El Hombre de la Casa 30: Verdad o Shot

 




Estábamos los cuatro ahí, Raquel y Emma estaban sentadas en una silla reclinable y Julia y yo, en la otra. Emma nos estaba platicando sobre su cita la noche anterior, todo había fluido sin problemas con el chico que conoció.

—Es muy guapo, pero le convino mantener la boca cerrada —dijo mientras agitaba la sombrilla mini de su bebida roja—. Es un crío. O sea, enérgico… pero imbécil al fin y al cabo. ¿Qué edad tienes tú, Luís?

—Eh… 21 —contesté.

—¡Madre mía! —dijo aquello como si estuviera cantando—. Habría jurado que eras de la edad de Juli y yo. Pero eso de verse mayor es mejor en vosotros, los hombres —añadió, y dio un trago a su vaso—. O sea que le llevas a Raquel unos…

—2 años —completó mi hermana menor—. Bueno, dos y meses… ahorita tengo 18.

—Al borde de la legalidad, ¿eh? —comentó Emma sugerentemente—. ¿Y cómo es eso de tener novia pero vivírtela con la hija de su amiga?

—Es… ¡Eh! Bueno. Es raro —fue lo único que se me ocurrió decir. Las tres se quedaron calladas, no iban a quedar contentas con esa respuesta—. Verás… desde el principio, ella me dijo que no quería nada serio. Nos veíamos de vez en cuando y… por azares de la vida, le pedí que se hiciera pasar por mi novia con mi familia. Y, pues, aceptó. Ya luego, dijo que a ella también le estaba ayudando tener la excusa de que tenía novio para mantener a otros a raya

—¡Jo-der! —rio la española—. ¡Que esa es una buena idea! ¡Fe-no-menal! Es la excusa perfecta para mandar al cuerno a quien se te ocurra. Ja, ja. O sea que sois “folla-amigos”. Eh… “amigos con derechos” —aclaró.

—Algo así —le respondió Julia y se llevó su vaso a la boca.

—Si una día vais a España y estoy soltera, ¿podrías ser mi novio de mentiras también, por fa? ¡Bueno! Si es que te dan permiso —añadió, echándole una mirada de pleitesía a Raquel.

—Depende de qué tan bien se porte —le respondió con ojos entrecerrados y haciéndose la dominante.

—¡Oy! ¡Que me la quiero comer! —exclamó Emma con ternura y la abrazó con fuerza, tomando por sorpresa a mi hermana—. Va a ser de mentira, te prometo no ponerle un dedo encima.

La española emitía una vibra muy distinta a Tere. Era curioso como una chica desnuda, extrovertida y que nos acababa de relatar sin pelos en la lengua cómo había “follado” la noche anterior no me provocara ni de lejos la misma sensación que Tere… o Raquel… o mamá; ni siquiera me provocó una erección durante toda nuestra plática. Éramos sólo amigos pasándola bien, sin ropa. Bueno, la verdad era que yo hice todo lo posible por no voltear a ver a Julia y ella a su vez, tampoco me habló directamente y mantuvo su distancia de mí.

Nos habíamos puesto a platicar de tonterías, cosas graciosas que estaban de moda en Facebook o Twitter. Nadie allí llevábamos nuestros teléfonos y aunque dijimos que nos agregaríamos mutuamente en Face, nunca nos acordamos de hacerlo después. Viéndolo en retrospectiva, fue lo mejor. De haberlo hecho, habría sabido que yo en realidad era el hermano de Raquel y Julia.

Raquel y yo decidimos dejarlas a ambas seguir platicando a gusto para irnos a desayunar, moríamos de hambre. Al llegar, vimos a mamá platicando con una señora mayor, ambas desnudas pero luciendo unos sombreros playeros idénticos. Al igual que la noche anterior, fuimos invitados a unirnos a la mesa y nos presentaron con la nueva amistad. Era Amalia, una señora que había viajado sola y solamente para tomar el sol y para visitar a Astrid.

—Su marido y mi Gonzalo eran amiguísimos desde el 89—nos dijo la señora—. Y a los pocos meses de su partida, que también se muere el pobre Gustav.

—Lo lamento —dije.

—No te preocupes, querido. Mi Gonzalo tuvo una buena vida y se fue relativamente pronto. Él y yo solíamos visitar este lugar cuando todavía era la casa de Gustav y Astrid. A mí siempre me gustó que la playa aquí siempre está preciosa, limpia y sin tanto ruido.

—Bueno, me contabas que los del ruido solían ser ustedes —le dijo mamá con tono de burla.

—¡Ay, querida! —rio la señora de manera pomposa—. ¿Qué van a decir los niños de mí?

—¡Ay, por favor! Raquel ya tiene 18 y es mi hija menor. Si supieras lo que estos dos hacen en mi casa… la escandalizada serías tú.

—¿¡Qué!? —susurró con aspereza mientras se le abrían los ojos tanto que parecía que se le iban a salir—. Pero… ¿Él no es tu hijo? —le preguntó mientras su mirada nos repasaba a los 3.

Yo tenía el cabello oscuro, piel un poco más pálida que mis hermanas y mi cara era prácticamente el calco de la de mi papá, así como Julia con mamá. El tema era que Raquel también tenía algunos rasgos de papá, como su ceja y nariz. Esto no era tan evidente, pero esa señora había dado por hecho que éramos parientes.

—¡No, no! —se apresuró a decir nuestra madre, poniéndose igual de pálida que su acompañante—. Él… es… como de la familia. Pero no es mi hijo.

Mi hermana y yo optamos por cerrar la boca y asentir a la versión de mamá. Aquí, yo era un amigo de la familia y estaba saliendo con Raquel. Mientras la escuchábamos tejer su red de… “verdades no comprobables”, recé porque Tere no se le ocurriera presentarse en ese momento, porque habría sido necesario reacomodar muchos detalles de la versión que estaba contando mamá. Fue un momento tenso, después de todo, esa señora podría ser nuestra abuelita y uno nunca piensa contarle ese tipo de cosas a una abuelita.

—¡Descuida, corazón! ¡Si supieras las cosas que a mí me ha tocado ver! —respondió la señora de canas, riéndose como una niña traviesa—. Me alegra que tengan ese nivel de confianza madre-hija.

Por respeto, o quizás por vergüenza, no nos atrevimos a ahondar al respecto de nuestras dinámicas, sólo lo dejamos en que Raquel y yo éramos novios. Aunque ella nos miraba de reojo de vez en cuando, lo que me espantó el apetito. Algo debió intuir, creo. Después de unos minutos, se marchó y nos deseó un buen día. Tan pronto se fue, tomamos una bocanada honda y suspiramos de alivio. Todos estábamos de acuerdo de que parecía como si sospechara algo. Pero de inmediato, Raquel se apresuró a contarle a mamá que veníamos de ver a Julia estaba haciendo topless.

—¿En serio? —respondió como si eso no la impresionara en absoluto—. ¿Y eso?

La hija menor empezó a contarle lo del traje de baño, de Emma y de cómo parecía que se llevaba muy bien con Julia. Me dediqué a escuchar todo en silencio para terminar mi plato de hotcakes a como diera lugar, estaban demasiado buenos. En algún momento, su conversación se tornó hacia si nuestra hermana mayor podría ser lesbiana y que podría estar enamorada de Emma. Por más que eso tuviera todo el sentido del mundo y que mamá pareciera estar de acuerdo y en paz con la idea, algo más se estaba revolviendo en mis tripas junto con la comida. Mi hermanita empezó a reflexionar en cómo reaccionaba Julia cuando estaba a solas con ella, con mamá o con Tere y que era muy diferente a cuando las veía conmigo. Eran detalles minúsculos, rebuscados, pero la manera en cómo lo estaba planteando sonaba lógico con la teoría y eso me provocó una pesadez en el estómago.

—Ni modo —me dijo Raquel—. Si a Julia le gusta Emma, eso significa que será tarea de mamá o de Tere…

—¿D-de qué hablas, hija? —preguntó mamá, consternada.

—Pues… —su hija se acercó a su oído para contarle algo en secreto, algo que la hizo inhalar con fuerza y después, continuó en voz alta—. Yo lo haría. O sea, ya lo he intentado. Pero, pues, parece que no soy su tipo —comentó encogiéndose de hombros.

—¿De qué hablas? —pregunté.

—Tú sabes lo que quiero —me dijo Raquel con una mirada tan afilada que sentí que me punzaba el cuello— y no haces nada para que pase. Pero si Julia es lencha, entonces ya no sería tu culpa que no haya pasado nada —postuló con desilusión—. Yo he… hecho mis intentos y ella siempre se sordea, me rechaza y hasta dice que el sexo no le interesa. Llegué a pensar que tenía el espíritu de una monja dentro o algo así… pero, si ahora se está dejando convencer por Emma…

—¿Tú crees que pase algo entre ellas? —pregunté, sin darme cuenta de que estaba sonando preocupado.

—No… —respondió mi hermana, pensativa—. Creo que si alguna de las dos siente algo, es Julia. Puede que ni ella se haya dado cuenta todavía. Porque… pues, Emma… —continuó con tono de duda—. No está siendo… bueno, zorra.

—¡Ay, Raqui! —exclamó mamá, preocupada de que alguien más en el restaurante hubiera escuchado a su hija hablar así—. Tú y tu mañana de usar esa palabra… ¿por qué mejor no dices que no le está coqueteando?

—Pues eso —prosiguió Raquel—. Emma no parece estar intentando nada con Julia. No la mira con los ojos que te echó cuando dijo lo del novio falso.

Eso me causó dificultades para pasar la comida que tenía en la boca. Mamá se nos quedó viendo y mi hermana tuvo que contarle sobre el comentario de la española mientras yo bebía mi café para no atragantarme. Nuestra madre ya no podía seguir mostrándose indiferente, eso que su hija menor le susurró al oído la había hecho reaccionar. Aquello de que “sería tarea de ellas” hacer que Julia se “integrara” a la dinámica de harén de la que tanto me hablaba Raquel, era algo que la había puesto en jaque.

Mi hermanita estaba siendo muy directa al respecto de lo que quería que pasara con Julia, me atrevo a decir que hasta algo descarada. Insistía en decir que eso sería “unir a la familia” y “liberar” a nuestra hermana mayor. ¿De qué? Según ella, de todo eso que ella ha estado reprimiendo todos estos años y sobre todo, estos últimos meses, con tanto sexo en casa.

—Tú insistes en hacerte el que la Virgen te habla —me dijo abiertamente y luego miró a mamá—. Como si nunca te la hubieras jalado pensando en Julia.

Eso hizo que tanto mamá como yo nos pusiéramos a mirar a todos lados, Raquel no estaba siendo nada discreta. No había nadie a la vista, ni siquiera los meseros. Quizás se alejaron para darnos privacidad, quizás estaban ocultos tras la pared, escuchando todo. Yo estaba sudando frío.

—Pero tú sabes que Julia nos mira diferente —continuó hablando, ahora dirigiéndose a mamá—. Ella cree que no nos damos cuenta y se hace la que no le importa —dijo con voz lenta y hasta un poco molesta—, ¡pero bien que queda viendo cuando se la chupo a Luís o cuando me la meto y me siento sobre él!

—Raqui… ya hemos hablado de esto —susurró mamá, algo fastidiada repetir aquella conversación co su hija menor—. Dejen a Julia en paz. Tú y Tere… insisten en querer embarrar a tu hermana en todo esto. ¡Lo que pasa en nuestra casa no es normal, entiéndelo! —dijo enérgicamente pero manteniendo su voz baja—. Lo que haces con Luís… lo que hacemos… ¡está mal!

—Y si está mal, ¿por qué seguimos haciéndolo? —le preguntó Raquel. Era una pregunta retórica, el silencio fue su respuesta, así que continuó—. A nadie le importa ya si está bien o está mal. Tú podrías hacerlo con cualquiera en este hotel y prefieres hacerlo con tu hi… —carraspeó y se corrigió— con él… y conmigo también. Bueno o malo, ¿importa ya?

«Yo lo hago porque se siente bien, porque no siento esto por alguien más. Igual tú. Lo sigues haciendo con él porque te gusta hacerlo, porque no sería lo mismo si lo hicieras con alguien más. No hay nadie más, ni tú ni yo tenemos otro… Luís.

Había provocado de nuevo un silencio, sólo que este no se sintió incómodo, fue reconfortante. Yo era el único hijo (varón) de mamá, el único hermano de Raquel. Así interpreté esas palabras, pero dentro de todo lo retorcido que era eso, estaban los sentimientos, esos que nos atraían, esos que no podíamos sentir por alguien más. Sus manos buscaron las nuestras y las sonrisas nos brotaron. Era algo que no sabíamos cómo poner en palabras, pero lo entendimos al instante. ¿Era amor? De cierta forma, sí. Somos familia, después de todo. Pero había algo más, algo opuesto a la presión, a esa sensación asfixiante o empalagosa que a veces sentía cuando pensaba en tener novia… era algo refrescante pero cálido, como la playa.

 

Terminamos contándole a mamá de nuestra experiencia en el spa y ella se sonrojó cuando le sugerimos que debería ir y probarlo.

—Ve con Tere, seguro que esa acaba armando una orgía con las masajistas —comentó Raquel, soltando una risa pícara.

—Pues sí pensaba ir al sauna y luego al spa. Pero mejor dime cómo se llama eso que pidieron… para decir que no cuando me lo ofrezcan —dijo mamá con ironía.

—Se llama “nuru” —dije—. Pero no me fijé cómo lo llamen acá, la que lo pidió fue Raquel.

—¿Eso te lo enseñan en tu curso de masajes? —me preguntó mi hermanita, emocionada.

—¡Ja! No. Lo vi en Internet —respondí.

—Ya me imagino en qué clase de sitios —comentó nuestra madre con sorna.

—No me molestaría recibir uno de esos de vez en cuando, cuando volvamos a casa —dijo mi hermanita provocativamente.

—Pues bueno —suspiró mamá, buscando algo en su bolsa y disponiéndose a irse—. Yo ya me voy al sauna.

—Te acompaño —respondió Raquel, poniéndose de pie y tomándola del brazo—. Yo también quiero ir, quiero hablar contigo de algo. 

En un parpadeo, me había quedado solo. El malestar en mi estómago era real, estaba somatizando lo que sentía en otra parte de mi interior. Mamá había dejado para la propina y se lo entregué al camarero, quien me consiguió un antiácido antes de que me fuera. Sin darme cuenta, había vuelto a la villa y me recosté en una hamaca en la resolana previa al balcón. Pensé en tantas cosas y a la vez, en nada. Pensaba en Julia y se me secaba la lengua. Había visto sus pechos descubiertos, esos con los que mi yo en secundaria no paraba de fantasear cuando me la jalaba (Raquel tenía toda la razón sobre eso). Pero ahora que al fin los había visto, los acompañaba esa cara incómoda, esa que dejó de sonreír en cuanto me vio.

El techo de paja frente a mí se movía con el mecer de la hamaca. Pensaba en Julia, me dolía la cabeza cuando lo hacía por mucho tiempo, era como si estuviera reprimiendo mi pasada obsesión por ella. Cerré los ojos y me sorprendió que no podía pensar en su rostro, ni siquiera en sus pechos… sólo oía su voz, era como un susurro.

Había otra razón para mi malestar: esa mañana había vuelto a hipnotizar a Raquel. Fue un proceso distinto, no hubo péndulo ni gatillo. Mis manos apenas la acariciaron, ella despertó pero volvió a entrar en un sueño profundo y recibió mis instrucciones sin problemas. Interrogándola, confirmé lo que sospechaba: mi hermana menor estaba traumatizada por lo que había pasado con Pascual y la sola idea de que un hombre que no fuera yo la viera desnuda la paralizaba, la hacía recordar lo vulnerable que se sintió aquella noche. No hice más que pedirle que olvidara aquella sensación, que recordara por qué le gustaba andar desnuda en casa y las palabras que Julia me pidió implantarle la última vez que estuvo en trance:

“Eres una mujer libre. No dejes que nada ni nadie te diga qué hacer.”

Era una ironía terrible, darle órdenes de que no debería hacer caso a nadie más… que no fuera yo. Pero esa sonrisa que había estado mostrando desde que despertó me confirmó que fue la decisión correcta e hizo mi remordimiento más llevadero. Era ella misma otra vez, la había ayudado a volver a ser feliz después de todo. Y sin embargo… se sentía como una pesadez en mis hombros. 

 

El cielo era azul y la brisa mitigaba el calor del Caribe a mediodía, pero las puntas de mis manos y pies se sentían fríos. La puerta principal se abrió y una belleza morena entró a la estancia. Tere se veía despampanante, como solía ser, incluso aunque estuviera caminando como si la hubiera arroyado un tren. Me quedé en silencio mirándola, ella no se había percatado de que no estaba sola. Gruñía un poco, murmurando algo que ni se entendía y arrastraba levemente los pies de camino a la habitación que debió haber compartido con mamá la noche anterior.

—¿Y ese milagro? —pregunté con voz deliberadamente estridente y disfruté como niño su brinco de espanto.

—¡Coño! ¡Verga! ¡Mamahuevo! —vociferó mientras me veía bajar de la hamaca—. ¡Qué susto, carajo! Vas a hacer que me salgan canas.

—Ya… ya —intenté calmarla y la abracé—. Perdón, perdón. ¿Apenas regresaste? —dije con la voz más inocente que pude.

—Ajá —respondió ella, indiferente—. Esas niñas que me enviaron ustedes dos… —me clavó una mirada intensa, no supe si de reclamo o de desafío— bastante loquitas.

—Jenny… la rubia… —empecé a balbucear—. Se veía que es algo intensa, su amiga nos dijo…

—¿La güera? —exclamó con sorpresa—. ¡Nene, si supieras!

Nos sentamos en la sala de la estancia. Le ofrecí naranjada y ella prefirió pedir servicio a la habitación (villa). En lo que llegó, comenzó a contarme todo lo que había pasado con aquél par.

Cuando Sandra la dejó a solas con ellas, Tere sabía que ya les había dado un buen show. No estaba interesada en ellas en particular. Me confesó que había estado buscando a “un morenazo que le hiciera olvidarse de Pascual” (y su verga), pero todo parecía indicar que no había hombres “interesantes” en esa época del año.

—Tú y mami van a tener que encargarse de mi antojo de verga —suspiró, posando sus pies en mi miembro, aún dormido—. No pienso salir de este hotel. Así que este soldadito tiene mucho trabajo por hacer.

Los dedos de su pie comenzaron a bailar y continuó con el relato. Tenía a las dos babeando por ella y su plan era no tener que tocarlas, podría hacerles una danza que las hiciera acabar e irse. Pero resulta que Moni, impaciente, fue la que les propuso ir mejor a una de las cabinas para evitar estar a la vista de todos. A la morena no podría importarle menos, sabía que en caso de que fuera necesario, sabría manejar a ambas.

—Estos músculos no son sólo para verme rica, papi —dijo, flexionando su bíceps, presumiendo su capacidad de levantar 100 kilos sin esfuerzo en el gimnasio.

Me describió las cabinas de playa Rubí, las cuales están exclusivamente para tener intimidad en sencillos camastros. Las cortinas blancas era lo único que servía de puerta y las ventanas estaban colocadas en lo alto para evitar más mirones de lo deseado. Tere entró decidida y las dos chicas entraron. La venezolana había notado que Mónica no paraba de mirarla, a pesar de que repetía que “la lesbiana no era ella, sino su amiga”.

—Sí, suena a ella —le respondí, sintiendo mi verga ya firme gracias a la atención de sus pies.

Pues esa frase fue lo que hizo que mi novia oficial reconsiderara. No podían engañarla, había visto el deseo en esos ojos castaños y la presionó para irse y dejar a su amiga a solas o admitir que quería tocarse viéndola a ella masturbarse, cosa que logró más pronto de lo que había pensado. Su juego se convirtió en quebrar a la amiga de la rubia, mientras ésta sólo se metía los dedos observándolas.

No fue difícil. Al poco rato, tenía la cara de Moni entre sus piernas, comiendo coño por primera vez en su vida y a Jenny, viendo todo desde una esquina. Pero, por más que ya estuviera cachonda, la inexperiencia de la de cabello negro no iba a hacerla venirse pronto, así que quiso elevar la apuesta.

—Le dije a la güera: “A ver. Si quieres tener una chance conmigo, vas a tener que enseñarle a tu amiga cómo se chupa un coño bien” —narró Tere, abriéndose de piernas y separando esos labios hinchados con los dedos, mostrándome su rosado y palpitante interior antes de empezar a masajear su botón.

Tuvo que aclararles a lo que se refería cuando vio a la rubia a punto de abalanzarse sobre ella. La regla era que Jenny no podría tocarla hasta que Mónica le provocara un orgasmo “comiéndosela como es debido”. Sería la rubia la que tendría que ayudar a su voluptuosa amiga a cumplir su misión por ella misma, enseñándole cómo hacerlo comiéndole la raja.

—Eso es perverso —le dije con una sonrisa—. A Moni ni le interesaban las mujeres en primer lugar… ¡y terminó en un trío lésbico con su amiga!

—¡Nene! —dijo lamiéndose la mano para volver a tocarse—. Esa gordita ya le traía ganas a su amiga. Probablemente desde que llegaron, si no es que desde antes. Nomás se estaba haciendo la tonta, quizás, esperando a que ella diera el primer paso. Me recuerda a alguien —dijo entrecerrando sus ojos y sonriéndome con gesto astuto, mientras deslizaba la planta de su pie arriba y debajo sobre mi garrote.

Era obvio que sus órdenes se acataron a la brevedad. La rubia se acomodó detrás de su amiga y ésta empezó a gemir sin parar. Tuvo que ser Tere la que les tuvo que recordar que su coño debía recibir la misma atención que estaba recibiendo el de Moni y esto hizo que Jenny la presionara a imitarla. Aprendió a usar mejor su lengua. Más pronto que tarde, Moni sucumbió al orgasmo que le provocó Jenny, pero ésta última le rogó que continuara para cumplir con el reto de la morena y reclamar su recompensa. Sabía que tendrían que hacer algo más lograrlo.

—Fue muy tierno cuando me preguntó si su amiga podía usar las manos —me dijo, volviendo a ensanchar lo más que pudo sus labios exteriores, mostrando otra vez cómo palpitaba su entrada y el delgado caudal que ya estaba a escurriendo de él—. Estaba completamente frenética por probar un poco de esto. No la culpo. —“Ni yo”, pensé—. Le dije que sí y la otra nomás chilló cuando le metieron los dedos —dijo antes de hacer lo mismo—. ¡Uf! Seguro que se vino un poquito, pero al poco rato, hizo lo que la rubia le estaba enseñando.

Jenny había dejado descansar a Moni unos instantes y le volvió a insistir que no desatendiera a Tere. La cosa mejoró. Los dedos de la neófita fueron directamente a frotar esa zona en su interior que la hacía vibrar de pies a cabeza. Todo esto, acompañado de los gemidos tímidos de quien recibía los dedos de su propia amiga por primera vez. En algún momento, para sorpresa de Tere, recibió con gusto la visita de otro dedo en su culo.

Alejó sus pies y se giró para mostrarme su ojete, que también palpitaba a la espera de atención. Las manos de la morena se separaron las nalgas y esa fue mi señal para recrear lo que había hecho Moni. Mi lengua en su raja chorreante, una mano acariciando su clítoris y otra, explorando su ano. Gruñendo, continuó con su relato.

Le tomó un tiempo acostumbrarse a la multitarea, pero Mónica supo mantener las cosas interesantes, incluso hasta se aventuró a probar el culo ese culo prieto con su lengua (y así estaba haciendo yo también). El orgasmo estaba a la vuelta de la esquina y el lado travieso de Tere la hizo mearse en la cara de la chica de pelo oscuro, quien tardó un poco en darse cuenta y reaccionar, corriendo fuera de la cabina y bañándose en las aguas frías del mar.

Yo estaba comiéndome ese culo a mi antojo, ni me di cuenta en qué momento había dejado de narrar. Sus gruñidos y gemidos empezaban a aflorar sin pena y eso sólo me hacía querer clavarle mi tranca. Ya me estaba posicionando cuando tocaron a la puerta, creí que sería el servicio al cuarto y sin pensarlo mucho, fui a abrir. La repartidora se topó con mi erección en todo su esplendor y estaba sonrojada desde antes, seguramente por los ruidos que había estado haciendo Tere. Le dije que me esperara para pagarle una propina y ella sólo dijo que estaba bien así, se despidió y huyó a paso de marcha.

Estaba con el pulso a mil y mi intención era volver a la carga, pero Tere ya había empezado a desempacar la comida en la mesita del mini comedor. Retiró el papel aluminio de la bandeja y descubrió un pescado asado enorme, con sus debidas guarniciones. Olía delicioso y se veía que acaba de salir de la cocina, sería un desperdicio dejar que se enfriara.

—Perdón, rey —dijo Tere con la boca llena—. Me moría de hambre. No he comido nada desde ayer.

—¿Nada? —pregunté con escepticismo—. ¿Ni siquiera uno que otro ostión?

Ella rio, luchando por no quemarse la garganta con el trozo de pescado aún humeante que tenía en la boca. No era fan de la comida de mar, pero ese pescado estaba delicioso. Supongo que hay que estar abierto a nuevas experiencias. Ni hablamos hasta acabárnoslo, creo que yo también estaba hambriento y ni me había dado cuenta.

Terminamos más que satisfechos, nuestras barrigas estaban a punto de reventar y nos recostamos sobre el balcón. No me terminó de contar lo que pasó con Jenny, sólo me decía que tenía mucho sueño. Ni me di cuenta en qué momento me quedé dormido.

Las risitas de Julia y Raquel me despertaron. El cielo ya estaba rojo, estaba atardeciendo. Tere y yo estábamos abrazados, ella estaba roncando profundamente. Julia sostenía el teléfono, apuntando la cámara en mi dirección y Raquel estaba a su espalda, riéndose.

—Se ven divinos —rio en voz baja la hermana mayor—. Parecen unos angelitos.

—¿Les cayó de peso el pescado? —se burló la menor.

Yo apenas estaba recordando quién era y en donde estaba cuando las dos se alejaron al cuarto mío y de Raquel para no despertar a Tere con sus risotadas. Volteé a verla, sí se veía tierna. Tan dulce e inocente, que nadie pensaría que sería una depravada, ninfómana empedernida. No quería despertarla, pero ya no sentía mi brazo y en un movimiento rápido, me liberé. Fui al cuarto y ahí estaban mis hermanas, riéndose a sus anchas con lo que veían en el celular.

Se alejaron de mí, y se pasaban el teléfono la una a la otra, así que me puse a corretearlas. Ellas debieron pensar que quería borrar las fotos o algo así, yo sólo quería oírlas chillar y reírse. Al final, opté por apresar a Raquel y llevarla a la cama.

—¡Oh, bueno! —exclamó Julia—. Creo que mejor me voy y los dejo solos.

—¿Vas a dejarme sola, a merced de este hombre fuerte y peligroso? —le reclamó Raquel con tono dramático—. ¡Quién sabe qué es capaz de hacerme!

—Yo sí sé —respondió la mayor, con tono de obviedad y cerrando la puerta tras ella.

—Ya caerás… —susurró Raquel para que no la oyera y luego, me besó con esa pasión desmedida que la caracterizaba cuando estaba cachonda.

Me recreé en comerle las tetas, esas que juraría que habían crecido desde nuestra primera vez en un hotel. Mi lengua simplemente no podía tener suficiente del sabor y la suavidad de su piel. Tenía un aroma a eucalipto que me vigorizaba, seguramente por el sauna… o el aceite del spa. Bajé por su vientre y llegué al pubis, sus vellos recortados también eran suaves, castaños, rojizos a contraluz. El sabor a sal y a sus jugos comenzó a emerger y no pude detenerme hasta hacerla acabar en mi boca.

—Cuando acaben, me avisan. —Era Julia, estaba asomando la cara entre las puertas de madera—. Emma nos invitó a los cuatro esta noche a su cabaña. Más les vale descargar toda su… “energía” aquí.

Pues nos tomó tiempo terminar de descargarnos. Raquel estaba muy caliente, sacudía sus caderas para meterse mi verga hasta el fondo y me pidió venirme dentro. Pero no se calmó, así que mis dedos se hicieron cargo de masajearla por dentro mientras volvía a degustar sus mangos jugosos. Un nuevo orgasmo, pero tampoco era suficiente. Se llevó mi amigo a la boca y acabamos en un 69 que me volvió a llenar la cara de mieles dulces… con un toque de sabor a mí.

Para mi sorpresa, la escena que había tenido con Tere en la sala se repitió y mi hermanita me ofreció su colita, la cual comprobé con mi lengua que había sido muy bien preparado por nuestra madre en algún punto impreciso entre su visita al sauna y de vuelta al spa. No me dio más detalles, pero tampoco eran necesarios en ese momento. Mi fierro entró sin problemas y de nuevo, su pelvis se encargó de hacer que siempre llegara hasta el fondo. No paraba de pedirme que le partiera la cola en dos y que la llenara de leche, algo inusual en ella pero, de nuevo, no tenía espacio en mi mente para ponerme a cuestionarla. Volví a terminar dentro de ella. Sus nalgas, que ya empezaban a verse bronceadas, estaban rojizas y con marcas de mis palmas. El sudor le resbalaba hacia su espalda y piernas, mientras ella resoplaba, al fin satisfecha.

 

Al salir del cuarto, ya bañados, escuchamos la sinfonía de gemidos y aullidos ya característica de Tere y mamá colarse débilmente de las paredes de su habitación. No había rastro de Julia ni en la estancia ni en su cuarto. Al asomarnos al balcón, nos llamó desde la playa justo debajo de la villa. El cielo estaba tornándose de un azul profundo, los tonos violetas de la puesta del sol iban desdibujándose y nos cubrió la luz de la luna y las pocas lámparas que había distribuidas para marcar los letreros y las que se veían del restaurante/bar.

Julia llevaba puesto un traje de baño azul y una falda a juego. Raquel y yo andábamos sin ropa, pese a ser de noche y la brisa refrescaba, no se sentía frío.

—Aquí no tengo por qué quedarme a aguantar sus ruidos cochinos, mejor bajé a la playa —dijo ella mirando la arena que se resbalaba entre sus dedos—. Se tomaron su tiempo, ¿no?

—Acá, mis ojos —le señalé a Raquel, quien sonrió con aura inocente—. ¿Es muy tarde?

—Quién sabe —respondió Julia—. Emma me dijo que nos esperaba “en la noche”, no quedamos en una hora en específico. Su cabaña es la 3. Ya pregunté, está por allá.

Su dedo señaló un sendero que se adentraba en la maleza profunda, rumbo a la Playa Rubí. Las cabañas no estaban tan cerca de la playa como lo estaban las villas y estaban distribuidas a lo largo de ambas playas. Los números comenzaban en la Playa Norte, así que la número 3 estaría justo al principio. La luz de la luna desaparecía por la vegetación, nuestros ojos se acostumbraron a la escasa luz que había en cada intersección. Nos tomó tiempo llegar, ese terreno era mucho más grande de lo que parecía a simple vista.

La cabaña 3 era la única con las ventanas iluminadas. Había una distancia considerable hacia la siguiente, como en los vecindarios gringos que salían en televisión, lo que seguía garantizando privacidad para los ocupantes. Julia tocó a la puerta y Emma salió a recibirnos. El ligero olor a mota se diluyó a los pocos minutos y había bolsas de OXXO con cajas de cerveza, botanas y un par de botellas.

—No sabía qué traer, así que traje un poco de lo que más me llamó la atención —dijo la española, con voz relajada, acercándonos una Corona a cada uno—. Espero que les guste, siempre muestran estas en las pelis.

Raquel y yo no éramos de cerveza, Julia, sí. Ella y Emma se pusieron a platicar de inmediato, mientras tanto mi otra hermana y yo nos pusimos a contemplar la cabaña. No era particularmente pequeña si tomábamos en cuenta que tenía dos habitaciones, pero la diferencia con nuestra villa era abismal. Era casi del tamaño de nuestra habitación si contábamos el baño y el clóset.

Nuestra anfitriona comenzó a involucrarnos de a poco en la plática. Ella y Julia ya iban por su tercera cerveza cuando apenas terminé la mía y me ofrecieron la siguiente. No era que disfrutara el líquido, más bien era por no desentonar. Julia fue la que nos acercó la botana, recordándonos lo que nos había dicho camino a la cabaña sobre no beber sin comer. Las horas pasaron sin darnos cuenta, las latas se acabaron y Emma sacó de las bolsas una de las botellas, eran tequila. Fue a un mueble y nos fue acercando uno a uno los caballitos.

—Desde que los descubrí el otro día, tenía ganas de darles un buen uso —sonrió con sus mejillas ya sonrojadas—. ¿Han jugado “verdad o reto”?

Tras una breve deliberación, entre todos acordamos las reglas. Primero se harían preguntas y en caso de no querer responder, se pondría el castigo, en caso de no cumplirlo, nos tomaríamos un caballito. Y para inaugurar, todos nos tomaríamos un shot. La española llenó al ras cada uno de nuestros tequileros, cosa que espantó hasta a Julia. El licor ardió como si me hubieran prendido fuego y mi cuello estaba realmente más caliente al tacto. Nuestra hermana mayor le reclamó a su amiga por no conseguir limones ni sal, no sin antes patalear y agitar la cabeza de manera graciosa.

Las preguntas estaban a cargo únicamente de Emma, las de momentos vergonzosos y malas experiencias con parejas no duraron mucho. Más que nada porque a diferencia de ella, Julia no había tenido pareja (lo que la hizo beberse un par de shots por no responder y negarse a desvestirse), yo no había estado con nadie más antes de Raquel (digo, antes de Tere) y ésta sólo había estado de “manita sudada” con su primer novio. Así que las preguntas no tardaron en ponerse sexosas. Pronto fue evidente que aquel juego era el pretexto perfecto para que Emma nos hiciera todas las preguntas que se había guardado la primera vez que nos vimos. ¿Cuál era el lugar más raro donde habíamos tenido sexo? ¿Qué prefería cada quién: Tetas o culo? ¿Cuál era el porno más raro que habíamos visto?

Julia respondía sin problemas cuando podía. El porno más extraño que había visto fue una pareja de ancianos, prefería culos a tetas y confesó que no le desagradaba la idea de hacerlo con una mujer. Al mismo tiempo, acató con solemnidad cuando su falta de respuesta ameritaba un shot, mostrándose firme en no desnudarse por culpa del juego. Emma respondía sin tapujos pero acompañó a Julia con algunos de sus shots, los cuales ya eran de una medida más prudente.

Yo por mi parte, tenía el firme objetivo de no volver a probar esa chingadera y Raquel simplemente no mostró intención de “perder”. Raquel y yo respondimos y a mí me tocó cumplir con un par de retos por unas preguntas que preferí no responder sobre mi relación con Tere o mamá. Emma era muy creativa… y pervertida. Me hizo besarla en la boca, luego en sus tetas y al final, en su “chichi”; no fue ningún problema, aquello era un juego para mí y tras comprobar que ni a Raquel ni a Julia les molestaba que cumpliera el reto, me sentí más confiado.

Hubo un momento en el que nuestra hermana mayor comenzó a parpadear mucho, el alcohol ya estaba haciéndole efecto y por precaución a terminar borracha, fue accediendo a deshacerse de sus prendas. Primero la falda, luego el top del bikini. Sus pechos volvieron a estar a la vista de todos y pude verlos en su máximo esplendor. De alguna manera, eran más grandes que los de mamá pero se veían más tersos, más firmes. Sus pezones eran marrones, pero no tan oscuros como los de nuestra madre ni tan grandes. Las tres se burlaron de mi reacción.

—¡Ojo, cuida’o! —rio Emma, aplaudiendo—. ¡Que hasta parece no has visto nunca un par de tetas en tu vida!

—Ni te imaginas cuánto ha esperado por verlas —rio Raquel, ya desinhibida de tanto alcohol.

—¿Ah, sí? ¡Jo’er, Luís! Ya tienes a tu novia, a la amiga y a la hija —dijo la chica de Murcia, arrastrando un poco las palabras mientras enumeraba con sus dedos—. ¿Será que algún día piensas parar?

—¡Eso mismo dije yo! —rio Julia a carcajadas, su rostro estaba rojo—. Le dije: “¿A dónde vamos a parar?”

—¿”Vamos”? —preguntó Emma, con tono sugerente.

—¡No! ¡No! —intentó aclarar mi hermana mayor, pero comenzó a tener hipo, lo cual la hizo sonar menos convincente—. No me refe- ¡hip! No quise decir eso.

—¿Será que quieres unirte a la tropa? Digo, eres la única que falta en esa casa al parecer —comentó la española, hablaba tan fuerte que parecía estar gritando.

—¡Ándale! —exclamó Raquel, por fin había aparecido su oportunidad de acorralar a Julia—. ¡Responde!

—Si no respondes, toca reto… o shot —sentenció nuestra anfitriona con gusto.

—No hace falta… ¡hip! Responder una tontería así.

Esa fue su respuesta, a lo que las otras dos chicas aullaron, divertidas y chillaron de alegría al verla levantarse y desprendiéndose de la parte baja del bikini. Estaba ebria de verdad, porque hizo una pose de victoria y le arrojó la prenda a Emma, quien gritó emocionada.

—¡Se logró! ¡Se logró! —coreó la española, celebrando una victoria digna de un estadio de futbol—. ¡Subidoooón! ¡Subidooooón!

A Raquel le dio un ataque de risa, estaba eufórica. Julia sonrió triunfante ante semejante reacción y en cuanto me miró, su sonrisa se hizo más discreta y procedió a sentarse de nuevo, cruzando las piernas y ladeándose para que su intimidad no quedara a la vista. Estaba pasando, al fin estaba viendo a mi hermana mayor desnuda, sentada frente a mí, sonriente. Había visto la mata de vellos descontrolada que se había estado ocultando aquél triángulo de tela con tiritas que ahora ondeaba como bandera en manos de Emma. Ella y mi hermana menor no pararon de felicitarse mutuamente por su hazaña, hasta brindaron entre ellas. Julia sólo hacía muecas cuando le pedían que posara y presumiera su figura. No se levantó de su silla, pero sí giraba sobre su cintura, levantando el pecho para deleite de todos los presentes, yo incluido. Elevó su rostro para vernos hacia abajo y ocultaba los labios, apretándolos, pero no podía disimular su sonrisa.

En cuanto las dos revoltosas se calmaron, nos olvidamos por completo del juego. Vi que había refresco entre las bolsas de botana. Había vasos normales en el mismo mueble de donde salieron los caballitos y nos serví a todos un poco.

—Y supongo que te ha tocado verlos follar —preguntó Emma de repente.

—No a propósito —rio Julia, nerviosa.

—Vale, vale —replicó la amiga—. Pero ya has visto esa polla en acción, ¿verdad? ¿No te ha causa’o curiosidá?

—¿Qué? ¿Yo? ¡Nunca! —replicó mi hermana, indignada… nerviosa.

—¡Ay, vamos! ¡Juli! —estalló la española, se oía molesta— ¿Vas a decirme que nunca te has imaginado cómo se sentirá esa polla? Se ve que te llama. ¡Mira!

Señaló entre mis piernas. Efectivamente, mi traicionero compañero había estado asomándose lentamente desde que Julia se desprendió de su última prenda. Tampoco ayudaba que las tres voltearan a verlo, porque hizo que pegara un par de brincos. Quisiera echarle la culpa al alcohol o al buen ambiente que había, pero en lugar de avergonzarme, separé mis piernas lo más que pude para dejarlas ver todo lo que quisieran. Raquel rio hoscamente, esos brindis con Emma la habían hecho terminar de cruzar la línea de la ebriedad y completamente desinhibida, acercó su mano para juguetear con el nuevo protagonista de la noche.

—Había esstado tranquilo todo este rato —murmuró Raquel, arrastrando las palabras y entreteniéndose con la punta de mi verga—. Nomáss vio a… Julia dessnuda y… y… quiso portarsse mal. —Acercó lentamente el rostro y le dio un beso—. Aplácate o te aplaco. Ja, ja.

. Miré a Julia, su ojo se asomaba entre los dedos de la mano que intentaba cubrir su cara de la vergüenza. Emma, por otro lado, se había inclinado para ver mejor.

—Para traer locas a tu hermana, a tu mamá y a la novia... me sorprende —murmuró la española, con un dejo de decepción en su voz—. ¿En serio no te da ni un pelín de morbo?

—No... Yo... No.

—Vale, vale —refunfuñó Emma—. ¿Y tú? —se dirigió a mí—. ¿Tú sí te la follarías? ¡Sólo mira esas pedazo tetas! —señaló extendiendo la palma, indignada—. Casi te da un aneurisma en cuanto las viste, ¿Vas a decirme que no fantaseas con ellas, que no vas a pensar en ella cuando folles?

Fue mi turno de hacer muecas. Raquel decidió que era el momento perfecto para comenzar a darme una mamada escandalosa, los ruidos de chupetones, arcadas y resoplidos sonaron por encima de la música que sonaba desde el teléfono de nuestra anfitriona desde el inicio de la velada. No hubo reacción por parte de las otras dos, sólo observaron la escena en silencio, lo cual hizo que me sintiera más incómodo por guardar silencio.

—La falta de un “no” esss un “sssí” —comentó mi hermana menor antes de volver a su tarea.

—¡Raquel! —explotó Julia, angustiada. Apoyó ambas manos en el respaldo de la silla y se inclinó, provocando que sus pechos se mecieran abruptamente.

—¡E’ verdá! —reconoció tranquilamente la española.

—¡Emma! —reclamó su amiga.

—Habíais estado contestando todo sin problemas —argumentó Emma, indiferente a su conmoción—. Es fácil decir “sí” o “no”.

—Ya te dije que no.

—No estás siendo honesta. Ese no es el “no” que escuché antes en las otras preguntas. ¿El cielo es amarillo? No. ¿La Tierra es redonda? Sí. —respondía sus propias preguntas con decisión—. ¿Muero de ganas por probar esa polla? No —dijo un tono indeciso, algo desganado—. ¿Quisiera probarla? “No~” —dijo con tono sugerente.

Había dejado en claro su punto y sus intenciones. De nuevo nos inundaron los chasquidos y demás ruidos del oral que estaba recibiendo por parte de Raquel. Mis manos se habían posado en su cabeza de forma instintiva, acariciando su cuero cabelludo para apaciguarla un poco. Emma consiguió un cigarro, nos ofreció y al rechazárselo, lo encendió y tomó una bocanada, exhalando el humo en dirección a la ventana más cercana.

—Si ella te lo pidiera, ¿le dirías que no? —volvió a dirigirse a mí.

—¡Yo nunca! —renegó la mayor de mis hermanas.

—Es una pregunta, nada más. —Emma hizo su intento por apaciguarla, exhalando lentamente otra nube de humo—. Supongamos, ¿vale? ¡Que estuviéramos en alguna realidad alterna! —fue blindando su premisa—.  Que Julia un día se acercara a ti con ganas de follar. ¿Qué dirías, Luís? ¿Le dirías que no?

—¡Emma! ¡Basta! Esto ya llegó demasiado lejos.

—No —respondí al fin.

Ahora ellas se quedaron sin palabras. Raquel dejó de hacer tanto ruido, pero siguió lamiendo mientras me sonreía y continuó con la mamada a un ritmo más acompasado.

—Nunca pasará —dije con una confianza que me salió de no sé dónde, el tequila, quizás—. Ella ha dejado en claro muchas veces que jamás va a pasar. Pero —añadí haciendo una pausa—, si algo así pasara… si estuviéramos en alguna otra dimensión y algo así pasara, no le diría que no.

No sé qué era esa descarga de energía que me recorría desde la nuca hasta la punta de la verga, pero me sentí el amo del universo. Sentí que mi pecho se hinchaba, mis orejas se calentaron y juraría que me sentía capaz de exhalar fuego. Ensanché mi espalda, sentía como si me hubiera quitado una mochila muy pesada. Ni siquiera pensé en voltear a ver a Julia, estaba mirando a Emma fijamente porque era quien había insistido en preguntar.

Uno de mis brazos se posó tras el respaldo de mi silla y mi otra mano fue directo a acariciar a Raquel. Vi que ella se había llevado una mano a su rajita y le di un golpecito en la nalga. Se sentó entre el descansabrazos de la silla y mi pierna, permitiéndome devolverle el favor con mi mano. Fui gentil, no buscaba ser obsceno, en mi mente sólo pensaba en mostrarles que no estaba alterado. Estoy seguro de que estaba sonriendo, extasiado, porque en mi mente no paraba de repetirme que la pelota ya no estaba en mi lado de la cancha. Lo había dicho y nada más podía importarme.

Comentarios

  1. Ufff! Se puso muy bueno. Espero con ansias el siguiente capítulo, ojalá no tengamos que esperar mucho ;)

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    1. Gracias por comentar y por el apoyo. ¡Y sí! Ya está listo el siguiente capítulo y se publica el 1° de noviembre sin falta. ;)

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