dentro de mí, a lo que él me sujetó por la cintura y no paró de bombear. El primero de sus chorros me empezó a llenar por dentro. Instintivamente, mi mano a se fue a mi coño y comencé a meterme dedo como una posesa.

Una segunda descarga me hizo sentir que estaba queriendo rellenarme como si fuera un pavo en navidad, las arremetidas no paraban, así como tampoco hicieron mis dedos. Seguí sintiendo presión en mis adentros, el fluido tibio comenzaba a recorrer su polla conforme retrocedía y volvía a entrar, era mejor que aquél otro lubricante frío. Yo sólo me concentré, apreté uno de mis pechos y me concentré en seguir estimulando mi clítoris.

Entonces, otra vez lo sentí, las manos en mi cintura se fueron a mi vientre y comenzaron a presionar, estaban debajo de mi ombligo y tuve que agarrar la segunda almohada para que ese grito que me arrancó no lo oyera nadie fuera del cuarto.

No era el punto exacto, así que comenzó a hacer presión en otras regiones de mi abdomen hasta que lo encontró. Un grito ahogado apenas logró atravesar el relleno de esas dos almohadas mientras volvía a correrme con su polla aún dentro. Mis piernas se contrajeron, lo estrujaron y no le permitieron alejarse de mí hasta que ese mar de placer me dejara en paz. Cuando por fin quedó libre, fue él quien se desplomó sobre mí y fue directo a quitarme las almohadas de la cara. Estaba sonriendo como crío, como siempre. Sus labios encontraron los míos y al cerrar los ojos, aún tenía la imagen de sus preciosos ojos verdes y esa sonrisa angelical. De los dos, él es mi debilidad y espero que lo sepa.

Tras sacármela, pude sentir su corrida recorrer mi intestino y escaparse de entre mis nalgas mientras nos abrazábamos. Estuvimos así un rato, con nuestros dedos entrelazados y ganas de que aquella noche no acabara jamás.

Había perdido la cuenta de cuántas veces me había venido, pero aquella era apenas la primera vez de Adrián. Bajó y limpió con su lengua todo lo que hubiera que revisar entre mis piernas. Ya casi no sentía, me sentía entumecida y disfruté lo que su lengua hacía allá abajo. Le indiqué que se girara y así pude volver a probar el sabor de su polla. Fue más fácil en esa posición que la primera vez que me la llevé a la boca pero, claro, eso era porque no estaba completamente dura. Conforme volvió a tomar forma, tuve que detenerme un par de veces para no tener un ataque de tos que despertara a media cuadra.

Ambos paramos al mismo tiempo, la siguiente ronda nos esperaba y fui yo la que guio a su amigo (amigote) a mi vulva. Antes de introducírmela, quise molestarle y la froté entre mis labios hinchados y mojados, haciendo una suerte de perrito caliente. Le sostuve la mirada, sonriéndole con picardía, esperé pacientemente hasta que él tuvo suficiente. Tomó mis piernas y mis talones quedaron suspendidos tras sus orejas. Se acomodó y tras un par de estocadas, mi coño todavía no pudo recibirla por completo. No era como que pudiera hacer algo, estaba demasiado concentrada en cubrirme de nuevo con las almohadas o sería nuestro fin.

El morbo de que Vero o Mario nos escucharan me inundaba como una ola de calor, era distinto a la electricidad que me recorría la espalda con cada impacto de ese taladro dentro de mí. Por alguna razón, estaba apretando mucho o mi cuerpo no recordó como reacomodar mis intestinos para alojar ese pollón, no pudo entrar completa. Sentirlo sin látex de por medio era embriagante, cada embestida iba incrementando en intensidad y en velocidad. Una de mis piernas cayó a su lado y eso ayudó a que entrara un poquito más. Mis tetas rebotaban sin parar y yo estaba aprendiendo a controlar mi voz.

—¡Sigue así, cabrón! —gruñí en voz baja con mis ojos clavados en los suyos— ¡Fóllame como si fuera la última vez! ¡Fóllate a tu tía y córrete en su coño!

No pude decir más, apenas pude volver a colocarme la almohada antes de que se me escapara un gemido. Pero no le quité la mirada de encima. Él estaba cambiado, abrazando mi otra pierna que aún descansaba sobre su pecho, me veía como si quisiera devorarme y eso era todo lo que yo deseaba. Se detuvo de repente, entendí que no quería acabar tan pronto, así que me acerqué y le hice sentarse. Me arrodillé frente a él y acomodé ese rabo entre mis pechos. En ese momento, hubiera dado lo que fuera por tenerlas tan grandes como mi hermana, pero tampoco es que no pudiera apretar como se debía aquella polla. Le sonreí con su glande a escasos centímetros de mi boquita y empecé a subir y bajar.

Él me detuvo casi al instante. Su rostro me hizo ver que estaba tomando una decisión. Ni me molesté en preguntar, yo había tomado la mía. Un empujó de mi mano lo hizo recostarse y como aquella primera noche, él sería mi montura. ¿Quién de los dos estaba más caliente? Entró como un cuchillo caliente dentro de la mantequilla, mi coño lo recibió con ansias. Sentí que estaba más ancho, era delicioso. No era momento de ser suaves, él estaba al borde del clímax y yo moría de ansias por sentir de nuevo su leche caliente, ahora a escasos milímetros de mi útero.

Respingó finalmente, al mismo tiempo que su primer chorro me inundaba. En algún punto del segundo y del tercero, yo también me corría junto con él. ¡Al fin! Si nuestra primera vez en aquél hotel hubo fuegos artificiales, esto era como si fuera el puto año nuevo.

 

Esta vez era yo quien le abrazaba por la espalda. No quería soltarlo, habría dado lo que fuera por retenerlo junto a mí. Podía visualizarnos a ambos, acostados juntos hasta el amanecer, pero no en esa casa. Tuve que conformarme con un beso de buenas noches, uno húmedo y apasionado. Casi se olvidaba de recoger su ropa del suelo antes de volver al cuarto, esa noche dormí de maravilla.

Al día siguiente mamá y papá llegaron. Salimos a comer y Estela, la prometida de Jorge, nos acompañó también. El fin de semana transcurrió con tranquilidad y decidí que era mejor volver a casa antes de empezar a acostumbrarme a todo ello. Hice mis maletas el domingo y cuando dije que pediría taxi, los dos mozos se ofrecieron a llevarme a la estación de tren. Al final fue toda la familia y al estarme despidiendo de todos Vero quiso ser la última en hacerlo y, mientras nos dábamos el abrazo antes de subir al furgón, me susurró:

—Más les vale que esta haya sido la última vez.


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