La semana antes de empezar mi curso de masajista fue, por decir lo menos, intensa. Tras ver el video de mamá y yo, Raquel se empeñó en no querer quedarse atrás. Insistía en recostarme boca arriba para montar mi verga de manera vehemente, consecuencia de las pláticas que ahora tenían ellas dos, además de que se forzaba a recibirla por el culo. Tuve que ser yo quien nos detuviera, aunque intentara ocultarlo, era obvio que su cuerpo no estaba acostumbrado y su umbral de dolor era mucho menor que el de mamá y Tere. Nada que un poco de trabajo previo no ayudase, mi lengua y mis dedos se dedicaron a consentirla los primeros días. Cuando por fin dilató lo suficiente para poder metérsela, mamá llegó del trabajo y, como se había vuelto costumbre, se nos unió.
Actuaba mucho más segura de sí misma en la cama. Lo que
antes eran torpes acercamientos y visible incomodidad, ahora era puro deseo y
ansias por participar todo el tiempo. Se acercaba tanto a Raquel como a mí y no
dudaba en ningún momento. Verlas una a la otra, comiéndose la raja, las tetas y
hasta el culo era más que afrodisíaco, un éxtasis. Me vine un par de veces en
sus caras y ambas se lamían los rostros, se besaban y hasta se entretenían
solas, olvidando por momentos que yo estaba ahí también. Recuerdo una vez en
las que las dejé para preparar la cena y para cuando Julia llegó, comimos solos
ya que las otras dos no bajaron sino hasta más tarde.
Julia estaba visiblemente más cohibida con nosotros. Ninguno
de los cuatro forzamos la charla al respecto, era como un acuerdo silencioso en
el que ella prefería pretender que nada pasaba. En aquella ocasión, pudimos
platicar de cosas banales y de mi curso.
—Al fin vas a tener un motivo para salir de casa. A ver si
no se te ha olvidado cómo se usa la ropa, hermanito.
Era una broma, claro. Yo era el encargado de hacer las
compras para la casa, así que con frecuencia me tocaba salir y pretender que no
era un joven que se la vivía desnudo en su casa y que cogía con su madre y su
hermana menor; sino alguien normal. Nos reímos y seguimos bromeando al respecto
de hacer exhibicionismo en la cuadra, cosa que la hizo sonrojarse y cambió el
tema de conversación. Sí, estaba intentando llevar la fiesta en paz, pero no le
hacía mucha gracia la idea de incluirla en nada de nuestras “depravaciones”.
Cuando bajaron a cenar en aquella ocasión, tanto mamá como
Raquel estaban desnudas. Sus melenas revueltas hacían juego con sus amplias
sonrisas, estaban contentas de verdad, tanto que ni siquiera repararon en que
era la primera vez que mamá se mostraba desnuda frente a Julia. Por mi parte,
estuve atento a mi hermana. Aunque guardó silencio, tenía sus ojos encajados en
mamá. Les serví la cena a las recién llegadas y con un gesto en su hombro la
invité a acompañarme a ver la tele en la sala. Aceptó y nos quedamos viendo un
programa. Mamá y Raquel volvieron a subirse, creí que continuarían su faena,
pero al parecer cada una fue a su respectivo cuarto. Cuando me di cuenta, Julia
estaba frunciendo con fuerza su puño y tenía la mandíbula tensa, no había más
drama, pero entendí que aquello estaba siendo demasiado para ella.
No pensé en mi desnudez y me abalancé a abrazarla. Tras un
rato, su brazo también me rodeó y nos estrujamos en silencio, mientras en la
pantalla había rostros y voces que sólo servían de ruido de fondo.
Por su parte, Tere no hacía más que recordarnos a los tres
la envidia que nos tenía y lo furiosa que le ponía tener que salir de la ciudad
ese fin de semana.
—Ya extraño formar
parte de tan bonita familia —dijo en una llamada, estaba en altavoz.
—Ya quisieras —dijo Raquel, que estaba comiéndole la raja a
mamá mientras tenía mi verga dentro de la suya.
—El día en que formes partes de la familia será cuando los
puercos vuelen —rio mamá.
—¡Aiñ! Y yo que ya me
estaba mentalizando a decirte “suegrita”.
—¡Ni lo mande
Dios! —respondió la aludida, al tiempo que se le escapaba un gemido.
Cuando Tere finalizó la llamada, nosotros continuamos y terminé
en el vientre de mamá, de donde mi hermanita lamió hasta dejarla limpia. Era
apenas viernes, pero como había era día feriado, mamá y Raquel habían llegado
temprano a casa y aprovechamos desde temprano. Era la primera vez que estábamos
juntos los tres en el cuarto de mamá y Raquel no perdía la oportunidad de
quejarse que ahora me salía menos por culpa de nuestra madre. Lo cierto es que
después de aquella vez, no lo habíamos vuelto a hacer a solas, o bueno, sin que
estuviera Raquel en la misma habitación.
Sus ojos brillaban cuando veía mi tranca desaparecer entre
las nalgas de mamá, se ruborizaba y hasta dejaba de parpadear. Se empezó a
tocar y su otra mano empezó a hurgar en su cabús. Al verla, mamá le pidió que
se acomodarla frente a ella para ayudarla con sus manos y lengua. Ya no se
dejaba las uñas largas como antes, ahora estaban al ras de donde acababan sus
dedos y de inmediato comenzó a lamer el ano de su hijita menor. Yo me sujetaba
de sus caderas para poder controlar mis impactos y evitar que su rostro chocara
con la entrepierna de Raquel.
Permanecimos así hasta que mi hermanita se vino en toda la
cara de mamá. Ahora era más frecuente que sus orgasmos terminaran con un
chorrito tímido, el cual terminó en aquella boca y la provocó a llevarse una
mano a su propia entrepierna. Pero el dedo que aún permanecía en el anito de su
hija recibió compañía, más bien, un relevo. Su lengua y su mano intercambiaron
lugares. Ahora ésta era capaz de entrar y salir de esa entrada semiabierta,
penetrándola con movimientos similares a un pájaro carpintero en cámara lenta,
mientras que con su mano sobaba el área aun inundada. Esto hizo que mi
hermanita chillara, había encadenado un segundo orgasmo y un nuevo manantial
brotó de ella.
Con movimientos veloces, mamá se sacó mi verga y se colocó
tras de mí para empujarme y guiarme a aquél orificio que su lengua había estado
horadando. Me introdujo con su mano al esfínter de Raquel y entró apenas
después de la cabeza, no sin antes provocarle un grito espectacular. Nuestras
caderas, mía y de mi madre, se pegaron y juntos empujamos poco a poco mi macana
hasta meterla más de la mitad. Su mano tomó la mía y juntos nos dirigimos al
clítoris rosadito e hinchado de mi hermana. Ella luchaba por no cerrar sus
piernas temblorosas, mientras respingaba y lloraba, tapándose la boca para
intentar contener sus gemidos. Pellizcaba con fuerza su pezoncito, el pobre
estaba ya rojo de tanto que lo apretaba. Su cadera se contoneaba apenas lo
suficiente para ayudarme a seguir entrando. La otra mano de mamá se puso a
recorrer mi pecho y cuando al fin pude meterla por completo, bajó a sujetar mi
pelvis. Me jaló hacia atrás y me empujó con su cadera para volver a meterla. Yo
seguí frotando aquel botoncito que tenía delante, también duro y casi rojo
hasta que pasó otra vez. Un tercer chorro, un tercer grito y sus piernas se
asieron a nosotros.
Mamá se alejó y sentí que estaba a punto de venirme, por lo
que sujeté los muslos de Raquel a mis costados y empecé a embestirla con todo
lo que podía. Ella se mordió la mano y seguía chillando, sus pechos se
balanceaban y mi leche fue a dar dentro de su intestino. Al sacarla, mamá se
abalanzó a devorar lo que saliera de ahí y con su raja expuesta frente a mí,
bajé a servirme un poco de lo que le salía. Así, comiendo y siendo comida, fue
su turno de terminar en mi cara.
—¿Saben? —dijo Raquel, recostada boca arriba— Pensándolo
bien… ¿Y si Tere fuera la novia de Luís?
Aquello nos paralizó a ambos,
—¿Qué? —me adelanté a preguntar.
—Supongamos que Tere fuera tu novia… —se quedó pensando,
organizando sus ideas—. Mira, la neta es que estoy harta de que mis amigas me estén
chingue y chingue, preguntándome por ti. Que si no tienes novia, que por qué no
has vuelto a los ensayos… Ya sólo quiero callarles la boca de una buena vez.
—O sea… —enterarme que había mujeres preguntando por mí me estaba
tomando por sorpresa.
—¿Te refieres a que se tomen fotos y así para aparentar?
—preguntó mamá.
—¡Ajá! Que la ponga en su perfil de redes y así todos dejan
de andar metiendo sus narices. La otra vez me di cuenta que la zorra de Lili ya
hasta andaba averiguando dónde vivo.
—¡Ay, Dios! —exclamó nuestra madre, genuinamente
consternada.
—Mami, tú sabes que si les decimos que Luís anda con Tere,
van a dejar de estar de metiches. Además, no es como que a esa le moleste.
—Quién sabe —intervine—. Con aquél tema que trae de que no quiere
meter nada de sentimientos y todo eso… no creo que quiera que piensen que tiene
novio. Ya ves lo que te conté que me dijo que por eso quiere pagar cuando
viene.
—Esas son sus mafufadas —contestó mi hermana—. Esa sólo está
loca y le sobra el varo.
—No lo sé, Raqui. Nunca me ha hablado nada de novios. Claro
que a ella no le faltan hombres para escoger, pero nunca me cuenta nada de
tener pareja. Por lo que sé, sí le huye a eso.
—Pues tampoco es que vaya a ser de verdad —rebatió Raquel—.
Es sólo una mentirilla para tener algo qué decirle a toda esa gente metiche que
pregunta por Luís. A la vecina, por ejemplo.
—¿Doña Edu? —dijo mamá, con tono de incredulidad pero
sabiendo perfectamente de quién hablaba su hija.
—Siempre que salgo se queda viendo a la casa, nada más
porque hay cámaras y cualquier otro vecino la vería si anduviera de metiche…
La calle tenía cámaras de seguridad y esa señora ya estaba
en la mira de la junta vecinal por andar de mirona en un par de casas, dudo
mucho que haya sido para robar algo, más bien por andar de metiche. Otros
vecinos la denunciaron falsamente de querer robarles y aunque nunca
procedieron, las sospechas nunca se fueron. Era alguien a quien evitábamos
desde niños, siempre tenía algo qué decir de los demás sin que uno se lo
preguntara. Y era la misma que me había querido sacarme información después de
la primera vez que vino Tere.
Francamente, no era alguien a quien me importara darle
explicaciones, sin embargo, la expresión en el rostro de mamá se endureció al mencionarla.
—Puede que tengas razón. Voy a hablar con Tere.
—¡Mamá! —le reclamé, avergonzado— ¡No es para tanto! Nada
más es porque a Raquel la molestan.
—Sí y porque también a mí me preguntan por ti.
—¿En tu trabajo? —preguntó sorprendida Raquel.
—¡No! ¿Cómo crees? Nadie lo conoce. En la familia, tus tías
no paran de hacer comentarios. En realidad no me interesa lo que ellas piensen
de ti o de cualquiera de nosotros, pero también quisiera callarles la boca y
que dejen de… molestar.
—¡Ay, sí! ¡Cómo chingan!
—P-pero —insistí—, ¿en serio pretenden que finja ser el
novio de Tere?
—¡Ay, mira! —espetó mi hermana— ¡Si bien que te gustaría!
—¿De qué hablas? —respondí, ofendido— ¿Qué te pasa?
—¡Ya cálmense ustedes dos! —sentenció mamá mientras se
levantaba y al pasillo con su toalla— Me voy a bañar, necesito pensar las cosas
en paz.
—¡Bueno! ¿Es que ya no importa lo que yo tenga que decir al
respecto?
—¡Ay, ya! —exclamó Raquel con hartazgo— ¡Bájale a tu drama!
Ni en qué te afecte todo esto.
—Que estén pensando meterme a una farsa con Tere, sin
preguntarme siquiera, sólo para que puedan tener con qué alejar a todo el mundo,
¿no debería de importarme? ¡Mira! No sabía.
—A ver, dime, don Dramas. ¿En qué te perjudicaría que piensen
que tú y esa son pareja?
Yo estaba a punto de arrancarme el pelo. ¿Pero qué mierdas
estaba pasando ahora? Ni siquiera me molesté en responder, yo también
necesitaba estar en paz. Cerré de un portazo mi cuarto y coloqué el pestillo
para que no me molestaran. Me dediqué a eliminar soldados virtuales en la PC
mientras la sangre me hervía de coraje. La simple idea de ser tratado como un
mero peón, sin voz ni voto, al que pueden usar a su antojo… me enfurecía. Tocaron
a la puerta para que bajar a cenar cuando llegó Julia, no respondí. Raquel me
mandó mensajes al teléfono y hasta me marcaba, lo puse en silencio. No quería
hablar del tema, más que nada porque no tenía un solo argumento genuino contra aquél
nuevo estúpido plan de mi hermana menor.
Ya era de noche cuando las ganas de ir al baño me hicieron
salir del cuarto. Escuché a las dos platicando con Julia, estaban hablando de
Tere. Logré entender algo de lo que decía mamá, acerca de que su amiga era una
persona de confianza y para ese momento, sentí un hueco en el estómago. Que quisieran
involucrarla a ella también era porque iban en serio con la idea y, de nuevo,
yo no tenía con qué negarme.
Cerré de nuevo con seguro la puerta e hice lo impensable.
—¿Aló?
—Mira… —dije sin más—. Mamá y Raquel tienen esta idea tonta…
—Despacio, cariño. Te
oyes fatal.
—Es una tontería, pero no quiero que te hable alguna de
ellas y se metan en tu cabeza.
—Pero es que suenas
como si vinieran a matarme, papi. A ver, respira hondo y cuéntame, pero con
calma.
Seguí sus indicaciones y pude normalizar mi respiración.
Tras explicarle todo, guardó silencio un rato.
—¿Y sería sólo de
mentira? ¿Foticos para mostrar y nada más?
—Es una tontería, les dije que no dispusieran de nosotros
como si estuviéramos pintados. Con eso que me contaste sobre que no quieres
involucrar sentimien…
—Y si dijera que sí…
¿qué pasará? ¿Voy a tener que ir a pretender también cuando haya una reunión
familiar y cosas así?
—¡Eso! —casi grito—. No se ponen a pensar en esas cosas. Creen
que todo es tan sencillo. Tendríamos que inventar que estás fuera de la ciudad
o algo así, que estás de viaje o algo así cada que pregunten por ti.
—Y eso sería más
sospechoso, sí…
No noté el tono sarcástico en ese momento, estaba dejándome
llevar por los nervios. Mientras más platicábamos, más huecos íbamos
encontrando en toda aquella mentira que tendríamos que parchar. Ahora me doy
cuenta de que ella me estaba dando por mi lado, sólo estaba guiándome al rincón
del cerco que yo estaba construyendo a mi alrededor.
—Y a todo esto, dices
que mami y Raqui están hablando con Julia en este preciso momento. ¿Qué crees
que diga ella? Se ve que todos le tienen pero si pavor —yo sólo guardé
silencio—. Mira, nene. Yo no tengo
problemas con fingir y posar para la cámara. ¡De veras que no! Para serte
franca, yo también tengo unas moscas rondándome que quisiera ahuyentar. Tener
un novio de a mentis sería algo bueno…
Me encontraba ahora en la esquina del cuadrilátero, mi
contrincante no era alguna de esas mujeres, era la verdad misma. Debí sentirme
aliviado de escuchar aquellas palabras, pero el hueco en mi estómago no hizo
más que crecer. Toda esa situación no me perjudicaba, al contrario, me
favorecía. Ya no iba a ser necesario ocultar a Tere de Julia, ella estaba de
acuerdo y a mí, en verdad, no me disgustaba la idea. No obstante, un poco de mí
quería seguir oponiéndose a la idea, algo en mí gritaba de desesperación. Las
cosas no podían ser así de fáciles. Era como si estuviera en una escalera
eléctrica y yo quisiera lanzarme de ellas, romperme un tobillo y tomar las
escaleras normales con muletas.
—Pues bueno, como ya
vi que de ti no va a salir… Acepto. Y como sé que vas a estar boquiabierto y en
silencio otra media hora, aquí le dejamos, ¿vale? Me avisan cuándo me toca ir
para firmar el papeleo y formalizar nuestra relación, papi —rio antes de
tronar un beso en su parlante—. Chau.
En efecto, mi boca estaba abierta… y sin decir nada. Mis
ojos estaban acostumbrados a la penumbra de mi cuarto a oscuras, la luz de la
luna apenas se colaba entre las cortinas y a pesar del calor infernal de
verano, las puntas de mis dedos estaban frías.
Ya me estallaba la cabeza desde que me había encerrado, pero
ahora me sentía enfermo. Estaba “derrotado”, así me sentía. Que Tere estuviera
dispuesta me hizo caer en cuenta de que estaba haciendo un berrinche por algo
de lo que ni siquiera debería quejarme. El vacío en mi estómago hizo que mis
tripas rugieran y tras aceptar que no había motivo para seguir así, salí del
cuarto. Al verme, las tres se callaron y me siguieron con la mirada mientras me
servía un plato de cereal.
—Dice que sí.
Aquellas palabras hicieron que las tres se lanzaran al
comedor y me rodearan. Les conté sobre la llamada. Raquel festejó, mamá se
mostró aliviada y Julia torció la boca.
—La verdad, por lo que me contaron mamá y Raquel, creí que
no iba a ser fácil que dijera que sí.
—Te digo que esa… —mi hermanita logró detenerse antes de
hablar mal de “esa”—, que ella no iba a decir que no.
Mamá se fue directo a su cuarto con el celular en la oreja,
esperando que su amiga le contestara. Raquel y Julia me hicieron compañía y
lograron subirme el ánimo con bromas al respecto de las fotos que debíamos
tomarnos. Esa noche, después de mucho tiempo, dormí solo. Raquel supo darme
espacio sin que se lo pidiera y tras muchas vueltas innecesarias que le di en
mi cabeza al asunto, caí redondo.
La mañana del sábado inició como hacía días que no ocurría:
desayuno con todos en la mesa. Mamá había vuelto a “entrar en razón” y vestía
su camisón ligero ya que ese día no iba a trabajar por ser fin de semana largo.
La conversación fluía amena y para cuando llegamos al tema de Tere, Julia se
mostraba más interesada en conocerla. Como la morena iba a salir de la cuidad
ese fin de semana, le expliqué a mi hermana mayor que no iba a ser necesario
que pidiera salir temprano en su trabajo ese día.
—¡Oye! —protestó en broma—. Es puente y casi nunca me tomo
el día cuando toca asueto.
Era verdad. Rara vez ella se ausentaba en el trabajo en días
de fiesta y si lo hacía, era casi por obligación, porque en Navidad y Año Nuevo
no se grababa en vivo. Además, nos decía, así se iba llenando de favores que
luego podría cobrar cuando le conviniera.
Cuando Raquel y ella se fueron, mamá y yo permanecimos
sentados en el comedor todavía.
—Ya hablé con Tere anoche. Ya le dije que tiene prohibido
llamarme “suegrita”.
Me ganó la risa que aquello fuera donde mi madre trazara su
línea. Se levantó de su silla, se quitó el camisón y lo tiró al suelo.
—Tiene razón Raqui, es fácil acostumbrarse a andar sin ropa.
—Me sorprendió que hoy sí quisieras vestirte.
—¡Cállate! Que aquella vez que bajé a cenar en cueros, yo ni
en cuenta, hasta que tú y Julia se apartaron. Pero dije: “pues ya para qué me
molesto”. Pero casi me muero de la pena cuando me cayó el veinte.
—Ni falta que hace —dije, acercándome a amasar su teta—. No
es que no te hubiera visto desnuda antes. Con lo del spa…
—¡Ay, bueno! —Su mano estaba acariciándome el chile mientras
evitaba mirar en mi dirección—. Si a lo mucho fue por descuido, no así como
esta ocasión.
—¿Entonces? ¿Todavía vas a usar ropa en frente de Julia?
—Todavía no lo sé —canturreó al tiempo que clavaba en mi
verga, que estaba empezando a cobrar vida propia gracias a su mano—. No es que
me dé comezón andar vestida, como a ustedes dos.
Se acercó más y me besó, primero en la mejilla y después en
la boca. Pese a que nuestras lenguas no solían unirse cuando nuestros labios se
unían, lo disfrutaba mucho y me ayudaban a calentar motores. Mis dos manos
estaban estrujando, pellizcando y amasando aquellos pechos y sus pezones
prietos, erectos. Ella resoplaba y gemía suavemente, incluso cuando mi tacto
era más agresivo, era evidente que el gusto por el trato rudo era cosa de
familia… me preguntaba si en ese caso…
—¿Y si me das un masaje? —dijo empujándome suavemente sin
soltar mi rifle— Tu curso empieza el lunes… Tere no va a venir… más vale que no
dejes de practicar…
—Mira… qué considerado de tu parte.
—Quiero ayudar en lo que pueda, hijo —me susurró al oído
mientras se alejaba de mí y subía las escaleras.
Se metió a la regadera mientras yo acomodaba la mesa. Mi
erección no bajó en todo ese rato, por lo que la recibí con mi tranca en alto y
ella, encantada. Mis manos aplicaban el aceite sobre ella y no desaproveché la
oportunidad de restregarle mi macana en la cara cada que quisiera y ella, entre
risas, me besaba los huevos o el tallo, apenas lo suficiente para mantenerme
duro. Igualmente, conforme bajaba por su cuerpo, frotaba sus brazos, sus manos,
las cuales apenas me acariciaron; sus muslos y cuando llegué a la parte baja,
sus pies se cerraron, atrapándome. Mi verga ya estaba algo aceitada, así que
cuando sus plantas la recorrieron, resbalaron agradablemente.
Y por supuesto, mis manos no pararon de masajear, sobre todo
aquellas zonas que lograban arrebatarle esos gemidos suaves. El interior de sus
muslos eran los que, de lejos, más la alteraban. Al girarse boca abajo y tener
a mi alcance ese trasero de antología, sus piernas se separaron sin que se lo
indicara. Subí por sus piernas y éstas temblaron conforme me acercaba a su
entrepierna, la hacía respirar de forma entrecortada y su culo se puso en
pompa. Su agujero trasero se contraía, al igual que su almejita, vertí el
líquido y disfruté viendo cómo recorría desde la separación de sus nalgas hasta
la bifurcación de sus piernas. Simultáneamente, mis manos se encargaron de
horadar ambos orificios y encontrarme con el calor de su interior, ahí
empezaron los verdaderos gemidos.
Dos dedos entraban en cada uno, de hecho, no tuve problema
en meter un tercero en su ano. Me prendía de sobremanera que éste cediera mucho
más rápido que su vagina, seguramente aquél juguete rosa entraba más veces
atrás que adelante. Me entretuve un rato, disfrutando de la rapsodia de sonidos
distintos que lograban escapársele de la garganta, era escuchar la lucha
interna entre contenerse para luego, bajar la guardia y soltar gemidos potentes
para que, una vez más, volviera a resoplar y gruñir débilmente. Tuve ganas de
subirme y cogerme ese culo hermoso, pero no era buena idea poner a prueba la
resistencia de la cama de masajes.
Subí por su espalda y mis labios, lengua y dientes se
dedicaron a molestar sus orejas. Ella me hacía lo mismo, por lo que intuí que
también sería su fetiche y acerté. Tuve que probar de nuevo el aceite de
eucalipto al besar su nuca y cuello, soportando el calor de estar en su melena.
Ardía un poco, pero ya casi terminábamos. Cuando coloqué frente a ella para trabajar
en sus hombros, fue ella la que buscó mi verga y se la llevó a la boca unos
instantes. Unos chupetones intensos antes de soltarme eran mi señal para que el
masaje acabara pronto. Y así lo hice. Tras finalizar con sus manos, la sostuve
para que pudiera levantarse. Lo ideal hubiera sido que reposara un tiempo, pero
los ánimos no estaban para eso.
—Ni se te ocurra hacer esto en tu curso, ¿eh? —me advirtió
al mismo tiempo que se hincaba frente a mi garrote y lo besaba.
—¿No crees que me den puntos extra si lo intento? —bromeé y
ella respondió presionándome con sus labios.
El sexo oral era totalmente distinto a lo que hacían Raquel
o Tere. Era intenso, succionaba con fuerza y su lengua bajaba a saludar mis
huevos de vez en cuando. Era buena, pero aún así, me atrevería a decir que era
algo en lo que seguía prefiriendo a mi hermanita. Pero le reconozco la
disposición en aprender. Le costaba trabajo acomodársela siempre que empezaba y
en cuanto por fin agarraba un buen ritmo, siempre se detenía para que se la
metiera. Se paró frente a mí, pegadita y mi verga se embarraba en su vientre.
La agarró y se la acomodó entre las piernas, para que resbalara entre sus labios
hinchados y lubricados. Sentí cuando mi glande pasaba de largo su entrada y
terminaba frotándose en la parte inferior de sus cachetes. Su mano se apoyó en
mi hombro y su boca jadeaba detrás de mi oreja cada que retrocedía y rozaba su
vulva. A veces retrocedía de más y con mis dedos, restregaba mi verga de arriba
hacia abajo en su clítoris.
Estando de pie, no era algo tan cómodo. Y embarrados en
aceite como estábamos, no quise ensuciar la sala, por lo que fue mi turno de
sujetarla y llevarnos a la regadera. Más besos, toqueteos y roces de mi amigo
entre ese par de piernas gruesas pero en forma. Cerré la llave y volví a
arrastrarla, esta vez, a mi cuarto. Quise que se acostara sobre el colchón,
pero ella fue la que me empujó y quedé boca arriba.
—Esta vez, vamos a terminar lo de la otra vez.
El flashback de ella montándome se estaba materializando
frente a mí. La postura erguida, esos melones irguiéndose orgullosos y esa
sensación de sus adentros hirvientes amoldándose a mi mástil. De nuevo, esas
paredes húmedas y palpitantes se cerraron alrededor de mí y fue mi turno de
respirar entrecortadamente.
Esa reina amazona empezó a cabalgarme, adelante y atrás, de
izquierda a derecha, haciendo elipses que servían para repasar todo su
interior. Sentí el tope de su canal cuando ella se dejaba caer hasta el fondo,
era lo que la hacía pausarse para recuperar su ritmo. Entendí que ese era mi
nuevo objetivo y sin avisar, me aferré a su cadera y levanté la pelvis. Ella
ahogó un grito al embestirla hacia arriba y toparme con la antesala de su
útero. Con cada golpe, esa postura de jinete fue encorvándose y su cabello
nubló mi vista hasta que ella terminó de descender hasta donde su espalda le
permitía. Seguí embistiendo, mis huevos se sacudían con cada impacto y pese al
dolor, no me iba a detener hasta que la hiciera perder la cordura.
—¡Ay! ¡A-ah! ¡Dios mío! ¡Está pegando duro! ¡Estás
partiéndome!
Me detuve, pero ella
no. Los contoneos de su cadera regresaron, volvió a cabalgarme, pero ahora con
la misma velocidad con la que yo había estado arremetiendo y de pronto, apoyada
en mis hombros, su pelvis se elevó hasta que mi verga casi sale de ella. Acto
seguido, ese par de nalgas impactaron contra mí con un ruido sordo y gruñidos
de ambos. Conforme siguieron los sentones, empezó a escucharse el chapoteo. Yo
luchaba contra las ganas de venirme y mi pulgar fue en busca de su botón, pero
fue difícil sincronizarme con sus sentones, así que recurrí a volver a
embestirla con mis últimas fuerzas.
—Si ya vas a acabar… —dijo entre jadeos— acaba. No… te
contengas. Acaba adentro
Acaté la indicación. Seguí dándole duro hasta que al fin,
mis huevos se vaciaron dentro de ella y mis brazos se cerraron alrededor de su
cintura. Sus pechos cayeron sobre mi rostro y el último chorro hizo que mi
venida empezara a escurrir de su cueva. Ella se permanecía apoyada en sus
brazos y se retiró para dejarme respirar una vez quedó libre su cintura.
—Es lo malo de que no esté aquí tu hermana —dijo mientras se
llevaba la mano a su raja y recogía el fluido blanco que seguía saliéndole.
No se lo llevó a la boca, como hubiera hecho Raquel. Se
acostó a mi lado, boca arriba y su mano empezó a jugar con el desastre que le
salía de entre las piernas. Sólo lo esparcía alrededor y ocasionalmente se
acariciaba el clítoris. Su otra mano daba atención a uno de sus pechos. Me
recosté para verla mejor, estaba en su propio mundo, masturbándose como si yo
no estuviera. Gemía y no paraba de acelerar. Por mi parte, mi amigo no estaba
perdiendo firmeza. Pasé la palma y aunque seguía sensible, me di cuenta de que
podría volver a la acción. La tomé de la cadera y la halé hacia el borde, se
sorprendió al sentirme de nuevo entrar ahí donde nuestros fluidos se habían
mezclado. Con un movimiento de cadera, y una leve seña con su dedo que bajó más
allá de su raja, me indicó que otra parte de su cuerpo buscaba mi atención.
Me embadurné con lo que me sirviera para bajar a su
asterisco, estaba tenso. Ella se acomodó para que sus piernas dejaran de hacer
presión y mi dedo se encargó de abrir sus pliegues. Me sorprendía cómo en
cuestión de segundos, ese agujero era capaz de ceder y dentro de poco, dejarme
entrar. La sensibilidad tras venirme me provocaba espasmos conforme iba
adentrándome, mi cadera batallaba para avanzar y fue por eso que abrirme paso
fue una tarea lenta. Una vez acostumbrado, empecé a retroceder y volver a
empujar lo poco que me faltaba para meterla por completo.
Sus dedos no dejaban de acariciarse, los jadeos y su
expresión de goce eran electrificantes. Me dediqué a sobar la cara interna de
sus muslos mientras ella seguía revolviendo ese batido de nuestras esencias en
su vulva. Aquello hacía que su pelvis se moviera en círculos, arriba y abajo,
izquierda y derecha, hacia adentro y hacia afuera. De pronto, la entrada de su
ano se cerró, con esa fuerza que le caracteriza y gemidos sacados de un video
porno casero, mi madre se vino. Esta vez no hubo una fuente que me rociara, sus
piernas se elevaron y cruzaron tras mi espalda. Mis manos se deslizaron debajo
de su cintura, vi que seguía pellizcando un pezón, así que mi boca fue al
encuentro del otro. Un rato más tarde, cuando sus piernas me soltaron y podía
volver a moverme, pasé de 0 a 100. Su mano fue a cubrirle la boca, estaba
chillando.
Me erguí de nuevo, aparté la mano del lugar de donde yo
había nacido 21 años atrás, dos dedos dentro, escarbando boca arriba y
sincronizado con mi pulgar arriba, hicieron presión simultánea. No era fácil
con mis embestidas, tuve que seguir acariciando sólo por fuera. Sus pechos
rebotaban de forma verdaderamente hipnótica, como si fuera en cámara lenta de
lo grandes que eran y tardaban en disipar las ondas de impacto. Me llevé una
pierna al hombro y fue sublime, al inclinarse a un costado, me apretaba de
manera diferente, rico.
Para cuando volví a correrme dentro de ella, ella había
girado más, terminado en cuatro. El ligero dolor en mis huevos por tanto
impacto había empezado a sentirse como una comezón agradable, un gaje del
oficio. Y al desenchufarnos, terminé recostado a su lado. Se giró para verme y
me acarició el rostro con una sonrisa cálida, no sabía si era la expresión de
una hembra satisfecha o la de una madre enternecida.
—-No sé qué fue eso —dijo con una voz dulce—. Pero fue…
¡guau!
Le confesé que mi intención era encadenar un segundo
orgasmo, como la había visto hacer con Raquel. Creí no haberlo logrado, pero me
dijo que sí lo había logrado.
—-Cada orgasmo es distinto. Algunos son chiquitos, otros,
más intensos. Cada que me… que me la metías con fuerza —dijo un poco apenada—,
era como si se alargara esa sensación. No todos los orgasmos acaban con una
explosión.
—O una inundación —le dije juguetonamente.
—¡Ay! —exclamó, esquivándome la mirada—. Eso es algo que a
veces pasa. Pero recuerda —dijo, un poco más compuesta y acariciándome el
pelo—: cada orgasmo es distinto, así como cada mujer es distinta. No creas que
todos van a acabar… así.
—¿A chorro?
Nos reímos un rato y el cansancio nos ganó a los pocos minutos.
Cuando abrí los ojos, ella ya estaba en la sala. Me había dormido poco más de
una hora, ella estaba sacudiendo y algo estaba cocinándose en la olla, olía
bien.
—Me desperté y no hallaba qué hacer. Esto de no estar
agotada en un día libre no es normal para mí. Y para colmo, la casa está en
orden.
—Gracias —dije con ironía.
—Bueno, bueno. Barrida y trapeada está, pero mira, no
sacudes aquí arriba.
Verla sin ropa, usando sólo los guantes de látex, era
surreal. Limpiaba de manera compulsiva, señal de que estaba nerviosa, como de
costumbre. Me dijo que descansara y esperara a que estuviera el almuerzo. La
mesa de masajes seguía instalada, había cambiado las fundas.
—Quiero que también le des un masaje a Raquel —dijo mientras
nos servía los platos con su guiso—. Practica ahora, intenta no ir directamente
al “final feliz”. Eso es algo que no va a pasar con tus otras clientas.
—¿Ah, no? —dije, fingiendo desilusión.
—No —me respondió con autoridad—. Piensa que no todas tus
clientas serán como Raquel o como Tere. Tienes que aprender a respetar tu
trabajo y a tus clientes. También te puede tocar atender hombres.
—¡Ah, no! Voy a poner un letrero cuando tenga mi local: “Sólo
mujeres” —decreté.
—Bueno, con mayor razón tienes que respetar a tus clientas.
Piensa que puede tocarte atender a mujeres de mi edad.
—Dios quiera —bromeé para provocarla, posando mi mano en su
pierna—. Pero no creo que estén así de buenas como tú.
Se sonrojó mientras llevaba su bocado a la boca. Como era
costumbre, cambió de tema y terminamos hablando de su comida. Cuando ella tomó
los platos para lavarlos, no pude evitar pararme detrás y demostrarle lo
contento que me veía verla así de segura sin ropa. Sólo me indicó que no tenía
permitido venirme de nuevo antes de que llegara Raquel, no dijo nada de no
metérsela. Me dediqué a frotarme, había algo que me estaba gustando al
provocarla y mi palanca sólo presionó suavemente sus entradas. Su ano dilató solo
y estuvo a punto de devorar mi glande de no ser porque me dirigí más abajo y
terminé frotándola en la entrada de su vagina.
Ella continuó con su labor y actuó como si aquello no la
perturbara. Era simplemente delicioso escucharla respirar entrecortadamente y
pretender que no se estaba excitando. Bueno, eso era en su rostro, claro. Su
entrepierna empezó a lubricar en cosa de nada y sus pezones estaban durísimos
cuando mis manos empezaron a masajear suavemente. Cuando había terminado de
lavar toda la loza y los cubiertos, sólo se hizo mensa pasando el trapo sobre
la encimera para no tener que moverse. Mi verga ya se deslizaba con soltura
entre ese par de labios húmedos y calientitos, a veces, volvía a presionar los
pliegues de ese ano y podía sentirlo relajarse a la menor provocación.
Cuando reparé en que la mano de mamá se había detenido, di
un paso atrás y me fui a la sala. Todavía no me sentía al borde, pero quería
ver cuánto iba a poder aguantar mamá antes de que quisiera meterse mi tranca. Esta
vez fui yo quien se puso a ordenar lo necesario para el masaje en cuanto
llegara Raquel y cuando menos lo esperé, sentí sus pechos presionar en mi
espalda. Su respiración humedecía mi nuca y su barbilla rozaba la intersección
entre mi cuello y mi hombro. Sus dedos empezaron a resbalar por abdomen en
todas direcciones, arriba hacia mi pecho y abajo. Tocó todo, mis pezones, mi
vientre, mi pubis y se saltó mi entrepierna para repasar mis muslos con sus
pulgares de una manera tan erótica que casi me hace perder el control. Ella
había entendido el juego y resultó ser mejor que yo en él.
Era de esperarse, ¿no? Después de todo, ¿cuánto tenía yo de
experiencia? Apenas un par de meses. Ella y papá fueron pareja durante casi 15
años, me fue imposible fantasear con cómo habría sido ella en su juventud.
¿Habrá sido igual de descarriada que Raquel?
Fue como si la hubiera invocado con el pensamiento. Mi
hermana se emocionó con la escena con la que la recibimos y se abalanzó sobre
nosotros. Esa fue la primera vez que las vi besarse con mamá, quien no se
contuvo al manosear ese cuerpo ligeramente más chico y de curvas menos
pronunciadas que las de ella. Raquel se desvivió chupando ese par de tetas
enormes que tenía en frente mientras su mami la ayudaba a desvestirse. Me
acerqué a ayudarla con la tarea y en cuanto sus pantis cayeron al suelo, la
mano de la hija tomó la de la madre y la condujo a ese espacio que sus piernas
separadas estaban revelando.
En cuanto di un paso atrás, pude apreciar las llamas de
pasión que las rodeaban, eran una hoguera en conjunto. Fue mi hermana la
primera en alzar su rodilla y entrelazar su pierna con la de mamá,
permitiéndome ver con lujo de detalle cómo sus dedos se perdían dentro de su
rajita rosada. Era muy similar a las estatuas que alguna vez vi de un templo en
India dedicado al sexo, sólo que en vivo y en directo.
Fue mamá la que recobró consciencia y detuvo el espectáculo
susurrándole algo a Raquel, quien hizo su lucha por continuar aquello, pero al
final hizo caso. Subió a ducharse rápido, mamá recogió su ropa y puso a
doblarla en silencio. Había puesto música new age relajante, dijo que le había
gustado al escucharla en el spa y esperó a que llegara su hija para secarla
ella misma con la toalla que había dejado a la mano. Era claro que ambas se
habían vuelto más unidas, por decir lo menos. Quién sabe en lo emocional, pero
definitivamente sí en lo sexual. Era Raquel la que buscaba besarla a la mínima
oportunidad y además de que le respondiera con deseo y una visible autoridad
como madre, esa mujer de curvas sin igual la mimaba con cariño en todo momento.
Una vez que volvieron a pausar su manoseo, empezó el masaje.
No intenté en ningún momento propasarme con lo estrictamente necesario para la
tarea, quería demostrarle a mamá que sí era capaz de guardar la compostura.
Raquel también se comportó ante la atenta mirada de nuestra madre. Sin embargo,
su cuerpo estaba tenso a más no poder. Nos demoramos más de lo debido en destensar
apropiadamente sus piernas, su espalda, manos y pies. Le pedí que se colocara
boca arriba y evitó cruzar su mirada con la mía, mis dedos masajearon los
músculos alrededor de sus pechos, vi esos pezones ponerse duros y noté que
empezó a tener una respiración más pesada, lo cual me estaba poniendo, pero
tuve que subir a su clavícula y hombros para que se relajara lo suficiente para
continuar. Rodear su rajita fue la parte más difícil por los gemidos que se le
escaparon, mi erección ya era notoria y cuando alcé la vista, mamá estaba
acaricando discretamente el espacio entre sus piernas cerradas. Para cuando
acabamos, era yo quien estaba sudando.
Ni bien acabamos, Raquel se bajó cama de masajes y apoyó
ambas manos sobre ésta, meneando su colita. Yo fui acercándome y mientras
acomodaba la verga entre sus nalgas, miré en dirección al sillón. Mamá
permaneció sentada, muy propia, pero con su mano claramente penetrándola,
conteniendo su sonrisa. La mano de mi hermana llevó la cabeza de mi macana a
esos labios bien lubricados, tanto por el aceite como por sus adentros. Contoneó
el culo, pero no entré hasta que el rostro de nuestra madre asintió
discretamente. Pasé de 0 a 100 en fracciones de segundo, el ruido de nuestros
cuerpos impactando se impuso ante esa música de meditación y pronto, se le
unieron los gemidos.
—¡Ay! ¡Ay, sí! —gemía mi hermana— ¡Cómo me gusta que me la
metas así, hermanito!
Y esa última palabra hizo que el único miembro de nuestra
audiencia perdiera la compostura. Mamá separó sus piernas y nos dejó ver lo
mojada que ya estaba aquella zona en la que su mano había estado jugando. Sus
pechos eran estrujados y sus pezones, pellizcados sin misericordia. Jadeaba con
los ojos cerrados, su cuello nos dejaba ver con detalle cada que tragaba saliva
para no atragantarse. Raquel se lució con sus gemidos y chillidos para contentar
a nuestro público y elevaba su trasero para que cada embestida llegara lo más
profundo posible. Topaba con esa pared que aguardaba al final de su conducto y
aquello la hacía estremecer.
La mesa de masajes se empezaba a bambolear por tanto
movimiento, así que la tomé del cabello y tiré de ella para levantarla. Sus
adentros se contrajeron, estaba apretando muy rico y mi cadera seguía
arremetiendo sin que pudiera detenerme. Ella obedeció de inmediato y su mano
fue al encuentro con la mía, pero como seguía arremetiendo contra ella, no
logró que soltara su melena. Sólo me sujetó la muñeca, pero no intentó
apartarme. Mi otra mano fue a su cuello, mi codo se flexionaba bajo su axila y
mi palma ejerció apenas la presión para hacerla resoplar.
—Dices que te gusta rudo, ¿no? —le susurré al oído—
Muéstrale a mamá.
—¡Sí! —jadeó apenas— ¡Sí! ¡Así me gusta! ¡SÍ!
Su interior volvió a cerrarse y me detuve para disfrutar del
temblor dentro de ella que se extendía a sus piernas y sus nalgas. Sentí su
cabello tensarse conforme ella se inclinaba hacia delante y finalmente la solté,
aunque seguí sujetando su cuello. No había terminado de convulsionarse cuando
su culo empezó a impactar contra mí, acaté la indicación y volví a la carga. Un
poco más despacio, mi verga volvía a entrar y salir de aquella cuevita
apretada. Un chillido se escuchó mientras sus piernas se cerraban, mi mano
empezó a estrujar ese manguito tierno y su pezón estaba duro como una roca.
—Mejor déjala descansar —escuché la voz de mamá a mi
costado.
Su mano se posó en mi espalda y retrodecí. Raquel se tendió a
lo ancho de la cama de masajes, apenas y podía apoyarse en sus manos sobre
ella, sus piernas no podían solas. En cuanto nos separamos, la mano de mamá
reclamó mi garrote y usó los fluidos de su hija para que su mano resbalara a lo
largo. Se ensañó haciendo círculos con su pulgar en mi glande, lo cual me hizo
encorvarme.
—No está bien que jueguen tan brusco ustedes dos —dijo con
voz suave—. Se pueden lastimar.
Aquellas palabras eran las de una madre, una madre que
estaba frotándose la raja viendo cómo su hijo se cogía a su hija, una madre que
estaba sujetando la verga de su hijo antes de llevársela a la boca y dejarla
completamente limpia, tragándose los jugos de su hija. Creí que estaba por
acabar, así que di un paso atrás y mi miembro abandonó esa boca cálida. Ella le
dio unas palmadas al trasero de Raquel y la hizo arrodillarse junto a ella. Las
dos abrieron la boca y las pegaron, mejilla con mejilla, era simplemente
demasiado para mí. Con mi mano empecé a jalármela y los chorros cayeron dentro
de una, luego de la otra y al final, un poco en sus rostros.
Tuve que apoyarme en el mueble tras de mí, ambas se habían
abalanzado a lamer mi rifle y en cuanto terminaron, comenzaron a besarse y
lamerse la cara una a la otra. Sentía el corazón queriéndose salir de mi pecho
y me dediqué a contemplarlas. Las manos de una imitaban a las de la otra,
pechos, piernas, nalgas, vagina, ano… Mamá se ensañó con el culo de su niña,
lentamente habían rotado sobre el eje de sus vientres y estaban encarnando un
69 de antología. Tenía que capturar semejante espectáculo, en fotos y video.
Ambas gemían apenas, sus bocas estaban ocupadas haciendo otra cosa y sus dedos,
penetraban desesperadamente el culo de la otra. Ambas estaban ya alojando dos
dedos cuando fue el turno de mamá. Un tímido chorro se escapó de la boca de
Raquel y ésta siguió castigando ese clítoris y culo que tenía a su merced. Mamá
no podía continuar con su labor, aunque sus dedos no abandonaron su posición.
En ese momento, recibí una notificación. Era un mensaje de
Julia.
Eso último me hizo sentir muchas cosas. ¿Era acaso una
confirmación de que estaba aceptando lo que ocurría frente a mí? Me sentí
tentado por la calentura a mandarle una foto, menos mal que no lo hice. Volví a
sentir por un instante esa ilusión que hacía mucho no experimentaba, volví a
acordarme de cuánto estaba enamorado de mi hermana mayor.
—¿Y esa sonrisa? —preguntó Raquel—. ¿Ya viene Julia?
Mamá estaba tendida en el suelo, noqueada. Mi hermanita
tenía la boca empapada y me miraba con atención. Le confirmé su sospecha y le
avisé del margen de tiempo que Julia nos había dado.
—Entonces tenemos tiempo —respondió.
Me dijo que subiéramos a su cuarto, dejamos ahí a mamá, no
sin antes decirle que nuestra hermana estaba por llegar en media hora. Raquel
se puso en cuatro sobre la cama, sus manos abrieron de par en par aquellos
cachetes redondos y una de ellas reptó hasta que un dedo entró en su asterisco.
—Ya estoy lista —dijo, mientras metía y sacaba sus falanges
sin problema—. Quiero que me la metas aquí y me llenes la colita de leche.
No tuvo que decírmelo dos veces. Entré con relativa
facilidad, mamá había hecho un gran trabajo en la zona, aunque apenas pude
meterla hasta la mitad. Bufó encantada y sus uñas se encajaron en la carne que
mantuvieron esas nalgas separadas. Arqueó la espalda y aquello automáticamente
me permitió avanzar un poco más.
—Mamá me ha estado dando… uf… algunos tips —dijo entre
jadeos, con la cara apoyada en la cama—. Métemela toda. Mi culito quiere verga.
Aparté sus manos para poder aferrarme como quería a su
cadera. Empecé retrocediendo, pero tan pronto lo hice, ella volvió a
ensartarse. Entonces, mis manos tuvieron que evitar que ella se moviera cada
que regresaba para volver a embestir, con lentitud pero con fuerza. Cada
milímetro que lograba avanzar con cada estocada me alentaba a continuar y al
mismo tiempo, me desesperaba cada vez más. Ese conducto me apretaba como solía
hacerlo, pero ahora se relajaba con mayor facilidad, dándome el paso en lugar
de impedirme avanzar y abrazándome con suavidad; sin duda, lo que sea que mamá
le hubiera aconsejado estaba funcionando.
Fue un triunfo meterla completamente con soltura finalmente.
Nos tomamos un respiro antes de volver al mete-saca, esta vez me resbalaba como
si aquello estuviera aceitado. Raquel gemía distinto, su voz no era aguda e
incitante, sino grave y angustiante, era algo que deambulaba entre alaridos de
dolor y de placer. Empezó a acariciarse la entrepierna, los sentía en mis
huevos cada que chocaban y su interior se calentaba más y más. De pronto, sentí
ese mismo calor que había experimentado con mamá. La saqué y con mis brazos
rodeándola, dimos un giro para que yo quedara debajo de ella. Su mano pasó a
acomodar mi verga de nuevo dentro de su ano, la metí hasta el fondo y ella pegó
un grito.
Era inevitable que aquello llamara la atención de mamá y
fuera a revisarnos. Había comenzado a penetrarla con todo lo que tenía, sus
pies estaban suspendidas en el aire y se bamboleaban con cada impacto gracias a
que yo la sostenía de sus muslos. Al verla, mi hermanita se frotó con más
ímpetu la raja y me apretó con fuerza, haciéndome acabar dentro de ella como
tanto quería.
—¡Mami! ¡Mami, ven! —dijo ella sin detener sus dedos.
Y mamá obedeció. Sentí su mano apartar mi miembro y su
lengua nos repasó a ambos en busca de aquél regalo blanco que Raquel quería que
le dejara en su culo. Sentí todo el peso de mi hermana al desplomarse tras
venirse, tomó mis brazos y me los llevó a sus pechos, los cuales traté de
exprimí hasta que ella me besó la mejilla.
—Ahora sí que nos toca baño, a los tres —dijo mamá,
relamiéndose los labios.
—Ya no puedo más —dijo Raquel, con voz dramática y
llevándose la mano a la frente— Luís va a tener que ayudarme.
—Julia ya casi llega. Voy a ir abriendo la regadera.
Al final, descubrimos que los tres no cabíamos bajo el rocío
de la ducha, pero eso no significaba que no pudiéramos ayudar a enjabonarnos
uno al otro.
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