Sandra estaba ahí, desnuda en su cuarto, frente a su hijo, también desnudo. Sus vidas habían cambiado tanto en aquellos meses: él y su hija menor tenían una relación, una que no era típica ni natural, mucho menos bien vista. Esos dos solían tener sexo, sexo desenfrenado en bajos su propio techo y no sólo eso, ella, su madre, lo sabía. Y por si fuera poco, ella había tenido sexo con ambos en más de una ocasión.
De nada serviría recordar cómo había empezado todo ese
degenere, cómo pasó de estar escandalizada y querer mandar a Luís a vivir lejos
o entrar al ejército… a tenerlo ahí, desnudo, con el pene erecto apuntando en
su dirección, pidiéndole algo tan descabellado que jamás pudo habérsele
ocurrido:
—Quiero que me dejes hipnotizarte.
Fueron sus palabras, las había dicho hacía un rato, pero
seguían repitiéndose en bucle dentro de su cabeza. ¿Hipnotizarla? Eso dijo. ¿A
qué se refería? ¿Por qué quería hacer eso? De todas las cosas que le hubiera
pedido, ¿por qué tenía que ser eso? ¿Para qué? Es decir, ella misma había
faltado por primera vez a su trabajo, después de tantos años, para quedarse en
casa con él. Ahora, su situación le permitía darse ese lujo, siendo la segunda
al mando del almacén en el que llevaba trabajando desde hacía años; ausentarse
fingiendo estar enferma. Y aquello fue para satisfacer su lujuria, estos
últimos días le habían destapado un apetito sexual que no sentía hacía años y
todo esto era por culpa… no, mejor dicho, gracias a Luís y Raquel, sus hijos.
Aquella mañana, ella le había dicho que haría lo que él
quisiera. Habían tenido suficientes encuentros como para que Sandra notara que
su hijo era una persona realmente curiosa en cuanto al sexo. ¿Y quién mejor que
ella para ayudarlo con su experiencia? Recientemente, se sorprendía a sí misma recordando
todo aquello que había hecho estando su marido vivo e incluso, antes de
conocerlo. Ella era de muy buen ver a su edad, pero alguna vez fue joven y en
alguna época antes de ser madre, tuvo oportunidad de probar muchas cosas.
A pesar de esa nueva relación que estaba teniendo con Luís y
Raquel, tampoco creía que hubiera necesidad de que ellos supieran semejantes cosas
sobre su madre. No se lo había especificado a Luís cuando se ofreció a hacer
con él lo que quisiera, pero ella estaba dispuesta a todo, no sólo a tener sexo
anal, a fingir ser otra mujer, a recibir azotes (eso ya lo habían hecho); sino
también a ser humillada, a ser usada, que le escupieran en la cara, que la
intentaran sofocar o hasta recibir bofetadas… incluso más. Tampoco era momento
para confesárselo, pero aquello no era ajeno para ella.
En cambio, pese a todo a lo que ella estaba lista para
acceder, aquella petición la hizo temblar. La hipnosis era que, a su parecer,
eran puras patrañas y supuestamente su hijo había aprendido a hacer hacía no
mucho. Al enterarse, Sandra no le dio mucha importancia, la sugestión es
poderosa pero de eso a que un loquito te dé órdenes y que las obedezcas como si
no tuvieras cerebro, pues… era otra cosa. Y siendo así, ¿por qué le recorría
una gota de sudor frío por su espalda? Había un motivo, no sólo Raquel afirmaba
que aquél talento de su hermano era real, sino que también se lo había
corroborado su hija mayor, Julia.
No obstante, algo más acompañaba aquél sentimiento de
incertidumbre y (¿para qué negarlo?) también miedo. Se preguntaba por qué Luís le
había pedido eso. Ella misma ya le había dicho que haría lo que él le pidiera.
Y entonces, lo pensó: ¿Qué tal si quería hipnotizarla sólo para pedirle aquello
que de otra manera ni se animaría? Sí, eso tenía que ser. Seguramente la
hipnosis ni sea real, él mismo le había dicho (en más de una ocasión, cabría
puntualizar) que no podía obligar a nadie a hacer lo que no quiere… fue la vez
en que ella le sugirió hipnotizar a sus dos hermanas para que la perdonaran por
ser una mala madre, ¡pero esa es otra historia! Sí. Seguro que era eso. La
hipnosis no es real y solamente fue una herramienta para sincerarse con su
hermana menor y ella le siguió la corriente para poder acercarse a su tímido y
retraído hermano mayor, ese del cual ella estaba enamorada quién sabe desde
cuándo. ¡Eso debía ser! Esto no era más que una oportunidad para que el hijo se
animara a pedirle a su madre aquello que en verdad quiere de ella.
Una madre siempre vela por sus hijos y Sandra amaba a cada
uno de ellos a su manera. Julia era la mayor, quien terminó madurando
rápidamente y ahora trabajaba casi tanto como ella; Luís era el de en medio y
su único varón, era introvertido pero muy dulce y de buen corazón; y
finalmente, Raquel era la menor, la más extrovertida de los tres, la más
aventada y la que sin dudas, se le parecía más a ella en carácter. Al ser la
menor, también era la consentida, ya que Sandra no dejaba de encontrar
parecidos entre ambas y en cuanto al sexo, era igual de intensa que ella. Por
otro lado, Luís era casi la viva imagen de su padre, verlo hecho un hombre la
llenaba de orgullo maternal; pero verlo en plena acción con Raquel había
despertado en ella otra emoción. ¿Sería eso, acaso? ¿Sería que aceptaba esa
relación incestuosa porque ellos le recordaban lo que había vivido junto a su
esposo años atrás?
Su mente la engañaba a veces, sobre todo cuando lo veía
hacer los mismos gestos que su padre… sobre todo al momento de penetrarla. Esa expresión
de calma que se transformaba en deseo en un santiamén, esa mirada de
determinación cuando embiste con todas sus fuerzas, esa dulzura con la que
abrazaba una vez terminado el acto… lo veía hacerlo con Raquel y fue la
principal razón por la que ella no pudo resistirse más. No era que él se
hubiera convertido en su favorito, más bien, tenía mucho que ver que fuera el
único varón en una casa con tres mujeres (¿Sería diferente si hubiera tenido
más varones? Quizás). Después de la primera vez que ella y Luís intimaron, no
hubo vuelta atrás. Ya no sólo era su hijo, ahora no podía dejar de verlo como
el hombre que la había vuelto hecho sentir mujer. incluso había pretendido ser
una desconocida y eso los llevó a un resultado maravilloso y, más de un sentido,
liberador. Esa mezcla de roles era algo que los dos apenas estaban empezado a
descifrar, el principal motivo por el cual ella quiso tomar esa oportunidad
para que ambos se conocieran más.
Estaba sentada sobre la cama. Él había salió de la
habitación para conseguir algo, ¿un artilugio, quizás? En efecto, era un collar
de Raquel, tenía un colgante y más pronto que tarde, lo tenía balanceándose
frente a ella. Su pulso se aceleró al verlo balancearlo frente a ella, de un
lado al otro. Tenía que fingir bien, pretender que empezaba a sentir sueño, así
como él le decía; debía hacer como si sus párpados se cerraban solos y que sus
brazos se sentían pesados, pesados… Sin embargo, a pesar de que respirara honda
y lentamente, su corazón no se tranquilizaba ni un poquito y sentía que la
sangre le recorría el cuerpo a toda velocidad. Las orejas le empezaron a
zumbar, el sitio entre sus piernas ya estaba hirviendo y derramándose. Las
palabras de su hijo se repetían como mantras, debían tranquilizarla pero sólo la
estaban haciendo sudar más y más. Debía hacerse la dormida, esa tenía que ser
la manera de acabar con aquello pronto.
—Recuéstate —dijo él suavemente, al fin era momento para
ella de obedecer—. Bien, bien. Estás relajada y en paz…
Apenas escuchaba su voz, el zumbido en su oído le
dificultaba percibir algo más que los leves movimientos de la tela de las
sábanas. De repente, lo sintió. Él estaba acariciando su pierna, ella estaba
segura de que se sobresaltó al sentir su palma, pero al parecer, él no se dio
cuenta.
—Te gusta sentir mis manos sobre ti…
Ya había empezado, de seguro que su hijo iba a empezar a
darle órdenes, meterle ideas en su cabeza. Era hora de interpretar su papel.
Tenía que recordar seguir dando aquellas aspiraciones lentas y profundas, por
un rato Sandra creyó que se estaba mareando con todo eso, aunque no podía estar
segura teniendo los ojos cerrados. De por sí ya sentía cómo sus pezones se
habían endurecido con sólo sentir su mano… no necesitaba hipnotizarla. Tenía
que soportarlo, todo aquello era para averiguar qué era lo que Luís no se
animaba a pedirle “estando consciente”.
—Te excita que de diga qué hacer…
Podía escucharlo todo, estaba plenamente en uso de sus
facultades… y aún así, no podía evitar pensar que, efectivamente, aquellas palabras
ya eran ciertas. Podía sentir su pulso a mil por hora tan sólo por escucharlo
decir eso, claro que le excitaba recibir órdenes.
—Di tu nombre —le ordenó con tono más rudo… más varonil, más
sexi. Ella obedeció—. Sandra… ¿en qué día naciste? —le respondió nuevamente,
día, mes y año—. Así que más de cuarenta, ¿eh?
Hablaba con una voz más masculina, con más seguridad. Debía ser
eso, tal vez sólo así se sentía en control de la situación y podía actuar sin
dudas y sin pensárselo mucho; debía ser eso. Lo cierto era que a Sandra a veces
le parecía un poco preocupante ver esa actitud tan pasiva que su hijo solía
mostrar tanto en casa como en público. No sólo era su forma de hablar, su forma
de caminar y hasta de hacer las cosas. Ahora, después de todo lo que habían
vivido, le quedaba claro que no le atraían los hombres; aunque la duda la llegó
a asechar de vez en cuando tiempo atrás. Jamás lo iba a decir en voz alta, pero
le preocupaba que su único hijo varón fuera de voluntad débil, un enclenque del
que se pudieran aprovechar. Escucharlo hablarle así, bajo el pretexto de que
ella estaba en trance, la excitaba como mujer al igual que le hacía sentirse (mucho,
¡mucho!) más tranquila como madre. Una vez “acabara esa sesión”, debían
encontrar la forma de sacar ese lado de su hijo a la luz.
La hizo levantar una mano, luego la otra, le pidió sentarse,
que se apretara ella misma las tetas, incluso ponerse en cuatro patas y hasta
maullar como si fuera una gata en celo. Era cierto que nunca se habría
imaginado hacer nada de eso, mucho menos para su hijo; pero también era verdad
que, lejos de que hacer esas cosas le dieran vergüenza o ganas de reírse, los
gajos de su entrepierna no paraban de derramar sendas gotas gruesas mientras
acataba cada indicación de quien “la tenía a su merced”. ¿Qué otra clase de
cosas le iba a pedir que hiciera? La mera duda la mataba de curiosidad y la
hacía seguir mojándose más y más.
Luís le pidió que se pusiera en cuatro, con su culo de cara
a él y no sin antes soltarle una nalgada de antología tan fuerte que casi la hizo
gemir.
—¿Te gusta que te azote las nalgas? —preguntó con una voz
cada vez más cargada de deseo.
—Sí —se acostumbró a responder, breve y con voz monótona.
—¿El dolor te excita? —dijo mientras encajaba sus yemas en
la zona enrojecida donde su palma impactó.
—Sí —suspiró.
—¿Papá lo hacía?
La pregunta la tomó por sorpresa, aquello de evitar mostrar
reacciones se estaba volviendo más difícil. Una cosa era mantener una cara de
póker, pero cuidarse de cualquier gesto, respingo o espasmo que se le pudiera
escapar era más difícil.
—Sí —tuvo que responder, había demorado en hacerlo
fracciones de segundo, pero con suerte, no se daría cuenta.
—¿Lo hacía porque él quería o porque te gustaba?
—Ambos —tenía que seguir contestando. No podía dejar que su
hijo notara que en verdad estaba despierta—. Yo se lo pedí al principio, luego
a él le empezó a gustar.
—Entonces, a ti te gustaba desde antes de conocerlo.
—Sí —se limitó a decir.
Había hablado de más en su anterior respuesta, lo mejor era
mantener las cosas simples y no comprometerse a más. La mano de su hijo ahora
frotaba su muslo, el hormigueo en su entrepierna ya se estaba convirtiendo en
comezón.
—¿Y cómo supiste que te gustaba? —preguntó lentamente y con
curiosidad.
—Fue por un muchacho de la secundaria —¿Qué estaba haciendo?
Pudo haber dicho que lo había leído en un libro o algo así, la calentura estaba
haciendo que se le escaparan las palabras y no pensara en sus respuestas.
—¿Ah, sí? ¿Él te cogió?
—Sí —volvió a decir sin dudar, era para no levantar
sospechas. Había tenido el breve impulso de asentir con la cabeza, menos mal no
lo hizo.
—¿Y te gustaba? —preguntó mientras otra mano también se
posaba en su muslo opuesto.
—Sí —suspiró para responder pronto.
Claro que le gustaba. Alfredo, se llamaba. Era alto y
fuerte, delgado, más bien, correoso. Era bueno para pelearse, un día le sacó
sangre a otro niño sólo por chiflarle a Sandra mientras ésta corría a tomar el
camión. Había salido en defensa de su honor, como los caballeros en los
cuentos. Si bien no era guapo, era honesto y fue directo cuando le dijo que
quería verla a la salida unos días después. No hace falta decir que él no
buscaba algo formal con ella, aparte, sus papás no iban a dejarla tener novio y
mucho menos con alguien como él. Lo que llegó a pasar en aquellas tardes
después de clases, a espaldas de todos, era algo que nadie más necesitaba saber.
Bueno, nadie excepto Luís, a quien le tuvo que contar a
detalle hasta terminar de satisfacer su curiosidad. Ella seguía con los ojos
cerrados, porque seguía “en trance”, así que no pudo ver el reflejo de su hijo
en el espejo del tocador ni cómo se frotaba lentamente la verga mientras
escuchaba cómo su madre había perdido la virginidad y fue descubriendo más del
sexo con otros sujetos que la vida le presentó mucho antes de quien terminaría
siendo su padre.
Mientras todo eso ocurría, ahí estaba Sandra, desnuda de
cuerpo y, al parecer, también de alma, incapaz de mentirle o tratar de ocultarle
nada a su propio hijo, quien sólo seguía tentando su muslo con la mano y no
mostraba intenciones de subir. Hubo momentos entre sus anécdotas en las que
pudo sentir la punta de su pene en una nalga, pero él lo apartaba casi de
inmediato. ¿Cuánto tiempo más pensaba hacerla sufrir así? Sentía que su vagina
le palpitaba, los hilos gruesos de gotas transparentes le resbalaban hasta las
rodillas hincadas en el colchón.
Luís por su parte por fin supo cómo es que mami descubrió el
sexo anal, fue antes de entrar a la universidad y era su más profundo secreto,
uno que ni se animó a contarle a Roberto, ese que terminaría siendo su primer y
único novio oficial, aquél con quien después se comprometería y por quien, tras
quedar embarazada, se dedicaría a ser ama de casa. Un sentimiento de pesar le
invadió al oír que esa chica pícara y sensual dejó todo de lado al convertirse
en madre. Más que eso, algo dentro suyo le hizo despreciar el hecho de que su
padre nunca pareció mostrar interés por los gustos sexuales de su madre.
—Antes era una vez a la semana —oía a su madre responderle
con voz cada vez menos monótona, batallando un poco por no jadear—, luego de
tenerte a ti y a Raquel, una vez al mes y poco a poco, cada vez menos.
Él no pudo evitar llamar pendejo a aquél hombre que dejó
pasar la oportunidad de cogerse a tremenda mujer. Luís había fotos de su madre
cuando era joven y ahora podía admitir sin tapujos que estaba igual de buena
que Julia. ¿Cómo fue que no quisiera reventarle la raja día y noche?
La línea de tiempo estaba por acercarse a la muerte de su
padre y parecía que no había mucho por averiguar. Resulta que su madre de
verdad se entregó en cuerpo y alma a la tarea de criarlo a él y sus hermanas,
le confesó no haber tenido ningún encuentro con nadie más tras la partida de su
marido hasta hacerlo con él y Raquel.
—¿Ni siquiera con Tere?
Ella respondió que no de manera impasible, bueno, eso sin
contar los suspiros que se le escapaban entre frases. Aquello también era una
sorpresa para él, después de todo lo que había pasado con la amiga de su madre,
esa que también le había ayudado a aceptarse a sí misma y animarse a tener sexo
con su hijo e hija; él había creído que habían tenido sus “queveres”. Resulta
que, sin contar las veces en que la fastidiaba en los vestuarios del gimnasio,
ella y Tere no habían hecho nada…
—… hasta esa vez que vino y lo hicimos los cuatro en tu
cuarto —terminó de narrarle con voz llana.
La cara de Sandra estaba roja a más no poder y no era por
vergüenza, había dejado de preguntarse cuánto más iba a tener que resistir todo
eso hacía mucho rato. Ya no sentía las manos de Luís en sus muslos, pero sabía
que estaba cerca no sólo por su voz sino por el calor que ambos emanaban y
podía sentirlo en su vagina hinchada y empapada al igual que en su culo. De
pronto, el colchón se sacudió un poco, él se estaba alejando.
—Cuando despiertes, vas a hacer lo que te diga —dijo con voz
áspera, un escalofrío recorrió su cuerpo, no podía evitarlo—. Por todo el día
de hoy —sentenció, solemne—, no podrás negarte cuando te dé una orden, te
excita obedecerme. Tu cuerpo te agradecerá cada que me obedezcas.
Se dedicó a repetir sus instrucciones, lentamente y muy
concentrado. Si tan sólo él supiera la verdad, si supiera que nada de eso
hubiera sido necesario. La misión era clara y sencilla.
—Sólo por hoy, vas a ser mi esclava —dijo con severidad—.
¿Me escuchaste?
—Sí —respondió, la voz le tembló.
—“Sí, señor”, di.
—Sí, señor.
—Cuando truene los dedos… —al fin, por fin podrá dejar de
fingir— vas a despertar y te vas a convertir en mi esclava, ¿entendido?
—Sí, señor.
—Vas a hacer todo lo que yo te diga, ¿entendido?
—Sí, señor.
—Todo lo que te pida es una orden, ¿entendido?
—Sí, señor.
—Cuando despiertes, no vas a recordar lo que te pasó, pero
vas a recordar tus instrucciones para el día de hoy. Cuando despiertes, vas a
volver a ser mamá.
Entonces, escuchó el chasquido, era hora. Abrió lentamente
los ojos, debía aparentar estar despertándose, se estiró por completo y su mano
acarició fugazmente su entrepierna, estaba empapada.
—¿Mamá? —dijo Luís con una voz totalmente distinta, volvió a
sonar amable y gentil.
—¿Uh? Me quedé dormida —le mintió—, creo que me relajé de
más. ¿Funcionó?
—Eso creo.
—Pasó un rato —comentó, mirando el reloj en la pared—. ¿Qué
pasó?
—Dijiste que hoy haríamos lo que yo dijera —respondió con
tono infantil, se le oía contento—. Yo sólo quería asegurarme de que cumplas tu
palabra.
Lo dijo, en serio se lo dijo. En realidad no había estado
hipnotizada, así que ella sabía que era verdad, él sólo quería tener la certeza
de que ella hiciera todo lo que él le dijera. Por un momento, ella había
esperado que él le inventara una excusa, algo que ocultara sus intenciones. A pesar
de toda esa faramalla de la hipnosis, él estaba siendo honesto (aunque también
le había hecho contarle sus secretos). La puso contenta el pensar que Luís sólo
estuviera recurriendo a ese recurso para darse ánimos. Y si siempre fue una
farsa, eso también significaba que Raquel estuvo fingiendo todo el tiempo, seguramente
por lo que ya sentía por su hermano desde antes. Convencerse finalmente de ello
la tranquilizó de una buena vez sobre todo ese asunto de Luís hipnotizando a su
hermana, eso sin contar que estaba cachondísima desde hacía un buen rato.
—Entonces… —ronroneó Sandra, jugueteando con sus pies
mientras le sostenía la mirada a Luís— quieres tenerme sometida, ¿eh?
—¡Sólo por hoy!
Su respuesta fue rápida, se oía nervioso y eso le pareció genuinamente
tierno. Sandra ya estaba convencida de que quería seguir jugando ese juego,
después de todo, sería sólo ese día.
—¿Quieres que sea una muñeca para ti? —le preguntó
seductoramente mientras gateaba sobre el colchón dándose la vuelta— ¿O acaso quieres
que sea tu sirvienta… tu esclava?
Su hijo tragó saliva y ella pudo ver su miembro erguirse un
poco más. Gateó mostrándole su culo grande y redondo, lo meneó para ofrecérselo
y él sólo se quedó allí, inmóvil. Ella se giró de nuevo, todavía en cuatro patas
y se acercó lentamente a su falo, algo transparente y espeso estaba
escurriéndole ya. Abrió la boca y sacó la lengua, estaba segura de que él podría
sentir su aliento cálido, pero recordó que ese juego se iba a tratar únicamente
de seguir órdenes. No era el momento de ponerlo más nervioso, era tiempo de
enseñarle a su hijo a comportarse como un hombre hecho y derecho.
Luís se mostraba en shock, como si aquella situación
estuviera superando, pero ¿a quién quería engañar? Tener a su madre en ese
estado, actuando como una hembra en celo y consciente de su posición de sumisa por
ese día; estaba eufórico por dentro.
—Chúpamela—le
ordenó él.
—Sí, señor —le respondió ella con una sonrisa y sin pensarlo
en lo absoluto.
Al fin, ella tenía algo qué hacer y ese rabo en la boca le
ayudaría a sobrellevar el deseo y calentura que la invadía desde hacía tanto. Como
si de un chupetín se tratara, ella sintió una especie de descarga leve, un
hormigueo que la invadía tan sólo por comerse ese trozo de carne y realmente sintió
alivio en su entrepierna al mismo tiempo que un par de gotas volvían a
derramarse por la cara interna de sus muslos. Aquello era por estar esperando
durante tanto tiempo, su cuerpo ansiaba satisfacer esa hambre que sólo ese
órgano era capaz de saciar. Juraba que hasta sabía mejor que antes, sería por
el sudor de su hijo o, de nuevo, el deseo que la estaba quemando viva y quizás,
si seguía lamiendo y succionando, el remedio a esa fiebre brotaría de esa
fuente que tenía delante.
Las piernas de Luís se contraían con ligeros espasmos, la
boca de su madre estaba haciendo maravillas ahí abajo. Tenía que apoyar las
manos en su cabeza por miedo a perder el equilibrio. Todavía pensaba que su
hermana menor la mamaba mejor, pero en ese momento, no iba a negar que la boca
de mamá estaba devorándole la verga como nunca. Sandra se había colocado esa
parte de anatomía en la mejilla y su mano siguió atendiendo el tallo de ese
champiñón en lo que ella le limpiaba sus bolas hasta dejarlas completamente
limpias y con sabor a ella. Cada que cruzaban sus miradas, le daba más sed de
aquel jarabe que se empeñaba en extraer.
—¿Dónde quieres que acabe? —le preguntó él en medio de una
exhalación pesada.
—En la boca —respondió mientras abría ampliamente sus labios
y sacaba la lengua con descaro.
Sandra había vuelto a responderle sin vacilar, sin algún
reparo en que su hijo la oyera pedir que eyaculara sobre su lengua. Su mano
continuaba el movimiento frenético y sólo esperó a que el fruto de su trabajo
cayera dentro e impregnara su paladar. No era el sabor, era la sensación. Ese
espeso líquido estaba tibio y lleno de él, lleno de su esencia, lleno vida. Sintió
un hormigueo en lo más profundo de su intimidad, era como aliviar una comezón
que había estado sintiendo desde que habían vuelto a su cuarto.
Era una vista espléndida. Luís contempló la escena mientras
el último chorro era extraído por la mano de su mamá, era digna de una
fotografía. Es más…
—Pásame tu teléfono.
Ella apenas estaba saboreando el último sorbo de lo que
había ordeñado y aun así, buscó con la mirada su celular. Esa mezcla de semen y
saliva se agitó dentro de sus mejillas mientras ella se apresuraba a entregarle
el dispositivo desbloqueado a su hijo. Ni siquiera se detuvo a preguntarse para
qué lo quería, ni le importaba, la verdad. El ruido del obturador de la app de
cámara se escuchó un par de veces.
—Abre la boca.
Obedeció, lo hizo con una sonrisa mientras sentía una
punzada en sus pezones. Sus manos fueron a masajearlos, estaban durísimos y por
más que los apretara, no dejaba de sentir esa picazón. Él seguía tomando fotos
y al final, sostuvo la cámara mientras la acercaba a su boca.
—Mira quién se quedó en casa —dijo como si le hablara a
alguien más—. Te esperamos.
Concluyó antes de ponerse a teclear en el teléfono de
Sandra. Ella estaba muy mal, una mano había desatendido una de sus tetas para
acariciar su “tesorito”, estaba tan mojada que hasta se avergonzó por la forma
en que su dedo resbalaba sin problemas entre sus labios hinchados y su
clítoris. Estaba tan mal que ni siquiera se detuvo a pensar qué había pasado
con el teléfono en manos de su hijo.
—¿Quién te dijo que puedes masturbarte? —le preguntó,
sorprendido.
—No puedo… —le imploraba entre suspiros— no puedo más… por
favor… Luís…
—Deja de tocarte.
—¡Por favor!
Fue un alarido, realmente era una súplica. Sus palmas
quedaron suspendidas a una distancia prudente, incapaces de alcanzar su propio
cuerpo. ¿Qué había pasado? Había acatado sin dudar aquella orden. Quizás fuera que
se le estaba haciendo hábito el obedecer sin vacilar, tal vez era su compromiso
con seguir en aquél juego, a lo mejor, su desesperación por complacer a Luís y
así, tal vez, ser recompensada por ello después. Sea lo que fuera el motivo, al
menos la comezón paró por un momento. Había cumplido una vez más con la tarea
asignada, era como si su cuerpo de verdad actuara por inercia, pero pensó que era
mejor así, debía seguir haciéndole creer a su hijo que de verdad la había
hipnotizado.
—¿Tienes ganas? —le preguntó Luís con tono condescendiente.
—Sí… por favor… —su voz le temblaba, estaba por quebrársele.
—Sí… ¿qué?
—Sí, tengo ganas de acabar —respondió desde lo más profundo
de su pecho—, señor.
—Límpiame la verga —le
respondió con desgana.
La madre se abalanzó sobre lo que aún se erguía entre las
piernas de su hijo, no había momento de titubear. Su lengua lamió y lamió hasta
que ese sabor del semen quedara diluido en su saliva. Él ni la estaba viendo,
se puso a manipular de nuevo su celular. Ella lo había puesto en modo vibración
y claro que oía que estaban llegándole mensajes, pero no le importó, estaba
concentrada en su labor. Aquél falo que había empezado a decaer cuando empezó a
limpiarlo había recuperado su firmeza en cuestión de minutos.
—¡Ya! —dijo Luís, despegando al fin la cara del celular—. Basta
—Sí, señor.
Dijo eso con voz sumisa, como si fuera una costumbre en ella.
Realmente le sorprendió lo fácil que estaba resultándole decirlo, sin vergüenza
ni remordimiento; aunque, por supuesto que ese cosquilleo que le daba entre las
piernas al decir aquella frase era un buen motivo para seguir diciéndolo.
—Le dije a Tere que venga temprano y dice que tan pronto
acabe su clase, viene para acá —dijo Luís con una sonrisa torcida—. ¿Prefieres
bañarte antes de que llegue?
Eso era, para eso estaba usando el teléfono, estaba
mensajeándose con ella. Sandra se quedó boquiabierta. No era propio de ella
hacerlo sin cubrírsela, pero ahora no tenía algo qué llevarse para tapársela,
ni siquiera se le ocurrió usar sus manos. Le había hecho una pregunta, no era
una orden. Asintió en silencio con su cabeza.
—Entonces, ve. Báñate
bien.
Se levantó como si tuviera prisa, dijo aquella frase
nuevamente. Ese “sí, señor” hizo que se destensaran sus hombros mientras salía
del cuarto en dirección al baño. En un parpadeo, ya estaba bajo el chorro de la
regadera, enjabonándose con total naturalidad. Debía ser sugestión, ¿no? ¿Qué
otra razón habría para que estuviera actuando así? Era más que una actuación,
más que el morbo de seguirle el juego a su hijo. El placer de acatar cada
orden… era real, era innegable, sólo era cuestión de que viera su rostro en el
espejo del baño, esa sonrisa era auténtica.
—Te traje tu toalla. —Escuchó decirle a sus espaldas, estaba
entrando al baño.
—Gracias, cariño —dijo, procurando sonar de nuevo como la
madre que era.
—¿Necesitas ayuda?
Aquella pregunta se sentía más como una invitación, ¿acaso
él quería que lo hicieran ahí mismo? Asintió con total franqueza, el pudor le
ganó y no era capaz de decirlo en voz alta.
—Dime. —Otra
orden, dada con impaciencia—. ¿Quieres que te ayude, sí o no?
—Sí, señor.
Ya ni se iba a molestar en darle vueltas, dijo nuevamente aquella
frase para hacerlo que se acercara pronto y aliviara un poco lo que la carcomía
por dentro. Luís se paró detrás de ella y le ordenó que le acercara la barra de
jabón para limpiarle la espalada, ella se mordía el labio y obedeció. Como era
de esperarse, pronto sus manos pasaron de sus hombros a sus tetas, todo era una
mera excusa para manosearla… y no podía estar más contenta por ello. La espuma
la cubría nuevamente y gracias al agua, resbalaba por su vientre y luego, por
la cara interna de sus piernas. Ella cerró la llave del agua, justo como le
habían señalado hacer. Ese par de manos se dieron gozo resbalando al intentar
apretar sus pechos a la vez que algo más estaba aprovechando la situación para
resbalar entre sus nalgas.
—¿Te lavaste aquí también? —gruñó mientras impulsaba con su
cadera aquello que se hundía en su trasero.
—Sí, señor.
—¿Cuándo? —le cuestionó acercándose a su oreja, algo se
estaba resbalando en su nalga, pero no hacia el interior.
—Hoy en la mañana —reportó con voz temblorosa—, antes de
hacer el desayuno, señor.
—O sea que tenías ganas de que te la metiera, ¿verdad? ¿Lo
querías desde tan temprano? —volvió a usar ese tono condescendiente.
—Sí… señor —dijo, ya jadeando.
—Te gusta que te la metan por atrás, ¿o no?
—¡Sí! ¡Sí! —chilló Sandra, incapaz de soportar más sin ser
complacida.
Pero él no pensaba darle su recompensa todavía, en lugar de penetrarla,
empezó a azotarla. Algo ocurría con el jabón y el agua, cada bofetada sonaba
fuerte y resonaba en los azulejos del baño, pero apenas dolían. ¡No era justo!
Había sido obediente todo ese rato, había estado interpretando bien su papel.
—No vas a venirte
hasta que yo te lo diga.
Escuchó su voz gruñir en voz baja una vez más, aquello fue
como si le cayera un balde de agua fría, pero la llave de la regadera seguía
cerrada. Era una advertencia clara de que debía seguir obedeciendo, es más,
sonaba amenazante; y sin embargo, aquella frase consiguió hacer que le
temblaran las piernas y le hormigueara el bajo vientre. Le gustaba, quería no
sólo sentirse mujer… quería ser usada así.
Era subdirectora hacía poco, el mayor cargo por debajo del
dueño del lugar en donde trabajaba, y para llegar allí había estado antes en
varios cargos de gerencia. Había estado a cargo de tantas cosas en su vida,
siendo la jefa de varias personas, lidiando con responsabilidades en muchas
ocasiones la superaban… era desgastante. Sandra no lo iba admitir en voz alta,
pero su cuerpo y sus entrañas ya se lo estaban diciendo: ansiaba actuar sin
pensarlo, apagar toda preocupación, dejar de preguntarse qué decisión tomar y…
sí, someterse a la voluntad de alguien más. ¿Era una de esas que llaman “masoquistas”?
¿Quería que ser dominada y, aún peor, por su propio hijo? Claro, si no, ¿por qué
otro motivo estaría así, contenta? ¿Por qué otra razón estaría fingiendo haber
sido hipnotizada por su hijo? ¿Por qué motivo le habría dicho esa mañana que
harían todo lo que él quisiera? Moría de ganas, quería ser sometida.
Más nalgadas. No, no sólo estaba ansiando ser dominada,
quería algo más.
—Ensártatela tú
misma.
—Sí, señor. Gracias.
Luís estaba como si él mismo hubiera entrado en trance. La
mano de su mamá buscó a tientas su verga y velozmente supo acomodarla en
aquella entrada que se ocultaba entre sus enormes nalgas, con una precisión
propia de la experiencia, hizo que la cabeza de esa serpiente entrara en poco
tiempo. Él no movió ni un músculo, dejándole en claro a ella en qué consistía
su más reciente encomienda: debía terminar de introducírsela toda por sí misma.
Él tenía ese deseo de volver a tener el control de una mujer, un control total.
Habían pasado meses desde que había gozado de la obediencia total de Raquel, no
pensaba mucho en eso y no era algo que alguna vez admitiría, pero lo extrañaba.
Aunque ahora era como si hubieran estado viviendo una fantasía color de rosa,
con eso de que ambos parecían enamorados, la adición de Sandra lo hacía dudar
de tantas cosas. Esto de los sentimientos era algo que apenas creía haber
empezado a vivir, de la mano del sexo y el incesto; todo a la vez. Pero la
relación con su madre había pasado de ser distante y simbólica a algo
completamente, definitivamente, más allá de algo cercano e íntimo.
Ella ya había logrado recibir más de la mitad, su culo se
deslizaba adelante y atrás, sirviéndose de aquél riel que aún no entraba
completo. Con ímpetu, iba abriéndose paso, poco a poco, una estocada a la vez.
Su cara estaba roja de la calentura que la invadía, podía verse su reflejo en
el espejo, ya resoplaba por la cadencia que había conseguido, por fin podía
sentir aquello que tanto ansiaba. Luís no hacía más que permanecer en su
posición y aprovechar para dejarle sentir su aliento cada que tenía al alcance
su nuca, estaba disfrutando ver a su madre dejándose llevar por su propio
deseo.
Le era imposible discernir entre lo que pensaba y lo que
quería hacer, las dudas lo asechaban cada que tenía esos “pensamientos
impuros”. El trato que recibía de ella, el que él tenía que darle a ella, sus respectivos
lugares en todo eso… lo tenía totalmente confundido. Esto era justo lo que él
necesitaba, tenerla a su merced por todo un día no sólo le permitía comportarse
como se le diera la regalada gana frente a ella y sin tapujos, también era su
oportunidad de dejar las cosas claras de una vez por todas.
—Siempre actúas diferente —dijo con voz gutural, raspando la
piel detrás de su cuello con los dientes—, a veces eres mamá… a veces eres otra
persona…
—Luís… —suspiró ella.
—Y luego, está Sandra. ¿Quién eres? ¿Quién te gustaría ser?
Aquello le sonaba ridículo a su madre, sobre todo en ese
momento. ¿Qué acaso no podía hacerle esas preguntas después de que… ¡Claro que
era ella! ¿Quién más iba a ser? Un vacío iba contrayéndole el estómago mientras
los segundos pasaban y ya le faltaba poco para terminar de meterse esa cosa
completamente. ¿Qué clase de pregunta era esa, al fin y al cabo?
—Yo… —gimió— yo soy tu madre, Luís —pudo al fin enunciar,
haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que le era posible concentrar en ese
momento—. Soy la misma de siempre…
—La misma que me dio la vida —dijo, acomodando las manos en
su cadera—, la misma que me daba las buenas noches… —Estaba preparándose,
Sandra lo sabía—. La misma que le gusta que le revienten el culo a punta de verg…
—¡LUÍS!
Esos últimos centímetros. Esos benditos, difíciles,
dolorosos y gloriosos últimos centímetros entraron al fin. Él no usaba ese
lenguaje en presencia de ella, podría decirse que su impulso maternal la hizo
interrumpirlo. Pero eso hubiera sido irrespetuoso, pensó él, que una esclava
interrumpiera a su amo… no era algo tolerable. Aquella última arremetida la
había dado a modo de reprimenda, sí.
—¿No que esto querías? —le susurró al oído.
Retrocedió sólo para volver a empujar con todas sus fuerzas.
Ella sólo se limitó a sacar el aire de sus pulmones resoplando bruscamente e
incapaz de articular algún sonido. Su espalda se arqueó y la mejilla de su hijo
le raspó la mejilla, sintió el vaho de su respiración y eso la trajo de vuelta
a la realidad. Estaba segura de que todo aquello que estaba experimentando la
habrían hecho acabar en ese mismo instante, pero no sentía más que esa mezcla
de dolor, placer y una fuerte sensación nueva, algo se estaba acumulando dentro
suyo y a la vez, era como si estuviera vacía. Era hambre, era sed, algo
faltaba.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ah! ¡Ah! —su voz fue cambiando, con cada
bombeo que le daban, pasaban de ser quejidos a gemidos.
—No vuelvas a interrumpirme —dijo Luís con voz grave y rasposa.
—¡Ah! ¡Ah! ¡N-no-oh! —no podía hablar, cada embestida le
arrancaba un nuevo gemido, pero se esforzó por responderle en sus términos—. N-no,
se… ¡ah! —falló de nuevo, tenía que lograrlo— No… señor.
—Te gusta que te rompa el culo, mamá. Sandra no me dejó
metérsela en los baños.
—No estaba preparada para hacerlo aquella vez… ¡ah! —Fue
sincera, sentía por alguna razón que tenía que aclararle eso—. Una no puede
hacerlo por ahí así como ¡Ah! Así, como así…
—No te limpiaste la colita ese día, ¿eh?
—N-no ¡oh! ¡No, señor!
—Está bien, está bien… —dijo él con voz más tranquila.
Las embestidas comenzaron a ser más suaves, no lentas, pero Sandra
sentía que empujaban menos sus entrañas. Tenía las manos apoyadas en la pared y
podía sentir sus tetas enormes balanceándose a la vez que sintió como su pecho
se liberaba de algo más que no era aire, tal vez era la liberación de
sincerarse ante su hijo, tal vez era algo que tenía callado y al soltarlo le
quitaba presión a su interior. Casi deseó desde lo más hondo de su ser que ese
momento se repitiera, quería volver a sentir ese alivio.
—Así que era eso, Sandra. Con eso de que te gusta que te la
meta por el culo…
Ese jueguito la seguía desconcertando un poco, era como si
su hijo de verdad creyera que ella tenía múltiples personalidades, no le
hablaba igual a “Sandra” que cuando le decía “mamá”. Pero definitivamente
volvió a sentir que la humedad entre sus piernas volvía a escurrírsele, podía
no entender a cabalidad lo que estaba pasando entre ella y él en ese momento,
unidos de la forma en que estaban; pero su cuerpo estaba actuando. Lo quisiera
o no, su cuerpo sabía qué era ese sentimiento y cómo reaccionar.
—¡Ah! ¡Ah! —se aseguró de no guardarse ningún gemido, no
quería que aquello acabara.
—Te está gustando, ¿verdad?
—¡Sí! ¡Sí! —repitió como disco rayado— ¡Sí! ¡SÍ! ¡SÍ ME
GUSTA!
—¿Así te gustaba que te la metiera papá? —preguntó con tono
algo mordaz, morboso.
—¡Él nunca me la metió por ahí!
Lo dijo, otra vez había respondido sin vacilar y había sido
bueno para ella porque esta vez estaba hablándole a su hijo sin el pretexto de
“estar en trance” y sería la primera vez que le confesaría ese detalle de su
intimidad con su padre. Otra vez sentía esa cosa que le oprimía entre los
pulmones abandonar su pecho en cada gemido. Luís seguía penetrándola, había
bajado la velocidad, a veces duro y a veces, suave; eso sí, sin detenerse. A
modo de recompensa, su mano volvió a acariciar sus ya convalecientes pezones,
sus pellizcos eran como caricias que aminoraban la comezón que sentían.
—Entonces, ¿alguien más te la metió por el culo?
—¡S-sí! —chilló cuando sus dos pezones fueron pellizcados
con fuerza—. Sí, señor.
—¿Un novio? ¿O era un amante? —la interrogó con curiosidad,
eso sí, sin dejar de montarla,
—F-fue… ¡Uh! Fue antes de conocer a su papá ¡Ah! ¡AH! Él…
¡Ah! Sólo nos vimos unas veces…
—Y te gustó.
—¡Sí! —casi lo gritó— ¡Sí, señor!
—Y si tanto te gustaba —dijo Luís, casi deteniendo sus
caderas—, ¿por qué no lo hiciste con papá?
—¡Ay! Ah… Luís… —jadeó ella, aprovechando la pausa para
respirar—. Él no estaba interesado en esas cosas.
—¿Lo intentaste siquiera?
—Yo… —estaba haciendo memoria— una vez le hice el comentario…
de que había quienes lo hacían por allí, él sólo hizo una mueca de asco y
cambiamos de tema. No le insistí después.
—Nunca sabrá lo que dejó pasar —dijo al mismo tiempo que
volvía a introducir su verga hasta el fondo, logrando arrancarle un débil gemido
a su madre—. ¿Y te metías dedo cuando él no estaba?
—A veces… —dijo, pensativa.
Luís estaba metiendo y sacando su miembro lentamente,
sintiendo a detalle cada pliegue interno de ese recto que lo recibía
cálidamente, no podía creer que alguien pudiera desaprovechar algo así. Sandra
sólo se había quedado pensativa con la pregunta, no lo había pensado, pero
mientras rememoraba sus experiencias en la cama con el padre de sus hijos
comenzó a darse cuenta de lo insatisfecha que había sido todos esos años. Fueron
raras las ocasiones en las que ella pudo tener tiempo para tocarse, después de
todo, era madre de tres y casi siempre acababa rendida en cada espacio de paz
que tenía. Pero sí, podía recordar que cuando los niños crecieron, su cuerpo
recibió atención de sus dedos y, a veces, el mango de su cepillo de dientes. Y
ahora, se lo estaba contando a su hijo, cuya verga era mucho mejor que
cualquier cepillo o consolador.
—Lo compré hace unos años —narró ella después de que Luís la
cuestionara, sus embestidas seguían siendo lentas para dejarla hablar con
soltura—. Escuché a una muchacha hablando de vibradores y me animé a comprarlo.
—Pero te gusta más mi verga, ¿no?
—¡Mil veces!
—se sinceró desde su ronco pecho— ¡Ah! ¡AH! ¡AH!
—Dilo —le ordenó
gruñendo, volviendo a la carga con fuerza—. Di qué es lo que te gusta cuando te meten la verga por el culo.
—¡Ay! ¡Ah! Me gusta cómo se siente… ¡Uy, sí! ¡Así! Está
caliente… está gruesa… ¡Ah! Llega más lejos… ¡Uf! Me vuelve loca ¡Ah!
No era mentira. La de Luís era más grande que aquella había
desvirgado su anito adolescente años atrás, pensar en eso, en que la verga de
de su hijo era la más grande que había recibido su culo sólo la hacía
retorcerse en breves espasmos. Sin embargo, él comenzó a contener sus embates,
su límite se estaba acercando y no tenía planeado acabar pronto. El impulso de
acabar dentro del culo de esa mujer fue difícil de combatir, pero lo logró.
Tenía la verga casi roja al sacarla, había estado cerca.
El calor la invadió, su pulso seguía acelerado mientras
recuperaba el aliento, resoplando con las manos apoyadas en las llaves del
agua. El alivio que sintió cuando ese pene salió de su cuerpo era sólo físico,
ella no lo veía pero los pliegues de su esfínter se contraían y dilataban, no
querían que los abandonaran. Él le había dicho que no la iba a dejar terminar
hasta que él quisiera y no podía creer que había aguantado todo ese tiempo sin
llevarse las manos a su clítoris y conseguir su tan ansiado orgasmo. ¡Dios! ¡Cómo
algo tan frustrante podía ser tan placentero! Su intimidad, su “tesorito”, al
igual que su culo deseaban con ganas ser atendidos, haciendo que sus piernas
temblaran levemente mientras intentaba enderezarse. Sin embargo, al mismo
tiempo, una descarga eléctrica le recorría la columna, era como un cosquilleo
en lugar de un escalofrío… y se sentía bien. Era esa sensación de un baño frío,
combinada con el calor infernal que la quemaba por dentro lo que la estaba
volviendo loca…
Y le encantaba.
Él adelantó la mano rozándole una teta para abrir la llave
del agua otra vez. La frescura de esas gotas cayendo por la regadera le dieron
un verdadero escalofrío y se le puso la piel de gallina. Todavía sentía ese
trozo de fierro ardiente calentarle el muslo, él no se retiró y la tenía a ella
ahora a escasos centímetros de la pared. Las manos de su hijo volvían a repasar
su cuerpo y aunque ahora sí pasaron a saludar allí abajo, apenas y se quedaron.
Él se enjabonó y se limpió rápidamente mientras ella sólo
supo quedarse ahí. Los pies de ambos permanecieron en su sitio, así que todo
ese rato la verga de Luís se paseó por sus piernas y glúteos, de un lado al
otro, tan sólo para recordarle que ahí seguía. Él se salió primero de la ducha,
le acercó su toalla y salió del baño sin decir más.
Tardó un rato en recordar que podía moverse, no necesitaba
que le dieran una orden para secarse, ¿verdad?
¿Verdad?
—¡Tere ya acabó
su clase de hoy! —oyó que le decía desde su cuarto—. Dice que ya viene para
acá. ¡Sécate y baja a la sala!
—¡Sí, señor! —respondió con una sonrisa, apresurándose con
la toalla para obedecer y sentir ese cosquilleo recorriéndole el cuerpo una vez
más.
Llegó a planta baja y no sabía qué hacer. Había pasado por
el cuarto de Luís y lo vio de reojo, acostado con el teléfono en la mano, su
mástil seguía erguido. ¿En serio era capaz de aguantarse las ganas de acabar? Todo
estaba relativamente en orden si no te fijabas mucho, la fina capa de polvo que
cubría todo era perceptible sólo para un ojo entrenado como el de Sandra. Aquello
no estaba limpio como solía dejarlo su hijo, tal vez no se había dado el tiempo
ahora que había empezado a tomar sus clases para masajista. Los cojines estaba
aplastados donde ella y él se quedaron viendo la tele hacía poco, no se veían
mullidos como a ella le gustaba. Y la loza sucia aún estaba en la tarja del
frega-
—¿Qué tienes? —oyó la voz de su hijo decirle desde arriba de
las escaleras.
—¡Ah! ¡No, nada! Sólo estaba pensando…
—Siéntate. Tere
ya debe estar en camino manejando, dejó de responderme hace rato.
—Bueno —dijo mientras tomaba asiento en el mismo sitio donde
había estado con Luís, sonriendo sin poder evitarlo—, al menos no ve el celular
mientras maneja —rio. Se sentía bien, muy bien. ¿Siempre había sido así de
cómodo ese sillón? —. Ojalá no tarde mucho.
—Sí… —le respondió él, un tanto ausente.
Luís había estado chateando un rato antes de bajar. Le contó
lo que había hecho con su madre, de la sesión de hipnosis y de su estado de
obediencia total… eso sí, aderezando aquella conversación con una foto de su
verga, ya ordeñada un par de veces y al borde de acabar otra vez en su cama.
Ésta le había contestado como sólo ella sabía hacer en situaciones así.
Los mensajes habían sido esporádicos. Él no lo sabía, pero
la morena estaba batallando para escribir con lo mojada que estaba después de
ver las fotos de Sandra mamándosela al que era “su novio”, su propio hijo. Se tomó
fotos en el vestidor, como solía. No le importara que las demás mujeres la
vieran sacarse una teta y posar con la lengua de fuera a la cámara de su
teléfono, al contrario, eso la prendía aún más. Pero tuvo que ir corriendo al
baño para grabarse y mostrarle a Luís el desastre en el que se habían
convertido sus licras y ni hablar del tanga debajo. Los delgados hilos de esa
sustancia viscosa excitarían a cualquiera, independientemente del abdomen de
lavadero o las piernas tonificadas que se cargaba.
Ese fue su último mensaje, no podía entretenerse ahí en los
baños un minuto más. Corrió a toda velocidad por sus cosas y luego, directo a
su auto. No había tiempo para cambiarse ni para revisar los mensajes que le
seguían llegando, había que llegar a esa casa pronto. El tráfico todavía no se
ponía pesado, así que era una señal de que el Cielo le estaba ayudando a llegar
pronto a su destino. Apagó el motor, se estacionó en la banqueta porque ahí en
el jardín estaba el auto de Sandra. Pudo ver que había aparecido de nuevo esa diminuta
mancha transparente en la tapicería de su asiento, tendría que volver a lavarla
en cuanto llegara a su casa.
El timbre repicó varias veces con rapidez, Tere había
llegado. Ya habían escuchado el motor del auto estacionándose. Sandra se encontraba
arrodillada, junto a la puerta, de nuevo con la verga de su hijo en la boca;
ambos, desnudos. Él esperó un poco antes de abrir, asegurándose de que su
invitada pudiera entrar pero sin que se vieran ni él ni su madre a nadie que se
asomara desde la calle. La morena se llevó las manos a la boca y ahogó un grito
de sorpresa.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó hacia dentro, apurándose en cerrar
la puerta ella—. ¡Mira nada más como me recibe mi suegrita!
Sandra dijo algo que no pudo entenderse con la boca llena de
verga como la tenía. Aquello le sacó una risita a su amiga recién llegada,
quien se acercó a Luís y le plantó un beso en la mejilla.
—Entonces, lo hiciste —dijo para confirmar lo que veían sus
ojos al tiempo que rodeaba el cuello de su novio.
—Ella fue la que dijo que hoy haríamos lo que yo quisiera.
—¿Cómo? —preguntó la morena, desconcertada— ¿O sea que no
está…
—Sí la hipnoticé —la interrumpió con tono de fastidio
mientras acariciaba la mejilla de Sandra—. Ella dijo que haríamos lo que
quisiera y le dije que quería hipnotizarla todo el día de hoy.
—¡Oh! —exclamó Tere lentamente y se asomó abajo para ver la
cara de su amiga, su suegra—. ¿Es verdad eso, mami?
Aquellas palabras sonaron condescendientes, más bien
burlonas. Pero no le molestó, Sandra estaba mojadísima y sin sacarse el rabo de
su hijo de la boca, intentó sonreírle mientras asentía.
—¡Madre mía! —dijo sorprendida la morena—. ¡Pero qué cosa
tan extraña! —ronroneó al alejarse de ellos y se dirigió a la sala—. ¡Coño!
¿Por qué siento que no es verdad?
Eso congeló a Sandra. Cerró los ojos y respiró hondo, su
pulso se elevó y sintió una gota de sudor recorrerle toda la espalda hasta la
separación de sus nalgas. No lo había pensado, ahora tendría que convencer
tanto a Luís como a Tere.
—Así que tenemos a una escéptica, ¿eh? —contestó Luís,
desafiante.
—Mami dijo que haría lo que tú quisieras por el día de hoy
—refutó desde un punto que Sandra no podía ver—, eso es trampa. No cuenta.
—Suena a que quieres ponerla a prueba —la sondeó él.
—Suena a que me lees la mente —rio Tere.
Él sacó su miembro de la boca de su madre y se dirigió hacia
donde se encontraba la recién llegada. Sandra sólo permaneció donde se
encontraba, el frío de la incertidumbre la invadía conforme pasaban los
segundos en esa posición.
—Ven —escuchó a
su amo llamarla.
Obedeció y sus nervios se le calmaron un poco gracias al
placer de cumplir con aquella indicación. Mientras se acercaba con timidez,
veía cómo su amiga había empezado a desvestirse, sentada en el mismo sitio
donde ella había estado antes de su llegada. No estaba poniendo atención a la
conversación entre ella y Luís, parecían estar debatiendo, él decía algo y ella
lo rebatía. Él se llevó la mano a la cintura, lo hacía ver confiado en su labor
de hipnosis. Sandra pensó que no podía hacerlo quedar mal.
—Está bien —dijo Tere con resignación—, dile que me
obedezca.
—Haz lo que ella te diga
—Luís le indicó a su madre, sonaba indignado y a la vez, deseoso por lo que
podría ocurrir.
—Sí… —Sandra dudó un poco con su amiga ahí, pero sabía que
tenía que terminar su frase diciendo— señor.
—¡Uy! —chilló de gusto— Con que “Señor” ¿eh? ¡Pícaro!
Luís se encogió de hombros y sonrió burlonamente mientras
iba a buscar asiento en el otro sofá, estaba listo para cualquier espectáculo
que esa morena tuviera preparado para él. Ella terminó de desvestirse y se
plantó frente a su amiga, la escaneó de pies a cabeza con una sonrisa perversa,
Sandra sólo atinó a tragar saliva.
—Híncate —le
ordenó con voz altanera. Ella obedeció como si unas manos en sus hombros la
hubieran hecho arrodillarse—. ¡Muy bien! Ahora…. —dijo separando sus pies y
acerándole su pubis a esa mujer que tenía sometida delante— Límpiame. Usa bien esa lengua que tienes. Sé
por tu niña que te encanta comer cuca.
Tenía que obedecerla, lo sabía. Sandra resopló un par de
veces con esa cosa a escasos centímetros de su rostro y aquello hizo que a
Teresa se le erizara la piel. La castaña sabía que Tere era una chica… “de
mente abierta”, en más de una ocasión le había hecho insinuaciones mientras
estaban en los vestidores, de esas que no requerían palabras, tan sólo morderse
el labio al verla desnuda o comerla con la mirada. Lo hacía para descolocarla
sólo a ella, cada que ocurría, Sandra volteaba a su alrededor y se
tranquilizaba de que no había nadie viéndolas. Era para molestarla, se decía a
sí misma cada que eso pasaba y le restaba importancia. A Tere le encantaba
ponerla nerviosa y se reía cuando lograba hacerla sonrojar, terminaba por alejarse
de ella y eso era todo. Sandra jamás había pensado en tener algo qué ver con
una mujer, pero desde que había conocido a Tere, se descubrió contemplando su
cuerpo en más de una ocasión.
Tal vez por eso fue que cedió a las provocaciones de Raquel.
En verdad, tener un cuerpo femenino desnudo tan de cerca la hacía sentir cosas
extrañas, pero ¿eso la hacía lesbiana? Es decir, ya tenía la vagina de su amiga
e instructora de gimnasio en su boca; su lengua se introducía y repasaba todo
ese fluido que no paraba de emanar.
—¡Coño, sí! ¡Sí, mami! —suspiró la chica de pie, con un
sensual acento venezolano y sus manos en la cadera—. ¡Así! ¡Cómeme con hambre, puta!
Dijo aquello con la lengua saliéndosele de forma obscena. Ni
Luís ni Sandra se imaginaban cuánto había fantaseado Tere con ese momento. Sandra
era para ella un bombón, uno suavecito y dulce, un manjar que debía saborearse
a su debido momento y no cuando ella quisiera. Era para ocasiones especiales y
al fin, había llegado esa ocasión. Como si de magnetismo se tratase, sus manos
fueron atraídas a esa cabellera castaña y sus dedos empezaron a explorar su
cuero cabelludo. Y como si ambas fueran de metal, se transfirieron
electricidad, el escalofrío de una pasó a la otra y ahora Sandra también tenía
la piel de gallina.
Ella hizo caso a la última indicación y sus manos se
adhirieron a ese culo firme y redondo para enterrar aún más la cara entre esas
piernas tonificadas color canela y poderla “comer con hambre”. No había rastro
de vello en ella, su nariz se arrugaba al pegarse a ese pubis, duro como si
debajo de esa piel hubiera acero macizo. El sabor de esa golosina era distinto
al de su hija menor… era parecido a algo… algo que ella no sabría describir en
ese momento. Sentía que estaba degustando una sandía que aún no maduraba del
todo pero que ya estaba jugosa, salivaba sin control mientras averiguaba cómo
introducir su lengua más adentro.
—¡Oy, sí! —mascullaba la morena, sacudiendo sus caderas como
si quisiera cogerse esa boca— ¡Sí que tienes hambre! ¿Verdad, putita? —gruñó en
voz baja, las palabras se le escurrían cada vez más rápido—. Dime. ¿Tenías ganas de comerme la
concha?
—Sí —contestó Sandra sin alejarse de ese manjar que tenía
delante.
—¡Claro que tenías ganas! ¡UY! —gimió lentamente,
disfrutando cada instante de esa marea de emociones que la embriagaban— Con lo
que me cuenta Raqui, sé que te gusta comer cuca, puta.
No iba a perder la oportunidad de llamarla así. A ella no le
molestaba, su cerebro parecía haberse convertido en gelatina, no quería pensar…
sólo sentir y seguir lamiendo. Tere levantó la pierna, apoyándose en el sofá.
Tenía la oreja de Sandra contra el interior de su muslo y ésta no sabía cómo
más hundir su cara en esas carnes. Su lengua quería partirla en dos para poder
llegar más adentro pero no podía, repasaba por dentro y por fuera esos labios
verticales, hinchados y ya sonrosados de tanta fricción. Sus dientes
mordisqueaban, sus labios besaban. Lo salado de su sudor se mezclaba de
maravilla con lo dulce de su néctar, cada vez se apartaba más para obtener ese
toque de sal. Sal y limón para su tequila.
Tere sabía que Sandra iba a comerla rico, pero no se
esperaba que se sintiera así de bien. Seguía teniendo espasmos en su cadera
cada tanto y estaba perdida en todas esas sensaciones que ni siquiera prestó
atención a Luís. Él encajaba sus dedos en el sillón, sabía que si se llevaba la
mano a la verga iba a acabar en un santiamén y no era lo que tenía en mente. Quedarse
sólo viendo no era algo para él, se levantó y se dirigió hacia ellas. Colocó su
mano en la nuca de mamá y empezó a presionar y liberar, provocando un mete y
saca que ella aprovechó para afilar la lengua lo más que podía e imitar lo que
una verga haría.
—¡Ay, no! —bramó Tere--. ¡Para!
Sandra se detuvo en ese preciso instante, la mano de Luís no
logró hacer que se moviera. “¿Qué grado de concentración había alcanzado ella
para lograr algo así?”, se preguntó. No le importaba ya, el placer de acatar
aquella orden la tenía mentalmente sedada y físicamente complacida. Teresa no
cabía en su sorpresa, aquella había sido una expresión, no una verdadera orden.
Pero pudo ver el momento exacto en que la cabeza de Sandra quedó inmovilizada,
trancada, así como la mano de Luís intentando empujarla, pero sobre todo, vio
la expresión de desconcierto en su amiga. Pudo verlo, primero había obedecido y
luego, reaccionó. Era cierto, estaba hipnotizada.
—¡Uy! —dijo ella resoplando y abanicándose con la palma de
la mano—. Gracias, necesitaba parar —mintió y se acomodó en el sofá, tenía
mucho en qué pensar.
—Yo creo que no —dijo Luís, quien le dio unas palmadas en el
hombro a su madre para que se levantara.
Teresa estaba recostada, vio con ojos felinos cómo Luís se
acercaba a ella, sentándose a su izquierda. Definitivamente había algo distinto
en él, no sólo era su modo de hablar, era también su forma de caminar, la
manera indiferente en la que se había acercado sin voltear a verla, sus
hombros, sus codos, su columna; era otro. Emanaba algo que contrarrestaba el
calor de ellas dos, una especie de aura que logró enfriar las diminutas gotas
de sudor que habían comenzado a cubrirla a ella. No pudo evitar cruzar las
piernas cuando lo tuvo cerca, una señal inconsciente de que su cuerpo presentía
algún nivel de amenaza en él. Era inquietante y a la vez, sexy.
—Ya casi me convencen, joven —dijo la morena, buscando
mostrarse serena—. Sandra está o irremediablemente bajo tu control o
extremadamente cachonda —rio.
—Ya le dije que hiciera lo que tú quieras, lo ha hecho
—respondió él, indiferente, aún sin voltearla a ver—. No sé qué más quieras
comprobar.
—Algo que Sandra jamás se atrevería a hacer —dijo Tere,
apoyando sus manos en la pierna y acercando su cara a la oreja de él. Él seguía
sin voltearla a ver y aquello sólo la hizo emocionarse más—. Quiero que
confiese todo.
El vacío en el estómago de Sandra no hizo más que crecer,
ahora éste se extendía desde su diafragma hasta su bajo vientre. Ella sabía que
era como un libro abierto para su amiga, en sus pláticas a solas, esas en las
que le confesó su ardiente deseo de ver a sus hijos coger y unirse a ellos,
había intentado no hablar más de la cuenta. Quizás Tere no sabía qué era todo
lo que no le contaba, pero sin dudas sabía que seguía habiendo secretos, unos
muy profundos y que podrían o no estar relacionados con sus hijos. Ella seguía
de pie junto a Luís y éste la había mirado detenidamente al escuchar esa última
frase, sus ojos se clavaban en los de ella y no pudo evitar que le temblaran
las piernas y los pulgares de sus pies buscaran consuelo uno en el otro.
Él vio la angustia en su madre, era obvio que tendría
cientos, miles de secretos quizás, todos los tenemos. La curiosidad lo impulsó
a levantarse y ponerse delante de ella, con su verga siendo la medida de
distancia entre ellos. Los ojos de su madre lo miraban con desesperanza, era
obvio que no habría nada que le impidiera confesar lo que fuera.
—Ya no tienes que
obedecer a Tere —dijo lo suficientemente alto para que la aludida lo oyera
también.
—¡Ay! ¡Pero! ¿Por qué? —objetó, indignada.
—Puede preguntarte lo que quiera —continuó Luís, ignorando a
la morena que ahora estaba apoyándose en su espalda y le embarraba sus limoncitos
duros—, si no quieres responderle a ella, no lo hagas. Pero si yo te digo que respondas, lo haces.
Alivio, intriga y excitación. Sandra sólo estaba pasando de
una mezcla compleja de emociones a otra, todas repletas de adrenalina y quién
sabe qué más, ese placer oculto que le ocasionaba actuar sumisa ante Luís. Ella
asintió como haría una sirvienta, diciendo “Sí, señor” por quién sabe cuánta
vez.
Los tres subieron las escaleras y cruzaron el pasillo. El
corazón de Sandra le latía con fuerza, las puertas de los cuartos no estaban
cerradas con cerrojo y ahora Tere podía husmear si quisiera. Bueno, si Luís
quería. Pensar en que era su hijo el que tenía la última palabra en ese momento
no hacía más que humectar la parte interior de sus piernas, esas por donde
resbalaban las gotas gruesas de placer transparentes que se derramaban de su
interior. Llegaron al fondo del pasillo, su cuarto estaba abierto y a su
parecer era un desastre. Las sábanas sucias estaban arremolinadas en el suelo,
al igual que su bata, las sandalias y pantuflas. ¡Dios! ¡Qué vergonzoso era que
Tere viera semejante desorden!
—Aquí huele a mami —dijo la amiga ni bien entraron— y a
sexo. En esa cama cabemos los tres… hasta Raquel.
—Acuéstate —le
ordenó Luís a su madre, ella obedeció —. Ábrete
de piernas.
—¡Uy! ¡Qué rico! —ronroneó Tere, deleitándose con la
obediencia de su amiga a su hijo.
—¿Tienes hambre? —preguntó Luís, volteando a ver a la morena
por primera vez en mucho rato.
—¡Oh! Ya veo —siguió ronroneando ella al ver lo que pasaba—.
Sí, está bien. ¿Por qué no? Yo como a Sandrita, pero tú me comes a mí. Me quedé
en medio de algo hace rato.
—Ella no se ha venido desde que está en trance —le respondió
con esa voz fría, invalidando la queja de la morena—. No va a acabar hasta que
yo le diga.
—¡Madre santa! —exclamó Tere con las manos en las mejillas—.
¡Pobrecita! Debe ser una tortura —dijo con ternura mientras se acercaba a donde
esas piernas se unían—. Apuesto que estás muriendo de ganas por venirte en mi
cara, putita —añadió con voz sensual, gateando y poniéndose en posición.
Sandra tenía claro que no había otra cosa qué hacer más que
entregarse a la situación, acomodó bien sus talones para que esa posición fuera
menos cansada y respingó al sentir los dedos fríos de su amiga en su ingle. Su
lengua comenzó a recorrer esos hilos transparentes que no habían parado de
acumulársele. Empezó en los muslos, pero descubrió que llegaban hasta sus
tobillos, así que tenía que asegurarse de recoger todo ese delicioso jugo. Tere
también había fantaseado con algo así, nunca habría adivinado qué tan dulce
sería la esencia de Sandra. También disfrutaba del sabor de su piel, estaba
perfumada por el jabón y la fina capa de sudor apenas aportaba algún sabor
extra por haberse bañado hacía poco, era como si estuviera lamiendo un
malvavisco gigante, tenía ganas de hincarle el diente.
—¡Ah! —exclamó Sandra al sentir los dientes encajándose en
su carne brevemente.
—Tenía que intentarlo, cariño —se excusó la morena mientras
besaba y lamía el área afectada—. Dan ganas de comerte toda.
—Tenías preguntas que hacerle —intervino Luís, seguía de pie
a una distancia considerable de ellas dos—, ¿no?
—Dame un momento —dijo entre lengüetazos—. Estoy un poco
ocupada con esto, tú pregunta si quieres.
—Mamá —dijo al fin tras pensarlo un poco, ambas notaron el
cambio en su tono—. ¿Te gusta? Esto, lo que está haciéndote Tere.
La aludida aprovechó para asomar la cara y verla directo a
la cara, su sonrojada y compungida cara. Soltó una risita y volvió a bajar para
besar su clítoris antes de volver a alzar la cara y poder verla fijamente
responder.
—Sí… —dijo jadeando— claro.
—¿Quieres que siga? —preguntó la chica entre sus piernas—
Dímelo.
—S-sí… por favor.
Era curioso, pensó Sandra. Dijo aquello con vergüenza y con
duda, era algo que no había experimentado en un buen rato.
—Dile lo que quieres
que te haga —volvió a intervenir su hijo, de nuevo con voz impasible—. Dile lo que te gusta y lo que no.
—Quiero que sigas
—respondió al instante y sintió otra vez ese hormigueo recorrer su cuerpo al
hacerlo—. Vuelve a… a comerme, por favor. Me gusta cómo lo haces.
—¡Oy! —exclamó Tere con ternura y frunciendo sus labios—
¡Sólo porque lo pediste por-fa-vor! —canturreó al picotear con su dedo cada
sílaba en su pubis.
—Sigue —le ordenó
Luís, con voz —. Dile qué quieres que te
haga.
—Que me lama…
Luís tenía sus ojos clavados en el rostro de su madre. Ella
no quería ver a ninguno directamente, la vergüenza la hacía contraerse de la
cintura para arriba. Sus codos se adhirieron a sus costillas y sus puños se
pegaban a su pecho, intentando protegerse de una amenaza que nadie más veía,
tenía que ayudarla
—Háblale a ella.
—Lámeme la vagina —indicó, ahora con voz decidida—. ¡Uf!
¡Sí! Ve de izquierda a… ¡Ah! ¡Sí! ¡Así! —ronroneó con una de sus manos
estrujándose la teta—. Haz círculos alrededor del clítoris. ¡Um!
Él vio cómo empezó a retorcerse del gozo, no comprendía que
su madre estaba siendo invadida por el placer tanto de lo que estaba haciéndole
Tere, como por el hecho de estar diciéndole exactamente cómo quería que lo
hiciera y por último, la dopamina que le recompensaba por estar acatando la
instrucción que su hijo le había dado. Se acercó lentamente a donde ellas se
encontraban, posó su mano extendida sobre una de esas nalgas firmes color
canela que tenía a su disposición y Tere arqueó la espalda, presionando la parte
superior de su torso sobre la cama. Su verga llevaba un buen rato palpitando
siendo sólo espectador, mientras más cerca estaba de esos gajos carnosos, más fluido
preseminal se colaba por su uretra, formando gotas gruesas que resbalaban por
su fierro.
Tere estaba fascinada, la cuca de Sandra era rica de verdad.
Claro, era raro que un coñito no supiera bien, pero era la primera concha
madura que probaba. Era sin dudar más dulce, bien dicen que la fruta madura lo
es. Hacía caso con gusto a las indicaciones de ese mujerón que tenía las
piernas abiertas delante de ella, estaba lamiendo y chupando ese timbrecito con
ternura (como le habían pedido que hiciera) y su mano se encargaba de meterle
un par de dedos hasta donde sus nudillos le permitían. Y mientras ella
despachaba, podía sentir a Luís provocándola con su verga detrás. El muy cabrón
sólo restregaba su glande apenas lo suficiente para separar sus labios internos
y meter apenas unos milímetros en su ya dilatada abertura. A veces frotaba su
botoncito, lo cual la hacía respingar y ajustar sus rodillas, sólo estaba a la
espera de ser embestida.
—Méteme un dedo abajo… —indicó Sandra, mejor dicho, imploró—.
¡Ah! ¡Ah!
—Un dedito en el anito —canturreó Tere mientras su dedo
ensalivado pasaba a saludar el domicilio señalado—. ¡Listo, mami! ¡Uy! Este
culito come bien —ronroneó, divertida—, estás súper dilatada, mi amor.
—¡Ay, sí! Luís me la metió hace ratito y ¡Ay, me encanta! ¡Dale,
dale! ¡Más!
Un segundo dedo se unió a la
fiesta, luego un tercero. Ni le dolía a Sandra, en lo absoluto. Comenzó a
berrear como posesa con aquél estímulo, nunca había recibido más de dos dedos y
estaba tan dilatada que sentía que Teresa sería capaz de meterle la mano entera
si presionaba un poco más. Sus niveles de placer no hacían más que rebasar sus
límites cada vez más, no podía saber que su vagina estaba casi roja y
prácticamente agonizando. Habían pasado horas desde su último orgasmo, su mente
no pensaba en ello de forma consciente, pero su cuerpo no quería hacer otra
cosa más que buscar su ansiado clímax. Había una parte de ella que sólo buscaba
prolongar todo eso lo más que pudiera mientras que otra sólo moría implorando
que todo eso acabara de una vez. Con su vagina y culo siendo estimulados a ese
grado, estaba experimentando lo que jamás había imaginado en su vida, y aún
más, de la mano y boca de una mujer. Estaba en el cielo y en el infierno al
mismo tiempo.
Jamás habría podido imaginarse en
una situación así, mucho menos con alguien como Teresa. De repente, cobró
consciencia de los límites personales que había estado sobrepasando últimamente
y, sobre todo, ese mismo día. Aquella mañana, cuando le ofreció su total
entrega a los deseos de su hijo, ni de chiste hubiera concebido semejante
escena. Pensó que su nivel de actuación había estado dando frutos, ya ni le
costaba fingir que “estaba bajo el control metal de Luís”, era quizás el poder
de su sugestión y nada más. Seguir sus órdenes ciegamente era cada vez más placentero
por sí solo, no hacía falta todo esa faramalla de la hipnosis. Pensó para ella
que en cuanto el día acabase, le gustaría repetir una experiencia así con su
hijo, pero sin esa patraña de la hipno…
—Córrete.
Los berridos dieron paso a los
bramidos. Era un terremoto, la tierra estaba temblando de seguro, todo se
estaba sacudiendo, sus pies, sus rodillas, sus caderas, sus tetas y su cabeza. Pero
los dedos que la penetraban no se detuvieron, ¿acaso querían matarla de un paro
cardíaco? Un chillido se le escapó mientras manoteaba a su amiga para que la
dejara en paz, en vano. Habían abierto la llave de la fuente y sólo pudo
imaginarse la magnitud del chorro que fue a dar en la cara de la morena. Ella
misma no podía verse, pero aquello casi parecía falso, como hecho con efectos
especiales, el líquido transparente impactó en la cara de Tere sin parar
durante segundos que parecieron no tener fin. Ésta se apartó apoyándose en sus
manos, riendo fascinada por semejante squirt.
Sandra rodó hacia su derecha y
cerró sus piernas con la mano aún en su pubis, un par de chorritos continuaron saliendo.
Estaba teniendo un ataque, eso debía ser. Sus pies se sacudían a velocidades
inhumanas, estaba convulsionando. Eran olas de espasmos que la asaltaban a
intervalos irregulares. Había tenido orgasmos intensos en su vida, pero esto
era una locura.
—¡Coño! —exclamó Teresa—. Nene, yo
también quiero eso.
La mujer que yacía frente a ellos
estaba hecha un ovillo, tratando de recordar cómo respirar normalmente. Sentía
ahora las brisas de viento gracias al sudor, después de horas de fuego y
electricidad, el frío acariciaba su piel y logró apaciguarla. Todo volvió a
cobrar sentido, los borrones se transformaban en siluetas y luego, en una
imagen nítida. Sandra estaba en su cuarto, desnuda y con Tere y Luís
observándola, acababa de tener el orgasmo de su vida… y todo porque se lo
habían ordenado, su hijo le había dado permiso de acabar.
Había contado cosas vergonzosas,
había hecho cosas con Teresa que difícilmente habría imaginado hacer en el
pasado; pero todo eso era una cosa, estaba fingiendo. Ella estuvo despierta
durante todo el rato que Luís la “había puesto en trance”, lo escuchó todo, no
estaba dormida ni nada. Ella fue quien decidió seguirle la corriente, ella fue
quien hizo todo con tal de que su hijo le tuviera confianza y actuara sin
tapujos.
Pero realmente se excitaba cada
que él le había dicho qué hacer, esa sensación electrizante era algo que de
verdad sintió. ¿No era acaso el poder de su sugestión, alguna clase de efecto
placebo, un efecto secundario de su actuación?
Y por último, ese orgasmo.
Estaba cayendo en cuenta de cuánto
tiempo había estado con ganas de… acabar, había sido mucho, demasiado. Nunca,
ni siquiera cuando se tomaba descansos al tocarse ella sola para prolongar un
poquito su placer, había durado tanto tiempo aguantando las ganas de terminar.
Por más fuerza de voluntad que tuviera, eso tampoco era normal, al igual que aquella
manera en que lo hizo, casi como si fuera una explosión.
Ocurrió justo en el momento en que
oyó las palabras de su hijo, ¿sería acaso…
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