El Hombre de la Casa 22: Sandra y Sandra


 

Mi vida seguía cambiando. Por un lado las clases de masaje, me resultaron más aburridas que otra cosa; estar de vuelta en un aula y con compañeros que me daban igual no era algo particularmente emocionante para mí. Lo bueno era que sólo eran dos veces a la semana.

Por otro lado, Tere. Por mensaje era todo exactamente igual, pero la segunda vez que nos vimos tras la clase de masajes era como si fuéramos amigos de toda la vida. No era como que dejara pasar la oportunidad de provocarme y soltar una que otro comentario subido de tono, sobre todo cuando había alguien que nos pudiera escuchar; pero en sí, conversar con ella era realmente agradable. Me contaba de su trabajo, de sus gustos, sus viajes, etc. El tiempo voló, teníamos gustos distintos en casi todo, pero era refrescante platicar y compartir opiniones de varios temas, me la pasaba muy bien. Era jueves, mamá no nos acompañó esa tarde por un imprevisto en el almacén, ese era otro tema.

No habíamos hablado al respecto de lo que hicimos en los baños aquella ocasión, aunque eso tampoco nos impidió hacerlo un par de veces en casa los días siguientes. Sin embargo, tras esa experiencia, me parecía como si ella hubiera vuelto a ser… sólo mamá. Juro que la mujer del centro comercial se sentía como alguien aún más diferente que la madre que se comía mi verga en casa. Algo en mi interior no paraba de preguntarse qué era exactamente lo que las hacía tan distintas.

—¿Extrañas a mami? —me preguntó mi carismática novia, divertida al verme disperso.

—Eh… algo así —dije, todavía distraído—. Más bien… Sandra.

—¿Cómo, cómo?

Le expliqué como pude aquello que me preguntaba de mamá, le hablé de detalles que francamente no le compartía ni a Raquel. Cosas como la manera en que me apretaba, cómo movía sus caderas o hasta el tono de su voz. Lejos de burlarse, la noté muy atenta. Escuchó sin interrumpirme y guardó silencio un rato después de que terminara.

—Más o menos te entiendo. Lo más probable es que a Sandrita le haya prendido el role-play que tuvieron más de lo que esperaba, lo vio como una oportunidad de intentar ser alguien distinta. No es nada del otro mundo, ¿sabes? Ponte a pensar en cuánto tiempo ha estado sola, sin mencionar de cómo habrá sido con tu papá… o antes de conocerlo.

—Me da la sensación de que le da pena o algo así…

—Pero tú y yo sabemos que le gustó. ¡Ay, esa Sandra! —exclamó mirando al techo del área de comida—. ¡Espera! ¡Ya sé!

Las siguientes palabras me golpearon como una bofetada. Hacía mucho que no se tocaba el tema de la hipnosis en casa, era como si fuera algo del pasado. Después de todo, parecía que no era necesaria ya en mi vida. Era extraño que alguien que no fuera Raquel me sugiriera hipnotizar a mamá, pero pude ver en Tere un destello de genuina curiosidad, después de todo, debía estar muerta de ganas de ver cómo era aquello. No hace falta confesar que yo también creía que podría ser una buena idea, quizás para darle gusto a Tere, quizás para averiguar más de mamá… o tal vez extrañaba la hipnosis.

Esa tarde, nos pusimos de acuerdo con Raquel para visitarla al ensayo y así sus compañeros me vieran acompañado de mi novia. Teresa estaba enterada de la situación y me advirtió de lo que podría esperar de ella en cuanto tuviéramos en frente a nuestro público.

—Prepárate, papi —dijo mientras conducía rumbo al teatro—. Seré la zorra que Raqui cree que soy.

—Dirás la que ella espera que seas —añadí, divertido y expectante de saber a qué se refería.

Entramos, la miraba de reojo. Estaban en medio del ensayo, por lo que nos sentamos en las gradas sin llamar la atención de nadie. Mi hermanita estaba entre un par de chicas, al parecer eran un grupo de mujeres chismosas que cuchicheaban de lo que hacía el protagonista. No soy entusiasta del teatro como Raquel, pero verla tan concentrada en su papel me llenaba el pecho de orgullo como su hermano. Tardó un buen rato en notar nuestra presencia y de inmediato se le iluminó el rostro hasta que el ensayo acabó.

Las luces de la zona de butacas empezaron a encenderse tenuemente y cuando el director dio la señal de finalizada la clase/sesión, esa preciosa niña de cabello castaño voló hacia donde nos encontrábamos, ahora se alzaba el telón para nosotros tres. Ella actuó eufórica, encantada de presentarnos como pareja a Tere y a mí. Su grupo de amigos nos saludó con cordialidad, uno que otro fijó su mirada en la belleza morocha a mi izquierda, otras miraban de reojo a la castaña que estrujaba mi brazo derecho. Vi gestos agridulces. Lili, la amiga de la que nos había comentado Raquel tenía un semblante apagado, su mirada perdida a veces se posaba sobre mi mano sujetando la de Tere… estábamos cumpliendo con lo que nos habíamos propuesto.

No me había acordado de la advertencia/amenaza de Tere, esa de comportarse como una zorra hasta que las amigas de mi hermanita comenzaron a preguntarle a ella cosas sobre Tere y yo.

—¡Ay, cariño! —dijo ella, disimulando por completo su acento venezolano—. Eso te lo puedo responder yo, no estoy pintada. A ver, tengo 28 y conocí a Luís por accidente. Un día en el gym fue a llevarle algo a su mamá y pues… ¿qué quieres que te diga? —dijo con una voz de chica enamorada—. Dije “de aquí soy”.  

Mientras decía estas palabras, sus mano empezó a columpiarse mientras todavía nuestros dedos permanecían entrelazados y al sonreírle, sus labios fueron a dar con los míos. Los pocos suspiros de ternura se callaron de repente al notar que dentro de nuestras mejillas había movimiento. Tras un beso lento y lascivo, le sonreí mientras acercaba su cadera a mí lo más que pude y posé mi palma en su culo firme. Su pierna se frotó “disimuladamente” mientras nos dedicamos miradas de deseo y algunos amigos de Raquel comenzaron a aullarnos, entre celebrando y azuzándonos a continuar con ese espectáculo de mal gusto.

—¡Ay, ya! ¡Luís! —chilló mi hermana—. Búsquense un hotel o algo, ¡aquí no! ¡Qué pena!

Risas, comentarios mundanos y finalmente, las despedidas. Raquel tenía que ir por sus cosas y después de unos minutos, salió con una sonrisa radiante… aunque algo malévola. Volvió a asirse a mi brazo y nos fuimos rumbo al coche de Tere.

—A ver si así se calma de una vez por todas esa Lili —soltó Raquel desde el asiento trasero.

—¿Era la alta de chongo? —preguntó Tere al volante, divertida y de vuelta a su acento usual—. Pobrecita, pude sentir su desilusión.

—Ni te creas —se apresuró a aclarar—, nadie ahí es ninguna mosquita muerta.

—Me imagino —contestó Tere—. Pero aún así, no es bonito que te rompan el corazoncito —comentó con lástima—. Y si supiera la verdad, se ve que es de las que te mataría, querida.

—Por eso tenías que ser tú —dijo mi hermana con tono infantil—. Así te mata a ti en lugar de a mí, ganar-ganar.

—Eres perversa —ronroneó la morena.

—No tienes ni idea —le respondió con tono travieso.

Mi novia nos dejó en la esquina de la cuadra, no aceptó acompañarnos a merendar por un compromiso que tenía esa tarde, pero aceptó visitarnos al día siguiente.

—¡Muero de ganas por conocer a Juls! —nos dijo con una sonrisa amplia antes de arrancar.

El trayecto a casa era corto. Sin decirnos una palabra, caminamos deprisa, no podíamos ocultar nuestras sonrisas cómplices y ansiosas. Cuando por fin cerramos la puerta al entrar a casa, me lancé hacia ella y me recibió con los brazos extendidos.

—Déjame quitarte el sabor de esa zorra —gruñía entre suspiros y besos.

—Tú quisiste esto.

—Siento que apestas a ella. De seguro allá también te huele a ella —dijo sin mirarme, con su mano tentando mi entrepierna por encima de los jeans.

—Ni siquiera… —me apresuré en reclamarle, pero era mejor que respirara y respondiera tranquilo— No lo hicimos.

—¿Vas a decirme que se la pasaron platicando nada más? —preguntó con voz ronca, incrédula.

—¡Ajá! —exclamé con obviedad.

Mis manos disfrutaron desvistiéndola mientras nos dirigíamos a la sala. Ella hizo lo mismo conmigo, aunque se tomó su tiempo para liberar mi tranca y con sus uñas rasguñaba por encima de la tela. Yo no tenía tanta paciencia en aquella ocasión, sus pantis ya habían caído al suelo y mis dedos empezaban a acariciar el exterior de su boca inferior. Sus labios no estaban empapados como solían estarlo y a mis dedos les tomó un poco de tiempo separarlos para entrar. Sus brazos me orillaron a mantener nuestros rostros lo más cerca posible, con cada vez que nuestros labios y lenguas se unían, la presión en mi nuca se hacía más intensa.

Un par de veces, restregué mi fierro encima de sus labios, ya húmedos. Ella contoneaba su cadera de manera que mi punta apenas entreabría esos pliegues y de inmediato se retiraba de mi alcance. Cuando al fin penetré, su cuerpo se paralizó por unos breves instantes, los cuales aproveché para saborear cada centímetro de sus paredes cedían para darme paso. Era extraño, su interior apretaba más que de costumbre y cuando volvió a reaccionar, sus gemidos se entremezclaron con jadeos. Sus garras reclamaron mi espalda como solían y nuestras caderas comenzaron a hacer esa danza que tan bien conocíamos.

Llevábamos un buen rato, ahora su pierna se apoyaba en la cara interior de mi codo y una mano suya se frotaba el clítoris con vehemencia. Ya había tenido un orgasmo breve, contenido; ahora íbamos por uno fuerte y escandaloso.

—Te gusta decirles “zorras” a todo mundo —bufé, apenas con aliento—, pero tú eres la más zorra que conozco.

Volví a sentir cómo su interior se contraía y apretaba deliciosamente con aquellas palabras. yo ya estaba batallando para retrasar mi clímax, pero sabía que ella estaba también cerca de acabar.

—¿Te gusta? —continué— Te gusta ser mi zorrita, ¿verdad?

—U-ujum —apenas pudo gimotear.

—Dilo, dilo con todas sus letras.

—¡Me gusta ser tu zorra! —bramó finalmente—. ¡Me encanta pensar todo el día en tu verga, quiero que me la metas duro!

—¿Así? —le pregunté mientras le propinaba una estocada que la hizo sacudirse.

—¡Sí! ¡ASÍ! ¡ASÍ! ¡QUIERO!

Eso era todo. Un par de impactos similares y la sentí desvanecerse debajo de mí. Una de sus manos estrujaba su teta con fuerza suficiente para reventársela y otra se elevó a cubrirle la frente. Me encantaba verla disfrutar así. Su rostro estaba rojo y sus ojos llorosos me vieron suplicantes mientras sus dientes se asomaban en una mueca que apenas parecía una sonrisa. Su aliento cálido me llegaba con cada resoplido y sus jadeos fueron difuminándose hasta convertirse en suspiros.

—Estás loco —dijo mientras bebía de su vaso con agua mineral—. ¿Qué fue eso?

—Te digo la verdad, no lo sé —le respondí—. Sólo se me ocurrió…

—¿Ah, sí? ¿No será que esa te lo sugirió?

Me sorprendió tanto la pregunta, había genuina molestia en su tono de voz. ¿En verdad estaba celosa de Teresa? Le respondí, le dije “no” una vez, pero ella insistió en decir que estaba mintiendo. Se lo dije de nuevo, otra vez y muchas veces más. No quería creerme. No sólo eso, estaba diciendo tantas cosas sin sentido… ¿No era ella la que había sugerido todo este teatrito en primer lugar? ¿No fue ella la que nos presentó frente a sus compañeros como una pareja? Sentí que la cabeza me estallaba.

—¡La miras como si se te olvidara que esto es de mentira! —berreó, estaba llorando a mares, a moco tendido—. ¿Tú crees que estoy ciega, que soy pendeja?

 

Mamá llegó en la tarde. Raquel estaba encerrada en su cuarto y yo, por querer mantenerme lo más lejos posible de ella, estaba haciéndome tonto con el celular en el patio.

—Luís —dijo ella, sonaba preocupada— hijo... ¿Qué pasó? ¿Por qué estás así?

—Nada —respondí, quise sonar despreocupado, pero seguía molesto—. Raquel está como loca. Cree que me estoy enamorando de Tere y que estamos haciendo cosas a sus espaldas.

—¡Ay, por Dios! —exclamó con incredulidad—. ¿Es en serio?

—¡Sí! Eso dijo. Parece que se le olvidó que todo esto es por culpa suya.

—Ay… —suspiró mamá—. Esa niña…

Nos quedamos en silencio, en algún momento, quiso preguntarme algo pero se lo guardó. Después de verla titubear mucho entre quedarse ahí conmigo o ir a ver a Raquel, le hice un gesto con la mirada para que mejor fuera a hablar con mi hermana. Los minutos pasaron, el sol se estaba escondiendo y me puse a preparar una excusa de cena para cuando Julia llegó. Un poco más calmado, le conté lo que había pasado y que mamá y Raquel no habían bajado en casi una hora y media.

—No lo entiendo —dijo Julia—. Yo pensé que ella era la de la idea de hacer que Tere fuera…

—¡Es lo mismo que yo digo! —dije con hartazgo, era la tercera persona en el día a quien le hacía saber mi argumento—. ¡Además… no hemos hecho nada!

—Mamá y Raquel me dicen que se han besado —me rebatió con voz fría.

—¡Pero ha sido sólo para aparentar! —me defendí— Sólo nos hemos besado frente a mis compañeros de clase y los de Raquel. ¡Ni siquiera cuando nos vimos con mamá! —estaba perdiendo la paciencia nuevamente—. ¡Julia, créeme! No tengo por qué mentirles. Hasta le conté a Raquel…

Fue ahí donde me detuve, creo que mi hermana mayor no necesitaba saber los detalles de lo que pasó entre mamá y yo en esos baños públicos. Quién sabe qué cara me vio, pero Julia se acercó a mí y me rodeó con sus brazos. Pude sentir su pecho estrujándose en mi costado e inexplicablemente, me dieron ganas de llorar.

—Ya… ya… —me arrulló con voz suave mientras resoplaba sobre mi cabello—. Esto es normal… las parejas a veces discuten. Tal vez… —continuó tras una breve pausa— sólo es un malentendido. Quién sabe, tal vez Raquel ha estado forzándose a aceptar a Tere.

Mi respiración se entrecortó. ¿Podría ser?

—Creo que no es tan “de mente abierta” como cree —continuó Julia, su mejilla se apoyaba en mi hombro y sus manos apenas se posaban sobre mis brazos—. Tal vez no le agrade tanto eso de verte con otras mujeres.

—Yo… no creo —negué con firmeza, pero la duda crecía dentro de mí—. No… no pensé…

—Creo que todo esto se está complicando innecesariamente —dijo ella mientras comenzaba a dejar caer su peso sobre mí.

—¿A qué te refieres?

Ella sólo gruñó, fastidiada por mi pregunta. No hacía falta que me girara y viera su mirada severa y ese gesto tan suyo de preguntarnos “¿Es en serio?” en forma retórica.

Después de cenar solos, me dirigí al cuarto. Hacía demasiado calor, así que me dispuse a bañarme. El cuarto de Raquel estaba abierto y la puerta de mamá no estaba completamente cerrada, no sólo la luz, los gemidos de ambas también se colaban hacia el pasillo. No le di importancia y entré a la regadera. Al terminar y entrar de vuelta a mi cuarto, casi me da un infarto al ver a Julia esperándome en un rincón. Estaba visiblemente incómoda con los ruidos que aún se escuchaban saliendo del cuarto de mamá. Como su cuarto era el más próximo al de mamá, era obvio que no tenía ganas de estar allí, por lo que le propuse que durmiera en mi cama y yo me iría a acostar a la sala.

Eran casi las 12 cuando mamá bajó las escaleras para tomar una botella con agua. Francamente, las venas en mis sienes seguían palpitando con fuerza y yo no tenía ni pizca de sueño. Tras decirle el motivo por el cual estaba en la sala, se disculpó conmigo y corrió con la botella escaleras arriba. Minutos más tarde, volvió a bajar para decirme que durmiera con ella. Sólo traía puesta su bata y ésta cayó al suelo en cuanto cerramos la puerta de su cuarto.

—¡Qué pena con los dos! —susurró mientras se acostaba a mi lado—. No pensé que fuera tan tarde y que Julia nos había estado escuchado.

—Se tomaron su tiempo —le dije, un poco reclamándole—. Aunque creo que no hablaron mucho.

—No seas así —me reprendió con un empujoncito—. Raqui… tu hermana está… muy presionada. No la está pasando tan bien en el trabajo ni con sus compañeros en el teatro. Siempre es una guerra de egos terrible en ese medio, chismes y todo tipo de cosas desagradables.

—¿La están molestando? —pregunté con genuina preocupación por mi hermana.

—Nada grave, descuida, lo normal. Niñas envidiosas, que andan de mustias y arrastradas para conseguir destacar.

Resulta que Raquel iba a interpretar un papel más importante en la obra y misteriosamente le dieron otro, menos relevante y con apenas un par de líneas. Según me contó mamá, la chica que se quedó con el papel suele contar chismes de todo mundo y, por pura coincidencia, ella ahora tendría ese rol en la obra.

—Si en verdad quiere dedicarse a esto —concluyó, ya somnolienta—, tiene que aprender a lidiar con todo eso, a valerse por sí misma. Ni tú ni yo vamos a estar siempre a su lado para protegerla.

 

Desperté con mamá mirándome fijamente, su sonrisa cálida se me contagió. Ella sólo me acarició el cabello y con una voz dulce, me dijo que me quedara acostado, que ella se haría cargo del desayuno. Hice caso, estaba somnoliento todavía y me quedé recostado un rato más. Dormité un rato y algo me despertó, la puerta estaba abierta, era Raquel.

—Ya me voy —dijo ella, su voz sonaba tímida, apenada.

—Que te vaya bien —respondí, modorro y tallándome los ojos.

—Perdón por lo de ayer —dijo ella sin moverse de donde estaba—. No… no sé qué me pasó. No era verdad lo que te dije.

Quise decirle que mamá me había aclarado un poco su situación, pero mejor no dije nada. Me levanté y fui a abrazarla. Ella me besó dulcemente y oprimió nuestros cuerpos antes de retirarse. Mientras la veía dirigirse a las escaleras, apareció mamá, estaba desnuda.

—¿Todo bien? —preguntó con una sonrisa, su voz sonaba suave y cálida.

—Creo que sí.

—Entonces… ¿quieres volver a la cama? —dijo, esta vez con un tono más provocativo.

—¡Ya nos vamos! —escuchamos a Julia gritarnos desde la planta baja.

—¡Que les vaya bien! —contestamos al unísono mamá y yo.

Las puertas de la calle y del cuarto de mamá se debieron cerrar al mismo tiempo. Ella me besó sin titubear, su lengua repasó mis labios, como si quisiera buscar el sabor de Raquel en ellos y sus manos fueron directo a mi trasero.

—Me quedé con las ganas de que te nos unieras a la plática con Raqui ayer —suspiró antes de volver a besarme.

Esa voz, era parecida a la de Sandra, la de los baños.

—M-mamá… —dije sin pensar.

Realmente no sabía qué decirle, me la pasé repitiendo esa palabra como disco rayado mientras ella y yo nos acomodábamos entre las sábanas. Rodamos, a veces quedaba ella arriba, luego yo. Nuestras manos no se detenían, las de ella acariciaban furtivamente mi verga y huevos antes de seguir por mi vientre, mis piernas o mis glúteos. Las mías orbitaban alrededor de sus tetas, esos melones enormes y suaves, pero también se deslizaban por su abdomen, cada vez más firme; y sus piernas, gruesas y apetitosas. Nuestras lenguas ya sabían qué hacer y uno que otro quejido se nos escapaba de vez en cuando. Mamá no iría al gimnasio, así que esta sería nuestra sesión de aeróbicos, porque a mí ya me estaba faltando el aire.

—Eres preciosa, Sandra —se me salió decirle.

—¿Ah, sí? —apenas se entendía lo que decíamos entre beso y beso.

—¿Dónde habías estado? —quería seguir la conversación ahora que sabía que tenía a esa mujer de vuelta ante mí.

—No sé… ocupada.

—No dejo de pensar en volver a metértela como ese día.

—¿Quieres hacerlo en los baños?

—En los baños, en tu cama, en la cocina, en la calle, frente a los vecinos… ¡No me importa!

Un ronroneo se escuchó retumbar desde su garganta. Sus dedos comenzaron a caminar sobre mi pecho y luego, comenzaron a raspar camino abajo. Maulló y me sonrió con esa picardía que me hizo recordar a Raquel, en definitiva, eran madre e hija. Sus labios se apartaron de los míos y su lengua comenzó a visitar los surcos rojizos que habían dejado sus uñas hasta llegar a mi abdomen.

—Con que sí, ¿eh? —exclamó, juguetona—. ¿Sabes cuántos años tengo?

—No me importa.

—Podría ser tu madre, Luís.

—Pues quiero darte duro, mami.

Esas ya no sonaban como nuestras voces. Ella era una “femme fatal” y yo, alguna especie de casanova salidos de alguna película erótica que pasaban a medianoche en el canal de películas. Su boca se lanzó a apresar mi verga como aquella vez en los baños, succionaba con intensidad para asegurarse de que estuviera dura y a punto, lo estaba desde hacía rato.

Ella gateó sobre el colchón sensualmente a mi lado, me miró fijamente y luego caminó contoneándose hacia el mueble de su tocador. Apoyadas sus manos sobre la mesita, puso el culo en pompa como aquella vez y simplemente obedecí a mi instinto, que me ordenaba arremeter sin tregua contra aquellos gajos humedecidos que se asomaban entre esas piernas gruesas. Entré de una. Ella me recibió con un chillido y agitando su cadera para acomodar mejor mi carne en su interior, una vez se detuvo, retrocedí para volver a entrar hasta el fondo. Cada que lo hacía, las cosas sobre el mueble se sacudían, algunas hasta cayeron al suelo, pero no pudo importarnos menos.

—¡Cómo me gustó hacerlo aquella vez! —suspiré mientras continuaba.

—Podemos… ¡ah! Podemos repetirlo… ¡A-AY! C-cuando quieras…

Su voz se entrecortaba cada que la penetraba con todas mis fuerzas, pero hablaba con una voz aterciopelada y provocativa. Continué haciéndole esos comentarios que hacían que su interior me apretara por breves instantes y su espalda fue descendiendo hasta que sus hombros quedaron apenas a la altura de sus manos. Vi nuestro reflejo en el espejo del tocador, su mirada estaba perdida y su boca entreabierta, era el rostro de una mujer disfrutando sin saberse vista. Sus gemidos resonaban y mis caderas imitaban cada vez más el mecanismo de un pistón. Cada vez más rápido, fui incapaz de decir nada más, sólo jadear y gemir como ella. Ella acabó antes que yo, pero al igual que había hecho con Raquel, no me detuve hasta hacer lo mismo, en medio de sus chillidos y gritos ahogados.

Había perdido la noción del tiempo. Cuando por fin vi el reloj, había pasado más de una hora desde que Raquel y Julia se habían ido. Mamá se había dejado caer boca abajo sobre el colchón y de vez en cuando se reía al resoplar.

—¿Te gusta más así? —Su voz apenas se entendía por culpa de las sábanas.

—¿A ti? —pregunté de vuelta.

—¡Ah! —suspiró—. Me gusta, sí. Es sólo que no es… algo fácil de aceptar.

Se giró para deleitarme con su cuerpo boca arriba, apoyándose sobre sus codos y regalándome una sonrisa diferente. No la vi como a mi madre. Si tuviera que describirla, sería como si fuera una amiga, tal vez la amiga de una amiga… la amiga de mi novia.

—¿Qué? —rio, sonrojándose y ocultando esa sonrisa tras el reverso de su mano.

—Es que te vuelves alguien completamente distinta, mamá —le respondí, contento.

—Me gusta sentirme así —suspiró casi en un susurro, su mirada se alejó de mí y se perdió en algún lugar entre sus tobillos—. Me gusta cuando me miras así… —volvió a verme— como una mujer.

“¿Una mujer?”, pensé. “¡Una diosa, más bien!”. Me acerqué a ella y me recosté a su lado, no podíamos despegar los ojos el uno del otro. Mi mano buscó la suya y nuestros dedos se entrelazaron. Era distinto a lo que sentía con Raquel, era deseo sexual y nada más. Ese pedazo de mujer emanaba sexo, pero a la vez, tranquilidad y ternura. Como dije antes, sentía que tenía delante a una chica a la que quería conocer, una amiga a la que me quería coger… como Teresa; nada qué ver con… mamá.

—Me agrada hacerlo con Sandra —solté sin más.

—¡Ha! —rio de nuevo—. Y a Sandra también le gusta hacerlo con Luís —bromeó, hablando en tercera persona y haciendo un gesto teatral con su mano.

—Es diferente que hacerlo con mamá —dije, intentando darme a entender.

—¿Hacerlo con mamá es aburrido? —preguntó, sin perder aquella alegría.

—¡No! No… no es eso. Es… es que es…

—Diferente —dijo junto a mí.

Sus ojos brillaban, estaba a punto de romper en llanto, pero esa sonrisa me indicaba que no era de tristeza. Me abrazó con fuerza permanecimos así un rato. Cuando me separé, estaba “de nuevo frente a mamá”. Algo en mi interior no me dejaba en paz y sólo quería descubrir cuál era exactamente esa diferencia entre mi madre y Sandra.

Me aseguré de que viera que estaba de nuevo duro como una piedra, a lo que ella se acomodó para quedar boca arriba y separó sus piernas como invitándome con un abrazo. Su mano empezó a juguetear con el fluido blanco que había empezado a escurrir de su raja, la cual estaba todavía sonrojada.  

—Ven con mamá —dijo con un hilo de voz, un tanto apenada.

Me acomodé esas piernas a los costados y la punta de mi macana se encontró con el producto de mi anterior venida, la cual sirvió para ayudarme a volver a entrar. Tardamos un poco en dar con la postura correcta, aquella que me ayudaba a estimular esa parte en la entrada de su interior que la hacía contraerse cada que volvía a meterla. Me dediqué a rozar esa zona, no estaba yendo rápido ni con fuerza. Ella sólo miraba con atención aquella área en donde nuestros cuerpos volvían a ser uno, el lugar de donde había nacido y que ahora buscaba provocarle un nuevo orgasmo.

Mi pulgar dibujaba sobre su botoncito ya duro esos círculos infalibles para hacerla gemir. Su pelvis iba contoneándose, buscando ayudarme a entrar hasta el fondo, pero mi objetivo era no dejar de estimular ese punto. Su pierna buscó rodearme, haciendo que sus adentros cobraran una nueva forma, más estrecha pero igual entraba y salía sin ningún problema. La temperatura había aumentado a niveles alarmantes, mi fierro estaba a punto de derretirse y apenas y podía aguantar las ganas de acelerar.

—¡A-ay! —gimoteó con voz temblorosa—. ¡Luís! ¡Por favor! Ya no aguanto más… dame…

Eran verdaderas súplicas, boca se torcía y su boca temblaba un poco. Sus ojos seguían clavados en mi verga y se posaron en los míos hasta que mis manos se asieron a su cadera.

—Dame duro —me suplicó, apenas tenía aliento.

Lo siguiente que recuerdo es el rebote de sus pechos y pies en la periferia de mi vista. Mis brazos se encargaban de sostener sus piernas y mi pelvis estaba empezando a escocer los repetidos impactos. La experiencia me había permitido comprender que no debía ir con todo desde el inicio, sino ir incrementando acorde a la situación para no agotarme antes de tiempo. Los segundos rounds tenían la ventaja de que me permitían durar más, así que me sentía en total control de aquello. Mamá tenía sus ojos cubiertos por sus antebrazos, permitiéndome apreciar el bamboleo de esos melones en todo su esplendor.

Sus gemidos se transformaban a veces en aullidos y quejidos prolongados, estoy seguro de que si yo la escuchara así sin contexto, creería que se había lastimado. El sudor hacía brillar su piel y cada vibración resplandecía con el reflejo de la luz que empezaba a colarse por la ventana con el amanecer. Solté sus piernas y tomé sus antebrazos, vi su expresión, aquella situación parecía estar superándola. Desaceleré y volví al ritmo lento, buscando la manera de volver a estimular su punto especial concienzudamente.

—Luís… por favor… Estoy… a nada…

—¿Prefieres que te la meta yo? ¿O prefieres metértela tú?

Mi respuesta llegó sin palabras. Apoyando sus pies en la cama, se impulsó hacia delante y volvió a recibirme dentro de ella. Su mirada, aunque al borde de la desesperación, me dejó ver una chispa de rebeldía desafiante. Estaba muriéndose por que la hiciera mía, pero ahora sabía bien que cuando ella estaba lo suficientemente cachonda dejaba de pensar de más y sólo continuaría hasta conseguir su ansiado orgasmo. Esa mujer que habitaba el cuerpo de mi madre era en verdad fascinante, sólo quería seguir descubriendo más de ella. Pero de momento, había una tarea que debía cumplir. Mis manos sobre las sábanas a ambos lados a la altura de su ombligo me permitieron apoyarme para hacerla acabar como ella tanto quería, como ambos queríamos.

Ahí estaba de nuevo, un chorro de líquido transparente y tibio impactó contra mí primero una vez, luego, otra y de nuevo.

—¡Aaaaaaaaaah! ¡Luís!

Raquel solía encerrarme con sus piernas, pero mamá las separaba por completo, sus rodillas casi se enterraban en el colchón, temblando de manera intermitente. Los últimos chisguetes de su orgasmo terminaron de humedecer la cama. Mientras sacaba mi verga, aproveché para volver a acariciar ese espacio mágico casi a la entrada de su canal y ella se estremeció de nuevo. Tenía el deseo irrefrenable de beber cuanto pudiera de sus jugos y en cuanto sintió mi barbilla acercarse, me apresó con sus muslos imponentes. ¡Qué sensación! Era como si de verdad estuviera preso. En definitiva, si pudiera elegir mi muerte, podría haber escogido ese preciso instante en que mis mejillas, orejas y hasta una parte de mi cuello estaban siendo oprimidos por esa mole de músculos. Podía oler y saborear el sudor y la esencia de aquella mujer que me dio la vida, por supuesto que tenía derecho de arrebatármela en ese momento si ella quisiera.

Para cuando me soltó, yo estaba aún deleitándome con aquella sensación. Ella se incorporó para quedar sentada y yo, con su raja por fin al alcance de mi boca.

—Tienes que aprender a detenerte cuando es necesa-¡Ah!-ario —logré arrancarle un gemido—. Sentí que me iba a morir si te dejaba hacer esto hace rato. Debes saber cuándo parar… ¡uh! Y también, cuando NO debes.

Yo sólo me dediqué a seguir degustando. Terminé de limpiar la espuma que se había formado con la fricción de nuestros cuerpos y me di gusto un rato más antes de levantarme y acostarme a su lado. Ella respiraba entrecortado por lo que había estado haciendo con mi lengua, buscaba tranquilizarse. Yo no podía evitar contemplar cada parte de su cuerpo brilloso por la transpiración.

—No fuiste al gym, pero ya hiciste cardio —bromeé.

Ella hizo ademán de reírse, aunque sonó más a tos.

—¡Ay! Ya casi son las 9 —exclamó genuinamente sorprendida, pero no movió ni un músculo. Además, no eran ni las 8:10

—Yo creo que sí llegas —dije, refiriéndome a su trabajo—. ¿O a qué hora debes estar allá?

—A las 9 —dijo, pensativa—. Deja aviso.

Se levantó y agarró el teléfono. Sus pechos quedaron apoyados sobre su antebrazo, apretados por su otro brazo gracias a esa bendita postura para atender la llamada. Caminaba lentamente alrededor de la cama, estaba avisando que iba a ausentarse por temas de salud. Mis cejas se alzaron hasta el cielo y al verme con sus ojos entrecerrados esbozó una sonrisa traviesa.

—Sí, claro, Moni. Me voy a quedar en cama, aquí está uno de mis hijos —dijo sin dejar de mirarme fijamente—, él me va a cuidar. Entonces…

Continuó su conversación con la persona del otro lado de la línea, le dio instrucciones para todo lo que el día les iba a deparar. Juntas, reportes, correos, inventarios… mamá sonaba como una mujer muy ocupada. Sabía que tenía toda mi atención y por eso se contoneaba al caminar lentamente de puntitas, me regalaba vistas de ensueño. Podía apreciar los músculos de sus piernas, el bamboleo de sus muslos y de su culo, ni hablar de sus tetas… y yo, sin haberme venido.

—Si tienes dudas, mándame un mensajito, ¿sí? —seguía dando indicaciones por teléfono—. En caso de que no pueda atender llama-¡A-a-ah!

Había tenido suficiente, esa llamada se estaba alargando demasiado. Corrí hacia ella y la atrapé entre mis brazos para llevarnos de vuelta a la cama.

—¿Eh? Nada, nada —contestó a la voz que salía de su teléfono—. Creí que podría salir de la cama —volteó a verme con reproche—, pero creo que todavía no puedo. Sí, sí, tranquila. Ahorita desayuno algo y me tomo algo para esto que traigo. Bueno, chau.

—¿Estás enfermita —pregunté, burlón—, Sandra?

—Tengo calentura —respondió con falsa dolencia, actuando un papel, como hubiera hecho Raquel—. Creo que tengo que necesito estar en cama y tomar precauciones.

—Quedarte en cama —le dije mientras besaba su cuello y me levantaba. Me hinqué sobre ella, de manera que fui acercando mi miembro a su cara—. Comer bien…

—Y tampoco hay que olvidarnos de la medicina —ronroneó antes llevarse mi verga a la boca.

—Sandra… —susurré acariciando su mejilla—. Estás llena de sorpresas.

Cantó un “¡Ajá” que quedó ahogado por la parte de mí que estaba degustando su lengua y paladar. Mamó usando sólo sus labios y lengua, apenas llegando a la mitad de mi mástil. Ella misma se acomodó para quedar recostada boca abajo al borde del colchón y abrió grande para que volviera a darle su medicina. Ya estaba acostumbrada a poner en práctica lo que Tere les había enseñado a ella y a Raquel aquella tarde. Su garganta fue haciendo hueco para que ella pudiera meterse cada vez más de mi longaniza. Si la sensación era deliciosa, los ruidos que hacía cada que evitaba una arcada eran aún mejores, la saliva que podía sentir resbalándome hacia los huevos también se podía escuchar cuando ella sacaba y volvía a meterse mi tronco. Nuestros ojos se encontraron y un torrente de electricidad me invadió al recordar esa mirada que tenía Raquel al mamármela.

Discretamente, mi mano pasó de su mejilla a su oreja, lo que le causó cosquillas hasta acostumbrarse, eso sí, sin sacarse mi carne de su boca. Mi otra mano hizo espejo y cuando ella también se acostumbró a mi tacto en su otra oreja, mis yemas se adueñaron de la base de su cráneo. Sus ojos brillaron, esperaba verla alterada, me provocaba ponerla nerviosa; pero sólo me sostuvo la mirada al mismo tiempo que su lengua se movía bajo mis huevos. Ella esperó paciente hasta que empecé a presionar los últimos centímetros de mí que no habían pasado la barrera de sus labios.

Exhaló por faringe con intensidad, se sentía como una cámara de vapor, lo había logrado. Todavía tenía pequeños reflejos de hacer arcadas, pero supongo que la práctica estaba rindiendo sus frutos. Retrocedí y dejé sólo la punta dentro, con lo que ella pudo tomar un descanso y en cuanto volvió a verme, lo tomé como señal para volver a penetrar esa boca que a veces me decía “hijo”.

¿Era mamá? No, estaba cogiéndome la boca de Sandra. ¿O quién prefería ser?

—Sandra… —dije con aspereza, ella cerró sus ojos—. ¿Mamá?

Su garganta se cerró y tuve que sacarla para que tosiera en paz con la cara suspendida boca abajo. Sus ojos llorosos vieron hilos e hilos de saliva caer ante ella sobre las sábanas y el suelo. Me senté en cuclillas, debió ver mi macana y levantó la vista. Sacó la lengua, señal de que podía volver a metérsela, pero algo me hizo querer cerrarle la boca con la mía. No hacía falta saber si esa mujer era Sandra o era mamá (digo, obviando que ambas son la misma persona, pero bueno, se entiende a lo que me refiero ¿no?), sólo me bastaba con saber que esa mujer frente a mí iba a recibir lo que mis bolas necesitaban descargar ya, es más, lo deseaba.

—Luís… —dijo, recuperando el aliento— Haz conmigo lo que quieras.

¡Cómo no volverme loco oyendo eso! Me incorporé nuevamente, mi mano acarició su cuello y presionó hasta provocarle que tosiera nuevamente, puse mi glande a su alcance una vez creí conveniente, sus labios lo envolvieron. Besó con ternura y de nuevo, sacó la lengua para que hiciera uso de ella a placer, y así lo hice. Cada vez que entraba y salía, luchaba con mi instinto de sacudir mis caderas como si aquello fuera una vagina y no una boca. Lo estaba logrando al detenerme una vez la metía completa, ella aguantaba la respiración y su cara iba tornándose roja conforme yo seguía. Sin darme cuenta, había empezado a mover mi cadera con cierta cadencia, estaba cogiéndome esa boca, la boca de mi propia madre.

Terminé en su paladar, no en su garganta. Tres chorros, los sentí abundantes, nunca los vi salir de sus labios, pero sentía el líquido espeso agitarse con los movimientos de su lengua, seguramente diluyéndose en su saliva. Su mano situó mis dedos anular y corazón en ese sitio de su cuello en el que pude comprobar que su tráquea se movía, estaba tragándose todo.

—¡Ah! —exhaló como un comercial de refrescos.

—¿Qué tal tu medicina? ¿No supo feo?

—No es el sabor, es… el hecho de saber que es tu… medicina —volvía a pensar bien sus palabras, esa era mamá—. Eso es lo que a mí me gusta.

—Papá… ¿también… te daba medicina?

—Sí… pero nunca así —dijo con timidez, su cara apenas había estado recuperando el tono de su piel y estaba volviéndose a ponerse roja.

—Oye… antes de que papá y tú se conocieran…

—Cariño —se apresuró a decir, previendo lo que quería preguntar—, conocí a mucha gente antes de andar con su papá. Eso sí, él ha sido mi primer y único novio formal.

—O sea que antes de él tú no…

—Sí, hubo alguien antes que él —volvió a adelantarse a mi pregunta, ya se había sentado al borde de la cama—-. Más de uno…

Me miraba con una mezcla de incomodidad y resiliencia, era como si me estuviera mostrando que no iba a negarse a responderme nada, aunque fueran cosas íntimas. Sin embargo, había algo más en su mirada, me estaba escrutando.

—¿Qué me quieres preguntar? Has andado un poco raro conmigo estos días.

—¿Eras como Sandra? —solté sin pensar, antes de que volviera a atajar mi pregunta.

—Cariño, soy yo —dijo con una mano en su pecho—. Sandra y yo… yo soy… ¡Ash! —se exasperó—. ¡Sabes lo que estoy diciendo! Lo de los baños —continuó, más tranquila— fue un juego, Tere me volvió a sonsacar para participar en sus jueguitos retorcidos y pues ambos le seguimos la corriente.

Era verdad, había olvidado el “factor Tere” en toda aquella ecuación. Aquello había sido algo orquestado por esa mujer de piel canela, Sandra y yo actuamos como si fuéramos un par de desconocidos. Caí en cuenta de lo ridículo que había estado siendo todo este tiempo.

—Raqui no es la única a la que le gusta interpretar bien un papel —comentó con un tono provocativo mientras enderezaba su postura para lucir esos melones con orgullo—. Me gusta sentirme así, como una mujer deseada. Fue como estar actuando una fantasía, una en la que un muchacho guapo se fija en una mujer… como yo.

—¿Buenísima?

—¡Ay! ¡No! ¿Qué dices? —Su cara volvía a teñirse de rojo.

—Si crees que miento, hazle caso a acá —dije, agitando mi manguera no del todo flácida, aquella conversación estaba haciendo que la sangre no dejara de fluir—. Yo antes no quería pensar en ti de esa forma, me daba cosa, la verdad. Raquel era la que se la pasaba haciéndome insinuaciones y comentarios. Que si a ti te excitaba verla, vernos… que yo también pensaba en ti de esa forma y yo lo negaba, pero pues al final tuve que admitirlo. Lo cierto es que las ambas tienen unos cuerpazos.

—Julia también… —reflexionó acariciando su barbilla con su índice—. ¡Es más! Si tanto te interesa saber cómo era yo de joven, ahí tienes a Julia.

Tragué saliva. Mamá no pudo aguantarse las ganas de burlarse del brinco que pegó mi amigo con esa información. Julia era casi de la altura que mamá… también estaba caderona y su busto era casi tan grande como el de mamá.

—Así como la ves, así me veía —continuó. Sabía lo que aquello estaba provocando en mí—. Bueno, bueno… Creo que ella tiene más busto que yo —dijo sosteniendo sus melones y haciéndolos rebotar de manera apetitosa sin dejar de prestar atención a mi reacción—, ella usa una copa que yo no usé hasta que empecé a amamantarla. Pero sí usa la misma talla de pantalones que yo usaba, incluso después de tener a Raquel.

«Así me veía de joven, hijo, pero creo que Raqui fue la que sacó mi personalidad. Tú y Julia son idénticos a papá en su forma de ser y bueno, tú eres su viva imagen —siguió comentando, su voz se tornaba cada vez más nostálgica—. A mí me gustaba bailar y cantar, juraba que iba a ser una artista y salir en la tele. La vida da muchas vueltas…

—¿Quieres bajar a desayunar? —pregunté, queriendo cambiar el tema. Esa nostalgia estaba a punto de convertirse en melancolía— Algo con lo que puedas pasarte la medicina.

Se rio de mi chiste y tomé su mano para que me acompañara escaleras abajo. Mientras la sostenía, me acordé.

Su meñique…

Haz conmigo lo que quieras”

Bajando las escaleras, no podía dejar de pensar en ello, en lo que dijo y en lo fácil que sería... Viéndola sentarse en su silla del comedor, no dejé de imaginármela en trance. Preparándonos algo para desayunar, con la verga tiesa, fantaseaba con la idea. Sirviendo los platos, me cuestioné

¿Era necesario?

—¿Te gustaría un masaje? —le pregunté una vez terminé mi plato.

—Sí, ¿por qué no? —respondió radiante.

Ella me veía expectante, coqueta, pícara; sabía que la propuesta tenía una doble intención, estaba en lo cierto. Su pie empezó a tocar mi pierna, esta vez, a diferencia de aquella vez en el centro comercial, nuestro tacto no tenía el obstáculo de ninguna tela y la diferencia era abismal. Mi garrote estaba listo para lo que fuera, el calor que emanaba mi cuerpo debajo de la mesa me estaba incomodando… y claro, el cristal le permitía a esa belleza frente a mí no perder detalle de mi estado.

Acabando de comer, quería llevarla de vuelta a su cuarto y dar inicio a lo que mi mente apenas era capaz de elucubrar por culpa de la calentura. Sin embargo, mamá comentó que lo ideal sería esperar un poco y dejáramos reposar a nuestros estómagos, estábamos a punto de meternos al agua, pero teníamos que esperar antes de nadar.

—Hazme caso —dijo con la autoridad que le daba su cargo de madre—. No querrás que te dé un calambre en medio de la faena.

Pensé en lo irónico que sería sufrir un calambre en medio de una sesión de masaje, así que nos acomodamos en la sala para ver la tele. Mamá tenía mucho tiempo sin ver la tele entre semana ya que al igual que Julia, solía trabajar hasta en días feriados para ganar más. La experiencia de estar viendo la pantalla con ella en nuestra sala, estando ambos desnudos y haciendo tiempo antes de intentar llevar a cabo actividad física vigorosa fue… desesperante. Primero sentados, luego recostados a los extremos del sofá para terminar con mi cabeza en su regazo. Su mano me acariciaba la frente y jugaba con mi cabello mientras yo sólo adivinaba su rostro debido a que ese par de tetas no me dejaba ver nada más arriba de mí. La suavidad y calidez de su piel, el olor de su cuerpo y saber que sólo estábamos haciendo tiempo no permitió que mi erección se calmara del todo y para cuando los créditos del episodio subían por la pantalla, una mano descendió a mi pecho y siguió descendiendo.

Un dedo daba vueltas alrededor de mi glande, usando el líquido transparente que ya había estado saliendo todo ese tiempo. Siguió embarrando aquello, bajando por el tallo de mi mástil y la tuve que detener antes de que acabara viniéndome en ese momento.

—Mejor vamos a tu cuarto.

Ella sonrió dulcemente, de forma maternal, como si yo estuviera pidiéndole una golosina y ella no tuviera más opción que complacer mi capricho. Me levanté de un brinco y de nuevo, la llevé de la mano de vuelta. El aroma a sexo había empezado a inundar esa habitación que siempre olía a perfume y talco y la mancha de humedad de las sábanas engalanaba una parte considerable del colchón. Ella insistió en que cambiáramos las sábanas, cosa que me pareció innecesaria, después de todo la intención era volverlas a manchar.

—Si me vas a dar un masaje aquí, mínimo quiero que no esté todo… empapado.

Ese fue su argumento, le di la razón. Entre los dos quitamos las sábanas y el cubre colchón, el cual tenía una protección plástica debajo, parece que ella ya estaba preparada para cualquier contingencia similar. Mientras hacíamos todo, nuestras manos se encontraban, sentía que iba a explotar cada que tenía ese meñique a mi alcance. Pero ya se me había ocurrido una idea que, sabía, enorgullecería a Raquel cuando se la contara.

—Mamá… hace rato me dijiste “hazme lo que quieras”… —dije con el tono más persuasivo que me salió.

Ella se ruborizó una vez más.

—Eso dije, ¿verdad?

Su mirada se desvió por un instante, sus labios se separaron y parecía que me iba a decir algo más, pero guardó silencio. Volvió a verme fijamente, sonrió de forma apenas perceptible y sólo asintió para dejarme continuar.

—Quiero intentar algo… —dije, tratando de encontrar las palabras correctas. Sentía los huevos en la garganta, me faltaba el aire— Este… está bien si dices que no…

—Hijo —intentó tranquilizarme—, si quieres que lo hagamos por “allí”…

—Quiero que me dejes hipnotizarte.


 

Comentarios

  1. Excitante relato pero no sé cómo que la historia se está estancando...No se ha avanzado nada con la otra hermana y ya estoy intrigado por ella.

    ResponderBorrar
  2. Hola. Primero que todo, gracias por comentar y yo entiendo perfectamente que se sienta así la trama. Por un lado, había tenido problemas para hilar partes claves y sé que para muchos puede resultar tedioso, los leo y los entiendo; pero lo cierto es que la historia está trazada a grandes rasgos. Julia va a unirse casi llegando al final de la historia y eso es algo que no va a cambiar, pero estoy tomando en cuenta la retroalimentación que he recibido para que cada paso hasta llegar a ese punto valga al menos la pena.

    Claro que te entiendo y sé que tal vez no es la respuesta que esperabas pero créeme que tomaré en cuenta lo que me dices para hacer que las cosas avancen más rápido, te lo prometo.

    ResponderBorrar
  3. Es una historia fascinante! Este capítulo como que me generó sensaciones agridulces con lo de Sandra y Mamá, pero la conversación que tuvieron fue un buen elemento para darle naturalidad. Felicidades por esta obra y ánimo con lo que te está pasando. Saludos

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?