El Hombre de la Casa 25: Descaro

 

Tere, Sandra y yo estábamos disfrutando de la tele en la sala, los tres desnudos. Así nos encontró Raquel al llegar, un poco más tarde de lo usual. Pude ver que mi hermanita venía fatigada cuando me acerqué a recibirla. Nos mantuvimos abrazados un largo rato, creí que iba a quedarse dormida en mis brazos.

—¡Oy! —exclamó Tere desde su lugar—. Si tienes ganas de dormir, ven y prueba el mejor asiento de la casa.

—¿Mi cara? —bromeé.

—Será la de Sandra —respondió la morena, sonriendo desafiante.

—Prefiero la tuya —me dijo Raquel, hundiendo su rostro en mi pecho, a lo que yo volteé a ver triunfantemente a mi adversaria.

—¿Y mi cara? —Aproveché para aventar un nuevo chascarrillo.

Mi hermanita sólo me dio un golpecito y buscó mi mano a tientas para entrelazar sus dedos con los míos mientras las dos mujeres en el sofá nos echaban carrilla. Se me ocurrió irnos a su cuarto para poder platicar un poco a solas. Ella se tumbó boca arriba en la cama y se me ocurrió tomar su pie para desanudar las agujetas de sus tenis con la mayor calma posible. Lo típico, le pregunté cómo había estado su día y ella sólo decía “bien”, sólo que ahora estaba respondiendo todo con desgana y no cambió de tema.

—Mamá me contó que te están molestando en el teatro —le dije, sin dejar de ver sus pies, ya iba por el segundo—. ¿A quién le rompemos su madre? —ella sólo rio aunque todavía se escuchaba desanimada—. Dime ya, ¿qué tienes?

—Fue un día horrible —comenzó a hablar—. Primero, el café. La dueña vino de malas o algo y se la pasó regañándome por cada cosa que no le gustaba…

Y mientras me iba contando cada cosa mala que le había pasado, yo seguí en mi labor de desvestirla. Realmente no era por algo sexual, sino para ayudar a mi hermanita a estar más cómoda, habíamos llegado al punto en que la desnudez no representaba para nosotros algo estrictamente erótico, ya era algo natural. Lo hacía despacio, mi intención era que aquello la mantuviera hablando y así fue. Sus calcetines, sus jeans, las pantis… ella continuó relatándome su día con ese tono de cansancio pero también ponía de su parte para ayudarme en mi tarea. Eso sí, dejó que fuera yo quien desabotonara su blusa y me las ingeniara para abrir el broche de su brasier con ella encima, esta vez ya viéndome atentamente.

—¿Y qué tal tu día, Don Juan? —me preguntó con voz más animada—. ¿Mamá y esa ya te dejaron seco?

—Si te contara…

La puse al tanto de todo lo que había pasado, al principio lo fui narrando en desorden pero tuve que acomodar mis ideas en cuanto le conté de la hipnosis a mamá. Sabía que eso era lo que le llamaría la atención y no me equivocaba, tan pronto lo escuchó, fue como si volviera a la vida. Me recosté a su lado y traté de no omitir ningún detalle, incluso de las reacciones de mamá conforme se iba acostumbrando a darle órdenes.

—Me imagino lo horny que anduvo todo el tiempo —comentó mientras una mano acariciaba su pecho y la otra se dirigía a su entrepierna—. ¿O sea que ella piensa que no la hipnotizaste? ¿Qué cara puso cuando se vino?

Me siguió bombardeando con más y más preguntas mientras su mano se agitaba como loca abajo. Intenté guardar la compostura y traté de responder a cada pregunta de la manera más indiferente que podía, fingiendo que no traía la verga parada contando todo eso. Le confesé que la idea de hacerle creer que no estaba hipnotizada se me ocurrió pensando en ella, a lo que ella se descompuso totalmente. Su cadera se contoneaba como si estuviera a punto de orinarse, mordía su labio y me miraba con esa expresión de lujuria que me tenía al borde.

Dejó de verme cuando empecé a contarle lo de Tere y las cachetadas, cerró los ojos y se acostó boca arriba. Ya no eran caricias lo que sus manguitos recibían, estaban siendo abusados al grado de enrojecerse. También podía ver mejor cómo sus dedos se adentraban en ella con frenesí al tiempo que su palma frotaba su clítoris, a veces rápido y a veces, lento. Su cadera subía y bajaba, dibujando círculos que me cautivaron viéndola de costado. Fui acercándome lentamente, mientras mi voz se convertía en un murmullo en su oído, haciéndola gemir descontroladamente.

Al igual que yo, ella se vino después de escuchar la anécdota de mamá y papá. Jamás me cansaría de verla sucumbir al orgasmo, sus espasmos, la forma en que los dedos de sus pies seguían estirándose y contrayéndose mientras recuperaba el aliento; es mágico. Es más, esta vez hubo algo más, algo embriagante en hacerla acabar sin siquiera ponerle un dedo encima que se me quedaría grabado a fuego en la cabeza y me haría querer repetirlo en el futuro.

Me acerqué a ella y la besé con pasión y ella me rodeó con sus brazos. Mi garrote tieso entró en contacto con su muslo y hasta llegó a rozar fugazmente su rajita, pero ese beso estaba haciendo que de nuevo mi mente se pusiera en blanco. Para cuando volví en mí, estaba sobre ella, sus piernas, abiertas, dispuestas a recibirme; y su carita, sonrojada, traviesa, enamorada. ¿Cómo resistirme? Tan sólo hicimos lo que era natural para nosotros, seguimos nuestro instinto y dejamos a nuestros cuerpos actuar por cuenta propia.

 

—¿Entonces, mamá le entra a esas cosas, beber pipí y eso? —preguntó antes de volver llevarse a la boca la verga que acababa de llenarle de leche cara.

—Eso creo —le respondí, resoplando—, no parecía mentirle a Tere cuando le dijo… ni a mí…

—¡Menos a ti! —dijo después de darme el último chupetón—. Ahora que está hipnotizada, no podría mentirte, ¿o sí? Pero jamás pensé que sería así de… sucia. ¿Entonces la cacheteaste, como en los videos porno?

—Sí. Le di igual que a Tere, pero la lastimé de veras.

Ella ahogó un grito, pero en cuanto le conté cómo nos regañó Tere y nos explicó que es importante mantener la mandíbula tensa, estalló una sonora carcajada que la tumbó en la cama, hasta lágrimas le salieron a la condenada. Le expliqué a detalle lo que Tere nos había enseñado al respecto y aunque prestó atención, pude ver en la expresión que tenía que aquello era algo que no quería experimentar de primera cuenta, al menos no en su cara. Jugueteé un par de veces acariciándole las mejillas mientras le explicaba y vi que se estremecía de manera distinta a como lo había hecho mamá, era miedo. Estoy seguro de que si se lo hubiera pedido, Raquel habría aceptado una bofetada… pero no era lo mismo que con Tere o Sandra, no parecía que lo disfrutaría, así que sólo la besé ahí en su lugar.

—¿Así que la hipnosis va a durarle sólo el día de hoy? —preguntó mientras se cepillaba el pelo, estaba sentada al borde de la cama, dándome la espalda.

—Sí. Aunque ya no se me ocurre qué más hacer —me sinceré con ella—. A decir verdad, hice esto sin pensarlo antes.

Ella continuó desenredándose la melena en silencio, entendí que estaba pensando en algo, después de todo, desde que se me ocurrió hipnotizar a mamá, contaba con que a Raquel me ayudaría a aprovechar la situación. Y así sería.

Bajamos a la sala, Sandra y Tere seguían acurrucadas sobre el sillón, aunque la morena se había acomodado boca-abajo para tener esos melones de su amiga al alcance de la boca. Raquel fue directamente a saludar a mamá y ambas se pusieron a platicar amenamente del día que habían estado teniendo. Mientras tanto, con sólo poner la mano sobre la pierna de Tere y un gesto discreto, hice que me acompañara al vestíbulo para compartirle en privado la idea que se le había ocurrido a mi hermanita.

—Tú eres la mecha y ella la candela, ¿eh? —me dijo ella en cuanto terminamos de afinar los detalles de lo que haríamos.

—Puedo reconocer que a ella se le ocurren mejores ideas que a mí —le respondí al tiempo que mi mano repasaba su nalga firme y la de ella imitó el gesto en mí.

—Tienes que dejarte llevar más, así como hoy —me pidió, acercando su rostro cada vez más al mío—. Eres el único varón aquí, empieza a actuar como el hombre que mami necesita… —Su dedo trepaba por mi brazo hasta mi hombro—. El que necesita Raqui… bueno —dijo con voz cada vez más baja, manteniendo esa escasa distancia entre nuestros labios—, todas.

Dijo esto último clavándome una mirada de loba, su lengua se asomó, mordida debajo de esa sonrisa de deseo. Volteó a ver a donde estaban mamá y Raquel, ésta última le devolvió la mirada y una señal invisible confirmó que ambas se dieron por enteradas del plan que se haría. La morena esperó a que mi hermana hiciera un gesto de consentimiento y volviera a su conversación con mamá, me plantó un beso intenso y su pierna pareció convertirse en una serpiente que enroscaba sobre la mía.

En esta ocasión, estaba convencido, no lo medité mucho ni lo dudé demasiado. Mi lengua correspondió la suya y mis dedos se hundían en esas nalgas firmes, quería reventarlas. Ella gimió de forma adorable con nuestras bocas todavía unidas y mi tranca estaba preparándose para alcanzar esa cueva húmeda que se encontraba cerca. Ya era tiempo de aclarar de una vez por todas cómo sería la vida en esta casa y en esta familia ahora que Tere era mi novia y, sobre todo, con la manera en que vivimos.

—Nene —me susurró al oído en cuanto nuestras bocas quedaron libres—, quiero que me prometas que lo vas a dar todo —Un escalofrío recorrió mi cuerpo al oír eso—. Ya vi que Raquel no es la única que sabe actuar en esta familia y quiero que te portes como el macho más macho que ninguna aquí haya visto. ¿OK?

Sus dientes hicieron presión en el lóbulo de mi oreja lentamente hasta que una descarga de dolor recorrió el mismo trayecto que un escalofrío. Ni siquiera titubeé, mis uñas se encajaron aún más en su culo y lo rasgaron, provocándole ese gruñido que quería oír de ella. Mi verga había estado bañándose en los jugos de su coñito todo ese tiempo y en un sencillo movimiento, esos gajos abrieron paso a mi fierro, el cual casi entró casi por completo. Sus uñas se encajaron en mis hombros, lo cual me generó otra descarga de ese dolor que no hacía más que calentarnos más. Quise devolverle el gesto en una de sus pequeñas tetas, su interior apretó con fuerzas y un gemido escandaloso atrajo la atención de las otras dos a nosotros.

Antes de que reparara en sus rostros, Tere se lanzó a mi cuello. Me había pedido que lo diera todo y quería asegurarse de que no me distrajera. Mi vista se fue al techo y preferí cerrar los ojos. Me concentré en la sensación de sus adentros, el calor era tal que mi fierro estaba a nada de fundirse; no paraban de apretarme porque todavía tenía una pierna apoyada en el suelo; escuchaba el ligero chapoteo de sus fluidos con cada penetración y la fuerza con la que dejaba caer su cuerpo sobre mi pelvis. En cuanto tomamos un ritmo, no paró de gemir, cada vez más fuerte, sólo para provocar al par que seguramente nos seguían viendo con atención.

Una mano acarició mi rostro, abrí los ojos y bajé la mirada. Su rostro estaba descomponiéndose, sus ojos entrecerrados, al igual que sus labios. Ambas manos se apoyaron en mis hombros, supe que iba a terminar de treparse sobre mí y en cuanto lo hizo, ese coñito pudo recibir por completo mi verga. Mis huevos parecían glaseados por sus jugos, era momento de recibir asistencia.

—Sandra —gruñí por concentrarme en no perder el aliento— ven y límpiame los huevos. Esta putita ya me los embarró.

Tere sólo gimió detrás de mi oreja y su interior apretó mi verga unos instantes. No podía ver nada más que el vestíbulo, di unos pasos en dirección a la sala y tuve que detenerme al sentir una lengua en mis bolas. La morena encima de mí pegó un brinco, seguramente al sentir la cabeza de la esclava debajo suyo y sólo gruñó mientras volvía a encajar sus garras en mi espalda. Detuvo sus sentones para que Sandra terminara pronto su tarea.

—Dile que me limpie a mí también—gimió en voz baja, apartándose un poco de mí y viéndome con ojos de cachorro—, ¿sí, nene, papi, rey?

Límpiala también a ella —ordené.

Dejé de sentir aquella lengua en mis bolas y pasé a sentir su barbilla. Busqué a mi hermanita con la mirada, estaba asomada detrás del sillón, totalmente absorta en lo que hacía nuestra madre. Sandra debía estar lamiéndole el alma a Tere, porque a diferencia de antes, ahora estaba luchando por contener sus gemidos. Sus puños se fruncían sobre mi pecho y me puse a acariciar su espalda mientras mi mano repasaba a tientas su culo redondo hasta llegar a la frente de nuestra esclava. Estaba comiéndole el ano y la almeja, con mi verga todavía dentro de ella.

Mis piernas estaban flaqueando, así que me tuve que dirigir a la sala. Raquel, como si fuera un gato, no hizo ni el amago de moverse, así que tuve que ingeniármelas para sentarme con Tere todavía encima de mí y Sandra tras nuestro, gateando. Sentí el alivio en mis piernas y ahora, con esos pechitos morenos frente a mí, me puse a comer. Mis manos a sus costados no perdieron detalle de cada espasmo que le estábamos arrancando esa esclava y yo. Pronto, con las piernas descansadas, pude comenzar a penetrarla lentamente, sin estorbar la labor de la boca de Sandra.

Aquello fue el acabose para Tere. Ni bien di un par de estocadas lentas, soltó un alarido monumental y todo su cuerpo se tensó en medio de pequeños temblores. De reojo pude ver que Raquel se había apresurado a donde se encontraba nuestra madre y no pude ver qué ocurría detrás de la chica que estaba viniéndose sobre mí. Sentí de nuevo una lengua, esta vez en el sitio donde mi verga se unía con el coño de Tere.

No hice más que esperar a que esa chica se moviera, había sido el orgasmo de Tere más intenso que me había tocado presenciar. Bueno, el más ruidoso. En cuanto pareció recuperar el control de su cuerpo, se desplomó a lado mío. Bajé la vista y pude ver a Sandra conteniendo sus gemidos, Raquel estaba en cuatro detrás y podría imaginarme lo que podría estar pasando atrás de ese enorme culo. Me incliné para ver de cerca, vi la melena de mi hermanita asomarse tras ese par de nalgas y el rostro de la esclava perderse en el placer que estaba recibiendo.

—Lo hiciste bien —dije con esa voz fría que había estado surtiendo tan buenos efectos en el día—. ¿Quieres una recompensa?

La expresión de su cara cambió al instante, sus ojos enfocaron y me miraron con anhelo. Sus manos se apoyaron en el borde el sillón justo frente a mis huevos y alzó la cabeza, asintiendo.

—Sí, señor. Por favor.

Raquel asomó el rostro al fin, se levantó y corrió a ponerse a mi derecha, apoyándose en el reposabrazos del sillón. Sandra gateó un poco hacia delante, mirándola de reojo y sonriéndole y ladeó la cabeza una vez más. Sin el apoyo de mi otra mano, solté un manotazo ligero. Hizo ruido, pero esta vez me aseguré de empezar suavemente. Su mejilla comenzó a ruborizarse y ella resopló con el impacto, pero volvió a asumir su posición y así le di una más, un poco más fuerte. Sus ojos permanecieron cerrados, pero volvió a adoptar su postura.

—Vas a tener que ganarte la siguiente —dije, acariciando su mejilla enrojecida.

—Sí, señor.

Dijo esto último mirando de reojo a Raquel, lo hizo con una expresión que me fue difícil de descifrar. Quizás quería ver su reacción al verla portarse así, quizás fuera algo más, fuera como fuera, lo vi y tomé su barbilla para que prestara atención.

—Pase lo que pase, no tienes permitidos llevarnos la contraria.

Me vio con ojos de borrego a medio morir, presioné sus mejillas y me deleité escuchándola decir su “shi, sheño" así. Estaba completamente entregada que ni siquiera se detuvo a pensar en las implicaciones de aquella nueva orden ni de la hora que era.

Faltaba poco para que Julia llegara y por la manera en que me lamía la riata, parecía que a Sandra no podía importarle menos. Raquel, Tere y yo sabíamos lo que ocurriría en cuanto ella llegara y lejos de sentirme nervioso, estaba ansioso de que esa puerta se abriera.

Ya me había corrido muchas veces en ese día y mi hermanita se encargó de hacérmelo notar, así que tenía que aguantarme las ganas de venirme o no saldría mucho cuando realmente sería necesario. No estaba seguro de que me saldría una carga decente, pero estaba seguro de que no debía tentar mi suerte. Cada que sentía el peligro cerca, tiraba del cabello de Sandra sin ninguna consideración, lo cual parecía disfrutar. Su lengua permanecía extendida de manera obscena y gemía sensualmente cada que le propinaba una cachetada de premio por su buen trabajo. Había descubierto la intensidad adecuada para ella, esa que la hacía gemir de gozo y no de dolor. Su rostro estaba completamente rojo desde hacía rato, no era por los azotes, era de calentura; esa mirada perdida y esa boca permanentemente abierta eran la señal de que estaba perdida en su placer.

—Quién te viera, mami —dijo Raquel con voz condescendiente. Seguía agazapada en el descansabrazos del sillón, a lado mío, apoyando su cara en un brazo, no hacía falta adivinar lo que el otro debería estar haciendo—. Después de todo, lo único que te hacía falta era que te pusieran en tu lugar —continuó usando ese tono de superioridad con nuestra madre, sus palabras se arrastraban en una mezcla de desdén e indiferencia—, lo que querías era que te dominaran a ti.

Esa frase captó mi atención, hizo un énfasis particular en esas últimas palabras. Mi hermanita miraba en dirección a la mujer frente a mí, pero no a ella. ¿O tal vez sí? Si así era, no la veía como solía hacerlo, parecía que le hablara a un perro o un gato, algo que era incapaz de razonar al mismo nivel que ella… y así se comportó Sandra. No se inmutó con el comentario, ni siquiera la volteó a ver, sólo recorría mi verga y mis huevos con la lengua con diligencia, procurando recibir pronto una nueva recompensa.

Tere había permanecido callada, parecía que la habían reseteado o algo así. Nos veía con atención a los tres, apoyándose de costado en el extremo contrario del sillón y con una expresión algo desasociada de lo que ocurría delante de ella. Lo más cerca que estuvo de mostrar alguna reacción era cuando miraba el reloj cada tanto.

Hasta que dieron las 7:30. Vi la hora en el reloj cuando la morena se acercó a nosotros.

 —Papi, ya estuviste aguantándote mucho —dijo con una voz sensual exageradísima—. ¿Y si me llenas de leche la colita?

—¡Ay! ¡Claro! —rezongó mi hermana, con un tono un poco más convincente—. Como esta sí te da las nalgas cuando quieras…

No dije nada, parecía que Sandra ni siquiera estaba prestando atención a la escena que esas dos querían montar. Solamente hice ademán de quererme levantar y la esclava retrocedió para no estorbarme, le di una palmadita en la mejilla para agradecerle el gesto y me dirigí al comedor. Había tomado la silla que saqué antes y la acerqué a la mesa, de manera en que pudiera sentarme de cara al vestíbulo. Tan pronto lo hice, la morena se dirigió a sentarse sobre mí, cuidando que mi salchicha resbalara entre sus bollos color canela.

—¿Cómo te sientes, tigre? —susurró con picardía— ¿Nos hacemos tontos hasta que llegue o ya empezamos?

Sandra no parecía habernos escuchado, estaba arrodillada todavía donde la había dejado. Raquel ya había reclamado en el lugar que dejé vacante en la sala y parecía entretenida viéndose las uñas. Nuestra intención era “ser interrumpidos”, no comenzar en cuanto Julia llegara, así que llamé a nuestra esclava y le ordené que fuera ella la que sostuviera mi mástil y lo guiara a su destino mientras Tere iba descendiendo lentamente.

—Ahora —le instruí—, presta atención a cuando me venga

—Te encargarás de limpiarle el culo, puta —me interrumpió Tere dirigiéndose a Sandra por encima del hombro.

Estate atenta a nosotros. Limpia cuando acabemos.

Tus ojos fijos aquí —dijo la morena mientras se daba palmadas en el culo— ¿Entendido?

—Sí, señor. Sí, señora —respondió la esclava con una sonrisa de oreja a oreja.

Ella se postró a mi derecha, sin perder de vista el culo de Tere y con Raquel en la sala a sus espaldas. Estaba súper dilatada, mi verga se deslizaba en su interior con tal facilidad que parecía estarme calzando un guante. Sus pezones estaban durísimos y apuntaban de nuevo en mi dirección, los tenía al alcance de la boca y claro que aproveché para mordisquearlos. Sus pies dejaron de apoyarse en el borde de la silla y quedaron suspendidos, haciendo que su anito apretara un poco. Sus manos se perdieron en mi pelo mientras gruñía suavemente,  y mis dedos querían estrujar sus nalgas firmes hasta que algún jugo o aceite saliera de ellas. Creo que esta se convirtió en nuestra posición favorita (entre los dos) a partir de ese día.

Ella no se acercó a mis orejas porque sabíamos que no podíamos arruinarle la sorpresa a la persona que estaba por llegar, pero había que empezar. Más pronto que tarde nos dimos cuenta de que esa posición no era la ideal para hacer en la silla, así que ella se tuvo que girar. Mi garrote volvió a entrar sin problemas hasta que terminó de sentarse, ella sería la que llevaría el ritmo ahora.

—Avísame con tiempo, ¿eh, papi? —me dijo antes de empezar a subir y bajar con lentitud—. Y acuérdate: no te detengas hasta llenarme el culito de leche. ¿OK?

Mi verga estaba al borde de la sensibilidad, Sandra se aseguró de dejármela roja y lustrosa y podía disfrutar de cada pliegue que me acariciaba en cada ascenso y descenso. Dejó de apoyar las manos en mis piernas y las llevó atrás de ella para que las sujetara, su espalda se arqueó y la textura de sus adentros cambió una vez más, ahora mi tallo estaba siendo estrangulado por la entrada de su esfínter con más fuerza. Sin embargo, pese a todo, pude seguir.

De forma gradual pero constante, esa diosa de piel canela fue acelerando sus sentones y sus cachetes comenzaron a temblar con cada impacto. Ambos estábamos concentrados, no había gemidos ni gruñidos, sólo resoplidos por parte de ambos. Raquel se había recostado boca abajo, pero era obvio que estaba metiéndose dedo mientras observaba como Sandra permanecía arrodillada frente a Tere y a mí, contoneando la cadera pero sin mover un dedo sin mi permiso.

—¡Oh, sí! ¡Dame, papi! —empezó a aullar de pronto Tere—. ¡Muéstrame cómo lo haces con ellas!

Me tomó por sorpresa, ¿acaso había llegado Julia? No podía saberlo, era incapaz de ver lo que ocurría detrás de la espalda que tenía delante. De pronto, escuché a mi hermanita gemir, a ella sí la podía ver, estaba mirándonos, no había volteado en dirección al vestíbulo pero estaba haciendo ruidos de repente. Tenía que ser, había llegado la hora del show.

Tiré de los brazos de Tere y eso la hizo arquearse aún más. Mi mano libre fue a apretar sus limoncitos con todo lo que podía, provocándole chillidos y más gemidos. Comencé a mover mi pelvis de la manera que pude y sentía cómo su culo se apretaba más y más. No paraba de pedirme que siguiera, que no me detuviera.

—¡Así! ¡Así! ¡Lléname la colita! ¡Lléname de leche como a ellas! —gruñía con fiereza mientras seguía dándome sentones—. ¡Márcame con tu leche! ¡Márcame como a estas dos!

El escándalo que estaba armándose no era propio de ella, sabía que era show, un teatro que ella armaba para complacer y provocar a quien la estuviera viendo. Mi mano libre se dirigió a su entrepierna y apenas rocé algo cuando ella perdió el aliento.

 Sus piernas comenzaron a temblar, se había dejado caer y no volvió a levantarse, se había venido. Pero a mí me faltaba, estaba casi a nada de acabar y ella me dijo que no me detuviera hasta llenarle la cola. De nuevo, como pude, logré hacer que mis piernas nos levantaran a ambos, era mi turno de embestir y necesitaba hacerlo de pie. Todavía sujetaba sus brazos y ahora la hice inclinarse hacia adelante y comencé a cargar en contra de ella antes de alzar la vista.

Ahí estaba, Julia estaba con la mano todavía puesta en el cerrojo de la puerta cerrada. Tenía una expresión totalmente descompuesta, con ojos desorbitados y en total silencio, paralizada. Estaba mirando a la mujer que tenía delante tener sexo anal conmigo, me sentía eufórico y mis caderas no podían detenerse. Estaba pasando, Julia estaba viéndome tener sexo con Tere. ¡Aún más! Mientras mamá y Raquel también observaban. Creí que se me iba a detener el corazón, pero mi cuerpo continuó moviéndose en automático, todo parecía ir en cámara lenta.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí una descarga eléctrica recorrer mi cuerpo, de pies a cabeza. Había estado disque preparándome mentalmente para ese momento desde que Raquel me propuso el plan, sabía que podría afrontarlo. La sola idea era demasiado perfecta para no llevarla a cabo: Julia conocería a Tere desde el inicio como la puta que es y ella, encantada de exhibirse frente a ella; Raquel cruzaría por fin el siguiente límite en su escala de fastidiar a nuestra hermana; y la cereza sobre el pastel era mamá, hipnotizada y sometida frente a ella. Bueno, no. Ahora que estaba ocurriendo, me di cuenta de que la verdadera cúspide de todo ello era que estaba viéndome tener sexo. Era simplemente demasiado bueno como para dejarlo pasar, valía la pena arriesgarlo todo.

Estaba tan convencido de hacerlo que creí poder soportar cualquier mirada de asco, rechazo, enojo o desprecio que me arrojara; estaba dispuesto a verla molesta conmigo como precio a pagar, pero no estaba listo para lo que hizo cuando cruzamos miradas. Sus ojos se posaban en los míos por breves instantes, ya que no paraban de ir recorriéndonos a todos, de uno a otro. Su boca estaba torciéndose y sus hombros se encogían, para cuando pude notarlo, estaba haciendo una mueca parecida a una sonrisa de nervios y sus ojos dejaron de fijarse en Raquel, Sandra o Tere.

No me di cuenta en ese momento, pero ya había me había venido. Mis pelvis había dado unos embates más mientras terminaba de vaciarme las bolas en ese culo precioso y para cuando me detuve, Sandra se abalanzó sobre nosotros. Había estado vigilándonos, esperando su turno de entrar en acción y su cara quedó a centímetros del punto en que nuestros cuerpos permanecían unidos. Esto fue lo que provocó que Julia ahogara un grito, llamando la atención de Sandra.

Ninguna fue capaz de articular palabra. Ahora era ella la que luchaba por fijar su vista, la cual iba de su hija mayor al manjar que tenía ordenado degustar en cuanto yo destapara aquél orificio. Vi su cabeza sacudirse, pero permaneció hincada e incapaz de decir nada. Julia, por su parte, no había podido llevarse la mano a la boca porque venía cargando las bolsas de comida china que habíamos acordado que trajera, las cuales hicieron ruido cuando empezó a temblar.

Mi cerebro se apagó por un instante y el instinto me hizo querer ayudarla. Me separé de Tere y ella soltó un pujido mientras se apoyaba en cuatro sobre el suelo entre la sala y el comedor. De inmediato, Sandra se lanzó a comerle el culo y eso me hizo frenar en seco. Estaba corriendo, desnudo y con la verga todavía cubierta de mi corrida, en dirección a Julia. Sus ojos me miraban como si tuviera miedo y por un instante, dudé en seguir acercándome. Pero ahora que la tenía más cerca, pude ver cómo volvía a hacer la mueca de antes, estaba sonriéndome… o algo así. Mis hombros se destensaron y el aire de mi pecho salió como si hubiera estado aguantando la respiración desde que la vi.

Algo en mi interior me decía que no tenía que empeorar las cosas, debía actuar con normalidad. Tomé las bolsas, ella me susurró un “gracias” que apenas logré escuchar. Volvimos a cruzar miradas y ella ya no sonreía, sólo me miraba con una expresión que me dio escalofríos, ¿acaso creía que iba a hacerle algo? Traté de imitar su mueca, quizás eso la tranquilizaría, y de nuevo, forzó esa sonrisa que me devolvió el pulso al corazón.

Estaba a punto de decir algo cuando Sandra se apresuró a gatear en nuestra dirección. No puedo imaginar la conmoción que debió sentir Julia al ver a nuestra madre moverse en cuatro patas a esa velocidad, desnuda y con los pechos balanceándose sin algún tipo de pudor; pero definitivamente no fue nada comparado a verla llevarse mi miembro a la boca. Mi hermana mayor también abrió la boca, pero esta vez ni siquiera pudo ahogar un grito, sólo se escuchó el aire entrar con brusquedad en su garganta. La cabeza de Sandra se mecía entre las bolsas, no le importaba el ruido que hacían ni que su hija estuviera justo a su lado, estaba cumpliendo la orden que se le había dado. Eso fue la gota que derramó el vaso para Julia, sólo vi de reojo cómo se deslizó por la pared y subió rápidamente las escaleras sin decir nada.

 

Habían pasado unos minutos, las bolsas con comida estaban en la mesa del comedor y Tere nos ofrecía agua de la jarra. Sandra guardó silencio todo el tiempo, su mirada pasaba de uno a otro, preguntándose tal vez por qué estábamos tan tranquilos después de lo que acababa de pasar. Pude ver esa mezcla de emociones en su rostro, veía enojo, molestia, incertidumbre y vergüenza; pero también vi un dejo de picardía, complicidad y lujuria. No sonreía, pero tampoco nos quería matar con la mirada.

—¿En qué piensas? —le pregunté después de acabarme mi segundo vaso de agua—. Dinos.

—Sí, señor —respondió Sandra con tono de sumisión—. Estoy preocupada por Julia, creo que nos pasamos la raya frente a ella.

—Esa era la idea —dijo Tere mientras rellenaba mi vaso—. Ya estuvo suave, si esa niña no se va a unir a la fiesta, que por lo menos sepa cómo está la rebambaramba.

—Bien que sabe —intervino Raquel mientras se sentaba en mi pierna—. Está igual que mamá, dice que le molesta pero bien que nos echa el ojo cuando cree que no la vemos ni se va cuando me meto el dedo frente a ella.

—¡Uy, mami! —exclamó la morena discretamente, con voz suave—. Me huele a que es lencha —ronroneó y tras el breve silencio que nos causó a todos esa frase, se dirigió a Sandra—. ¿Tú qué opinas, suegris?

—N-no sé —empezó diciendo con nerviosismo—. No me molestaría si lo es —se apresuró a aclarar—, si lo es, yo, encantada. Pero, no sé, yo pienso que no… —se quedó reflexionando antes de continuar con su respuesta, más decidida—. Más bien, no es algo que me preocupe.

—No es gay —la hija menor, con tono de fastidio—. O sea… sí nos come con la mirada a mamá y a mí, pero también a Luís.

Las tres voltearon a verme. Tere me sonreía, Raquel tenía fruncidos sus labios en una mueca de fastidio y Sandra estaba atenta a mi reacción. No hacía falta que me lo dijeran, claro que notaba las miradas furtivas de Julia cuando tenía una erección. Era discreta cuando estaba Raquel o mamá, pero hubo un par de ocasiones en las que estuvimos solos y yo le sacaba plática tener una excusa de seguírsela mostrando. Mi intención había sido, en vez de ocultarlo y que siguiera siendo algo incómodo para ambos, actuar como si fuera algo normal. Pero nunca intenté molestarla o provocarla como sí lo hacía mi hermana menor, era extraño, como si mi mente ahora se esforzara en evadir cualquier pensamiento lascivo hacia ella… no me lo explico.

Raquel me convenció participar en lo que estábamos haciendo justamente con el argumento que había soltado Tere: se una o no, Julia tenía que adaptarse a la dinámica que había en la casa.

—Aquí el joven anda muy callado —rio Tere.

—Otro que le encanta hacerse menso —refunfuñó Raquel mientras se ponía de pie.

—¿Y qué quieren que diga? —respondí—. No escuché ninguna pregunta, así que… sin comentarios.

Mi hermana sólo resopló con hartazgo, esta no era la primera vez que ella y yo tocáramos el tema y no era la primera vez que mi evasiva era una declaración tan clara como el cristal. Tere sólo soltó su risita burlona y Sandra se quedó en silencio, pensativa.

Preferí continuar con lo planeado y evitar seguir dando pauta a esos silencios incómodos. Llamé a Sandra y con una palmada en mi muslo, le indiqué que tomara el lugar que Raquel había dejado vacante en mi regazo. Un “sí, señor” más y una sonrisa esquiva antes de cumplir con la orden. Era más pesada que su hija menor, pero no demasiado. La humedad de entre sus piernas comenzó a mojarme la pierna y mi mano fue directo a su pezón erecto. Caí en cuenta de que prácticamente había dejado desatendida aquella parte que estaba humedeciendo mi muslo. Pasé a saludar con mi otra mano, ella se acomodó para que los dedos pudieran recorrer mejor esos labios hinchados a los que tanto habían estado recurriendo Tere y Raquel.

Una nueva orden y ella se encargó de ponérmela dura con sólo sus nalgas antes de ensartársela en su raja. Estaba tan caliente y tan apretada cuando ella hacía esfuerzo con sus piernas para subir y bajar que todo lo demás dejó de importarme.

—Ya casi es hora de cenar —le dije en voz baja a sus espaldas—. La comida está enfriándose, dile a Julia que baje a comer.

¡Dios! Sentí que estaban estrangulándome la riata, todo su cuerpo se había puesto tenso al escuchar mi orden y quedó estático.

—¡J-Julia! ¡Baja a comer!

Aquellas palabras salieron con dificultad, como si su garganta también estuviera entumida. Pude apreciar su espasmo tras cumplir con la tarea asignada gracias a mi verga, las piernas dejaron de responderle y cada vibración era una delicia dentro de ella.

—¡Mamá! ¿Qué te pasa? —dije en voz alta, tratando de sonar alarmado.

Los temblores pararon, su interior se apretó aún más. Su rostro no podía darse la vuelta completamente para verme, pero lo poco que vi fue que estaba pálida. Tere estaba atónita, esto no había sido planeado, pero por suerte Raquel comprendió lo que estaba haciendo y supo seguirme la corriente.

—¡Mamá! —dijo mi hermanita como si estuviera escandalizada— ¡Esto es demasiado, hasta para mí! Nunca me dijiste que llegaríamos hasta este extremo.

El interior de Sandra ya no podía apretarme más, era como si estuviera convirtiéndose en piedra. Yo sí tenía bien presente que le había prohibido llevarnos la contraria y parece que Raquel también. Se acercó a nosotros y le plantó un beso intenso, acariciándole los hombros que seguramente estarían rígidos como el acero. A Tere le tomó un par de segundos entenderlo todo, pero en cuanto su sonrisa se asomó, le indiqué en silencio que se encargara de acomodar los envases de la comida en la mesa.

Convence a Julia de bajar —dije con mi frente recargada en su espalda, sintiendo su sudor frío—. Aún no me he venido y tú tampoco lo harás hasta que ella se siente. Eso es lo que quieres: tú quieres acabar.

—Sí, señor —respondió en cuanto Raquel se separó de ella.

—Es en lo único que importa —continué—. Tenemos que acabar los dos, a como dé lugar.

—¡Sí, señor! —dijo una vez más, con más emoción.

Era como si hubiera puesto una moneda en una maquinita, sus piernas, su espalda… todo se desentumió al instante. Su cadera subía y bajaba, ahora se había inclinado, justo como había hecho Tere antes, y mi verga tan rico que mi cerebro se desconectó por completo.

Dejé de prestar atención, mis recuerdos a partir de ese punto ya no son claros. Estoy seguro de que en algún momento, tanto ella como yo estábamos llamando a Julia a que bajara porque yo ya había descargado mis bolas y Sandra aún continuaba dándose sentones. Debieron ser gritos de agonía o desesperación, quizás, porque la expresión de mi hermana mayor era de auténtica preocupación cuando bajó las escaleras, es de lo poco que sí logro recordar. Raquel y Tere llamaban a Julia a la mesa, con caras alarmadas y en cuanto ella tomó asiento, creí que me iba a desmayar.

No fue así, por fortuna. El cuerpo de mamá se recargó por completo sobre mí y yo apenas podía comprender lo que Tere y Raquel le decían a Julia, quien apenas llegó a intervenir en la conversación. La mujer encima de mí tomó mi mano y apretó con fuerzas, no lo sabía en ese momento, pero mi madre estaba al borde del llanto y se aferró a mí mientras escuchaba cómo le decían a su hija mayor que todo aquello había sido orquestado por ella y que su mayor deseo era que ella nos viera coger; pero lo que sí supe fue que ella se volvió a venir oyendo aquello y con mi verga casi flácida aún dentro.

En cuanto se levantó, un poco de mi corrida cayó al suelo. Tere se acercó a lamer tanto el piso como a mi riata ya fuera de combate y regresó a su lugar junto a Julia como si nada. Ella la miraba con cierta amabilidad que intentaba esconder su incomodidad (quizás asco, no lo sé), pero, como no podría ser de otra manera, la morena le borró ese dejo de molestia con su carisma y logró continuar la conversación de manera amena. Sin darnos cuenta, la cena había empezado. En algún momento de la velada, ambas estuvieron enganchadas platicando sobre la coordinación de bailarinas en la tele en vivo mientras Raquel, Sandra y yo comíamos en silencio, intercambiándonos gestos de incredulidad.

Para cuando los platos se vaciaron, Julia, Raquel y Tere estaban bromeando con la idea de meterla a trabajar en la televisora. La chica de piel canela se levantó y comenzó a bailar de manera muy sensual, haciendo chistes sobre bailar desnuda en la tele para subir el rating en la noche mientras mi hermana reía genuinamente, diciendo que la multa por hacer eso nos enterraría en deudas.

Para cuando me di cuenta, Tere había sacado a bailar a mamá y las bromas no paraban de hacerse más y más picantes. Mi hermana mayor no paraba de reír con cada locura que le proponían, me pareció que estaba borracha o algo así de lo bien que se lo estaba pasando. Mientras tanto, Raquel se había acercado a mí. Nos besamos y ella insinuó que nos aventáramos un round ahí mismo, frente a todos, pero mi amigo no podía aguantar más por ese día, apenas había reaccionado a los cuerpos de Tere y Sandra danzando apasionadamente y cuando la mano de mi hermanita lo tocó, la hipersensibilidad me hizo contraerme. Ella lo comprendió pero tampoco perdió la oportunidad de volver a usar mi regazo como asiento.

Era casi medianoche cuando nos dimos cuenta de la hora. Tere hizo un último chiste de quedarse a dormir conmigo o con mamá antes de terminar de vestirse en la sala, pero ella misma fue la que se apresuró a recoger sus cosas y dirigirse a la puerta, despedirse desde lejos y cerrar la puerta en un parpadeo. Lejos de que su ausencia trajera un silencio incómodo, mamá y Julia se pusieron a platicar. Lo que puedo rescatar de esa charla fue que mamá se estaba disculpando por enésima vez por lo ocurrido y que le agradecía por tomárselo tan bien.

Y en un movimiento que no podría haber previsto, Julia dice, como si nada:

—Ya, ya. Yo sé que esto fue porque Luís te hipnotizó. 


Comentarios

  1. Ha sido muy difícil, confieso que el capítulo anterior lo reescribí cuando ya casi lo terminaba; este tuve que reescribirlo en dos partes. Me he estado esforzando en hacer que la trama avance más rápido pero también que sea acorde a los personajes y en capítulos más concisos. Me gusta leer sus comentarios, ya sea aquí, en todorelatos, en X o por correo.

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    Respuestas
    1. Me encanta esta serie y no me gustaría que terminara pronto

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    2. Me gustaría que la publicaciones fueran más constantes pero entiendo que la calidad lleva tiempo

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    3. Yo también quisiera retomar el ritmo lo antes posible, realmente me está costando trabajo pero espero pronto volver al ritmo que llevaba antes al menos. Gracias por el apoyo.

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