Mi vida seguía cambiando. Por un lado las clases de masaje, me
resultaron más aburridas que otra cosa; estar de vuelta en un aula y con
compañeros que me daban igual no era algo particularmente emocionante para mí. Lo
bueno era que sólo eran dos veces a la semana.
Por otro lado, Tere. Por mensaje era todo exactamente igual,
pero la segunda vez que nos vimos tras la clase de masajes era como si fuéramos
amigos de toda la vida. No era como que dejara pasar la oportunidad de
provocarme y soltar una que otro comentario subido de tono, sobre todo cuando
había alguien que nos pudiera escuchar; pero en sí, conversar con ella era realmente
agradable. Me contaba de su trabajo, de sus gustos, sus viajes, etc. El tiempo voló,
teníamos gustos distintos en casi todo, pero era refrescante platicar y
compartir opiniones de varios temas, me la pasaba muy bien. Era jueves, mamá no
nos acompañó esa tarde por un imprevisto en el almacén, ese era otro tema.
No habíamos hablado al respecto de lo que hicimos en los
baños aquella ocasión, aunque eso tampoco nos impidió hacerlo un par de veces en
casa los días siguientes. Sin embargo, tras esa experiencia, me parecía como si
ella hubiera vuelto a ser… sólo mamá. Juro que la mujer del centro comercial se
sentía como alguien aún más diferente que la madre que se comía mi verga en
casa. Algo en mi interior no paraba de preguntarse qué era exactamente lo que
las hacía tan distintas.
—¿Extrañas a mami? —me preguntó mi carismática novia, divertida
al verme disperso.
—Eh… algo así —dije, todavía distraído—. Más bien… Sandra.
—¿Cómo, cómo?
Le expliqué como pude aquello que me preguntaba de mamá, le
hablé de detalles que francamente no le compartía ni a Raquel. Cosas como la
manera en que me apretaba, cómo movía sus caderas o hasta el tono de su voz. Lejos
de burlarse, la noté muy atenta. Escuchó sin interrumpirme y guardó silencio un
rato después de que terminara.
—Más o menos te entiendo. Lo más probable es que a Sandrita
le haya prendido el role-play que
tuvieron más de lo que esperaba, lo vio como una oportunidad de intentar ser
alguien distinta. No es nada del otro mundo, ¿sabes? Ponte a pensar en cuánto
tiempo ha estado sola, sin mencionar de cómo habrá sido con tu papá… o antes de
conocerlo.
—Me da la sensación de que le da pena o algo así…
—Pero tú y yo sabemos que le gustó. ¡Ay, esa Sandra!
—exclamó mirando al techo del área de comida—. ¡Espera! ¡Ya sé!
Las siguientes palabras me golpearon como una bofetada.
Hacía mucho que no se tocaba el tema de la hipnosis en casa, era como si fuera
algo del pasado. Después de todo, parecía que no era necesaria ya en mi vida. Era
extraño que alguien que no fuera Raquel me sugiriera hipnotizar a mamá, pero
pude ver en Tere un destello de genuina curiosidad, después de todo, debía
estar muerta de ganas de ver cómo era aquello. No hace falta confesar que yo
también creía que podría ser una buena idea, quizás para darle gusto a Tere,
quizás para averiguar más de mamá… o tal vez extrañaba la hipnosis.
Esa tarde, nos pusimos de acuerdo con Raquel para visitarla
al ensayo y así sus compañeros me vieran acompañado de mi novia. Teresa estaba
enterada de la situación y me advirtió de lo que podría esperar de ella en
cuanto tuviéramos en frente a nuestro público.
—Prepárate, papi —dijo mientras conducía rumbo al teatro—.
Seré la zorra que Raqui cree que soy.
—Dirás la que ella espera que seas —añadí, divertido y
expectante de saber a qué se refería.
Entramos, la miraba de reojo. Estaban en medio del ensayo,
por lo que nos sentamos en las gradas sin llamar la atención de nadie. Mi
hermanita estaba entre un par de chicas, al parecer eran un grupo de mujeres
chismosas que cuchicheaban de lo que hacía el protagonista. No soy entusiasta
del teatro como Raquel, pero verla tan concentrada en su papel me llenaba el
pecho de orgullo como su hermano. Tardó un buen rato en notar nuestra presencia
y de inmediato se le iluminó el rostro hasta que el ensayo acabó.
Las luces de la zona de butacas empezaron a encenderse
tenuemente y cuando el director dio la señal de finalizada la clase/sesión, esa
preciosa niña de cabello castaño voló hacia donde nos encontrábamos, ahora se
alzaba el telón para nosotros tres. Ella actuó eufórica, encantada de
presentarnos como pareja a Tere y a mí. Su grupo de amigos nos saludó con
cordialidad, uno que otro fijó su mirada en la belleza morocha a mi izquierda,
otras miraban de reojo a la castaña que estrujaba mi brazo derecho. Vi gestos
agridulces. Lili, la amiga de la que nos había comentado Raquel tenía un
semblante apagado, su mirada perdida a veces se posaba sobre mi mano sujetando
la de Tere… estábamos cumpliendo con lo que nos habíamos propuesto.
No me había acordado de la advertencia/amenaza de Tere, esa
de comportarse como una zorra hasta que las amigas de mi hermanita comenzaron a
preguntarle a ella cosas sobre Tere y yo.
—¡Ay, cariño! —dijo ella, disimulando por completo su acento
venezolano—. Eso te lo puedo responder yo, no estoy pintada. A ver, tengo 28 y
conocí a Luís por accidente. Un día en el gym fue a llevarle algo a su mamá y
pues… ¿qué quieres que te diga? —dijo con una voz de chica enamorada—. Dije “de
aquí soy”.
Mientras decía estas palabras, sus mano empezó a columpiarse
mientras todavía nuestros dedos permanecían entrelazados y al sonreírle, sus
labios fueron a dar con los míos. Los pocos suspiros de ternura se callaron de
repente al notar que dentro de nuestras mejillas había movimiento. Tras un beso
lento y lascivo, le sonreí mientras acercaba su cadera a mí lo más que pude y
posé mi palma en su culo firme. Su pierna se frotó “disimuladamente” mientras
nos dedicamos miradas de deseo y algunos amigos de Raquel comenzaron a
aullarnos, entre celebrando y azuzándonos a continuar con ese espectáculo de
mal gusto.
—¡Ay, ya! ¡Luís! —chilló mi hermana—. Búsquense un hotel o
algo, ¡aquí no! ¡Qué pena!
Risas, comentarios mundanos y finalmente, las despedidas. Raquel
tenía que ir por sus cosas y después de unos minutos, salió con una sonrisa
radiante… aunque algo malévola. Volvió a asirse a mi brazo y nos fuimos rumbo
al coche de Tere.
—A ver si así se calma de una vez por todas esa Lili —soltó
Raquel desde el asiento trasero.
—¿Era la alta de chongo? —preguntó Tere al volante,
divertida y de vuelta a su acento usual—. Pobrecita, pude sentir su desilusión.
—Ni te creas —se apresuró a aclarar—, nadie ahí es ninguna
mosquita muerta.
—Me imagino —contestó Tere—. Pero aún así, no es bonito que
te rompan el corazoncito —comentó con lástima—. Y si supiera la verdad, se ve
que es de las que te mataría, querida.
—Por eso tenías que ser tú —dijo mi hermana con tono
infantil—. Así te mata a ti en lugar de a mí, ganar-ganar.
—Eres perversa —ronroneó la morena.
—No tienes ni idea —le respondió con tono travieso.
Mi novia nos dejó en la esquina de la cuadra, no aceptó
acompañarnos a merendar por un compromiso que tenía esa tarde, pero aceptó
visitarnos al día siguiente.
—¡Muero de ganas por conocer a Juls! —nos dijo con una
sonrisa amplia antes de arrancar.
El trayecto a casa era corto. Sin decirnos una palabra,
caminamos deprisa, no podíamos ocultar nuestras sonrisas cómplices y ansiosas.
Cuando por fin cerramos la puerta al entrar a casa, me lancé hacia ella y me
recibió con los brazos extendidos.
—Déjame quitarte el sabor de esa zorra —gruñía entre
suspiros y besos.
—Tú quisiste esto.
—Siento que apestas a ella. De seguro allá también te huele
a ella —dijo sin mirarme, con su mano tentando mi entrepierna por encima de los
jeans.
—Ni siquiera… —me apresuré en reclamarle, pero era mejor que
respirara y respondiera tranquilo— No lo hicimos.
—¿Vas a decirme que se la pasaron platicando nada más?
—preguntó con voz ronca, incrédula.
—¡Ajá! —exclamé con obviedad.
Mis manos disfrutaron desvistiéndola mientras nos dirigíamos
a la sala. Ella hizo lo mismo conmigo, aunque se tomó su tiempo para liberar mi
tranca y con sus uñas rasguñaba por encima de la tela. Yo no tenía tanta
paciencia en aquella ocasión, sus pantis ya habían caído al suelo y mis dedos
empezaban a acariciar el exterior de su boca inferior. Sus labios no estaban
empapados como solían estarlo y a mis dedos les tomó un poco de tiempo
separarlos para entrar. Sus brazos me orillaron a mantener nuestros rostros lo
más cerca posible, con cada vez que nuestros labios y lenguas se unían, la
presión en mi nuca se hacía más intensa.
Un par de veces, restregué mi fierro encima de sus labios,
ya húmedos. Ella contoneaba su cadera de manera que mi punta apenas entreabría
esos pliegues y de inmediato se retiraba de mi alcance. Cuando al fin penetré,
su cuerpo se paralizó por unos breves instantes, los cuales aproveché para
saborear cada centímetro de sus paredes cedían para darme paso. Era extraño, su
interior apretaba más que de costumbre y cuando volvió a reaccionar, sus
gemidos se entremezclaron con jadeos. Sus garras reclamaron mi espalda como
solían y nuestras caderas comenzaron a hacer esa danza que tan bien conocíamos.
Llevábamos un buen rato, ahora su pierna se apoyaba en la
cara interior de mi codo y una mano suya se frotaba el clítoris con vehemencia.
Ya había tenido un orgasmo breve, contenido; ahora íbamos por uno fuerte y
escandaloso.
—Te gusta decirles “zorras” a todo mundo —bufé, apenas con
aliento—, pero tú eres la más zorra que conozco.
Volví a sentir cómo su interior se contraía y apretaba
deliciosamente con aquellas palabras. yo ya estaba batallando para retrasar mi
clímax, pero sabía que ella estaba también cerca de acabar.
—¿Te gusta? —continué— Te gusta ser mi zorrita, ¿verdad?
—U-ujum —apenas pudo gimotear.
—Dilo, dilo con todas sus letras.
—¡Me gusta ser tu zorra! —bramó finalmente—. ¡Me encanta pensar todo el día en tu verga, quiero que me la metas duro!
—¿Así? —le pregunté mientras le propinaba una estocada que
la hizo sacudirse.
—¡Sí! ¡ASÍ! ¡ASÍ! ¡QUIERO!
Eso era todo. Un par de impactos similares y la sentí
desvanecerse debajo de mí. Una de sus manos estrujaba su teta con fuerza
suficiente para reventársela y otra se elevó a cubrirle la frente. Me encantaba
verla disfrutar así. Su rostro estaba rojo y sus ojos llorosos me vieron
suplicantes mientras sus dientes se asomaban en una mueca que apenas parecía
una sonrisa. Su aliento cálido me llegaba con cada resoplido y sus jadeos
fueron difuminándose hasta convertirse en suspiros.
—Estás loco —dijo mientras bebía de su vaso con agua
mineral—. ¿Qué fue eso?
—Te digo la verdad, no lo sé —le respondí—. Sólo se me
ocurrió…
—¿Ah, sí? ¿No será que esa
te lo sugirió?
Me sorprendió tanto la pregunta, había genuina molestia en
su tono de voz. ¿En verdad estaba celosa de Teresa? Le respondí, le dije “no”
una vez, pero ella insistió en decir que estaba mintiendo. Se lo dije de nuevo,
otra vez y muchas veces más. No quería creerme. No sólo eso, estaba diciendo tantas
cosas sin sentido… ¿No era ella la que había sugerido todo este teatrito en
primer lugar? ¿No fue ella la que nos presentó frente a sus compañeros como una
pareja? Sentí que la cabeza me estallaba.
—¡La miras como si se te olvidara que esto es de mentira!
—berreó, estaba llorando a mares, a moco tendido—. ¿Tú crees que estoy ciega,
que soy pendeja?
Mamá llegó en la tarde. Raquel estaba encerrada en su cuarto
y yo, por querer mantenerme lo más lejos posible de ella, estaba haciéndome
tonto con el celular en el patio.
—Luís —dijo ella, sonaba preocupada— hijo... ¿Qué pasó? ¿Por
qué estás así?
—Nada —respondí, quise sonar despreocupado, pero seguía
molesto—. Raquel está como loca. Cree que me estoy enamorando de Tere y que estamos
haciendo cosas a sus espaldas.
—¡Ay, por Dios! —exclamó con incredulidad—. ¿Es en serio?
—¡Sí! Eso dijo. Parece que se le olvidó que todo esto es por
culpa suya.
—Ay… —suspiró mamá—. Esa niña…
Nos quedamos en silencio, en algún momento, quiso
preguntarme algo pero se lo guardó. Después de verla titubear mucho entre
quedarse ahí conmigo o ir a ver a Raquel, le hice un gesto con la mirada para
que mejor fuera a hablar con mi hermana. Los minutos pasaron, el sol se estaba
escondiendo y me puse a preparar una excusa de cena para cuando Julia llegó. Un
poco más calmado, le conté lo que había pasado y que mamá y Raquel no habían
bajado en casi una hora y media.
—No lo entiendo —dijo Julia—. Yo pensé que ella era la de la
idea de hacer que Tere fuera…
—¡Es lo mismo que yo digo! —dije con hartazgo, era la
tercera persona en el día a quien le hacía saber mi argumento—. ¡Además… no
hemos hecho nada!
—Mamá y Raquel me dicen que se han besado —me rebatió con
voz fría.
—¡Pero ha sido sólo para aparentar! —me defendí— Sólo nos
hemos besado frente a mis compañeros de clase y los de Raquel. ¡Ni siquiera
cuando nos vimos con mamá! —estaba perdiendo la paciencia nuevamente—. ¡Julia,
créeme! No tengo por qué mentirles. Hasta le conté a Raquel…
Fue ahí donde me detuve, creo que mi hermana mayor no
necesitaba saber los detalles de lo que pasó entre mamá y yo en esos baños
públicos. Quién sabe qué cara me vio, pero Julia se acercó a mí y me rodeó con
sus brazos. Pude sentir su pecho estrujándose en mi costado e
inexplicablemente, me dieron ganas de llorar.
—Ya… ya… —me arrulló con voz suave mientras resoplaba sobre
mi cabello—. Esto es normal… las parejas a veces discuten. Tal vez… —continuó
tras una breve pausa— sólo es un malentendido. Quién sabe, tal vez Raquel ha
estado forzándose a aceptar a Tere.
Mi respiración se entrecortó. ¿Podría ser?
—Creo que no es tan “de mente abierta” como cree —continuó
Julia, su mejilla se apoyaba en mi hombro y sus manos apenas se posaban sobre
mis brazos—. Tal vez no le agrade tanto eso de verte con otras mujeres.
—Yo… no creo —negué con firmeza, pero la duda crecía dentro
de mí—. No… no pensé…
—Creo que todo esto se está complicando innecesariamente
—dijo ella mientras comenzaba a dejar caer su peso sobre mí.
—¿A qué te refieres?
Ella sólo gruñó, fastidiada por mi pregunta. No hacía falta
que me girara y viera su mirada severa y ese gesto tan suyo de preguntarnos
“¿Es en serio?” en forma retórica.
Después de cenar solos, me dirigí al cuarto. Hacía demasiado
calor, así que me dispuse a bañarme. El cuarto de Raquel estaba abierto y la
puerta de mamá no estaba completamente cerrada, no sólo la luz, los gemidos de
ambas también se colaban hacia el pasillo. No le di importancia y entré a la
regadera. Al terminar y entrar de vuelta a mi cuarto, casi me da un infarto al
ver a Julia esperándome en un rincón. Estaba visiblemente incómoda con los
ruidos que aún se escuchaban saliendo del cuarto de mamá. Como su cuarto era el
más próximo al de mamá, era obvio que no tenía ganas de estar allí, por lo que
le propuse que durmiera en mi cama y yo me iría a acostar a la sala.
Eran casi las 12 cuando mamá bajó las escaleras para tomar
una botella con agua. Francamente, las venas en mis sienes seguían palpitando
con fuerza y yo no tenía ni pizca de sueño. Tras decirle el motivo por el cual
estaba en la sala, se disculpó conmigo y corrió con la botella escaleras
arriba. Minutos más tarde, volvió a bajar para decirme que durmiera con ella. Sólo
traía puesta su bata y ésta cayó al suelo en cuanto cerramos la puerta de su
cuarto.
—¡Qué pena con los dos! —susurró mientras se acostaba a mi
lado—. No pensé que fuera tan tarde y que Julia nos había estado escuchado.
—Se tomaron su tiempo —le dije, un poco reclamándole—.
Aunque creo que no hablaron mucho.
—No seas así —me reprendió con un empujoncito—. Raqui… tu
hermana está… muy presionada. No la está pasando tan bien en el trabajo ni con
sus compañeros en el teatro. Siempre es una guerra de egos terrible en ese
medio, chismes y todo tipo de cosas desagradables.
—¿La están molestando? —pregunté con genuina preocupación
por mi hermana.
—Nada grave, descuida, lo normal. Niñas envidiosas, que
andan de mustias y arrastradas para conseguir destacar.
Resulta que Raquel iba a interpretar un papel más importante
en la obra y misteriosamente le dieron otro, menos relevante y con apenas un
par de líneas. Según me contó mamá, la chica que se quedó con el papel suele
contar chismes de todo mundo y, por pura coincidencia, ella ahora tendría ese
rol en la obra.
—Si en verdad quiere dedicarse a esto —concluyó, ya somnolienta—,
tiene que aprender a lidiar con todo eso, a valerse por sí misma. Ni tú ni yo
vamos a estar siempre a su lado para protegerla.
Desperté con mamá mirándome fijamente, su sonrisa cálida se
me contagió. Ella sólo me acarició el cabello y con una voz dulce, me dijo que
me quedara acostado, que ella se haría cargo del desayuno. Hice caso, estaba
somnoliento todavía y me quedé recostado un rato más. Dormité un rato y algo me
despertó, la puerta estaba abierta, era Raquel.
—Ya me voy —dijo ella, su voz sonaba tímida, apenada.
—Que te vaya bien —respondí, modorro y tallándome los ojos.
—Perdón por lo de ayer —dijo ella sin moverse de donde
estaba—. No… no sé qué me pasó. No era verdad lo que te dije.
Quise decirle que mamá me había aclarado un poco su
situación, pero mejor no dije nada. Me levanté y fui a abrazarla. Ella me besó
dulcemente y oprimió nuestros cuerpos antes de retirarse. Mientras la veía
dirigirse a las escaleras, apareció mamá, estaba desnuda.
—¿Todo bien? —preguntó con una sonrisa, su voz sonaba suave
y cálida.
—Creo que sí.
—Entonces… ¿quieres volver a la cama? —dijo, esta vez con un
tono más provocativo.
—¡Ya nos vamos! —escuchamos a Julia gritarnos desde la
planta baja.
—¡Que les vaya bien! —contestamos al unísono mamá y yo.
Las puertas de la calle y del cuarto de mamá se debieron
cerrar al mismo tiempo. Ella me besó sin titubear, su lengua repasó mis labios,
como si quisiera buscar el sabor de Raquel en ellos y sus manos fueron directo
a mi trasero.
—Me quedé con las ganas de que te nos unieras a la plática
con Raqui ayer —suspiró antes de volver a besarme.
Esa voz, era parecida a la de Sandra, la de los baños.
—M-mamá… —dije sin pensar.
Realmente no sabía qué decirle, me la pasé repitiendo esa
palabra como disco rayado mientras ella y yo nos acomodábamos entre las
sábanas. Rodamos, a veces quedaba ella arriba, luego yo. Nuestras manos no se
detenían, las de ella acariciaban furtivamente mi verga y huevos antes de
seguir por mi vientre, mis piernas o mis glúteos. Las mías orbitaban alrededor
de sus tetas, esos melones enormes y suaves, pero también se deslizaban por su
abdomen, cada vez más firme; y sus piernas, gruesas y apetitosas. Nuestras
lenguas ya sabían qué hacer y uno que otro quejido se nos escapaba de vez en
cuando. Mamá no iría al gimnasio, así que esta sería nuestra sesión de
aeróbicos, porque a mí ya me estaba faltando el aire.
—Eres preciosa, Sandra —se me salió decirle.
—¿Ah, sí? —apenas se entendía lo que decíamos entre beso y
beso.
—¿Dónde habías estado? —quería seguir la conversación ahora
que sabía que tenía a esa mujer de vuelta ante mí.
—No sé… ocupada.
—No dejo de pensar en volver a metértela como ese día.
—¿Quieres hacerlo en los baños?
—En los baños, en tu cama, en la cocina, en la calle, frente
a los vecinos… ¡No me importa!
Un ronroneo se escuchó retumbar desde su garganta. Sus dedos
comenzaron a caminar sobre mi pecho y luego, comenzaron a raspar camino abajo. Maulló
y me sonrió con esa picardía que me hizo recordar a Raquel, en definitiva, eran
madre e hija. Sus labios se apartaron de los míos y su lengua comenzó a visitar
los surcos rojizos que habían dejado sus uñas hasta llegar a mi abdomen.
—Con que sí, ¿eh? —exclamó, juguetona—. ¿Sabes cuántos años
tengo?
—No me importa.
—Podría ser tu madre, Luís.
—Pues quiero darte duro, mami.
Esas ya no sonaban como nuestras voces. Ella era una “femme
fatal” y yo, alguna especie de casanova salidos de alguna película erótica que
pasaban a medianoche en el canal de películas. Su boca se lanzó a apresar mi
verga como aquella vez en los baños, succionaba con intensidad para asegurarse
de que estuviera dura y a punto, lo estaba desde hacía rato.
Ella gateó sobre el colchón sensualmente a mi lado, me miró
fijamente y luego caminó contoneándose hacia el mueble de su tocador. Apoyadas
sus manos sobre la mesita, puso el culo en pompa como aquella vez y simplemente
obedecí a mi instinto, que me ordenaba arremeter sin tregua contra aquellos gajos
humedecidos que se asomaban entre esas piernas gruesas. Entré de una. Ella me
recibió con un chillido y agitando su cadera para acomodar mejor mi carne en su
interior, una vez se detuvo, retrocedí para volver a entrar hasta el fondo. Cada
que lo hacía, las cosas sobre el mueble se sacudían, algunas hasta cayeron al
suelo, pero no pudo importarnos menos.
—¡Cómo me gustó hacerlo aquella vez! —suspiré mientras
continuaba.
—Podemos… ¡ah! Podemos repetirlo… ¡A-AY! C-cuando quieras…
Su voz se entrecortaba cada que la penetraba con todas mis fuerzas,
pero hablaba con una voz aterciopelada y provocativa. Continué haciéndole esos
comentarios que hacían que su interior me apretara por breves instantes y su
espalda fue descendiendo hasta que sus hombros quedaron apenas a la altura de
sus manos. Vi nuestro reflejo en el espejo del tocador, su mirada estaba
perdida y su boca entreabierta, era el rostro de una mujer disfrutando sin
saberse vista. Sus gemidos resonaban y mis caderas imitaban cada vez más el
mecanismo de un pistón. Cada vez más rápido, fui incapaz de decir nada más,
sólo jadear y gemir como ella. Ella acabó antes que yo, pero al igual que había
hecho con Raquel, no me detuve hasta hacer lo mismo, en medio de sus chillidos
y gritos ahogados.
Había perdido la noción del tiempo. Cuando por fin vi el
reloj, había pasado más de una hora desde que Raquel y Julia se habían ido. Mamá
se había dejado caer boca abajo sobre el colchón y de vez en cuando se reía al
resoplar.
—¿Te gusta más así? —Su voz apenas se entendía por culpa de
las sábanas.
—¿A ti? —pregunté de vuelta.
—¡Ah! —suspiró—. Me gusta, sí. Es sólo que no es… algo fácil
de aceptar.
Se giró para deleitarme con su cuerpo boca arriba,
apoyándose sobre sus codos y regalándome una sonrisa diferente. No la vi como a
mi madre. Si tuviera que describirla, sería como si fuera una amiga, tal vez la
amiga de una amiga… la amiga de mi novia.
—¿Qué? —rio, sonrojándose y ocultando esa sonrisa tras el
reverso de su mano.
—Es que te vuelves alguien completamente distinta, mamá —le
respondí, contento.
—Me gusta sentirme así —suspiró casi en un susurro, su
mirada se alejó de mí y se perdió en algún lugar entre sus tobillos—. Me gusta
cuando me miras así… —volvió a verme— como una mujer.
“¿Una mujer?”, pensé. “¡Una diosa, más bien!”. Me acerqué a
ella y me recosté a su lado, no podíamos despegar los ojos el uno del otro. Mi
mano buscó la suya y nuestros dedos se entrelazaron. Era distinto a lo que
sentía con Raquel, era deseo sexual y nada más. Ese pedazo de mujer emanaba
sexo, pero a la vez, tranquilidad y ternura. Como dije antes, sentía que tenía
delante a una chica a la que quería conocer, una amiga a la que me quería
coger… como Teresa; nada qué ver con… mamá.
—Me agrada hacerlo con Sandra —solté sin más.
—¡Ha! —rio de nuevo—. Y a Sandra también le gusta hacerlo
con Luís —bromeó, hablando en tercera persona y haciendo un gesto teatral con
su mano.
—Es diferente que hacerlo con mamá —dije, intentando darme a
entender.
—¿Hacerlo con mamá es aburrido? —preguntó, sin perder
aquella alegría.
—¡No! No… no es eso. Es… es que es…
—Diferente —dijo junto a mí.
Sus ojos brillaban, estaba a punto de romper en llanto, pero
esa sonrisa me indicaba que no era de tristeza. Me abrazó con fuerza permanecimos
así un rato. Cuando me separé, estaba “de nuevo frente a mamá”. Algo en mi
interior no me dejaba en paz y sólo quería descubrir cuál era exactamente esa
diferencia entre mi madre y Sandra.
Me aseguré de que viera que estaba de nuevo duro como una
piedra, a lo que ella se acomodó para quedar boca arriba y separó sus piernas
como invitándome con un abrazo. Su mano empezó a juguetear con el fluido blanco
que había empezado a escurrir de su raja, la cual estaba todavía sonrojada.
—Ven con mamá —dijo con un hilo de voz, un tanto apenada.
Me acomodé esas piernas a los costados y la punta de mi
macana se encontró con el producto de mi anterior venida, la cual sirvió para
ayudarme a volver a entrar. Tardamos un poco en dar con la postura correcta,
aquella que me ayudaba a estimular esa parte en la entrada de su interior que
la hacía contraerse cada que volvía a meterla. Me dediqué a rozar esa zona, no
estaba yendo rápido ni con fuerza. Ella sólo miraba con atención aquella área
en donde nuestros cuerpos volvían a ser uno, el lugar de donde había nacido y
que ahora buscaba provocarle un nuevo orgasmo.
Mi pulgar dibujaba sobre su botoncito ya duro esos círculos
infalibles para hacerla gemir. Su pelvis iba contoneándose, buscando ayudarme a
entrar hasta el fondo, pero mi objetivo era no dejar de estimular ese punto. Su pierna buscó rodearme,
haciendo que sus adentros cobraran una nueva forma, más estrecha pero igual entraba
y salía sin ningún problema. La temperatura había aumentado a niveles
alarmantes, mi fierro estaba a punto de derretirse y apenas y podía aguantar
las ganas de acelerar.
—¡A-ay! —gimoteó con voz temblorosa—. ¡Luís! ¡Por favor! Ya
no aguanto más… dame…
Eran verdaderas súplicas, boca se torcía y su boca temblaba
un poco. Sus ojos seguían clavados en mi verga y se posaron en los míos hasta
que mis manos se asieron a su cadera.
—Dame duro —me suplicó, apenas tenía aliento.
Lo siguiente que recuerdo es el rebote de sus pechos y pies
en la periferia de mi vista. Mis brazos se encargaban de sostener sus piernas y
mi pelvis estaba empezando a escocer los repetidos impactos. La experiencia me
había permitido comprender que no debía ir con todo desde el inicio, sino ir incrementando
acorde a la situación para no agotarme antes de tiempo. Los segundos rounds
tenían la ventaja de que me permitían durar más, así que me sentía en total
control de aquello. Mamá tenía sus ojos cubiertos por sus antebrazos, permitiéndome
apreciar el bamboleo de esos melones en todo su esplendor.
Sus gemidos se transformaban a veces en aullidos y quejidos
prolongados, estoy seguro de que si yo la escuchara así sin contexto, creería
que se había lastimado. El sudor hacía brillar su piel y cada vibración
resplandecía con el reflejo de la luz que empezaba a colarse por la ventana con
el amanecer. Solté sus piernas y tomé sus antebrazos, vi su expresión, aquella
situación parecía estar superándola. Desaceleré y volví al ritmo lento,
buscando la manera de volver a estimular su punto especial concienzudamente.
—Luís… por favor… Estoy… a nada…
—¿Prefieres que te la meta yo? ¿O prefieres metértela tú?
Mi respuesta llegó sin palabras. Apoyando sus pies en la
cama, se impulsó hacia delante y volvió a recibirme dentro de ella. Su mirada,
aunque al borde de la desesperación, me dejó ver una chispa de rebeldía
desafiante. Estaba muriéndose por que la hiciera mía, pero ahora sabía bien que
cuando ella estaba lo suficientemente cachonda dejaba de pensar de más y sólo
continuaría hasta conseguir su ansiado orgasmo. Esa mujer que habitaba el cuerpo
de mi madre era en verdad fascinante, sólo quería seguir descubriendo más de
ella. Pero de momento, había una tarea que debía cumplir. Mis manos sobre las
sábanas a ambos lados a la altura de su ombligo me permitieron apoyarme para
hacerla acabar como ella tanto quería, como ambos queríamos.
Ahí estaba de nuevo, un chorro de líquido transparente y
tibio impactó contra mí primero una vez, luego, otra y de nuevo.
—¡Aaaaaaaaaah! ¡Luís!
Raquel solía encerrarme con sus piernas, pero mamá las
separaba por completo, sus rodillas casi se enterraban en el colchón, temblando
de manera intermitente. Los últimos chisguetes de su orgasmo terminaron de
humedecer la cama. Mientras sacaba mi verga, aproveché para volver a acariciar
ese espacio mágico casi a la entrada de su canal y ella se estremeció de nuevo.
Tenía el deseo irrefrenable de beber cuanto pudiera de sus jugos y en cuanto
sintió mi barbilla acercarse, me apresó con sus muslos imponentes. ¡Qué
sensación! Era como si de verdad estuviera preso. En definitiva, si pudiera
elegir mi muerte, podría haber escogido ese preciso instante en que mis
mejillas, orejas y hasta una parte de mi cuello estaban siendo oprimidos por
esa mole de músculos. Podía oler y saborear el sudor y la esencia de aquella mujer
que me dio la vida, por supuesto que tenía derecho de arrebatármela en ese
momento si ella quisiera.
Para cuando me soltó, yo estaba aún deleitándome con aquella
sensación. Ella se incorporó para quedar sentada y yo, con su raja por fin al
alcance de mi boca.
—Tienes que aprender a detenerte cuando es necesa-¡Ah!-ario
—logré arrancarle un gemido—. Sentí que me iba a morir si te dejaba hacer esto
hace rato. Debes saber cuándo parar… ¡uh! Y también, cuando NO debes.
Yo sólo me dediqué a seguir degustando. Terminé de limpiar
la espuma que se había formado con la fricción de nuestros cuerpos y me di
gusto un rato más antes de levantarme y acostarme a su lado. Ella respiraba
entrecortado por lo que había estado haciendo con mi lengua, buscaba
tranquilizarse. Yo no podía evitar contemplar cada parte de su cuerpo brilloso
por la transpiración.
—No fuiste al gym, pero ya hiciste cardio —bromeé.
Ella hizo ademán de reírse, aunque sonó más a tos.
—¡Ay! Ya casi son las 9 —exclamó genuinamente sorprendida,
pero no movió ni un músculo. Además, no eran ni las 8:10
—Yo creo que sí llegas —dije, refiriéndome a su trabajo—. ¿O
a qué hora debes estar allá?
—A las 9 —dijo, pensativa—. Deja aviso.
Se levantó y agarró el teléfono. Sus pechos quedaron
apoyados sobre su antebrazo, apretados por su otro brazo gracias a esa bendita postura
para atender la llamada. Caminaba lentamente alrededor de la cama, estaba avisando
que iba a ausentarse por temas de salud. Mis cejas se alzaron hasta el cielo y
al verme con sus ojos entrecerrados esbozó una sonrisa traviesa.
—Sí, claro, Moni. Me voy a quedar en cama, aquí está uno de
mis hijos —dijo sin dejar de mirarme fijamente—, él me va a cuidar. Entonces…
Continuó su conversación con la persona del otro lado de la
línea, le dio instrucciones para todo lo que el día les iba a deparar. Juntas,
reportes, correos, inventarios… mamá sonaba como una mujer muy ocupada. Sabía
que tenía toda mi atención y por eso se contoneaba al caminar lentamente de
puntitas, me regalaba vistas de ensueño. Podía apreciar los músculos de sus
piernas, el bamboleo de sus muslos y de su culo, ni hablar de sus tetas… y yo,
sin haberme venido.
—Si tienes dudas, mándame un mensajito, ¿sí? —seguía dando
indicaciones por teléfono—. En caso de que no pueda atender llama-¡A-a-ah!
Había tenido suficiente, esa llamada se estaba alargando demasiado.
Corrí hacia ella y la atrapé entre mis brazos para llevarnos de vuelta a la
cama.
—¿Eh? Nada, nada —contestó a la voz que salía de su
teléfono—. Creí que podría salir de la cama —volteó a verme con reproche—, pero
creo que todavía no puedo. Sí, sí, tranquila. Ahorita desayuno algo y me tomo
algo para esto que traigo. Bueno, chau.
—¿Estás enfermita —pregunté, burlón—, Sandra?
—Tengo calentura —respondió con falsa dolencia, actuando un
papel, como hubiera hecho Raquel—. Creo que tengo que necesito estar en cama y
tomar precauciones.
—Quedarte en cama —le dije mientras besaba su cuello y me
levantaba. Me hinqué sobre ella, de manera que fui acercando mi miembro a su
cara—. Comer bien…
—Y tampoco hay que olvidarnos de la medicina —ronroneó antes
llevarse mi verga a la boca.
—Sandra… —susurré acariciando su mejilla—. Estás llena de
sorpresas.
Cantó un “¡Ajá” que quedó ahogado por la parte de mí que
estaba degustando su lengua y paladar. Mamó usando sólo sus labios y lengua,
apenas llegando a la mitad de mi mástil. Ella misma se acomodó para quedar
recostada boca abajo al borde del colchón y abrió grande para que volviera a
darle su medicina. Ya estaba acostumbrada a poner en práctica lo que Tere les
había enseñado a ella y a Raquel aquella tarde. Su garganta fue haciendo hueco
para que ella pudiera meterse cada vez más de mi longaniza. Si la sensación era
deliciosa, los ruidos que hacía cada que evitaba una arcada eran aún mejores,
la saliva que podía sentir resbalándome hacia los huevos también se podía
escuchar cuando ella sacaba y volvía a meterse mi tronco. Nuestros ojos se
encontraron y un torrente de electricidad me invadió al recordar esa mirada que
tenía Raquel al mamármela.
Discretamente, mi mano pasó de su mejilla a su oreja, lo que
le causó cosquillas hasta acostumbrarse, eso sí, sin sacarse mi carne de su
boca. Mi otra mano hizo espejo y cuando ella también se acostumbró a mi tacto
en su otra oreja, mis yemas se adueñaron de la base de su cráneo. Sus ojos
brillaron, esperaba verla alterada, me provocaba ponerla nerviosa; pero sólo me
sostuvo la mirada al mismo tiempo que su lengua se movía bajo mis huevos. Ella
esperó paciente hasta que empecé a presionar los últimos centímetros de mí que
no habían pasado la barrera de sus labios.
Exhaló por faringe con intensidad, se sentía como una cámara
de vapor, lo había logrado. Todavía tenía pequeños reflejos de hacer arcadas,
pero supongo que la práctica estaba rindiendo sus frutos. Retrocedí y dejé sólo
la punta dentro, con lo que ella pudo tomar un descanso y en cuanto volvió a
verme, lo tomé como señal para volver a penetrar esa boca que a veces me decía
“hijo”.
¿Era mamá? No, estaba cogiéndome la boca de Sandra. ¿O quién
prefería ser?
—Sandra… —dije con aspereza, ella cerró sus ojos—. ¿Mamá?
Su garganta se cerró y tuve que sacarla para que tosiera en
paz con la cara suspendida boca abajo. Sus ojos llorosos vieron hilos e hilos
de saliva caer ante ella sobre las sábanas y el suelo. Me senté en cuclillas,
debió ver mi macana y levantó la vista. Sacó la lengua, señal de que podía
volver a metérsela, pero algo me hizo querer cerrarle la boca con la mía. No
hacía falta saber si esa mujer era Sandra o era mamá (digo, obviando que ambas
son la misma persona, pero bueno, se entiende a lo que me refiero ¿no?), sólo
me bastaba con saber que esa mujer frente a mí iba a recibir lo que mis bolas
necesitaban descargar ya, es más, lo deseaba.
—Luís… —dijo, recuperando el aliento— Haz conmigo lo que
quieras.
¡Cómo no volverme loco oyendo eso! Me incorporé nuevamente,
mi mano acarició su cuello y presionó hasta provocarle que tosiera nuevamente,
puse mi glande a su alcance una vez creí conveniente, sus labios lo
envolvieron. Besó con ternura y de nuevo, sacó la lengua para que hiciera uso
de ella a placer, y así lo hice. Cada vez que entraba y salía, luchaba con mi
instinto de sacudir mis caderas como si aquello fuera una vagina y no una boca.
Lo estaba logrando al detenerme una vez la metía completa, ella aguantaba la
respiración y su cara iba tornándose roja conforme yo seguía. Sin darme cuenta,
había empezado a mover mi cadera con cierta cadencia, estaba cogiéndome esa
boca, la boca de mi propia madre.
Terminé en su paladar, no en su garganta. Tres chorros, los
sentí abundantes, nunca los vi salir de sus labios, pero sentía el líquido
espeso agitarse con los movimientos de su lengua, seguramente diluyéndose en su
saliva. Su mano situó mis dedos anular y corazón en ese sitio de su cuello en
el que pude comprobar que su tráquea se movía, estaba tragándose todo.
—¡Ah! —exhaló como un comercial de refrescos.
—¿Qué tal tu medicina? ¿No supo feo?
—No es el sabor, es… el hecho de saber que es tu… medicina —volvía
a pensar bien sus palabras, esa era mamá—. Eso es lo que a mí me gusta.
—Papá… ¿también… te daba medicina?
—Sí… pero nunca así —dijo con timidez, su cara apenas había
estado recuperando el tono de su piel y estaba volviéndose a ponerse roja.
—Oye… antes de que papá y tú se conocieran…
—Cariño —se apresuró a decir, previendo lo que quería
preguntar—, conocí a mucha gente antes de andar con su papá. Eso sí, él ha sido
mi primer y único novio formal.
—O sea que antes de él tú no…
—Sí, hubo alguien antes que él —volvió a adelantarse a mi
pregunta, ya se había sentado al borde de la cama—-. Más de uno…
Me miraba con una mezcla de incomodidad y resiliencia, era
como si me estuviera mostrando que no iba a negarse a responderme nada, aunque
fueran cosas íntimas. Sin embargo, había algo más en su mirada, me estaba
escrutando.
—¿Qué me quieres preguntar? Has andado un poco raro conmigo
estos días.
—¿Eras como Sandra? —solté sin pensar, antes de que volviera
a atajar mi pregunta.
—Cariño, soy yo —dijo con una mano en su pecho—. Sandra y
yo… yo soy… ¡Ash! —se exasperó—. ¡Sabes lo que estoy diciendo! Lo de los baños
—continuó, más tranquila— fue un juego, Tere me volvió a sonsacar para
participar en sus jueguitos retorcidos y pues ambos le seguimos la corriente.
Era verdad, había olvidado el “factor Tere” en toda aquella
ecuación. Aquello había sido algo orquestado por esa mujer de piel canela,
Sandra y yo actuamos como si fuéramos un par de desconocidos. Caí en cuenta de
lo ridículo que había estado siendo todo este tiempo.
—Raqui no es la única a la que le gusta interpretar bien un papel
—comentó con un tono provocativo mientras enderezaba su postura para lucir esos
melones con orgullo—. Me gusta sentirme así, como una mujer deseada. Fue como
estar actuando una fantasía, una en la que un muchacho guapo se fija en una
mujer… como yo.
—¿Buenísima?
—¡Ay! ¡No! ¿Qué dices? —Su cara volvía a teñirse de rojo.
—Si crees que miento, hazle caso a acá —dije, agitando mi
manguera no del todo flácida, aquella conversación estaba haciendo que la
sangre no dejara de fluir—. Yo antes no quería pensar en ti de esa forma, me daba
cosa, la verdad. Raquel era la que se la pasaba haciéndome insinuaciones y
comentarios. Que si a ti te excitaba verla, vernos… que yo también pensaba en
ti de esa forma y yo lo negaba, pero pues al final tuve que admitirlo. Lo
cierto es que las ambas tienen unos cuerpazos.
—Julia también… —reflexionó acariciando su barbilla con su
índice—. ¡Es más! Si tanto te interesa saber cómo era yo de joven, ahí tienes a
Julia.
Tragué saliva. Mamá no pudo aguantarse las ganas de burlarse
del brinco que pegó mi amigo con esa información. Julia era casi de la altura
que mamá… también estaba caderona y su busto era casi tan grande como el de
mamá.
—Así como la ves, así me veía —continuó. Sabía lo que
aquello estaba provocando en mí—. Bueno, bueno… Creo que ella tiene más busto
que yo —dijo sosteniendo sus melones y haciéndolos rebotar de manera apetitosa
sin dejar de prestar atención a mi reacción—, ella usa una copa que yo no usé
hasta que empecé a amamantarla. Pero sí usa la misma talla de pantalones que yo
usaba, incluso después de tener a Raquel.
«Así me veía de joven, hijo, pero creo que Raqui fue la que
sacó mi personalidad. Tú y Julia son idénticos a papá en su forma de ser y
bueno, tú eres su viva imagen —siguió comentando, su voz se tornaba cada vez
más nostálgica—. A mí me gustaba bailar y cantar, juraba que iba a ser una
artista y salir en la tele. La vida da muchas vueltas…
—¿Quieres bajar a desayunar? —pregunté, queriendo cambiar el
tema. Esa nostalgia estaba a punto de convertirse en melancolía— Algo con lo
que puedas pasarte la medicina.
Se rio de mi chiste y tomé su mano para que me acompañara
escaleras abajo. Mientras la sostenía, me acordé.
Su meñique…
“Haz conmigo lo que quieras”
Bajando las escaleras, no podía dejar de pensar en ello, en
lo que dijo y en lo fácil que sería... Viéndola sentarse en su silla del
comedor, no dejé de imaginármela en trance. Preparándonos algo para desayunar,
con la verga tiesa, fantaseaba con la idea. Sirviendo los platos, me cuestioné
¿Era necesario?
—¿Te gustaría un masaje? —le pregunté una vez terminé mi
plato.
—Sí, ¿por qué no? —respondió radiante.
Ella me veía expectante, coqueta, pícara; sabía que la
propuesta tenía una doble intención, estaba en lo cierto. Su pie empezó a tocar
mi pierna, esta vez, a diferencia de aquella vez en el centro comercial,
nuestro tacto no tenía el obstáculo de ninguna tela y la diferencia era
abismal. Mi garrote estaba listo para lo que fuera, el calor que emanaba mi
cuerpo debajo de la mesa me estaba incomodando… y claro, el cristal le permitía
a esa belleza frente a mí no perder detalle de mi estado.
Acabando de comer, quería llevarla de vuelta a su cuarto y
dar inicio a lo que mi mente apenas era capaz de elucubrar por culpa de la
calentura. Sin embargo, mamá comentó que lo ideal sería esperar un poco y
dejáramos reposar a nuestros estómagos, estábamos a punto de meternos al agua,
pero teníamos que esperar antes de nadar.
—Hazme caso —dijo con la autoridad que le daba su cargo de
madre—. No querrás que te dé un calambre en medio de la faena.
Pensé en lo irónico que sería sufrir un calambre en medio de
una sesión de masaje, así que nos acomodamos en la sala para ver la tele. Mamá
tenía mucho tiempo sin ver la tele entre semana ya que al igual que Julia,
solía trabajar hasta en días feriados para ganar más. La experiencia de estar
viendo la pantalla con ella en nuestra sala, estando ambos desnudos y haciendo
tiempo antes de intentar llevar a cabo actividad física vigorosa fue…
desesperante. Primero sentados, luego recostados a los extremos del sofá para
terminar con mi cabeza en su regazo. Su mano me acariciaba la frente y jugaba
con mi cabello mientras yo sólo adivinaba su rostro debido a que ese par de tetas
no me dejaba ver nada más arriba de mí. La suavidad y calidez de su piel, el
olor de su cuerpo y saber que sólo estábamos haciendo tiempo no permitió que mi
erección se calmara del todo y para cuando los créditos del episodio subían por
la pantalla, una mano descendió a mi pecho y siguió descendiendo.
Un dedo daba vueltas alrededor de mi glande, usando el
líquido transparente que ya había estado saliendo todo ese tiempo. Siguió
embarrando aquello, bajando por el tallo de mi mástil y la tuve que detener
antes de que acabara viniéndome en ese momento.
—Mejor vamos a tu cuarto.
Ella sonrió dulcemente, de forma maternal, como si yo estuviera
pidiéndole una golosina y ella no tuviera más opción que complacer mi capricho.
Me levanté de un brinco y de nuevo, la llevé de la mano de vuelta. El aroma a
sexo había empezado a inundar esa habitación que siempre olía a perfume y talco
y la mancha de humedad de las sábanas engalanaba una parte considerable del
colchón. Ella insistió en que cambiáramos las sábanas, cosa que me pareció
innecesaria, después de todo la intención era volverlas a manchar.
—Si me vas a dar un masaje aquí, mínimo quiero que no esté
todo… empapado.
Ese fue su argumento, le di la razón. Entre los dos quitamos
las sábanas y el cubre colchón, el cual tenía una protección plástica debajo,
parece que ella ya estaba preparada para cualquier contingencia similar.
Mientras hacíamos todo, nuestras manos se encontraban, sentía que iba a
explotar cada que tenía ese meñique a mi alcance. Pero ya se me había ocurrido
una idea que, sabía, enorgullecería a Raquel cuando se la contara.
—Mamá… hace rato me dijiste “hazme lo que quieras”… —dije
con el tono más persuasivo que me salió.
Ella se ruborizó una vez más.
—Eso dije, ¿verdad?
Su mirada se desvió por un instante, sus labios se separaron
y parecía que me iba a decir algo más, pero guardó silencio. Volvió a verme
fijamente, sonrió de forma apenas perceptible y sólo asintió para dejarme
continuar.
—Quiero intentar algo… —dije, tratando de encontrar las
palabras correctas. Sentía los huevos en la garganta, me faltaba el aire— Este…
está bien si dices que no…
—Hijo —intentó tranquilizarme—, si quieres que lo hagamos
por “allí”…
—Quiero que me dejes hipnotizarte.
Excitante relato pero no sé cómo que la historia se está estancando...No se ha avanzado nada con la otra hermana y ya estoy intrigado por ella.
ResponderBorrarHola. Primero que todo, gracias por comentar y yo entiendo perfectamente que se sienta así la trama. Por un lado, había tenido problemas para hilar partes claves y sé que para muchos puede resultar tedioso, los leo y los entiendo; pero lo cierto es que la historia está trazada a grandes rasgos. Julia va a unirse casi llegando al final de la historia y eso es algo que no va a cambiar, pero estoy tomando en cuenta la retroalimentación que he recibido para que cada paso hasta llegar a ese punto valga al menos la pena.
ResponderBorrarClaro que te entiendo y sé que tal vez no es la respuesta que esperabas pero créeme que tomaré en cuenta lo que me dices para hacer que las cosas avancen más rápido, te lo prometo.
Es una historia fascinante! Este capítulo como que me generó sensaciones agridulces con lo de Sandra y Mamá, pero la conversación que tuvieron fue un buen elemento para darle naturalidad. Felicidades por esta obra y ánimo con lo que te está pasando. Saludos
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