El Hombre de la Casa 27: Misterio

 



El reloj ya iba a marcar las 4 de la mañana, seguíamos en el comedor, platicando. Raquel y yo seguíamos sin ropa, pese a la hora, no se sentía frío. Tere llevaba puesta la bata satinada que se puso para atender a la vecina que se había preocupado por el altercado. Nos contó historias de sus múltiples aventuras viajando por el país y, por supuesto, de cómo conoció a Pascual. Su acento raro era porque él sí era de África. No sólo eso, sino que era de un país en donde todavía tienen reyes y él era un allegado a la familia real.

—Así que sí existen príncipes nigerianos sueltos por allí —bromeé.

—Ja, ja, ja. Al principio, él se acercó a mí diciendo que era un príncipe —contestó Tere—. Era un bobo.

—¿Era? —preguntamos irónicamente Raquel y yo al unísono.

—Fue bajándole a sus cuentos conforme nos conocíamos. Es algo así como un primo lejano de los hijos del rey, pero aún así, su familia tiene mucha plata. La empresa de su papi… ¡mi casi suegro! —exclamó con falsa congoja—. Tiene relaciones con universidades de todos lados y eso le permitió viajar a Inglaterra, Estados Unidos y prácticamente todo el mundo. Cuando llegó a Cancún, venía de estar meses en Bélgica…

—¡Ay! ¡Yo también quiero que viajar así por el mundo! —suspiró Raquel.

—Es bonito, viajar… “Misteriosamente” —dijo Tere, haciendo comillas con sus dedos—, me lo encontraba en muchos de mis viajes. Aprendió a no ser tan pesado, pero me seguía encontrando cada que viajaba sola. Y, pues, se fue ganando mi confianza y cariño. Lo considero un amigo, me ha ayudado mucho cuando no podía ni conmigo misma.

—El problema es que él no te veía como una amiga nada más —comentó mi hermana.

—Por más que le decía que no me iría con él, no entendía.

—Debiste deshacerte de él desde el principio, seguía haciéndose ideas porque creyó tener una oportunidad —se me escapó decirle.

Ambas se quedaron calladas, me di cuenta de que aquello me había salido del alma. Un gusto amargo me invadió y el té, ya frío, no hizo mucho para quitármelo. Un sentimiento de melancolía me invadió y ni siquiera pude entenderlo, nunca había tenido novia antes de estar con Raquel… todo por mi infantil obsesión por Julia.

Como mamá sabía que iríamos con Tere, le dijimos que no nos esperara, ella fue la primera en decirnos que no saliéramos solos a la calle de noche. No íbamos a poder dormir bien, sólo estábamos haciendo tiempo para pedir un taxi y llegar a casa a tiempo para que Raquel se preparara para ir al trabajo. La plática se volcó hacia la obra en la que iba a participar mi hermana y que estaba por estrenarse.

—¿Puedo ir? —le preguntó la venezolana con emoción.

—¡Pues sí! ¿Por qué preguntas? —contestó Raquel, sorprendida.

—Por precaución —le respondió con tono distante—. Con eso de que ustedes dos estuvieron pegaditos estos días… a lo mejor ya no quieres que alguien más esté con Luís.

—Ajá… Y por eso vine hasta acá con él, ¿no? —exclamó con sarcasmo mi hermanita—. Pues claro que tienes que ir. Mira, si ven a Luís solo otra vez, las zorras van a molestar otra vez —dijo como si explicara algo obvio. Lo único obvio era que aquello se le había ocurrido en el momento—. Oye… ¿tú sabes qué onda con mamá?

La pregunta la tomó desprevenida, así que tuvimos que explicarle todo lo que habíamos estado viendo en nuestra madre. Mientras lo platicábamos, era cada vez más evidente que mamá había querido mantener su distancia con nosotros después de lo ocurrido aquella vez.

—Pero dices que no tiene problemas en unirse a ustedes cuando la invitan… —recapituló Tere—. ¿No te ha dicho nada? —se dirigió a mí—. ¿Nada? ¿Ni si quiera de lo de la hipnosis? Las cachetadas… lo de Julia… —ambos le contestamos que no—. Hum. Está raro.

—¿Crees que esté saliendo con alguien? —preguntó Raquel, con tono de chisme.

—¡Coño, no sé! Pero eso parece. Digo, a mí no me ha dicho nada —continuó con tono pensativo—, pero tampoco es que hayamos platicado mucho. Seguimos viéndonos en el gimnasio y así, pero, pues, nada.

—Ha de ser alguien del trabajo —sugerí—. Ella no nos dice nada de dónde está o por qué llega tarde.

—¿Y si la hipnotizas y le preguntas?

La sugerencia de mi hermana no me sorprendía para nada a estas alturas, pero Tere se quedó meditándolo un tiempo. Como siempre, me tocó ser el que descartara la idea, después de todo, yo confiaba en que mamá nos lo terminaría contando tarde o temprano. Los tres bebimos una taza, ahora de café bien cargado, Raquel y yo nos empezamos a preparar para irnos en cuanto Tere nos ofreció bañarnos. Marcamos al sitio de taxis y Tere nos despidió con un beso cálido, a ambos. Raquel estuvo sonrojada un rato y para cuando llegamos a casa, Julia estaba saliendo de bañarse.

—¿Estuvo buena, la noche? —preguntó, burlona.

—Eh… —le respondí agitando la mano, dándole a entender que pudo haber estado mejor.

—Si llegaron a esta hora me imagino que ni durmieron —dedujo ella—. ¿Usaron protección?

Lo preguntó con auténtica preocupación, a lo que mi hermanita respondió con un entonado “No, mamá” mientras se dirigía a su cuarto. No estaba tan seguro de qué tanto quería saber Julia sobre lo que en verdad ocurrió esa noche, sólo me limité a decirle que no había sido necesario. Nos quedamos un rato en silencio, a lo mejor ella esperaba una respuesta más elaborada de mi parte, pero mientras más lo pensaba, más me daba cuenta de que no hacía falta contarle más. Me zafé diciéndole que quería dormir y ella respingó antes de dirigirse a su cuarto a toda velocidad, por lo que me dirigí a mi cama.

Ese día tenía curso, por lo que puse una alarma que me permitió dormir apenas unos minutos. Por suerte, fue una buena siesta. Mamá estaba por irse cuando bajé a desayunar, me saludó fugazmente y nos deseamos un buen día. Raquel todavía no se había ido, su turno empezaba hasta las 10, por lo que pudimos desayunar a gusto. Era agradable tener más tiempo para platicar con ella en las mañanas, sin tanta prisa como cuando entraba a trabajar temprano al café. Se hizo la somnolienta sólo para que le llevara el tenedor con comida a la boca, como a un bebé y al siguiente instante, estábamos besándonos como un par de enamorados y, bueno, una cosa llevó a otra. Ella tuvo que volver a arreglarse el maquillaje y el cabello después de que me viniera en su cara, aunque ella estaba contenta porque había sido una carga abundante, seguramente por todo lo que no pude descargar la noche anterior.

La clase fue pesada ese día, la teoría era bastante aburrida y el mensaje que recibí de Tere a mediodía no me ayudó a concentrarme para nada en lo que decía la maestra. La chica pasó por mí y nos fuimos directo al almacén donde trabajaba mamá.

—Hay algo raro, papi —me repitió con voz baja mientras curioseaba entre la ropa de mujer—. Se puso toda rara cuando le pregunté. Debe ser algo fuerte como para ni a mí me lo quiera decir.

—¿Y crees que te lo va a contar si la vemos aquí?

—¡Nah! ¡Cómo crees! —contestó haciendo un gesto de asco, no sé si por la conversación o por la prenda que tenía en sus manos—. Voy a averiguarlo yo sola y luego, la haré pagar por andar guardándome secretos.

Su plan maestro era recorrer todo el lugar para identificar a posibles candidatos, pero al ser una tienda departamental, se estaba volviendo en una tarea tediosa por la cantidad de empleados que había. Yo pensaba en algún hombre, pero la amiga de mi madre me aseguraba que debía ser una mujer por la reacción que hizo cuando le preguntó.

—Debiste verla, cariño. Ella ha de pensar que hizo su mejor cara de póker, pero se puso tensa, tensa. Esa cara que puso cuando la molesto con las cosas que hace con Raqui en la cama.

Se espantó de lo que acababa de decir en voz alta y revisamos si alguien más nos habría escuchado. Por suerte, alejábamos al personal que se nos acercaba a ofrecernos asistencia cada que llegábamos a su área y no había más clientes cerca. Además, ella sí estaba comprando, según dijo, para no levantar sospechas entre los empleados. Sin embargo, era cuestión de tiempo para que mamá se presentara ante a nosotros. Nos saludó amablemente y nos trató como a clientes para no atraer más atención de lo que ya hacía, después de todo, era la subdirectora. Eso sí, bajita la mano, nos preguntó la verdadera razón por la que estábamos allí, a lo que su amiga sólo le preguntó si quisiera acompañarnos a tomar un café.

Tal y como ella y yo suponíamos, la invitación de Tere insinuaba otra cosa. Como no había problema para que mamá se tomara su descanso a la hora que le conviniera, aceptó. Dijo que podía tomarse hasta dos horas al día pero nunca las hacía válidas.

—Es cansado. Salir, ir a casa y luego regresar. Ni disfruto el “descanso” —nos dijo en cuanto nos hicieron llegar las tazas.

—Hacía mucho que los tres no tomábamos café —señaló Tere, con tono sugerente—. ¿No te gustó el postre aquella vez?

—¡Ahí, vas! —exclamó mamá—. Andas toda rara desde esta mañana, ¿qué te traes?

—¿Tú, qué te traes? —le respondió su amiga—. Anoche Luís y Raquel me dijeron que has estado llegando tarde a casa y que… ya no es lo mismo —ronroneó mientras repasaba el dedo por el borde de su taza.

Mamá frunció el ceño, como si lo que estaba escuchado no tuviera sentido. Se quedó pensando y luego me clavó los ojos furtivamente antes de perderse en el líquido oscuro de su taza. ¿Estaría dándose cuenta de algo? Tal vez pensó que nadie lo habíamos notado o que no había levantado sospechas.

—Los niños piensan que estás viendo a alguien —añadió Tere—. Creían que tú y yo por fin estábamos viviendo el tórrido romance que nos merecemos…. —bromeó al tiempo que sostenía su mano—. Pero resulta que no es así, no soy tu prioridad.

—¡Ay, mira! Tú eres la que te desapareciste para estar con ese negro tuyo —espetó con cierto recelo. Hizo una pausa y continuó tras un sorbo—. No creí que realmente se fueran a quedar toda la noche contigo. Ustedes dos —se dirigió a mí— parecían arañas fumigadas cuando llegaron. Ni siquiera se les ocurrió que tenían que levantarse temprano hoy, Raquel apenas acaba de entrar a trabajar ahí.

—¡Ay, querida! Si supieras…

Comenzamos a contarle cómo había empezado la noche y su rostro pasaba de la preocupación y el rechazo a la curiosidad de saber cómo le habíamos hecho para estar los cuatro en la cama.

—Básicamente, sólo fuimos 3 —aclaró Tere—. Raqui dejó en claro que no quería nada con Pascual desde antes que él llegara y Luís… —dijo, acariciándome el mentón—. Este barbaján la defendió con uñas y dientes, nos defendió. De no estar tan molesta con Pascual, me habría lanzado a sus brazos y que me cogiera ahí mismo… ¡Uf! Y que él nos viera —gruñó sin afán de esconder su cachondez—. Que viera que tú sí me puedes coger y él no… ¡Ay! —se quejó—. ¡Me quedé con ganas de hacer tanto anoche!

Mamá estaba sonrojándose y miraba de reojo a ver si alguien nos estaba viendo, lo cual efectivamente estaba pasando y eso la hizo querer que la tierra se la tragara. La mano de la morena comenzó a juguetear con mi labio y me demandó un beso muy apasionado. Un empleado del restaurante se acercó a nosotros y antes de que dijera algo, mamá se levantó y se disculpó mientras pedía la cuenta y repetía que ya nos íbamos.

Tere me tomó la mano y me jaló hacia donde estaba mi madre, terminando de pagar y con la cara toda roja. También tiró de su mano y para nuestra sorpresa, no nos condujo la salida que daba a la calle. El restaurante al que nos había llevado era parte de un hotel y conforme avanzábamos a la recepción, sus intenciones fueron claras para nosotros.

 

Cerré la puerta de la habitación con seguro tras cederle el paso a ambas, dudé en si era realmente necesario colgar el letrero de “no molestar”. Tere estaba muriéndose de ganas por empezar y se desvistió en segundos, reclamándome por no hacerlo yo también. Mamá había optado por permanecer callada, pero no se mostró ni molesta ni reacia ante lo que estaba ocurriendo. Eso sí, se la pasó mirando de reojo a todos lados antes de que llegáramos al cuarto, como si los ojos y oídos que nos vieron en el restaurante nos estuvieran siguiendo.

La chica morena se ofreció a mí, literalmente, con los brazos (y piernas) abiertos y ¡Dios! Sus adentros no querían dejarme ir, sentía cómo mi verga estaba por sacarle las entrañas de tanto hacían succión cuando retrocedía con todo y veía asomarse su interior. Besos, caricias, pasión… hambre. No paraba de gritar cómo la habíamos dejado con las ganas y ahora tenía en mis hombros la responsabilidad de cubrir el espacio que Pascual había dejado vacío con ella.

—Así que ahora quieres más atención de Luís… —comentó Sandra, que había estado sentada a lado de su amiga, observándonos con calma y en silencio, como una leona al asecho. Tenía una voz firme y, digámosle, amenazante… para Tere.

—Ca-¡ah!-cariño… T-tú ere-es la… la que… —Tere estaba tratando de hablar a pesar de haberse venido hacía poco y yo seguía dándole con fuerza, quería venirme dentro como me lo había pedido cuando empezamos—. Tú-u eres la q-que me o-ofreció a tu hi-¡AH!

Una mano pellizcó su pezón, la mujer sentada a su lado definitivamente no quería escucharla acabar esa frase, pero tampoco quería pasar la oportunidad de hacerla sufrir sin romper aquella tensión sexual. Su interior se contrajo por el dolor, así que comencé a ir más despacio.

—Pero no te dije nada de llevarte a mis hijos a tener sexo con un desconocido —mustió entre dientes mi madre. Era claro que sí estaba un poco molesta, pero tenía una sonrisa torcida.

—¡Tú fuiste la que me dijo que estaba bien! —le soltó su amiga—. ¡Uf! ¡Pero no me sueltes —añadió sujetándole aquella mano que se alejaba de ella—, sácalo todo! ¿Te molesta que me haya llevado a Raquel y no a ti? ¡Uy! ¡Sí!

Gimió de placer por el nuevo pellizco, estaba buscándoselo, al igual que solía hacer Raquel, lo hacía por molestar a mamá.

—Te daría una cachetada, pero eso te gustaría, ¿o no? —preguntó mi madre, con voz fría.

—Si eres tú, podrías hasta matarme ahora mismo y moriría con una sonrisa —ronroneó, melosa y hábilmente.

—Entonces, me voy. Los dejaré terminar solos —soltó de repente mamá. Se levantó y se alejó de la cama con indiferencia ante las quejas de su amiga y posando su mano en mi hombro, me dijo—. Hazla chillar. Si no, la vas a tener todos los días así y Raquel lo va a resentir —sus palabras ya no eran frías, eran hielo puro—. Yo sé que puedes. Que no pueda caminar después —sentenció como haría un mafioso—. No llegues tarde a casa.

La puerta se cerró a mis espaldas y aunque vi a Tere suplicarle con los ojos que no se fuera, era evidente que a mí no me dejaría ir sin hacer cumplir aquellas palabras. En sus ojos ardía ese deseo, similar a mi hermanita cuando tiene sus episodios de excesiva calentura, pero este era mucho, mucho más salvaje.

Como si mi madre fuera una vidente, sus palabras se cumplieron. Su segundo orgasmo llegó después de venirme dentro y cuando mi amigo quedaba fuera de combate, mis manos y boca tomaban relevos constantes en lo que podía volver a metérselo. Perdí la cuenta de ella, pero yo terminé en tres ocasiones, todas dentro. No hubo anal (ella no se había preparado) y tampoco me la mamó, simplemente se dejó hacer y yo me dediqué a atacar su coñito que, de estar hambriento y demandante al inicio, terminó enrojecido y palpitante. Al final, pude disfrutar de sus berridos, gruñidos y finalmente, chillidos.

Tuve que aguantar sus manotazos cuando me pedía que le diera tregua, aunque valieron la pena por verla retorcerse como en ocasiones también hacía Raquel y al final, sus forcejeos se detuvieron. Ella estaba tumbada boca arriba, su mirada, perdida y sus pezones, duros como piedras. Mi mano en su muslo podía sentirla temblar cada que exhalaba sobre su clítoris, que ya casi adoptaba un tono purpúreo.

 

—Quítate esa sonrisa boba —dijo mientras terminaba de vestirse—. Le voy a reclamar a Sandra que no cumpliste tu promesa: todavía puedo caminar.

—Eso lo podemos arreglar.

Quise acercarme, pero ella retrocedió de inmediato, adoptando una posición defensiva y apenándose cuando me burlé de su reacción. Sé que ella no iba a admitir nunca cuando yo cumpliera o superase sus expectativas, mi verdadera victoria fue ir viendo poco a poco más ese… llamémoslo “respeto” por lo que era capaz de hacerle en la cama… o donde estuviéramos. Además, tuvo que apoyarse en mi brazo mientras nos dirigíamos al elevador y para eso, no había palabra que bastaran.

Me soltó un manotazo cuando le agarré el culo al entregar la habitación en la recepción. El personal del hotel nos vio con cierto recelo, ahí nadie se chupaba el dedo, podíamos ver que sabían el uso que le dimos a la habitación. Tal vez era algo de esperarse en un hotel barato, un motel o cualquier otro sitio de mala muerte en que te cobran por hora, pero no un sitio así, a esa hora.

¿De dónde sacaba Tere tanto dinero? Me preguntaba. Ella dijo que jamás le aceptó ningún regalo a Pascual, excepto cenas o reservaciones en hoteles, cruceros y cosas así. Pero viendo lo que gastaba como si no fuera nada, me fue imposible dudarlo. Había comprado ropa costosa y maquillaje antes de que nos abordara mamá, la habitación no había sido precisamente barata y eso sin mencionar lo que me llegó a pagar por los masajes al principio.

—No te preocupes, nene —me respondió al preguntarle si no había gastado de más—. Mis cuentas están bien.

Nuevamente, rechazó mi invitación a pasar a casa, esta vez, me atrevería a decir que con cierto miedo. Pensé que temía acabar otra vez a mi merced y que ahora sí la dejara sin poder caminar, ahora que podríamos tener sexo en casa sin preocuparnos por Julia; aunque ahora que lo pienso, puede que a lo que le temiera era a mamá. Nos despedimos de beso y la chismosa de doña Edu estaba asomada, viendo el auto de Tere irse.

 

—¿Y qué descubrieron? —me preguntó Raquel, jugueteando con mi cabello en su regazo mientras le contaba lo que había ocurrido con Tere. Estábamos en su cama, ella, desnuda y yo, aún vestido.

—Nada, realmente. Tere insiste en que mamá debe estar viéndose con una mujer, pero son sólo sus ideas raras… ¿Sabes qué? —exclamé en cuanto me di cuenta—. Mamá estaba algo molesta con Tere por lo de Pascual.

—¡Obvio! —suspiró mi hermana—. ¿Le contaron lo que aquél quiso hacer?

—No entramos en detalle. ¿Tú le contaste algo?

—Apenas —respondió con tono taciturno—, cuando llegó y me preguntó qué pasó. Estaba toda alterada cuando llegó, aterrada. Creía que yo iba a tener moretones o algo así. Se la pasó revisándome un buen.

Tomé su mano porque su voz se estaba apagando, estaba fría. Se la besé ella empezó a temblar. No había reparado en lo que todo aquello había representado para Raquel, tenía miedo. Terminé siendo yo quien la rodeara con mis brazos y dejé que lo sacara todo, no con palabras pero sí con lágrimas. Me resulta curioso cómo la gente piensa que la intimidad es sólo sexo. Esa tarde, después de lo que había hecho con Tere, me sentí no sólo conectado a mi hermana, sino unido de una forma que no se compara con nada más en este mundo. No siempre hay buenos momentos, pero ahí recordé que siempre es bueno tener a alguien con quien contar para cuando las cosas no van bien.

Por respeto a Raquel, ni mamá ni yo le contamos nunca a Julia lo que había pasado aquella noche en casa de Tere. Ésta última no paró de disculparse con mi hermana una vez le hice saber lo afectada que había quedado, lo cual fue bueno para ambas, pero era evidente que algo así no iba a ser fácil de superar. Fueron días extraños, sin dudas. Por un lado, Tere y Raquel empezaron a verse con más frecuencia y fueron cultivando una amistad muy… ¿sana? Quiero decir, dejando de lado el sexo.

Primero intentamos organizarnos con respecto a los días en que yo estaría con una y con otra… pero eso es más fácil de decirse que de cumplir. La primera en romper las reglas era Raquel y no dudaba en hacérselo saber a Tere con fotos y videos a modo de alarde, una especie de juego de poder para ella. Y digo para ella, porque Tere lo tomaba como lo que era: un juego. Se portó con mucha más madurez de lo que habría esperado de ella. Jamás se quejó de mi hermanita, ni frente a ella ni a sus espaldas; aunque claro que se divertía molestándola cuando le apetecía. La morena y Julia llegaron a aliarse, diciéndole a Raquel que Tere y yo podríamos fugarnos un día y desaparecer de la nada con la ayuda de nuestra hermana mayor; por el gusto de aplacarla cuando se ponía insoportable.

Eso era otra cosa, Julia parecía estar de muy buen humor. Me parecía que había vuelto a formar parte de la vida en casa tras haberse alejado… y es extraño decirlo así, ya que nunca dejamos de vivir juntos y, al contrario, parecía que entre semana estaba mucho menos en casa. Raquel y yo pasábamos más tiempo juntos gracias a los horarios tanto de su nuevo empleo como de la compañía de teatro; por lo que se volvió algo más frecuente que mamá o Julia nos encontraran en medio de algún faje o con las manos del uno en el otro. Y contrario a lo que hubiera creído, la actitud relajada de Julia había hecho que Raquel dejara de forzar alguna escena para tratar de incomodarla, por lo que ahora cuando nos encontraban en medio de alguna fechoría, era genuinamente porque se nos olvidaba cerrar la puerta o nos descuidábamos de la hora de llegada de alguna de las dos.

Mi hermana mayor me decía que lo mejor era no darle más importancia de lo que debía, tratándose de algo que no iba a poder cambiar, era eso o volverse loca con todo lo que ocurría en casa. Lo que había comenzado fingiendo que no nos veía o nos oía se convirtió en genuina aceptación y hasta algo de lo qué bromear entre nosotros, empezó a tener la costumbre de darme una palmada o desarreglarme el cabello cuando me tenía al alcance y veía que tenía la verga parada, incluso cuando Raquel, Tere o mamá estaban haciendo uso de ella en “espacio público” de la casa, como la sala o el comedor. La morena se fue convirtiendo en una presencia habitual dentro y fuera de la casa, al grado de que también se quitaba la ropa al entrar, incluso en presencia de la hija mayor de su amiga. Pero, por más que bromeaban sobre sexo en presencia de Julia, nunca buscamos replicar lo de aquella ocasión y tener sexo intencionalmente frente a ella. Es más, Tere genuinamente se apenó una vez que Julia nos volvió a sorprender cogiendo en mi cuarto, tanto que, al acabar, hasta fue a su cuarto para disculparse con ella por “la indiscreción”.

—¡Ay, mira! —le respondió mi hermana mayor—. Después del trauma de aquella vez, dudo mucho que haya algo que me sorprenda.

—A mí me sorprende que todavía no te nos unas, cariño —le respondió, sacudiendo su melena rizada y apoyando el antebrazo sobre el umbral de la puerta, insinuándosele de manera descarada.

—¡Guau! ¡Qué directa! —contestó Julia, abanicándose con la mano, haciéndose la abochornada—. Gracias, no, gracias. Mi amor por Luís no va por allí ni llega a tanto. No tendría sexo con mi hermano ni loca. ¡No me lo tomes a mal! —se dirigió a mí, alzando la mirada por encima de los hombros de Tere para verme.

—Descuida, ya veré cómo me sobrepongo a tremendo rechazo —bromeé por lo bizarro de la escena.

—¡Ay, cariño! ¿Qué cosas dices? —le dijo Tere, con falsa conmoción—. Yo me refería a que te nos unieras a andar así, al natural, en casa. ¿Tener sexo con “Louie” —un apodo que había empezado a usar conmigo cuando interpretaba su papel de novia frente a otros—? Yo nunca pensaría en sugerir algo así —entonó con ironía—. Es mi novio, ¿sabes?

Aquello hizo que Julia soltara una risa sarcástica, aunque amistosa. Sólo sacudió la cabeza antes de cerrarle la puerta en la cara a Tere y ella se giró para alejarse con una sonrisa pícara, su disculpa había terminado con otra muestra de su descaro habitual.  

—Supongo que mi cuñis sigue siendo un hueso duro de roer —dijo en voz alta para que la oyeran tras la puerta cerrada—. ¿O acaso —me susurró al oído— el duro de roer es otro?

 

Todo parecía ir sobre ruedas, viento en popa. Tere se estaba ganando un lugar genuino en la casa al punto de que pasó su primera noche y no vi problema en que fuera en mi cuarto. Ella insistió en que era “su día” conmigo y aunque le prometió a Raquel que sólo íbamos a dormir porque ya estaba cansada, ésta se negó a dejarla dormir a solas conmigo.

—Entonces, mejor duermo con mi suegris —dijo al tiempo que le dedicaba a mamá la sonrisa más dulce del mundo— ¿Puedo, mami? ¿Me aceptas en tu cama esta noche?

Con una sonrisa nerviosa, mamá aceptó, no sin antes ofrecerle el cuarto de Raquel para que ésta durmiera conmigo.

—¡Ay! ¡Ni que oliera feo o algo así! Me acabo de bañar —hizo ademán de olfatear su axila—. Además, ya dije que sólo quiero dormir. No va a pasar nada raro… o bueno, no conmigo despierta. ¡Tú puedes hacerme lo que quieras, amor!

Con la cara hecha un tomate, mamá se llevó a nuestra invitada escaleras arriba. Tere se asió a su brazo y nos deseó buenas noches con ese carisma de sinvergüenza que la caracteriza mientras jugueteaba con el camisón de nuestra madre. Ya casi no veíamos a mamá sin ropa en casa desde que su amiga le había hecho el comentario de que no le hacía falta ver a Julia desnuda si tenía a nuestra madre como referencia, cosa que la afectó más a ella que a nuestra hermana.

—¿Qué tan raro que la novia de mi hermano parece estar enamorada de mi madre? —soltó Julia a modo de chascarrillo.

—Es raro, tal vez más raro que ellas y yo tenemos sexo con Luís —remató Raquel, que estaba a mi lado, abrazándome.

—No —rio la hermana mayor—, creo que eso sí está aún más raro.

—Todo es raro —dije, adelantándome a cualquier cosa que pudiera responderle nuestra hermana menor—. Pero sí, yo digo que Tere tiene un crush con mamá.

—Lástima que mamá ya tiene a alguien más —suspiró Raquel, con su mejilla en mi hombro.

—¿Cómo así? —exclamó Julia con desconcierto—. ¿Mamá tiene novio?

—Eso parece —respondió pensativa la menor de los tres—. Si no, ¿por qué otra razón ha cambiado tanto?

—¿Te parece? —preguntó la mayor, con cierto escepticismo.

—Sigue llegando tarde, incluso hasta llega después que tú —le señalé—. Ya lleva así casi un mes, ¿no te parece raro? No puede ser por trabajo —dije antes de que me lo sugiriera—. Sale a tiempo todos los días.

—¿La siguieron? —nos cuestionó Julia con asombro, yo asentí.

—Y espérate. Eso no es lo raro —acotó Raquel, bajando la voz—: se va a moteles, ella sola. Entra sola y se va sola. Nadie más entra ni sale, ni antes que llegue ni después de que se vaya.

Julia tenía los ojos abiertos como platos al darse cuenta de que, efectivamente, habíamos estado espiando a nuestra madre. Raquel comenzó a ahondar en la participación de mamá en toda la dinámica sexual en la casa, antes y después de lo de la “falsa hipnosis”. No estaba escatimando en detalles, como que antes, mamá casi la sometía cuando tenían sexo ellas dos hasta casi hacerla desmayarse y ahora, ni la buscaba y apenas le hablaba. Viendo cómo nuestra hermana escuchaba atenta, ahora yo no tenía tapujos en decirle que, si bien a mí ya no me buscaba tanto como antes, todavía tenía sexo con nuestra madre en contadas ocasiones y, a mi parecer, todavía se portaba de forma apasionada.

—Incluso hasta sonríe cuando yo le… —Decidí acabar mi frase con la pantomima de una cachetada—. Parece que sí es verdad que le gusta eso.

—Pues… si hasta lo de los meados… —empezó a decir Raquel.

—¡OK, OK, OK! —la interrumpió Julia—. Ahí déjenlo, ya entendí.

—¡Es que está raro, Julia! —insistió mi hermanita—. Cuando no llega tarde, quiere que nosotros salgamos. Una vez, hasta nos quedamos a ver si alguien venía a la casa mientras no estamos.

—¡Pues claro que no, mensos! —se indignó mi otra hermana—. Yo me daría cuenta si alguien entrara, cuando ustedes salen los domingos, yo me quedo aquí con mamá.

—¿Y qué hace cuando nos vamos? —le pregunté.

—No, pues… nada —contestó, perpleja—. La verdad es que ella se la pasa en su cuarto cuando yo estoy acá abajo. Bueno, también hay veces en que me quedo dormida.

—¿Y si sí mete a alguien cuando tú te duermes? —se preguntó Raquel, aferrada—. Si compramos una cámara y la escondemos en su cuarto…

—¡Ay, ya! ¡Basta! —exclamó Julia—. ¡Es mamá! Lo más que hace cuando ustedes no están es… eso, encerrarse en su cuarto. No entra nadie a casa.

Todos nos quedamos en silencio, cada quien con nuestros pensamientos. Nuestra hermana estaba igual de intrigada que Raquel y yo, pero era obvio que se negaba a pensar que nuestra madre hiciera cosas tan raras no sólo a nuestras espaldas, sino hasta en casa, con ella presente.

—Debe estar viéndose con alguien —sentenció con resignación tras deliberarlo mucho—. No creo que se meta, sola, a un motel para solamente… ya saben… —dijo, desviando la mirada. Ninguno dijo nada, yo alcé las cejas y Raquel se encogió de hombros—. ¡Ay! ¡A masturbarse!

—Puede ser… —-dijo Raquel, pensativa—. Sí… tiene sentido.

—¿Eh? —exclamamos Julia y yo al unísono.

—¿Y si mamá de verdad no se mete con nadie en el motel? —sugirió la hermana menor—. O sea, no con alguien físicamente…

—¿Por teléfono? —preguntó la mayor de nosotros.

Raquel encogió los hombros. Era extraño, pero es lo que más nos hizo sentido a los tres.  De inmediato, empezó a hablar sobre revisarle el celular a mamá cuando Julia la detuvo en seco.

—Eso sí, no. No hay que cruzar esa línea, Raquel. No podemos espiar el cel de mamá sólo para “ver con quién se está viendo”. Ni verle el celular ni nada de cámaras. Respetemos su privacidad. Que ustedes no la tengan significa que ella o yo tampoco.

Ella tenía razón. Habíamos estado espiando a mamá, siguiéndola a moteles distintos y hasta a esperar por horas en la calle, vigilando la casa y nunca vimos a nadie; sin mencionar las veces que me negué a hipnotizarla cuando me lo pidieron tanto Raquel como Tere. Si era algo que mamá no quería compartirnos todavía, estaba seguro de que era por algo. Tal vez era alguien importante y que quería mantener un perfil bajo o tal vez, alguien que simplemente estaba del otro lado del mundo y que había conocido en un lugar de citas por Internet; o a lo mejor, mamá no quisiera presentarnos a nadie antes de formalizar una relación.

—Pues si eso fuera, ¡sería una pendejada! —opinó Raquel—. Si te vas a un motel a tener sexo por teléfono, videollamada o lo que sea… ¿y creer que puedas formalizar algo así?

Estábamos por responder, pero de pronto, nos llegaron los ruidos inequívocos de que mamá y Tere estaban más que despiertas. De no ser porque conozco los gemidos de Tere, habría pensado que la estaban matando o algo así.

—¡Como si algo dentro de todo esto fuera normal! —concluyó Julia y la risa nos ganó a los tres.

—¡La vas a matar, perro! —gritó Raquel y nuestras risotadas no pararon

Esa noche, decidimos dar por hecho que mamá estaba viéndose con alguien a distancia y que usaba los moteles o los momentos en los que no estábamos ni Raquel ni yo para tener un poco de privacidad; así mismo, también nos prometimos (más por comprometer a Raquel) a que no seguiríamos husmeando y dejaríamos que mamá nos contara lo que estaba pasando a su debido tiempo. Por más que le suplicamos, no logramos que Julia se animara a espiar a mamá en nuestra ausencia, aunque algo en su rostro me hizo albergar la esperanza de que probablemente lo terminaría haciendo, la curiosidad es cabrona.

 

Al día siguiente, era domingo, mamá salió a trotar y se tomó horas antes de regresar. Tere bajó y aunque tenía una sonrisa de oreja a oreja, parecía que la había arrollado un tráiler. Julia se levantó de la mesa en cuanto se dio cuenta de que se nos iban a dar detalles de la sesión con mamá en la cama.

—¡Coño, mi amor! ¡Pero no te vayas! ¿No te gustaría saber qué tan parecidas son tú y mami? —le gritó a la chica que subía las escaleras, ignorándola.

La anécdota nos puso a todos cachondos, aunque parecía que Tere nos estaba narrando una película porno.

—Así de sumisa como la viste ese día, rogando que la golpearas y la humillaras… ¡es una perra loca! ¡Sádica! ¡Dominatrix! Ahora veo lo que decías, Raqui —-le dijo a mi hermana—. ¡Creí que me iba a desmayar! Me faltaba el aire y ¡Ay! —chilló de alegría mientras sus pies daban saltitos, estando ella sentada en la silla del comedor—. ¡No me lo puedo creer, Louie! Si no me caso contigo, me caso con tu mami y si no, con Raqui o Julia. ¡Pero el amor de mi vida está en esta casa!

—¡Qué raro! —comenté al aire— Incluso en sus momentos más intensos, nunca ha sido ni violenta ni ruda conmigo cuando lo hacemos.

—¡Ay, mi amor! —respondió con júbilo—. Pues porque eres su niño, su príncipe azul… o tal vez sea porque eres hombre… ¡Quién sabe! Yo, encantada.

—¿Y si a mamá sólo le gusta ser dominante con las mujeres? —infirió Raquel tras meditarlo mucho—. Digo, en el sexo. Porque en el día a día también se trae cortitos a los viejos.

—¡Eso sí! —suspiró la morena, con añoranza—. Es una hembra indomable. Sabe aplacar a los hombres incluso cuando está ella sola en el motel. Una vez le puso su “estate quieto” a un baboso que intentó seguirla a su cuarto ¡Ay! —volvió a chillar de emoción—. Con su pura aura, yo lo vi. Ese pelele se dio la media vuelta y supo que era muy poca cosa para tremendo mujerón. ¡Seguro hasta termina rompiéndole el culo como a mí anoche con su arnés!

—¿Arnés? —preguntamos Raquel y yo.

La chica de pelo chino decidió que no hacía falta decirnos más, nos llevó al cuarto de mamá. Allí, en una caja dentro del clóset, nos mostró aquello que la hizo chillar la noche anterior: un dildo transparente, con perlas sobresaliéndole y de un tamaño considerable. Estaba atado a un arnés y Tere se lo probó sin meter las piernas, las cintas le quedaban demasiado grandes pero eso no le impidió sacudir la pelvis para mostrarnos la ferocidad con la que la atacó mamá.

—Es nuevo —nos presumió ella—, lo acaba de comprar hace poco. Cuando está muy cachonda, se le afloja la lengua.

—¿Y qué más te dijo? —preguntó mi hermana de inmediato—. ¿Te dijo a quién está viendo?

—Nop —respondió con voz juguetona mientras devolvía el cacharro y la caja a su lugar—. Pero sea quien sea, o es mujer o es alguien muy interesante. Y si compró esto, es porque se van a ver… o ya se vieron.

—¿Qué? —le preguntamos Raquel y yo.

—¡Ay, miren! Yo no sé. Puede que me equivoque… pero yo sé que esas correas ya están muy estiradas, Sandra ya se lo ha puesto antes… y mucho. ¡Meh! A lo mejor sólo se lo pone y ya… ¡y lo estrenó conmigo!

—¡Bueno! —dijo una voz a nuestras espaldas, era mamá—. ¿Quién te dijo que podías mostrárselo a ellos?

—¡Oy! ¡Mi amor! —canturreó Tere, corriendo a abrazar a su amiga—. Yo sólo les estaba contando lo que me hiciste anoche. Pero, si lo que hice está mal… merezco un castigo —dijo, haciendo cara de puchero.

—Eso te gustaría, ¿no, puta? —le respondió mamá, con voz autoritaria.

La chica de piel canela volvió a chillar de alegría y a dar brinquitos de emoción tras recibir una sonora nalgada de mamá. Ella y yo cruzamos miradas y nos sonrió sin separar los labios a Raquel y a mí, de una manera que me pareció enigmática y sexy.

Comentarios

  1. Buenas, muy interesante e intrigante este episodio, espero con ansias el siguiente.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. ¡Qué bueno que te gustó! El próximo ya está escrito y se estrena el 22 de septiembre ^_^

      Borrar

Publicar un comentario

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?