El Hombre de la Casa 29: Perdiendo el Miedo

 


Ahora era Jenny la que estaba callada y fue el turno de Mónica de contarnos. Fue un poco como si hubieran intercambiado papeles, la del pelo negro habló con soltura que ellas estudiaban en la misma Universidad en la Ciudad de México, aunque cada una provenía de partes diferentes del norte del país y que era el primer viaje que hacían juntas a un sitio como ese, donde se practicaba el nudismo. Jenny era lesbiana, Moni, no. La rubia fue quien sugirió ir allí para alocarse un poco porque le habían dicho que era un lugar seguro y tranquilo, todo con el pretexto de que su amiga llevaba meses soltera y “deprimida”.

—Pregúntame a ver si hemos hecho algo aparte de mirar —remató Moni, algo frustrada—. ¡Cero! ¡Nada! “¡Ay, sí! Vamos a conseguirnos un negro que te "coshe" hasta que no puedas caminar” —dijo con voz aguda, ridiculizando a su amiga—. Babosa, hay puro viejo arrugado y morras apretadas.

—¿Y tú de qué te quejas? A ti no es a la que ven feo y rechazan —le renegó Jenny.

—Pero la pena ajena que me da duele igual —respondió, con voz nasal. Debían llevarse así, porque la rubia frunció su nariz y ésta le correspondió el gesto—. Toda una semana y ni siquiera valió la pena ir a la sección nudista.

—¿Qué tal está? —preguntó de pronto Raquel.

—¡Meh! —respondió la de cabello negro con una mueca de sinsabor, girando la muñeca con su palma extendida— Aburrida. Sólo hay viejitos rancios, una familia que se la pasan pegados como muéganos y un par de “mushashas”… —dijo con un marcado acento norteño—. Guapillas, pero mensillas. ¿Sí sabes?

—Moni les “trae tirria” a esas niñas desde que intenté ligarme a una —rio Jenny—. ¡Pues si a la que batearon fue a mí, pendeja!

—Son unas groseras. ¡Ni que estuvieran tan buenas, además!

Todos nos reímos del coraje que parecía tenerle la chica a las susodichas. Raquel insistió en preguntarles si no se habían sentido incómodas o “asechadas” cuando estuvieron en la sección nudista y ellas nos afirmaron que no, para nada. Me causó curiosidad la actitud de Raquel ante todo el tema de estar desnuda frente a otros y mientras cómo ambas explicaban que les daba vergüenza verse desnudas siendo amigas, mi mano comenzó a juguetear con el tirante de su bikini negro. Éste se deslizó por su hombro y ella no hizo ningún gesto, mi amiguito estaba queriendo asomarse, pero aplaqué mi mente con pensamientos tontos para evitar cualquier levantamiento descortés.

El tirante de Raquel había captado la atención de la rubia y su rostro adoptó una expresión de total disociación. Moni continuó relatándonos que habían optado por resignarse a que serían unas vacaciones tranquilas en una playa paradisíaca, nos habló maravillas del cuarto de vapor y el spa. Raquel debió notar el estado de Jenny y se acomodó el tirante, rompiendo su trance y haciendo que se ruborizara por saberse descubierta.

—Entonces… —intervine— ¿qué quieres hacer?

—¡¿Eh?! —respingó la rubia.

—Tere se fue a la Playa Norte, seguramente sigue allí —miré con desinterés hacia el balcón, ya estaba atardeciendo—. ¿Quieres que le hable de ti y que ella te busque? ¿O prefieres ir y buscarla tú?

—¡Ay, no! ¡Espera! ¡No sé! —exclamó ella.

Esa es tan zorra que seguramente se lleva a las dos a la cama —me dijo Raquel.

—¡No! ¿Yo, qué? —exclamó la de cabello negro—. A mí no me gustan las kekas ni andar de… —hizo un gesto con sus manos, imitando una maniobra de lesbianas haciendo tijeras.

—No digas eso frente a ella, sabe oler el miedo —le advirtió mi hermana. Era broma, pero aquello tenía algo de cierto—. Lo mismo le dijo mi mamá y ahora, hasta creo que es quien se va a terminar quedando con esa loca. ¡Pero, bueno! Yo, encantada —agregó, mirándome.

—O sea que… ¿Tú y ella? —dijo Moni, viéndonos y uniendo los índices de ambas manos— ¿Y ella con su mamá? —hizo un gesto con su barbilla, señalando a la playa.

—A veces —respondió Raquel, con total calma y naturalidad—. La verdad es que las tres nos lo repartimos.

—¡Guau! —exclamó la de cabello negro— Eso es… ¿Y nunca han… Bueno, entre ustedes…

—¡Uf! —volvió a responderle mi hermanita, levantando la cara al techo y abanicándose con la mano. A esas alturas, me quedé callado, esperando a ver con qué saldría ella—. Pues bueno, ya que estamos en confianza… Luego que Luís y yo empezamos a coger… —Tomó una pausa, estaba costándole trabajo seguir hablando y sentí el calor emanando de su cuerpo—. Mamá y yo nos hicimos más cercanas. Hicimos tríos y después, hubo una temporada en la que ella no me dejaba en paz hasta que dejarme tumbada en la cama.

Y ahí fue donde casi se les cae la mandíbula a ambas, yo sólo atiné a asentirles levemente. La cara de Moni palideció y la de Jenny se coloreó. Sin mencionar que Raquel había empezado a resoplar, su respiración era pesada, brusca. Yo sólo veía sus orejas enrojecidas y me dejé llevar por el impulso de apretarlas con mis labios, provocándole un sobresalto. En cuestión de nada, mi parte baja se fue despertando y ella lo notó, haciéndose a un lado y llevándose su vaso a la boca, no sé si para no perder más la compostura o si era para no seguir tapándoles la vista de mi entrepierna a nuestras invitadas.

—Eh… b-bueno —dijo Moni, visiblemente trastocada y prefiriendo cambiar el tema—. Entonces, lo más seguro es que tu mamá esté con ella ahora.

—Ni idea —les confesé—. No la hemos visto desde que salimos a la playa y cuando regresamos, ya no estaba —Aproveché para tomar una bocanada de aire e intentar apaciguar lo que estaba ocurriendo con mi riata a medio levantar y continué—. Pues, bueno. Sé que si se encuentran a Tere con m… con Sandra, su mamá —añadí, señalando a Raquel. Una gota gruesa de sudor frío me recorrería por casi cagarla y decirle “mamá”—. No debería haber problema. Aunque, pensándolo bien, luego de la pelea que tuvieron a mediodía… no creo que anden juntas.

—Y si lo estuvieran —añadió Raquel—, te juro que ella se iría para dejarlas a ustedes solas. Aunque se quieran, a veces parece que mamá lucha para que Tere la deje en paz.

—¡Ay! Ustedes hablan como si ella me fuera a decir que sí —dijo Jenny, luchando ocultar su emoción.

Para nosotros, era obvio que Tere le diría que sí. Y no era solamente porque esa venezolana era una mujer promiscua y cuya principal misión en este viaje seguramente era tener sexo con cuanta persona se le cruzase, fuera hombre o mujer; sino porque Jenny era genuinamente atractiva. Su cara era afilada, con pómulos pronunciados y nariz respingada, tenía un cuello largo, era esbelta y, aunque no tenía cintura o cadera, tenía un par de tetas decentes. Eran apenas un poco más chicas que las de Raquel, pero por lo que dejaba ver su bikini azul, no estaban mal tampoco. No era un 10 en mi opinión, pero no era para nada fea.

—La veo muy difícil que te diga que no —dije.

—Es que es bellísima —suspiró la rubia—. Ya hasta me la estoy creyendo… ¡No! A ver, pies de plomo —se dijo a sí misma, casi a punto de darse una cachetada—. Si me dice que no, tampoco se acaba el mundo y si dice que sí…

—Te apuesto lo que quieras a que hoy mismo te dice que sí a lo que sea —le afirmó Raquel, como si ambas fueran ya amigas de años.

 

—Si esa encuentra a alguien más con quién tallar la pantufla, por mí, mejor —me dijo en privado.

Raquel y yo estábamos solos de nuevo, las chicas se habían ido hacía rato. Decidimos probar la tina del baño de la habitación. Mi hermanita encontró una pastilla con sales para baño en el tocador y no dudó en aventarla a la tina y sonrió al ver la espuma blanca cubrir la superficie del agua. Ella insistía en que podía sentir como si la piel le picaba un poco, yo no sentía nada en particular, aparte de las diminutas burbujas cosquilleándome el cuerpo; pero al menos ella estaba contenta con su baño de sales. En algún momento nos pusimos a jugar, salpicándonos como niños y al siguiente, la estaba abrazando por la espalda, su piel suave y el aroma que emanaba del agua era suficiente para disipar todo aquello que no me había dado cuenta de que me tenía tenso.

—Tú nos das masajes pero nadie te da masaje a ti —me dijo ella con dulzura.

—¡Oye! Los masajes en la verga cuentan

Casi me muerdo la lengua cuando ella movió su cabeza y su mano chapoteó intentando pegarme en la pierna, lo que, como no podía ser de otra manera, empezó una guerra de cosquillas cuya victoria tenía obviamente asegurada desde el principio. Roces, cosquillas, risas, miradas desafiantes y cuerpos desnudos… de alguna manera tenía que ocurrir nuestra primera vez cogiendo en una tina. No fue cómodo, en lo absoluto, por lo que inundamos el suelo al salir y hacerlo como se debía, ella apoyada en la encimera del tocador y yo, dándole por detrás. Mirábamos nuestros reflejos, el rostro de Raquel ya lucía más esbelto si lo comparaba con aquella vez, en el otro hotel al que fuimos de vacaciones en mi cumpleaños. En pocos meses, había cambiado tanto. Esa mirada ya no era la de una niña, era una hembra… mi hembra.

—¡Aw! Creí que te iba a salir más —protestó de forma infantil después de pasarse mi descarga por la garganta.

—Es como la tercera vez que me vengo hoy, dame chance —me defendí.

—¡Bu! Pensé que por andar enseñándoselo a “esas”, te iba a salir un chorrote

—¡Estás loca! De seguro pensabas que la espuma blanca de la tina eran mis mecos

—¡Mmmm!

Exclamó como si le hablara de uno de esos frappuccinos que tanto le gustaban. Al principio, creía que era una manera pícara de provocarme, alguna forma juguetona de seguirme la corriente cuando me burlaba de su fijación hacia mi semen; pero cada vez más iba dudando si estaba siendo o no irónica. Sea como sea, yo la amo así.

Pude convencerla de no vestirse y acompañarme así al balcón. La sensación era enervante y liberadora, mucho más que estando en casa. Había personas caminando bajo nosotros y no me importó si me veían o no. La vista del sol de la tarde era prometedora, ya casi era hora de la puesta del sol. La tripa nos rugía desde hacía rato, pero preferimos esperar a ese momento mágico en el que el sol se teñía de rojo y los cielos naranjas daban paso al púrpura y al azul profundo.

Fuimos al restaurante, Raquel insistió en que usáramos ropa. Estaba casi vacío, no era un espacio grande y aun así, las mesas redondas estaban muy separadas entre sí.  Ahí nos encontramos a Julia. Estaba platicando con alguien, sólo veíamos la espalda de una persona de piel blanca, muy bronceada y de cabello castaño y ondulado. Nos acercamos con cautela y cuando ella nos vio, nos dio la señal de que podíamos acompañarlas.

—¡Mira! Acaban de llegar —dijo con emoción—. Emma, esta es mi hermana, Raquel —la señaló mi hermanita las saludó agitando la mano al sentarse— y él es Luís.

—¡Jo-der! —nos respondió una voz con acento castellano— ¡Pero si son unos críos todavía!

No era como que nos estuviera hablando una mujer madura. Debía ser apenas mayor que Julia, aparentaba tener la edad de Tere. Su piel blanca estaba cubierta de pecas y lunares por doquier, podíamos verlos sin problemas porque no llevaba nada puesto.

—Luís, Raquel —nos habló Julia—, ella es Emma. Hemos estado aquí por horas, platicando.

—Vinimos a merendar… —dijo la española—. ¡Y ahora, que nos ha pillado la noche! ¡Ya es hora de cenar! ¡Ja, ja, ja!

—Vele el lado bueno, ahora somos más —le respondió nuestra hermana mayor.

—Tienes razón. En otras circunstancias, me daría pena de ser la única sin ropa en la mesa, pero por lo que sé —dijo echándonos una mirada de complicidad—, vosotros no sois ajenos al nudismo.

—¡Si supieras! —rio Julia— ¡Sabrá qué les picó a estos dos, que vienen vestidos! Se la viven encuerados en casa.

—¡Aw! Pero si se ven monísimos así también. Parecen un par de enamorados.

—¡Ese amor fue lo que nos arruinó las últimas vacaciones! —nos soltó Julia desde el alma, esas palabras las debía tener bien guardadas en el pecho— Por su culpa, todo en casa se puso patas arriba y ahora no paro de ver culos, tetas… y su pito. ¡Y ahora, que pueden andar a sus anchas en público, se visten!

—Pues, mira. No es lo mismo hacerlo dentro de casa que afuera —intervino la experta Emma—. Eso de andar sin ropa en público es guay siempre que te sientas en confianza, con amigos. Pero no me había atrevido a estar yo sola, rodeada de desconocidos. Por eso vine en estos días. Cuando se acaba la temporada de huracanes, no hay mucha gente que venga hasta diciembre.

—¿Es peligroso cuando hay mucha gente? —preguntó Raquel.

—¡Ay, pero que voz más mona tienes! —le dijo a nuestra hermanita—. Pues… no diría “peligroso”, es más un tema personal. La idea de estar rodeada de gente estando yo desnuda… me abruma. Y como quería ya quería ir a un sitio así yo sola, escogí aquí. Alguien me recomendó este sitio por ser muy exclusivo y poco conocido… y sé que me saldrá un ojo de la cara. ¡Pero no me arrepiento! ¡Es todo lo que me dijeron que sería! Playita rica, poca gente ¡y madre mía, el servicio aquí es fantástico! ¡Se-sa-cio-nal! Ja, ja, ja. ¡Adoro cómo atienden aquí, joder! Diez de diez en todo, que empeñaría mi casa por venirme aquí.  

—¡No, aquí no! —le rogó Julia en tono de broma, sonriéndole con picardía—. Si ve tas a “venir”, ¡vete al baño o a tu cama! No quiero que nos veten del restaurante.

La española tardó en entender la broma de doble sentido y se echó una carcajada escandalosa. Raquel y yo estábamos atónitos al ver a nuestra hermana mayor bromeando así, con albures, con una mujer desnuda que acababa de conocer. Se veía claramente que Emma había estado bebiendo, sus mejillas estaban sonrojadas y hablaba algo fuerte, pero no diría que estaba borracha todavía. Por su parte, Julia estaba “entera”, aunque a ella no se le nota mucho cuando bebe, por lo que pensé que estaría en igualdad de condiciones que su amiga.

—Así que tú eres el que se anda follando a la hermana y a la madre —me soltó la española, sin bajar la voz y provocando que el mesero que venía a nuestra mesa se parara en seco—. ¡Joder! ¡Perdón, perdón! —se disculpó al ver que la había cagado.

—Si quieres sal a la playa y grítalo —le susurró Julia, aguantándose la risa—. ¡Ya! No más cubas para ti.

—Ya, ya. Que se me ha salido, pero sólo oyeron los meseros. Lo bueno es que no hay nadie más aquí. ¡Eh, camarero! Ven, por favor. Queremos ordenar.

Raquel y yo sí pedimos una hamburguesa con papas, estábamos muriéndonos de hambre. Las otras señoritas pidieron cosas más ligeras, haciendo caso al consejo que le pidieron al mesero. Nos fuimos enterando que nuestra hermana atrajo la atención de Emma y ésta se sorprendió de que la dejara sentarse con ella sin inmutarse en lo más mínimo.

—¡Después de lo que he tenido que aguantar en casa con estos dos… —exclamó Julia—. Bueno, cuatro si contamos a mamá y a Tere…

—La novia, ¿eh? —dijo la española— Esa morena se va a convertir en la sensación de la playa dentro de poco. Menos mal se trajo al novio, porque aquí hay puro vejete y chicas que sólo se la pasan tomando el sol como gatos, nada de chicos majos. Yo tuve que salir para conseguirme una pija decente, el personal de aquí parecen estar hechos de piedra o algo así, no son divertidos.

—Debe ser por la temporada baja —fue lo único que comentó mi hermana, algo ruborizada.

Raquel y yo fuimos integrándonos a la plática una vez saciamos nuestras panzas. Les hablamos de las chicas que nos visitaron y de las intenciones que Jenny tenía con Tere, Julia también estaba segura de que lo lograría sin problemas e incluso hasta bromeó de que la pobre no sabía en qué se estaba metiendo. Emma ubicó al par de inmediato y nos contó que Jenny no le había dado la mejor impresión al conocerse.  

—Vale, vale. Sí, soy nudista. Sí, estoy soltera y me gusta el sexo casual… y sí, también estoy abierta a follar con mujeres —nos aclaró antes de soltar su argumento—. Pero si no hay esa chispa, ese clic… pues no lo hay ¡Y se acabó! ¡A otra cosa, mariposa! Esa chica se me acercó y me preguntó si quería follar, le digo que no, se pone pesada, me pongo más pesada. No me gusta ser así, pero tampoco no me gusta que me insistan. Si hubiera habido alguna posibilidad, terminó por perderla conmigo.

—¿Y la reportaste? —le preguntó Julia, no paraba de preguntar sobre cosas alusivas al reglamento que nos leyó.

—¡Ay, no! ¿Qué dices? Me dio pena verla irse con su amiga, toda decaída, la pobrecilla. Espero que la suerte la encuentre pronto.

—Mira, te aseguro que Tere no le dirá que no —comenté.

—Es todo un caso, esa Tere, por lo que oigo —dijo con tono sugerente mientras bebía el agua mineral que mi hermana le había encargado.

—Tú dirás —respondió mi hermana mayor, contenta de verla tomar algo que no fuera alcohol—. Ella es la responsable de que mi madre y… él… empezaran a verse.

—Amiga, quiero saberlo todo. Tengo que saber. ¿Cómo se empieza algo así, con la amiga de tu novia y luego con su hija más chica?

—E-es… una larga historia.

Julia me miró con nervios, miré a Raquel y todo indicaba que sería mi turno de narrar mi versión de cómo habrían ocurrido los hechos. Dije verdades, como que mi novia era instructora en el gimnasio y que se hizo amiga de Sandra, que la sonsacó para que tuviera sexo conmigo (así como a ella le gusta coger con otros) y que… Raquel era su hija. Y ya. Tuve que ser muy vago con cómo nos conocimos Tere y yo o sobre cómo convencimos a Sandra de dejarme quedar en su casa. Raquel y Julia me ayudaban cuando me quedaba trabado, con lo que pudimos darle una trama decente.

—Entonces… ¿tu mami también se une cuando él y tú están? —le preguntaba Emma a Raquel.

—Sí, a veces pasa. Otras veces son ella y Tere, ellas con Luís o todos.

—¡Madre mía! Las que se han de armar… No podría imaginarme hacer algo así con mi vieja. Por más buena que estuviera o más borracha que nos pongan… es mi vieja. No.

Sólo nos encogimos de hombros, incluso Julia. Habíamos estado jugando la carta del “pues pasó y ya”, la suerte hizo que Emma no fuera alguien insistente y se conformó con lo que le compartimos. Era muy agradable, muy amena y nunca se quedaba sin tema de conversación. Era escritora para una revista y además traducía textos por encargo. Vivía en Murcia y solía viajar mucho porque su trabajo se lo permitía, nos contaba que se enteraba de muchas cosas por los instructivos que le tocaba traducir, de los eventos de moda, de arte y hasta conciertos a donde le tocó ir gracias a su trabajo con la revista.

—Pues bueno, chicos. Me la estoy pasando genial con ustedes, pero os dejo. Tengo una cita con un muchacho muy majo que conocí ayer. ¡A cruzar los dedos!

Dejó unos dólares para pagar su parte de la cuenta y una cuantiosa propina. Nosotros no llevábamos efectivo, Julia intentó pagar con tarjeta pero Raquel la detuvo y le mencionó al camarero el número de nuestra reservación, como nos había indicado Tere. Él nos explicó que todos los cargos se añadirían a la cuenta y se pagarían al final (como ya nos había explicado la morena), por lo que sólo pagamos la propina. Nos quedamos platicando un poco más y nos regresamos a la villa. Nos quedamos maravillados con el paisaje del mar iluminado prácticamente por la luna y las estrellas. Raquel se mojó los pies con el agua helada y luego, la acompañamos para quedarnos viendo a la nada, cada uno inmerso en sus propios pensamientos.

—¿Y ahora, por qué andan vestidos? —preguntó Julia de la nada.

—Acá, mis ojos —le respondí, señalando a Raquel con la mirada—. Que le da pena.

—¿¡Qué!? —se le escapó el grito de asombro—. ¿Tú?

—¡Me da pena! ¿OK? —soltó con molestia nuestra hermana menor—. No soy como acá, el “todas mías”, que no le da pena mostrar el pito a desconocidas.

—¿Te encueraste? —me preguntó Julia, aún más sorprendida— ¿Cómo?

—Pues, así, nomás —respondí—. Estamos en una playa nudista, ¿no? Es más…

Me quité el short y dejé que la brisa y el rocío del mar me acariciara la piel ahora descubierta. Lo que en otra ocasión hubiera causado un grito o chillido a la mayor de nosotros, la tenía sin cuidados y Raquel, aunque callada, sólo me vio con una mezcla de miedo y alarma.

—¿Qué es lo que te molesta? —le preguntó la mayor a la menor—. ¿Te da miedo que te vean? ¿O acaso…

Se acercó a Raquel y le dijo algo al oído y mi hermana le gritó y la empujó. Por lo que entendí, le había preguntado si le “había bajado”, era de los pocos temas que le incomodaba hablar a mi intrépida y descarada hermana menor con Julia. Esos días del mes no eran realmente algo que a mí me perturbara, tanto con Raquel como con Tere, era algo que me avisaban sin miedo ni pena. Solían ser días más tranquilos para mí y por suerte nunca habíamos tenido algún incidente. Mi hermanita no solía tener una fecha específica, pero hasta yo estaba seguro de que aún no le iba a tocar en ese mes; hubiera sido una tragedia para cualquiera de las dos que sus ciclos las hubieras alcanzado estando de vacaciones en el mar.

—¡No es eso! —le contestó Raquel, incómoda—. Es que… no sé qué es. Me da miedo.

—¿Y si lo intentas ahorita? —le preguntó Julia—. Mira. No hay nadie a la vista.

—¿Y a ti que te pasa? —le reclamó—. ¿Qué te importa si ando vestida o no?

—Porque no es normal que tú, la que a cada rato quiere que ande sin ropa en la casa como ustedes y me cuenta de lo maravilloso y liberador que se siente, ande con miedo… ¡En una playa nudista! —dijo nuestra hermana mayor, extendiendo ambos brazos y mirando alrededor.

Raquel la miró con ojos de cachorro y Julia se acercó a sostener sus mejillas. Yo me acerqué porque pensé que estaba llorando, pero apenas podía ver algo entre las marañas de pelo de ambas.

—¿No quieres? —le preguntó Julia, ahora con voz más dulce.

—Sí, sí quiero —contestó Raquel con apenas un hilo de voz.

Julia la ayudó a recibirle las dos partes del bikini, yo le tomé la mano, primero para ayudarla a equilibrarse mientras se desvestía y luego, para adentrarnos un poco más a las olas y sentir el mar cubrirnos hasta la cintura. Ella me apretó la palma con fuerzas y tras un beso corto, tuvimos que correr de vuelta a la orilla porque el agua realmente estaba helada.

—¡Se nos van a congelar las patas! —gritó mi hermanita desde el alma.

—Ja, ja, ja. ¡Esa es la niña que conozco! —le dijo Julia, animándola—. ¿Ya? ¿Mejor?

La menor sólo asintió con una sonrisa y corrió a abrazarla, no era como que fuera a dejar pasar la oportunidad de hacer chillar a Julia con lo fría y empapada que estaba. Finalmente, nos regresamos a la villa bromeando y riéndonos de tonterías. Cuando encendimos las luces, me di cuenta de que el traje de baño blanco de una pieza que llevaba Julia se había transparentado con el abrazo mojado y Raquel me dio un codazo suave, alzando una ceja con una mirada pícara.

—¡No, pues tú también encuérate, mejor! —dijo con voz alta—. Con ese traje transparente, ya mejor ni uses nada tú tampoco.  

—Por algo no me metí al agua, temía que esto pasara —respondió, dándonos la espalda y dirigiéndose a su cuarto, sin hacerle mucho caso a Raquel—. Tengo que comprar otro.

—¿Pa qué gastas? ¿No eres tú la que querías que no use nada?

La puerta de su habitación se cerró haciendo ruido, pero sin ser azotada. Raquel me sonrió como si se hubiera salido con la suya y yo sólo le advertí que no tentara demasiado a la suerte.

—¿Quieres ir mañana? —me preguntó de la nada. Estábamos de vuelta en el balcón, no teníamos sueño todavía—. A la Playa Norte.

—Me da igual, la verdad —le dije—. Podemos estar sin ropa donde sea, no hace falta ir allá si no quieres.

—No sé qué es peor. Si ir allá a ver gente desnuda que no quiero ver, que me vean a mí… o no ir por miedo.

—Pues mira, Julia tiene razón. Está raro que te dé miedo, pero tampoco tenemos hacer algo que no quieras nomás porque sí. Ya oíste a Emma —dije, mirándola a los ojos—: una cosa es hacerlo en casa y otra cosa es afuera. A mí, me da igual, si no quieres, no vamos.

—¡Ay! ¡Mira nada más! —Nos sorprendió una voz a nuestras espaldas—. ¿Desde cuándo eres tan maduro?

Era mamá la que nos había espantado. Fuimos a saludarla, estaba desnuda y muy bronceada. Se sentó entre ambos y nos contó que había estado platicando con Astrid y juntas se la pasaron casi todo el día en la Playa Rubí. Al igual que Julia, mamá encontró su refugio en el restaurante, pero el que estaba la Playa Rubí.

—¡La comida está deliciosa! —nos contó—. Nos ofrecieron tostadas de ceviche y de cochinita, pero acá lo preparan distinto… dizque es afrodisíaco ¡Bah! Dicen eso de todo —rio y meneó su trasero en el cojín en el que estaba sentada—. Luego, fuimos a las hamacas y ahí bajamos la comida. ¡Ay! Vieras qué rico fue, casi me quedo dormida.

—¿Pero se quedaron en el pleno sol o qué? —le preguntó Raquel, divertida mientras le pasaba la mano por sus brazos aceitados—. Ya casi quedas como Tere.

—Ja, ja ja. No, no. Es que luego de que Astrid se fuera, vino Tere y como yo andaba toda atiborrada, dijo que nos tumbáramos en la arena un rato. Ella le habló a un joven para que nos pusiera protector solar mientras platicábamos, era como tener sirviente —suspiró mamá.

—O sea, Luís —bromeó mi hermanita—. Nomás falta que te meta la…

—¡Ay, no! Ja, ja, ja. ¿Cómo crees? —le respondió nuestra madre.

—Estaba pensando… —dijo Raquel de repente—. La vez pasada tú y Julia se la pasaron en el spa, ¿y si vamos mañana? —me preguntó, mirándome con una sonrisa angelical—. Que ahora te toque a ti recibir un masaje.

—Oye, sí —comentó mamá—. El chico que nos untó el protector en la playa… no. No es lo mismo que contigo, hijo.

—Es que le faltó meterte la…

—¡Raquel! —le advirtió mamá, pero fue incapaz de contener la risa—. Ya. Yo no soy como Tere, no voy a hacerlo con un desconocido.

Su mano empezó a juguetear con mi pierna. Sandra nos comentó que un par de chicas fueron a tomar el sol junto a ellas y que era obvio que una de ellas estaba endiosada con Tere. Mientras hablaba, empezó a recargarse sobre mí, sus pechos demandaron mi atención y el tono de su voz se iba tornando aterciopelado mientras nos describía a esas dos “niñas”.

—La que no paraba de vernos era rubia… bonita, de ojos claros y delgadita —ronroneaba, tomando pausas para exhalar sobre mi piel. Su mano estaba ya atendiendo mi verga y a mi otro costado, Raquel sólo jugueteó con mi pecho y dejó a mamá ser la protagonista—. Su amiga era más tímida, pero tiene un buen cuerpo. Pechos grandes y un poquito de curvas aquí y allá —aprovechó para sobarme el vientre, lo que me estremeció y la hizo seguir probando suerte en la zona entre la que deberían estar mis oblicuos y los abdominales.

«Era tierno. Sólo nos veían de reojo, pero no eran discretas. Le pregunté a Tere si quería que las dejara solas, pero ella insistió en que me quedara. No sé qué se me metió—jadeó, agachándose para llevarse mi verga a la boca. La degustó como si fuera un manjar, lamió y usó su mano para continuar co su relato—.  Pero empecé a molestarla como ella suele hacer conmigo. Me coloqué encima de su espalda y traté de masajearla como pensé que lo harías —dijo mirándome fijamente mientras se acomodaba frente a mí y volvió a engullirse mi salchicha—. Puede que haya embarrado algo más en su espalda, me emocioné al ver a esas niñas mirándonos descaradamente. La rubia estaba colorada y su amiga intentó disimular que había empezado a tocarse.

Volvió a chupármela y se llevó una mano como seguramente recordaba que lo había hecho Moni. Estaba lamiendo lentamente, como si realmente estuviera saboreando mi verga y cada que nos veía a mí o a Raquel, sonreía como una verdadera puta. Mi mano acarició su mejilla y detrás de su oreja, haciéndola temblar poquito. La mano de mi hermanita seguía jugueteando en mi pecho y la besé, entonces mamá retomó su relato.

—¡Ah! Tenía ganas de que algo pasara, pero no sabía qué exactamente.

—¿Querías que Tere y tú se cogieran a esas muchachas? —le preguntó Raquel, embriagada tras el beso— ¿O querías ver cómo esa se las devoraba sola para meterte dedo?

Como haría un gato, Raquel se deslizó hasta arrodillarse a lado de mamá. La tomó de la cabeza y la hizo volver a comerme la tranca, sobándole una teta y pegando su cuerpo lo más que podía, parecía que quería fusionarse o algo así. La hacía tomar pausas, nuestra madre jadeaba con la lengua expuesta y su mirada perdida. Palmeé mi cadera y entonces, se sentó sobre mi regazo. Sus pechos me quedaron a la altura de la cara y hundí mi rostro en esos melones, su pulso estaba acelerado y su gemido resonó bajo su piel cuando mis manos agarraron sus nalgas.

La conversación había puesto en pausa, mi fierro se abrió paso dentro de su raja y su carne se acomodó para albergarme por completo cosas de un par de movimientos. No sólo era que se moviera arriba y abajo, su pelvis hacía círculos para que mi palanca estimulara ese punto especial en cada movimiento. Sus gemidos empezaron a hacerse cada vez más altos y agudos. La lengua de mi hermana de repente hacía acto de presencia en mis bolas, era un plus que solía darme cuando lo hacía con mamá en esa posición y era simplemente electrizante. Cuando Sandra se cansaba, era mi turno de bombear y sentir su pechos rebotar en mi cara.

Terminamos los dos hincados sobre los cojines. Bueno, ella estaba apoyada en una pierna porque le sostuve la otra, había comprobado que eso la hacía apretar muy rico cuando le daba por detrás y por esa época, se había convertido en mi posición con ella. Raquel estaba a lado, tocándose mientras veía a mamá al borde de los gritos y a mí, dándole con todo lo que me quedaba. Nos vinimos casi al mismo tiempo y como no podía ser de otra manera, la hija menor le extrajo mi leche a mamá a base de lengüetazos.

Cuando todo el alboroto se había acabado, Julia salió del cuarto a amonestarnos por el escándalo que armamos en el balcón, diciéndonos que usemos las habitaciones o nos iban a llamar la atención los del hotel por conducta inapropiada.

—Cariño, yo estuve platicando con Astrid, hablamos de muchas cosas —le contestó mamá, con la voz más relajada que le había escuchado en la vida—. Nunca ha habido quejas por sexo en público porque este sitio es prácticamente un club swinger nudista. Las reglas están ahí, pero nunca ha habido huéspedes que se haya quejado.

—Bueno —contestó, todavía molesta—. Entonces también tendré que conseguirme unos tapones de oído o no voy a poder dormir a gusto.

—Perdón, hija —le contestó mamá con voz dulce—. Al rato… eh… bueno. Ya mejor nos vamos a dormir todos. Yo creo que Tere va a llegar en la madrugada, si es que no se queda con la chica toda la noche.

—¿Sí se quedó con Jenny? —le preguntó Raquel con emoción.

—¿Eh? —se sacó de onda mamá—. ¿Qué pasa? ¿La conocías?

Era momento de confesarle a mamá sobre la visita que tuvimos a mediodía. Se le puso la cara roja de vergüenza al enterarse que las chicas sabían quiénes eran ella y Raquel. Resulta que mamá se recreó mucho en el pequeño show lésbico que hizo con Tere, besándose y dejando a la morena manosearla mientras Jenny y Moni las vieron.

—Al final, ya nos habíamos acercado tanto que nos tenían aquí —contó ella, extendiendo su palma frente a su rostro—. ¡Dios! Vieron cómo Tere… ¡Dios! ¡Qué pena!

Raquel se encargó de sacarle la sopa. Mamá dejó que su amiga usara su cuerpo a su antojo para demostrar sus muchos talentos para hacer gemir a una mujer madura como ella. Incluso, por el bien de la fidelidad narrativa, me dejó que le metiera los dedos y me orientó para aprender cómo los movía Tere, masajeando por dentro ese punto que la hacía jadear al tiempo que estrujaba su teta… con la cara de esas dos muchachas a escasos centímetros.

—Le dije que parara —dijo, apartando mis manos—. Pero eso fue peor. Me tumbó en la arena y no me dejó en paz hasta que… ¡Ay, no! ¡Qué pena! ¡Y ahora ellas saben que soy tu madre!

—Lo sabían desde el principio —le dije, acercándole a la boca esos dedos que habían estado dentro de ella. Los lamió, mirándome con ojos de cachorro—. Ella no creía que Tere iba a hacerle caso.

—¡Ay, por favor! —exclamó mamá, casi ofendida.

—Ellas no la conocen. No es común conocer a alguien como ella, ¿estás de acuerdo? —le dije.

—Mira —contestó después de lamer mis dedos por última vez—, esa niña estaba endiosada cuando se le acercó Tere —nos contó como si nos hablara de una novela o algo así—. Cuando las dejé a solas, parecía que iba a morirse de felicidad. Estoy segura de que ella hubiera querido que me quedara, pero… no. No podría hacerlo… no nos conocemos…

—¡Ay, mamá! —exclamó mi hermanita— ¡Les hubieras hecho lo que me hiciste y las dejabas tiradas en la playa sin poder caminar!

—¡Ay, Raqui! —le mustió mamá entre dientes, sonriéndole y apenas apoyando las yemas de los dedos en su mejilla—. Eso es una cosa y esta, es otra.

—¡Ay, sí! Porque hacerlo con tu hija está bien, ¡pero hacerlo con unas desconocidas ya es demasiado indecente! —dijo Raquel con ironía, sacudiendo las manos.

Mamá se sorprendió al escuchar eso. Claro, una cosa era lo que hacíamos como familia y otra cosa, escucharlo en voz alta… dicho así, sonaba hasta algo ridículo. Pasé mi mano por su hombro y fui deslizándola por su brazo, su antebrazo, el reverso de su mano y, finalmente, su meñique. Le pregunté qué tanto le gustaría poderse divertir como lo hacía Tere y le dio un escalofrío. Raquel también miró con atención, ambas sabían lo que le estaba insinuando. Sus ojos pasaban de mi mano a mi cara, pero no se veía nerviosa, sino pensativa.

Al final, sólo le dije que estábamos de vacaciones y que, siempre y cuando no nos metiéramos en problemas, no se quedara con ganas de probar nada. Para ella, fue una sugerencia que aceptó con gusto y dijo que lo meditaría al irse a dormir; pero para su subconsciente, eso fue una orden. Se levantó y se fue a su cuarto, dejándonos solos a mi hermana y a mí. Tardó en sacar el tema, estaba seria.

—¿La has estado hipnotizando últimamente? —me preguntó con voz queda y viendo hacia el mar.

—No. Desde aquella vez, no lo había vuelto a hacer —le respondí, tomando su mano, lo que la puso tensa—. Pero esto fue para que disfrute.

—¿Y a mí? —volvió a preguntarme, mirándome esta vez.

—¡¿Qué?! ¡No! —le respondí, sorprendido… ofendido. Ella bajó la mirada hacia mi mano sobre la suya y de inmediato entendí—. Raquel, desde aquella vez con Julia, no lo he vuelto a hacer. No contigo.

—Ah… —suspiró, otra vez con esa voz fría, pero apretando mi mano y recargándose en mi hombro—. Eso es bueno, creo —estuve a punto de preguntarle a qué se refería, pero esperé en silencio a que ella continuara—. Tengo miedo… cada que pienso en estar desnuda en la playa… pienso… que me van a ver… como él.

Y entonces todo me hizo sentido. Se me helaron los pies y la espalda. ¿¡Cómo no lo había pensado!? Mi hermana estaba actuando raro porque la última vez que había estado desnuda en frente de alguien más… casi había sido…

Me punzaba el pecho, quizás por eso estaba presionando tanto a Raquel contra él, tal vez eso hiciera que dejara de doler… de dolernos. Me sentí el peor… el peor hermano, el peor hombre, el peor ser humano.

 

El sol apenas se asomaba por la ventana, la tela mosquitera hacía que todo se viera más blanco de lo normal. Raquel estaba dormida todavía, a mi lado. Los recuerdos de la noche anterior no me llegaron tan pronto, pero en cuanto lo hicieron, se me hizo un nudo en la garganta. Quería abrazarla para siempre y evitar que nada malo volviera a pasarle jamás, quería hacerle ver que todo estaba bien.

Tal vez…

 

En la estancia, nos habían procurado otras jarras con agua y ahora, limonada; unas galletitas de avena que sabían mucho mejor de lo que se veían y un par de panfletos sobre las actividades y espacios disponibles. Fuimos al spa, como habíamos dicho la noche anterior. Llevábamos nuestras toallas y en el camino nos topamos con otros huéspedes. La gente mayor era la que sin dudas estaba más acostumbrada a ir sin nada y no saludaban con una sonrisa gentil. Hubo un par de chicas que vimos salir del temazcal en traje de baño, eran de las que también habíamos visto hacer topless el día anterior. Sólo les dimos los buenos días, pero nos miraron como si las hubiéramos insultado o algo así y pasaron sin dirigirnos la palabra.

—Entonces, Moni dijo la verdad —me susurró Raquel—. Son unas groseras.

Llegamos al spa y no vimos a nadie hasta que tocamos la campana que había en el escritorio. Una chica de pelo oscuro y tez morena se presentó, tal vez era de mi edad y vestía un uniforme blanco con un gafete que decía “Yuni”. Nos explicó los tratamientos que ofrecían y Raquel no contuvo sus ganas de pedirnos un masaje. La muchacha nos preguntó si queríamos compartir la sala o si preferíamos que fuera en cabinas separadas y la sonrisa de mi hermana no podía ser más grande. Obviamente, pidió que fuera sesión compartida y que fueran las masajistas fueran mujeres.

A los pocos minutos, entramos a una estancia amplia, con un enorme tragaluz en el centro por el que escapaban nubes de vapor que olían a eucalipto y romero. Dos mesas estaban acomodadas y un par de chicas estaban esperándonos. Pidieron que les entregáramos nuestras toallas, debajo de las cuales no llevábamos puesto nada. Miré a Raquel y me sonrió, emocionada. Nos acostamos y nos vimos por última vez antes de hundir nuestras caras en los soportes.

No estaba preparado para la sensación, era muy diferente. Al principio, mi cuerpo se tensaba y se me escapaban quejidos o risas nerviosas por el cosquilleo de esos dedos delgados, pero en cuanto me acostumbré a la sensación, pude relajarme de verdad. Mi espalda era la que más lo necesitaba, pero la sensación de mis pantorrillas y muslos fue algo que jamás hubiera imaginado. Era inevitable ponerme a evaluar mentalmente el procedimiento, podía escuchar la voz de mi profesora, diciendo lo que estaban haciendo mal; a pesar de que se sentía muy bien. Me había perdido en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que las manos se habían alejado hasta que, de pronto, lo sentí.

La muchacha se había subido a la camilla, podía sentir su piel aceitada. Eso que sentía en mi espalda… eran sus pechos. Abrí los ojos, sólo vi el suelo y escuché la risa traviesa de mi hermana… que seguía en su camilla. Sentí la sangre fluir desde mi espalda hasta la punta de mis dedos… y mi miembro. Su entrepierna se frotaba con mi muslo, luego, en mi brazo; igual con sus pechos. El no poder nada de lo que pasaba lo hacía más intenso y las risas y chillidos de Raquel, el saber que estaba experimentando lo mismo que yo, era más enervante. Empecé a acomodar la ingle para que mi erección se me pegara al vientre, pero fue el momento de voltearme boca arriba.

Pude ver a la chica que me estaba atendiendo, tenía el cabello teñido de rubio y lacio, su piel era apiñonada y tenía algunos lunares, el que tenía debajo del pecho izquierdo fue el que captó más mi atención. Sus pezones eran café oscuro, puntiagudos como remaches y coronaban un par de montes que se mecían de manera hipnótica antes de apachurrarse sobre mi regazo. Mi verga resbalaba por la zona de su ombligo y sus manos acariciaban mis brazos, casi encajando las yemas y dejando surcos rojizos a su paso. Comenzó a resbalar su torso a lo largo del mío, y mi mástil rozaba peligrosamente su pubis a escasos centímetros de llegar a la separación de sus pierna. Perdí la noción del tiempo.

Una vez que se levantó, me hizo la pregunta y mi acompañante respondió por ambos. Esas manos que habían relajado mis músculos tomaron mi miembro con la maestría que sólo la experiencia podía conseguir. Arriba y abajo, alrededor de mi glande lubricado y pasando un dedo mis huevos y mi entrada trasera. Por un segundo, temí que esos dedos se aventuraran de más, pero ella supo leer que no era algo que quería y se mantuvo alejada de mi culo. Lo que le critiqué como masajista al principio, se lo alabé como masturbadora e inconscientemente, estaba aguantándome las ganas de venirme. Raquel acabó antes que yo y pidió estar cerca para verme terminar. Me susurraba al oído y me pedía con insistencia que eyaculara para ella.

—Así… así. Déjala salir —susurraba con voz de seda sin poner un dedo sobre mí—. Dame tu leche. Deja que te ordeñe ella y que yo me la tome toda.

Yo quería y no podía. No salía. Ya casi no sentía la punta de la verga de tanto que la chica me la frotaba con una mano mientras la otra subía y bajaba a toda velocidad. El chorro que me salió tardó en caer sobre mi piel y de inmediato, la lengua de Raquel atacó.

—¡Puaj! ¡Bleh! ¡El aceite sabe feo!

Las dos chicas corrieron para dejarnos solos y escuchamos sus risitas nerviosas al pasar por la cortina de cuentas que atravesaron. Más tarde, vino Yuni y nos dio indicaciones para limpiarnos en las regaderas. Raquel y yo salimos del spa sin cubrirnos mientras la chica nos sonreía amablemente y nos decía que podíamos volver las veces que quisiéramos.

—¿Qué tal tu primer masaje? —me preguntó mi hermana, emocionada—. ¿Te gustó?

—Fue… interesante —dije, sin poder encontrar otras palabras.

—Podemos intentarlo en casa cuando quieras —me respondió con picardía y acomodándose mi brazo entre sus pechos—. Seguro que hasta mamá se…

Ahogó un grito de sorpresa y me hizo voltear a ver hacia donde ella estaba mirando. Estábamos llegando a la playa y ahí estaban Emma y Julia, sentadas en unas sillas reclinadas y platicando amenamente. La española lucía una piel pálida, pero bronceada y con nada que la cubriera más que sus pecas. Sus pechos se mecían con cada gesto que hacía con las manos, descubiertos… al igual que los de nuestra hermana mayor.

—¡Eh! Buenos días —nos saludó Emma, haciendo aspavientos con todo el brazo aunque ya estuviéramos cerca—. ¡Mira nada más! Veo que hoy ya decidieron ir al natural, ¡bien por vosotros! —dijo con una sonrisa y extendiéndonos un efusivo pulgar arriba—

Raquel y yo no dijimos nada al sentarnos, estábamos atónitos. Nuestra hermana sólo nos saludó tímidamente, agitando los dedos y sonriendo con nervios.

—¿Os sorprende? ¡Convencí a Juli de quitarse el top! ¡No hagáis demasiado escándalo o me la van a asustar!

Comentarios

  1. Buenas, muy buen capitulo, me gusto mucho, decir algo más es innecesario, la calidad solo aumenta a medida de avance, sigue así.

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    1. Muchas gracias por comentar y por el apoyo. El siguiente capítulo se publica el 19 de octubre . ^^

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