El Hombre de la Casa 18: Aprendices

 




Tere había dejado mi rabo reluciente y sin rastros de mi venida ni de dónde lo había sacado, Raquel estaba hincada a una distancia suficiente para tomar el relevo de la morena y mi madre, estaba congelada.

—¡Vamos, Sandra! Antes de que llegue tu hija.

—Ven, mami —dijo Raquel mientras se incorporaba.

—¡No! ¿Cómo crees? ¿Están locas?

—Locas por la pichula de tu niño, ¡claro que sí! —respondió Tere.

—Vamos, mami —mi hermana uso la voz de niña consentida que no sabía fallarle.

—¡Raqui, no! Esto es…

—Ya se la has agarrado… él ya te comió la… —le costó trabajo terminar la frase, tratándose de mamá y su— cuca. Ya te la comí yo.

—¿Quieres que lo haga yo? —dijo la instructora, acercándose a ella.

Mi madre estaba acorralada e hizo el ademán de retroceder, ese brillo en su mirada se estaba apagando y la expresión en su rostro se estaba transformando en miedo.

—Mamá —dije y las tres me voltearon a ver—. Acuérdate lo que te dije, no vamos a hacer nada que tú no quieras.

Las dos en el suelo me vieron con ojos de pistola, a su parecer, les estaba aguando la fiesta. Pero yo estaba demasiado excitado para dejar pasar esa oportunidad, sobre todo después de ver esa mirada en aquella mujer. No sé si era sólo el calor del momento, pero esa belleza frente a mí exudaba sexo por todos los poros de su piel y mi macana no iba a descansar hasta no hacerla mía. Poco o nada me importaba que esa mujer fuera mi madre.

Creo que la primera en notarlo fue Raquel, mientras me acercaba lentamente al sillón, mi verga iba poniéndose cada vez más dura. Me senté a su lado y sobé su pierna. Su mirada pasó de mi mano a mi miembro.

—Luís, hijo… —dijo con tono suplicante—. Soy tu madre.

—Mamá —dije esa palabra y ella contuvo el aliento—. Soy tu hijo… Raquel es tu hija, es mi hermana.

La susodicha se acercó a ella y se colocó en su otro costado, apoyándose en el descansabrazos. Tomó su mano y se la llevó a la mejilla, parecía una gata en celo y se llevó los dedos de nuestra madre a la boca. Ella, por su parte, sólo se quedó viendo sin apartar el brazo.

—¿Vas a decirme que te vas a acobardar?

Tere estaba de pie frente a ella, con los brazos en la cadera y hablándole como seguramente lo hacía en el gimnasio cuando no hacía correctamente su rutina de ejercicios.

—Hemos platicado tanto, nena. Me has contado lo que sientes cuando ves a tu hijito reventarle la cuca a tu niña. Me dijiste lo que sentiste al tener su pija en la mano… ¡Yo sé cuánto se te moja la raja pensando en tus hijos! —hizo una pausa, sonaba de verdad exasperada—. ¿Qué quieres? ¿Quieres que te tomen a la fuerza? Tú dime y él lo hace. ¡Ve nada más cómo la tiene!

Señaló mi macana y ésta pegó un brinco al ser observada por las tres presentes. Seguía acariciando su pierna, cada vez con más presión. Sus pezones estaban durísimos, una capa fina de sudor cubría su pecho y el aroma que me llegaba de ella era afrodisíaco.

—Tere…

—Déjate. Déjate llevar o déjate hacer.

Su palma volvió a sujetar mi miembro, como lo había hecho días atrás. Raquel la soltó y corrió a pararse detrás, apoyando su mentón en mi hombro. Como si fuera un animal asustadizo, mi madre volteó a vernos a cada uno antes de inclinarse cada vez más. Raquel le dio un besito en su hombro en señal de que siguiera y volvió a pegarse a mí, como haría un loro en el hombro de un pirata. Tere pasó de su posición autoritaria y se sentó en el suelo, tomando la posición de loto con rostro más sereno.

Arriba y abajo, lentamente, ella recorría el tallo y gracias a la labor de la morena, resbalaba hasta la punta sin problemas. Sus ojos estaban clavados en lo que hacía y los míos, en ella. Conforme iba agarrando su ritmo, siguió acercándose cada vez más. Raquel se deslizó para no perderse ni un detalle, su respiración me llegaba de un lado y su palma resbaló por mi pecho por el otro. Tere también se ocupó y esta vez, yo estaba en primera fila para verla jugar con su cuerpo.  

Mi hermanita brincó el respaldo para posicionarse a lado de mi rodilla y se puso a cuatro patas, mejor lugar no podría encontrar. Vi como ambas cruzaron sus miradas y la más joven le hacía señas para animarla a dar el siguiente paso. Ya sólo podía ver su cabellera cubriendo la vista de mi entrepierna y de pronto, el calor y humedad. Mi hermanita chilló de alegría y empezó a apretar mi pierna, estaba emocionadísima como nunca.

Su lengua se movía a tientas, me recordó a la primera vez que lo hizo Raquel. Lo único que tenía dentro era apenas debajo de la punta y sus labios sellaron aquello para dar paso a una succión que me tomó por sorpresa. Una vez vio que su amiga cruzó aquella barrera, Tere se acercó y ocupó el lado opuesto de mi hermanita, mordiéndose el labio inferior y con esa mirada de loba se dirigió a mi madre.

—Poco a poco, mami. A ver, dame chance y pon atención.

Lo que tenía de loba, lo tenía de serpiente para deslizarse entre los cuerpos de ambos y se llevó mi chile a la boca, preocupándose de que su amiga no perdiera detalle. Mamá estaba completamente encorvada y su hija le hizo señas para que las acompañara y se colocara entre ella y la maestra, justo en medio de mis piernas. Ahí, la lección se hizo para las dos y la instructora se encargó de dar santo y seña de todo, tips, qué hacer, qué no, cuidar los dientes, contacto visual… todo.

Llegó su turno de poner en práctica lo visto en la lección y yo no podía creer lo erótico que sería ver ese rostro, que siempre nos daba los buenos días, nos cuidó y nos dio amor, ahora en esa posición. Mi rabo desapareció en esa boca que tantos besos de madre me había dado y en cuanto elevó la vista y nos vimos, resopló y se apartó para regalarme esa sonrisa cálida, era surreal.

Raquel vio una oportunidad y se agandalló lo que mamá había descuidado. Les ganó la risa a ella y a Tere, quien se acercó y se abrazaron fuertemente, viendo la escena. Raquel hizo gala de su experiencia, quizás las otras dos podrían ser mayores, pero ella era la que más conocía mi verga y no dudó en querer llevársela hasta el fondo, sacándole un grito de asombro a nuestra madre.

—¡Ay Dios! —rio— Te vas a atragantar, cariño.

—Aprendió bien, ¿verdad, Luís? —dijo su amiga.

—Es buena alumna —contesté—, muy dedicada.

—No dejaré que nadie me gane —dijo en cuanto su boca quedó libre—. No perderé ante esta zorra ni…

—¡Raquel, por Dios! —exclamó mamá.

—¡Ay, Sandrita! Tranqui —dijo la aludida—, así nos llevamos ella y yo. A mí ni me ofende ni me molesta que me digan puta, zorra, cusca… —fue enumerando con los dedos— es como si me dijeran mami, chiquita rica, baby… ¡Uf! Mami, todo eso a mí me prende.

Seguían abrazadas, pero una de sus manos bajó a darse cariño a sí misma y así, sin avisar, pasó a saludar a la de su amiga.

—¡Ay, por Dios! ¡Tere!

—Ahora te vas a hacer la santa, mi amor. Tú decides: esa verga preciosa o yo.

Ni le dio tiempo a responder cuando la soltó y le dio una nalgada. Mi madre aún no salía de su sorpresa cuando su hijita se sacó aquella paleta de carne y se la volvió a ofrecer. Me vino a la mente cuando, no hacía mucho, ella misma le había dicho a Raquel que no había nada de malo en beber del vaso de otro en la mesa. “Ni que fuera qué, Raqui. Somos familia”, el eco de esas palabras resonaba cuando vi a mamá meterse nuevamente mi verga a la boca. ¡Dios! No fue menos excitante que la primera vez, mi reflejo fue hacerme para atrás, pero en cuanto reaccioné y regresé a mi posición, sin querer, la metí de golpe y le provocó una arcada.

Ya estaba por sacársela por completo cuando una mano en su nuca la detuvo.

—¡Ah-ah! No vas a sacarla hasta que yo diga. Toma aire, desde este punto ya puedes respirar sin problema.

Sus gritos de queja era ininteligibles, pero la instructora tras de ella no cedió un milímetro. Pudimos comprobar la dinámica que debían llevar ambas en el gimnasio y no pasó mucho hasta que mamá dejó de forcejear y respiró hondo para volver a intentarlo. Con la mano guía en su cabello, fue avanzando cada vez más y al igual que con Raquel, le daba pausas cuando las arcadas o la tos se hacían presentes. Y aquella, por su parte, miraba con los dedos ocupados en su entrepierna, totalmente atrapada por el morbo de la escena.

Al poco rato, se unió a mi lado y desde ahí, siguió complaciéndose y me tomó la muñeca para que le diera atención a sus manguitos. Las veces en que los ojos de mamá subían para vernos, succionaba fuertemente o movía la lengua como loca. Y con todo esto, era cuestión de tiempo para que la sintiera cerca. He de reconocer que hice todo lo que estaba a mi alcance para prolongar esa experiencia, pero le avisé a Tere y ella alzó la palma abierta para mostrarme que su alumna había estado actuando sin su restricción.

—M-mamá —dije apenas.

—Me parece que Luís está a punto de acabar.

—¿Y qué hago? —dijo al sacarse mi carne de la boca.

Raquel se arrodillo a su lado y le tomó la mano para que juntas continuaran la chamba que su boca había dejado de hacer. Fue torpe al inicio, pero en cuanto sujetó correctamente mi palanca ya no pude aguantar más. Yo daba por hecho que no iba a salir la gran cosa, pero un chorro grueso salió volando directo al párpado de propia madre, quien me sujetó con más ganas y el resto de mi venida acabó embarrándose sobre los dedos de ambas.

De nuevo, ni tiempo le dieron de reaccionar cuando sintió la lengua de Tere surcándole la frente y la de Raquel en la parte baja de la mejilla, me sentí como si hubiera muerto y estuviera en el cielo. Ella las apartó antes de que alguna le lamiera el párpado y se llevó la mano que no estaba manchada de mi corrida.

—Al fin empieza a bajar la cantidad —dijo Tere—. Si hubieras vuelto a sacar el medio galón de leche, me espanto.

—Pero aún te queda, ¿no? —preguntó Raquel con tono entre esperanzado y suplicante.

—Eh…

—¡Vamos, tigre! Una más —dijo la morena—, total, cuando me vaya van a poder repetir cuantas veces quieran y yo no voy a poder ver —hizo ruidos de perrito castigado—. Además, Raqui, ¿no quieres aprender a tomarla por el cu…

—¿¡QUÉ TE PASA!? ¡Ah! —volvió a revisar su párpado manchado— ¡Es mi hija, loca, degenerada!

—¿Y tú para qué crees que me citó aquí tu hijita, cariño?

 

Todo ocurrió a gran velocidad. La discusión entre mamá y Tere fue como una explosión, los gritos dieron paso a la charla y de pronto, estábamos los cuatro en el comedor, rehidratándonos con agua mineral. Raquel había estado mensajeándose en privado con Tere y una convenció a la otra de enseñarle todo lo que sabía.

—Pobre Raquel —dijo la maestra—, tiene miedo de que te apartes de su lado por ella no darte su chiquito. ¡Niña! Se ve que no conoces a tu hermanito. Luisito no te abandonaría ni aunque le pagaran los millones.

—¿De cuántos millones estamos hablando? —bromeé, todas rieron pero las garras de mi hermanita se encajaron fuertemente en mi muslo.

No hubiera imaginado la presión que había estado poniéndole con mis acercamientos a su entrada trasera, me puse a pensar en los comentarios que había estado haciendo ella recientemente y le pedí perdón varias veces.

—¿Ves? —dijo mamá—. Entonces n-no hace falta que tengas que hacer algo que no quieres.

—Pero yo sí quiero, mami. ¿No viste cómo se vino mientras Luís le daba por detrás? ¡Quiero! Quiero probar.

—No es algo que puedas hacer así como así, Raqui. Tienes que prepararte antes de siquiera intentar meterte algo allá —siguió intentando convencerla de desistir.

—Pues por eso ha estado practicando —dijo Tere.

Fue y trajo su celular y me mostró las fotos que la alumna había estado enviándole sin que me enterara, en los que había empezado a meterse primero uno y luego dos dedos en su cavidad. La verga se me paró con ímpetu mientras ella deslizaba la galería y vi cómo los pliegues de ese anito habían estado practicando a mis espaldas. Mamá tuvo que levantarse y pararse tras de mí para poder ver la pantalla y ahogó un grito mientras las imágenes seguían mostrándose.

—Hasta ahora, no hemos pasado la marca de los dos deditos. Y esta verga —dijo sujetando mi erección—, es de cuidarse, hace falta dilatar más.

Me soltó y rodeándonos a mí y a mamá, tomó la mano de mi hermana y cuando parecía que la iba a llevar de vuelta a la sala, fue la más joven quien jaló de ella para subir las escaleras. Entre risitas, las vi desaparecer y me levanté para ir tras ellas, no sin antes llevarme a mamá conmigo. Su rostro reflejaba incredulidad, pero su boca dejó de intentar convencer a nadie de detener aquello.

Mi cuarto era el único sin seguro y cuando entramos, nos recibió el culo redondo de Raquel en alto. Sus manos separaban sus cachetes y nos daban una visión clara y sin restricciones de su ano. Tere estaba de pie y se acercó a mí.

—¿Tienes alguna loción con base de agua? No traje lubricante.

Negué con la cabeza y entonces su mirada se dirigió a mi madre. Ella sólo balbuceó algo que no entendí y salió de la habitación. Tere acarició delicadamente mi garrote y en cuanto comprobó que no estaba perdiendo fuerza, me habló al oído.

—A ver si a mami le gusta ver cómo su hijo le rompe la colita a su hijita… y también se le antoja.

—¡Uy! —dijo Raquel sin abandonar su posición—. Eso si no le da un infarto antes.

—¡Ay, mi amor! Si supieras… Ese vinito ya fue descorchado, linda. Créeme.

—¿Tú crees?

—¿Qué quieres apostar?

—Nada de apuestas con esta mujer —dijo mamá mientras entraba con lo que parecía un tubito de crema en la mano—. Ni tú ni tú —nos señaló a cada uno.

Tere protestó y mi madre sólo le acercó el producto sin mediar palabra y con una expresión de resignación mientras cruzaba los brazos debajo de sus melones. La tensión que sentía entre ellas era leve, pero igual la besé en la mejilla en agradecimiento a su apoyo, sonrió discretamente y fue a sentarse frente a su hija y le acarició el cabello.

El fluido resbaló desde la punta de mi verga, estaba frío. Me pidieron extender la palma y otro poco fue a parar ahí, me aseguré de frotarlo bien entre mis manos para calentarlo y me acerqué a aplicarlo alrededor de esa abertura que ya palpitaba a la espera de mí. Tere se encargó de cubrir lo mejor posible mi mástil y yo me sorprendía gratamente con la facilidad con la que mi dedo ingresaba en ese pocito.

—Le dije que se limpiara bien —escuché la voz de Tere de nuevo tras de mi oreja—. Se ve que ese culito muere de ganas por probar verga.

—Está tan limpio que podrías comer en él, hermanito.

—¡Dios mío, Raqui!

—Tú también, mami.

—¿Yo? ¿Qué?

—Tú vas a tener que estar atenta —dijo Tere— por si Raquel necesita ayuda.

Sostuvo con firmeza mi viga y la guio como si hubiera un riel invisible, mi dedo le dio espacio y la punta apenas hizo que cedieran los pliegues. Mi hermanita respingó y aunque tuve el instinto de retroceder, esa mano que me sujetaba no me dejó. Sólo escuché que le decía, con ese tono de mando con el que se había dirigido a mamá en la sala, que se relajara y respirara mientras hacía una ligera presión con mi garrote alrededor de la zona.

Recurrí de nuevo a mi pulgar, el resto de mis yemas acariciaron su cachete y poco a poco, el espacio fue expandiéndose y dando paso hasta que pude introducirlo por completo. En cuanto aparté mi vista de esto, vi a mamá sosteniendo el rostro de Raquel con ambas manos y arrullándola para tranquilizarla. Una vez más, se intentó y aunque aquél agujero estaba más ancho, no puedo decir que entró ni siquiera la punta de mi glande.

—Sandra, ven.

Mi madre abandonó su lugar y al acercarse a su amiga, ésta le susurró algo al oído que nadie más oímos. Vi cómo sus ojos la miraron, desencajados e intentando derretirle la cara, pero no dijo nada. Fue como ver a dos gatos a punto de pelearse, de alguna manera, sin intercambiar palabra alguna, Tere impuso su voluntad y mamá volvió a donde estaba su niña. Estaba apenas acomodándose para sentarse frente a ella cuando la voz al mando volvió a escucharse.

—Acuéstate debajo de ella, con la mirada para acá.

Hizo un gesto con sus dedos índice y corazón, girando la muñeca e indicándole cómo debía acostarse. Su rostro quedó justo debajo de la entrepierna de Raquel y la de ella, al alcance del suyo.

—Raquel, querida, tienes que relajarte y para eso tienes a mami, ella va a hacer lo mismo que tú le hagas, así que enfócate en lo que tienes delante.

Por un instante, creí que alguna de las dos se iba a quejar o decir algo, pero al parecer hubo un pacto del que no estaba enterado entre las tres de obedecer a la experta. De pronto, las caderas de mi hermanita fueron descendiendo hasta que quedara al alcance de la boca que estaba debajo. Y entonces, vi esa nariz pegarse a esos labios rosados y a mi oído llegaron los ruidos inequívocos del ritual que acostumbraba a hacerle yo. Para este momento, he perdido la cuenta de cuántos momentos que alguna vez creí imposibles estaban quedando guardados en mi memoria esa misma tarde.

Quedé atontado presenciando todo aquello, incluso Tere había dejado de apretar mi macana mientras veíamos cómo madre e hija estaban llevando a cabo aquél 69 con el que jamás habría podido siquiera fantasear y, sin embargo, estaba pasando frente a mí. Volví en mí al sentir de nuevo la presión en mi verga y reanudamos la tarea. Seguía faltando espacio pero esta vez la piel iba cediendo y acaté la instrucción de no retroceder en cuanto me soltó por un instante para regresar y embadurnar un poco más de lubricante.

En uno de esos recorridos a lo largo de mi verga, la presión logró hacer que la cabeza se afianzara por completo, un gruñido logró escapársele pero terminó de hundir su cara en la vulva que tenía delante.

—Eso, muy bien. Ya casi, mami.

Al escuchar aquello, Raquel casi me parte el chile de lo duro que apretó su culo y fue mi turno de gruñir, pero esa otra mano no dejó que sacara mi miembro y volvió a escucharse la instrucción de que nos relajáramos.

Conforme avanzaba, milímetro a milímetro, las paredes alrededor de mi riata fueron acostumbrándose y dejaban de apretar tras el paso de ese taladro. Fue cuestión de tiempo para que la mitad de mí estuviera dentro y ahí recibí la orden de detenerme.

—¿Ya? —oí preguntar a mi hermanita con emoción.

—Vas muy bien, mami. Ahora, Luís va a ir para atrás un poquito —me haló para que obedeciera— y vas a ver cómo te acostumbras más rápido así.

Un gemido terminó convirtiéndose en un grito tembloroso mientras mi carne retrocedía y mi cabeza era lo único que me negué a sacar. Pude sentir los pezones duros de Tere clavarse en mi espalda, su vientre y su cadera se adhirieron en seguida y con su pelvis, me dirigió para volver a entrar en ese espacio apretado. Seguía habiendo resistencia, pero era mucho menos… hasta que volví a sentir un tope y Raquel respingó, comiendo con más ansias a mamá. Fue turno de oírla a ella gemir con lo que su querida niña le hacía al lugar de donde había salido.

El procedimiento se repitió y los gemidos de ambas sólo iban incrementándose. Tere había soltado mi verga hacía un tiempo y se afianzó a mi cadera mientras continuaba con ese vaivén lento. Ya faltaba poco para poder meterla entera y la sensación era una maravilla indescriptible, pero el morbo de todo lo que estaba ocurriendo afuera de esa estrecha cuevita era lo que me tenía al filo de venirme.

Dejé de sentir una de esas manos, había ido en busca de la cara que estaba justo debajo de mi verga y le dio la indicación de separarse de Raquel. Desde su posición, alzó la mirada y sin esperar alguna indicación, mamá se escabulló para llevarse mis huevos a la boca.

—Mami sabe lo que su nene necesita —me dijo Tere a la oreja— y no va a dejar que se le salga la leche antes de tiempo.

Fue el turno de mi madre para rodear la base de mi garrote con su mano y apretar mientras succionaba mi escroto como si quisiera sacarme el veneno de alguna picadura. Fue extraño, se sintió como si me hubiera corrido, pero no salió nada. Soltó y asomó la cara debajo, sus ojos brillaban con lujuria y su sonrisa pícara me llenó de nuevas energías.

Ella regresó al lugar en donde estaba y siguió chupando los jugos de esa fruta que ya se veía de un rosa intenso por tanta atención. Y así, con un último empujón, mi pubis topó con las nalgas de mi hermana y mis huevos le quedaron en la frente a mamá.

—Eso es, tigre —dijo la voz detrás de mí mientras se retiraba.

Continué por mi cuenta con el ritmo que habíamos tenido hasta ese momento, retrocedí hasta casi sacarla y volví a meterla, despacio, hasta el fondo. Ya no había gruñidos ni respingos, sólo gemidos de ambas. Me apoyé en su espalda baja y con cada inserción, iba agarrando una cadencia más agradable.

En algún momento, mi madre dejó de lamer y sólo se quedó viendo desde abajo. Con su boca libre, dejó salir cuanto gemido le provocara la menor de sus hijos con su lengua y ésta también dio rienda suelta a su voz con cada una de mis embestidas.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Mami, MAMI! —berreó ella

Ni corta ni perezosa, mamá acudió al llamado y hundió de nuevo su cara lo más que pudo en esos labios que seguramente estaban al rojo vivo. Volví a sentir como si mi chile fuera a partirse en dos por la manera en que esa entrada se cerraba con fuerza. Un grito como no escuchaba hacía mucho llenó seguramente toda la casa, mi hermana menor se había corrido teniendo mi verga en el culo y la boca de mamá, en su vulva. Sus piernas temblaron con intensidad, el escalofrío le puso la piel de gallina y se dejó caer sobre el cuerpo de mamá, quien terminó de limpiar los jugos que tenía delante y aprovechó para volver a lamer mis huevos antes de sacarla y ver el fruto de todo ese trabajo contraerse como si Raquel respirara por ahí.

Ni bien tuvo mi mástil a su alcance, la lengua de mamá la reclamó para sí. Fue un shock para mí que se la llevara a la boca con tanta avidez cuando sabía perfectamente dónde había estado esa golosina que devoraba con gusto.

—¿Mami está lista ya?

—¿De qué hablas?

—Sólo vela. Raquel no puede seguir, ese culito ya quedó fuera de combate y todavía hay otro culito que no ha probado verga hoy.

—¿Mamá?

No dijo nada, sólo siguió devorando mi carne como si su vida dependiera de ello. Sus ojos no me veían, estaban fijos en lo que estaba degustando con tanta devoción. La morena le ayudó a quitarse el cuerpo de su hija de encima y tan pronto estuvo libre, se arrodilló en el suelo para seguir con lo que estaba haciendo. Tuvo que intervenir de nuevo su amiga, que le amasaba las tetas con pasón y la hizo levantarse. Fue en ese momento en que hicimos contacto visual y fue como si estuviera frente a una persona completamente distinta.

Esa mujer no despedía lujuria como lo hacía Raquel o Tere, la irradiaba, como si fuera un sol. Sentí su calor sin tocarla y la manera en que me sonreía mordiéndose el labio inferior me hechizó, esa mujer me rodeó con sus brazos y me aplastó con sus enormes pechos mientras nuestros labios se sellaban como el de un par de amantes. Yo era más alto, pero me sorprendió la facilidad con la que se dejó mover por mis manos y logré acomodarla en cuatro sobre el colchón, donde hacía poco había estado Raquel.

Ella se había orillado para darnos espacio y la mano de Tere la acariciaba suavemente a lo largo de su costado. Ambas eran ahora espectadoras y yo estaba con el culo de mi madre a la vista. A pesar de lo que había dicho la morena, apunté mi misil hacia el espacio que se abría debajo de esas enormes nalgas. Pude sentir la humedad que se escurría de allí y apenas rocé la entrada, mi riata se llenó de ese lubricante natural. La mano de mi madre la sujetó para restregarla completamente con ese fluido pero no me dejó pasar más allá de la separación de esos labios color rosa intenso.

Fui conducido al espacio que se ocultaba justo entre ese par de monumentales bollos, la mano que no me sujetaba hizo lo que pudo para separar la nalga que tenía a su alcance. El corazón me latía con rapidez y apenas pude tragar saliva antes de la punta de mi verga fuera recibida por esos pliegues palpitantes. Me esperaba una labor similar a que había hecho para penetrar a Raquel, o eso esperaba.

El profeta iba a la montaña, pero la montaña también fue hacia él. Ese culo enorme se hizo para atrás y de un golpe, la mitad de mi miembro desapareció.

—¡Ay! —se escuchó su grito prolongado— ¡Uy!

—¡Santo cielo, mujer! —rio con asombro Tere

—¡Mami! —exclamó con preocupación mi hermana—. ¿Te lastimaste?

Yo sabía la respuesta a esa pregunta, mi riata estaba siendo envuelta por completo por esas paredes, pero no con la excesiva fuerza con la que lo hacía Raquel, se sentía parecido a cuando lo hacía con Tere. Seguí avanzando lentamente, pero sin mucha dificultad, Los gruñidos inundaron mis orejas y mi mente, entré en piloto automático y no me di cuenta en qué momento estaba ya bombeando al son de los gemidos de esa voluptuosa mujer madura postrada ante mí… ¿acaso la conocía? En ese momento, ni sabía ni me importaba.

 

Poco a poco, fui recobrando la consciencia. La voz empezó a sonarme familiar, esa melena castaña clara me evocaba recuerdos y en cuanto alcé la mirada, una jovencita desnuda estaba recostada de lado, sus pecho era atendido por su propia mano y otra, ajena y morena. Una mujer de piel bronceada yacía tendida detrás y también tenía su otra mano ocupada en la entrepierna de su acompañante. Los gemidos entrecortados hacían que ese par de ojos que nos veían brillaran con deseo y las sonrisas se ensanchaban cada vez más.

—¡Sí! ¡SÍ! ¡SÍ! —gemía la voz detrás de la cabellera.

—Mami lo está disfrutando —escuché una voz con acento venezolano.

—Así que te lo tenías guardado, ¿eh, mami?

La carne alrededor de mi tranca se cerró y esa presión me detuvo en seco. Esa joven de piel clara se puso a gatear en nuestra dirección y la mujer que me tenía preso sólo se puso a jadear bruscamente.

—Sandra no es ajena esto… del anal —Tere, esa mujer se llama Teresa—. Le encanta usar sus juguetitos allá atrás.

—¡Ah, sí! —Raquel, esa chica es mi hermana menor.

Y si le llamó “mami”, eso significaba que…

Los jadeos se hicieron más intensos, pero sonaba a que la mujer que me tenía dentro estaba sonriendo. Su esfínter se relajó y ella misma se introdujo todo lo que pudo de mí, hasta que topó con mi vientre. Giró su cara y era ella, era mamá. Ambas, madre e hija me veían, expectantes. Estaba dándole por el culo a nuestra madre, frente a mi hermana y su amiga.

—¡Aiñ! —gimió por fin mamá—. ¡Se te está poniendo más dura! —les describió a nuestro público—. Hijo, acaba cuando quieras, pero…

—No la saques —completó Raquel, relamiéndose esa sonrisa pícara mientras seguía gateando, esta vez hacia donde me encontraba.

Me quedé quieto, estaba cayendo en cuenta de lo que estaba pasándonos. Pero mamá no parecía tener paciencia, no fuera a ser que me volviera a desconectar, sus glúteos se apartaron y volvieron a arremeter contra mí. Mientras tanto, Raquel se levantó al llegar al borde del colchón, una mancha de humedad estaba justo debajo de la entrepierna de mamá. Mi hermanita deslizó su dedo por el interior de su muslo y recogió un poco de los jugos que resbalaban de esa piel color miel para llevárselo a la boca. Se aseguró de que todos la oyéramos degustar aquél fluido y acto seguido, se acomodó en el lugar que minutos atrás había ocupado nuestra madre cuando a ella le tocó recibir mi verga.

A diferencia de lo que había hecho mamá, Raquel se fue directo a devorar, encajando sus uñas en las nalgas, separándolas un poco y de vez en cuando, haciendo uso de sus yemas para seguramente castigar el botoncito que se encargaba de dosificar más de ese néctar. Los resoplidos se hicieron gemidos y sólo atiné a buscar la mirada de Tere, quien con un gesto de sus párpados me dijo que siguiera adelante.

Retrocedí hasta casi sacarla y arremetí con fuerza, los gemidos dieron paso a los bramidos, haciendo que Tere se acercara y con la mano en su nuca le tapara la boca a su amiga con la raja de su hija. Siguió gritando pero la fuerza con la que la sometía Tere ayudó a amortiguar cualquier escándalo. Las ganas de venirme se apoderaron de mí y seguí mi tarea como si fuera una máquina. Adentro, afuera, adelante, atrás… la succión me retenía con fuerza para que no terminara de sacarla en ningún momento. Oí la lujuria, las ganas de más, pero también oí algo más: alegría.

Hay un tono, una inflexión de voz o yo que sé, pero algo en esos gemidos ahogados y ruidos de chapoteo me hizo notar que mamá estaba contenta, estaba disfrutando. Y eso me hizo empujar con más ímpetu esas últimas veces antes de vaciarme por última vez esa tarde, dentro de ella. Dejé escapar un gemido mientras las piernas ahora me flaqueaban a mí y batallé para mantenerme de pie mientras el último chorrito salía de mí.

Cuando al fin la saqué, un hilo grueso de mi corrida empezó a asomarse, el canal estaba totalmente dilatado y alcancé a ver un poco de ese interior casi color caramelo (de cereza) antes de que se contrajera y, aunque todavía abierto, apenas dejara ver más allá de aquél espeso blanco. Por su parte, Raquel siguió castigando la entrepierna de mamá un rato más, un poco de mi leche terminó en su cabello y ni se dio cuenta.

Tere se levantó y me abrazó, dio brinquitos y al soltarme, me condujo para ver el rostro de mi madre. Parecía que luchaba por respirar y que aquella fruta rosa entre las piernas de su hija menor era alguna especie de máscara de oxígeno. Cuando por fin separaron sus labios, gimió de forma entrecortada y acabó en la cara de Raquel. Su mirada pareció perder noción de la realidad por unos instantes, así como me había pasado a mí.

—No tienes idea, Luís —dijo Tere a mi lado, mientras se aseguraba con su mano en mi barbilla de que no perdiera detalle del rostro de mi madre—. Lo feliz que la hiciste. Llevaba meses así, mal… Pero la muy hubiera sido capaz de llevarse el secreto a la tumba.

«¡¿Y para qué?! —se dirigió a su amiga—. Tienes a estos dos, igual de cachondos y descarriados, que no tienen problemas de coger con mami ¡y no le sacas provecho, mujer!

No pude evitar sonrojarme al escuchar semejante reclamo, mamá sólo desvió la mirada pero no se le había desdibujado la sonrisa. Se tumbó de lado y Raquel se limpió con la boca con la palma mientras se acercó a mí y me compartió un poco del sabor de nuestra madre. Tere se apartó y fue a donde estaba su alumna.

—¿Qué tal, preciosa? —preguntó con un tono más cariñoso y colocando una mano en su hombro—. ¿Fue como lo imaginaste o mejor?

—Eres una bruta —le contestó mamá con una sonrisa desafiante.

—Y por eso me adoras, ¿verdad que sí, cosita rica? —dijo, haciendo el ademán de pellizcarle la mejilla. Se oía que esa manera de hablarse era una costumbre, seguramente después de la tortura de las rutinas en el gimnasio, pensé.

—Te pasaste… —resopló apenas mamá mientras se levantaba—. Te pasaste, ¡pero como por tres cuadras!

—Bueno, bueno… tuve que acelerar las cosas un poquito —comentó mientras le acercaba unos pañuelos—. Si no, quién sabe hasta cuándo…

—Ya… ya… ya entendí —le cortó el rollo y se limpió el culo en silencio—. Gracias… en verdad.

La morena la estrujó con un abrazo tierno, sus cuerpos relucientes por el sudor eran acariciados por el sol de la tarde y no puedo describir su aspecto de otra manera que no sea divino. Raquel y yo estábamos acurrucados cómodamente en mi cama y de pronto, ella pegó un brinco y nos avisó de la hora, faltaban poco menos de una hora para que Julia seguramente llegara.

Mamá y Tere compartieron la ducha, cosa que ya a nadie nos sorprendió, excepto que salieron en cosa de dos minutos. Por un momento, viéndolas por primera vez juntas, consideré la posibilidad de que entre ellas hubiera algo más y, francamente y para variar, no me incomodó en lo absoluto. Pero verlas salir del baño y tomar cada una su camino me hizo comprender un poco por qué no habían intimado en toda la tarde, en ningún momento una le hizo algo a la otra.

Raquel y yo aprovechamos un poco más la oportunidad de juguetear bajo la lluvia artificial y nos tomamos nuestro tiempo. Para cuando salimos del baño, Tere ya se había ido y la costumbre me hizo querer buscar algo que ponerme en mi cuarto antes de que mi hermanita me sujetara del brazo para bajar a la sala y ayudar a mamá a terminar de limpiar una vez más la sala. Ella estaba usando un camisón y, a excepción de cuando nos pedía a Raquel o a mí que la ayudáramos con algo en específico, no nos dirigimos la palabra.

Julia llegó con pollo frito y todos cenamos tranquilamente. Un poco de esto y un poco de aquello a la hora de platicar, como una familia normal, pero pude notar que Julia se nos quedaba viendo con cierto recelo. Hubo música y un intento de noche de baile, pero nuestros cuerpos estaban demasiado cansados y relajados con la ducha, así que dimos por terminada la velada al poco de que se acabara la segunda o tercera canción. Gracia al cansancio (y las cuatro veces que me había corrido), mi amigo no despertó en todo ese rato y no hubo erecciones sorpresas que incomodaran a mi hermana mayor, lo cual agradecí desde el fondo de mi ser. Mamá le mandó a hablar a Raquel y ambas se quedaron un rato platicando a solas en su cuarto.

—Mamá anda muy relajada y… suelta —observó Julia, girando lentamente en la silla de mi escritorio—, ¿debo preocuparme o algo así?

—¿A qué te refieres?

—Tú sabes qué.

—¿Crees que la hipnoticé o algo? —me hice el desentendido, pero ella sólo guardó silencio mientras daba otro giro lento en la silla—. Hoy vinieron a otra sesión de masaje, luego llegó Raquel, quiso el suyo y después, mamá... Estoy bien cansado, la verdad.

No era broma, sentía que los ojos se me iban a cerrar en cualquier momento. Cuando volví a enfocar, vi que ella había dejado de dar vueltas y me veía con detenimiento, seguramente iba a dudar de todo lo que le dijera. En otras circunstancias, me habrían ganado los nervios, como antes, y hubiera hablado de más o intentado justificar las cosas, pero esa noche el sueño estaba comiéndome vivo y sólo luchaba por mantenerme despierto frente a ella.

—¿Fue la misma clienta o fue alguien diferente?

—¿Eh? Este… no. Fue la misma: Tere, la amiga de mamá.

—¿Tan pronto? Apenas pasó una semana.

—Ella hace mucho ejercicio —dije, estirándome y bostezando, las respuestas me salían como si nada—. A ella sí se le hacen nudos en la espalda, no como a mamá.

—Me imagino… ¿Y pagó?

—Sí, sí… lo mismo que la otra vez. Un par de veces más y podré liquidar mi curso.

—Ah… bueno. Entonces te va bien.

—Ahí va, ahí va… —volví a bostezar.

—Bueno, pues —dijo mientras se levantaba—. Ya mejor me voy a mi cuarto y te dejo dormir. Se ve que andas más cómodo con esto de andar en bolas.

—Uno se acostumbra —respondí mientras me acurrucaba—. Deberías…

No quise terminar esa frase, la poca consciencia que me quedaba fue suficiente para frenarme, había logrado evitar hasta ese momento soltar alguna imprudencia frente a Julia y no iba a romper esa racha. Sabía que ni loca aceptaría andar desnuda en la casa como nosotros. Aquella noche, descansé tan bien que ni soñé, con todo lo que ocurrió ese día, cualquier sueño hubiera palidecido en comparación.

Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?