El Hombre de la Casa 17: Instructora



Había llegado el sábado y tanto mamá como Raquel y yo estábamos ansiosos en la mañana, Julia sólo se limitó a comentar que le alegraba vernos de tan buen humor a todos y se fue a trabajar sin imaginar nada de lo que estábamos por hacer en su ausencia. Ni siquiera hablamos de que ese día iba a tener una nueva cita de masaje, por lo que ella se fue sin tener pista alguna.

Ya había tenido tiempo para acostumbrarse a verme desnudo y mi miembro ya había aprendido a mantenerse en paz cuando no era requerido por mi hermanita. Mandé mi foto en pelotas a nuestra querida invitada tan pronto me quedé solo, era la última que iba a tener que enviarle de manera religiosa, aunque ya estaba acostumbrándome a hacerlo.

Mensajes y fotos de ella y su vulva empapada me fueron llegando durante la mañana. Mientras tanto, preparé todo para la sesión de masaje. Una parte de mí esperaba que pasáramos directo a la acción sin preámbulos, sin embargo, algo me convenció de que la parte del masaje era parte del trato (y del pago). En esta ocasión, no puse seguro a la puerta de mi habitación, pero sí volví a asegurar las otras.

Ya habían pasado las 11 y supe qué diría el mensaje en cuanto recibí la notificación.

Ya voy para alla joven 🏃🏽‍♀️

Le indiqué que todo estaba listo, pero no recibí respuesta de su parte. En cuestión de minutos, escuché el motor de su auto estacionándose afuera de la casa. Sonó el timbre, yo ya estaba detrás de la puerta. Entreabrí para que nadie me viera y ella pudiera entrar, al ver mi desnudez, me escaneó de pies a cabeza con una sonrisa picante.

—¡Uf, papi! —dijo mientras daba vueltas a mi alrededor—. Prométeme que cuando tengas tu local, este seguirá siendo tu uniforme.

—Para clientas VIP, lo consideraré.

—¡Miau!

Me agarró la nalga con firmeza antes de pasar a la sala. Dejó su mochila y sacó lo necesario para subir a ducharse. Algo iba a ocurrir esa tarde, así que tomé sus cosas y las acomodé en la mesa del comedor, lejos de lo que se fuera a gestar en la sala.

Salió del baño, tapada con la toalla que le dejé y con una expresión bastante serena. Mi rifle estaba impaciente desde que había llegado y cuando estuvimos cerca, ella sólo me sonrió en silencio y se acomodó sobre la mesa. No dijo nada y yo, tampoco. Esperaba un huracán, faje y arrumacos, pero ella estaba boca abajo, en posición para recibir el masaje. Me destanteó, pero no decidí empezar con la sesión.

Usé el aceite de eucalipto para aliviar la tensión que ese cuerpo escultural pudiera tener tras sus sesiones en el gimnasio, pero no iba a dejar que se relajara de más. Con más confianza y mejor conocimiento de mi clienta, avancé con seguridad por esa espalda tonificada y no vacilé en estrujar ese par de glúteos perfectos.

—¡Uy, sí! Dale duro, nene —gruñó sin levantar la cara del soporte de la mesa, soltando gemidos con total soltura ante el trato de mis manos—. ¡Ahí, ahí! ¡Uf! No tienes idea de lo bien que se siente.

Una vez que sentí la masa enorme de músculos debajo de la grasa de sus nalgas ablandarse como un trozo de carne marinada, me dirigí a sus muslos y nuevamente, su respuesta fue positiva. Enterraba la cara más y más, gemía con la boca cerrada y en ocasiones susurraba, evidentemente estaba conteniéndose de hacer algo más que interrumpiera nuestra sesión.

Mi amigo estaba palpitando y en ocasiones, rozaba sus pantorrillas y sus pies, pero ella no hacía ningún comentario al respecto. Una vez terminé con las piernas, me dirigí a su vulva. La mezcla entre aceites y sus fluidos aceleraba más y más mi pulso y el de ella. Un par de dedos comenzaron a explorar y ella separó poco a poco las piernas, hasta dejarlas suspendidas a ambos extremos de la mesa. Recorrí el contorno de esa boquita vertical y ella comenzó a bufar discretamente. El contraste entre el color canela de su piel y el rosa intenso del interior de esos labios está grabado a fuego en mis recuerdos.

Mi índice estaba siguiendo el cauce de los músculos alrededor y mi pulgar recorría descaradamente el borde de esos labios hinchados y también consentía su clítoris, el cual ya estaba duro y se asomaba claramente al fondo de esa abertura. Sus manos estaban intranquilas, cerrándose en puños y abriéndose nuevamente, pero sin moverse de donde estaban. Yo estaba a un costado suyo y mi verga ya estaba acostumbrada al tacto de su pierna. Estaba esperando que en cualquier momento ella la tomara y el verdadero juego iniciara, pero todo apuntaba a que estaba aguantándose las ganas de repetir lo que habíamos hecho la otra vez.

Aquello me tenía a mil, pero quise averiguar cuál sería su límite. Mi otra mano introdujo dos dedos a su cueva y al fin su mano se movió para ahogar el grito y sus pierna opuesta a mí dio un brinco. Yo giraba la muñeca cada vez que entraba y salía, imitando el trabajo de un sacacorchos pero a la inversa y aquello en definitiva estaba dando resultados. Su otra mano comenzó a aferrarse al borde de la cama y se aferraba con ganas.

Me detuve y aquella pausa la aprovechó para tomar aire antes de indicarle que se colocara boca arriba con unas ligeras palmaditas en su culo. No quiso voltear a verme y fijó su mirada en el techo antes de optar por cerrar sus ojos, resoplaba con el brazo sobre su frente. Tuve que acomodárselo de nuevo a su costado y empecé a embarrar un poco de sus jugos sobre las mejillas, bajé por su cuello  y me seguí por los hombros. Mi verga flotaba a escasos centímetros de su frente, pero sus ojos permanecieron cerrados, incluso cuando mis huevos llegaron a aterrizar sobre ella, tras lo cual ella sólo comenzó a morderse el labio inferior.

Yo me sentía al borde, así que cuidé más que mi macana palpitante no rozara tanto con su cuerpo aceitoso. Claro que esta vez iba a darle más atención a ese par de montecitos que apenas sobresalían de su pecho, sus pezones morenos estaban durísimos y mis yemas no tuvieron piedad. Sus gemidos habían comenzado a ser acompañados de leves gritos con cada vez que volvía a pellizcarlos mientras mi otra mano se encargaba de seguir con el masaje en su abdomen marcado y bajaba a su pubis. Me cambié de lado y repetí la tarea en su otro costado. Deliberadamente repasé cada milímetro de su cuerpo alrededor de su vulva, la cual ya estaba derramando su contenido como si de miel se tratase.

Me dediqué a ablandar sus pies un buen rato porque me di cuenta de lo inquietas que se volvían sus rodillas cada que presionaba sus plantas. No desarrollé un fetiche por los pies, pero puedo comprender a quienes los adoran, es increíble lo erótico que resulta manipularlos a tu antojo y las reaccione que la otra persona pueda tener.

—¡Me vas a volver loca! —gritó antes de volver a morderse el labio.

Yo guardé silencio, pero entendí que debía pasarme a la parte final del masaje. Sus brazos se ablandaron rápidamente y sus manos se quedaron suspendidas un rato después de soltarlas. Me coloqué de vuelta frente a su cara y esperé pacientemente a que abriera de nuevo los ojos.

—¡Oh, guau! —dijo con mi verga a centímetros de su boca.

—¿Me faltó alguna zona, madame?

—¿Ya acabaste?

—Eso parece.

—¡Oh, nene! —dijo posando su mirada en mí por primera vez desde que iniciamos, haciendo que mi amigo pegara un brinco—. Yo creo que apenas vamos a iniciar.

Le dio un beso al tallo antes de levantarse para quedar apoyada con los brazos detrás y las rodillas flexionadas.

—Quise hacer todo el tiempo posible antes de que lleguen Raqui y mami —dijo mientras jugueteaba con sus pies—, pero tú estás ya al borde y no puedo permitir que te vengas o Raqui nunca me lo va a perdonar.

Abrió de par en par sus piernas y separó sus labios con los dedos.

—El aceite me está dando comezón. ¿Y si me ayudas a limpiarlo en lo que llegan?

Al buen entendedor…

Habiendo entendido todo y que lo que estaba haciendo era para que no me viniera antes de que llegara mi hermana, decidí cobrármela. Le di tantas vueltas al interior de esa almeja con mi lengua y mis dedos que cuando la sentí llegar al clímax, no la dejé en paz y aunque ella luchó por alejar mis manos de su entrepierna, su segundo orgasmo llegó al poco rato y no pudo hacer nada más que quedarse tumbada. Me acerqué a su cara y le acerqué la los dedos a la boca, los chupó y una vez limpios, le acerqué su toalla.

—El aceite se está secando, mejor límpiatelo antes de que te moleste.

—Vas a tener que cargarme —dijo extendiéndome los brazos—, porque mis piernitas están fuera de servicio para subir y bajar escaleras.

Sus pezones duros rascaron mi espalda al acomodarse al cargarla y subimos las escaleras, me encajó las uñas en la nalga al bajarse y entró a la regadera. La esperé en la puerta que ni se molestó en cerrar y cuando se terminó de secar con la toalla, me puse en posición para que volviera a subir a mi lomo.

—Nene, me haces sentir como si tuviera servidumbre —dijo mientras volvía a montarse sobre mi lomo.

—Tú insistes en pagar, así que eso soy.

—Es algo mío. Piensa en algo así como si fuera un fetiche.

Sonreí al escuchar esas palabras, era mil veces mejor verlo como un fetiche o fantasía. Ella se sentó en el sofá mientras yo recogía la mesa y las lociones, se dedicó a molestarme rozando sus pies en mis piernas o culo cuando estaba a su alcance y su mirada felina no se despegó de mí en ningún momento. Terminé por sentarme al extremo opuesto del sillón largo y su pie alcanzó a acariciar la base de mi chile, logrando levantarlo justo a tiempo cuando la puerta se abrió.

—Así que esta es la zorra con la que te mensajeas —declamaba Raquel con voz dramática, eso sí, después de cerrar la puerta a sus espaldas.

Ambos le sonreímos desde la sala y ella caminó lentamente en nuestra dirección, contoneándose como una leona y mirándonos sin bajar el mentón. Le di unas palmadas al descansabrazos a mi lado para que se sentara, pero ella movió los pies de Tere y se acomodó mi mástil entre sus muslos, quedando oculto bajo su falda.

—Imagino que llevan un rato divirtiéndose —dijo, sosteniendo su acto de villana de telenovela.

—¡Ay, querida! —le siguió el juego la morena—. Si es por ti que no hemos podido hacer nada, el pobre de tu hermano lleva horas aguantándose las ganas de llenarme de lechita como la otra vez.

Mi garrote reaccionó a sus palabras y las piernas de Raquel temblaron un poco, el calor de su entrepierna empezó a hacerse patente.

—¿Ah, sí? —preguntó sin quitar la mirada de Tere.

—No podía dejar que rompiera las reglas y se viniera sin estar tú en casa.

Mi hermana se levantó y vio detenidamente aquello en lo que se había sentado, como si pudiera determinar con sólo mirar si las palabras de la otra eran ciertas. Se abalanzó y comenzó a lamer con voracidad.

Como si estuviera viendo una especie de documental de vida salvaje sin narrador, vi cómo la morena se acercaba sigilosamente, los ojos le brillaban y su sonrisa iba de oreja a oreja. Estaba a escasos centímetros de aquella criatura que comía ávidamente mientras poco a poco iba deshaciéndose de sus prendas sin siquiera reparar en su acercamiento. Paciente, sentada sobre sus piernas como hacen en Asia, esperó alguna indicación por parte de mi hermana antes de hacer algún movimiento y meterse en problemas.

Sin embargo, desde su llegada, empezó la dinámica de dominancia. Raquel no quiso voltearnos a ver hasta que le hice saber que iba a correrme, a lo cual ella se metió aún más al fondo mi verga y logró hacer que me viniera dentro de ella. Con tanto tiempo estando al borde, aquella corrida fue intensa, tanto que le ganaron las ganas de toser y parte de mi carga se escurrió de sus labios mientras ella recobraba el aliento. Sentí haber depositado mucho directamente en su garganta, pero un par de chorros más le cayeron en la boca y al suelo.

—¡Es mucho! —exclamó con asombro mientras recogía con el dedo lo que podía de su cara.

—Eso pasa por tenerlo aguantándose todo el día, tesoro —le respondió Tere, quien aprovechó para recoger un poco de lo que había caído al suelo, también con el dedo, y llevárselo a la boca—. Pobrecito, esa verga ha estado a punto desde que llegué.

Se miraron finalmente, casi podía ver las chispas saliéndole de los ojos a mi hermana, ante las que la morena casi retrocede, pero mantuvo su posición y le dedicó una sonrisa amistosa.

—Dijiste que no han hecho nada…

—Sólo el masaje, querida. No iba a ser quien lo hiciera incumplir su promesa contigo, de no venirse si tú no estás.

—¡Qué detalle! —dijo con sarcasmo, juro que si ellas fueran bestias, sus vellos estarían erizados.

—Yo sólo espero a contar con tu permiso para poder continuar con la otra parte del servicio.

Raquel se levantó, volteó a verme y su expresión era seria. No me había esperado semejante tensión, después de todo lo que habíamos estado esperando por esta ocasión, temí que estuviera por retractarse en cualquier momento. Más pronto que tarde, se dirigió al sofá chico y se sentó con las piernas abiertas.

—Pues ya qué —dijo con hastío, aunque logré ver que estaba fingiéndolo—. Supongo que quieres que te llene el culo.

—¡Ah, no! —dijo poniéndose de pie, encarándola de frente con las manos en la cintura y dándome la espalda—. Hoy toca comer como se debe.

De inmediato, se giró hacia mí y se arrodilló para ocupar la vacante que dejó mi hermanita. Mi chorizo estaba a medios chiles y recibió los primeros auxilios de esa otra boca, que hizo gala de su mayor experiencia desde el inicio. Con maestría y eficiencia, sus chupadas eran casi mecánicas y su lengua se encargó de recorrer todo lo que tenía al alcance y hasta me arrancó un par de gemidos.

Raquel me miraba con detenimiento, su rostro estaba inexpresivo, pero sus ojos brillaban con una llama de deseo innegable. Su pierna estaba apoyada en el descansabrazos y una mano suya se dirigió a aquella intersección bajo su pubis. Tere hacía ruidos obscenos cuando engullía mi verga hasta la base, pero a diferencia de nuestra espectadora, sin dificultades. No sé si aquello le dio envidia, pero sí la estaba prendiendo al grado de que se escuchaba cómo sus dedos resbalaban sobre sus rajita lubricada.

Una vez me la dejó lista para la carga, se irguió y me mostró su entrepierna, del cual ya había empezado a escurrir aquel vital líquido.

—Esta vez no hace falta cuidarnos, papi.

Pude escuchar un leve chapoteo de los dedos de Raquel entrando y saliendo de su agujerito mientras aquél culo enorme fue aterrizando en su objetivo. ¡Dios! Pude sentir cómo mi verga iba abriéndose paso, primero resbalando entre esos labios carnosos e hinchados hasta llegar a la entrada de ese nicho ardiente. Ahí comprobé lo distintas que podían una vagina de otra. Raquel era estrecha y perfecta para mí, pero el canal de Tere, aunque igual de estrecho, era mucho más suave y recibió toda mi carne con facilidad. Finalmente, terminó de tomar asiento y lazó un gruñido.

—¡Uy! ¡Sí! ¡Al fin! No sabes cuánto quería probarla, papi.

Eso fue lo que hizo falta para que Raquel rompiera al fin su silencio y empezó a gemir sin tapujos, su mano se movía frenéticamente de un lado a otro mientras la otra estrujaba con ansias uno de sus pechos mientras observaba a esa amazona morena disfrutar de la verga de su hermano.

—¡Yo sé que te morías de ganas por vernos, querida! Prende mucho, ¿no? Mira cómo me entra la esta verga que acabas de comerte —dijo mientras contoneaba las caderas—. ¡Uy! ¡Sí! ¡Así, así! Dale forma a mi conchita. ¡Dale forma con tu verga, papi!

Su pelvis hacía círculos y aunque le había entrado sin problemas, se tomó su tiempo antes de empezar a subir y bajar. Mi atención estaba con Raquel, su máscara se había desvanecido y estaba gimiendo con su viéndonos, con la vista clavada en donde nuestros cuerpos se unían y subiéndole la intensidad al trabajo manual entre sus piernas. Tere se comportaba como pez en el agua siendo observada, sus manos pasaron de apoyarse en las piernas a jugar con su cabello y sus pechos, asegurándose de darle a la chica frente a ella el mejor show.

A diferencia de la más joven y ruidosa, esta amazona gruñía y ronroneaba cada que la punta de mi miembro rozaba los lugares correctos. Presté atención y cuando ella se levantó para cambiar de posición, era mi oportunidad de aplicar lo aprendido. Ella se arrodilló sobre el asiento y apoyó las manos en el respaldo y giró para mantener contacto visual con Raquel. Entré hasta el fondo con una sola estocada y con aquello pude arrancarle un grito.

—¡Ay! —rugió lentamente—. ¡Cómo me gusta que me la metan duro!

Una segunda embestida vino después de casi sacarla por completo, luego una más y cada vez fui acelerando hasta agarrar buen ritmo. Su respiración se cortaba y era obvio que estaba queriendo mantener la compostura, pero yo sentía cómo apretaba cuando impactaba justo en donde tenía que hacerlo. Iba agachándose cada vez más y terminamos ocupando todo el sofá largo de frente a mi querida hermanita, quien estaba a nada de venirse seguramente.

Mi ventaja al haber eyaculado hacía poco era que estaba lejos de acabar y estaba comprometido a dar un buen show a ambas. Un par de nalgadas era lo que hacía falta para que empezaran a escapársele gemidos deliciosos que hicieron que se me erizara la piel. Recordé cuando estaba cogiéndole la boca la semana anterior y sabía que estábamos acercándonos a una explosión.

No fui el único en presentirlo, Raquel se levantó y se acercó lentamente a la cara agachada de Tere.

—¿Te gusta cómo te la está metiendo? —sonrió al oírla contener un gemido con los labios apretados—. ¿Sí? Porque no parece, estás muy calladita.

Sus adentros se estrecharon y se la encajé hasta el fondo, sintiendo cómo temblaba mientras mi hermana y yo nos sonreíamos con complicidad.

—¿Te falta mucho? —me preguntó y yo sólo le guiñé el ojo—. Quiero oírla gritar.

—Yo también —dije antes de pegarle una nalgada aún más fuerte.

Y eso fue todo. Fuerte y claro, su voz resonó por todo lo alto, fue agudo y largo. Raquel volvió a masturbarse ahí, de pie frente a esa melena corta que permaneció ocultándonos la cara de Tere. Las embestidas fuertes volvieron, una a una, eran recibidas con un gemido o un chillido. Creí volverme loco cuando mis caderas empezaron a actuar como si tuviera resortes o algo, impactaba con la misma intensidad pero los choques sonaba en sincronía con un segundero. Cada grito era un deleite, a veces agudos, a veces, guturales.

—¡SÍ! ¡SÍ! ¡DA-A-ME ASÍ! ¡UF! Voy a… voy… ¡AH! ¡SÍ!

Las piernas le temblaron como si convulsionara, mis huevos se empaparon de un chorro cálido y le di una última vez antes de que su cuerpo cediera ante su propio peso. Me incliné con ella para que mi verga no saliera por completo, quería seguir sintiendo esos espasmos que me apretaban mientras ella seguía viniéndose. Cuando al fin la saqué, una mano me alejó.

Mi hermanita se hincó frente a mí y se llevó mi rabo a la boca.

—Con que a esto sabe esa zorra —dijo para que ella la escuchara y siguió chupando.

Limpió todo mi mástil y lo sostuvo con firmeza, esperando a que la otra nos viera. Fue un buen rato el que estuvimos inmóviles, esperándola. Su cabeza giró y pudimos ver la mitad de su rostro cubierta por mechones ondulados, sólo nos sonrió.

—Están locos, los dos… —respingó— ¡Me encanta!

Orgullosa, mi hermanita se llevó de nuevo mi verga a la boca y exageraba su vaivén para que aquella mujer tendida no perdiera detalle de cómo desaparecía dentro de sus labios. Los ruidos de su garganta captaron la atención de esa loba moribunda y la hicieron levantarse, se acercó lentamente y se colocó detrás de la cachorrita que parecía tener problemas con su técnica.

—Abre bien grande —dijo con tono de maestra y agarró mientras agarraba su mandíbula—. Siente esto —pude sentir con mi miembro la presión de los dedos de una en la entrada de la garganta de la otra—. Suéltalo, relájalo. Como si fueras a agarrar mucho aire, pero no aspires nada.

No podía creerlo, fue como si las paredes alrededor de mi verga desaparecieran, sentí como si el grosor de ese túnel se hubiera duplicado como por arte de magia. Pero de nuevo se cerró y le provocó una tos que me hizo sacarla. Quitada de espanto por toda la saliva que le salía a Raquel, se agachó con ella y le recogió el cabello.

—Bien, bien. Todavía tienes reflejos pero lo hiciste muy bien, bonita.

—Sentí… —tosió—. Dejé de sentir su verga y luego… me dio hipo o algo así… pero ya no eran ganas de vomitar.

Sus ojos estaban llorosos, pero sonreía como si hubiera metido un gol de chilena en la final de un torneo. De inmediato se repuso y volvió a intentarlo, ya había aprendido a engullirla toda, pero esta vez fue capaz de ensanchar esa entrada que tantos problemas le daba. Volví a sacarla cuando las arcadas me empujaban hacia afuera, pero iba progresando poco a poco.

—Ve cerrando, como si quisieras hablar —de inmediato, su lengua me apresó y sentí cómo luchaba por no toser—. ¡Muy bien! Así controlas el reflejo. Ahora, dime ¿Puedes respirar?

Ella murmuró con mi riata todavía dentro, extrañada por la pregunta, como diciéndole “¿Estás bromeando?”. Entonces ella le dio una palmada para que la dejara tomar su lugar y se llevó mi miembro a la garganta. Esta vez, la que tarareó con la boca llena fue ella, diciéndole “¿Ves?”. Sentí el aire húmedo en mi vientre, saliéndole de nariz.

—¡No mames! —dijo mi hermana, incrédula.

Se hincó a su lado y la maestra dio espacio a la alumna, otra estampa surreal que quedó grabada en mi memoria para siempre. Un par de intentos más llenos de dificultades, otra demostración y consejos de la instructora y vuelta a la práctica. Si bien, no aprendió esa tarde a respirar con la boca llena, ni se dio cuenta de la facilidad con la que ahora podía metérsela hasta el fondo sin darle arcadas.

—¡Bueno! Y tú, ¿qué? —me dijo Raquel de repente—. ¿No te piensas venir otra vez o qué? Llevamos casi media hora practicando y nomás nada.

—Quién sabe, supongo que estoy acostumbrándome a esto de aguantar —contesté.

—Eso te pasa por andar haciendo edging —dijo la maestra—. Me hiciste venir y ni siquiera parece que estés batallando con todo esto.

—Pero bien dura que la tienes —dijo la alumna, llenándose de nuevo la boca y chupando con ganas.

Y la otra se acercó también para consentir mis huevos. Era increíble, aquellas dos bocas trabajando juntas en mi verga era un sueño hecho realidad. Siguiendo con la dinámica de aprendizaje, mi hermanita soltó mi macana para replicar lo que hacía Tere y ésta me hizo ver estrellas con tremenda mamada.

—Prepárate, ya está punto de acabar, ¿verdad, papi? —dijo la última palabra con un acento venezolano exagerado y mi verga empezó a dar señales de querer vaciarse.

Las dos se colocaron a ambos flancos de mi miembro, Tere continuó con la tarea usando sólo su mano y Raquel me sonreía, esperando con la lengua de fuera. En cuanto la morena también sonrió, supe que no podía pedir más. Un chorro grueso y espeso surcó el aire, apenas alcanzando la mejilla de mi hermanita, lo que la hizo agarrar mi rabo y apuntar el siguiente chorro directo a su boca. Ambas rieron, satisfechas con su labor mientras el dedo de Tere recogió lo que escurría de la mejilla de su pupila.

—¡Nene! Salió mucha —Se llevó el dedo a la boca—. ¡Uy! Está espesita.

—Eso significa que aún le queda mucha —dijo emocionada Raquel.

—¿Todavía tienes leche para mí? —preguntó Tere con voz de cachorro triste.

—Seguro se muere de ganas por metértela en la cola.

Raquel dijo aquello con tono de hastío. Sin embargo, sus ojos se pegaron a ese culo enorme que blandía su maestra, pude ver las ganas que tenía de verlo en acción y por su parte, Tere estaba lista para dar su siguiente demostración.

—¿Es en serio, papi? —me ronroneó mientras se acercaba a mí y me tumbó al sillón de un empujón—. ¿Tienes ganas de volver a romperme la colita con esa verga que tienes?

—¡Está obsesionado con meterla por detrás! —dijo mi hermana, exagerando—. Ya me pone de nervios cuando me quiere meter el dedo o la lengua a mí.

—Y me imagino que esa colita no está en el menú —dijo volteándola a ver de reojo.

—Todavía no se la gana —le respondió, juguetona.

—Con que sí…

Le dio de nuevo la espalda, dejándome sólo a mí esa sonrisa desdeñosa y la ceja arqueada en señal de suspicacia. Se inclinó hacia mí y aunque nuestros rostros recibieran las exhalaciones del otro, ni siquiera intentó acercar sus labios a los míos. Aquello era una provocación para Raquel quien de inmediato se colocó a un costado de ella para constatar, como si fuera un réferi en un cuadrilátero, de que no se cometiera alguna falta en el ring. Tere se rio al saberse vigilada y su mano se deslizó sobre mi miembro, izado todavía a media asta.

Con suavidad, se dedicó a reanimarlo. Sus yemas no presionaron de más e incluso se posaban sobre la punta sin provocarme alguna molestia por la sensibilidad. Aquella forma suya de resbalar su piel con la mía como si de seda se tratase es un talento que nadie más ha sabido replicar. Y como la mujer experimentada que era, supo dejarme listo para la acción en cuestión de instantes.

Raquel se había hincado encima del sofá, a mi lado. Esta vez no se iba a conformar con ver a la distancia de una primera fila y quería presenciar todo con detalle. La morena se lució para su público y aunque me dio la espalda fue para que el verdadero protagonista entrara a escena. Ese par de nalgas, redondas pero firmes gracias a la disciplina, hicieron contacto con mi garrote macizo y por un momento, éste desapareció entre esa masa de piel canela. Apenas estaba asomándose la cabeza de aquel valiente explorador de cuevas cuando se escuchó la puerta de la casa abrirse una vez más.

Los tres recibimos contentos a mamá, cuya cara estaba hecha un tomate pero nos regaló una sonrisa igual de sincera. Fue una mezcla interesante entre sus esfuerzos por actuar normal al saludarnos a todos de beso en la mejilla y de visible incomodidad por no saber qué hacer. Se quedó de pie detrás de donde estaba sentado en el sofá, todavía no soltaba su bolso y nosotros nos quedamos inmóviles, esperando.

Pasó un buen rato hasta que ella se dio cuenta y le salió una risita nerviosa.

—¡Ay, perdón! —balbuceó mamá—. Este… creo que… mejor me cambio.

—¿Te vas a cambiar? ¿Qué piensas ponerte, Sandra? —dijo su amiga.

—No… bueno. Yo… este…

—Desvístete aquí, mami —le indicó su hija.

Raquel hizo énfasis de nuevo en esa última palabra y la morena de inmediato se percató de aquel gesto, sus glúteos firmes se restregaron mejor aquella verga erguida entre ellos mientras volteaba a ver la reacción de su amiga. Mamá se ruborizó y sus dedos empezaron a ponerse inquietos en la asa de su bolso. Nuestro silencio estaba ahí para hacerle ver que no había motivos para sentirse nerviosa, todos ya conocíamos los secretos que se ocultaban debajo de su atuendo y, tras otro par de minutos, fue la cuarta persona sin ropa en la sala.

Todo el rato, mi miembro palpitaba entre ese par de bollos color canela y de vez en cuando, Tere hacía movimientos lentos para mantenerme duro mientras esperábamos a que mamá cumpliera con la norma de etiqueta para la ocasión.

—Ven, mami. Siéntate al otro lado de Luís —dijo mi hermana con auténtico entusiasmo—. Tere se la va a meter por atrás.

Nuestra madre tomó aire y frunció los labios mientras ocupaba su asiento, la mueca que intentaba ser una sonrisa dejaba en evidencia que aquello no la tenía tranquila. Supuse que aquello podría ser quizás algo vulgar o sucio para ella, definitivamente no te esperas que una madre esté contenta de ver a su hijo teniendo sexo anal con su amiga. Pero, bueno, supongo que nada de esto era remotamente algo normal.

Una vez estaban ambas a mi lado, Tere empezó su acto. Los movimientos circulares de su pelvis fueron haciéndose más pronunciados, hasta llegué a sentir un par de veces la entrada de su vagina, prácticamente inundada en jugos. La punta de mi miembro se asomaba, cada vez más roja y lustrosa gracias a la lubricación extra de aquella otra abertura. Se inclinó hacia adelante, dejándonos ver lo empapada que estaban aquellos labios rosas y carnosos, con los cuales seguía aceitando mi pija.

—¡Uy! —dijo ella al sentirme dentro de su concha—. Perdón, se me resbaló. Sandra, cariño, ¿podrías ayudarme, por favor?

Raquel y yo volteamos a ver a mamá, aquello la había sacado del trance en el que estaba. Nerviosa iba apenas a responder cuando la mano de Tere la tomó de la muñeca y la orientó en el sitio donde nuestros cuerpos estaban unidos.

—Es que está tan rica que mi cuquita también tiene ganas —bromeó mientras su culo se movía de lado a lado—. Tú que puedes ver, ayúdame a ponerla donde debe entrar.

—¡Ay, no! —protestó mamá—. Esto es… ¡Por Dios! ¡No! ¡Espera, Raqui!

Mi hermana se sumó a la causa y también sujetó mi verga, entrelazando sus dedos con los de mamá para lograr desatascar mi riata. Tere ronroneó y les agradeció el favor mientras apartaba sus cachetes para darnos una mejor visión de su asterisco.

—Papi, ahorita que mami y Raqui están ocupadas… ¡Oh, sí! ¡Eso!

Mi pulgar se acercó a la zona como si estuviera imantada y empecé a palpar esos pliegues prietos. Su esfínter se contraía como si respirara.

—Hace rato estaba relajadita, pero creo hace falta un poco de masaje primero, joven.

Hice presión y ella apretó. Con lo ocurrido la semana anterior, me quedaba claro que ella era experta en anal, sólo estaba haciéndose la difícil. Me llevé el dedo a la boca y volví a intentarlo, poco a poco, ella fue dejándome entrar. Apretaba y soltaba, hasta que por fin entró mi dedo. Todo esto, con mi macana sujetada por las manos de ambas espectadoras.

—Primero tienes que acostumbrarte, si no te relajas, va a dolerte mucho —hablaba de nuevo con voz de instructora y su aprendiz estaba atenta a cada palabra—. Lubrica y dilata, como con la conchita.

 Finalmente se decidió a abrir el cerrojo y dos de mis dedos ya entraban y salían sin dificultad. Mi hermana y madre estaban inmóviles a mis costados, atentas al espectáculo.

—Ahora sí, chicas —dijo, haciéndolas respingar—. Que entre bien.

Fue la mano de Raquel la que apuntó mi misil a su objetivo, la de mamá sólo empezó a apretar con fuerza mientras la punta se acercaba a aquella entrada prohibida, que ahora estaba abierta como si de una boca se tratase y conforme iba engullendo mi carne, la presión fue reduciendo hasta que sintió el tacto de esas nalgas. Apartó la mano como si se estuviera quemando mientras su hija sostuvo mi tallo un rato más.

Giré a mi derecha, mamá estaba atónita ante la escena, posé mi mano en su pierna y al verme soltó una risita nerviosa. Tere empezó a subir y bajar lentamente, Raquel no se apartó. Yo interpreté que la escena de ver un pene entrar en un ano era lo que la tenía incómoda, su mirada no se apartaba de mi entrepierna y sus labios ni se separaban. Mis cariños a su pierna eran para tranquilizarla… al principio.

El ritmo de la morena iba incrementando, mi hermana retrocedió y el choque de esos bombones con mi pelvis fue lo único que escuchamos. No hubo una sola palabra entre ninguno de nosotros y mi mano fue aventurándose lentamente más dentro de mi acompañante. Raquel nos vio y discretamente se fue moviendo, pasando frente a su mentora y gateando al sitio en donde mis dedos ya habían empezado a juguetear.

Su lengua fue al encuentro de mis yemas y luego, ni corta ni perezosa, se ocuparon con la fuente del líquido que me había embarrado. Mi madre ni se inmutó, seguía con los ojos fijos en lo que pasaba entre su hijo y su instructora del gimnasio. Fue ahí cuando vi ese brillo en los ojos. Mi impresión de ella fue desvaneciéndose poco a poco mientras su boca dejaba ver sus dientes y su respiración se hacía pesada. Me di cuenta de que no estaba incómoda y eso me hizo dejar de prestarle atención para concentrarme en la diosa que ya estaba dándome señores sentones.

Me así a su cadera al momento en que la mía se unió al baile. Empecé a impacientarme y tuve que levantarme para poder bombear a gusto. Ambos nos quedamos de pie, ella es más bajita, así que mis piernas se flexionaban y solté sus caderas para subir por su cintura. Ella iba inclinándose cada vez más hasta que terminó en cuatro y yo, arrodillado detrás de semejante culo. Como ocurrió la semana anterior, ella sólo gruñía y ronroneaba en voz baja y me constaba que era algo de ella cuando estaba totalmente entregada.

—¡Uy, sí! ¡Así, papi! ¡Dame tu verga! ¡Dame tu leche!

—¿Eh? —dije—. Casi no se oye.

Azoté esos cachetes hasta que obtuve su gemido y continué hasta que el volumen fuera ideal para que las dos en el sillón escucharan todo. Mamá revolviéndole el pelo a Raquel y dándole atención a sus pezones, mi hermanita, sin despegar la cara de donde estaba y atendiendo su rajita rosada, era alucinante.

De pronto, un grito nos tomó por sorpresa a todos. Mi verga fue apretada con todas sus ganas y los temblores me estremecieron mientras la diosa morena frente a mí rugía mientras se venía.

—¡AH! ¡Ay, sí! ¡SÍ! ¡SÍ! —se tomó una pausa mientras resoplaba y me dijo en voz baja—. Dale duro, llena de leche este culito.

Enderecé mi postura, respiré hondo y me encomendé a las fuerzas que aún me quedaban. El ruido de mis embestidas acompasaba sus gritos y logró hacer que Raquel se detuviera a contemplar de cerca a ver las ondas que se formaban en esas nalgas. Mamá se llevó la mano donde su hija menor había dejado descuidado y en vi su rostro una expresión de pleno deseo. Asentía con la cabeza mordiéndose el labio y un escalofrío me acompañó esas últimas estocadas.

Sentí un par de chorros salir y mi acompañante se retiró para girarse y encontrarse con mi tercera descarga en su frente.

—¡Na guará! —dijo sonriente—. Tercera vez y todavía te sale esto…

Estaba recogiendo con su dedo cuando Raquel posó sus manos en su mejilla y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando empezó a lamer mi semen de su cara. La morena le dio un beso en la mejilla una vez acabó y se dirigió a mi verga. Lamió y dejó limpio aquello que había estado en su ano hacía apenas unos instantes, mi hermana miraba con atención la proeza con una expresión claramente contrariada. Cuando acabó, se dirigió a mi madre.

—Listo, ya está limpia. Te toca.


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