El Hombre de la Casa 24: Una esclava demasiado obediente

 


Podía verlo en la cara de mamá. Sus ojos estaban bien abiertos, miraba en nuestra dirección, pero no a nosotros directamente. Seguramente estaba preguntándose qué había ocurrido, tal vez estaba pensando que realmente había sido hipnotizada.

Antes de pedirle que me dejara hipnotizarla, mientras todavía estábamos en el sofá viendo la tele, había usado el gatillo de su meñique. El corazón se me quería salir del pecho, ella se quedó inmóvil y tras comprobar que había entrado en estado de trance, mi única indicación para ella fue que fingiera quedarse dormida cuando la hipnotizara. En realidad, eso fue todo. Quería que escuchara las instrucciones y que las obedeciera, pero también quería que estuviera consciente del proceso por una simple razón: quería ver esta expresión en su rostro.

¿Por qué? Porque quería, sólo eso. Para mí, la culpa era de ella por meterme esa idea en la cabeza, se ofreció sola. Sólo quise ver qué cara pondría y lo estaba disfrutando más de lo que hubiera imaginado. Estaba incorporándose de nuevo, apoyada en su mano. Le sonreí cuando al fin se encontraron nuestras miradas y ella sólo me vio con esa expresión contrariada en su rostro todavía ruborizado.

Tere estaba a mi lado, con la mano en mi hombro y su pierna se frotaba contra la mía, demandando mi atención.

—Papi… —susurró haciendo círculos en mi pecho con su dedo—. Ya cumplí, mami tuvo su pedacito de cielo. Me toca, ¿sí?

—¿Ah, sí? —dije despreocupadamente, cuidando de no voltear a verla. Eso la estaba haciendo esforzarse más para captar mi atención y me estaba gustando— ¿Quieres? Ahora que me acuerdo, creí que querías interrogar a mamá hace rato.

—¡Coño! ¡Carajo! —Hizo su rabieta, me hizo saltar del susto por sus gritos pero seguí sin hacer contacto visual—. ¡Cómo jodes! ¡Verga! —se quejó por última vez antes de quedarse en silencio unos instantes— ¡Tu verga! ¡Métemela —hizo una pausa al tiempo que me la sujetaba— ya!

Volteé a verla finalmente, nos sostuvimos la mirada y ella me sonrió, retándome. Su mano ya había empezado a subir y bajar por mi macana, su pulgar está esparciendo lo que me salía de la punta para humectarlo. Antes de que pueda decirme nada más, la tomé de la cintura y me posicioné detrás de ella.

—Hoy andas muy “echón”, papi —dijo con tono arrogante mientras se inclinaba para que su raja quedara a mi alcance—, muy machito —ronroneó—. Tener a mami sometida te hace sentirte un hombrecito, ¿ah?

Estaba usando un tono exagerado, como si estuviéramos grabando una escena porno. Mi verga volvió a sentir sus labios húmedos contraerse con ansias mientras iba entrando. Su entrada estaba completamente abierta, metí la cabeza sin problemas y ella ronroneó de gusto. Ya conocía un poco más de Tere, sabía que podíamos empezar rudo desde el inicio.

—¡AY! —gritó con voz aguda— ¡Serás cabrón! —rugió con voz gutural.

No era el momento para dejarla hablar más, empecé a darle con fuerza, apenas sacando la mitad de mi verga para que el ritmo fuera intenso y la hiciera tartamudear cada que se le escapaba un gemido. Me sentía parte de una peli porno de verdad. Sus brazos estuvieron a mi alcance y los tomé para sujetarla, de verdad, me sentí como esos sujetos mamados y con pitos del tamaño botellas. Mis piernas se flexionaron para ajustarme a la nueva posición en la que la tenía y poder bombear de abajo hacia arriba.

—¡Mi-ra nad-da m-ás! —seguía hablando, quizás era su forma de no dejarse ver que le afectaba, de demostrar que podía aguantar lo que fuera—. ¿Do- ¡oh! Dónde viste e-esto?¿En un vid-deo mientras te pajeabas? ¿eh, pajero de mierda?

—Puede ser… —dije, apenas con aliento— ¿Te gusta?

—¡Mmm, papi! ¡Uh! ¡Ha! —también le estaba costando mantener la fachada, estaba dándole con todo lo que tenía—. Lo haces bien —gruñía en voz baja—. Ahora, a ver cuánto tiempo duras.

Comenzó a corresponder a mis embestidas, sus nalgas me golpeaban cada que yo iba de vuelta. Nos quedamos sin palabras, sólo oíamos el chapoteo de nuestros cuerpos impactando, ella bufaba y gruñía y yo no podía evitar jadear. Estábamos sudando a mares, me estaba cansando de las piernas, así que fuimos acercándonos a la cama, donde todavía se encontraba mamá viéndonos en silencio.

—¡Ja! ¡AH! —se jactó entre jadeos y gemidos— ¿Ya te cansaste, nene?

Di mi respuesta con mi cuerpo, había podido sujetarla de ambos brazos con una mano y con la mano que ahora tenía libre, empecé a acompañar mis estocadas (ya más pausadas) con nalgadas. Eran bofetadas de verdad, me ardía la mano. Tere era una chica muy interesante, en lugar de volverse más ruidosa, ella bajaba la voz y comenzaba a resoplar y gruñir cuando estaba acercándose al orgasmo y buscaba postergarlo. Eso me hizo continuar con las nalgadas, sólo así estaba logrando que se quedara callada.

—Mamá, ponte a grabar —dije de repente.

Mi fe en ella era ciega, ni siquiera la voltee a ver para comprobar que estaba haciendo lo que le dije. Me había detenido en mis bombeos, mi mano libre y adolorida fue directo a frotar su clítoris.

—¡Grábale bien la cara! —le ordené casi gritando—. Quiero que vea su cara cuando se venga.

Solté sus brazos y me incliné para acomodar su mandíbula y que ambos viéramos directamente al lente del celular que mamá sostenía diligentemente. En cuanto la escuché chillar desde lo más profundo de su garganta, reanudé mis embestidas y me vine dentro de ella.

—¡COÑOOOOO!

Bramó ella al fin mientras yo sentía cómo su interior me ordeñaba la verga, apretando con ganas de cortarme la circulación. Alcé un poco la mirada y detrás del teléfono, mamá se veía concentrada en lo que la pantalla estaba mostrándole, se acercó para tener la cara de su amiga en primer plano y luego, se retiró para ampliar la toma. Le sonreí y entonces me enfocó, guiñé a la cámara sin pensar en lo ridículo que me vería haciéndolo, mamá sonrió a lo que le mostraba la pantalla y le hice la indicación de que dejara de grabar.

Me separé de Tere, su culo estaba rojo por las marcas de mis palmas y vi el hilito blanco escurrirse entre sus pliegues. Sin decir nada, le indiqué a mamá con un gesto de mis cejas que se acercara y le señalé la gruta de donde salía mi semilla, sólo eso hizo falta para que se pusiera a lamer aquella abertura. Los dedos de los pies de Tere se encogieron al sentir la lengua de su amiga otra vez, pude ver cómo se le ponía la piel de gallina pero ella no hacía más que ronronear.

—¡Uy, sí, verga! Límpiame bien, mami —dijo con voz ronca.

Y mamá hizo caso. Una vez se cansó de buscar restos de mí en ella, se acercó a mí, hincándose a escasos centímetros de mi verga ya flácida. Me miraba, casi suplicante, esperando que le diera la indicación. Sólo asentí y ella se llevó mi miembro a la boca. Succionó y lamió cuanto quiso hasta que no encontró más.

—¡Coño! ¡Están locos, los dos!

Tere estaba recostada, contemplando la labor de mamá. Sus chinos se arremolinaban sobre su rostro y su hombro ocultaba su mentón, su espalda estaba empapada y su culo firme se mecía con cada respiración. Parecía agotada de verdad y aquello me hizo sentir una gran satisfacción. Le pedí el teléfono a mamá y reproduje el video que grabó. Estaba un poco borroso en algunos momentos pero la verdad que ese close-up a Tere fue una auténtica delicia de ver. Su mirada en esa toma estaba perdida y su expresión era la definición de morirse de placer.

—Saliste muy guapa —dije con sorna mientras le acercaba la pantalla, con el clip congelado en su expresión de éxtasis.

—¡Papi, pero si yo soy así! —dijo antes de escrutar la pantalla. Sus ojos se entrecerraron para estudiar lo que se mostraba en el video—. ¡Verga! ¡Me veo divina!

—¡Serás… —escuchamos al fin hablar a mamá.

—Dilo, cariño —canturreó Tere sin dejar de reproducir el clip—. No te quedes con la palabra en la boca porque eso hará que te inflames.

Aquello parecía un chiste local entre ellas, porque ambas carraspearon como si aquello les diera gracia.

—¡Serás puta! —rio mi madre, acercándose a su lado para sentarse.

—Puedes decirlo las veces que quieras, bebé. Que trabajo me ha costado el título.

Recibió un leve empujón mamá y ambas se sonrieron como un par de amigas. Las palabras parecían sobrar con tantas miradas furtivas que se echaban la una a la otra. Yo aproveché para arrebatarle el teléfono a Tere y sin que hiciera falta avisarles, ambas posaron sonrientes para el lente. No sólo ella, mamá también sonreía de oreja a oreja, cachete con cachete, abrazándose con cariño.

—¡Tú y tus ubres! —exclamó la morena, haciéndose la molesta—. ¡Coño! ¡N-no me dejan respirar!

Estaba siendo estrujada por mamá y aparentó luchar para zafarse, una mera excusa para enterar sus garras en ese tremendo par de tetas. Mamá sólo siguió apretándola, después de lo que yo había visto hacerle a Raquel, me constaba que tenía experiencia en someter a mujeres en la cama. En un parpadeo, se había colocado encima de Tere, asegurándose de dejarle sus pechos al alcance de la boca.

—Ya era hora de que aflojaras, bebé —le dijo mientras pasaba de chupar un pezón al otro—. ¿Sabes cuánto tiempo estuve esperando esto?

—¿O sea que eso no era broma? —le preguntó mamá con tono juguetón.

—Todo es broma, cariño —respondió ella con picardía—, a menos que quieras que no sea broma.

Sin darle tiempo a reaccionar, sus manos sujetaron el rostro de mamá y le plantó tremendo beso. Pude ver cómo sólo se quedó pasmada, aquello no se lo esperaba. Fueron breves instantes en los que no supo cómo reaccionar, pero al final correspondió el gesto.

—Así que las dos se traían ganas —les increpé, pero ellas estaban muy metidas en su asunto—. Me pregunto desde hace cuánto.

—Hace mucho… —respondió mamá antes de volver a unir su boca con la de Tere.

—¿Ah, sí? —preguntó la morena, apartándola con sus manos—. Pero si apenas tienes poco más de dos meses en el gym, cariño. ¿Fue acaso amor a primera vista?

—¡Claro que no! —contestó de inmediato, soltando una risita nerviosa—. ¿Cómo crees?

—¡Auch! Cuidado con lo que dices, que me vas a partir el corazón. Y yo, que te eché el ojo desde que entraste a tu primera clase.

—¿En serio? —preguntamos mamá y yo al unísono.

—¡Coño! Claro —comentó como si fuera de lo más obvio—. Esa carita de ángel, esas curvas para morirse y luego enterarme que era un terrón de azúcar por dentro. ¡Uy! ¡Mami! Te veías como un corderito, una vaquita tierna. Parecías un alma inocente ¡y mira nada más! Tremenda puta me saliste.

Mamá sólo contuvo una carcajada y se levantó para estirarse. Yo sólo me quedé observándola, su cuerpo había empezado a definirse gracias al ejercicio y era fácil ver el movimiento de los músculos de su espalda mientras su reflejo me devolvía la mirada. Esos ojos felinos echaban chispas a través del espejo, estaban llamándome y esperando algo de mí.

—Bueno, —dije— ¿y qué es lo que le querías preguntar?

La pregunta iba dirigida a Tere, pero no dejé de ver a mamá. Por el rabillo de mi ojo, vi cómo la morena se levantaba y adoptaba la posición de loto.

—Hum… ¿qué era, qué era? —dijo con tono enigmático—. Tengo otra pregunta en mente, pero primero quiero saber… ¿cuándo comenzaste a sentir cositas por moi? —ronroneó aquella última palabra en francés.

—Cuando te conté… de eso —le respondió mamá, con las manos en su cadera y sin dejar de ver mi reflejo.

—¡Oy, mami! —reclamó Tere—. Tampoco fue la primera vez que salimos a tomar café. Entonces fue cuando me contaste… ¿qué? Anda, dilo.

—Lo que pasaba en mi casa —confesó mi madre mientras se volteaba para verla.  

—Dirás “en la casa de tu amiga”, ¿no? —bromeó la morena, balanceándose en círculos ligeramente sujetando sus pies.

—Sí… dije que era algo que le pasaba a otra persona, tú supiste desde el principio que hablaba de mí. No sólo me seguiste la corriente, me diste consejos, nunca me juzgaste en ningún momento. Me di cuenta en ese momento que podía confiar en ti. Bueno, eso y que casi babeabas cuando te contaba.

—¡Coño! —estalló Tere— Esa noche casi me mato a pajas pensando en lo que hacías, en tus toqueteos pensando en tus retoños. Bien dicen que las más calladitas son las más peligrosas.

—Esa noche pensé en ti también —continuó mamá, con voz suave y cruzando los brazos bajo sus pechos—. No dejaba de pensar en mis hijos hasta entonces, pero esa noche, pensé en ti.

—¡Oy, mami! —exclamó Tere con alegría mientras extendía sus brazos—. Pude ser tuya esa misma noche y yo, sin saber.

—Tampoco exageres —rio mamá con sarcasmo, intentando tal vez ponerla en su lugar—. De no ser por… esto —volvió a mirarme fijamente—, jamás me hubiera atrevido a hacer… esto...

—¡Bien que te encanta comer coño! —siguió provocándola su amiga—. Raqui ya me contó bien lo que hacen a solas —canturreó—. Mami le deja seca la conchita para que Luís no quede seco y haya lechita para las dos.

Los ojos de mamá se abrieron como platos, de inmediato volteó a verme a través del reflejo y abrió la boca para tratar de decir algo.

—¿Es verdad? —pregunté con tono desinteresado, guardé la compostura como si aquello no me sorprendiera demasiado.

Los ojos de Tere brillaron al escucharme cuestionarla, su cuerpo se inclinó hacia delante para no perderse ningún detalle.

—Yo… eh… —balbuceó mamá con los brazos aún cruzados y sus hombros, encogidos—. O sea, no es por eso que yo…

Dime la verdad.

—S-sí, señor —dijo con voz más apresurada. Tere no perdía ningún detalle de su reacción— lo hago ahora pero no es por ese motivo. Son muchas cosas —continuó, un poco más tranquila tras tomar un hondo respiro—. Primero sentí que así podía hacer las paces con Raquel, me sentía totalmente desconectada de ella. Era como si no la conociera realmente, a pesar de ser su madre. Platicamos mucho, la ayudé con algunas preguntas que tenía sobre… el sexo.

«Raqui es una niña muy intensa, para todo. Vive sus emociones a flor de piel y su apetito sexual es muy alto también. Me di cuenta de que es un barril sin fondo…

—¡Oh! ¿En serio? —se burló Tere.

—Quise ver si podía aplacar esa libido —continuó mi madre, ignorando el comentario—. Me contó que le estaba ya afectando hasta en su trabajo y también en sus ensayos, así que una vez no me detuve hasta que dejó de moverse. —Hizo una pausa—. Puede que me pasara un poco de la raya, pero no fue para hacerle daño… mucho menos por lo que dice esta —extendió la mano para señalar a su amiga, la cual extendió de nuevo sus manos como si quisiera abrazarla.

De repente, el teléfono de mamá empezó a vibrar. El detector de llamadas decía “Mony” y se lo acerqué a mamá para que tomara la llamada. Aunque al principio me dijo que lo dejara “sonar”, tuvo que hacerme caso cuando le ordené que atendiera, después de todo, podía ser importante. Me sonrió con picardía al obedecerme y responderle a su compañera del trabajo. Parecía que necesitaba su ayuda con algo que no podían encontrar, un documento o algo así. Ella empezó a dar vueltas alrededor de la habitación mientras le daba instrucciones precisas de lo que tenían que hacer.

—Abre la carpeta que dice… ¡AH!

Mamá se había llevado la mano a la boca y se giró para ver que tenía a Tere a sus espaldas, sonriéndole con malicia. La morena se había puesto de pie y con un movimiento rápido coló su mano entre las nalgas de su amiga, sus muslos gruesos no me dejaron ver más que algo que se sumía en su entrepierna.

—¿Eh? —dijo destapándose la boca y atendiendo el teléfono—. No, nada. Perdón, es que me levanté de la cama y… ¡AY! —Tere volvió a hacer de las suyas—. ¡No! No pasa nada, descuida. Creo que mejor me acuesto otra vez.

Y así lo hizo. Se recostó y me sorprendió verla abrirse de piernas mientras continuaba dando las indicaciones a Mónica, con el antebrazo sobre su frente y la mirada perdida en el techo. Miré a Tere, le hice un gesto con la mirada y ella se acomodó para tener esa rajita al alcance de su lengua y así, comenzó a comérsela. Mamá dejó de hablar tanto y se dedicó a escuchar más su teléfono, ahora me miraba fijamente. En ocasiones, se privaba para evitar gemir con lo que le estaba haciendo esa súcubo de piel canela, a veces, lo disimulaba con pujidos o débiles jadeos y se los achacaba a su supuesta enfermedad; pero me sonreía. Era como si la oyera en mi mente, preguntándome: “¿Lo estoy haciendo bien?”.

Fui acercándome a ellas, Tere estaba siendo prudente, lamía lentamente y no todo el tiempo, sus dedos tampoco buscaban alterarla demasiado para que continuara con su llamada. Me subí a la cama, pasé mi pierna por encima de ella para hincarme por encima de su torso, mi riata estaba a media asta a una distancia prudente de su rostro. Ella sólo la observaba acercarse y no contuvo una risa nerviosa.

—Pase lo que pase —le susurré apenas lo suficiente para que ella lograra escucharme con mi verga en la mano—, sigue con la llamada.

Ella continuó platicando con Mónica, únicamente asintió. Tenía que acabar de acomodarme para poder acercársela en sus labios con comodidad, terminé hincado a lado de su cara y tan pronto como la tuvo a su alcance, se llevó mi longaniza a la boca. No estaba erecta todavía, su lengua hacía círculos sobre mi glande y tan sólo se detenía para responder a la voz que salía de su teléfono.

—¿Eh? —preguntó ella—. Perdón, es que me estoy comiendo una paleta, de esas para el dolor de garganta —explicó a la chica mientras me clavaba sus ojos y se llevaba mi verga más adentro de su boca—. Ajá, de esas —respondió con mi carne aún en la punta de su lengua, por lo que apenas se le entendió.

Y así continuó, disimulaba cada vez menos los chupetones y lengüetazos que me hacía con ese pretexto que se había inventado y yo de nuevo luchaba contra mis ganas de mover mi cadera y empezar a cogerme su boca. Tere no perdía detalle de lo que hacíamos, nuestras miradas se encontraban de repente y ella sólo sonreía de oreja a oreja cada que su lengua dejaba en paz aquella almejita que degustaba con calma.

Parecía que la llamada estaba llegando a su fin y algo dentro de mí me hizo enterrarle mi fierro hasta el fondo, provocándole esa arcada que moría de ganas por escuchar de ella. Me esperé a sentir sus palmaditas en mi pierna para dejarla hablar, sí se tomó su tiempo antes de hacerlo. Tere se había asomado para ver qué ocurría y los tres nos sonreímos en complicidad. Mamá se disculpó con su interlocutora y para nuestra sorpresa, le preguntó si había algo más que necesitara de ella, parecía que no quería que su llamada se acabara tan pronto. Un poco desilusionada por no poder retener a su subordinada en la línea, terminó por despedirse y colgó.

—¡Eres una tremenda puta! —rio Tere, orgullosa de su amiga—. ¿Qué tal? ¿Qué se siente hablar con tu empleada mientras te comen la cuca y le chupas la verga a tu hijito?

Su respuesta llegó en forma de un gemido, escuchar todo eso la había hecho venirse en aquella mano que no era la suya. Tere y yo no podíamos estar más contentos con aquella respuesta.

 

—Papi —me susurraba Tere al oído, llevándome lejos de la cama y de mamá—, se me ocurre algo, algo rico, muy rico —seguía diciéndome, buscando alguna respuesta mía. Yo sólo callé para dejarla hablar—. Es obvio que a mami le fascinó lo que acaba de pasar, tiene esa luz en la mirada al sentirse indefensa, esto de la hipnosis la debe tener muerta de placer.

Yo sólo alcé las cejas y me incliné hacia ella, incitándola a continuar.

—Creo que esta es nuestra oportunidad, para ti, para mí y para ella. Estoy segura de que Sandrita muere de ganas por ser usada.

Esas palabras, la manera en como las dijo, la verdad que encerraban… todo me hizo clic. Esa morena maulló al verme sonreír y pasó su mano por mi hombro mientras se acercaba para resoplar directamente a mi oreja.

—Hoy, mami va a saber qué se siente ser una esclava —dijo con una voz que se descomponía en un gemido—. Lo va a amar, rey. Ya verás, lo vamos a go-zar todos.

Sus labios y su lengua se adueñaron de mi oreja y eso me hizo sujetarla de su cintura y llevarla frente a mí. Reclamé su boca y ella me correspondió al tiempo que acomodaba una pierna sobre mi cintura y luego, la otra. Mi verga podía sentir la separación de sus glúteos firmes y mi pubis fue humectándose con lo que le salía de su coñito ardiendo.

—Déjame enseñarte cómo se trata a una esclava —gruñó en voz baja tras morderme el labio—. Te prometo que Sandrita lo va a disfrutar como no tienes una idea. Confía en mí, ¿Ok, papi?

Me sentía hechizado. Era todo, su cuerpo sobre el mío, su boca que no paraba de besarme y lamerme como un animal, su voz suave y su acento… era un cóctel erótico que me nubló por completo y me hizo consentir su plan.

 

Mamá se había quedado tendida mientras Tere se dedicó a explicarme las reglas, su rostro parecía adormecido pero su mirada entrecerrada no perdía detalle de las palabras de esa mujer.

—A partir de ahora —dijo Tere, volteándonos a ver a ambos, primero uno—, nada de “mami” —y luego a la otra— ni “hijo”. Es “Sandra” y punto. Bueno, “Sandra”, “esclava”… “puta”, “zorra”, “perra” —enlistó cada opción con sus dedos y asentí después de intercambiar miradas con… Sandra—. Y para ti —se dirigió ahora a la esclava—, es “señor” y “señora”, “amo” y “ama”. ¿Entiendes?

Aquella pregunta la masculló con tal desprecio que hasta sentí amarga la lengua y tragué saliva. Los párpados de Sandra seguían entrecerrados como consecuencia de su último orgasmo, pero podía ver un fuego que empezó a arder en sus ojos, no hacía falta leer su mente para saber que aquél gesto la encrespó. Sería una ofensa que le hablaran así a cualquier señora en su propia casa, pero esto no se trataba de un escenario simple ni común. Estaba desnuda, al igual que sus dos nuevos amos, y no sólo eso, ella estaba obligada a obedecer a su señor sin chistar por todo aquél día. Y aquella era la parte truculenta, no tenía por qué obedecer a esa mujerzuela que tenía delante.

—¿Hola? —le preguntó Tere con el mismo tono de molestia, agitando la mano para llamar su atención— ¿Me escuchas? Te pregunté si entendiste lo que acabo de decir, perra.

Quiero creer que mantuve mi rostro impávido, no recuerdo haber movido ni una ceja, pero por dentro sentí un hueco en el estómago al escucharla hablarle así a… Sandra. Esa mujer, esa esclava que teníamos delante, era la mujer a la que hacía un par de minutos llamaba madre y era difícil escuchar que le hablaran así. Sin embargo, pese a ese fuego que seguía viendo arder en la mirada de Sandra hacía que su sonrisa la dotara de un aire retador hacia ella.

—Sí, señora —respondió, pausada pero tajantemente.

—¡Cuídame ese tono, puta! —gruñó en voz baja la morena mientras se acercaba lentamente, lo cual hizo que Sandra se incorporara para retroceder, quedando de rodillas sobre la cama.

—Tere… —le hablé sujetando su brazo.

—No debes dejar que haga lo que quiera —me rezongó con tono de berrinche, como haría una chica consentida—. ¡Hoy será una esclava! ¡No es nada! ¡Es menos que nada!

Sus ojos estaban clavados en mí, mi corazón estaba acelerado y mi sudor, frío. Debió ver algo en mí que la hizo suavizar su rostro y procedió a hablarme con dulzura.

—Primero, tienes que aprender.

Hizo que mi mano la soltara y la tomó entre las suyas. Su palma repasó la mía, separaba mis dedos y los volvía a juntar con sólo rozar con sus yemas. Eso hizo que dejara de sentir preocupación pero definitivamente no me calmó, aquella danza de nuestras manos era relajante y erótica a partes iguales y sí, mi garrote estaba tieso para ese entonces con todo eso. De pronto, tomó mi muñeca y condujo mi mano a su mejilla suavemente, cubría la mitad de su cara casi por completo. Siguió guiándome para que sólo la parte de mis dedos explorara la zona debajo de sus pómulos. Su boca atrapó mi pulgar un rato y su lengua me hizo recordar lo que le haría a mi verga si la tuviera a su alcance, pero seguía moviendo mi muñeca para que mis dedos siguieran acostumbrándose a la piel de su cachete.

Me soltó, tanto de su mano como de su boca y se acercó a la cama pero se hincó en el suelo de forma en que parecía estar sentada sobre sus talones, como los asiáticos. Al hacerlo, ni volteó a ver a Sandra, quien gateó hasta llegar al borde del colchón para no perder detalle.

—Ven acá —me dijo Tere, de nuevo con voz dulce e invitándome con su palma—. Tienes que aprender primero a dar una buena cachetada.

Mi pulso pasó de cien a mil. Nunca me había pasado por la cabeza hacer algo así, pero ahora iba a ser distinto, ahora tenía a esa chica escultural de 28, postrada ante mí, queriéndome enseñar a hacerlo. Y sin embargo, me quedé congelado. Había llegado a ver videos en las que abofeteaban a la actriz y hasta las golpeaban con objetos o a puño limpio, no eran mis favoritos y lo más cercano a eso para mí habían sido dar nalgadas y alguna que otra vez en que sujeté el cuello de Raquel. La mujer delante de mí se cansó de esperar y me tiró hacia ella.

Antes de darme cuenta, ya me encontraba allí, de pie frente a ella y con su mano meciendo la mía, sujetándome de nuevo por la muñeca. Me explicaba cómo debía hacerlo, mi palma no tenía que tocarla, sólo mis dedos. Me hizo repasar su mejilla con mis yemas hasta comprender dónde se encontraban los pómulos y empezaba la zona peligrosa.

—Nada de tocar los ojos, la nariz ni las orejas —me explicaba con voz atenta mientras seguía haciendo que mis yemas trazaran círculos en sus mejillas.

Después, ella misma empezó a abanicar mi palma, la cual apenas tocaba su piel antes de que la volviera a alejar. Se aseguraba de que sólo mis dedos tuvieran contacto con su mejilla mientras me explicaba la diferencia de hacerlo con los dedos separados, como correas de un fuete; juntos, como si fuera una tabla, o formando un cuenco con la palma. Y mientras lo hacía, ella y yo llegamos a ver de reojo cómo Sandra no perdía detalle de nada de lo que veía o escuchaba.

Una vez acabaron las instrucciones verbales, siguió abanicando en silencio, sonriéndome con picardía. Cada vez lo hacía con más fuerza, pero ahora me frenaba antes de que pudiera tocar su piel y volvía a retroceder. Su cabello ya empezaba a ondularse por el aire generaba mi palma y mis músculos se estaban acostumbrando a la trayectoria que ella repetía cuando, de repente, jaló con más fuerzas y no frenó, dejó que la impactara.

Tardé más tiempo en procesar el ruido que en notar el calor en la punta de mis dedos, acababa de propinarle un golpe tal que su piel se enrojeció de inmediato. Lo había hecho con más fuerza de la que habría imaginado, su cabeza se llegó a sacudir un poco pero ella volvió a su posición en un parpadeo.

—¡Así! —gruñó, contenta y con una sonrisa orgullosa—. Mira, siente.

Guio mi mano con suavidad y sentí el calor que emanaba de su cachete por el golpe. Tomó mi otra mano y de manera ortopédica hizo que se acomodara a su otra mejilla y parte de la mandíbula para apoyar su cara mientras me sonreía.

—Otra vez —jadeó.

Esa sonrisa era casi la de una demente, de verdad parecía que ella estaba al borde de la locura y eso a mí no podía prenderme más. Mi diestra surcó de nuevo el aire y volvió a impactar contra su mejilla, el ruido del impacto fue sucedido por sus jadeos. Gemía con voz muy aguda, distinto a cuando cogíamos, era placer mezclado con dolor. Aquellos gemidos agudos se alternaban con gruñidos graves cuando hablaba.

—¡Así! ¡ASÍ! ¡COÑO, NO TE DETENGAS!

Me hablaba como si estuviera poseída, su voz se hacía cada vez más áspera y gutural, estaba salivando y hasta sus ojos comenzaron a lagrimar. Mis dedos comenzaban a hormiguearme al poco rato, comprendí que me dolía menos si juntaba los dedos, realmente le estaba dando duro; sin embargo, ella iba sujetando más y más firmemente mi antebrazo izquierdo, ese que servía de pedestal para la mano en que apoyaba su rostro, no quería que me detuviera.

—¡Así es como se castiga a una puta! —dijo, tragando la saliva que se le acumulaba antes de volver a su posición y esperar por su siguiente castigo—. ¡Así, papi! —se le escapó un gemido—. ¡Sin vacilar!

Le di un par de veces más, hasta que ella misma alejó el rostro y se abalanzó a devorar con devoción la verga que había tenido delante todo ese tiempo. Su cabeza subía y bajaba con frenesí, haciendo ruidos cada que su garganta recibía la punta y su lengua tenía que acomodarse para darle mejor cabida. Mientras lo hacía, reparé en Sandra, estaba postrada como un gato al borde de una cornisa y nos había estado observando en silencio, completamente fascinada. Sabiéndome visto por ella, tomé la cabeza de Tere y la sujeté para poder meterle toda mi carne hasta el fondo. Sentí su saliva derramarse por mis huevos y la sujeté así un buen rato.

En cuanto sentí su aliento salir de las fosas nasales, usé mis dedos a modo de pinza para cerrárselas y esto hizo que empezara a manotear. No podía creer que estaba disfrutando tanto verla forcejear cada vez más. Solté su cabeza, ella pudo respirar libremente de nuevo. Tan pronto dirigió su mirada hacia mí, le solté un manotazo en su otra mejilla, la que no había sido castigada aún. Esto provocó que Sandra ahogara un grito; sin embargo, lejos de molestarse, Tere me mostró una sonrisa desafiante y orgullosa.

—Ya entendiste cómo se trata a una puta —gruñó triunfante al tiempo que le daba unos chupetones a mi glande—. Cada que no te obedezcan, castigo. A ver, ven acá —dijo esto último mirando a Sandra.

Ésta respingó al ser llamada y tras mirarme fugazmente, se apresuró a arrodillarse a lado de la morena, quien soltó una risita burlona.

—¿Tienes miedo de hacer enojar al amo, perrita? —dijo de nuevo con aquella voz villanesca— ¿O mueres de ganas porque te castigue?

Esto último lo dijo mientras le acomodaba tremenda nalgada, provocándole un gemido de dolor auténtico. Pese al sobresalto, la esclava ni siquiera volteó a verla, al menos no a la cara. Quiso imitarla y trató de sentarse sobre sus talones, aunque el grosor de sus muslos se lo impedía.

—¡Hum! —refunfuñó Tere, visiblemente decepcionada—. No escuché una respuesta aún.

—Ni una ni la otra, señora —respondió Sandra con voz suave, pero solemne. Eso sí, sin voltearla a ver.

Aquello hizo que la morena se encrespara de frustración y eso me sacó una sonrisa. Sandra me miró como haría un perro al que le acababan de felicitar, sólo le faltaba mover la cola.

Chúpamela —dije fríamente, antes de que la otra abriera la boca.

Ya me estaba acostumbrando a darle ese tipo de órdenes. Ella obedeció al instante y sin chistar, después de su respectivo “Sí, señor”. Su lengua repasó los sitios donde aún debía estar el sabor a Teresa y fue impregnando su propia esencia. Por su parte, Tere la observaba con ojos de pistola, estaba visiblemente frustrada y no era por la respuesta que recibió de Sandra.

—Creo que no va a ser divertido si ella hace todo lo que le ordenes —se quejó mientras se levantaba—. ¡Muy bien! —la felicitó Tere, hablándole como lo haría a una mascota—. Eres obediente con el amo, pero ¿será que quieres ser así de obediente conmigo?

Sandra se congeló por breves instantes, pero reanudó su mamada de inmediato, de nuevo sin voltear en dirección de aquella mujer. Las manos de Tere se posaron en sus hombros como las garras de un buitre mientras me dedicaba una sonrisa maliciosa y su víctima me miró con gesto suplicante. Retiré mi verga de esa boca y razoné un poco lo que acababa de escuchar.

Era cierto, ¿cómo iba a poder castigar a Sandra si ella no podía desobedecerme? No había pensado bien en eso, pero también era interesante lo que había preguntado la chica de piel canela. Había una especie de rebeldía de Sandra hacia ella, un tipo de rivalidad que nos podría servir.

—No tienes que hacer lo que ella te diga si no quieres —dije mientras restregaba mi glande a lo largo de esos labios entreabiertos.

—Pero si no obedeces… —Tere dejó inconclusa esa frase mientras acariciaba la mejilla de nuestra esclava.

—Pero sólo él me puede castigar —sentenció de pronto Sandra, con voz seria y decidida.

Ese no era el tono que usaría una esclava a un amo, así que aproveché para pellizcarle con fuerza una teta, provocándole un chillido de dolor genuino. La había tomado por sorpresa y ante su rostro contrariado, le sonreí. Se me puso un poco la piel de gallina al jugar aquél papel de verdugo castigador.

—Se te olvidó hablarle bien a tu ama —dije con la voz más fría que pude—. Discúlpate como se debe.

P-perdón, señora —dijo Sandra con un tono más sumiso y alzando la mirada para ver a Tere.

—Señorita, mejor —la corrigió aquella—. Me hacen sentir vieja cuando me dicen “señora”.

—S-sí, señorita. Me disculpo.

—Está bien —se resignó la otra después de meditarlo un rato—. Es lo justo. Es tu fantasía, después de todo, ¿no?

Dijo esto mientras le pellizcaba una mejilla, realmente disfrutaba probando su suerte con nuestro nuevo juguete

… y vaya que lo haría a lo largo del día.

Las reglas fueron puestas, pero el juego se desarrolló de forma distinta a como Tere o yo creímos. Sandra fue diligente en cada orden que le dábamos, tanto ella como yo, y cuidó de no volver a provocar la ira de la morena. Cuidó tanto su tono e incluso comenzó a sonreír cuando Tere la provocaba, pero no de manera altanera ni sarcástica, parecía que se había metido bien en su papel que hasta me provocó recordarle en un par de ocasiones que podía no hacerle caso a la morena. Ésta fue perdiendo cada vez más la paciencia, ya que todos sus intentos de hacer que nuestra esclava tropezara se veían frustrados. Probó de todo, le prohibió tocarse mientras nos veía coger, la hizo comerle la raja y el culo, la besaba en la boca sin consideración y hasta la hizo comerle los pies; le dejó las nalgas al rojo mientras ella me la mamaba, después de todo, según ella, “aquello no era un castigo, sino una recompensa”. Nada fue suficiente para que Sandra fallara y claro, eso molestaba más a mi compañera, lo cual me entretenía bastante.

—Eres una putita muy obediente, ¿no? —le gruñó de manera amenazante mientras sacudía violentamente los dedos que tenía dentro de su coño. Había estado intentando durante un buen rato ponerla de rodillas, pero Sandra permanecía de pie, como ella le había indicado antes de comenzar, con voluntad de soldado.

—Gracias, señora.

Se le veía la ira asesina en Teresa, creí que tendría ganas de tumbarla en el suelo y machacarla a golpes o estrangularla. Era entonces que intervenía y sentí que le apartaba esos pensamientos homicidas a punta de vergazos. Era difícil verla enojada mientras era bien cogida. Por otro lado, aunque se viera molesta o frustrada por Sandra, era un hecho que Tere tardaba menos en venirse. Quizás era porque cada que lo hacía, le ordenaba a nuestra esclava ponerse delante y abrir la boca para atrapar con su lengua los chorrillos transparentes que se esmeraba en sacar a presión.

—Apuesto que te beberías mis meados con gusto, ¿no es así? —dijo, más tranquila, aunque con un dejo de desilusión.

—Si eso quiere, señora —respondió Sandra con tono servil antes de volver a abrir la boca.

Eso me tomó genuinamente por sorpresa, aquello ya me parecía demasiado. Por suerte, Tere no tenía ganas de seguir poniendo a prueba a su esclava e hizo una rabieta en el colchón, pataleando como si tuviera 3 años. Sandra por su parte, me vio con mirada retadora. “Así es, sería capaz”, era como si pudiera escucharla en mi mente.

 

—No sería capaz. Ahí pinto mi línea, cariño —dijo Tere entre arcadas, alejándose de su plato.

Sugerí tomarnos un descanso y habíamos bajado a almorzar, ya eran casi las 2 de la tarde cuando notamos que teníamos hambre y sed, resulta que nuestros fluidos no contaban como contenido nutrimental para el estómago. La morena había aceptado su derrota y mamá no pudo evitar burlarse un poco del berrinche de su amiga. Era de reconocerse la capacidad de ambas para interpretar sus respectivos papeles minutos atrás, hubo momentos al principio en los que temí de verdad que habría alguna pelea real y tendría que intervenir.

Y sin embargo, no podíamos estar más contentos en ese momento, disfrutando de unos buenos chilaquiles y una jarra enrome de agua de Jamaica. Mamá abrazaba a Tere con fuerza y le besaba la mejilla todavía enrojecida cada que encontraba una oportunidad.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Quieta ahí, que duele! —dijo la chica de piel morena, apartando a su amiga con la mano.

—¿Ahora sí te duele? —rio Sandra dulcemente

—Duele desde el principio, pendeja —le contestó, protegiéndose el cachete con su mano—. Pero si no hay placer de por medio, duele más.

—¿O sea que si hago esto duele menos?

Se acercó de nuevo a Tere, la mano se dirigió a su entrepierna y el biselado de los vidrios de la mesa no me dejaron ver con claridad cómo le acarició la entrada del coño, pero no hizo falta. La morena ronroneó mientras apartaba su mano para dejar a mamá besarle de nuevo la mejilla, antes de besarla apasionadamente en la boca. Yo seguí comiendo sin apartar la vista, era hipnótico, como ver un video porno lésbico en súper alta definición. Aquél beso fue largo y lento. Cuando sus bocas se separaron, se siguieron comiendo con la mirada, era evidente que esas dos se traían ganas desde hacía rato.

Terminamos de comer y mientras recogía los platos, Tere dijo que tomaría una siesta. Subió las escaleras ella sola y mamá aprovechó para abrazarme por detrás.

—¿Tenías esto en mente cuando decidiste no ir a trabajar? —le pregunté sin dejar de lavar la loza.

—¡Para nada! —rio, divertida—. De haber sabido que Tere vendría desde temprano, lo habría pensado dos veces.

—¿O sea que no debí decirle que viniera?

—Iba a venir de todas formas, se supone que hoy la va a conocer Julia, ¿te acuerdas?

—Cierto —confirmé mientras me giraba para verla—. ¿Qué crees que diga cuando la conozca?

—¿Quién? ¿Julia o Tere? —rio con nerviosismo—. Quién sabe… Oye… —susurró mientras su mano empezó a reptar por mi pecho—. La verdad, me quedé con ganas de probar… eso de la cachetada.

—¿Ah sí? No me lo pareció allá arriba. Fuiste tan obediente que hasta creí que tenías miedo de que te pegara como a Tere.

—Eh… un poco, sí —dijo con un hilo de voz apenas—. Pero la verdad sólo lo hice porque quería molestarla, viste su cara, ¿no? —carraspeó para ocultar una risa traviesa—. No quería darle el gusto de que me castigaran por su culpa.

Hablaba con timidez, parecía una chiquilla asustadiza, una chiquilla cuya mano había bajado a acariciarme la verga. Su cara estaba roja y no me dirigía la mirada, sólo se dedicó a ponerme de nuevo la verga dura en silencio, en lo que decidía. Esa actitud tímida no me facilitó decidirme, pero finalmente me convencí de darle lo que quería porque la verdad, yo también me había quedado con las ganas.

Le dije que lo haríamos y que me esperara en la sala. Otro “sí, señor” y se fue brincando de alegría en lo que terminé de prepararme mentalmente al tiempo que secaba los vasos. Me esperó arrodillada junto a la mesita y su sonrisa tímida me derritió, realmente no me ayudaba que mostrara ese lado tierno, necesitaba su lado lascivo, necesitaba que volviera al papel de esclava, de puta.

—Ya que no eres capaz de desobedecerme hoy, creo que esto no será un castigo, será tu recompensa, ¿me escuchaste bien?

—¡Sí! —exclamó con entusiasmo mientras asentía con la cabeza—. Sí, sí, señor. Dígame qué quiere que haga, por favor.

—Me dio curiosidad hacer rato —dije, intentando hacerme el interesante. La verdad estaba nervioso—, cuando Tere mencionó lo de mearte la cara…

—¿Qué duda tiene, mi señor? —me preguntó con impaciencia, se meció un poco hacia adelante y su mirada pasaba de una de mis manos a la otra—. ¿Quiere hacerlo? ¿Quiere orinarme la cara?

Hablaba deprisa, se inclinaba hacia delante, ladeando un poco el rostro hacia su derecha. Abrió la boca y sacó la lengua, mostrándome que estaba dispuesta y dejándome sin palabras. Tenía esa boca a mi disposición, no podía desaprovecharla, así que le acerqué mi tranca y ella la engulló con gusto. Así como pasó con Tere antes, yo tampoco tenía intención de orinarla, más bien, tenía curiosidad de algo más.

—¿Ya lo has hecho antes? —le pregunté mientras retiraba mi miembro para dejarla responder.

—Sí, señor —dijo entre lamidas y chupetones—. Una vez, con papá… su padre —se corrigió de inmediato—, señor. Fue para que no nos cacharan, estábamos pasando Año Nuevo con la familia de él —seguía hablando deprisa, pero se tomó una pausa para seguir comiéndome la . Estábamos en el cuarto de sus papás, bebimos mucho vino, estábamos desvestidos de la cintura para abajo… —ronroneó mientras se engulló mi verga como seguramente lo había hecho aquella vez— y le dieron ganas. No servía el baño de tus abuelos y él no iba a llegar al otro baño…

—Le quedaba lejos —dije, acordándome de la distribución de la casona de mis abuelos paternos.

—Así es. No sé que me picó ese día… —continuó su relato mientras seguía atendiendo mi mástil— tal vez era el alcohol o… la calentura. Hice lo primero que se me ocurrió y me llevé su pene a la boca —dijo, recreando la hazaña y quiso seguir hablando con mi carne en su boca— y lhe yije khe lho shakharha thoyo. —Apenas pude entenderle: “le dije que sacara todo”.

Me entró un reflejo, casi me vengo al escucharla hablar con mi verga en su lengua. Ella sonrió y se la sacó para así poder lamerme los huevos.

—Nunca lo admití, pero eso me gustó —siguió hablando mientras chupaba una de mis bolas y su nariz frotaba mi garrote—. Casi acabo en el momento en que sentí ese líquido caliente llegar directo y sin escalas a mi estómago —dijo, quitada de la pena y con una voz que cada vez sonaba más cachonda—. Me mojé mucho aquella vez.

Eso fue demasiado para mí. Oírla hablar así hizo que mi corrida acabara en su frente y su pelo, me había hecho venir en cosa de nada con aquella anécdota. Ella hizo lo propio y se puso a limpiarme con toda la calma del mundo y gimiendo cada que encontraba algo para llevarse al estómago. Se limpió la cara y se chupó los dedos como si aquello fuera el postre más rico en el mundo. Estaba sonriente, más que nada porque sabía que se había ganado su premio.

En cuanto me volvió la fuerza a las rodillas, sabía lo que tenía que hacer. Sostuve su rostro con mi mano zurda, le acaricié aquella mejilla que no iba a recibir mi azote.

—Eres una puta obediente, ¿no es así? —gruñí en voz baja, recordando las palabras de Teresa.

—Muchas gracias, señor —respondió servilmente.

—Quieres tu premio, ¿verdad?

Ella asintió en silencio y sus manos se asieron con fuerza al antebrazo sobre el que se apoyaba su cara, como había visto hacer a Tere. Se me estaba descomponiendo la voz por la falta de aliento. Mi diestra se alzaba lentamente y sus dedos se encajaban más debajo de la otra.

¡PAS! Finalmente, mis dedos impactaron contra su piel. Ella soltó un chillido breve y se llevó la palma al área afectada. Siseó y jadeó varias veces, le había golpeado con la misma fuerza con la que le había dado a Tere, pero al ver que seguía quejándose del dolor, me preocupé de si me habría pasado de la raya. Me agaché para revisarla y en cuanto me tuvo a su alcance, se abalanzó sobre mí y nos fundimos en un beso apasionado.

Me estaba devorando. Una de sus manos me acariciaba la mejilla mientras la otra presionaba la mía contra su mejilla adolorida. Imité sus caricias y poco a poco, dejó de presionar mi mano y me dejó acariciarla. Poco o nada podía pensar en ese momento, mi mente se puso en blanco todo el tiempo en que nuestros labios estuvieron sellados. Mi otra mano la recorrió todo lo que pudo, en algún momento, sentí el la humedad que brotaba de entre sus piernas y se escurría hasta caerme encima.

Para cuando nos separamos y abrí los ojos, vi que teníamos a Tere a lado, con los brazos cruzados.

—¡Coño! ¡Verga! ¡Casi me da un infarto, mamahuevo! —dijo con su acento más marcado que nunca y masajeándose la sien con una mano— ¡Pero qué manera de despertarle a uno!

 

Regresé a la sala, con hielos en un tazón y un par de trapos. Las dos seguían discutiendo acaloradamente sobre quién fue más imprudente, si Sandra por haberlo intentado a espaldas de Tere o si ésta, por no aclarar la importancia de tensar bien la mandíbula para evitar lastimarse el interior de la mejilla con el manotazo. Resulta que se le hizo una herida a mamá y aunque no sangró mucho, sí se le inflamó visiblemente. Tere tomó los hielos y los envolvió con el trapo e hizo presión sobre la mejilla de su amiga mientras ella también se metió uno pequeño a la boca para aliviar la inflamación por dentro.

Y así, de nuevo y por segunda ocasión en ese día, fui testigo de cómo ambas eran capaces de mostrarse ese cariño tan especial, enternecedor; quizás más del que cabría esperar de sólo un par de amigas… más si tomamos en cuenta nuestra desnudez y además, lo que habíamos estado haciendo. Habían pasado tantas cosas entre nosotros y Tere que me ahora me era difícil pensar en nuestras vidas sin ella, de la manera más extraña de todas, me pareció que estaba convirtiéndose prácticamente en otro miembro de la familia.

Los tres decidimos darnos tregua por unos momentos, al menos en lo que llegara Raquel. Mamá y yo sugerimos ver algo en la tele y aunque la morena no estaba tan entusiasmada con la idea al principio, decidió quedarse.

—Ahora resulta que alguien los tiene que vigilar para que no se lastimen —bromeó mientras se acomodaba entre Sandra y yo.

Fue justamente mi madre quien le sugirió que se recostara en su regazo, estando ella sentada y Tere, extendida sobre el sofá. Yo fui a conseguir una silla del comedor, ya que el otro sillón me no me permitiría ver bien la pantalla. Estábamos viendo un reality show, de esos en los que remodelan casas, y para cuando nos dimos cuenta, ambas estaban acostadas a lo largo del sillón grande. La cara de Tere descansaba a escasos centímetros de los pechos de Sandra y sus brazos se apoyaban sobre esos muslos carnosos como si de otro sillón se tratase. Nos veíamos todos de reojo y sólo podíamos sonreírnos, fue uno de esos momentos en los que genuinamente se podía decir: “la vida es buena”.

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