El Hombre de la Casa 23: Hipnosis de Fantasía



Sandra estaba ahí, desnuda en su cuarto, frente a su hijo, también desnudo. Sus vidas habían cambiado tanto en aquellos meses: él y su hija menor tenían una relación, una que no era típica ni natural, mucho menos bien vista. Esos dos solían tener sexo, sexo desenfrenado en bajos su propio techo y no sólo eso, ella, su madre, lo sabía. Y por si fuera poco, ella había tenido sexo con ambos en más de una ocasión.

De nada serviría recordar cómo había empezado todo ese degenere, cómo pasó de estar escandalizada y querer mandar a Luís a vivir lejos o entrar al ejército… a tenerlo ahí, desnudo, con el pene erecto apuntando en su dirección, pidiéndole algo tan descabellado que jamás pudo habérsele ocurrido:

—Quiero que me dejes hipnotizarte.

Fueron sus palabras, las había dicho hacía un rato, pero seguían repitiéndose en bucle dentro de su cabeza. ¿Hipnotizarla? Eso dijo. ¿A qué se refería? ¿Por qué quería hacer eso? De todas las cosas que le hubiera pedido, ¿por qué tenía que ser eso? ¿Para qué? Es decir, ella misma había faltado por primera vez a su trabajo, después de tantos años, para quedarse en casa con él. Ahora, su situación le permitía darse ese lujo, siendo la segunda al mando del almacén en el que llevaba trabajando desde hacía años; ausentarse fingiendo estar enferma. Y aquello fue para satisfacer su lujuria, estos últimos días le habían destapado un apetito sexual que no sentía hacía años y todo esto era por culpa… no, mejor dicho, gracias a Luís y Raquel, sus hijos.

Aquella mañana, ella le había dicho que haría lo que él quisiera. Habían tenido suficientes encuentros como para que Sandra notara que su hijo era una persona realmente curiosa en cuanto al sexo. ¿Y quién mejor que ella para ayudarlo con su experiencia? Recientemente, se sorprendía a sí misma recordando todo aquello que había hecho estando su marido vivo e incluso, antes de conocerlo. Ella era de muy buen ver a su edad, pero alguna vez fue joven y en alguna época antes de ser madre, tuvo oportunidad de probar muchas cosas.

A pesar de esa nueva relación que estaba teniendo con Luís y Raquel, tampoco creía que hubiera necesidad de que ellos supieran semejantes cosas sobre su madre. No se lo había especificado a Luís cuando se ofreció a hacer con él lo que quisiera, pero ella estaba dispuesta a todo, no sólo a tener sexo anal, a fingir ser otra mujer, a recibir azotes (eso ya lo habían hecho); sino también a ser humillada, a ser usada, que le escupieran en la cara, que la intentaran sofocar o hasta recibir bofetadas… incluso más. Tampoco era momento para confesárselo, pero aquello no era ajeno para ella.

En cambio, pese a todo a lo que ella estaba lista para acceder, aquella petición la hizo temblar. La hipnosis era que, a su parecer, eran puras patrañas y supuestamente su hijo había aprendido a hacer hacía no mucho. Al enterarse, Sandra no le dio mucha importancia, la sugestión es poderosa pero de eso a que un loquito te dé órdenes y que las obedezcas como si no tuvieras cerebro, pues… era otra cosa. Y siendo así, ¿por qué le recorría una gota de sudor frío por su espalda? Había un motivo, no sólo Raquel afirmaba que aquél talento de su hermano era real, sino que también se lo había corroborado su hija mayor, Julia.

No obstante, algo más acompañaba aquél sentimiento de incertidumbre y (¿para qué negarlo?) también miedo. Se preguntaba por qué Luís le había pedido eso. Ella misma ya le había dicho que haría lo que él le pidiera. Y entonces, lo pensó: ¿Qué tal si quería hipnotizarla sólo para pedirle aquello que de otra manera ni se animaría? Sí, eso tenía que ser. Seguramente la hipnosis ni sea real, él mismo le había dicho (en más de una ocasión, cabría puntualizar) que no podía obligar a nadie a hacer lo que no quiere… fue la vez en que ella le sugirió hipnotizar a sus dos hermanas para que la perdonaran por ser una mala madre, ¡pero esa es otra historia! Sí. Seguro que era eso. La hipnosis no es real y solamente fue una herramienta para sincerarse con su hermana menor y ella le siguió la corriente para poder acercarse a su tímido y retraído hermano mayor, ese del cual ella estaba enamorada quién sabe desde cuándo. ¡Eso debía ser! Esto no era más que una oportunidad para que el hijo se animara a pedirle a su madre aquello que en verdad quiere de ella.

Una madre siempre vela por sus hijos y Sandra amaba a cada uno de ellos a su manera. Julia era la mayor, quien terminó madurando rápidamente y ahora trabajaba casi tanto como ella; Luís era el de en medio y su único varón, era introvertido pero muy dulce y de buen corazón; y finalmente, Raquel era la menor, la más extrovertida de los tres, la más aventada y la que sin dudas, se le parecía más a ella en carácter. Al ser la menor, también era la consentida, ya que Sandra no dejaba de encontrar parecidos entre ambas y en cuanto al sexo, era igual de intensa que ella. Por otro lado, Luís era casi la viva imagen de su padre, verlo hecho un hombre la llenaba de orgullo maternal; pero verlo en plena acción con Raquel había despertado en ella otra emoción. ¿Sería eso, acaso? ¿Sería que aceptaba esa relación incestuosa porque ellos le recordaban lo que había vivido junto a su esposo años atrás?

Su mente la engañaba a veces, sobre todo cuando lo veía hacer los mismos gestos que su padre… sobre todo al momento de penetrarla. Esa expresión de calma que se transformaba en deseo en un santiamén, esa mirada de determinación cuando embiste con todas sus fuerzas, esa dulzura con la que abrazaba una vez terminado el acto… lo veía hacerlo con Raquel y fue la principal razón por la que ella no pudo resistirse más. No era que él se hubiera convertido en su favorito, más bien, tenía mucho que ver que fuera el único varón en una casa con tres mujeres (¿Sería diferente si hubiera tenido más varones? Quizás). Después de la primera vez que ella y Luís intimaron, no hubo vuelta atrás. Ya no sólo era su hijo, ahora no podía dejar de verlo como el hombre que la había vuelto hecho sentir mujer. incluso había pretendido ser una desconocida y eso los llevó a un resultado maravilloso y, más de un sentido, liberador. Esa mezcla de roles era algo que los dos apenas estaban empezado a descifrar, el principal motivo por el cual ella quiso tomar esa oportunidad para que ambos se conocieran más.

 

Estaba sentada sobre la cama. Él había salió de la habitación para conseguir algo, ¿un artilugio, quizás? En efecto, era un collar de Raquel, tenía un colgante y más pronto que tarde, lo tenía balanceándose frente a ella. Su pulso se aceleró al verlo balancearlo frente a ella, de un lado al otro. Tenía que fingir bien, pretender que empezaba a sentir sueño, así como él le decía; debía hacer como si sus párpados se cerraban solos y que sus brazos se sentían pesados, pesados… Sin embargo, a pesar de que respirara honda y lentamente, su corazón no se tranquilizaba ni un poquito y sentía que la sangre le recorría el cuerpo a toda velocidad. Las orejas le empezaron a zumbar, el sitio entre sus piernas ya estaba hirviendo y derramándose. Las palabras de su hijo se repetían como mantras, debían tranquilizarla pero sólo la estaban haciendo sudar más y más. Debía hacerse la dormida, esa tenía que ser la manera de acabar con aquello pronto.

—Recuéstate —dijo él suavemente, al fin era momento para ella de obedecer—. Bien, bien. Estás relajada y en paz…

Apenas escuchaba su voz, el zumbido en su oído le dificultaba percibir algo más que los leves movimientos de la tela de las sábanas. De repente, lo sintió. Él estaba acariciando su pierna, ella estaba segura de que se sobresaltó al sentir su palma, pero al parecer, él no se dio cuenta.

—Te gusta sentir mis manos sobre ti…

Ya había empezado, de seguro que su hijo iba a empezar a darle órdenes, meterle ideas en su cabeza. Era hora de interpretar su papel. Tenía que recordar seguir dando aquellas aspiraciones lentas y profundas, por un rato Sandra creyó que se estaba mareando con todo eso, aunque no podía estar segura teniendo los ojos cerrados. De por sí ya sentía cómo sus pezones se habían endurecido con sólo sentir su mano… no necesitaba hipnotizarla. Tenía que soportarlo, todo aquello era para averiguar qué era lo que Luís no se animaba a pedirle “estando consciente”.

—Te excita que de diga qué hacer…

Podía escucharlo todo, estaba plenamente en uso de sus facultades… y aún así, no podía evitar pensar que, efectivamente, aquellas palabras ya eran ciertas. Podía sentir su pulso a mil por hora tan sólo por escucharlo decir eso, claro que le excitaba recibir órdenes.

—Di tu nombre —le ordenó con tono más rudo… más varonil, más sexi. Ella obedeció—. Sandra… ¿en qué día naciste? —le respondió nuevamente, día, mes y año—. Así que más de cuarenta, ¿eh?

Hablaba con una voz más masculina, con más seguridad. Debía ser eso, tal vez sólo así se sentía en control de la situación y podía actuar sin dudas y sin pensárselo mucho; debía ser eso. Lo cierto era que a Sandra a veces le parecía un poco preocupante ver esa actitud tan pasiva que su hijo solía mostrar tanto en casa como en público. No sólo era su forma de hablar, su forma de caminar y hasta de hacer las cosas. Ahora, después de todo lo que habían vivido, le quedaba claro que no le atraían los hombres; aunque la duda la llegó a asechar de vez en cuando tiempo atrás. Jamás lo iba a decir en voz alta, pero le preocupaba que su único hijo varón fuera de voluntad débil, un enclenque del que se pudieran aprovechar. Escucharlo hablarle así, bajo el pretexto de que ella estaba en trance, la excitaba como mujer al igual que le hacía sentirse (mucho, ¡mucho!) más tranquila como madre. Una vez “acabara esa sesión”, debían encontrar la forma de sacar ese lado de su hijo a la luz.

La hizo levantar una mano, luego la otra, le pidió sentarse, que se apretara ella misma las tetas, incluso ponerse en cuatro patas y hasta maullar como si fuera una gata en celo. Era cierto que nunca se habría imaginado hacer nada de eso, mucho menos para su hijo; pero también era verdad que, lejos de que hacer esas cosas le dieran vergüenza o ganas de reírse, los gajos de su entrepierna no paraban de derramar sendas gotas gruesas mientras acataba cada indicación de quien “la tenía a su merced”. ¿Qué otra clase de cosas le iba a pedir que hiciera? La mera duda la mataba de curiosidad y la hacía seguir mojándose más y más.

Luís le pidió que se pusiera en cuatro, con su culo de cara a él y no sin antes soltarle una nalgada de antología tan fuerte que casi la hizo gemir.

—¿Te gusta que te azote las nalgas? —preguntó con una voz cada vez más cargada de deseo.

—Sí —se acostumbró a responder, breve y con voz monótona.

—¿El dolor te excita? —dijo mientras encajaba sus yemas en la zona enrojecida donde su palma impactó.

—Sí —suspiró.

—¿Papá lo hacía?

La pregunta la tomó por sorpresa, aquello de evitar mostrar reacciones se estaba volviendo más difícil. Una cosa era mantener una cara de póker, pero cuidarse de cualquier gesto, respingo o espasmo que se le pudiera escapar era más difícil.

—Sí —tuvo que responder, había demorado en hacerlo fracciones de segundo, pero con suerte, no se daría cuenta.

—¿Lo hacía porque él quería o porque te gustaba?

—Ambos —tenía que seguir contestando. No podía dejar que su hijo notara que en verdad estaba despierta—. Yo se lo pedí al principio, luego a él le empezó a gustar.

—Entonces, a ti te gustaba desde antes de conocerlo.

—Sí —se limitó a decir.

Había hablado de más en su anterior respuesta, lo mejor era mantener las cosas simples y no comprometerse a más. La mano de su hijo ahora frotaba su muslo, el hormigueo en su entrepierna ya se estaba convirtiendo en comezón.

—¿Y cómo supiste que te gustaba? —preguntó lentamente y con curiosidad.

—Fue por un muchacho de la secundaria —¿Qué estaba haciendo? Pudo haber dicho que lo había leído en un libro o algo así, la calentura estaba haciendo que se le escaparan las palabras y no pensara en sus respuestas.

—¿Ah, sí? ¿Él te cogió?

—Sí —volvió a decir sin dudar, era para no levantar sospechas. Había tenido el breve impulso de asentir con la cabeza, menos mal no lo hizo.

—¿Y te gustaba? —preguntó mientras otra mano también se posaba en su muslo opuesto.

—Sí —suspiró para responder pronto.

Claro que le gustaba. Alfredo, se llamaba. Era alto y fuerte, delgado, más bien, correoso. Era bueno para pelearse, un día le sacó sangre a otro niño sólo por chiflarle a Sandra mientras ésta corría a tomar el camión. Había salido en defensa de su honor, como los caballeros en los cuentos. Si bien no era guapo, era honesto y fue directo cuando le dijo que quería verla a la salida unos días después. No hace falta decir que él no buscaba algo formal con ella, aparte, sus papás no iban a dejarla tener novio y mucho menos con alguien como él. Lo que llegó a pasar en aquellas tardes después de clases, a espaldas de todos, era algo que nadie más necesitaba saber.

Bueno, nadie excepto Luís, a quien le tuvo que contar a detalle hasta terminar de satisfacer su curiosidad. Ella seguía con los ojos cerrados, porque seguía “en trance”, así que no pudo ver el reflejo de su hijo en el espejo del tocador ni cómo se frotaba lentamente la verga mientras escuchaba cómo su madre había perdido la virginidad y fue descubriendo más del sexo con otros sujetos que la vida le presentó mucho antes de quien terminaría siendo su padre.

Mientras todo eso ocurría, ahí estaba Sandra, desnuda de cuerpo y, al parecer, también de alma, incapaz de mentirle o tratar de ocultarle nada a su propio hijo, quien sólo seguía tentando su muslo con la mano y no mostraba intenciones de subir. Hubo momentos entre sus anécdotas en las que pudo sentir la punta de su pene en una nalga, pero él lo apartaba casi de inmediato. ¿Cuánto tiempo más pensaba hacerla sufrir así? Sentía que su vagina le palpitaba, los hilos gruesos de gotas transparentes le resbalaban hasta las rodillas hincadas en el colchón.

Luís por su parte por fin supo cómo es que mami descubrió el sexo anal, fue antes de entrar a la universidad y era su más profundo secreto, uno que ni se animó a contarle a Roberto, ese que terminaría siendo su primer y único novio oficial, aquél con quien después se comprometería y por quien, tras quedar embarazada, se dedicaría a ser ama de casa. Un sentimiento de pesar le invadió al oír que esa chica pícara y sensual dejó todo de lado al convertirse en madre. Más que eso, algo dentro suyo le hizo despreciar el hecho de que su padre nunca pareció mostrar interés por los gustos sexuales de su madre.

—Antes era una vez a la semana —oía a su madre responderle con voz cada vez menos monótona, batallando un poco por no jadear—, luego de tenerte a ti y a Raquel, una vez al mes y poco a poco, cada vez menos.

Él no pudo evitar llamar pendejo a aquél hombre que dejó pasar la oportunidad de cogerse a tremenda mujer. Luís había fotos de su madre cuando era joven y ahora podía admitir sin tapujos que estaba igual de buena que Julia. ¿Cómo fue que no quisiera reventarle la raja día y noche?

La línea de tiempo estaba por acercarse a la muerte de su padre y parecía que no había mucho por averiguar. Resulta que su madre de verdad se entregó en cuerpo y alma a la tarea de criarlo a él y sus hermanas, le confesó no haber tenido ningún encuentro con nadie más tras la partida de su marido hasta hacerlo con él y Raquel.

—¿Ni siquiera con Tere?

Ella respondió que no de manera impasible, bueno, eso sin contar los suspiros que se le escapaban entre frases. Aquello también era una sorpresa para él, después de todo lo que había pasado con la amiga de su madre, esa que también le había ayudado a aceptarse a sí misma y animarse a tener sexo con su hijo e hija; él había creído que habían tenido sus “queveres”. Resulta que, sin contar las veces en que la fastidiaba en los vestuarios del gimnasio, ella y Tere no habían hecho nada…

—… hasta esa vez que vino y lo hicimos los cuatro en tu cuarto —terminó de narrarle con voz llana.

La cara de Sandra estaba roja a más no poder y no era por vergüenza, había dejado de preguntarse cuánto más iba a tener que resistir todo eso hacía mucho rato. Ya no sentía las manos de Luís en sus muslos, pero sabía que estaba cerca no sólo por su voz sino por el calor que ambos emanaban y podía sentirlo en su vagina hinchada y empapada al igual que en su culo. De pronto, el colchón se sacudió un poco, él se estaba alejando.

—Cuando despiertes, vas a hacer lo que te diga —dijo con voz áspera, un escalofrío recorrió su cuerpo, no podía evitarlo—. Por todo el día de hoy —sentenció, solemne—, no podrás negarte cuando te dé una orden, te excita obedecerme. Tu cuerpo te agradecerá cada que me obedezcas.

Se dedicó a repetir sus instrucciones, lentamente y muy concentrado. Si tan sólo él supiera la verdad, si supiera que nada de eso hubiera sido necesario. La misión era clara y sencilla.  

—Sólo por hoy, vas a ser mi esclava —dijo con severidad—. ¿Me escuchaste?

—Sí —respondió, la voz le tembló.

—“Sí, señor”, di.

—Sí, señor.

—Cuando truene los dedos… —al fin, por fin podrá dejar de fingir— vas a despertar y te vas a convertir en mi esclava, ¿entendido?

—Sí, señor.

—Vas a hacer todo lo que yo te diga, ¿entendido?

—Sí, señor.

—Todo lo que te pida es una orden, ¿entendido?

—Sí, señor.

—Cuando despiertes, no vas a recordar lo que te pasó, pero vas a recordar tus instrucciones para el día de hoy. Cuando despiertes, vas a volver a ser mamá.

Entonces, escuchó el chasquido, era hora. Abrió lentamente los ojos, debía aparentar estar despertándose, se estiró por completo y su mano acarició fugazmente su entrepierna, estaba empapada.

—¿Mamá? —dijo Luís con una voz totalmente distinta, volvió a sonar amable y gentil.

—¿Uh? Me quedé dormida —le mintió—, creo que me relajé de más. ¿Funcionó?

—Eso creo.

—Pasó un rato —comentó, mirando el reloj en la pared—. ¿Qué pasó?

—Dijiste que hoy haríamos lo que yo dijera —respondió con tono infantil, se le oía contento—. Yo sólo quería asegurarme de que cumplas tu palabra.

Lo dijo, en serio se lo dijo. En realidad no había estado hipnotizada, así que ella sabía que era verdad, él sólo quería tener la certeza de que ella hiciera todo lo que él le dijera. Por un momento, ella había esperado que él le inventara una excusa, algo que ocultara sus intenciones. A pesar de toda esa faramalla de la hipnosis, él estaba siendo honesto (aunque también le había hecho contarle sus secretos). La puso contenta el pensar que Luís sólo estuviera recurriendo a ese recurso para darse ánimos. Y si siempre fue una farsa, eso también significaba que Raquel estuvo fingiendo todo el tiempo, seguramente por lo que ya sentía por su hermano desde antes. Convencerse finalmente de ello la tranquilizó de una buena vez sobre todo ese asunto de Luís hipnotizando a su hermana, eso sin contar que estaba cachondísima desde hacía un buen rato.

—Entonces… —ronroneó Sandra, jugueteando con sus pies mientras le sostenía la mirada a Luís— quieres tenerme sometida, ¿eh?

—¡Sólo por hoy!

Su respuesta fue rápida, se oía nervioso y eso le pareció genuinamente tierno. Sandra ya estaba convencida de que quería seguir jugando ese juego, después de todo, sería sólo ese día.

—¿Quieres que sea una muñeca para ti? —le preguntó seductoramente mientras gateaba sobre el colchón dándose la vuelta— ¿O acaso quieres que sea tu sirvienta… tu esclava?

Su hijo tragó saliva y ella pudo ver su miembro erguirse un poco más. Gateó mostrándole su culo grande y redondo, lo meneó para ofrecérselo y él sólo se quedó allí, inmóvil. Ella se giró de nuevo, todavía en cuatro patas y se acercó lentamente a su falo, algo transparente y espeso estaba escurriéndole ya. Abrió la boca y sacó la lengua, estaba segura de que él podría sentir su aliento cálido, pero recordó que ese juego se iba a tratar únicamente de seguir órdenes. No era el momento de ponerlo más nervioso, era tiempo de enseñarle a su hijo a comportarse como un hombre hecho y derecho.

Luís se mostraba en shock, como si aquella situación estuviera superando, pero ¿a quién quería engañar? Tener a su madre en ese estado, actuando como una hembra en celo y consciente de su posición de sumisa por ese día; estaba eufórico por dentro.

Chúpamela—le ordenó él.

—Sí, señor —le respondió ella con una sonrisa y sin pensarlo en lo absoluto.

Al fin, ella tenía algo qué hacer y ese rabo en la boca le ayudaría a sobrellevar el deseo y calentura que la invadía desde hacía tanto. Como si de un chupetín se tratara, ella sintió una especie de descarga leve, un hormigueo que la invadía tan sólo por comerse ese trozo de carne y realmente sintió alivio en su entrepierna al mismo tiempo que un par de gotas volvían a derramarse por la cara interna de sus muslos. Aquello era por estar esperando durante tanto tiempo, su cuerpo ansiaba satisfacer esa hambre que sólo ese órgano era capaz de saciar. Juraba que hasta sabía mejor que antes, sería por el sudor de su hijo o, de nuevo, el deseo que la estaba quemando viva y quizás, si seguía lamiendo y succionando, el remedio a esa fiebre brotaría de esa fuente que tenía delante.

Las piernas de Luís se contraían con ligeros espasmos, la boca de su madre estaba haciendo maravillas ahí abajo. Tenía que apoyar las manos en su cabeza por miedo a perder el equilibrio. Todavía pensaba que su hermana menor la mamaba mejor, pero en ese momento, no iba a negar que la boca de mamá estaba devorándole la verga como nunca. Sandra se había colocado esa parte de anatomía en la mejilla y su mano siguió atendiendo el tallo de ese champiñón en lo que ella le limpiaba sus bolas hasta dejarlas completamente limpias y con sabor a ella. Cada que cruzaban sus miradas, le daba más sed de aquel jarabe que se empeñaba en extraer.

—¿Dónde quieres que acabe? —le preguntó él en medio de una exhalación pesada.

—En la boca —respondió mientras abría ampliamente sus labios y sacaba la lengua con descaro.

Sandra había vuelto a responderle sin vacilar, sin algún reparo en que su hijo la oyera pedir que eyaculara sobre su lengua. Su mano continuaba el movimiento frenético y sólo esperó a que el fruto de su trabajo cayera dentro e impregnara su paladar. No era el sabor, era la sensación. Ese espeso líquido estaba tibio y lleno de él, lleno de su esencia, lleno vida. Sintió un hormigueo en lo más profundo de su intimidad, era como aliviar una comezón que había estado sintiendo desde que habían vuelto a su cuarto.

Era una vista espléndida. Luís contempló la escena mientras el último chorro era extraído por la mano de su mamá, era digna de una fotografía. Es más…

Pásame tu teléfono.

Ella apenas estaba saboreando el último sorbo de lo que había ordeñado y aun así, buscó con la mirada su celular. Esa mezcla de semen y saliva se agitó dentro de sus mejillas mientras ella se apresuraba a entregarle el dispositivo desbloqueado a su hijo. Ni siquiera se detuvo a preguntarse para qué lo quería, ni le importaba, la verdad. El ruido del obturador de la app de cámara se escuchó un par de veces.

Abre la boca.

Obedeció, lo hizo con una sonrisa mientras sentía una punzada en sus pezones. Sus manos fueron a masajearlos, estaban durísimos y por más que los apretara, no dejaba de sentir esa picazón. Él seguía tomando fotos y al final, sostuvo la cámara mientras la acercaba a su boca.

—Mira quién se quedó en casa —dijo como si le hablara a alguien más—. Te esperamos.

Concluyó antes de ponerse a teclear en el teléfono de Sandra. Ella estaba muy mal, una mano había desatendido una de sus tetas para acariciar su “tesorito”, estaba tan mojada que hasta se avergonzó por la forma en que su dedo resbalaba sin problemas entre sus labios hinchados y su clítoris. Estaba tan mal que ni siquiera se detuvo a pensar qué había pasado con el teléfono en manos de su hijo.

—¿Quién te dijo que puedes masturbarte? —le preguntó, sorprendido.

—No puedo… —le imploraba entre suspiros— no puedo más… por favor… Luís…

Deja de tocarte.

—¡Por favor!

Fue un alarido, realmente era una súplica. Sus palmas quedaron suspendidas a una distancia prudente, incapaces de alcanzar su propio cuerpo. ¿Qué había pasado? Había acatado sin dudar aquella orden. Quizás fuera que se le estaba haciendo hábito el obedecer sin vacilar, tal vez era su compromiso con seguir en aquél juego, a lo mejor, su desesperación por complacer a Luís y así, tal vez, ser recompensada por ello después. Sea lo que fuera el motivo, al menos la comezón paró por un momento. Había cumplido una vez más con la tarea asignada, era como si su cuerpo de verdad actuara por inercia, pero pensó que era mejor así, debía seguir haciéndole creer a su hijo que de verdad la había hipnotizado.

—¿Tienes ganas? —le preguntó Luís con tono condescendiente.

—Sí… por favor… —su voz le temblaba, estaba por quebrársele.

—Sí… ¿qué?

—Sí, tengo ganas de acabar —respondió desde lo más profundo de su pecho—, señor.

Límpiame la verga —le respondió con desgana.

La madre se abalanzó sobre lo que aún se erguía entre las piernas de su hijo, no había momento de titubear. Su lengua lamió y lamió hasta que ese sabor del semen quedara diluido en su saliva. Él ni la estaba viendo, se puso a manipular de nuevo su celular. Ella lo había puesto en modo vibración y claro que oía que estaban llegándole mensajes, pero no le importó, estaba concentrada en su labor. Aquél falo que había empezado a decaer cuando empezó a limpiarlo había recuperado su firmeza en cuestión de minutos.

—¡Ya! —dijo Luís, despegando al fin la cara del celular—. Basta

—Sí, señor.

Dijo eso con voz sumisa, como si fuera una costumbre en ella. Realmente le sorprendió lo fácil que estaba resultándole decirlo, sin vergüenza ni remordimiento; aunque, por supuesto que ese cosquilleo que le daba entre las piernas al decir aquella frase era un buen motivo para seguir diciéndolo.

—Le dije a Tere que venga temprano y dice que tan pronto acabe su clase, viene para acá —dijo Luís con una sonrisa torcida—. ¿Prefieres bañarte antes de que llegue?

Eso era, para eso estaba usando el teléfono, estaba mensajeándose con ella. Sandra se quedó boquiabierta. No era propio de ella hacerlo sin cubrírsela, pero ahora no tenía algo qué llevarse para tapársela, ni siquiera se le ocurrió usar sus manos. Le había hecho una pregunta, no era una orden. Asintió en silencio con su cabeza.

—Entonces, ve. Báñate bien.

Se levantó como si tuviera prisa, dijo aquella frase nuevamente. Ese “sí, señor” hizo que se destensaran sus hombros mientras salía del cuarto en dirección al baño. En un parpadeo, ya estaba bajo el chorro de la regadera, enjabonándose con total naturalidad. Debía ser sugestión, ¿no? ¿Qué otra razón habría para que estuviera actuando así? Era más que una actuación, más que el morbo de seguirle el juego a su hijo. El placer de acatar cada orden… era real, era innegable, sólo era cuestión de que viera su rostro en el espejo del baño, esa sonrisa era auténtica.

—Te traje tu toalla. —Escuchó decirle a sus espaldas, estaba entrando al baño.

—Gracias, cariño —dijo, procurando sonar de nuevo como la madre que era.

—¿Necesitas ayuda?

Aquella pregunta se sentía más como una invitación, ¿acaso él quería que lo hicieran ahí mismo? Asintió con total franqueza, el pudor le ganó y no era capaz de decirlo en voz alta.

Dime. —Otra orden, dada con impaciencia—. ¿Quieres que te ayude, sí o no?

—Sí, señor.

Ya ni se iba a molestar en darle vueltas, dijo nuevamente aquella frase para hacerlo que se acercara pronto y aliviara un poco lo que la carcomía por dentro. Luís se paró detrás de ella y le ordenó que le acercara la barra de jabón para limpiarle la espalada, ella se mordía el labio y obedeció. Como era de esperarse, pronto sus manos pasaron de sus hombros a sus tetas, todo era una mera excusa para manosearla… y no podía estar más contenta por ello. La espuma la cubría nuevamente y gracias al agua, resbalaba por su vientre y luego, por la cara interna de sus piernas. Ella cerró la llave del agua, justo como le habían señalado hacer. Ese par de manos se dieron gozo resbalando al intentar apretar sus pechos a la vez que algo más estaba aprovechando la situación para resbalar entre sus nalgas.

—¿Te lavaste aquí también? —gruñó mientras impulsaba con su cadera aquello que se hundía en su trasero.

—Sí, señor.

—¿Cuándo? —le cuestionó acercándose a su oreja, algo se estaba resbalando en su nalga, pero no hacia el interior.

—Hoy en la mañana —reportó con voz temblorosa—, antes de hacer el desayuno, señor.

—O sea que tenías ganas de que te la metiera, ¿verdad? ¿Lo querías desde tan temprano? —volvió a usar ese tono condescendiente.

—Sí… señor —dijo, ya jadeando.

—Te gusta que te la metan por atrás, ¿o no?

—¡Sí! ¡Sí! —chilló Sandra, incapaz de soportar más sin ser complacida.

Pero él no pensaba darle su recompensa todavía, en lugar de penetrarla, empezó a azotarla. Algo ocurría con el jabón y el agua, cada bofetada sonaba fuerte y resonaba en los azulejos del baño, pero apenas dolían. ¡No era justo! Había sido obediente todo ese rato, había estado interpretando bien su papel.

No vas a venirte hasta que yo te lo diga.

Escuchó su voz gruñir en voz baja una vez más, aquello fue como si le cayera un balde de agua fría, pero la llave de la regadera seguía cerrada. Era una advertencia clara de que debía seguir obedeciendo, es más, sonaba amenazante; y sin embargo, aquella frase consiguió hacer que le temblaran las piernas y le hormigueara el bajo vientre. Le gustaba, quería no sólo sentirse mujer… quería ser usada así.

Era subdirectora hacía poco, el mayor cargo por debajo del dueño del lugar en donde trabajaba, y para llegar allí había estado antes en varios cargos de gerencia. Había estado a cargo de tantas cosas en su vida, siendo la jefa de varias personas, lidiando con responsabilidades en muchas ocasiones la superaban… era desgastante. Sandra no lo iba admitir en voz alta, pero su cuerpo y sus entrañas ya se lo estaban diciendo: ansiaba actuar sin pensarlo, apagar toda preocupación, dejar de preguntarse qué decisión tomar y… sí, someterse a la voluntad de alguien más. ¿Era una de esas que llaman “masoquistas”? ¿Quería que ser dominada y, aún peor, por su propio hijo? Claro, si no, ¿por qué otro motivo estaría así, contenta? ¿Por qué otra razón estaría fingiendo haber sido hipnotizada por su hijo? ¿Por qué motivo le habría dicho esa mañana que harían todo lo que él quisiera? Moría de ganas, quería ser sometida.

Más nalgadas. No, no sólo estaba ansiando ser dominada, quería algo más.

Ensártatela tú misma.

—Sí, señor. Gracias.

Luís estaba como si él mismo hubiera entrado en trance. La mano de su mamá buscó a tientas su verga y velozmente supo acomodarla en aquella entrada que se ocultaba entre sus enormes nalgas, con una precisión propia de la experiencia, hizo que la cabeza de esa serpiente entrara en poco tiempo. Él no movió ni un músculo, dejándole en claro a ella en qué consistía su más reciente encomienda: debía terminar de introducírsela toda por sí misma. Él tenía ese deseo de volver a tener el control de una mujer, un control total. Habían pasado meses desde que había gozado de la obediencia total de Raquel, no pensaba mucho en eso y no era algo que alguna vez admitiría, pero lo extrañaba. Aunque ahora era como si hubieran estado viviendo una fantasía color de rosa, con eso de que ambos parecían enamorados, la adición de Sandra lo hacía dudar de tantas cosas. Esto de los sentimientos era algo que apenas creía haber empezado a vivir, de la mano del sexo y el incesto; todo a la vez. Pero la relación con su madre había pasado de ser distante y simbólica a algo completamente, definitivamente, más allá de algo cercano e íntimo.

Ella ya había logrado recibir más de la mitad, su culo se deslizaba adelante y atrás, sirviéndose de aquél riel que aún no entraba completo. Con ímpetu, iba abriéndose paso, poco a poco, una estocada a la vez. Su cara estaba roja de la calentura que la invadía, podía verse su reflejo en el espejo, ya resoplaba por la cadencia que había conseguido, por fin podía sentir aquello que tanto ansiaba. Luís no hacía más que permanecer en su posición y aprovechar para dejarle sentir su aliento cada que tenía al alcance su nuca, estaba disfrutando ver a su madre dejándose llevar por su propio deseo.

Le era imposible discernir entre lo que pensaba y lo que quería hacer, las dudas lo asechaban cada que tenía esos “pensamientos impuros”. El trato que recibía de ella, el que él tenía que darle a ella, sus respectivos lugares en todo eso… lo tenía totalmente confundido. Esto era justo lo que él necesitaba, tenerla a su merced por todo un día no sólo le permitía comportarse como se le diera la regalada gana frente a ella y sin tapujos, también era su oportunidad de dejar las cosas claras de una vez por todas.

—Siempre actúas diferente —dijo con voz gutural, raspando la piel detrás de su cuello con los dientes—, a veces eres mamá… a veces eres otra persona…

—Luís… —suspiró ella.

—Y luego, está Sandra. ¿Quién eres? ¿Quién te gustaría ser?

Aquello le sonaba ridículo a su madre, sobre todo en ese momento. ¿Qué acaso no podía hacerle esas preguntas después de que… ¡Claro que era ella! ¿Quién más iba a ser? Un vacío iba contrayéndole el estómago mientras los segundos pasaban y ya le faltaba poco para terminar de meterse esa cosa completamente. ¿Qué clase de pregunta era esa, al fin y al cabo?

—Yo… —gimió— yo soy tu madre, Luís —pudo al fin enunciar, haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que le era posible concentrar en ese momento—. Soy la misma de siempre…

—La misma que me dio la vida —dijo, acomodando las manos en su cadera—, la misma que me daba las buenas noches… —Estaba preparándose, Sandra lo sabía—. La misma que le gusta que le revienten el culo a punta de verg…

—¡LUÍS!

Esos últimos centímetros. Esos benditos, difíciles, dolorosos y gloriosos últimos centímetros entraron al fin. Él no usaba ese lenguaje en presencia de ella, podría decirse que su impulso maternal la hizo interrumpirlo. Pero eso hubiera sido irrespetuoso, pensó él, que una esclava interrumpiera a su amo… no era algo tolerable. Aquella última arremetida la había dado a modo de reprimenda, sí.

—¿No que esto querías? —le susurró al oído.

Retrocedió sólo para volver a empujar con todas sus fuerzas. Ella sólo se limitó a sacar el aire de sus pulmones resoplando bruscamente e incapaz de articular algún sonido. Su espalda se arqueó y la mejilla de su hijo le raspó la mejilla, sintió el vaho de su respiración y eso la trajo de vuelta a la realidad. Estaba segura de que todo aquello que estaba experimentando la habrían hecho acabar en ese mismo instante, pero no sentía más que esa mezcla de dolor, placer y una fuerte sensación nueva, algo se estaba acumulando dentro suyo y a la vez, era como si estuviera vacía. Era hambre, era sed, algo faltaba.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ah! ¡Ah! —su voz fue cambiando, con cada bombeo que le daban, pasaban de ser quejidos a gemidos.

 —No vuelvas a interrumpirme —dijo Luís con voz grave y rasposa.

—¡Ah! ¡Ah! ¡N-no-oh! —no podía hablar, cada embestida le arrancaba un nuevo gemido, pero se esforzó por responderle en sus términos—. N-no, se… ¡ah! —falló de nuevo, tenía que lograrlo— No… señor.

—Te gusta que te rompa el culo, mamá. Sandra no me dejó metérsela en los baños.

—No estaba preparada para hacerlo aquella vez… ¡ah! —Fue sincera, sentía por alguna razón que tenía que aclararle eso—. Una no puede hacerlo por ahí así como ¡Ah! Así, como así…

—No te limpiaste la colita ese día, ¿eh?

—N-no ¡oh! ¡No, señor!

—Está bien, está bien… —dijo él con voz más tranquila.

Las embestidas comenzaron a ser más suaves, no lentas, pero Sandra sentía que empujaban menos sus entrañas. Tenía las manos apoyadas en la pared y podía sentir sus tetas enormes balanceándose a la vez que sintió como su pecho se liberaba de algo más que no era aire, tal vez era la liberación de sincerarse ante su hijo, tal vez era algo que tenía callado y al soltarlo le quitaba presión a su interior. Casi deseó desde lo más hondo de su ser que ese momento se repitiera, quería volver a sentir ese alivio.

—Así que era eso, Sandra. Con eso de que te gusta que te la meta por el culo…

Ese jueguito la seguía desconcertando un poco, era como si su hijo de verdad creyera que ella tenía múltiples personalidades, no le hablaba igual a “Sandra” que cuando le decía “mamá”. Pero definitivamente volvió a sentir que la humedad entre sus piernas volvía a escurrírsele, podía no entender a cabalidad lo que estaba pasando entre ella y él en ese momento, unidos de la forma en que estaban; pero su cuerpo estaba actuando. Lo quisiera o no, su cuerpo sabía qué era ese sentimiento y cómo reaccionar.

—¡Ah! ¡Ah! —se aseguró de no guardarse ningún gemido, no quería que aquello acabara.

—Te está gustando, ¿verdad?

—¡Sí! ¡Sí! —repitió como disco rayado— ¡Sí! ¡SÍ! ¡SÍ ME GUSTA!

—¿Así te gustaba que te la metiera papá? —preguntó con tono algo mordaz, morboso.

—¡Él nunca me la metió por ahí!

Lo dijo, otra vez había respondido sin vacilar y había sido bueno para ella porque esta vez estaba hablándole a su hijo sin el pretexto de “estar en trance” y sería la primera vez que le confesaría ese detalle de su intimidad con su padre. Otra vez sentía esa cosa que le oprimía entre los pulmones abandonar su pecho en cada gemido. Luís seguía penetrándola, había bajado la velocidad, a veces duro y a veces, suave; eso sí, sin detenerse. A modo de recompensa, su mano volvió a acariciar sus ya convalecientes pezones, sus pellizcos eran como caricias que aminoraban la comezón que sentían.

—Entonces, ¿alguien más te la metió por el culo?

—¡S-sí! —chilló cuando sus dos pezones fueron pellizcados con fuerza—. Sí, señor.

—¿Un novio? ¿O era un amante? —la interrogó con curiosidad, eso sí, sin dejar de montarla,

—F-fue… ¡Uh! Fue antes de conocer a su papá ¡Ah! ¡AH! Él… ¡Ah! Sólo nos vimos unas veces…

—Y te gustó.

—¡Sí! —casi lo gritó— ¡Sí, señor!

—Y si tanto te gustaba —dijo Luís, casi deteniendo sus caderas—, ¿por qué no lo hiciste con papá?

—¡Ay! Ah… Luís… —jadeó ella, aprovechando la pausa para respirar—. Él no estaba interesado en esas cosas.

—¿Lo intentaste siquiera?

—Yo… —estaba haciendo memoria— una vez le hice el comentario… de que había quienes lo hacían por allí, él sólo hizo una mueca de asco y cambiamos de tema. No le insistí después.

—Nunca sabrá lo que dejó pasar —dijo al mismo tiempo que volvía a introducir su verga hasta el fondo, logrando arrancarle un débil gemido a su madre—. ¿Y te metías dedo cuando él no estaba?

—A veces… —dijo, pensativa.

Luís estaba metiendo y sacando su miembro lentamente, sintiendo a detalle cada pliegue interno de ese recto que lo recibía cálidamente, no podía creer que alguien pudiera desaprovechar algo así. Sandra sólo se había quedado pensativa con la pregunta, no lo había pensado, pero mientras rememoraba sus experiencias en la cama con el padre de sus hijos comenzó a darse cuenta de lo insatisfecha que había sido todos esos años. Fueron raras las ocasiones en las que ella pudo tener tiempo para tocarse, después de todo, era madre de tres y casi siempre acababa rendida en cada espacio de paz que tenía. Pero sí, podía recordar que cuando los niños crecieron, su cuerpo recibió atención de sus dedos y, a veces, el mango de su cepillo de dientes. Y ahora, se lo estaba contando a su hijo, cuya verga era mucho mejor que cualquier cepillo o consolador.

—Lo compré hace unos años —narró ella después de que Luís la cuestionara, sus embestidas seguían siendo lentas para dejarla hablar con soltura—. Escuché a una muchacha hablando de vibradores y me animé a comprarlo.

—Pero te gusta más mi verga, ¿no?

—¡Mil veces! —se sinceró desde su ronco pecho— ¡Ah! ¡AH! ¡AH!

Dilo —le ordenó gruñendo, volviendo a la carga con fuerza—. Di qué es lo que te gusta cuando te meten la verga por el culo.

—¡Ay! ¡Ah! Me gusta cómo se siente… ¡Uy, sí! ¡Así! Está caliente… está gruesa… ¡Ah! Llega más lejos… ¡Uf! Me vuelve loca ¡Ah!

No era mentira. La de Luís era más grande que aquella había desvirgado su anito adolescente años atrás, pensar en eso, en que la verga de de su hijo era la más grande que había recibido su culo sólo la hacía retorcerse en breves espasmos. Sin embargo, él comenzó a contener sus embates, su límite se estaba acercando y no tenía planeado acabar pronto. El impulso de acabar dentro del culo de esa mujer fue difícil de combatir, pero lo logró. Tenía la verga casi roja al sacarla, había estado cerca.

El calor la invadió, su pulso seguía acelerado mientras recuperaba el aliento, resoplando con las manos apoyadas en las llaves del agua. El alivio que sintió cuando ese pene salió de su cuerpo era sólo físico, ella no lo veía pero los pliegues de su esfínter se contraían y dilataban, no querían que los abandonaran. Él le había dicho que no la iba a dejar terminar hasta que él quisiera y no podía creer que había aguantado todo ese tiempo sin llevarse las manos a su clítoris y conseguir su tan ansiado orgasmo. ¡Dios! ¡Cómo algo tan frustrante podía ser tan placentero! Su intimidad, su “tesorito”, al igual que su culo deseaban con ganas ser atendidos, haciendo que sus piernas temblaran levemente mientras intentaba enderezarse. Sin embargo, al mismo tiempo, una descarga eléctrica le recorría la columna, era como un cosquilleo en lugar de un escalofrío… y se sentía bien. Era esa sensación de un baño frío, combinada con el calor infernal que la quemaba por dentro lo que la estaba volviendo loca…

Y le encantaba.

Él adelantó la mano rozándole una teta para abrir la llave del agua otra vez. La frescura de esas gotas cayendo por la regadera le dieron un verdadero escalofrío y se le puso la piel de gallina. Todavía sentía ese trozo de fierro ardiente calentarle el muslo, él no se retiró y la tenía a ella ahora a escasos centímetros de la pared. Las manos de su hijo volvían a repasar su cuerpo y aunque ahora sí pasaron a saludar allí abajo, apenas y se quedaron.

Él se enjabonó y se limpió rápidamente mientras ella sólo supo quedarse ahí. Los pies de ambos permanecieron en su sitio, así que todo ese rato la verga de Luís se paseó por sus piernas y glúteos, de un lado al otro, tan sólo para recordarle que ahí seguía. Él se salió primero de la ducha, le acercó su toalla y salió del baño sin decir más.

Tardó un rato en recordar que podía moverse, no necesitaba que le dieran una orden para secarse, ¿verdad?

¿Verdad?

—¡Tere ya acabó su clase de hoy! —oyó que le decía desde su cuarto—. Dice que ya viene para acá. ¡Sécate y baja a la sala!

—¡Sí, señor! —respondió con una sonrisa, apresurándose con la toalla para obedecer y sentir ese cosquilleo recorriéndole el cuerpo una vez más.

 

Llegó a planta baja y no sabía qué hacer. Había pasado por el cuarto de Luís y lo vio de reojo, acostado con el teléfono en la mano, su mástil seguía erguido. ¿En serio era capaz de aguantarse las ganas de acabar? Todo estaba relativamente en orden si no te fijabas mucho, la fina capa de polvo que cubría todo era perceptible sólo para un ojo entrenado como el de Sandra. Aquello no estaba limpio como solía dejarlo su hijo, tal vez no se había dado el tiempo ahora que había empezado a tomar sus clases para masajista. Los cojines estaba aplastados donde ella y él se quedaron viendo la tele hacía poco, no se veían mullidos como a ella le gustaba. Y la loza sucia aún estaba en la tarja del frega-

—¿Qué tienes? —oyó la voz de su hijo decirle desde arriba de las escaleras.

—¡Ah! ¡No, nada! Sólo estaba pensando…

Siéntate. Tere ya debe estar en camino manejando, dejó de responderme hace rato.

—Bueno —dijo mientras tomaba asiento en el mismo sitio donde había estado con Luís, sonriendo sin poder evitarlo—, al menos no ve el celular mientras maneja —rio. Se sentía bien, muy bien. ¿Siempre había sido así de cómodo ese sillón? —. Ojalá no tarde mucho.

—Sí… —le respondió él, un tanto ausente.

Luís había estado chateando un rato antes de bajar. Le contó lo que había hecho con su madre, de la sesión de hipnosis y de su estado de obediencia total… eso sí, aderezando aquella conversación con una foto de su verga, ya ordeñada un par de veces y al borde de acabar otra vez en su cama. Ésta le había contestado como sólo ella sabía hacer en situaciones así.

Papi ya quiero ver esa verga en accion!!!! 🥵
Mami ya la probó hoy, quiero
Mira como me tienes

Los mensajes habían sido esporádicos. Él no lo sabía, pero la morena estaba batallando para escribir con lo mojada que estaba después de ver las fotos de Sandra mamándosela al que era “su novio”, su propio hijo. Se tomó fotos en el vestidor, como solía. No le importara que las demás mujeres la vieran sacarse una teta y posar con la lengua de fuera a la cámara de su teléfono, al contrario, eso la prendía aún más. Pero tuvo que ir corriendo al baño para grabarse y mostrarle a Luís el desastre en el que se habían convertido sus licras y ni hablar del tanga debajo. Los delgados hilos de esa sustancia viscosa excitarían a cualquiera, independientemente del abdomen de lavadero o las piernas tonificadas que se cargaba.

Ese fue su último mensaje, no podía entretenerse ahí en los baños un minuto más. Corrió a toda velocidad por sus cosas y luego, directo a su auto. No había tiempo para cambiarse ni para revisar los mensajes que le seguían llegando, había que llegar a esa casa pronto. El tráfico todavía no se ponía pesado, así que era una señal de que el Cielo le estaba ayudando a llegar pronto a su destino. Apagó el motor, se estacionó en la banqueta porque ahí en el jardín estaba el auto de Sandra. Pudo ver que había aparecido de nuevo esa diminuta mancha transparente en la tapicería de su asiento, tendría que volver a lavarla en cuanto llegara a su casa.

El timbre repicó varias veces con rapidez, Tere había llegado. Ya habían escuchado el motor del auto estacionándose. Sandra se encontraba arrodillada, junto a la puerta, de nuevo con la verga de su hijo en la boca; ambos, desnudos. Él esperó un poco antes de abrir, asegurándose de que su invitada pudiera entrar pero sin que se vieran ni él ni su madre a nadie que se asomara desde la calle. La morena se llevó las manos a la boca y ahogó un grito de sorpresa.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó hacia dentro, apurándose en cerrar la puerta ella—. ¡Mira nada más como me recibe mi suegrita!

Sandra dijo algo que no pudo entenderse con la boca llena de verga como la tenía. Aquello le sacó una risita a su amiga recién llegada, quien se acercó a Luís y le plantó un beso en la mejilla.

—Entonces, lo hiciste —dijo para confirmar lo que veían sus ojos al tiempo que rodeaba el cuello de su novio.

—Ella fue la que dijo que hoy haríamos lo que yo quisiera.

—¿Cómo? —preguntó la morena, desconcertada— ¿O sea que no está…

—Sí la hipnoticé —la interrumpió con tono de fastidio mientras acariciaba la mejilla de Sandra—. Ella dijo que haríamos lo que quisiera y le dije que quería hipnotizarla todo el día de hoy.

—¡Oh! —exclamó Tere lentamente y se asomó abajo para ver la cara de su amiga, su suegra—. ¿Es verdad eso, mami?

Aquellas palabras sonaron condescendientes, más bien burlonas. Pero no le molestó, Sandra estaba mojadísima y sin sacarse el rabo de su hijo de la boca, intentó sonreírle mientras asentía.

—¡Madre mía! —dijo sorprendida la morena—. ¡Pero qué cosa tan extraña! —ronroneó al alejarse de ellos y se dirigió a la sala—. ¡Coño! ¿Por qué siento que no es verdad?

Eso congeló a Sandra. Cerró los ojos y respiró hondo, su pulso se elevó y sintió una gota de sudor recorrerle toda la espalda hasta la separación de sus nalgas. No lo había pensado, ahora tendría que convencer tanto a Luís como a Tere.

—Así que tenemos a una escéptica, ¿eh? —contestó Luís, desafiante.

—Mami dijo que haría lo que tú quisieras por el día de hoy —refutó desde un punto que Sandra no podía ver—, eso es trampa. No cuenta.

—Suena a que quieres ponerla a prueba —la sondeó él.

—Suena a que me lees la mente —rio Tere.

Él sacó su miembro de la boca de su madre y se dirigió hacia donde se encontraba la recién llegada. Sandra sólo permaneció donde se encontraba, el frío de la incertidumbre la invadía conforme pasaban los segundos en esa posición.

Ven —escuchó a su amo llamarla.

Obedeció y sus nervios se le calmaron un poco gracias al placer de cumplir con aquella indicación. Mientras se acercaba con timidez, veía cómo su amiga había empezado a desvestirse, sentada en el mismo sitio donde ella había estado antes de su llegada. No estaba poniendo atención a la conversación entre ella y Luís, parecían estar debatiendo, él decía algo y ella lo rebatía. Él se llevó la mano a la cintura, lo hacía ver confiado en su labor de hipnosis. Sandra pensó que no podía hacerlo quedar mal.

—Está bien —dijo Tere con resignación—, dile que me obedezca.

Haz lo que ella te diga —Luís le indicó a su madre, sonaba indignado y a la vez, deseoso por lo que podría ocurrir.

—Sí… —Sandra dudó un poco con su amiga ahí, pero sabía que tenía que terminar su frase diciendo— señor.

—¡Uy! —chilló de gusto— Con que “Señor” ¿eh? ¡Pícaro!

Luís se encogió de hombros y sonrió burlonamente mientras iba a buscar asiento en el otro sofá, estaba listo para cualquier espectáculo que esa morena tuviera preparado para él. Ella terminó de desvestirse y se plantó frente a su amiga, la escaneó de pies a cabeza con una sonrisa perversa, Sandra sólo atinó a tragar saliva.

Híncate —le ordenó con voz altanera. Ella obedeció como si unas manos en sus hombros la hubieran hecho arrodillarse—. ¡Muy bien! Ahora…. —dijo separando sus pies y acerándole su pubis a esa mujer que tenía sometida delante— Límpiame. Usa bien esa lengua que tienes. Sé por tu niña que te encanta comer cuca.

Tenía que obedecerla, lo sabía. Sandra resopló un par de veces con esa cosa a escasos centímetros de su rostro y aquello hizo que a Teresa se le erizara la piel. La castaña sabía que Tere era una chica… “de mente abierta”, en más de una ocasión le había hecho insinuaciones mientras estaban en los vestidores, de esas que no requerían palabras, tan sólo morderse el labio al verla desnuda o comerla con la mirada. Lo hacía para descolocarla sólo a ella, cada que ocurría, Sandra volteaba a su alrededor y se tranquilizaba de que no había nadie viéndolas. Era para molestarla, se decía a sí misma cada que eso pasaba y le restaba importancia. A Tere le encantaba ponerla nerviosa y se reía cuando lograba hacerla sonrojar, terminaba por alejarse de ella y eso era todo. Sandra jamás había pensado en tener algo qué ver con una mujer, pero desde que había conocido a Tere, se descubrió contemplando su cuerpo en más de una ocasión.

Tal vez por eso fue que cedió a las provocaciones de Raquel. En verdad, tener un cuerpo femenino desnudo tan de cerca la hacía sentir cosas extrañas, pero ¿eso la hacía lesbiana? Es decir, ya tenía la vagina de su amiga e instructora de gimnasio en su boca; su lengua se introducía y repasaba todo ese fluido que no paraba de emanar.

—¡Coño, sí! ¡Sí, mami! —suspiró la chica de pie, con un sensual acento venezolano y sus manos en la cadera—. ¡Así! ¡Cómeme con hambre, puta!

Dijo aquello con la lengua saliéndosele de forma obscena. Ni Luís ni Sandra se imaginaban cuánto había fantaseado Tere con ese momento. Sandra era para ella un bombón, uno suavecito y dulce, un manjar que debía saborearse a su debido momento y no cuando ella quisiera. Era para ocasiones especiales y al fin, había llegado esa ocasión. Como si de magnetismo se tratase, sus manos fueron atraídas a esa cabellera castaña y sus dedos empezaron a explorar su cuero cabelludo. Y como si ambas fueran de metal, se transfirieron electricidad, el escalofrío de una pasó a la otra y ahora Sandra también tenía la piel de gallina.

Ella hizo caso a la última indicación y sus manos se adhirieron a ese culo firme y redondo para enterrar aún más la cara entre esas piernas tonificadas color canela y poderla “comer con hambre”. No había rastro de vello en ella, su nariz se arrugaba al pegarse a ese pubis, duro como si debajo de esa piel hubiera acero macizo. El sabor de esa golosina era distinto al de su hija menor… era parecido a algo… algo que ella no sabría describir en ese momento. Sentía que estaba degustando una sandía que aún no maduraba del todo pero que ya estaba jugosa, salivaba sin control mientras averiguaba cómo introducir su lengua más adentro.

—¡Oy, sí! —mascullaba la morena, sacudiendo sus caderas como si quisiera cogerse esa boca— ¡Sí que tienes hambre! ¿Verdad, putita? —gruñó en voz baja, las palabras se le escurrían cada vez más rápido—. Dime. ¿Tenías ganas de comerme la concha?

—Sí —contestó Sandra sin alejarse de ese manjar que tenía delante.

—¡Claro que tenías ganas! ¡UY! —gimió lentamente, disfrutando cada instante de esa marea de emociones que la embriagaban— Con lo que me cuenta Raqui, sé que te gusta comer cuca, puta.

No iba a perder la oportunidad de llamarla así. A ella no le molestaba, su cerebro parecía haberse convertido en gelatina, no quería pensar… sólo sentir y seguir lamiendo. Tere levantó la pierna, apoyándose en el sofá. Tenía la oreja de Sandra contra el interior de su muslo y ésta no sabía cómo más hundir su cara en esas carnes. Su lengua quería partirla en dos para poder llegar más adentro pero no podía, repasaba por dentro y por fuera esos labios verticales, hinchados y ya sonrosados de tanta fricción. Sus dientes mordisqueaban, sus labios besaban. Lo salado de su sudor se mezclaba de maravilla con lo dulce de su néctar, cada vez se apartaba más para obtener ese toque de sal. Sal y limón para su tequila.

Tere sabía que Sandra iba a comerla rico, pero no se esperaba que se sintiera así de bien. Seguía teniendo espasmos en su cadera cada tanto y estaba perdida en todas esas sensaciones que ni siquiera prestó atención a Luís. Él encajaba sus dedos en el sillón, sabía que si se llevaba la mano a la verga iba a acabar en un santiamén y no era lo que tenía en mente. Quedarse sólo viendo no era algo para él, se levantó y se dirigió hacia ellas. Colocó su mano en la nuca de mamá y empezó a presionar y liberar, provocando un mete y saca que ella aprovechó para afilar la lengua lo más que podía e imitar lo que una verga haría.

—¡Ay, no! —bramó Tere--. ¡Para!

Sandra se detuvo en ese preciso instante, la mano de Luís no logró hacer que se moviera. “¿Qué grado de concentración había alcanzado ella para lograr algo así?”, se preguntó. No le importaba ya, el placer de acatar aquella orden la tenía mentalmente sedada y físicamente complacida. Teresa no cabía en su sorpresa, aquella había sido una expresión, no una verdadera orden. Pero pudo ver el momento exacto en que la cabeza de Sandra quedó inmovilizada, trancada, así como la mano de Luís intentando empujarla, pero sobre todo, vio la expresión de desconcierto en su amiga. Pudo verlo, primero había obedecido y luego, reaccionó. Era cierto, estaba hipnotizada.

—¡Uy! —dijo ella resoplando y abanicándose con la palma de la mano—. Gracias, necesitaba parar —mintió y se acomodó en el sofá, tenía mucho en qué pensar.

—Yo creo que no —dijo Luís, quien le dio unas palmadas en el hombro a su madre para que se levantara.

Teresa estaba recostada, vio con ojos felinos cómo Luís se acercaba a ella, sentándose a su izquierda. Definitivamente había algo distinto en él, no sólo era su modo de hablar, era también su forma de caminar, la manera indiferente en la que se había acercado sin voltear a verla, sus hombros, sus codos, su columna; era otro. Emanaba algo que contrarrestaba el calor de ellas dos, una especie de aura que logró enfriar las diminutas gotas de sudor que habían comenzado a cubrirla a ella. No pudo evitar cruzar las piernas cuando lo tuvo cerca, una señal inconsciente de que su cuerpo presentía algún nivel de amenaza en él. Era inquietante y a la vez, sexy.

—Ya casi me convencen, joven —dijo la morena, buscando mostrarse serena—. Sandra está o irremediablemente bajo tu control o extremadamente cachonda —rio.

—Ya le dije que hiciera lo que tú quieras, lo ha hecho —respondió él, indiferente, aún sin voltearla a ver—. No sé qué más quieras comprobar.

—Algo que Sandra jamás se atrevería a hacer —dijo Tere, apoyando sus manos en la pierna y acercando su cara a la oreja de él. Él seguía sin voltearla a ver y aquello sólo la hizo emocionarse más—. Quiero que confiese todo.

El vacío en el estómago de Sandra no hizo más que crecer, ahora éste se extendía desde su diafragma hasta su bajo vientre. Ella sabía que era como un libro abierto para su amiga, en sus pláticas a solas, esas en las que le confesó su ardiente deseo de ver a sus hijos coger y unirse a ellos, había intentado no hablar más de la cuenta. Quizás Tere no sabía qué era todo lo que no le contaba, pero sin dudas sabía que seguía habiendo secretos, unos muy profundos y que podrían o no estar relacionados con sus hijos. Ella seguía de pie junto a Luís y éste la había mirado detenidamente al escuchar esa última frase, sus ojos se clavaban en los de ella y no pudo evitar que le temblaran las piernas y los pulgares de sus pies buscaran consuelo uno en el otro.

Él vio la angustia en su madre, era obvio que tendría cientos, miles de secretos quizás, todos los tenemos. La curiosidad lo impulsó a levantarse y ponerse delante de ella, con su verga siendo la medida de distancia entre ellos. Los ojos de su madre lo miraban con desesperanza, era obvio que no habría nada que le impidiera confesar lo que fuera.

Ya no tienes que obedecer a Tere —dijo lo suficientemente alto para que la aludida lo oyera también.

—¡Ay! ¡Pero! ¿Por qué? —objetó, indignada.

—Puede preguntarte lo que quiera —continuó Luís, ignorando a la morena que ahora estaba apoyándose en su espalda y le embarraba sus limoncitos duros—, si no quieres responderle a ella, no lo hagas. Pero si yo te digo que respondas, lo haces.

Alivio, intriga y excitación. Sandra sólo estaba pasando de una mezcla compleja de emociones a otra, todas repletas de adrenalina y quién sabe qué más, ese placer oculto que le ocasionaba actuar sumisa ante Luís. Ella asintió como haría una sirvienta, diciendo “Sí, señor” por quién sabe cuánta vez.

 

Los tres subieron las escaleras y cruzaron el pasillo. El corazón de Sandra le latía con fuerza, las puertas de los cuartos no estaban cerradas con cerrojo y ahora Tere podía husmear si quisiera. Bueno, si Luís quería. Pensar en que era su hijo el que tenía la última palabra en ese momento no hacía más que humectar la parte interior de sus piernas, esas por donde resbalaban las gotas gruesas de placer transparentes que se derramaban de su interior. Llegaron al fondo del pasillo, su cuarto estaba abierto y a su parecer era un desastre. Las sábanas sucias estaban arremolinadas en el suelo, al igual que su bata, las sandalias y pantuflas. ¡Dios! ¡Qué vergonzoso era que Tere viera semejante desorden!

—Aquí huele a mami —dijo la amiga ni bien entraron— y a sexo. En esa cama cabemos los tres… hasta Raquel.

Acuéstate —le ordenó Luís a su madre, ella obedeció —. Ábrete de piernas.

—¡Uy! ¡Qué rico! —ronroneó Tere, deleitándose con la obediencia de su amiga a su hijo.

—¿Tienes hambre? —preguntó Luís, volteando a ver a la morena por primera vez en mucho rato.

—¡Oh! Ya veo —siguió ronroneando ella al ver lo que pasaba—. Sí, está bien. ¿Por qué no? Yo como a Sandrita, pero tú me comes a mí. Me quedé en medio de algo hace rato.

—Ella no se ha venido desde que está en trance —le respondió con esa voz fría, invalidando la queja de la morena—. No va a acabar hasta que yo le diga.

—¡Madre santa! —exclamó Tere con las manos en las mejillas—. ¡Pobrecita! Debe ser una tortura —dijo con ternura mientras se acercaba a donde esas piernas se unían—. Apuesto que estás muriendo de ganas por venirte en mi cara, putita —añadió con voz sensual, gateando y poniéndose en posición.

Sandra tenía claro que no había otra cosa qué hacer más que entregarse a la situación, acomodó bien sus talones para que esa posición fuera menos cansada y respingó al sentir los dedos fríos de su amiga en su ingle. Su lengua comenzó a recorrer esos hilos transparentes que no habían parado de acumulársele. Empezó en los muslos, pero descubrió que llegaban hasta sus tobillos, así que tenía que asegurarse de recoger todo ese delicioso jugo. Tere también había fantaseado con algo así, nunca habría adivinado qué tan dulce sería la esencia de Sandra. También disfrutaba del sabor de su piel, estaba perfumada por el jabón y la fina capa de sudor apenas aportaba algún sabor extra por haberse bañado hacía poco, era como si estuviera lamiendo un malvavisco gigante, tenía ganas de hincarle el diente.

—¡Ah! —exclamó Sandra al sentir los dientes encajándose en su carne brevemente.

—Tenía que intentarlo, cariño —se excusó la morena mientras besaba y lamía el área afectada—. Dan ganas de comerte toda.

—Tenías preguntas que hacerle —intervino Luís, seguía de pie a una distancia considerable de ellas dos—, ¿no?

—Dame un momento —dijo entre lengüetazos—. Estoy un poco ocupada con esto, tú pregunta si quieres.

—Mamá —dijo al fin tras pensarlo un poco, ambas notaron el cambio en su tono—. ¿Te gusta? Esto, lo que está haciéndote Tere.

La aludida aprovechó para asomar la cara y verla directo a la cara, su sonrojada y compungida cara. Soltó una risita y volvió a bajar para besar su clítoris antes de volver a alzar la cara y poder verla fijamente responder.

—Sí… —dijo jadeando— claro.

—¿Quieres que siga? —preguntó la chica entre sus piernas— Dímelo.

—S-sí… por favor.

Era curioso, pensó Sandra. Dijo aquello con vergüenza y con duda, era algo que no había experimentado en un buen rato.

Dile lo que quieres que te haga —volvió a intervenir su hijo, de nuevo con voz impasible—. Dile lo que te gusta y lo que no.

Quiero que sigas —respondió al instante y sintió otra vez ese hormigueo recorrer su cuerpo al hacerlo—. Vuelve a… a comerme, por favor. Me gusta cómo lo haces.

—¡Oy! —exclamó Tere con ternura y frunciendo sus labios— ¡Sólo porque lo pediste por-fa-vor! —canturreó al picotear con su dedo cada sílaba en su pubis.

Sigue —le ordenó Luís, con voz —. Dile qué quieres que te haga.

Que me lama…

Luís tenía sus ojos clavados en el rostro de su madre. Ella no quería ver a ninguno directamente, la vergüenza la hacía contraerse de la cintura para arriba. Sus codos se adhirieron a sus costillas y sus puños se pegaban a su pecho, intentando protegerse de una amenaza que nadie más veía, tenía que ayudarla

Háblale a ella.

—Lámeme la vagina —indicó, ahora con voz decidida—. ¡Uf! ¡Sí! Ve de izquierda a… ¡Ah! ¡Sí! ¡Así! —ronroneó con una de sus manos estrujándose la teta—. Haz círculos alrededor del clítoris. ¡Um!

Él vio cómo empezó a retorcerse del gozo, no comprendía que su madre estaba siendo invadida por el placer tanto de lo que estaba haciéndole Tere, como por el hecho de estar diciéndole exactamente cómo quería que lo hiciera y por último, la dopamina que le recompensaba por estar acatando la instrucción que su hijo le había dado. Se acercó lentamente a donde ellas se encontraban, posó su mano extendida sobre una de esas nalgas firmes color canela que tenía a su disposición y Tere arqueó la espalda, presionando la parte superior de su torso sobre la cama. Su verga llevaba un buen rato palpitando siendo sólo espectador, mientras más cerca estaba de esos gajos carnosos, más fluido preseminal se colaba por su uretra, formando gotas gruesas que resbalaban por su fierro.

Tere estaba fascinada, la cuca de Sandra era rica de verdad. Claro, era raro que un coñito no supiera bien, pero era la primera concha madura que probaba. Era sin dudar más dulce, bien dicen que la fruta madura lo es. Hacía caso con gusto a las indicaciones de ese mujerón que tenía las piernas abiertas delante de ella, estaba lamiendo y chupando ese timbrecito con ternura (como le habían pedido que hiciera) y su mano se encargaba de meterle un par de dedos hasta donde sus nudillos le permitían. Y mientras ella despachaba, podía sentir a Luís provocándola con su verga detrás. El muy cabrón sólo restregaba su glande apenas lo suficiente para separar sus labios internos y meter apenas unos milímetros en su ya dilatada abertura. A veces frotaba su botoncito, lo cual la hacía respingar y ajustar sus rodillas, sólo estaba a la espera de ser embestida.

—Méteme un dedo abajo… —indicó Sandra, mejor dicho, imploró—. ¡Ah! ¡Ah!

—Un dedito en el anito —canturreó Tere mientras su dedo ensalivado pasaba a saludar el domicilio señalado—. ¡Listo, mami! ¡Uy! Este culito come bien —ronroneó, divertida—, estás súper dilatada, mi amor.

—¡Ay, sí! Luís me la metió hace ratito y ¡Ay, me encanta! ¡Dale, dale! ¡Más!

Un segundo dedo se unió a la fiesta, luego un tercero. Ni le dolía a Sandra, en lo absoluto. Comenzó a berrear como posesa con aquél estímulo, nunca había recibido más de dos dedos y estaba tan dilatada que sentía que Teresa sería capaz de meterle la mano entera si presionaba un poco más. Sus niveles de placer no hacían más que rebasar sus límites cada vez más, no podía saber que su vagina estaba casi roja y prácticamente agonizando. Habían pasado horas desde su último orgasmo, su mente no pensaba en ello de forma consciente, pero su cuerpo no quería hacer otra cosa más que buscar su ansiado clímax. Había una parte de ella que sólo buscaba prolongar todo eso lo más que pudiera mientras que otra sólo moría implorando que todo eso acabara de una vez. Con su vagina y culo siendo estimulados a ese grado, estaba experimentando lo que jamás había imaginado en su vida, y aún más, de la mano y boca de una mujer. Estaba en el cielo y en el infierno al mismo tiempo.

Jamás habría podido imaginarse en una situación así, mucho menos con alguien como Teresa. De repente, cobró consciencia de los límites personales que había estado sobrepasando últimamente y, sobre todo, ese mismo día. Aquella mañana, cuando le ofreció su total entrega a los deseos de su hijo, ni de chiste hubiera concebido semejante escena. Pensó que su nivel de actuación había estado dando frutos, ya ni le costaba fingir que “estaba bajo el control metal de Luís”, era quizás el poder de su sugestión y nada más. Seguir sus órdenes ciegamente era cada vez más placentero por sí solo, no hacía falta todo esa faramalla de la hipnosis. Pensó para ella que en cuanto el día acabase, le gustaría repetir una experiencia así con su hijo, pero sin esa patraña de la hipno…

Córrete.

Los berridos dieron paso a los bramidos. Era un terremoto, la tierra estaba temblando de seguro, todo se estaba sacudiendo, sus pies, sus rodillas, sus caderas, sus tetas y su cabeza. Pero los dedos que la penetraban no se detuvieron, ¿acaso querían matarla de un paro cardíaco? Un chillido se le escapó mientras manoteaba a su amiga para que la dejara en paz, en vano. Habían abierto la llave de la fuente y sólo pudo imaginarse la magnitud del chorro que fue a dar en la cara de la morena. Ella misma no podía verse, pero aquello casi parecía falso, como hecho con efectos especiales, el líquido transparente impactó en la cara de Tere sin parar durante segundos que parecieron no tener fin. Ésta se apartó apoyándose en sus manos, riendo fascinada por semejante squirt.

Sandra rodó hacia su derecha y cerró sus piernas con la mano aún en su pubis, un par de chorritos continuaron saliendo. Estaba teniendo un ataque, eso debía ser. Sus pies se sacudían a velocidades inhumanas, estaba convulsionando. Eran olas de espasmos que la asaltaban a intervalos irregulares. Había tenido orgasmos intensos en su vida, pero esto era una locura.

—¡Coño! —exclamó Teresa—. Nene, yo también quiero eso.  

La mujer que yacía frente a ellos estaba hecha un ovillo, tratando de recordar cómo respirar normalmente. Sentía ahora las brisas de viento gracias al sudor, después de horas de fuego y electricidad, el frío acariciaba su piel y logró apaciguarla. Todo volvió a cobrar sentido, los borrones se transformaban en siluetas y luego, en una imagen nítida. Sandra estaba en su cuarto, desnuda y con Tere y Luís observándola, acababa de tener el orgasmo de su vida… y todo porque se lo habían ordenado, su hijo le había dado permiso de acabar.

Había contado cosas vergonzosas, había hecho cosas con Teresa que difícilmente habría imaginado hacer en el pasado; pero todo eso era una cosa, estaba fingiendo. Ella estuvo despierta durante todo el rato que Luís la “había puesto en trance”, lo escuchó todo, no estaba dormida ni nada. Ella fue quien decidió seguirle la corriente, ella fue quien hizo todo con tal de que su hijo le tuviera confianza y actuara sin tapujos.

Pero realmente se excitaba cada que él le había dicho qué hacer, esa sensación electrizante era algo que de verdad sintió. ¿No era acaso el poder de su sugestión, alguna clase de efecto placebo, un efecto secundario de su actuación?

Y por último, ese orgasmo.

Estaba cayendo en cuenta de cuánto tiempo había estado con ganas de… acabar, había sido mucho, demasiado. Nunca, ni siquiera cuando se tomaba descansos al tocarse ella sola para prolongar un poquito su placer, había durado tanto tiempo aguantando las ganas de terminar. Por más fuerza de voluntad que tuviera, eso tampoco era normal, al igual que aquella manera en que lo hizo, casi como si fuera una explosión.

Ocurrió justo en el momento en que oyó las palabras de su hijo, ¿sería acaso…

Un nuevo escalofrío la recorrió, uno que la estremeció de manera distinta. ¿Y si de verdad estaba hipnotizada?

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