El Hombre de la Casa 19: Cambio de Actitud

 


Aquél domingo fue un poco parecido al anterior. Raquel y yo repetíamos la rutina nudista y eso era algo que seguía incomodando a Julia, quien, por orgullo seguramente, se negaba a abandonar la sala o el comedor aunque nuestra hermanita menor se esforzara por sacarla de quicio.

Aquello tampoco era algo inusual, desde que era niña, Raquel era muy inquieta. Una de sus mejores formas de entretenerse era poner a prueba la paciencia de nuestra hermana mayor. Picando costillas, jugueteando con su cabello, ocultándole cosas, arrebatándoselas para que la persiguiera… era de admirarse hasta dónde estiraba la liga, pero era más sorprendente que Julia nunca la hubiera agarrado en su contra. Nunca le puso la mano encima, nunca siquiera se le escapó un insulto y la única vez que hizo que Raquel llorara, fue por un accidente que pasó por forcejear.

La naturaleza benévola y, me atrevo a decir, sobrenaturalmente madura de nuestra hermana era, tal vez, la razón por la que la respetábamos tanto. Siempre sabía cómo aplacarnos, ya fuera con palabras dulces o con argumentos irrefutables y, como último recurso, usaba a mamá. Mi etapa rebelde me hizo aislarme aún más de la gente desde que entré a secundaria y creo que se acabó en cuanto conseguí mi primer empleo; pero la de Raquel parecía que todavía no terminaba, es más, creo que inició desde que nació.

Era ese afán suyo de provocar lo que la hacía tocarse los pechos o hasta meterse el dedo en la raja frente a Julia con la excusa de que tenía comezón. Y claro, ver eso hacía que se me parara levemente la tranca. No diría que había superado mi vergüenza a que se me parara en frente de mi hermana mayor, pero aprendí a disimular cuando ocurría. Cuando desayunábamos, era inútil tratar de ocultar mi erección matutina y, si bien Raquel no decía nada cuando la notaba, su mirada indiscreta era captada por nuestra hermana y la sorprendí contemplándola fugazmente en más de una ocasión. Y por supuesto, mamá también examinaba lo que el cristal de la mesa del comedor no podía cubrir.

Dije que ese domingo era “un poco parecido al anterior”, la principal diferencia era mamá. El camisón que se puso desde la noche anterior era de una tela muy fina, que si bien no era transparente, dejaba ver por completo su silueta. Sus enormes tetas se balanceaban sin el menor decoro y sus pezones lograban verse sin problema, algo que era novedad en ella. Era bien sabido por todos nosotros que debajo de esa tela fina no había nada que la cubriera y ser consciente de ello hacía muy difícil que no se me pusiera tiesa en momentos inoportunos.

Cuando dieron las 3, me di cuenta de que todavía no había metido a lavar la ropa sucia y mis sábanas debían lavarse sí o sí esa tarde, así que decidí subir y recoger lo que tuviera que lavarse en los cuartos de las demás. Cuando estaba en el cuarto de mamá, pude darme cuenta de que había dos juegos de sábanas usados en la canasta y vi cómo en su buró estaba su juguete de plástico color rosa chicle, ahí, a plena vista.

—Tuve que cambiar las sábanas de nuevo anoche —escuché su voz susurrándome a mis espaldas y el seguro de la puerta accionarse—. Pero me costó más trabajo después de sentir la de verdad.

Sentí cómo palpaba a tientas hasta llegar a mi verga, la cual ya estaba calentando motores. El calor que ya emanaba detrás de mi espalda hizo que no me sobresaltara cuando se prendió a mí. Su avance era directo, ya no titubeaba y esa energía sexual que había presenciado el día anterior se manifestaba con más intensidad. Era como si fuera una persona completamente diferente, eso era lo que me decía a mí mismo para evitar darle vueltas a la idea de que esa hembra en celo era mi propia madre.

—Raqui está abajo con Julia —suspiró mientras bajaba por mi nuca—, le pedí que nos diera unos minutos.

—¿En serio?

—Esa niña está un poco loca, pero estoy muy… emocionada —pensó mucho esa palabra—. Y no voy a dejar pasar esta oportunidad. Ya no.

Ya estaba sujetando firmemente mi garrote, su palma ya estaba recorriendo hacia arriba y abajo cuando se puso a darme besos cortos en el hombro, con lo cual terminé poniéndome bien duro en cosa de nada. Con empujones suaves, me dirigió hacia la cama y me senté al borde del colchón. Sus párpados entrecerrados proyectaban la energía de una leona, cosa que se acentuaba con su la manera en que se acercó a mí.

—Ya lo pensé… —ronroneó mientras sus dedos debatían cómo volver a agarrar mi mástil—. Lo pensé demasiado. No hace falta que finja que no quiero… ya no me quiero aguantar las ganas.

Dicho eso, la leona se convirtió en águila y se abalanzó a su presa en una especie de caída libre que me hizo pegar un brinco de la sorpresa. Su lengua no se comportaba como una primeriza, estaba recorriendo todo lo que podía, daba giros y bajaba a mis huevos sin dejar de usar su mano en ningún momento.

—¡Guau! —sólo eso se me ocurrió decir.

—¿Te gusta? Me preocupaba que pensaras que tu madre era una zorra que sabe chupar… —de nuevo, tardó en pensar qué palabra usar— pitos. Supongo que lo bien aprendido jamás se olvida.

—¿D-dónde aprendiste? Seré curioso —quise actuar tranquilo, aunque aquello estaba haciéndome retorcer como gusano.

—Yo también fui joven, hijo —dijo antes de engullir por completo mi riata, palpar un poco con su lengua y garganta y volver a sacarla—. Con tres embarazos, papá y yo tuvimos que ponernos creativos cuando no se podía.

—Seguramente tendríamos un par de hermanos más si no lo hubieran hecho.

—Quizás —dijo entre chupetones—, a lo mejor tendrían otro hermanito —otro chupetón más— y él me estaría dando por atrás… —y uno más— mientras te la chupo. ¡Uf!

Estaba metiéndose mano mientras me la estaba mamando, se entregó un poco a su fantasía y no interrumpí su silencio. De pronto, a ella le pareció suficiente y con la punta del dedo me indicó que me recostara boca arriba en el centro de la cama. Sus rodillas apenas deformaban el colchón Queen-size, en cuanto se deshizo del camisón apenas pude ver su rostro con semejantes melones meciéndose frente a mí. Ella los sostuvo con sus manos y empezó a contonearse mientras poco a poco, mi chile quedó justo debajo de su entrepierna. Ella me miraba fijamente, aquella pena que siempre había tenido definitivamente se había esfumado por completo y yo estaba a la espera de volver a sentir el interior de su culo.

Encajé mis garras en esas nalgas redondas y jugosas, ella gimió mientras seguía jugando con sus pechos y meciendo su cadera de un lado a otro. Volví a sentir la humedad y el calor de su entrada frontal, de nuevo, ésta ungió mi glande con aquel lubricante natural. Ella bajó poco a poco, esos labios fueron cediendo lugar como un pan de hotdog para albergar mi embutido y embadurnarlo lentamente. Recorrió todo mi mástil, de arriba hacia abajo, hasta llegar a mis bolas y de vuelta a la punta.

—Hoy sí me la vas a meter por acá. Ya esperé demasiado.

De un movimiento, toda la cabeza de mi verga entró y ella se llevó la mano a la boca para contener el gemido. Jamás me dejaré de sorprender de lo diferente que estar dentro de una persona distinta. Esa primera expedición, es una magia que sólo se experimenta una vez. Sus labios eran ligeramente más gruesos que los de Raquel y Tere, su interior era más suave, no era estrecho. Bueno, no al inicio. Después de que se acostumbrara, fue ella misma quien continuó descendiendo su pelvis, dejando que siguiera penetrando hasta alcanzar poco más de la mitad. Sus paredes internas cedían con una facilidad agradable, pero sentía que la estaba metiendo en alguna especie de horno, se sentía mucho más calor que dentro de mi hermana o de la instructora del gimnasio.

Llegados a ese punto, exhaló con fuerza antes de empezar a resoplar, ella había estado conteniendo el aliento hasta ese momento y apoyó sus manos a ambos lados de mi cabeza conforme se inclinaba hacia adelante. Su cabello nos cubrió como si estuviéramos en una tienda de campaña, me hizo recordar la misma experiencia que habíamos tenido Raquel y yo en el hotel. Su rostro estaba a pocos centímetros del mío, totalmente rojos los dos, me sonrió y aquella timidez volvió a aparecer en su rostro.

No pude resistirme. La tomé de la nuca con ambas manos, cerré los ojos y sentí sus labios impactar contra los míos. No abrimos nuestras bocas, pero casi de inmediato, ella estaba correspondiéndome y ese beso era lo que necesitábamos para que el resto de mi verga lograra entrar. Una vez paró y la la base de mi macana estaba sintió el borde de su entrada, ocurrió la magia. Esas paredes, que se sentían suaves y, siendo sincero, algo aguadas, cobraron vida propia y como si estuviera dentro de una garganta enorme, fueron cerrándose alrededor de mí. La repentina presión me tomó por sorpresa y ahora era yo quien contenía el aliento, me quedé paralizado mientras los adentros de esa mujer parecían estar haciendo un molde de mi verga.

Nuestros labios aún permanecían unidos cuando empezó a cabalgar, empezó de forma lenta y yo sentía como si unas manos resbalosas estuvieran sujetando fuertemente mi fierro, las cuales no querían soltarme y cuando apenas había sacado la mitad, volvió a introducirme en ella. Sentí que casi me estaba jalando, pero poco a poco fue soltándome para poder acelerar sus movimientos. Dejó mi boca para pasar al lóbulo de mi oreja, su respiración era pesada y me provocaba escalofríos a cada rato ya fuera por lo que pasaba en mi oreja, en mi riata o en donde fuera que esa mano exploradora tocara en mi pecho.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba por venirme sin poder hacer algo para evitarlo.

—M-mamá.

—Sh…. —me arrulló al tiempo que se detenía en seco.

Algo apretó fuertemente la base de mi verga, su entrada se había cerrado como si de una abrazadera se tratase. Fueron apenas unos instantes, yo creí que me había venido, sentí el alivio de haberme corrido, pero no tuve la sensación de descargar nada, sin mencionar que tampoco tenía el dolor en los huevos típico cuando me detenía antes de eyacular. Nos quedamos así unos instantes, hasta que ella sintió que el peligro había pasado.

—No puedes venirte todavía —ronroneó con una voz sensual que jamás le había escuchado, estaba totalmente en celo—. Raqui me mataría si se entera que no probó tu… —hizo otra pausa antes de terminar la frase gimiendo— lechita.

Otro escalofrío me invadió, se me puso la piel de gallina y ella rio pícaramente cuando se dio cuenta de ello. Abrí la boca, mi intención era disculparme, pedirle perdón por casi venirme tan rápido, pero ella posó su índice sobre mis labios y guardé silencio.

—¿Crees que puedas aguantar un poco más? ¿O prefieres poner esa boquita a trabajar para dejarle su ración a tu hermana?

Tan sólo escucharla decir eso me estaba provocando ganas de acabar de nuevo, así que me levanté y sin decir nada, la acomodé para comerle la entrepierna. Ella suspiró, seguramente no era la respuesta que esperaba, pero aquella sonrisa no se le borró del rostro. Me sentía como si estuviera reprobando un examen o perdiendo una partida en un videojuego, era momento de remontar, tenía que poder.

Puse todo mi empeño, lengua y dedos, clítoris y el interior. Escucharla gemir fue un gran alivio y cuando alcé la mirada, no pude ver mucho salvo que estaba completamente tendida y oía cómo estaba amortiguando sus gemidos, si no era con una almohada, tal vez con sus manos. Mi ego estaba recuperándose y me permitió disfrutar un poco más de mi tarea. Comí con hambre, pero fui bajando la velocidad poco a poco por el cansancio. Me empezaba a doler la mandíbula, así que dejé a mis dedos trabajar para descansar un poco y aproveché para ver un poco mejor desde una perspectiva más alta. El paisaje era bello por donde uno lo mirase, el vientre plano elevarse y sumiéndose con cada respiración, esas enormes tetas derritiéndose a ambos costados, su boca y frente tapadas con sus antebrazos.

Al darse cuenta de que la estaba viendo, se apoyó con sus codos y fijó su mirada en mí mientras sus gemidos se convertían en jadeos para no llamar la atención. Su cadera empezó a contonearse y esa fue mi señal para que mi lengua volviera a su puesto entre sus piernas. Ella las separó lo más que pudo y el hueso de su pelvis se marcó mucho más, su entrada desbordaba ese néctar, el cual tenía un tono blanquecino. Pensé que quizás había soltado un poco dentro de ella, pero al probarlo, no percibí el sabor amargo que tuve al ingerirlo de Tere. Era dulce y espeso, nada que ver con lo que había probado la otra vez. Era rico, muy rico. Degusté como si de un auténtico postre se tratara, como si estuviera lamiendo leche condensada de una cuchara y en eso, el temblor empezó.

Su pubis se sacudió tanto que me lastimó un poco la nariz y los labios, una mano estaba ahogando sus gemidos de nuevo. Yo estaba preparado para ser aprisionado por esos muslos enormes, pero esas piernas permanecieron abiertas durante todo aquel terremoto. Y sí, el terremoto ocurrió antes de la inundación. Como si hubieran abierto una llave de agua, un chorro de líquido transparente me llenó la cara, pero con fuerza, literalmente, me pegó.

Había sentido los chorritos de Raquel y de Tere, pero esto era como cuando abren un hidrante en las películas. Me hizo retroceder y llegué a toser de lo que había logrado entrarme por la nariz. Estaba sorprendido, pero sobre todo, estaba contento con haberlo conseguido. Volteé a verla sonriendo orgulloso y ella también me sonreía, orgullosa. Hizo un gesto con la mano y me acosté a su lado. Me abrazó y de una manera extraña, nos ganó la risa a ambos.

Tras volver a ponerse el camisón, una nueva carcajada se le escapó al verme completamente empapado.

—Vete a bañar, yo me encargo de la lavadora.

Y así, sin más, salí del cuarto rumbo al baño. Me vi al espejo y aunque parecía que me había agarrado la lluvia, tenía una sonrisa de oreja a oreja.

Terminé de bañarme y hasta entonces me di cuenta de que había olvidado agarrar mi toalla. Las que había antes habían sido usadas por Tere, así que me iba a tocar salir al cuarto y mojar todo el pasillo. Abrí la puerta y asusté al ver que ahí estaba Julia, esperándome.

—Subí y oí la regadera. Mamá dijo que te habías metido a bañar pero vi tu toalla ahí en el cuarto, ten.

—Eh… gracias —dije mientras le recibía el trapo.

—Mamá anda rara —dijo, permaneciendo de pie junto a la puerta abierta, mientras yo me secaba—. ¿Pasó algo ayer?

—Este… ¡sí! —exclamé al recordar la historia que debía contarle—. Lo de los masajes.

—Pues debió ser un masaje muy especial, anda totalmente cambiada.

Detecté la sospecha en su tono, en cuanto terminé de secarme el pelo vi su mirada penetrante y decidí mejor cubrirme debajo de la cintura con la toalla y salí del baño. Ella caminó rumbo a su cuarto, se detuvo para voltear a verme, así que la seguí en silencio.

—¿Qué pasó, Luís? —me preguntó habiendo entrado yo.

—Nada, en serio —dije, intentando ocultar el nudo en la garganta que se me había hecho.

—Le pregunté a Raquel y se la ha pasado queriendo marearme, nomás le da vueltas al asunto. Sólo quiere sacarme de quicio, como acostumbra.

—A ver —me apresuré en contestar—, no pasó nada de lo que tú crees.

—Se la metiste por atrás —dijo a modo de afirmación, pero con la clara intención de que la confirmara o negara.

—Eh… sí —dije, derrotado. Si tendría la oportunidad de ser sincero sin meter la pata, la iba a tomar.

Sus ojos se abrieron como platos y desvió la mirada por primera vez desde que habíamos entrado al cuarto. Estaba conmocionada, pero de cierta manera, me había dejado ver que ya se esperaba esa confirmación.

—N-no creo que haga falta entrar en detalles —dije, buscando una salida de aquella conversación.

—¿Qué tiene que ver mamá en todo esto? —preguntó, parecía que no iba a soltar el tema.

—¡Eh! —se me fue la sangre a los talones— ¡No! Yo… eh…

—Luís, no me mientas. No te atrevas.

—Este… mira —tenía que acomodar mis ideas rápido o me iba a hundir más—. Primero llegó la clienta…

—Su amiga del gym.

—Ajá, sí… Luego llegó Raquel y…

—Lo hicieron.

—Este… sí. Bueno, es que yo le había hecho comentarios de querer hacerlo por…

—Sí, sí… ya entendí —me interrumpió, visiblemente incómoda—. Lo hicieron.

—No, bueno… —se me estaba ocurriendo algo, era arriesgado, pero si funcionaba podría lograr que ese interrogatorio no se extendiera—. No pudimos. Raquel no estaba lista y…

—¡Por favor, Luís! —se quejó—. No me des detalles de…

—Y mamá nos ayudó —la interrumpí antes de cerrar los ojos.

No hubo un silencio total. Recuerdo claramente el ruido de una moto recorriendo la calle y la música de algún vecino sonando a todo volumen a la distancia, pero Julia sí se quedó callada un rato, Abrí los ojos, ella se había quedado de piedra.

—¿C-co… cómo? ¿Qué hi… qué?

—Mamá llegó —empecé a explicar—, nos vio y nos prestó gel y se quedó con Raquel mientras yo… ya sabes.

Mi hermana llevó la mano a la boca, su ceño se fruncía en un gesto de horror total. “¡Genial!”, pensé, “Ya la traumé”.

—¿Se quedó a ver todo? —preguntó con hilo de voz, quizás era más una pregunta retórica, pero aún así respondí.

—Sí, para que Raquel no se lastimara.

Tomó una bocanada de aire, así que continué.

—Cuando todo acabó, le di un masaje a ella —por dentro, con mi verga, en su ano; pero esos eran detalles que no hacía falta aclarar. Quise convencerme a mí mismo de que estaba diciendo (casi) la verdad—. Eso fue todo, te lo juro.

—Y entonces ella… ¡Ay, no! —volvió a taparse la boca y ahogó un grito— ¿Qué está pasando en esta casa?

Julia estaba al borde de una crisis, pero mantuvo la voz baja, seguramente no quería que mamá o Raquel se acercaran. Empezó a rascarse los costados de la frente, ahora sabía que era el músculo temporal.

—Te vas a lastimar si haces eso, es mejor que lo hagas así.

Me acerqué a ella y le tomé los dedos, la guie para que hiciera los movimientos de abajo hacia arriba, lentamente, para disipar el dolor.

—Estás apretando mucho la mandíbula —le dije mientras deslizaba mis yemas hacia sus mejillas—. A ver, relájala. —Lo hizo—. Bien, ahora respira lentamente.

Me estaba haciendo caso, seguí masajeando usando sus propios dedos hasta que sentí que el entumecimiento había desaparecido. La toalla se me había desajustado y había caído al suelo al acercarme a mi hermana, pero ella no reaccionó a ello, estaba como en shock. Me aparté y me agaché para tomar la prenda de nuevo, pero ella sólo hizo un ruido y agitó la palma extendida, en señal de que no era necesario.

—Este… ¿ya te sientes mejor? —le pregunté, ella sintió en silencio—. Bueno… Yo… eh… me voy.

Su mano se apretó mi muñeca y nos quedamos así unos instantes.

—Perdón —dijo ella después de un rato—. Es que… todo esto… es demasiado. Es mucho para asimilar.

—¿Creíste que la había hipnotizado? —le pregunté, intentando hacerla no querer continuar con la plática.

—¡Perdón! Yo…

Rompió en llanto y ocultó su cara en mi pecho, ahora era yo el que tenía los ojos como platos. Como la costumbre dictaba, le di palmadas en la espalda intentando consolarla. Me costaba trabajo respirar, por un lado, me estaba saliendo con la mía, parecía que se había creído la historia; pero por otro lado, la culpa de estar provocándole esas lágrimas con una… verdad a medias, me revolvió los intestinos.

—Primero Raquel… —berreaba entre espasmos— tú y ella… lo de andar sin ropa. Luego mamá que los solapa… esto de los masajes… desde entonces se porta raro. Luís, me doy cuenta. Hay algo raro con ella, no es sólo que esté contenta porque tengas trabajo… hay algo más.

«He visto cómo los mira —dijo un poco más calmada, más seria—. A ti y a Raquel por igual, no es normal, Luís. Vi un bikini súper diminuto entre su ropa sucia, me dijo que lo usaría para cuando le dieras masajes. ¡Luís! Esa cosa no tapa nada, bien pudo comprarse algo más… decente.

«Luego me digo a mí misma que no debo pensar mal, es nuestra madre. ¡Es de locos! Pero luego está lo que pasa entre tú y Raquel. ¿No era ella la que quería correrte y mandarte al ejército al principio? Primero creí que podrías haberla hipnotizado. Perdón, pero fue lo primero que pensé —se apresuró a decir, yo sólo hice un gesto con la mano para indicarle que lo dejara pasar—. Pero después de lo que pasó con Raquel… después de que la hipnotizaras en frente de mí y que las cosas siguieran así, me siento peor cada que dudo de ti.

—Ya, ya… —intervine para calmarla—. Tampoco puedo culparte por dudar de mí. No soy un demonio pero tampoco un santo.

—Pero estuvo mal —dijo, severa—. Todo este rato he estado mal sospechando de ti. Y ahora me entero de esto… —se limpió la nariz con el antebrazo y se aclaró la garganta—. Temo por lo que pueda hacer mamá.

—¿Q-qué quieres decir? —aquello me tomó desprevenido—. ¿A qué te refieres?

—Nada, nada —dijo elevando la cara y abanicándose para evitar que siguieran llorándole los ojos—. Ya estoy harta de sospechar y equivocarme. Ojalá y también me equivoque. Luís, ¿ha pasado algo entre mamá y tú?

Y ahí estaba yo, de nuevo entre la espada y la pared. Cada fracción de segundo que me tardaba en contestarle era una especie de confirmación y para cuando Julia agachó la cabeza, me di cuenta de que era demasiado tarde para decir lo que sea. Sollozó un par de veces, la volví a tomar entre mis brazos y permanecimos así hasta que se volvió a calmar.

 

Cuando bajamos las escaleras, Raquel y mamá estaban preparando una merienda. Julia parecía una estatua de cera y tuve que decirles a las otras dos que dejaran de insistirle con sus preguntas y la dejaran en paz. Aquella comida juntos fue bastante incómoda, más que eso, triste. Mamá quiso acompañar a Julia cuando se retiró a su cuarto, pero le hice saber que aquello tampoco sería una buena idea.

—¿Entonces ella sabe que lo hiciste con mamá? —me preguntó Raquel después de que les contara lo que había hablado con nuestra hermana mayor.

—No exactamente —le respondí—. No se lo conté, pero ella entendió eso.

—¿¡Y por qué no le dijiste que no!? —preguntó mamá, en voz baja pero muerta de miedo.

—Perdón. Yo… me quedé en shock. ¿Sí? —me sinceré—. No sabía qué decirle, me quedé callado cuando me preguntó si algo más había pasado entre mamá y yo y pues…

—El que calla otorga —sentenció Raquel—. Julia tampoco se chupa el dedo, ¿eh, mami?

—¡Dios! —exclamó mamá, preocupada, abanicándose con la palma abierta—. Esto era justo lo que no quería que pasara. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—¿Qué quieres que hagamos? —le cuestionó la menor de sus hijas—. Luís dice que ya se enteró de todo, cualquier cosa que digamos está de más.

—No exactamente —repetí como si fuera una grabadora—. Le dije… —hice una pausa. Quise evitar echarme de cabeza, antes de continuar, volteé a las escaleras y volví a mirarlas a ambas. Era necesario contarles y así manejar todos la misma versión—. Le dije “lo que pasó” —dije viéndolas a fijamente a cada una. Se los dije así en caso de que las paredes tuvieran oídos, ambas asintieron—: Primero vino Tere, luego se fue —me detuve y ambas volvieron a asentir en silencio—. Luego vino Raquel, intentamos tener sexo anal pero no pudimos hacerlo bien. Luego llegaste tú, viste que podía lastimar a Raquel y nos ayudaste.

Mamá se llevó las manos a la cara y ocultó su rostro un rato mientras negaba con la cabeza. Raquel estaba concentrada. Conociéndola, seguramente estaba analizando aquella narración, viendo qué huecos podría tener para blindar aquella coartada. Puse mi mano en la pierna de mamá y cuando tuve de nuevo la atención de ambas, seguí.

—Nos prestaste tu lubricante, cuidaste a Raquel mientras ocurría y te aseguraste de que no la lastimara. Es normal —dije, intentando consolarla—. Luego, una cosa llevó a la otra y pues…

—Pasó lo que tenía que pasar, mami —añadió Raquel, con ese mismo tono tranquilizador.

—Yo… yo… —dijo ella, estaba haciendo todo lo que podía para no quebrarse.

—Mamá —dije—, lo que pasó, pasó.

—No es tu culpa —volvió a intervenir mi hermana—. Y si sí, fue culpa de Luís y mía.

Las lágrimas terminaron por brotar y ambos nos lanzamos a abrazarla. Raquel también lloró un poco, pero se mantuvo serena en aras de calmar a mamá. Yo había tenido tiempo de pensar y para ese punto, mi cerebro ya estaba bastante sereno y despejado. Mis yemas presionaban su espalda en la parte de su músculo trapecio que estaba más tensa y conforme avanzaba en dirección a su columna, continué:

—No podemos volver atrás —dije al fin para cerrar—. Lo que pasó, ya pasó, no lo podemos cambiar.

Raquel clavó sus ojos en mí. Tardó casi nada en darse cuenta de que aquellas frases eran para inducir a mamá y en silencio, pidió la palabra.

—Mami —le dijo al oído—, no tienes por qué sentirte culpable de lo que hiciste… de lo que sientes.

Su mano se deslizó como seda desde la espalda de mamá al frente y se aferró en uno de aquellos enormes montes cubiertos por el ligero camisón. Su índice y pulgar se fueron directamente a afilar el pezón por encima de la tela delgada.

—Yo me la pasé increíble —continuó diciendo—, Luís también.

—Es difícil… —dijo al fin, con voz ronca pero totalmente consciente de sí—. Es difícil aceptar tantos cambios. Mi niña… De seguro su hermana está asqueada de mí… de lo que hice.

—Yo creo que debemos darle su espacio —dije, alejándome de su espalda y sosteniendo su mano. Parecía que no iba a ser necesario hacerla entrar en trance después de todo, así que intenté retomar una conversación más natural—. Julia no es así, cuando hemos hablado últimamente me doy cuenta de que busca ser comprensiva.

—Debiste verla cuando nos encontró, mami —dijo Raquel, imitándome y tomando la otra mano de mamá entre las suyas—. Estaba así —imitó la expresión en el rostro molesto que tenía Julia aquella vez—. Ella creyó que Luís me había hipnotizado para que yo tuviera sexo con él y lo obligó a hipnotizarme para que olvidara todo lo que me había dicho en las otras sesiones que tuvimos.

«Quería que dejara de sentir lo que siento, pero no sólo no pasó sino que ahora me importa cada vez menos lo que nadie más opine de mi vida y mis decisiones.

Mamá estaba completamente impactada con lo que estaba oyendo decir a su hija menor. Pude ver que ella había sospechado lo mismo y aquella revelación la había tomado por sorpresa… No puedo evitar preguntarme hoy en día: si ella sospechaba, aunque fuera un poco, que yo estaba controlando a Raquel con hipnosis, ¿por qué no había hecho nada al respecto? ¿O era algo que no se había planteado siquiera hasta ese momento en que escuchó que la sospecha de su hija mayor tenía sentido?

—Lo que quiero decir, mami —continuó—, es… Ya somos adultos, los cuatro. Si yo, que soy la más joven, sé lo que implica lo que hacemos Luís y yo. Si él me corresponde y me hace sentir así y si tú también te sientes así… el problema no es nuestro, es de los demás.

—Suenas igual a Tere —comentó mamá—. Tienen más en común de lo que crees.

—Será que no nos gusta estar a expensas de lo que alguien más opine de nuestra vida… eso y que nos gusta esta pichula de aquí.

Soltó a mamá y se apoyó boca abajo sobre su regazo para cruzarla y que mi verga quedara al alcance de su cara. Estaba totalmente flácida, así que empezó a darle besos. Mamá suspiró sonriendo ante el cinismo de la escena. Apreté su mano y ella ensanchó su sonrisa sin dejar de ver a Raquel.

—Creo que… —dijo con un poco de resignación— nadie escogemos qué es lo que nos gusta.

—Ni quién nos gusta —añadí.

Su palma en mi mejilla precedió a un beso, sólo labios, pero lento.

—¡Oy! —exclamó Raquel— Con que así sí se te para, ¿eh?

No aguanté la risa y nuestros labios se separaron. La lengua de mi hermana se dedicó a recorrer mi palanca de todos los ángulos posibles.

—Bueno, bueno, bueno… —canturreó nuestra madre mientras hacía a un lado a mi hermana—. Con permiso, señorita. Si van a ponerse cariñosos, vayan a su cuarto, por favor.

 

De nuestros cuartos, el mío era el que estaba más alejado del de Julia, así que cerramos la puerta y nos echamos un par de rounds. Raquel contuvo sus gritos y gemidos, pero fuera de eso, no nos contuvimos. No se la volví a meter por atrás, pero mi pulgar pasó a saludar y se encargó de estimularla mientras su otra entrada recibía mis embestidas.

Cuando el segundo round concluyó, estaba atardeciendo. Salí al baño a orinar, pude ver que no había nadie en la planta baja y que la puerta del cuarto de Julia estaba entreabierta, estaba vacío. Terminé de hacer mis necesidades y cuando salí al pasillo, la calma me permitió escuchar que detrás de la puerta de la habitación de mamá se colaban su voz y la de Julia. La voz de mi hermana mayor se escuchaba tranquila y parecía que mamá apenas intervenía, así que decidí no arruinar cualquier intento de reconciliación que estuviera ocurriendo allí dentro. Era mejor dejarlas en paz para que pudieran enmendar las cosas, así que volví a la cama con Raquel y dormimos juntos.

 

A la mañana siguiente, no hubo rastro de Julia y al preguntarle por mensaje, no me respondió más que un “me levanté temprano”. Hubiera dado lo que fuera por saber si estaba enojada con nosotros, asqueada, incómoda o todo lo anterior y, quizás hasta algo más; pero era obvio que quería su espacio y todos sabíamos respetar eso. Raquel y yo no logramos sacarle nada de información a mamá sobre lo que platicaron ella y Julia.

—Lo único que necesitan saber es que ya platicamos y entre ella y yo —enfatizó— vamos a trabajar en arreglar las cosas.

—¿Eso significa que voy a tener a Luís sólo para mí otra vez? —preguntó Raquel con retórica picardía.

—No seas avariciosa —dijo antes de acabarse su taza de café—. Ayer en la mañana, tu hermano se quedó con las ganas de acabar cuando lo hicimos por respetar esa promesa de sólo darte su leche a ti.

—¿En serio? —preguntó emocionada, viéndonos a ambos.

—Le dijiste que no acabara si tú no estás —aclaró mientras recogía los platos y tazas de la mesa—. Tere acató esa regla, así que yo también lo hago.

—¡A-ay! Mami… —titubeó, genuinamente avergonzada—. Eso era para que...  es que una vez él se… se masturbó y… y… cuando lo hicimos casi no le salió.

—Es que también… no paran ustedes dos. Lo hacen todos los días, a todas horas —dijo mientras hacía el gesto de machetear su palma—. Es obvio que va a quedar sin nada así.

—P-pero… entonces… —insistió mi hermana, todavía apenada— ¿Entonces, no lo hicieron ayer?

—¡Pues no como debíamos, jovencita! —exclamó mamá desde el fregadero. Estaba jugando a estar molesta o indignada, pero dejó en claro que era en tono de broma.

—Apenas duré nada —reconocí—. Tuve que acabar con mi boca para no venirme dentro de mamá.

—¿Y todavía te baja, mami? —preguntó, con genuina curiosidad.

—¡Ash! ¡Pero qué afán de hacerme sentir vieja, caramba! —fue su única respuesta, ni se molestó en voltear a vernos y continuó secando su taza.

Interpretamos eso como un no y a mi hermana se le escapó una risita.

—O sea que Luís te la puede meter cuando quieras sin que tengas que preocuparte de nada. ¡Suertudota!

—Ni tanto, ¿eh? —le reclamó—. Con eso de que quieres su “lechita” para ti sola…

—Bueno, bueno… yo dije que no se la anduviera jalando si no estoy yo. Es que cuando se la jala luego deja de salirle y… ya, pues. ¿Sabes qué? ¿Tienes tiempo?

Mamá actuó su papel de desentendida hasta que su hijita le explicara con peras y manzanas. Después de todo, eran todavía las 6 y ella entraba a trabajar hasta las 9. “No ir al gym un día no era para tanto si podía ejercitarse un ratito en casa”. Ni falta que haga decir que mi verga estaba lista para lo que fuera y ambas, que sí estaban vestidas, no dejaban de echarle miradas furtivas mientras conversaban. Por su parte, Raquel jugueteaba con la idea de faltar al trabajo, pero los tres sabíamos que no tenía intenciones de hacerlo; dirán lo que sea de cualquiera de los 3, pero nadie en esa casa “dejaríamos botada la chamba” jamás.

Mi hermanita terminó de desayunar y como siempre, se despidió antes de partir, sólo que en esta ocasión, aparte del candente beso que nos dimos, también bajó a darle una chupada a mi amigo antes de pasar con mamá. En un descuido, sus labios rozaron y Raquel tomó en sus manos aquellas tetas enormes y las sacudió antes de encaminarse a la entrada, guiñarnos el ojo y cerrar la puerta.

Mamá estaba sonrojada, pero no intentó siquiera ocultar su alegría.

—Vamos al cuarto —me dijo, emocionada.

Llevaba puesto un atuendo casual ya que su intención era ir al gimnasio, así que las prendas salieron volando sin ningún reparo. En cuanto se libró del top, ese par de melones se balancearon libremente y me atrajeron como si fueran imanes. Fui directo a chuparlos, quise ponerla a prueba y mordisqueé pero ni siquiera se quejó, sólo suspiró y encajó sus garras en mi trasero. La punta de mi verga impactó con su bajo vientre antes de rozar la tela que aún cubría su entrepierna. Yo había entendido que no debía subestimar lo que esa mujer era capaz de hacerme con sus caderas, ahora tenía que demostrarle que no era un precoz incapaz de seguirle el paso. Seguí absorto con sus pechos un buen rato y ella comenzó a acariciarme el pelo, lo que me hizo bajar hasta esa panty y revelar lo que me estaba intentando ocultar.

Me sorprendió no encontrarme una fuente desbordante como ocurría con Raquel, mi lengua fue repasando la zona y mis dedos volvieron a explorar dentro de esos labios carnosos hasta poder extraer aquél néctar dulce, realmente dulce. Ella se sentó al borde de la cama, se arqueó hacia atrás y sus manos repasaban su pecho y sus muslos, los cuales iban elevándose hasta que sus talones se apoyaron debidamente en el colchón. De esta manera, su asterisco ya quedaba a mi alcance y capté la invitación. Mi mano dejó paso a que mi lengua siguiera extrayendo el vital líquido para adentrarse a ese ano prieto y palpitante. Los fluidos ayudaron a entrar sin tanto problema, pero hacía falta que esas paredes internas cedieran un poco más antes de ingresar un segundo dedo. Sus gemidos se entrecortaban, se llevó una mano a la boca y en cuanto alcé la vista, sus pechos apenas y me dejaron ver más que su barbilla.

Pero no era momento de comer, tenía que ponerme a prueba y demostrarme que no era un bato meco que se venía en segundos. Mi verga se frotó en los labios hinchados de esa raja, era como un hotdog al que los bollos le quedaban chicos. Sus piernas temblaban cada que frotaba su clítoris o bajaba a la entrada de su ano, quería que me rogara.

—¡Bueno, ya! —dijo al poco rato con el rostro al rojo vivo—. Ya deja de hacerte el tonto y métemela.

—¿Dónde? Dime dónde la quieres.

—¡Ya sabes dónde! —bufó, estaba perdiendo el control y parecía tener los ojos inyectados con ira.

—¿Quieres que te la meta? —sabía que podía provocarla un poquito más.

—¡Luís! ¡Por Dios! ¡Ya! —chilló— ¡Métemela!

—¿Qué? ¿Qué quieres que te meta?

—¡Métela de una buena vez! O si no…

—Sólo dime qué quieres que te meta, mamá.

—¡YA MÉTEMELA!

—¿Qué? —dije mientras alejaba mi garrote y ella se incorporaba con sus codos sin quitarle los ojos de encima—. ¿Esto? ¿La verga de tu hijo? Di que la quieres.

—¡YA! ¡MÉTEMELA DE UNA PUTA VEZ, CABRÓN!

Y eso hice. En cuanto entré me encontré con un tope mucho antes de siquiera llegar a la mitad, su interior se cerró con fuerza y de pronto, sentí sus espasmos. Un vistazo me hizo quitarme el miedo de que la hubiera lastimado. Creo que estaba teniendo un orgasmo, justo como aquella vez que se la había metido entera a Raquel de un golpe. Mi pulgar fue a masajear su botoncito y de inmediato recibí su manotazo, los espasmos se convirtieron en temblores y los dedos de sus pies se encajaron en el edredón de la cama. Cuando por fin sentí que su interior empezaba a retroceder, fui moviéndome lentamente, cada tanto, esos alrededores volvían a apretar y soltar hasta que pude entrar por completo.

—Eres un cabrón —había vuelto a usar esa palabra. Ella nunca usaba malas palabras y eso no hizo más que calentarme más.

—Este cabrón te está cogiendo, mamá.

Volvió a apretar con fuerza y acalló un gemido mordiéndose los labios, sin dejar de sostenerme esa mirada desafiante. De niño, esos ojos hubieran significado que estaría en problemas, pero ahora, significaba que la que estaba en problemas era ella.

Retrocedí con calma y volví a abrirme paso, era impresionante cuánto estaba apretando ahora. No era nada comparado al día anterior y de lejos, nada qué ver con Raquel o Teresa, la experiencia, supongo. Cuando por fin pude entrar y salir sin encontrarme con esa resistencia, ya estaba de nuevo estrujando esas tetas y oyendo esos gemidos escaparse poco a poco. Era muy diferente ahora que era yo quien tenía la batuta y podía controlar la velocidad y la intensidad, aunque sentí de nuevo como si la estuviera metiendo en un horno, uno que con cada embestida que recibía, se amoldaba a la forma de mi verga. Mis dedos se cerraban cada vez más y sentía que esos globos se tensaban cada vez más, lo que causó que sus gemidos se hicieran más agudos y empezara a jadear. Sus pies se habían desprendido del colchón y se balanceaban en el aire con cada estocada hasta que por fin me rodearon y formaron un candado tras de mí. Tenía espacio suficiente para seguir moviéndome, pero ahora ella se acomodaba de manera que podía meterla hasta el fondo sin problemas.

Ya no era un vaivén suave, sus pechos quedaron libres de mis garras y rebotaban con cada golpe de maneras que sólo había visto en el porno, ahora el hipnotizado era yo. De buenas a primeras, el espacio que sus piernas me habían dado se cerró y aquellos adentros ardientes volvían a cerrarse alrededor de mi fierro. Esta vez no pudo contenerse y soltó un alarido que casi me revienta el tímpano cuando se acercó, aferrándose a mí y presionando esos melones en mi pecho y, cómo no, encajando sus garras en mi espalda. De tal palo, tal astilla. Me zumbaba el oído, una mata interminable de cabello castaño me impedía ver nada y mi cuello se humedecía con cada vez que ella jadeó y resopló antes de liberarme y dejarse caer sobre la cama. Mi chile aún estaba dentro y con una sonrisa de oreja a oreja, no podía dejar de pensar que todavía no me había venido. Ella se estremeció cuando la saqué para ir a buscar mi celular al comedor y seguía en la misma posición cuando regresé.

Tomé apenas un par de fotos cuando me di cuenta de que a esa estampa le hacía falta algo. Sin pedir permiso ni avisar, volví a meterla.

—¡Ay! ¡Por Dios, Luís! —gritó— ¿No puedes esperarte un poco?

Sus ojos estaban completamente abiertos, pero su sonrisa pícara era imposible de ocultar. Me ahorré las palabras y le di un empujón más. Sus piernas se desplomaron a los costados, quedando completamente abiertas, no opuso resistencia conforme volvía a entrar. En una de las ocasiones en las que estaba afuera, probé suerte abajo, sin embargo, no fue tan sencillo como creí. A diferencia de la vez anterior, su ano no estaba preparado y apenas pude empujar aquella entrada pero no cedió. Fue entonces que ella se levantó, me sostuvo la verga como si la examinara y su palma resbaló gracias a sus propios jugos que aún la cubrían. Me dio la espalda para se adentrarse de vuelta sobre el edredón de la cama, se puso en cuatro y fue agachándose hasta donde sus tetas le permitieron. Su culo se mecía de un lado al otro, esperándome.

—Puedes meterla donde quieras, pero quiero que acabes aquí…

Sus dedos índice y corazón separaron los labios de su vagina, estaba de un color intenso, más parecido al vino que al rosa claro de Raquel y Tere. Tanto su raja como su esfínter se contraían, su otra mano había empezado a penetrarse aquél otro orificio mientras yo todavía no me decidía. Por extraño que parezca, no me sentía ni cerca de eyacular. Mi primera estocada fue a su raja, entré sin problemas y ella gimió sin contenerse gracias a que la almohada amortiguaría bien lo que le saliera de la boca. Mi mano se unió a ese dedo que se hundía entre sus nalgas, no abandonó su sitio y entre los dos seguimos ensanchando aquella otra boca que me recibiría.

Ya lubricado mi garrote y dilatada la entrada, volví a intentarlo y ahora pude meter la cabeza. Sus pies se contrajeron y un gruñido lento fue silenciado por el relleno de la almohada. Era obvio que no estaba lista, así que volví a su flor y cada tanto, volvía a taladrar. Después de un rato, por fin podía meterla lo suficiente para empezar a bombear el culo de esa mujer que no hacía más que chillar y gemir bajo el amparo de los cojines. Su mano se fue directo a frotar de izquierda a derecha su botón y en ocasiones, meterse un dedo conforme iba entrando más y más en su ano. Al final, podía meterla sin problemas y ella misma era quien hacía que sus nalgas me impactaran con fuerza. ¡Dios! No pude evitar darles azotes a los costados de esos cachetes, lo cual provocaba chillidos que sólo me incitaban a ir más rápido y más recio.

—¡Luís! ¡LUÍS! —Alcancé a entenderle a través de la tela.

Se la saqué y volví a metérsela en su almeja y ella fue la que se apuñalaba sola una y otra vez. Mi pulgar se quedó a hacer guardia en su asterisco y por dentro, frotaba justo donde le provocaba pequeños espasmos que apretaban mi verga dentro de su vagina.

—¡Mamá! ¡Ya!

Me aferré a su cadera y comencé a bombear con todas mis fuerzas. No era broma, ya había comenzado a sentir que me ardía la punta de tanto roce y el dolor empezaba a ser difícil de ignorar. Fuera lo que fuera, sentí que aquello tendría que valer la pena. Continué impactando y lo que se oía eran gritos amortiguados, verdaderos gritos. Su mano seguía atacando su clítoris y rozando esporádicamente mis huevos al meterla hasta el fondo. Hasta que al final, pude vaciarlos. No fue uno ni dos, varios chorros fueron saliendo con tanta presión que fui empezándola a sacar, desbordándose en un hilo grueso y goteando al mezclarse con los jugos de ella.

Su cuerpo desplomado encima de el pequeño charco blanco sobre el color marfil del edredón fue lo que capturó la cámara del celular. Tomé varias fotos y un video corto recorriendo a plenitud el cuerpo de mi propia madre, a quien le hablé para que saludara a la cámara y su rostro apenas pudo esbozar una sonrisa.

—Ahora ya sabes por qué no fui al gym hoy, maldita zorra loca —dijo en dirección al lente, sabiendo quién iba a ver semejante material—. Esto es tu culpa.

Como pudo, se incorporó y me abrazó. El teléfono seguía grabando mientras nuestros labios se unían y su lengua se aventuró a encontrar la mía. Esa mujer, sensual, atrevida y desvergonzada, definitivamente era algo muy diferente a la que siempre había llamado mamá. Y yo no podía estar más feliz en ese momento.

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