Aquél domingo fue un poco parecido al anterior. Raquel y yo
repetíamos la rutina nudista y eso era algo que seguía incomodando a Julia,
quien, por orgullo seguramente, se negaba a abandonar la sala o el comedor
aunque nuestra hermanita menor se esforzara por sacarla de quicio.
Aquello tampoco era algo inusual, desde que era niña, Raquel
era muy inquieta. Una de sus mejores formas de entretenerse era poner a prueba
la paciencia de nuestra hermana mayor. Picando costillas, jugueteando con su
cabello, ocultándole cosas, arrebatándoselas para que la persiguiera… era de
admirarse hasta dónde estiraba la liga, pero era más sorprendente que Julia
nunca la hubiera agarrado en su contra. Nunca le puso la mano encima, nunca
siquiera se le escapó un insulto y la única vez que hizo que Raquel llorara,
fue por un accidente que pasó por forcejear.
La naturaleza benévola y, me atrevo a decir, sobrenaturalmente
madura de nuestra hermana era, tal vez, la razón por la que la respetábamos
tanto. Siempre sabía cómo aplacarnos, ya fuera con palabras dulces o con
argumentos irrefutables y, como último recurso, usaba a mamá. Mi etapa rebelde
me hizo aislarme aún más de la gente desde que entré a secundaria y creo que se
acabó en cuanto conseguí mi primer empleo; pero la de Raquel parecía que
todavía no terminaba, es más, creo que inició desde que nació.
Era ese afán suyo de provocar lo que la hacía tocarse los
pechos o hasta meterse el dedo en la raja frente a Julia con la excusa de que
tenía comezón. Y claro, ver eso hacía que se me parara levemente la tranca. No
diría que había superado mi vergüenza a que se me parara en frente de mi
hermana mayor, pero aprendí a disimular cuando ocurría. Cuando desayunábamos,
era inútil tratar de ocultar mi erección matutina y, si bien Raquel no decía
nada cuando la notaba, su mirada indiscreta era captada por nuestra hermana y
la sorprendí contemplándola fugazmente en más de una ocasión. Y por supuesto,
mamá también examinaba lo que el cristal de la mesa del comedor no podía
cubrir.
Dije que ese domingo era “un poco parecido al anterior”, la
principal diferencia era mamá. El camisón que se puso desde la noche anterior
era de una tela muy fina, que si bien no era transparente, dejaba ver por
completo su silueta. Sus enormes tetas se balanceaban sin el menor decoro y sus
pezones lograban verse sin problema, algo que era novedad en ella. Era bien
sabido por todos nosotros que debajo de esa tela fina no había nada que la
cubriera y ser consciente de ello hacía muy difícil que no se me pusiera tiesa
en momentos inoportunos.
Cuando dieron las 3, me di cuenta de que todavía no había
metido a lavar la ropa sucia y mis sábanas debían lavarse sí o sí esa tarde,
así que decidí subir y recoger lo que tuviera que lavarse en los cuartos de las
demás. Cuando estaba en el cuarto de mamá, pude darme cuenta de que había dos
juegos de sábanas usados en la canasta y vi cómo en su buró estaba su juguete
de plástico color rosa chicle, ahí, a plena vista.
—Tuve que cambiar las sábanas de nuevo anoche —escuché su
voz susurrándome a mis espaldas y el seguro de la puerta accionarse—. Pero me
costó más trabajo después de sentir la de verdad.
Sentí cómo palpaba a tientas hasta llegar a mi verga, la
cual ya estaba calentando motores. El calor que ya emanaba detrás de mi espalda
hizo que no me sobresaltara cuando se prendió a mí. Su avance era directo, ya
no titubeaba y esa energía sexual que había presenciado el día anterior se
manifestaba con más intensidad. Era como si fuera una persona completamente
diferente, eso era lo que me decía a mí mismo para evitar darle vueltas a la
idea de que esa hembra en celo era mi propia madre.
—Raqui está abajo con Julia —suspiró mientras bajaba por mi
nuca—, le pedí que nos diera unos minutos.
—¿En serio?
—Esa niña está un poco loca, pero estoy muy… emocionada
—pensó mucho esa palabra—. Y no voy a dejar pasar esta oportunidad. Ya no.
Ya estaba sujetando firmemente mi garrote, su palma ya
estaba recorriendo hacia arriba y abajo cuando se puso a darme besos cortos en
el hombro, con lo cual terminé poniéndome bien duro en cosa de nada. Con
empujones suaves, me dirigió hacia la cama y me senté al borde del colchón. Sus
párpados entrecerrados proyectaban la energía de una leona, cosa que se
acentuaba con su la manera en que se acercó a mí.
—Ya lo pensé… —ronroneó mientras sus dedos debatían cómo
volver a agarrar mi mástil—. Lo pensé demasiado. No hace falta que finja que no
quiero… ya no me quiero aguantar las ganas.
Dicho eso, la leona se convirtió en águila y se abalanzó a
su presa en una especie de caída libre que me hizo pegar un brinco de la
sorpresa. Su lengua no se comportaba como una primeriza, estaba recorriendo
todo lo que podía, daba giros y bajaba a mis huevos sin dejar de usar su mano
en ningún momento.
—¡Guau! —sólo eso se me ocurrió decir.
—¿Te gusta? Me preocupaba que pensaras que tu madre era una
zorra que sabe chupar… —de nuevo, tardó en pensar qué palabra usar— pitos. Supongo
que lo bien aprendido jamás se olvida.
—¿D-dónde aprendiste? Seré curioso —quise actuar tranquilo,
aunque aquello estaba haciéndome retorcer como gusano.
—Yo también fui joven, hijo —dijo antes de engullir por
completo mi riata, palpar un poco con su lengua y garganta y volver a sacarla—.
Con tres embarazos, papá y yo tuvimos que ponernos creativos cuando no se
podía.
—Seguramente tendríamos un par de hermanos más si no lo
hubieran hecho.
—Quizás —dijo entre chupetones—, a lo mejor tendrían otro
hermanito —otro chupetón más— y él me estaría dando por atrás… —y uno más—
mientras te la chupo. ¡Uf!
Estaba metiéndose mano mientras me la estaba mamando, se
entregó un poco a su fantasía y no interrumpí su silencio. De pronto, a ella le
pareció suficiente y con la punta del dedo me indicó que me recostara boca
arriba en el centro de la cama. Sus rodillas apenas deformaban el colchón
Queen-size, en cuanto se deshizo del camisón apenas pude ver su rostro con
semejantes melones meciéndose frente a mí. Ella los sostuvo con sus manos y
empezó a contonearse mientras poco a poco, mi chile quedó justo debajo de su
entrepierna. Ella me miraba fijamente, aquella pena que siempre había tenido
definitivamente se había esfumado por completo y yo estaba a la espera de
volver a sentir el interior de su culo.
Encajé mis garras en esas nalgas redondas y jugosas, ella
gimió mientras seguía jugando con sus pechos y meciendo su cadera de un lado a
otro. Volví a sentir la humedad y el calor de su entrada frontal, de nuevo,
ésta ungió mi glande con aquel lubricante natural. Ella bajó poco a poco, esos
labios fueron cediendo lugar como un pan de hotdog para albergar mi embutido y
embadurnarlo lentamente. Recorrió todo mi mástil, de arriba hacia abajo, hasta
llegar a mis bolas y de vuelta a la punta.
—Hoy sí me la vas a meter por acá. Ya esperé demasiado.
De un movimiento, toda la cabeza de mi verga entró y ella se
llevó la mano a la boca para contener el gemido. Jamás me dejaré de sorprender
de lo diferente que estar dentro de una persona distinta. Esa primera
expedición, es una magia que sólo se experimenta una vez. Sus labios eran
ligeramente más gruesos que los de Raquel y Tere, su interior era más suave, no
era estrecho. Bueno, no al inicio. Después de que se acostumbrara, fue ella
misma quien continuó descendiendo su pelvis, dejando que siguiera penetrando
hasta alcanzar poco más de la mitad. Sus paredes internas cedían con una
facilidad agradable, pero sentía que la estaba metiendo en alguna especie de
horno, se sentía mucho más calor que dentro de mi hermana o de la instructora
del gimnasio.
Llegados a ese punto, exhaló con fuerza antes de empezar a
resoplar, ella había estado conteniendo el aliento hasta ese momento y apoyó
sus manos a ambos lados de mi cabeza conforme se inclinaba hacia adelante. Su
cabello nos cubrió como si estuviéramos en una tienda de campaña, me hizo
recordar la misma experiencia que habíamos tenido Raquel y yo en el hotel. Su
rostro estaba a pocos centímetros del mío, totalmente rojos los dos, me sonrió
y aquella timidez volvió a aparecer en su rostro.
No pude resistirme. La tomé de la nuca con ambas manos,
cerré los ojos y sentí sus labios impactar contra los míos. No abrimos nuestras
bocas, pero casi de inmediato, ella estaba correspondiéndome y ese beso era lo
que necesitábamos para que el resto de mi verga lograra entrar. Una vez paró y
la la base de mi macana estaba sintió el borde de su entrada, ocurrió la magia.
Esas paredes, que se sentían suaves y, siendo sincero, algo aguadas, cobraron
vida propia y como si estuviera dentro de una garganta enorme, fueron
cerrándose alrededor de mí. La repentina presión me tomó por sorpresa y ahora
era yo quien contenía el aliento, me quedé paralizado mientras los adentros de
esa mujer parecían estar haciendo un molde de mi verga.
Nuestros labios aún permanecían unidos cuando empezó a
cabalgar, empezó de forma lenta y yo sentía como si unas manos resbalosas
estuvieran sujetando fuertemente mi fierro, las cuales no querían soltarme y
cuando apenas había sacado la mitad, volvió a introducirme en ella. Sentí que
casi me estaba jalando, pero poco a poco fue soltándome para poder acelerar sus
movimientos. Dejó mi boca para pasar al lóbulo de mi oreja, su respiración era
pesada y me provocaba escalofríos a cada rato ya fuera por lo que pasaba en mi
oreja, en mi riata o en donde fuera que esa mano exploradora tocara en mi
pecho.
Por primera vez en mucho tiempo, estaba por venirme sin
poder hacer algo para evitarlo.
—M-mamá.
—Sh…. —me arrulló al tiempo que se detenía en seco.
Algo apretó fuertemente la base de mi verga, su entrada se
había cerrado como si de una abrazadera se tratase. Fueron apenas unos
instantes, yo creí que me había venido, sentí el alivio de haberme corrido,
pero no tuve la sensación de descargar nada, sin mencionar que tampoco tenía el
dolor en los huevos típico cuando me detenía antes de eyacular. Nos quedamos
así unos instantes, hasta que ella sintió que el peligro había pasado.
—No puedes venirte todavía —ronroneó con una voz sensual que
jamás le había escuchado, estaba totalmente en celo—. Raqui me mataría si se
entera que no probó tu… —hizo otra pausa antes de terminar la frase gimiendo— lechita.
Otro escalofrío me invadió, se me puso la piel de gallina y
ella rio pícaramente cuando se dio cuenta de ello. Abrí la boca, mi intención
era disculparme, pedirle perdón por casi venirme tan rápido, pero ella posó su
índice sobre mis labios y guardé silencio.
—¿Crees que puedas aguantar un poco más? ¿O prefieres poner
esa boquita a trabajar para dejarle su ración a tu hermana?
Tan sólo escucharla decir eso me estaba provocando ganas de
acabar de nuevo, así que me levanté y sin decir nada, la acomodé para comerle
la entrepierna. Ella suspiró, seguramente no era la respuesta que esperaba,
pero aquella sonrisa no se le borró del rostro. Me sentía como si estuviera
reprobando un examen o perdiendo una partida en un videojuego, era momento de
remontar, tenía que poder.
Puse todo mi empeño, lengua y dedos, clítoris y el interior.
Escucharla gemir fue un gran alivio y cuando alcé la mirada, no pude ver mucho
salvo que estaba completamente tendida y oía cómo estaba amortiguando sus
gemidos, si no era con una almohada, tal vez con sus manos. Mi ego estaba
recuperándose y me permitió disfrutar un poco más de mi tarea. Comí con hambre,
pero fui bajando la velocidad poco a poco por el cansancio. Me empezaba a doler
la mandíbula, así que dejé a mis dedos trabajar para descansar un poco y
aproveché para ver un poco mejor desde una perspectiva más alta. El paisaje era
bello por donde uno lo mirase, el vientre plano elevarse y sumiéndose con cada
respiración, esas enormes tetas derritiéndose a ambos costados, su boca y
frente tapadas con sus antebrazos.
Al darse cuenta de que la estaba viendo, se apoyó con sus
codos y fijó su mirada en mí mientras sus gemidos se convertían en jadeos para
no llamar la atención. Su cadera empezó a contonearse y esa fue mi señal para
que mi lengua volviera a su puesto entre sus piernas. Ella las separó lo más
que pudo y el hueso de su pelvis se marcó mucho más, su entrada desbordaba ese
néctar, el cual tenía un tono blanquecino. Pensé que quizás había soltado un
poco dentro de ella, pero al probarlo, no percibí el sabor amargo que tuve al
ingerirlo de Tere. Era dulce y espeso, nada que ver con lo que había probado la
otra vez. Era rico, muy rico. Degusté como si de un auténtico postre se
tratara, como si estuviera lamiendo leche condensada de una cuchara y en eso,
el temblor empezó.
Su pubis se sacudió tanto que me lastimó un poco la nariz y
los labios, una mano estaba ahogando sus gemidos de nuevo. Yo estaba preparado
para ser aprisionado por esos muslos enormes, pero esas piernas permanecieron
abiertas durante todo aquel terremoto. Y sí, el terremoto ocurrió antes de la
inundación. Como si hubieran abierto una llave de agua, un chorro de líquido
transparente me llenó la cara, pero con fuerza, literalmente, me pegó.
Había sentido los chorritos de Raquel y de Tere, pero esto
era como cuando abren un hidrante en las películas. Me hizo retroceder y llegué
a toser de lo que había logrado entrarme por la nariz. Estaba sorprendido, pero
sobre todo, estaba contento con haberlo conseguido. Volteé a verla sonriendo
orgulloso y ella también me sonreía, orgullosa. Hizo un gesto con la mano y me
acosté a su lado. Me abrazó y de una manera extraña, nos ganó la risa a ambos.
Tras volver a ponerse el camisón, una nueva carcajada se le
escapó al verme completamente empapado.
—Vete a bañar, yo me encargo de la lavadora.
Y así, sin más, salí del cuarto rumbo al baño. Me vi al
espejo y aunque parecía que me había agarrado la lluvia, tenía una sonrisa de
oreja a oreja.
Terminé de bañarme y hasta entonces me di cuenta de que
había olvidado agarrar mi toalla. Las que había antes habían sido usadas por
Tere, así que me iba a tocar salir al cuarto y mojar todo el pasillo. Abrí la
puerta y asusté al ver que ahí estaba Julia, esperándome.
—Subí y oí la regadera. Mamá dijo que te habías metido a
bañar pero vi tu toalla ahí en el cuarto, ten.
—Eh… gracias —dije mientras le recibía el trapo.
—Mamá anda rara —dijo, permaneciendo de pie junto a la
puerta abierta, mientras yo me secaba—. ¿Pasó algo ayer?
—Este… ¡sí! —exclamé al recordar la historia que debía
contarle—. Lo de los masajes.
—Pues debió ser un masaje muy especial, anda totalmente
cambiada.
Detecté la sospecha en su tono, en cuanto terminé de secarme
el pelo vi su mirada penetrante y decidí mejor cubrirme debajo de la cintura
con la toalla y salí del baño. Ella caminó rumbo a su cuarto, se detuvo para
voltear a verme, así que la seguí en silencio.
—¿Qué pasó, Luís? —me preguntó habiendo entrado yo.
—Nada, en serio —dije, intentando ocultar el nudo en la
garganta que se me había hecho.
—Le pregunté a Raquel y se la ha pasado queriendo marearme,
nomás le da vueltas al asunto. Sólo quiere sacarme de quicio, como acostumbra.
—A ver —me apresuré en contestar—, no pasó nada de lo que tú
crees.
—Se la metiste por atrás —dijo a modo de afirmación, pero
con la clara intención de que la confirmara o negara.
—Eh… sí —dije, derrotado. Si tendría la oportunidad de ser
sincero sin meter la pata, la iba a tomar.
Sus ojos se abrieron como platos y desvió la mirada por
primera vez desde que habíamos entrado al cuarto. Estaba conmocionada, pero de
cierta manera, me había dejado ver que ya se esperaba esa confirmación.
—N-no creo que haga falta entrar en detalles —dije, buscando
una salida de aquella conversación.
—¿Qué tiene que ver mamá en todo esto? —preguntó, parecía
que no iba a soltar el tema.
—¡Eh! —se me fue la sangre a los talones— ¡No! Yo… eh…
—Luís, no me mientas. No te atrevas.
—Este… mira —tenía que acomodar mis ideas rápido o me iba a
hundir más—. Primero llegó la clienta…
—Su amiga del gym.
—Ajá, sí… Luego llegó Raquel y…
—Lo hicieron.
—Este… sí. Bueno, es que yo le había hecho comentarios de querer
hacerlo por…
—Sí, sí… ya entendí —me interrumpió, visiblemente incómoda—.
Lo hicieron.
—No, bueno… —se me estaba ocurriendo algo, era arriesgado,
pero si funcionaba podría lograr que ese interrogatorio no se extendiera—. No
pudimos. Raquel no estaba lista y…
—¡Por favor, Luís! —se quejó—. No me des detalles de…
—Y mamá nos ayudó —la interrumpí antes de cerrar los ojos.
No hubo un silencio total. Recuerdo claramente el ruido de
una moto recorriendo la calle y la música de algún vecino sonando a todo
volumen a la distancia, pero Julia sí se quedó callada un rato, Abrí los ojos,
ella se había quedado de piedra.
—¿C-co… cómo? ¿Qué hi… qué?
—Mamá llegó —empecé a explicar—, nos vio y nos prestó gel y
se quedó con Raquel mientras yo… ya sabes.
Mi hermana llevó la mano a la boca, su ceño se fruncía en un
gesto de horror total. “¡Genial!”, pensé, “Ya la traumé”.
—¿Se quedó a ver todo? —preguntó con hilo de voz, quizás era
más una pregunta retórica, pero aún así respondí.
—Sí, para que Raquel no se lastimara.
Tomó una bocanada de aire, así que continué.
—Cuando todo acabó, le di un masaje a ella —por dentro, con
mi verga, en su ano; pero esos eran detalles que no hacía falta aclarar. Quise
convencerme a mí mismo de que estaba diciendo (casi) la verdad—. Eso fue todo,
te lo juro.
—Y entonces ella… ¡Ay, no! —volvió a taparse la boca y ahogó
un grito— ¿Qué está pasando en esta casa?
Julia estaba al borde de una crisis, pero mantuvo la voz
baja, seguramente no quería que mamá o Raquel se acercaran. Empezó a rascarse
los costados de la frente, ahora sabía que era el músculo temporal.
—Te vas a lastimar si haces eso, es mejor que lo hagas así.
Me acerqué a ella y le tomé los dedos, la guie para que
hiciera los movimientos de abajo hacia arriba, lentamente, para disipar el
dolor.
—Estás apretando mucho la mandíbula —le dije mientras
deslizaba mis yemas hacia sus mejillas—. A ver, relájala. —Lo hizo—. Bien,
ahora respira lentamente.
Me estaba haciendo caso, seguí masajeando usando sus propios
dedos hasta que sentí que el entumecimiento había desaparecido. La toalla se me
había desajustado y había caído al suelo al acercarme a mi hermana, pero ella
no reaccionó a ello, estaba como en shock. Me aparté y me agaché para tomar la
prenda de nuevo, pero ella sólo hizo un ruido y agitó la palma extendida, en
señal de que no era necesario.
—Este… ¿ya te sientes mejor? —le pregunté, ella sintió en
silencio—. Bueno… Yo… eh… me voy.
Su mano se apretó mi muñeca y nos quedamos así unos
instantes.
—Perdón —dijo ella después de un rato—. Es que… todo esto…
es demasiado. Es mucho para asimilar.
—¿Creíste que la había hipnotizado? —le pregunté, intentando
hacerla no querer continuar con la plática.
—¡Perdón! Yo…
Rompió en llanto y ocultó su cara en mi pecho, ahora era yo
el que tenía los ojos como platos. Como la costumbre dictaba, le di palmadas en
la espalda intentando consolarla. Me costaba trabajo respirar, por un lado, me
estaba saliendo con la mía, parecía que se había creído la historia; pero por
otro lado, la culpa de estar provocándole esas lágrimas con una… verdad a
medias, me revolvió los intestinos.
—Primero Raquel… —berreaba entre espasmos— tú y ella… lo de
andar sin ropa. Luego mamá que los solapa… esto de los masajes… desde entonces
se porta raro. Luís, me doy cuenta. Hay algo raro con ella, no es sólo que esté
contenta porque tengas trabajo… hay algo más.
«He visto cómo los mira —dijo un poco más calmada, más
seria—. A ti y a Raquel por igual, no es normal, Luís. Vi un bikini súper
diminuto entre su ropa sucia, me dijo que lo usaría para cuando le dieras
masajes. ¡Luís! Esa cosa no tapa nada, bien pudo comprarse algo más… decente.
«Luego me digo a mí misma que no debo pensar mal, es nuestra
madre. ¡Es de locos! Pero luego está lo que pasa entre tú y Raquel. ¿No era
ella la que quería correrte y mandarte al ejército al principio? Primero creí
que podrías haberla hipnotizado. Perdón, pero fue lo primero que pensé —se
apresuró a decir, yo sólo hice un gesto con la mano para indicarle que lo
dejara pasar—. Pero después de lo que pasó con Raquel… después de que la
hipnotizaras en frente de mí y que las cosas siguieran así, me siento peor cada
que dudo de ti.
—Ya, ya… —intervine para calmarla—. Tampoco puedo culparte
por dudar de mí. No soy un demonio pero tampoco un santo.
—Pero estuvo mal —dijo, severa—. Todo este rato he estado
mal sospechando de ti. Y ahora me entero de esto… —se limpió la nariz con el
antebrazo y se aclaró la garganta—. Temo por lo que pueda hacer mamá.
—¿Q-qué quieres decir? —aquello me tomó desprevenido—. ¿A
qué te refieres?
—Nada, nada —dijo elevando la cara y abanicándose para
evitar que siguieran llorándole los ojos—. Ya estoy harta de sospechar y
equivocarme. Ojalá y también me equivoque. Luís, ¿ha pasado algo entre mamá y
tú?
Y ahí estaba yo, de nuevo entre la espada y la pared. Cada
fracción de segundo que me tardaba en contestarle era una especie de confirmación
y para cuando Julia agachó la cabeza, me di cuenta de que era demasiado tarde
para decir lo que sea. Sollozó un par de veces, la volví a tomar entre mis
brazos y permanecimos así hasta que se volvió a calmar.
Cuando bajamos las escaleras, Raquel y mamá estaban
preparando una merienda. Julia parecía una estatua de cera y tuve que decirles a
las otras dos que dejaran de insistirle con sus preguntas y la dejaran en paz.
Aquella comida juntos fue bastante incómoda, más que eso, triste. Mamá quiso
acompañar a Julia cuando se retiró a su cuarto, pero le hice saber que aquello tampoco
sería una buena idea.
—¿Entonces ella sabe que lo hiciste con mamá? —me preguntó
Raquel después de que les contara lo que había hablado con nuestra hermana
mayor.
—No exactamente —le respondí—. No se lo conté, pero ella
entendió eso.
—¿¡Y por qué no le dijiste que no!? —preguntó mamá, en voz
baja pero muerta de miedo.
—Perdón. Yo… me quedé en shock. ¿Sí? —me sinceré—. No sabía
qué decirle, me quedé callado cuando me preguntó si algo más había pasado entre
mamá y yo y pues…
—El que calla otorga —sentenció Raquel—. Julia tampoco se
chupa el dedo, ¿eh, mami?
—¡Dios! —exclamó mamá, preocupada, abanicándose con la palma
abierta—. Esto era justo lo que no quería que pasara. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—¿Qué quieres que hagamos? —le cuestionó la menor de sus
hijas—. Luís dice que ya se enteró de todo, cualquier cosa que digamos está de más.
—No exactamente —repetí como si fuera una grabadora—. Le
dije… —hice una pausa. Quise evitar echarme de cabeza, antes de continuar,
volteé a las escaleras y volví a mirarlas a ambas. Era necesario contarles y
así manejar todos la misma versión—. Le dije “lo que pasó” —dije viéndolas a
fijamente a cada una. Se los dije así en caso de que las paredes tuvieran
oídos, ambas asintieron—: Primero vino Tere, luego se fue —me detuve y ambas
volvieron a asentir en silencio—. Luego vino Raquel, intentamos tener sexo anal
pero no pudimos hacerlo bien. Luego llegaste tú, viste que podía lastimar a
Raquel y nos ayudaste.
Mamá se llevó las manos a la cara y ocultó su rostro un rato
mientras negaba con la cabeza. Raquel estaba concentrada. Conociéndola,
seguramente estaba analizando aquella narración, viendo qué huecos podría tener
para blindar aquella coartada. Puse mi mano en la pierna de mamá y cuando tuve
de nuevo la atención de ambas, seguí.
—Nos prestaste tu lubricante, cuidaste a Raquel mientras
ocurría y te aseguraste de que no la lastimara. Es normal —dije, intentando
consolarla—. Luego, una cosa llevó a la otra y pues…
—Pasó lo que tenía que pasar, mami —añadió Raquel, con ese
mismo tono tranquilizador.
—Yo… yo… —dijo ella, estaba haciendo todo lo que podía para
no quebrarse.
—Mamá —dije—, lo que pasó, pasó.
—No es tu culpa —volvió a intervenir mi hermana—. Y si sí,
fue culpa de Luís y mía.
Las lágrimas terminaron por brotar y ambos nos lanzamos a
abrazarla. Raquel también lloró un poco, pero se mantuvo serena en aras de
calmar a mamá. Yo había tenido tiempo de pensar y para ese punto, mi cerebro ya
estaba bastante sereno y despejado. Mis yemas presionaban su espalda en la
parte de su músculo trapecio que estaba más tensa y conforme avanzaba en
dirección a su columna, continué:
—No podemos volver atrás —dije al fin para cerrar—. Lo que
pasó, ya pasó, no lo podemos cambiar.
Raquel clavó sus ojos en mí. Tardó casi nada en darse cuenta
de que aquellas frases eran para inducir a mamá y en silencio, pidió la
palabra.
—Mami —le dijo al oído—, no tienes por qué sentirte culpable
de lo que hiciste… de lo que sientes.
Su mano se deslizó como seda desde la espalda de mamá al
frente y se aferró en uno de aquellos enormes montes cubiertos por el ligero
camisón. Su índice y pulgar se fueron directamente a afilar el pezón por encima
de la tela delgada.
—Yo me la pasé increíble —continuó diciendo—, Luís también.
—Es difícil… —dijo al fin, con voz ronca pero totalmente
consciente de sí—. Es difícil aceptar tantos cambios. Mi niña… De seguro su
hermana está asqueada de mí… de lo que hice.
—Yo creo que debemos darle su espacio —dije, alejándome de
su espalda y sosteniendo su mano. Parecía que no iba a ser necesario hacerla
entrar en trance después de todo, así que intenté retomar una conversación más
natural—. Julia no es así, cuando hemos hablado últimamente me doy cuenta de
que busca ser comprensiva.
—Debiste verla cuando nos encontró, mami —dijo Raquel,
imitándome y tomando la otra mano de mamá entre las suyas—. Estaba así —imitó
la expresión en el rostro molesto que tenía Julia aquella vez—. Ella creyó que
Luís me había hipnotizado para que yo tuviera sexo con él y lo obligó a
hipnotizarme para que olvidara todo lo que me había dicho en las otras sesiones
que tuvimos.
«Quería que dejara de sentir lo que siento, pero no sólo no
pasó sino que ahora me importa cada vez menos lo que nadie más opine de mi vida
y mis decisiones.
Mamá estaba completamente impactada con lo que estaba oyendo
decir a su hija menor. Pude ver que ella había sospechado lo mismo y aquella
revelación la había tomado por sorpresa… No puedo evitar preguntarme hoy en
día: si ella sospechaba, aunque fuera un poco, que yo estaba controlando a
Raquel con hipnosis, ¿por qué no había hecho nada al respecto? ¿O era algo que
no se había planteado siquiera hasta ese momento en que escuchó que la sospecha
de su hija mayor tenía sentido?
—Lo que quiero decir, mami —continuó—, es… Ya somos adultos,
los cuatro. Si yo, que soy la más joven, sé lo que implica lo que hacemos Luís
y yo. Si él me corresponde y me hace sentir así y si tú también te sientes así…
el problema no es nuestro, es de los demás.
—Suenas igual a Tere —comentó mamá—. Tienen más en común de
lo que crees.
—Será que no nos gusta estar a expensas de lo que alguien
más opine de nuestra vida… eso y que nos gusta esta pichula de aquí.
Soltó a mamá y se apoyó boca abajo sobre su regazo para cruzarla
y que mi verga quedara al alcance de su cara. Estaba totalmente flácida, así
que empezó a darle besos. Mamá suspiró sonriendo ante el cinismo de la escena. Apreté
su mano y ella ensanchó su sonrisa sin dejar de ver a Raquel.
—Creo que… —dijo con un poco de resignación— nadie escogemos
qué es lo que nos gusta.
—Ni quién nos gusta —añadí.
Su palma en mi mejilla precedió a un beso, sólo labios, pero
lento.
—¡Oy! —exclamó Raquel— Con que así sí se te para, ¿eh?
No aguanté la risa y nuestros labios se separaron. La lengua
de mi hermana se dedicó a recorrer mi palanca de todos los ángulos posibles.
—Bueno, bueno, bueno… —canturreó nuestra madre mientras
hacía a un lado a mi hermana—. Con permiso, señorita. Si van a ponerse
cariñosos, vayan a su cuarto, por favor.
De nuestros cuartos, el mío era el que estaba más alejado
del de Julia, así que cerramos la puerta y nos echamos un par de rounds. Raquel
contuvo sus gritos y gemidos, pero fuera de eso, no nos contuvimos. No se la
volví a meter por atrás, pero mi pulgar pasó a saludar y se encargó de
estimularla mientras su otra entrada recibía mis embestidas.
Cuando el segundo round concluyó, estaba atardeciendo. Salí
al baño a orinar, pude ver que no había nadie en la planta baja y que la puerta
del cuarto de Julia estaba entreabierta, estaba vacío. Terminé de hacer mis
necesidades y cuando salí al pasillo, la calma me permitió escuchar que detrás
de la puerta de la habitación de mamá se colaban su voz y la de Julia. La voz
de mi hermana mayor se escuchaba tranquila y parecía que mamá apenas
intervenía, así que decidí no arruinar cualquier intento de reconciliación que
estuviera ocurriendo allí dentro. Era mejor dejarlas en paz para que pudieran enmendar
las cosas, así que volví a la cama con Raquel y dormimos juntos.
A la mañana siguiente, no hubo rastro de Julia y al
preguntarle por mensaje, no me respondió más que un “me levanté temprano”.
Hubiera dado lo que fuera por saber si estaba enojada con nosotros, asqueada,
incómoda o todo lo anterior y, quizás hasta algo más; pero era obvio que quería
su espacio y todos sabíamos respetar eso. Raquel y yo no logramos sacarle nada
de información a mamá sobre lo que platicaron ella y Julia.
—Lo único que necesitan saber es que ya platicamos y entre
ella y yo —enfatizó— vamos a trabajar en arreglar las cosas.
—¿Eso significa que voy a tener a Luís sólo para mí otra
vez? —preguntó Raquel con retórica picardía.
—No seas avariciosa —dijo antes de acabarse su taza de
café—. Ayer en la mañana, tu hermano se quedó con las ganas de acabar cuando lo
hicimos por respetar esa promesa de sólo darte su leche a ti.
—¿En serio? —preguntó emocionada, viéndonos a ambos.
—Le dijiste que no acabara si tú no estás —aclaró mientras
recogía los platos y tazas de la mesa—. Tere acató esa regla, así que yo
también lo hago.
—¡A-ay! Mami… —titubeó, genuinamente avergonzada—. Eso era
para que... es que una vez él se… se
masturbó y… y… cuando lo hicimos casi no le salió.
—Es que también… no paran ustedes dos. Lo hacen todos los
días, a todas horas —dijo mientras hacía el gesto de machetear su palma—. Es
obvio que va a quedar sin nada así.
—P-pero… entonces… —insistió mi hermana, todavía apenada— ¿Entonces,
no lo hicieron ayer?
—¡Pues no como debíamos, jovencita! —exclamó mamá desde el
fregadero. Estaba jugando a estar molesta o indignada, pero dejó en claro que
era en tono de broma.
—Apenas duré nada —reconocí—. Tuve que acabar con mi boca
para no venirme dentro de mamá.
—¿Y todavía te baja, mami? —preguntó, con genuina
curiosidad.
—¡Ash! ¡Pero qué afán de hacerme sentir vieja, caramba! —fue
su única respuesta, ni se molestó en voltear a vernos y continuó secando su
taza.
Interpretamos eso como un no y a mi hermana se le escapó una
risita.
—O sea que Luís te la puede meter cuando quieras sin que tengas
que preocuparte de nada. ¡Suertudota!
—Ni tanto, ¿eh? —le reclamó—. Con eso de que quieres su
“lechita” para ti sola…
—Bueno, bueno… yo dije que no se la anduviera jalando si no
estoy yo. Es que cuando se la jala luego deja de salirle y… ya, pues. ¿Sabes
qué? ¿Tienes tiempo?
Mamá actuó su papel de desentendida hasta que su hijita le
explicara con peras y manzanas. Después de todo, eran todavía las 6 y ella
entraba a trabajar hasta las 9. “No ir al gym un día no era para tanto si podía
ejercitarse un ratito en casa”. Ni falta que haga decir que mi verga estaba
lista para lo que fuera y ambas, que sí estaban vestidas, no dejaban de echarle
miradas furtivas mientras conversaban. Por su parte, Raquel jugueteaba con la
idea de faltar al trabajo, pero los tres sabíamos que no tenía intenciones de
hacerlo; dirán lo que sea de cualquiera de los 3, pero nadie en esa casa “dejaríamos
botada la chamba” jamás.
Mi hermanita terminó de desayunar y como siempre, se
despidió antes de partir, sólo que en esta ocasión, aparte del candente beso
que nos dimos, también bajó a darle una chupada a mi amigo antes de pasar con
mamá. En un descuido, sus labios rozaron y Raquel tomó en sus manos aquellas
tetas enormes y las sacudió antes de encaminarse a la entrada, guiñarnos el ojo
y cerrar la puerta.
Mamá estaba sonrojada, pero no intentó siquiera ocultar su
alegría.
—Vamos al cuarto —me dijo, emocionada.
Llevaba puesto un atuendo casual ya que su intención era ir
al gimnasio, así que las prendas salieron volando sin ningún reparo. En cuanto
se libró del top, ese par de melones se balancearon libremente y me atrajeron
como si fueran imanes. Fui directo a chuparlos, quise ponerla a prueba y
mordisqueé pero ni siquiera se quejó, sólo suspiró y encajó sus garras en mi
trasero. La punta de mi verga impactó con su bajo vientre antes de rozar la
tela que aún cubría su entrepierna. Yo había entendido que no debía subestimar
lo que esa mujer era capaz de hacerme con sus caderas, ahora tenía que
demostrarle que no era un precoz incapaz de seguirle el paso. Seguí absorto con
sus pechos un buen rato y ella comenzó a acariciarme el pelo, lo que me hizo
bajar hasta esa panty y revelar lo que me estaba intentando ocultar.
Me sorprendió no encontrarme una fuente desbordante como
ocurría con Raquel, mi lengua fue repasando la zona y mis dedos volvieron a
explorar dentro de esos labios carnosos hasta poder extraer aquél néctar dulce,
realmente dulce. Ella se sentó al borde de la cama, se arqueó hacia atrás y sus
manos repasaban su pecho y sus muslos, los cuales iban elevándose hasta que sus
talones se apoyaron debidamente en el colchón. De esta manera, su asterisco ya
quedaba a mi alcance y capté la invitación. Mi mano dejó paso a que mi lengua
siguiera extrayendo el vital líquido para adentrarse a ese ano prieto y
palpitante. Los fluidos ayudaron a entrar sin tanto problema, pero hacía falta
que esas paredes internas cedieran un poco más antes de ingresar un segundo
dedo. Sus gemidos se entrecortaban, se llevó una mano a la boca y en cuanto
alcé la vista, sus pechos apenas y me dejaron ver más que su barbilla.
Pero no era momento de comer, tenía que ponerme a prueba y
demostrarme que no era un bato meco que se venía en segundos. Mi verga se frotó
en los labios hinchados de esa raja, era como un hotdog al que los bollos le
quedaban chicos. Sus piernas temblaban cada que frotaba su clítoris o bajaba a
la entrada de su ano, quería que me rogara.
—¡Bueno, ya! —dijo al poco rato con el rostro al rojo vivo—.
Ya deja de hacerte el tonto y métemela.
—¿Dónde? Dime dónde la quieres.
—¡Ya sabes dónde! —bufó, estaba perdiendo el control y
parecía tener los ojos inyectados con ira.
—¿Quieres que te la meta? —sabía que podía provocarla un
poquito más.
—¡Luís! ¡Por Dios! ¡Ya! —chilló— ¡Métemela!
—¿Qué? ¿Qué quieres que te meta?
—¡Métela de una buena vez! O si no…
—Sólo dime qué quieres que te meta, mamá.
—¡YA MÉTEMELA!
—¿Qué? —dije mientras alejaba mi garrote y ella se
incorporaba con sus codos sin quitarle los ojos de encima—. ¿Esto? ¿La verga de
tu hijo? Di que la quieres.
—¡YA! ¡MÉTEMELA DE UNA PUTA VEZ, CABRÓN!
Y eso hice. En cuanto entré me encontré con un tope mucho
antes de siquiera llegar a la mitad, su interior se cerró con fuerza y de
pronto, sentí sus espasmos. Un vistazo me hizo quitarme el miedo de que la
hubiera lastimado. Creo que estaba teniendo un orgasmo, justo como aquella vez
que se la había metido entera a Raquel de un golpe. Mi pulgar fue a masajear su
botoncito y de inmediato recibí su manotazo, los espasmos se convirtieron en
temblores y los dedos de sus pies se encajaron en el edredón de la cama. Cuando
por fin sentí que su interior empezaba a retroceder, fui moviéndome lentamente,
cada tanto, esos alrededores volvían a apretar y soltar hasta que pude entrar
por completo.
—Eres un cabrón —había vuelto a usar esa palabra. Ella nunca
usaba malas palabras y eso no hizo más que calentarme más.
—Este cabrón te está cogiendo, mamá.
Volvió a apretar con fuerza y acalló un gemido mordiéndose
los labios, sin dejar de sostenerme esa mirada desafiante. De niño, esos ojos
hubieran significado que estaría en problemas, pero ahora, significaba que la
que estaba en problemas era ella.
Retrocedí con calma y volví a abrirme paso, era
impresionante cuánto estaba apretando ahora. No era nada comparado al día
anterior y de lejos, nada qué ver con Raquel o Teresa, la experiencia, supongo.
Cuando por fin pude entrar y salir sin encontrarme con esa resistencia, ya
estaba de nuevo estrujando esas tetas y oyendo esos gemidos escaparse poco a
poco. Era muy diferente ahora que era yo quien tenía la batuta y podía
controlar la velocidad y la intensidad, aunque sentí de nuevo como si la
estuviera metiendo en un horno, uno que con cada embestida que recibía, se
amoldaba a la forma de mi verga. Mis dedos se cerraban cada vez más y sentía
que esos globos se tensaban cada vez más, lo que causó que sus gemidos se
hicieran más agudos y empezara a jadear. Sus pies se habían desprendido del
colchón y se balanceaban en el aire con cada estocada hasta que por fin me
rodearon y formaron un candado tras de mí. Tenía espacio suficiente para seguir
moviéndome, pero ahora ella se acomodaba de manera que podía meterla hasta el
fondo sin problemas.
Ya no era un vaivén suave, sus pechos quedaron libres de mis
garras y rebotaban con cada golpe de maneras que sólo había visto en el porno,
ahora el hipnotizado era yo. De buenas a primeras, el espacio que sus piernas
me habían dado se cerró y aquellos adentros ardientes volvían a cerrarse
alrededor de mi fierro. Esta vez no pudo contenerse y soltó un alarido que casi
me revienta el tímpano cuando se acercó, aferrándose a mí y presionando esos
melones en mi pecho y, cómo no, encajando sus garras en mi espalda. De tal
palo, tal astilla. Me zumbaba el oído, una mata interminable de cabello castaño
me impedía ver nada y mi cuello se humedecía con cada vez que ella jadeó y
resopló antes de liberarme y dejarse caer sobre la cama. Mi chile aún estaba
dentro y con una sonrisa de oreja a oreja, no podía dejar de pensar que todavía
no me había venido. Ella se estremeció cuando la saqué para ir a buscar mi
celular al comedor y seguía en la misma posición cuando regresé.
Tomé apenas un par de fotos cuando me di cuenta de que a esa
estampa le hacía falta algo. Sin pedir permiso ni avisar, volví a meterla.
—¡Ay! ¡Por Dios, Luís! —gritó— ¿No puedes esperarte un poco?
Sus ojos estaban completamente abiertos, pero su sonrisa
pícara era imposible de ocultar. Me ahorré las palabras y le di un empujón más.
Sus piernas se desplomaron a los costados, quedando completamente abiertas, no
opuso resistencia conforme volvía a entrar. En una de las ocasiones en las que
estaba afuera, probé suerte abajo, sin embargo, no fue tan sencillo como creí. A
diferencia de la vez anterior, su ano no estaba preparado y apenas pude empujar
aquella entrada pero no cedió. Fue entonces que ella se levantó, me sostuvo la
verga como si la examinara y su palma resbaló gracias a sus propios jugos que
aún la cubrían. Me dio la espalda para se adentrarse de vuelta sobre el edredón
de la cama, se puso en cuatro y fue agachándose hasta donde sus tetas le
permitieron. Su culo se mecía de un lado al otro, esperándome.
—Puedes meterla donde quieras, pero quiero que acabes aquí…
Sus dedos índice y corazón separaron los labios de su
vagina, estaba de un color intenso, más parecido al vino que al rosa claro de
Raquel y Tere. Tanto su raja como su esfínter se contraían, su otra mano había
empezado a penetrarse aquél otro orificio mientras yo todavía no me decidía. Por
extraño que parezca, no me sentía ni cerca de eyacular. Mi primera estocada fue
a su raja, entré sin problemas y ella gimió sin contenerse gracias a que la
almohada amortiguaría bien lo que le saliera de la boca. Mi mano se unió a ese
dedo que se hundía entre sus nalgas, no abandonó su sitio y entre los dos
seguimos ensanchando aquella otra boca que me recibiría.
Ya lubricado mi garrote y dilatada la entrada, volví a
intentarlo y ahora pude meter la cabeza. Sus pies se contrajeron y un gruñido
lento fue silenciado por el relleno de la almohada. Era obvio que no estaba
lista, así que volví a su flor y cada tanto, volvía a taladrar. Después de un
rato, por fin podía meterla lo suficiente para empezar a bombear el culo de esa
mujer que no hacía más que chillar y gemir bajo el amparo de los cojines. Su
mano se fue directo a frotar de izquierda a derecha su botón y en ocasiones,
meterse un dedo conforme iba entrando más y más en su ano. Al final, podía
meterla sin problemas y ella misma era quien hacía que sus nalgas me impactaran
con fuerza. ¡Dios! No pude evitar darles azotes a los costados de esos
cachetes, lo cual provocaba chillidos que sólo me incitaban a ir más rápido y
más recio.
—¡Luís! ¡LUÍS! —Alcancé a entenderle a través de la tela.
Se la saqué y volví a metérsela en su almeja y ella fue la
que se apuñalaba sola una y otra vez. Mi pulgar se quedó a hacer guardia en su
asterisco y por dentro, frotaba justo donde le provocaba pequeños espasmos que
apretaban mi verga dentro de su vagina.
—¡Mamá! ¡Ya!
Me aferré a su cadera y comencé a bombear con todas mis
fuerzas. No era broma, ya había comenzado a sentir que me ardía la punta de
tanto roce y el dolor empezaba a ser difícil de ignorar. Fuera lo que fuera,
sentí que aquello tendría que valer la pena. Continué impactando y lo que se
oía eran gritos amortiguados, verdaderos gritos. Su mano seguía atacando su
clítoris y rozando esporádicamente mis huevos al meterla hasta el fondo. Hasta
que al final, pude vaciarlos. No fue uno ni dos, varios chorros fueron saliendo
con tanta presión que fui empezándola a sacar, desbordándose en un hilo grueso
y goteando al mezclarse con los jugos de ella.
Su cuerpo desplomado encima de el pequeño charco blanco
sobre el color marfil del edredón fue lo que capturó la cámara del celular.
Tomé varias fotos y un video corto recorriendo a plenitud el cuerpo de mi
propia madre, a quien le hablé para que saludara a la cámara y su rostro apenas
pudo esbozar una sonrisa.
—Ahora ya sabes por qué no fui al gym hoy, maldita zorra
loca —dijo en dirección al lente, sabiendo quién iba a ver semejante material—.
Esto es tu culpa.
Como pudo, se incorporó y me abrazó. El teléfono seguía
grabando mientras nuestros labios se unían y su lengua se aventuró a encontrar
la mía. Esa mujer, sensual, atrevida y desvergonzada, definitivamente era algo
muy diferente a la que siempre había llamado mamá. Y yo no podía estar más
feliz en ese momento.
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