El Hombre de la Casa 28: Escapada al Mar

 


Septiembre terminó siendo un mes pesado. Los cursos de masaje empezaron a enfocarse más en la práctica y aunque al principio no fue nada del otro mundo, se tornó más y más difícil. La maestra era estricta a la hora de evaluarnos, nadie sacamos más de 6, a pesar de que a casi todos nos había dicho que estábamos haciéndolo bien. Fuerza en los dedos, inclinación, postura, detalles pequeños con el procedimiento; sus observaciones eran casi las mismas para todos y para cuando me había dado cuenta, ya hasta estaba practicando en casa para subir de calificación.

Practiqué con Raquel y Tere más que nada, pero incluso practicaba en mis piernas y antebrazos cuando no había nadie. Le pedí a mamá que me dejara practicar en su cuarto, para usar su espejo enrome y revisar mi postura. Raquel llegó a ayudarme mientras practicaba en con mamá y me advertía cuando me encorvaba. Realmente, sudé la gota gorda para dejar de escuchar las mismas observaciones de la maestra.

Por su parte, Raquel se encontraba emocionada trabajando en la tienda, aunque el teatro era otra cosa. El estreno de la obra había sido un caos, dentro y fuera del escenario. Mi hermana nos contó que terminaron usando 3 reemplazos, uno fue durante la función porque el actor se lesionó tras bambalinas. Pese a todo, ella estaba muy emocionada, la sonrisa en su rostro le duró días… hasta que empezaron las reparaciones en el teatro. Se suponía que era algo menor, pero conforme pasaron los días, los detalles no pararon de salir y aparte de que no había funciones, los ensayos tampoco podían hacerse bien. Intentaron presentarse en otros sitios, pero casi siempre se cancelaba. Y pasé de ver a mi hermana más feliz que nunca a verla apagarse gradualmente cuando se tocaba el tema del teatro.

Mamá también parecía estar tensa. Hubo un problema con el sitio de Internet de la tienda y un par de pedidos se tuvieron que reembolsar porque el inventario real en tienda no coincidía con el del sitio web, lo cual llenó a mamá de quejas por todos lados, clientes y superiores por igual. Les faltaba personal porque, como cada año, los más jóvenes renunciaron al entrar a clases y esta vez no lograron conseguir los reemplazos a tiempo. Lo que más la estresaba era no poder cubrir las funciones en planta por ser la subdirectora… y eso repercutía en casa.

Comenzó a estar cada vez más irritable, sobre todo porque ya no llegaba tan tarde a casa, o sea que no se daba sus escapadas a los moteles. A mí nadie podía decirme que no estaba tensa, sobre todo después de deshacerle los nudos en su espalda y pantorrillas; además de que comenzó a ser más demandante en cuanto al sexo. Lejos de ser algo excitante, empezó a ser algo parecido a una tarea del hogar: limpiar la casa, lavar la ropa, cocinar, darle su ración de verga a mamá.

Raquel y yo terminábamos “atendiéndola” después de la hora del masaje y la tarea era hacerla venirse al menos unas tres veces. Habíamos aprendido a hacer buen equipo, mientras yo le daba por detrás, Raquel y mamá se comían la raja mutuamente en un 69. Raquel se había acostumbrado a los squirts en la cara y parecía que mamá recibir lo mismo cuando le comía la cuca a su hija. En una ocasión, estaba siendo bastante agresiva con Raquel, al grado de que ella ya estaba convulsionándose y nuestra madre no parecía querer parar así que tuve que tirar de su cabello para liberar a mi hermana de su lengua voraz. Los azotes y las cachetadas de mí hacia ella estaban a la orden del día, pero siempre eran premios, en ese momento, fueron castigo.

—¡Perdón, perdón! ¡Ay! ¡Perdón! —decía mientras yo tiraba más y más de su cabello y su culo me apretaba más y más la verga. La sujeté por los brazos y comencé a darle durísimo—. ¡Ah! ¡Ah! ¡Sí! ¡SÍ! ¡RÓMPEME! ¡ASÍ!

Ella estaba berreando, su voz se agudizaba con cada embestida y pronto comenzó a temblar, pero al igual que había hecho con Tere la vez del hotel, no me detuve hasta acabar dentro de ella. Los vellos en sus brazos se erizaron y sus chillidos no paraban de hacerse más y más agudos. Eso hizo que me viniera antes, fueron varios chorros, pero mi cadera siguió moviéndose por inercia un rato más, hasta que ya no pude más. Los dos caímos como fardos sobre la cama y cuando abrí los ojos, Raquel estaba limpiando con su boca lo que le salía a mamá del culo. Ella nos vio con los ojos aún llorosos y sonrió con ternura mientras sus dedos se entrelazaban a los nuestros, era como si la mujer salvaje se fuera para dejarnos en su lugar a nuestra madre dulce y cariñosa.

Y a partir de entonces, comenzó a llamarnos a Raquel y a mí a su cuarto cada tanto para repetir su ritual de relajación. No podría quejarme al respecto, de alguna manera había podido malabarear mis venidas para poder seguirles el paso a las tres. Aunque tengo que reconocer que Tere fue la que más me ayudó.

Ella “se quejaba” de que no la procuraba como ella quería y que tendría que “conseguirse algo qué hacer” cuando yo no estaba disponible. Comenzó a enviarme fotos cuando se cogía a otras personas. Vi vergas y rajas sin rostros y ella posando a la cámara, siempre sonriendo con la cara cerca a ellas. Le encantaba ver la reacción de sus acompañantes cuando les decía que quien recibía las fotos era su novio, era su nueva fijación. Las propuestas para tener un trío (ya fuera conmigo o con alguien más) no le faltaban, pero ella los rechazaba tajantemente. Ya fuera por mamá o por la culpa que aún sentía con Raquel, nunca me volvió a ofrecer tener sexo con alguien que no fuera alguna de ellas; y aunque era claro que a mí no me molestaría lo que ella hiciera con otras personas, sólo cogía con una persona a la vez. Lo más probable es que a ella también le haya afectado lo que pasó con Pascual.

Y, para acabarla, Julia también había estado algo decaída. Discusiones con productores, directores, camarógrafos y quién sabe cuánta gente, pleitos entre ejecutivos y un sinfín de sinsabores estaban a la orden del día haciendo televisión en vivo. La pobre llegaba tan agotada mentalmente que me sorprendió que aceptara que le masajeara los hombros y los pies, lo cual era una excusa perfecta para que yo siguiera practicando.

—¡Mm! Puedo acostumbrarme a esto —ronroneó cuando mis manos ablandaron su trapecio—. No sabía que lo necesitaba, hermanito. Dime que abrirás un spa. Últimamente me acuerdo de aquella vez en el hotel al que fuimos.

—Ya nos hacen falta unas vacaciones, a todos —dije—. Aunque sea una escapada de fin de semana o algo.

—Yo, me apunto —dijo con los ojos cerrados y dejándome manipular su cuello y cabeza.

Mi garrote se ponía tieso cada que le daba masaje a ella. No importaba lo que hiciera, era inevitable que mi sangre se congregara en mi miembro cuando mis manos se posaban en su piel. Su pecho se sacudía debajo de la blusa y eso no hacía más que empeorar mi problema. Bueno, en realidad no era un problema, Julia optaba por cerrar los ojos desde que supo que era algo que no podía controlar y lejos de mostrarse incómoda, llegó a hasta bromear de que si algún día le pusiera algo más que no fueran cremas o aceites, me mataría. En una ocasión, Raquel intentó ser sigilosa y se acercó a nosotros sin decir nada, haciéndome señas para que apuntara mi tranca a su boca sin dejar de masajear a nuestra hermana mayor. La adrenalina iba a hacer que me viniera rápido, pero los ruidos que hacían nuestros fluidos eran imposibles de disimular, incluso aunque me estuviera enfocando detrás de su oreja. Sólo nos regañó, leve, como cuando de niños rompíamos algo o nos cruzábamos la calle sin voltear a ver antes; y le dijo a Raquel que esperara a que yo terminara.

—Lo bueno es que no va a ser un masaje de cuerpo completo —le respondió nuestra hermana menor con voz de niña caprichosa—. ¡Con estas tetotas —dijo, sacudiéndole los melones a Julia y huyendo antes de que ésta la atrapara—, Luís tardaría horas en acabar contigo!

Raquel corrió a su cuarto y escuchamos el portazo, Julia me vio, con la cara totalmente roja y volvió a sentarse en el sillón para que continuara con el masaje, en silencio. Sus pezones se asomaban bajo la tela, no pude dejar de pensar en ellos todo el rato y para cuando terminé con sus pies, corrí a donde estaba Raquel para llenarle la cara de blanco.

 

—¡Pues no se diga más! —exclamó Tere— ¿A dónde vamos a ir?

Raquel y yo le habíamos platicado acerca de la idea de darnos una escapadita para despejar la mente. Ella no tenía reparos en renunciar a su trabajo de ser necesario, pero cuando una compañera de la tienda le dijo que no la corrieron por la vez que faltó, supo que tendría oportunidad de seguir trabajando allí. La única a la que no le habíamos dicho nada era mamá, aunque ella y Julia tenían la ventaja de poder ausentarse cuando quisieran con la cantidad de días de vacaciones que sus jefes les debían.

—Aparte, no es como que nos quedemos más de un par de días —dije—. Como aquella vez, nos vamos el viernes y nos quedamos sábado y domingo.

—Yo esta semana no puedo, nene —aclaró Tere—. Pero la siguiente, sí.

—¡Va a salirnos bien caro si lo pedimos para la siguiente semana! —nos advirtió Raquel—. Yo apenas tengo ahorrado una baba.

—¡Ay, mi amor! Si es por eso, no te preocupes. ¡Es más! Ni busquen lugares, ya sé a dónde vamos a ir.

Tere nos sonrió y se negó a decirnos más. Sólo nos pidió que lo platicáramos bien con mamá y Julia para cuadrar bien las agendas y confirmarle la fecha.

—¡Ay, esa loca! —refunfuñó mamá—. Ya anda armando planes por su cuenta, como siempre.

—Fue idea nuestra, mamá —intervino Julia—. Luís y yo pensamos que sería bueno para todos darnos un break de todo. La verdad es que todos lo necesitamos urgentemente.

—¡Hum! Ya ves lo que pasó la vez pasada cuando sólo éramos nosotros, ¡imagínate ahora con Tere!

—¡Ay, mami! ¡Bien fácil! —dijo Raquel— Si no quieres que dé problemas esa, te la coges como aquella vez —acotó mientras recreaba los movimientos de cadera violentos que seguramente había hecho con aquél consolador con arnés— para que se quede así, quietecita y calladita todo el fin de semana.

—¡Ay, Raquel! —le reprochó mamá, llevándose la mano a la frente.

—Mira, la idea es despejarnos —retomó Julia, con su mano sobre la de mamá—. Cada quién se relaja como quiere y nadie tiene por qué molestarse. Raquel, tú y Luís van a hacer lo que sabemos que van a hacer, Tere hará de las suyas, seguro que hasta terminará ligándose a alguien allá…

—Ni lo dudes —añadió Raquel.

—Y yo, mientras tenga una habitación para mí sola y no me molesten… —continuó la hermana mayor—. Yo, con eso.

No hizo falta decir más. Como habíamos imaginado, no iba a ser difícil ni para mamá ni para Julia “ajustar sus agendas”. Para lo que no estábamos preparados era para la bomba que nos soltó Tere: el plan era ir hasta Tulum. La única forma de llegar era en avión y los boletos no eran precisamente baratos, yo podía costearme el mío con lo que había recibido de Tere cuando me pagó los primeros masajes, pero eso, apenas.

Mamá y Julia se negaron rotundamente al inicio, luego de ver el precio de los boletos, incluso querían descartar la idea de ir a la playa, dijeron que podríamos volver al mismo hotel de la otra vez. Pero Tere se puso aún más pesada y les dijo que la reservación ya estaba hecha (cosa que luego me confesó que no era verdad) y que ella no nos dejaría pagar nada por el hotel, sólo tendríamos que pagar por el vuelo. Aquello las arrinconó, el costo de ambos era prácticamente el mismo si volvíamos a contratar el servicio de Spa para dos en el lugar al que fuimos en mi cumpleaños, sin mencionar que Tere insistía en que no pensaba cancelar su reservación, por lo que era obvio que terminaran accediendo, iríamos a Tulum de fin de semana.

El hecho de irnos en avión implicaba irnos desde el viernes temprano. Raquel jugó la carta de que le habíamos comprado ya su boleto y que no podía negarse, pero logró negociar con su jefa. De todas formas, era consciente de que podría regresar y no tener trabajo, como me pasó en el restaurante.

Era de madrugada cuando el taxi pasó a recogernos, nos encontramos con Tere en el aeropuerto. Iba a ser la primera vez que Raquel y yo viajaríamos en avión, pero eso no significaba que mamá estuviera calmada. Tere insistió en sentarse a su lado y vimos cómo le sostuvo la mano cuando algo la perturbaba. Mis hermanas y yo platicamos seriamente y estuvimos de acuerdo en que ninguno tendríamos problemas si el día de mañana nos dijeran que eran una pareja. Incluso hablamos del revuelo que podría haber en la familia, los abuelos no estarían para nada contentos, pero también pensamos que no podría importarnos menos.

—Y si todo se fuera al carajo, nos quedamos a vivir en Cancún —dijo Raquel—. Se ve que la loca esa también tiene contactos allí.

—No hables así de tu posible futura madrastra —le dijo Julia con ironía y su índice en alto.

Estaba de muy buen humor. Creo que ella no era consciente de lo verdaderamente desgastante que era su trabajo en la televisión, siempre que hablaba de las cosas que la irritaban les quitaba importancia y era imposible para ella pensar en salirse de allí; pero realmente se le iluminaba el rostro estas últimas veces que se había tomado vacaciones.

Hubo un trasbordo en Ciudad de México y los nervios, aunque disimulados, nos acompañaron todo el tiempo, incluso aunque nos emocionáramos al ver el mar desde la ventana del avión y nos volvimos a callar a la hora del aterrizaje. No fue hasta que nuestras maletas aparecieron en la banda transportadora que mamá se tranquilizó y también pudo entrar en su modo vacacional.

Como pudimos, nos acomodamos en el taxi, que nos cobró una fortuna por llevarnos al sitio que le indicó Tere, era prácticamente el costo de otro boleto de avión. Los letreros indicaban que Cancún quedaba de un lado y el taxi, nos llevó al otro. La carretera pasaba de mostrarnos Jungla, changarritos y casas espaciadas. Cruzamos la calle principal de Playa del Carmen y volvimos a adentrarnos en la jungla. Tuve pensamientos intrusivos de que podría estarnos llevándonos a otro lugar para robarnos o algo así, pero la morena que estaba sentada entre mamá y Julia se mostraba tranquila, por lo que busqué cómo tranquilizarme. Vimos letreros de Tulum y por primera vez en hora y media de trayecto, el carro dio una vuelta.

Dejamos de ver edificios, la jungla se espesó tanto que sólo podíamos ver árboles, el cielo y la carretera. Estábamos asándonos dentro del auto, el camino viró y por fin vimos edificios otra vez y miles de letreros que no dejaban de recordarnos que estábamos por llegar a la zona hotelera. Las casas algo destartaladas contrastaban con las fachadas más bonitas de los hoteles. Palapas, palmeras y una empalizada que terminaba de manera abrupta para darnos vista al mar azul por un breve espacio antes de que nos volviéramos adentrarnos en la selva que crecía a pocos metros de la carretera. Mamá estaba insoportable preguntando cuánto faltaba y Tere nos explicaba con calma que primero tendríamos que pasar la “verdadera” zona hotelera y cuando por fin llegamos, casi cumplíamos una hora dentro del auto.

Sólo vimos un muro de vegetación con un letrero metálico muy discreto. Tere se adelantó a pagarle al conductor el precio que nos dijo cuando nos subimos y cuando éste intentó cobrarle de más, ella dijo una frase que nadie entendimos, algo sobre caracoles y garzas; y el hombre no dijo nada más. Nos ayudó a descargar el equipaje y sentí que mi alma me abandonaba cuando vi un machete a lado de nuestras maletas. Ahí fue que me pregunté seriamente qué clase de persona era esa mujer y mis pensamientos intrusivos volvieron, haciéndome divagar con historias de mafias secretas y películas de James Bond.

Era un muro verde impenetrable, la entrada parecía oculta a simple vista y entramos por un pasillo estrecho que nos condujo a una especie de palapa gigante. Todo estaba hecho con varas y paja como las cabañas que habíamos visto cerca del mar, pero a una escala absurdamente grande. No había muros de piedra a la vista, era como si hubiéramos entrado en una enorme casa del árbol. Raquel y Julia hacían comentarios sobre casas en los árboles de hadas y duendes, yo no dejé de pensar en el mundo de los Ewoks en Star Wars. No parecía haber focos o lámparas a la vista, todo estaba iluminado gracias a las entradas grandes que dejaban entrar la luz que rebotaba en las arenas blancas, así como de ventanas colocadas especialmente para aprovechar el sol de la mañana. Había telas blancas y traslúcidas que colgaban de forma delicada que también servían para que la luz también rebotara dentro del lugar y que todo se viera como un palacio élfico en un bosque de fantasía. Decir que estábamos atontados con lo que estábamos viendo sería decir poco.

Una mujer saludó a Tere y corrió a abrazarla. Era rubia, de cabello corto y ojos azules tan claros que eran casi grises, diría que era mayor que mamá por las arrugas en su cara que se acentuaban cuando sonreía. Llevaba puesto un vestido blanco que se mecía con cada paso y la hacían parecer etérea, iba descalza y llevaba en uno de sus pies una tobillera de cuentas blancas. Por lo que oímos, su nombre era Astrid.

—¡Qué gusto que vinieras! —dijo tomándola de ambas manos. Tenía un ligero acento extranjero, después sabríamos que era de Austria—. Ahora te tocó aprovechar la temporada baja, suertuda.

—Fue de imprevisto —contestó Tere sin soltarle las manos—. Necesitábamos un poco de mar urgentemente y por suerte, pudimos venir todos.

—Ya veo —contestó sonriente, mirándonos a cada uno con detenimiento con una sonrisa amable—. Ya está todo listo. ¿Quieres que los acompañe o prefieres mostrárselos tú?

—Llévanos tú, este lugar está muy cambiado desde la última vez que vine y siento que me voy a perder —rio la morena.

Astrid nos condujo hacia una de las grandes entradas, una que no llevaba a la playa. La vegetación densa nos rodeó de nuevo, eran muros de bambú que crecían a varios metros por encima de nuestras cabezas. Los tablones de madera que formaban el camino se convertían en escalones, íbamos cuesta arriba, pero nunca me imaginé cuánto hasta que llegamos al final y la vista nos tomó por sorpresa. El cielo y el mar se unían frente a nosotros. Mientras avanzábamos, llegamos al balcón, el mar estaba a sólo unos pasos debajo de nosotros y una mesa redonda con cojines alrededor parecía estar suspendida encima de un pequeño terraplén que hacía sentir en un acantilado miniatura sobre la arena blanca. Raquel se asomó de inmediato y fue la primera en ver el sendero escalonado que nos llevaría a la playa rodeando la estancia.

—¡Esto es un paraíso! —exclamó Julia.

—¡Mejor que eso! —respondió Tere con entusiasmo—. Todavía no han visto nada.

Me di la vuelta y entonces vi el tamaño del lugar. Estábamos en otra palapa gigantesca, aún más que la Recepción. En el centro había cojines alrededor de una mesa redonda y bajita y a lo largo de la circunferencia de la cabaña había puertas. La rubia nos mostró, era una especie de suite con varias estancias. Había dos baños completos, situados en puntos contrarios y ambos tenían una vista espectacular al mar desde la tina; había camastros y hamacas que también permitían disfrutar de un paisaje de ensueño en el balcón. Las habitaciones se encontraban distribuidas en el extremo opuesto al mar, eran amplias y con un aire hippie, pero elegante. Eran realmente silenciosas cuando uno entraba a ellas, como si el sonido se apagara casi por completo al cruzar el umbral. Eran 5 habitaciones en total.

—Pero lo más probable es que sólo usemos 3 —dijo Tere.

—¿Ah, sí? —respondió sorprendida Astrid, aunque no tanto—. Y yo, reservándote la villa más grande.

—¿Villa? —exclamó con asombro mamá y volteó a ver a su amiga— ¿Reservaste una villa?

—Sí —se jactó con orgullo la chica de rizos negros—. Tenía ganas de volver aquí desde hacía mucho y como no suelo venir acompañada… Bueno, no así. Suelo quedarme en una habitación, ya sabes, algo más modesto. Esta era mi oportunidad y la tomé. ¡De nada!

—¡Guau! —dijo Julia, mientras seguía escudriñando los detalles de la estructura, la decoración y demás cosas.

—¡Vamos! Escojan sus cuartos, dejen sus maletas allí y regresen acá, luego desempacamos.

Raquel me tomó del brazo y se dirigió de inmediato a una habitación con decoración en tonos rojos y una cama enorme. Era obvio que estaba ambientada para una pareja y pude escuchar risas de Astrid y Tere a nuestras espaldas. Mi hermana lucía la sonrisa más radiante que le había visto en días, se lanzó a mí y nos fundimos en un beso lento que nos tumbó en la cama firme.

—¿En serio? —oímos a la morena preguntarle a la rubia cuando regresamos a la estancia principal—. ¿Ya se fueron Amanda y Ulises?

—¡Ay, querida! —le respondió con tristeza—. Ellos se fueron hace días. ¿No te avisaron?

—La verdad, ni les pregunté —dijo con voz juguetona—. Supe que venían a Tulum y me confié en que íbamos a encontrarnos aquí.

—¡Oh, bueno! —suspiró Astrid—. Tampoco es como que no hubiera más huéspedes. Es temporada baja, pero estoy segura de que podrías encontrarte con gente interesante ¿Listos para continuar? —nos preguntó al ver que mamá por fin se nos volvía a unir.

La seguimos por otro pasillo que conducía al sendero escalonado que habíamos visto desde el balcón, había una distancia considerable entre nuestra villa y la próxima, parecía que había aparecido por obra de magia, pero era por los muros de bambú. Nos alejamos de la playa para llegar a un estanque con una isla miniatura en el centro con otra cabaña cónica. Los muros de madera inclinados hacia el centro daban la sensación de estar dentro del cráter de un volcán, resulta que era un temazcal. Y de ahí vimos salir a los primeros huéspedes.

Eran una familia, o eso parecía. Padre, madre e hijo; todos, pelirrojos y con una piel tan blanca que parecía estar ya cociéndose por el vapor. Nos saludaron con una sonrisa desde la distancia y hubiéramos respondido al gesto de igual manera, de no ser porque estaban completamente desnudos. Tere nos volteó a ver a todos, en especial a mamá y a Julia. A Raquel y a mí nos hizo un gesto alzando las cejas mientras se mordía el labio y Astrid sonreía con los ojos cerrados, aquello no era nada raro de ver en un resort como ese, que aceptaba el nudismo.  

—Todo está a su disposición —concluyó la anfitriona con solemnidad tras acabar el breve recorrido por las instalaciones y devolvernos a nuestra villa. El silencio incómodo de mamá había sido patente todo el rato y ella supo que lo mejor era dejarnos a solas lo antes posible—, comida, bebida y el Spa. Si no ven a nadie, sólo toquen la campana y el personal o yo podremos ayudarlos en lo que necesiten. ¡Estamos a su servicio y sean bienvenidos!

—¡Chau, querida! —la despidió Tere, acompañándola a la puerta que llevaba a la Recepción—. Nos vemos al rato para tomarnos un cafecito.

Cerró la puerta y con la mano en la cadera, esperó pacientemente a lo que fuera que Sandra moría de ganas de gritarle. Fue una discusión de un solo sentido, se veía que la venezolana ya se esperaba tremenda reacción de parte de nuestra madre y sólo aceptó en silencio toda aquella perorata que, sinceramente, de nada servía a esas alturas.

—Pues bueno, querida —dijo Tere después de escuchar pacientemente—. El nudismo es opcional dentro del hotel y en gran parte de la playa. Si no quieres, no lo hagas. Yo, por otro lado… —añadió mientras se iba desvistiendo frente a nosotros—. Fuera de mis chanclas, no pienso usar más que bloqueador y repelente de mosquitos.

—Y yo que había traído mi traje nuevo —se lamentó Raquel.

—¡Pues úsalo si quieres, amor! —la consoló la morena, caminando lentamente entre nosotros—. Sólo hay una parte de la playa en la que usar ropa está prohibido. Aquí nadie te va a molestar por lo que te pongas o no.

—¡Te pasaste, Tere! —gruñó mamá—. La verdad, no me debería de sorprender de ti. No, más bien. No creí que te atreverías a algo como esto.

—¡Ay, mi amor! Estoy dispuesta a soportar cualquier castigo que se te ocurra, ¡pero no me odies! Quita esa cara —gimoteó su amiga, sin perder la oportunidad de sonar provocativa—. ¡Ya estamos aquí! Hay muchas cosas para relajarse y pasarla bien, no te enfoques en los detalles. Mira lo bien que se lo está tomando Juls.

Mi hermana mayor había permanecido callada todo ese rato, se veía que estaba pensando en muchas cosas. Yo vi cómo parecía estar evaluando la situación, como solía hacer cada vez que se presentaba algún imprevisto. Su ceño se fruncía y su mirada se perdía en el vacío del suelo de madera barnizada mientras mamá continuaba refunfuñando, cada vez con menos fuerzas.

—Supongo que, de los males, es el menor, ¿no? —dijo finalmente la hija mayor—. No es como que sea el fin del mundo. Digo, yo no le entro a eso y, a fin de cuentas, ya tienen práctica ustedes tres… cuatro —añadió, dirigiéndose a Tere.

—¡Así se habla, Juls! —vitoreó la mente maestra de todo aquello—. ¿Quién más quiere ir a la playa conmigo?

 

Raquel y yo sí la acompañamos, eso sí, vestidos. Estar desnudos en casa era una cosa, pero la idea de hacerlo frente a otras personas… era algo totalmente distinto para ambos. La playa no estaba tan vacía como hubiera pensado de una “temporada baja”, aunque los grupitos guardaban mucha distancia entre sí. Pero, tal y como nos había dicho Tere, había más personas con traje de baño que en pelotas. Había chicas de la edad de Julia que hacían topless y la mayoría de los que sí iban totalmente al natural eran viejitos de 50 o más.

Mi hermana y yo nos acostamos bajo la sombra una sombrilla del hotel, extendimos toallas y nos dedicamos un buen rato a tomar un buen respiro. El vuelo, el taxi, la conmoción con mamá… se suponía que veníamos a descansar y eso es lo que íbamos a hacer, tan pronto el aroma de la brisa marina fue inundando nuestra nariz, fue como si nos deshiciéramos de un humo que no sabíamos que teníamos en nuestros pulmones. Raquel y yo nos acurrucamos, disfrutando de la vista del mar. Así como con Pascual, Tere le había dicho a Astrid solamente que yo era su novio, que Sandra era su amiga y que Julia y Raquel eran sus hijas; no era necesario dar más explicaciones.

—No hace falta que se cuiden de ser cariñosos entre ustedes—nos explicó la morena, sentada a nuestro lado tras volver de las regaderas—. Astrid sabe todo lo que puede pasar cuando vengo con “amigas”.

—Si son amigas, debe saber lo puta que eres —soltó mi hermanita, dedicándole una sonrisa amistosa.

—¡Uy, que si lo sabe! —le respondió, aprovechando a encontrar su mano con la de Raquel sobre mi pecho—. Ella y yo también hemos cometido nuestras fechorías juntas después de que quedara viuda. Este lugar fue el sueño de ella y su marido, otro degenerado.

—¿Te cogiste al viejo? —rio mi hermana—. ¡Meh! Como dice mamá, no sé por qué me sorprende.

—Gustav era un hombre adorable… al que le gustaba compartir a su mujer con sus amigos —añadió con picardía—. Este hotel era su casa originalmente, aquí armaban sus fiestas locas y poco a poco, fueron construyendo cabañas para sus invitados hasta que decidieron convertirlo en hotel —Tomó una pausa mientras seguramente contemplaba cuánto habría cambiado el lugar desde entonces—. Le ha tomado sus años terminarlo, la última vez que vine, las villas apenas estaban terminándose y sólo había las cabañas de allá—su mano a otra parte de la playa en donde se veía una barda de piedras—, donde está la parte divertida.

—Ya me imagino a qué te has de referir con “diversión” —comentó Raquel, deslizando su mano lejos de la de Tere y quedando boca arriba, viendo la sombrilla.

—Ahí es la parte nudista. Bueno, la estrictamente nudista. Ahí sí que no te dejan entrar con ropa —canturreó al deslizar sus uñas por mi pecho hasta mi ombligo—. Y es donde pienso pasármela la mayor parte del tiempo. Ahí, se puede coger al aire libre o en las cabañas, para hacerlo con o sin público.

Era evidente que esas palabras iban a tener un efecto en mí, pronto empezó a montarse una carpa en mi traje de baño. Tere soltó una risita juguetona y se levantó para irse, sacudiéndose con la mano la arena clara de su culo color bronce y de pronto, Raquel se acercó a ella y le ayudó con toda la espalda. A pesar de sus comentarios ponzoñosos en ocasiones hacia esa chica que era mi novia ante el mundo, realmente se había desarrollado una amistad entre ambas. Por otro lado, era inevitable que los celos (o como a mí me gustaba llamarle, “espíritu competitivo posesivo”) de mi hermanita afloraran incluso hasta cuando intentaba ocultarlos o reprimirlos. Tan pronto terminó de limpiar a su amiga/rival, le pegó un azote a esas nalgas para que rebotaran en todo su esplendor y se acostó sobre mí.

—No nos conviene que vean que la traes parada —rio ella.

—Pues contigo encima, menos se me va a calmar —le susurré, encajando mis garras en su culo blandito y redondo.

—¿Y qué piensas hacer? —me sonrió y sentí sus muslos acomodando mi bulto entre ellos

—¡Los dejo divertirse, cariño! —nos dijo Tere en voz alta, ya se había alejado de nosotros—. ¡Al rato nos vemos!

Era obvio que lo había hecho para llamar la atención de la gente a nuestro alrededor y de inmediato, vi un par de las chicas que estaban haciendo topless, boca abajo, mirando en nuestra dirección. Estaban a una distancia considerable, pero suficiente para no perderse detalle de lo que estaba pasando y se dieron cuenta de que las había visto. La sangre me hirvió al saberme visto. Estaba con Raquel encima de mí, siendo cariñosos y sin preocuparnos ya que nadie ahí sabía que éramos hermanos, con una erección oculta entre sus piernas. Raquel, por el contrario, se entumió y no quería levantar la vista, a lo que yo decidí encajar aún más hondo mis dedos en su piel.

—Ya tenemos público —le gruñí al oído, sin dejar de ver a las chicas, preso del deseo—. ¿Qué hacemos?

Sus brazos le temblaron y chilló, apenada… pero divertida. Mi pelvis se agitó para que mi verga rozara como se debe esa zona que cubría el bikini negro que llevaba, provocándole otro chillido. Una de las muchachas se llevó la mano a la boca intentando ocultar una sonrisa libidinosa y su acompañante sólo continuó viéndonos, perpleja. ¿Qué sería lo opuesto a un escalofrío? Porque una descarga de calor me recorrió desde la coronilla, bajando por la nuca y los brazos hasta llegar a donde la sangre se necesitaba.

—¡Luís! —me gruñó en voz baja—. ¿Qué te pasa? Se te puso durísima.

Sólo la besé. ¡Al carajo la razón! No era momento para pensar nada, ni siquiera en palabras. Ella, aunque la tomé por sorpresa, me correspondió casi de inmediato y sus manos me sujetaron de los hombros. Nuestras piernas se flexionaron para que, a pesar de la tela, nuestras entrepiernas se sintieran la una a la otra. Era verdad, mi garrote estaba como piedra y mi cadera no podía controlarse, con cada meneada, la tela se iba recorriendo y la punta se asomaba, rozando directamente con la lycra negra de mi hermana. Era un poco molesto, pero no podía parar. Raquel resoplaba, aunque nuestras lenguas seguían teniendo una lucha encarnizada y sus palmas se sentían frías en mis mejillas, la verdad es que yo estaba hirviendo.

—Vámonos al cuarto —jadeó Raquel, viéndome con ojos entrecerrados y respirando con dificultad—. No aguanto más. Hasta aquí les duró el show al público.

No tenía que repetírmelo. Nos fuimos corriendo tomados de la mano rumbo a la villa, no hizo falta que uno tirara del otro, ambos teníamos la urgencia de llegar a la cama. Cerré la puerta con seguro tras nosotros, mi hermanita se hincó frente a mí y de un tirón me bajó el traje de baño. Tenía la puerta a mi espalda y la verga, al rojo vivo. Raquel me la comió con ansias, pero cuidando de no hacerme venir pronto, su maestría en mamadas no paraba de sorprenderme. Su mano sabía qué zona atender y en qué momento cambiar. Ella me decía que genuinamente le gustaba tenerla en su boca y que a veces deseaba que aquello no acabara, pero en esta ocasión, de tan dura que la tenía, otra parte de su cuerpo ansiaba recibirla.

Ni ella se quitó el traje de baño y yo tampoco la desvestí, no podía importarnos menos. Hice a un lado la tela y sonreí al ver su interior completamente empapado. En algún otro momento, me hubiera lanzado a lamer todo aquello, pero ninguno de los otros podía esperar más. Estaba apretadita, aunque bien lubricada, por lo cual no fue difícil poder avanzar. Un primer gemido se le escapó, sin tapujos y resonando en todo su esplendor en la habitación, fue ahí cuando me di cuenta de que en realidad se contenía cuando estábamos en casa. No había necesidad de contenerse en esta ocasión, mis manos estrujaron sus mangos, sus pezones estaban tan duros como mi verga y no dudé en pellizcarlos, quería escuchar más de su voz. Una vez alcanzado ese tope que sería la entrada a su útero, no dudé en irme recio.

—¡Ah, sí! ¡Así! ¡Más, más! ¡Métemela hasta el fondo! ¡Dame duro!

Ella no solía hablar así, quizás era por no tener que preocuparse de vecinos chismosos, quizás era lo que oía a Tere decir cuando lo hacíamos y la poseía la calentura. Sus manos se fueron a sujetar su cuero cabelludo, como si la cabeza se le fuera a separar del cuerpo, lo que me regalaba una vista preciosa de sus pechos rebotando con fuerza en todo su esplendor, ya afuera de la parte superior de su bikini.

Yo sólo quería vaciar mis bolas dentro de ella, pero últimamente me había estado costando eyacular. En mis esfuerzos por no venirme pronto, sentía como si de pronto las ganas de venirme se esfumaran, como si mi medidor interno se recargara y era como volver a empezar. No había problema si me pasaba con Tere o con mamá, a quienes no les molestaba que no me viniera siempre y cuando ellas obtenían su orgasmo (u orgasmos); pero era distinto con Raquel. Ella de verdad tenía un fetiche con mis mecos, llegando a lamer los orificios de mamá y de Tere cuando tenía la oportunidad, quizás por eso ellas no se preocupaban cuando no me venía: creían que me aguantaba para darle a mi hermanita todo lo que pudiera. Y para bien o para mal, ella no se detenía hasta obtener mi leche, lo cual había sido el principal motivo por el cual ella me la había llegado a mamar en la sala y hasta en la cocina. Era por este motivo que, en cuanto sentí las ganas de venirme, no me contuve y dejé salir todo dentro, sin avisarle ni sacarla para acabar en su boca o su cara. Fue intenso, muy intenso. Lo próximo que vi fue a ella de nuevo lamiendo mi tranca.

—Ahora sí ni avisaste —me reprochó con cierto tono de burla—. Lo bueno es que todavía la tienes dura. ¿Tanto así te gustó que nos vieran?

—No te imaginas —le respondí desde el fondo de mi corazón—. Debiste ver sus caras…

—¿Eran las que teníamos a lado? —preguntó, divertida, mientras su lengua bajaba hasta mis bolas—. ¿No viste cómo miraban a Tere? La rubia no le quitaba los ojos de encima y la de pelo negro se hacía la que nadie la veía.

—Y justo ella fue la que no apartaba la mirada cuando nos quedamos solos —suspiré con mi antebrazo en la frente—. ¡Ah! ¡Espérate! —me quejé al sentir su lengua en mi glande—. ¡Me acabo de venir!

En eso, se escucharon unos golpes a la puerta, era Julia.

—Media hora. No pudieron aguantar ni 30 minutos antes de montar su escándalo —nos reprendió mientras me acercaba un vaso con agua de naranja y miraba mi erección—. ¿Sí sabes que es de mala educación andar con eso así aunque estemos en una playa nudista?

—¿Ah, sí? —preguntó Raquel, desafiante—. ¿Y tú cómo sabes?

—Está en el panfleto del resort. 

Nos mostró un tríptico de bienvenida al hotel, en el que estaban las “normas comunitarias”. No había muchas reglas. Básicamente, la playa estaba divida en dos secciones: Sur (Jade) y Norte (Rubí). La playa Norte era donde estaba prohibido usar ropa, entrar con teléfonos o cámaras y en donde incluso estaban permitidos “encuentros íntimos” en las “zonas designadas a ello”. También hablaba de que, en caso de tener una “reacción corporal involuntaria” que “necesitara ser atendida” dentro de la Playa Norte, se podrían usar estas mismas zonas designadas; no así en Playa Sur, donde podríamos ser amonestados, previa queja de los huéspedes, y hasta vetados de la playa en caso de reincidencia.

—Entonces fue bueno que viniéramos aquí para que pudiera hacerme cargo de él, ¿no? —preguntó Raquel con descaro, agarrando con firmeza mi verga aún dura.

—Pero tampoco hace falta que armen un escándalo —le contestó nuestra hermana mayor con una sonrisa falsa que la hacía entrecerrar los ojos—. De seguro los oyeron hasta el otro lado del mar.

—¡Tú, porque te quedaste a escuchar! —reclamó la menor—. Se supone que los cuartos son a prueba de ruido, me lo dijo Tere.

—¡Sí! ¡Cuando las ventas están cerradas! El ruido se cuela por el balcón.

Su mano apuntó a nuestra habitación, el aire mecía las cortinas de nuestra ventana que, efectivamente, no estaba cerrada. Raquel abrió los ojos como platos, pero no soltó mi mástil. Julia miró de reojo y se ruborizó.

—Si van a seguirle, cierren la ventana —murmuró tomando el vaso vacío de mi mano y mirándonos con reproche—. No quiero que luego nos vengan a sancionar o algo así.

—¿Te vas a quedar aquí? —le pregunté, un tanto apenado.

—Yo, no. ¡Y menos con esta, doña Gemidos!  —contestó dándonos la espaldas—. Yo creo que me voy a la playa. No quiero estar aquí cuando el personal del hotel venga bajo sospecha de que están grabando una porno o algo así.

Me guardé las ganas de reírme, sobre todo por la mirada que nos echó antes de entrar en su cuarto. Sin más demora, Raquel y yo volvimos al cuarto y, tras cerrar apropiadamente la ventana, nos aventamos una ronda más. Esta vez, pude hacerla acabar antes de volver a venirme en su boca como ella pidió. Salimos y deambulamos sin ropa por la estancia. No había rastro de mamá y, contrario a lo que hubiera imaginado, ahora era yo quien estaba cómodo con estar desnudo y mi hermana, avergonzada cuando le dije que saliéramos así al balcón. Incluso cuando escuché que tocaban a nuestra puerta, me animé a atender sin vestirme antes.

Mi pulso se aceleró en cuanto vi quién era. Una chica rubia de cabello corto y ojos verdes en bikini azul, acompañada por la muchacha de cabello largo, lacio y negro de traje de baño morado de una pieza. La rubia, la misma que había cubierto su risa al vernos, sonrió sin apartar su mirada de mi miembro, ya flácido. Por su parte, la cara de la otra se puso roja como un tomate y desvió la mirada al techo de paja.

—¡Ay! ¡Perdón! Ja, ja. —dijo la rubia, con una sonrisa radiante—. Es que vimos que dejaron su toalla y alguien de seguridad casi se la lleva. ¿Moni?

La de cabello negro extendió la mano, con la vista todavía clavada en el techo, provocando una risa más de su acompañante. Tomé nuestra toalla y les di las gracias. Sin darme cuenta, les dije que sí podían pasar. Claro que estaba consciente de que estaba desnudo, pero por fortuna, los nervios, la sorpresa y el hecho acababa de ser ordeñado por mi hermanita (que huyó despavorida al cuarto cuando escuchó que esas mujeres iban a entrar) me ayudó a mantener a mi amigo tranquilo mientras les ofrecía un vaso con agua.

—Yo me llamo Jenny y esta es mi amiga, Moni —dijo la rubia.

—Luís, hola —dije, batallando para que las palabras me saliera—. Acabamos de llegar.

—Eso veo —constató ella. Su mirada comenzó a recorrer la estancia—. Moni y yo estamos aquí desde el miércoles y nos vamos mañana. Escogimos estas fechas porque creímos que iba no iba a estar tan alocado. ¿Vienen los tres juntos?

—Sí —escuché a Raquel contestar a mis espaldas, con tono arrogante—, venimos juntos.

—¡Ah! ¡Raquel! —balbuceé apenas.

Ella volvía a lucir su bikini negro y en lugar de sentarse a mi lado, se acomodó sobre mi regazo, apoyando la espalda en mi pecho. Supongo que quería “marcar su territorio” frente a esas chicas, menos mal no decidió lamerme o algo más. Acomodé su cabello para que no me ocultara la cara y vi cómo Moni estaba avergonzada mientras que a Jenny no parecía importarle.

—Raquel, ellas son Jenny y Moni —las presenté—. Vinieron a traernos la toalla, se nos olvidó en la playa.

—¡Ups! —exclamó mi hermana.

—Sí, bueno. No es nada —dijo Jenny con una sonrisa—. Vinimos a entregárselas nosotras porque quién sabe si los del hotel sí se las den o se las queden.

—Gracias —fue lo único que dijo Raquel, con voz queda, lo que hizo que Moni se encogiera y bajara la vista.

—Sí, muchas gracias —me apresuré a decir, tomando la mano de mi hermana para que le bajara a su hostilidad—. Es verdad, luego uno no sabe, ¿verdad?

—¿Y ustedes tres rentaron una villa? —preguntó repentinamente la rubia—. ¿No es mucho? Nosotras sólo rentamos una cabañita.

—Es que también vinieron mi mamá y mi hermana —respondió Raquel, con voz más dulce, pero todavía sonaba algo áspera.

—¡Guau! —exclamó Jenny, totalmente cautivada por lo que acababa de oír—. ¿Cómo así?

—Pregúntale. Su novia fue la que nos trajo —soltó mi hermana con orgullo y entrelazó nuestras manos.

—Sí… eh… bueno… —no paré de balbucear—. Bueno, mi novia… ¡Tere! Ella es la que sabía de este lugar y pues… nos trajo a todos aquí…

—¿O sea que ustedes dos son… —Jenny dejó la pregunta inconclusa al tiempo que sus ojos se abrían cada vez más.

—¡Ash! —intervino Raquel— Su novia es amiga de mi mamá. Él y mi mamá empezaron a coger y luego, yo también. Mi hermana vino de pilón, pero no sabíamos que esto era una playa nudista hasta que llegamos.

El silencio sólo acentuó las caras desencajadas de ambas. Los ojos de Mónica saltaban de uno a otro, esperando quizás que dijéramos que era una broma o algo así. Jenny pareció aceptarlo más fácilmente, sus cejas estaban levantadas y en silencio, sus labios gesticularon un “¡Guau!” y su mirada se perdió en algún punto entre nuestros pies y el suelo.

—O sea que… ¿las tres andan con él? —preguntó la chica de cabello oscuro, con un tono de sorpresa e incredulidad que sinceramente me ofendió un poco—. ¿O cómo?

—No. A ver, Tere es su novia —empezó a explicar Raquel como si estuviera contando un chisme—. Está loca y lo deja a este andar de pito loco con su amiga, que es mi mamá, pero luego también le gusté yo y pues… con suerte, me lo quede yo.

Ella se había girado hasta que nuestros rostros se encontraron y nos dimos un beso fugaz. Yo volteé a verlas, encogiéndome de hombros con una media sonrisa, dando a entender que esa era la historia. Las orejas y mejillas de Jenny se pintaron de rojo de inmediato y sus rodillas se frotaron, cosa que intentó disimular dejando su vaso en la mesita que tenía delante. Moni, por su parte, tenía la boca abierta y la cara, totalmente roja.

—Bueno… —canturreó mi hermana—. Gracias por lo de la toalla. Dicen que se van mañana, ¿no?

—Eh… sí, bueno… —Ahora era Jenny la que balbuceaba.

—Mi amiga se quiere coshar a tu novia —soltó atropelladamente su amiga.

—¡Moni! —le reclamó la rubia.

—¿Qué? —respondió encogiéndose de hombros también.

Comentarios

  1. Buenas, excelente capitulo, me gusto mucho, en especial el cambio de ambiente le dio dinamismo, me gusto mucho la forma de la actúa de Raquel (mi personaje favorito) estoy esperando a siguiente con ansiedad para ver que más ocurria.

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    1. Muchas gracias. Me alegra :) Espero pronto ir publicando con más frecuencia. El siguiente capítulo saldrá la siguiente semana

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