Estábamos los cuatro ahí, Raquel y Emma estaban sentadas en una
silla reclinable y Julia y yo, en la otra. Emma nos estaba platicando sobre su
cita la noche anterior, todo había fluido sin problemas con el chico que
conoció.
—Es muy guapo, pero le convino mantener la boca cerrada
—dijo mientras agitaba la sombrilla mini de su bebida roja—. Es un crío. O sea,
enérgico… pero imbécil al fin y al cabo. ¿Qué edad tienes tú, Luís?
—Eh… 21 —contesté.
—¡Madre mía! —dijo aquello como si estuviera cantando—.
Habría jurado que eras de la edad de Juli y yo. Pero eso de verse mayor es
mejor en vosotros, los hombres —añadió, y dio un trago a su vaso—. O sea que le
llevas a Raquel unos…
—2 años —completó mi hermana menor—. Bueno, dos y meses…
ahorita tengo 18.
—Al borde de la legalidad, ¿eh? —comentó Emma
sugerentemente—. ¿Y cómo es eso de tener novia pero vivírtela con la hija de su
amiga?
—Es… ¡Eh! Bueno. Es raro —fue lo único que se me ocurrió
decir. Las tres se quedaron calladas, no iban a quedar contentas con esa
respuesta—. Verás… desde el principio, ella me dijo que no quería nada serio. Nos
veíamos de vez en cuando y… por azares de la vida, le pedí que se hiciera pasar
por mi novia con mi familia. Y, pues, aceptó. Ya luego, dijo que a ella también
le estaba ayudando tener la excusa de que tenía novio para mantener a otros a
raya
—¡Jo-der! —rio la española—. ¡Que esa es una buena idea!
¡Fe-no-menal! Es la excusa perfecta para mandar al cuerno a quien se te ocurra.
Ja, ja. O sea que sois “folla-amigos”. Eh… “amigos con derechos” —aclaró.
—Algo así —le respondió Julia y se llevó su vaso a la boca.
—Si una día vais a España y estoy soltera, ¿podrías ser mi
novio de mentiras también, por fa? ¡Bueno! Si es que te dan permiso —añadió,
echándole una mirada de pleitesía a Raquel.
—Depende de qué tan bien se porte —le respondió con ojos
entrecerrados y haciéndose la dominante.
—¡Oy! ¡Que me la quiero comer! —exclamó Emma con ternura y
la abrazó con fuerza, tomando por sorpresa a mi hermana—. Va a ser de mentira, te
prometo no ponerle un dedo encima.
La española emitía una vibra muy distinta a Tere. Era
curioso como una chica desnuda, extrovertida y que nos acababa de relatar sin
pelos en la lengua cómo había “follado” la noche anterior no me provocara ni de
lejos la misma sensación que Tere… o Raquel… o mamá; ni siquiera me provocó una
erección durante toda nuestra plática. Éramos sólo amigos pasándola bien, sin
ropa. Bueno, la verdad era que yo hice todo lo posible por no voltear a ver a
Julia y ella a su vez, tampoco me habló directamente y mantuvo su distancia de
mí.
Nos habíamos puesto a platicar de tonterías, cosas graciosas
que estaban de moda en Facebook o Twitter. Nadie allí llevábamos nuestros
teléfonos y aunque dijimos que nos agregaríamos mutuamente en Face, nunca nos
acordamos de hacerlo después. Viéndolo en retrospectiva, fue lo mejor. De
haberlo hecho, habría sabido que yo en realidad era el hermano de Raquel y
Julia.
Raquel y yo decidimos dejarlas a ambas seguir platicando a
gusto para irnos a desayunar, moríamos de hambre. Al llegar, vimos a mamá
platicando con una señora mayor, ambas desnudas pero luciendo unos sombreros
playeros idénticos. Al igual que la noche anterior, fuimos invitados a unirnos
a la mesa y nos presentaron con la nueva amistad. Era Amalia, una señora que
había viajado sola y solamente para tomar el sol y para visitar a Astrid.
—Su marido y mi Gonzalo eran amiguísimos desde el 89—nos
dijo la señora—. Y a los pocos meses de su partida, que también se muere el
pobre Gustav.
—Lo lamento —dije.
—No te preocupes, querido. Mi Gonzalo tuvo una buena vida y
se fue relativamente pronto. Él y yo solíamos visitar este lugar cuando todavía
era la casa de Gustav y Astrid. A mí siempre me gustó que la playa aquí siempre
está preciosa, limpia y sin tanto ruido.
—Bueno, me contabas que los del ruido solían ser ustedes —le
dijo mamá con tono de burla.
—¡Ay, querida! —rio la señora de manera pomposa—. ¿Qué van a
decir los niños de mí?
—¡Ay, por favor! Raquel ya tiene 18 y es mi hija menor. Si
supieras lo que estos dos hacen en mi casa… la escandalizada serías tú.
—¿¡Qué!? —susurró con aspereza mientras se le abrían los
ojos tanto que parecía que se le iban a salir—. Pero… ¿Él no es tu hijo? —le
preguntó mientras su mirada nos repasaba a los 3.
Yo tenía el cabello oscuro, piel un poco más pálida que mis
hermanas y mi cara era prácticamente el calco de la de mi papá, así como Julia
con mamá. El tema era que Raquel también tenía algunos rasgos de papá, como su
ceja y nariz. Esto no era tan evidente, pero esa señora había dado por hecho
que éramos parientes.
—¡No, no! —se apresuró a decir nuestra madre, poniéndose
igual de pálida que su acompañante—. Él… es… como de la familia. Pero no es mi
hijo.
Mi hermana y yo optamos por cerrar la boca y asentir a la
versión de mamá. Aquí, yo era un amigo de la familia y estaba saliendo con
Raquel. Mientras la escuchábamos tejer su red de… “verdades no comprobables”, recé
porque Tere no se le ocurriera presentarse en ese momento, porque habría sido
necesario reacomodar muchos detalles de la versión que estaba contando mamá. Fue
un momento tenso, después de todo, esa señora podría ser nuestra abuelita y uno
nunca piensa contarle ese tipo de cosas a una abuelita.
—¡Descuida, corazón! ¡Si supieras las cosas que a mí me ha
tocado ver! —respondió la señora de canas, riéndose como una niña traviesa—. Me
alegra que tengan ese nivel de confianza madre-hija.
Por respeto, o quizás por vergüenza, no nos atrevimos a ahondar
al respecto de nuestras dinámicas, sólo lo dejamos en que Raquel y yo éramos
novios. Aunque ella nos miraba de reojo de vez en cuando, lo que me espantó el
apetito. Algo debió intuir, creo. Después de unos minutos, se marchó y nos
deseó un buen día. Tan pronto se fue, tomamos una bocanada honda y suspiramos
de alivio. Todos estábamos de acuerdo de que parecía como si sospechara algo. Pero
de inmediato, Raquel se apresuró a contarle a mamá que veníamos de ver a Julia
estaba haciendo topless.
—¿En serio? —respondió como si eso no la impresionara en
absoluto—. ¿Y eso?
La hija menor empezó a contarle lo del traje de baño, de
Emma y de cómo parecía que se llevaba muy bien con Julia. Me dediqué a escuchar
todo en silencio para terminar mi plato de hotcakes a como diera lugar, estaban
demasiado buenos. En algún momento, su conversación se tornó hacia si nuestra
hermana mayor podría ser lesbiana y que podría estar enamorada de Emma. Por más
que eso tuviera todo el sentido del mundo y que mamá pareciera estar de acuerdo
y en paz con la idea, algo más se estaba revolviendo en mis tripas junto con la
comida. Mi hermanita empezó a reflexionar en cómo reaccionaba Julia cuando
estaba a solas con ella, con mamá o con Tere y que era muy diferente a cuando
las veía conmigo. Eran detalles minúsculos, rebuscados, pero la manera en cómo
lo estaba planteando sonaba lógico con la teoría y eso me provocó una pesadez en
el estómago.
—Ni modo —me dijo Raquel—. Si a Julia le gusta Emma, eso
significa que será tarea de mamá o de Tere…
—¿D-de qué hablas, hija? —preguntó mamá, consternada.
—Pues… —su hija se acercó a su oído para contarle algo en
secreto, algo que la hizo inhalar con fuerza y después, continuó en voz alta—. Yo
lo haría. O sea, ya lo he intentado. Pero, pues, parece que no soy su tipo
—comentó encogiéndose de hombros.
—¿De qué hablas? —pregunté.
—Tú sabes lo que quiero —me dijo Raquel con una mirada tan afilada
que sentí que me punzaba el cuello— y no haces nada para que pase. Pero si
Julia es lencha, entonces ya no sería tu culpa que no haya pasado nada —postuló
con desilusión—. Yo he… hecho mis intentos y ella siempre se sordea, me rechaza
y hasta dice que el sexo no le interesa. Llegué a pensar que tenía el espíritu
de una monja dentro o algo así… pero, si ahora se está dejando convencer por
Emma…
—¿Tú crees que pase algo entre ellas? —pregunté, sin darme
cuenta de que estaba sonando preocupado.
—No… —respondió mi hermana, pensativa—. Creo que si alguna
de las dos siente algo, es Julia. Puede que ni ella se haya dado cuenta
todavía. Porque… pues, Emma… —continuó con tono de duda—. No está siendo…
bueno, zorra.
—¡Ay, Raqui! —exclamó mamá, preocupada de que alguien más en
el restaurante hubiera escuchado a su hija hablar así—. Tú y tu mañana de usar
esa palabra… ¿por qué mejor no dices que no le está coqueteando?
—Pues eso —prosiguió Raquel—. Emma no parece estar
intentando nada con Julia. No la mira con los ojos que te echó cuando dijo lo
del novio falso.
Eso me causó dificultades para pasar la comida que tenía en
la boca. Mamá se nos quedó viendo y mi hermana tuvo que contarle sobre el
comentario de la española mientras yo bebía mi café para no atragantarme. Nuestra
madre ya no podía seguir mostrándose indiferente, eso que su hija menor le
susurró al oído la había hecho reaccionar. Aquello de que “sería tarea de ellas”
hacer que Julia se “integrara” a la dinámica de harén de la que tanto me
hablaba Raquel, era algo que la había puesto en jaque.
Mi hermanita estaba siendo muy directa al respecto de lo que
quería que pasara con Julia, me atrevo a decir que hasta algo descarada.
Insistía en decir que eso sería “unir a la familia” y “liberar” a nuestra
hermana mayor. ¿De qué? Según ella, de todo eso que ella ha estado reprimiendo
todos estos años y sobre todo, estos últimos meses, con tanto sexo en casa.
—Tú insistes en hacerte el que la Virgen te habla —me dijo
abiertamente y luego miró a mamá—. Como si nunca te la hubieras jalado pensando
en Julia.
Eso hizo que tanto mamá como yo nos pusiéramos a mirar a
todos lados, Raquel no estaba siendo nada discreta. No había nadie a la vista,
ni siquiera los meseros. Quizás se alejaron para darnos privacidad, quizás estaban
ocultos tras la pared, escuchando todo. Yo estaba sudando frío.
—Pero tú sabes que Julia nos mira diferente —continuó
hablando, ahora dirigiéndose a mamá—. Ella cree que no nos damos cuenta y se
hace la que no le importa —dijo con voz lenta y hasta un poco molesta—, ¡pero
bien que queda viendo cuando se la chupo a Luís o cuando me la meto y me siento
sobre él!
—Raqui… ya hemos hablado de esto —susurró mamá, algo
fastidiada repetir aquella conversación co su hija menor—. Dejen a Julia en
paz. Tú y Tere… insisten en querer embarrar a tu hermana en todo esto. ¡Lo que
pasa en nuestra casa no es normal, entiéndelo! —dijo enérgicamente pero manteniendo
su voz baja—. Lo que haces con Luís… lo que hacemos… ¡está mal!
—Y si está mal, ¿por qué seguimos haciéndolo? —le preguntó
Raquel. Era una pregunta retórica, el silencio fue su respuesta, así que continuó—.
A nadie le importa ya si está bien o está mal. Tú podrías hacerlo con
cualquiera en este hotel y prefieres hacerlo con tu hi… —carraspeó y se
corrigió— con él… y conmigo también. Bueno o malo, ¿importa ya?
«Yo lo hago porque se siente bien, porque no siento esto por
alguien más. Igual tú. Lo sigues haciendo con él porque te gusta hacerlo,
porque no sería lo mismo si lo hicieras con alguien más. No hay nadie más, ni
tú ni yo tenemos otro… Luís.
Había provocado de nuevo un silencio, sólo que este no se
sintió incómodo, fue reconfortante. Yo era el único hijo (varón) de mamá, el
único hermano de Raquel. Así interpreté esas palabras, pero dentro de todo lo
retorcido que era eso, estaban los sentimientos, esos que nos atraían, esos que
no podíamos sentir por alguien más. Sus manos buscaron las nuestras y las
sonrisas nos brotaron. Era algo que no sabíamos cómo poner en palabras, pero lo
entendimos al instante. ¿Era amor? De cierta forma, sí. Somos familia, después
de todo. Pero había algo más, algo opuesto a la presión, a esa sensación
asfixiante o empalagosa que a veces sentía cuando pensaba en tener novia… era
algo refrescante pero cálido, como la playa.
Terminamos contándole a mamá de nuestra experiencia en el
spa y ella se sonrojó cuando le sugerimos que debería ir y probarlo.
—Ve con Tere, seguro que esa
acaba armando una orgía con las masajistas —comentó Raquel, soltando una risa
pícara.
—Pues sí pensaba ir al sauna y luego al spa. Pero mejor dime
cómo se llama eso que pidieron… para decir que no cuando me lo ofrezcan —dijo
mamá con ironía.
—Se llama “nuru” —dije—. Pero no me fijé cómo lo llamen acá,
la que lo pidió fue Raquel.
—¿Eso te lo enseñan en tu curso de masajes? —me preguntó mi
hermanita, emocionada.
—¡Ja! No. Lo vi en Internet —respondí.
—Ya me imagino en qué clase de sitios —comentó nuestra madre
con sorna.
—No me molestaría recibir uno de esos de vez en cuando, cuando
volvamos a casa —dijo mi hermanita provocativamente.
—Pues bueno —suspiró mamá, buscando algo en su bolsa y
disponiéndose a irse—. Yo ya me voy al sauna.
—Te acompaño —respondió Raquel, poniéndose de pie y
tomándola del brazo—. Yo también quiero ir, quiero hablar contigo de algo.
En un parpadeo, me había quedado solo. El malestar en mi
estómago era real, estaba somatizando lo que sentía en otra parte de mi
interior. Mamá había dejado para la propina y se lo entregué al camarero, quien
me consiguió un antiácido antes de que me fuera. Sin darme cuenta, había vuelto
a la villa y me recosté en una hamaca en la resolana previa al balcón. Pensé en
tantas cosas y a la vez, en nada. Pensaba en Julia y se me secaba la lengua. Había
visto sus pechos descubiertos, esos con los que mi yo en secundaria no paraba
de fantasear cuando me la jalaba (Raquel tenía toda la razón sobre eso). Pero
ahora que al fin los había visto, los acompañaba esa cara incómoda, esa que
dejó de sonreír en cuanto me vio.
El techo de paja frente a mí se movía con el mecer de la
hamaca. Pensaba en Julia, me dolía la cabeza cuando lo hacía por mucho tiempo,
era como si estuviera reprimiendo mi pasada obsesión por ella. Cerré los ojos y
me sorprendió que no podía pensar en su rostro, ni siquiera en sus pechos… sólo
oía su voz, era como un susurro.
Había otra razón para mi malestar: esa mañana había vuelto a
hipnotizar a Raquel. Fue un proceso distinto, no hubo péndulo ni gatillo. Mis
manos apenas la acariciaron, ella despertó pero volvió a entrar en un sueño
profundo y recibió mis instrucciones sin problemas. Interrogándola, confirmé lo
que sospechaba: mi hermana menor estaba traumatizada por lo que había pasado
con Pascual y la sola idea de que un hombre que no fuera yo la viera desnuda la
paralizaba, la hacía recordar lo vulnerable que se sintió aquella noche. No
hice más que pedirle que olvidara aquella sensación, que recordara por qué le
gustaba andar desnuda en casa y las palabras que Julia me pidió implantarle la
última vez que estuvo en trance:
“Eres una mujer libre.
No dejes que nada ni nadie te diga qué hacer.”
Era una ironía terrible, darle órdenes de que no debería
hacer caso a nadie más… que no fuera yo. Pero esa sonrisa que había estado
mostrando desde que despertó me confirmó que fue la decisión correcta e hizo mi
remordimiento más llevadero. Era ella misma otra vez, la había ayudado a volver
a ser feliz después de todo. Y sin embargo… se sentía como una pesadez en mis
hombros.
El cielo era azul y la brisa mitigaba el calor del Caribe a
mediodía, pero las puntas de mis manos y pies se sentían fríos. La puerta
principal se abrió y una belleza morena entró a la estancia. Tere se veía
despampanante, como solía ser, incluso aunque estuviera caminando como si la
hubiera arroyado un tren. Me quedé en silencio mirándola, ella no se había percatado
de que no estaba sola. Gruñía un poco, murmurando algo que ni se entendía y
arrastraba levemente los pies de camino a la habitación que debió haber
compartido con mamá la noche anterior.
—¿Y ese milagro? —pregunté con voz deliberadamente
estridente y disfruté como niño su brinco de espanto.
—¡Coño! ¡Verga! ¡Mamahuevo! —vociferó mientras me veía bajar
de la hamaca—. ¡Qué susto, carajo! Vas a hacer que me salgan canas.
—Ya… ya —intenté calmarla y la abracé—. Perdón, perdón.
¿Apenas regresaste? —dije con la voz más inocente que pude.
—Ajá —respondió ella, indiferente—. Esas niñas que me
enviaron ustedes dos… —me clavó una mirada intensa, no supe si de reclamo o de
desafío— bastante loquitas.
—Jenny… la rubia… —empecé a balbucear—. Se veía que es algo
intensa, su amiga nos dijo…
—¿La güera? —exclamó con sorpresa—. ¡Nene, si supieras!
Nos sentamos en la sala de la estancia. Le ofrecí naranjada
y ella prefirió pedir servicio a la habitación (villa). En lo que llegó, comenzó
a contarme todo lo que había pasado con aquél par.
Cuando Sandra la dejó a solas con ellas, Tere sabía que ya
les había dado un buen show. No estaba interesada en ellas en particular. Me
confesó que había estado buscando a “un morenazo que le hiciera olvidarse de
Pascual” (y su verga), pero todo parecía indicar que no había hombres
“interesantes” en esa época del año.
—Tú y mami van a tener que encargarse de mi antojo de verga
—suspiró, posando sus pies en mi miembro, aún dormido—. No pienso salir de este
hotel. Así que este soldadito tiene mucho trabajo por hacer.
Los dedos de su pie comenzaron a bailar y continuó con el
relato. Tenía a las dos babeando por ella y su plan era no tener que tocarlas, podría
hacerles una danza que las hiciera acabar e irse. Pero resulta que Moni,
impaciente, fue la que les propuso ir mejor a una de las cabinas para evitar
estar a la vista de todos. A la morena no podría importarle menos, sabía que en
caso de que fuera necesario, sabría manejar a ambas.
—Estos músculos no son sólo para verme rica, papi —dijo,
flexionando su bíceps, presumiendo su capacidad de levantar 100 kilos sin
esfuerzo en el gimnasio.
Me describió las cabinas de playa Rubí, las cuales están
exclusivamente para tener intimidad en sencillos camastros. Las cortinas
blancas era lo único que servía de puerta y las ventanas estaban colocadas en
lo alto para evitar más mirones de lo deseado. Tere entró decidida y las dos
chicas entraron. La venezolana había notado que Mónica no paraba de mirarla, a
pesar de que repetía que “la lesbiana no era ella, sino su amiga”.
—Sí, suena a ella —le respondí, sintiendo mi verga ya firme
gracias a la atención de sus pies.
Pues esa frase fue lo que hizo que mi novia oficial
reconsiderara. No podían engañarla, había visto el deseo en esos ojos castaños
y la presionó para irse y dejar a su amiga a solas o admitir que quería tocarse
viéndola a ella masturbarse, cosa que logró más pronto de lo que había pensado.
Su juego se convirtió en quebrar a la amiga de la rubia, mientras ésta sólo se
metía los dedos observándolas.
No fue difícil. Al poco rato, tenía la cara de Moni entre
sus piernas, comiendo coño por primera vez en su vida y a Jenny, viendo todo
desde una esquina. Pero, por más que ya estuviera cachonda, la inexperiencia de
la de cabello negro no iba a hacerla venirse pronto, así que quiso elevar la
apuesta.
—Le dije a la güera: “A ver. Si quieres tener una chance
conmigo, vas a tener que enseñarle a tu amiga cómo se chupa un coño bien”
—narró Tere, abriéndose de piernas y separando esos labios hinchados con los
dedos, mostrándome su rosado y palpitante interior antes de empezar a masajear
su botón.
Tuvo que aclararles a lo que se refería cuando vio a la
rubia a punto de abalanzarse sobre ella. La regla era que Jenny no podría
tocarla hasta que Mónica le provocara un orgasmo “comiéndosela como es debido”.
Sería la rubia la que tendría que ayudar a su voluptuosa amiga a cumplir su
misión por ella misma, enseñándole cómo hacerlo comiéndole la raja.
—Eso es perverso —le dije con una sonrisa—. A Moni ni le
interesaban las mujeres en primer lugar… ¡y terminó en un trío lésbico con su
amiga!
—¡Nene! —dijo lamiéndose la mano para volver a tocarse—. Esa
gordita ya le traía ganas a su amiga. Probablemente desde que llegaron, si no
es que desde antes. Nomás se estaba haciendo la tonta, quizás, esperando a que
ella diera el primer paso. Me recuerda a alguien —dijo entrecerrando sus ojos y
sonriéndome con gesto astuto, mientras deslizaba la planta de su pie arriba y
debajo sobre mi garrote.
Era obvio que sus órdenes se acataron a la brevedad. La
rubia se acomodó detrás de su amiga y ésta empezó a gemir sin parar. Tuvo que
ser Tere la que les tuvo que recordar que su coño debía recibir la misma
atención que estaba recibiendo el de Moni y esto hizo que Jenny la presionara a
imitarla. Aprendió a usar mejor su lengua. Más pronto que tarde, Moni sucumbió
al orgasmo que le provocó Jenny, pero ésta última le rogó que continuara para
cumplir con el reto de la morena y reclamar su recompensa. Sabía que tendrían
que hacer algo más lograrlo.
—Fue muy tierno cuando me preguntó si su amiga podía usar
las manos —me dijo, volviendo a ensanchar lo más que pudo sus labios
exteriores, mostrando otra vez cómo palpitaba su entrada y el delgado caudal que
ya estaba a escurriendo de él—. Estaba completamente frenética por probar un
poco de esto. No la culpo. —“Ni yo”, pensé—. Le dije que sí y la otra nomás
chilló cuando le metieron los dedos —dijo antes de hacer lo mismo—. ¡Uf! Seguro
que se vino un poquito, pero al poco rato, hizo lo que la rubia le estaba
enseñando.
Jenny había dejado descansar a Moni unos instantes y le
volvió a insistir que no desatendiera a Tere. La cosa mejoró. Los dedos de la
neófita fueron directamente a frotar esa zona en su interior que la hacía
vibrar de pies a cabeza. Todo esto, acompañado de los gemidos tímidos de quien
recibía los dedos de su propia amiga por primera vez. En algún momento, para
sorpresa de Tere, recibió con gusto la visita de otro dedo en su culo.
Alejó sus pies y se giró para mostrarme su ojete, que
también palpitaba a la espera de atención. Las manos de la morena se separaron
las nalgas y esa fue mi señal para recrear lo que había hecho Moni. Mi lengua
en su raja chorreante, una mano acariciando su clítoris y otra, explorando su
ano. Gruñendo, continuó con su relato.
Le tomó un tiempo acostumbrarse a la multitarea, pero Mónica
supo mantener las cosas interesantes, incluso hasta se aventuró a probar el
culo ese culo prieto con su lengua (y así estaba haciendo yo también). El
orgasmo estaba a la vuelta de la esquina y el lado travieso de Tere la hizo
mearse en la cara de la chica de pelo oscuro, quien tardó un poco en darse
cuenta y reaccionar, corriendo fuera de la cabina y bañándose en las aguas
frías del mar.
Yo estaba comiéndome ese culo a mi antojo, ni me di cuenta
en qué momento había dejado de narrar. Sus gruñidos y gemidos empezaban a
aflorar sin pena y eso sólo me hacía querer clavarle mi tranca. Ya me estaba
posicionando cuando tocaron a la puerta, creí que sería el servicio al cuarto y
sin pensarlo mucho, fui a abrir. La repartidora se topó con mi erección en todo
su esplendor y estaba sonrojada desde antes, seguramente por los ruidos que
había estado haciendo Tere. Le dije que me esperara para pagarle una propina y
ella sólo dijo que estaba bien así, se despidió y huyó a paso de marcha.
Estaba con el pulso a mil y mi intención era volver a la
carga, pero Tere ya había empezado a desempacar la comida en la mesita del mini
comedor. Retiró el papel aluminio de la bandeja y descubrió un pescado asado
enorme, con sus debidas guarniciones. Olía delicioso y se veía que acaba de
salir de la cocina, sería un desperdicio dejar que se enfriara.
—Perdón, rey —dijo Tere con la boca llena—. Me moría de
hambre. No he comido nada desde ayer.
—¿Nada? —pregunté con escepticismo—. ¿Ni siquiera uno que
otro ostión?
Ella rio, luchando por no quemarse la garganta con el trozo
de pescado aún humeante que tenía en la boca. No era fan de la comida de mar,
pero ese pescado estaba delicioso. Supongo que hay que estar abierto a nuevas
experiencias. Ni hablamos hasta acabárnoslo, creo que yo también estaba
hambriento y ni me había dado cuenta.
Terminamos más que satisfechos, nuestras barrigas estaban a
punto de reventar y nos recostamos sobre el balcón. No me terminó de contar lo
que pasó con Jenny, sólo me decía que tenía mucho sueño. Ni me di cuenta en qué
momento me quedé dormido.
Las risitas de Julia y Raquel me despertaron. El cielo ya
estaba rojo, estaba atardeciendo. Tere y yo estábamos abrazados, ella estaba
roncando profundamente. Julia sostenía el teléfono, apuntando la cámara en mi
dirección y Raquel estaba a su espalda, riéndose.
—Se ven divinos —rio en voz baja la hermana mayor—. Parecen
unos angelitos.
—¿Les cayó de peso el pescado? —se burló la menor.
Yo apenas estaba recordando quién era y en donde estaba
cuando las dos se alejaron al cuarto mío y de Raquel para no despertar a Tere
con sus risotadas. Volteé a verla, sí se veía tierna. Tan dulce e inocente, que
nadie pensaría que sería una depravada, ninfómana empedernida. No quería
despertarla, pero ya no sentía mi brazo y en un movimiento rápido, me liberé. Fui
al cuarto y ahí estaban mis hermanas, riéndose a sus anchas con lo que veían en
el celular.
Se alejaron de mí, y se pasaban el teléfono la una a la
otra, así que me puse a corretearlas. Ellas debieron pensar que quería borrar
las fotos o algo así, yo sólo quería oírlas chillar y reírse. Al final, opté
por apresar a Raquel y llevarla a la cama.
—¡Oh, bueno! —exclamó Julia—. Creo que mejor me voy y los
dejo solos.
—¿Vas a dejarme sola, a merced de este hombre fuerte y
peligroso? —le reclamó Raquel con tono dramático—. ¡Quién sabe qué es capaz de
hacerme!
—Yo sí sé
—respondió la mayor, con tono de obviedad y cerrando la puerta tras ella.
—Ya caerás… —susurró Raquel para que no la oyera y luego, me
besó con esa pasión desmedida que la caracterizaba cuando estaba cachonda.
Me recreé en comerle las tetas, esas que juraría que habían
crecido desde nuestra primera vez en un hotel. Mi lengua simplemente no podía
tener suficiente del sabor y la suavidad de su piel. Tenía un aroma a eucalipto
que me vigorizaba, seguramente por el sauna… o el aceite del spa. Bajé por su
vientre y llegué al pubis, sus vellos recortados también eran suaves, castaños,
rojizos a contraluz. El sabor a sal y a sus jugos comenzó a emerger y no pude
detenerme hasta hacerla acabar en mi boca.
—Cuando acaben, me avisan. —Era Julia, estaba asomando la
cara entre las puertas de madera—. Emma nos invitó a los cuatro esta noche a su
cabaña. Más les vale descargar toda su… “energía” aquí.
Pues nos tomó tiempo terminar de descargarnos. Raquel estaba
muy caliente, sacudía sus caderas para meterse mi verga hasta el fondo y me
pidió venirme dentro. Pero no se calmó, así que mis dedos se hicieron cargo de
masajearla por dentro mientras volvía a degustar sus mangos jugosos. Un nuevo
orgasmo, pero tampoco era suficiente. Se llevó mi amigo a la boca y acabamos en
un 69 que me volvió a llenar la cara de mieles dulces… con un toque de sabor a
mí.
Para mi sorpresa, la escena que había tenido con Tere en la
sala se repitió y mi hermanita me ofreció su colita, la cual comprobé con mi
lengua que había sido muy bien preparado por nuestra madre en algún punto
impreciso entre su visita al sauna y de vuelta al spa. No me dio más detalles,
pero tampoco eran necesarios en ese momento. Mi fierro entró sin problemas y de
nuevo, su pelvis se encargó de hacer que siempre llegara hasta el fondo. No
paraba de pedirme que le partiera la cola en dos y que la llenara de leche,
algo inusual en ella pero, de nuevo, no tenía espacio en mi mente para ponerme
a cuestionarla. Volví a terminar dentro de ella. Sus nalgas, que ya empezaban a
verse bronceadas, estaban rojizas y con marcas de mis palmas. El sudor le
resbalaba hacia su espalda y piernas, mientras ella resoplaba, al fin
satisfecha.
Al salir del cuarto, ya bañados, escuchamos la sinfonía de
gemidos y aullidos ya característica de Tere y mamá colarse débilmente de las
paredes de su habitación. No había rastro de Julia ni en la estancia ni en su
cuarto. Al asomarnos al balcón, nos llamó desde la playa justo debajo de la
villa. El cielo estaba tornándose de un azul profundo, los tonos violetas de la
puesta del sol iban desdibujándose y nos cubrió la luz de la luna y las pocas
lámparas que había distribuidas para marcar los letreros y las que se veían del
restaurante/bar.
Julia llevaba puesto un traje de baño azul y una falda a
juego. Raquel y yo andábamos sin ropa, pese a ser de noche y la brisa
refrescaba, no se sentía frío.
—Aquí no tengo por qué quedarme a aguantar sus ruidos
cochinos, mejor bajé a la playa —dijo ella mirando la arena que se resbalaba
entre sus dedos—. Se tomaron su tiempo, ¿no?
—Acá, mis ojos —le señalé a Raquel, quien sonrió con aura
inocente—. ¿Es muy tarde?
—Quién sabe —respondió Julia—. Emma me dijo que nos esperaba
“en la noche”, no quedamos en una hora en específico. Su cabaña es la 3. Ya
pregunté, está por allá.
Su dedo señaló un sendero que se adentraba en la maleza
profunda, rumbo a la Playa Rubí. Las cabañas no estaban tan cerca de la playa
como lo estaban las villas y estaban distribuidas a lo largo de ambas playas.
Los números comenzaban en la Playa Norte, así que la número 3 estaría justo al
principio. La luz de la luna desaparecía por la vegetación, nuestros ojos se
acostumbraron a la escasa luz que había en cada intersección. Nos tomó tiempo
llegar, ese terreno era mucho más grande de lo que parecía a simple vista.
La cabaña 3 era la única con las ventanas iluminadas. Había
una distancia considerable hacia la siguiente, como en los vecindarios gringos
que salían en televisión, lo que seguía garantizando privacidad para los
ocupantes. Julia tocó a la puerta y Emma salió a recibirnos. El ligero olor a
mota se diluyó a los pocos minutos y había bolsas de OXXO con cajas de cerveza,
botanas y un par de botellas.
—No sabía qué traer, así que traje un poco de lo que más me
llamó la atención —dijo la española, con voz relajada, acercándonos una Corona
a cada uno—. Espero que les guste, siempre muestran estas en las pelis.
Raquel y yo no éramos de cerveza, Julia, sí. Ella y Emma se
pusieron a platicar de inmediato, mientras tanto mi otra hermana y yo nos
pusimos a contemplar la cabaña. No era particularmente pequeña si tomábamos en
cuenta que tenía dos habitaciones, pero la diferencia con nuestra villa era
abismal. Era casi del tamaño de nuestra habitación si contábamos el baño y el
clóset.
Nuestra anfitriona comenzó a involucrarnos de a poco en la
plática. Ella y Julia ya iban por su tercera cerveza cuando apenas terminé la
mía y me ofrecieron la siguiente. No era que disfrutara el líquido, más bien
era por no desentonar. Julia fue la que nos acercó la botana, recordándonos lo
que nos había dicho camino a la cabaña sobre no beber sin comer. Las horas
pasaron sin darnos cuenta, las latas se acabaron y Emma sacó de las bolsas una
de las botellas, eran tequila. Fue a un mueble y nos fue acercando uno a uno
los caballitos.
—Desde que los descubrí el otro día, tenía ganas de darles
un buen uso —sonrió con sus mejillas ya sonrojadas—. ¿Han jugado “verdad o
reto”?
Tras una breve deliberación, entre todos acordamos las
reglas. Primero se harían preguntas y en caso de no querer responder, se
pondría el castigo, en caso de no cumplirlo, nos tomaríamos un caballito. Y
para inaugurar, todos nos tomaríamos un shot. La española llenó al ras cada uno
de nuestros tequileros, cosa que espantó hasta a Julia. El licor ardió como si
me hubieran prendido fuego y mi cuello estaba realmente más caliente al tacto. Nuestra hermana mayor le reclamó a su amiga por no conseguir limones ni sal, no sin antes patalear y agitar la cabeza de manera graciosa.
Las preguntas estaban a cargo únicamente de Emma, las de
momentos vergonzosos y malas experiencias con parejas no duraron mucho. Más que
nada porque a diferencia de ella, Julia no había tenido pareja (lo que la hizo
beberse un par de shots por no responder y negarse a desvestirse), yo no había
estado con nadie más antes de Raquel (digo, antes de Tere) y ésta sólo había
estado de “manita sudada” con su primer novio. Así que las preguntas no
tardaron en ponerse sexosas. Pronto fue evidente que aquel juego era el
pretexto perfecto para que Emma nos hiciera todas las preguntas que se había
guardado la primera vez que nos vimos. ¿Cuál era el lugar más raro donde
habíamos tenido sexo? ¿Qué prefería cada quién: Tetas o culo? ¿Cuál era el
porno más raro que habíamos visto?
Julia respondía sin problemas cuando podía. El porno más
extraño que había visto fue una pareja de ancianos, prefería culos a tetas y
confesó que no le desagradaba la idea de hacerlo con una mujer. Al mismo
tiempo, acató con solemnidad cuando su falta de respuesta ameritaba un shot,
mostrándose firme en no desnudarse por culpa del juego. Emma respondía sin
tapujos pero acompañó a Julia con algunos de sus shots, los cuales ya eran de
una medida más prudente.
Yo por mi parte, tenía el firme objetivo de no volver a
probar esa chingadera y Raquel simplemente no mostró intención de “perder”.
Raquel y yo respondimos y a mí me tocó cumplir con un par de retos por unas
preguntas que preferí no responder sobre mi relación con Tere o mamá. Emma era
muy creativa… y pervertida. Me hizo besarla en la boca, luego en sus tetas y al
final, en su “chichi”; no fue ningún problema, aquello era un juego para mí y
tras comprobar que ni a Raquel ni a Julia les molestaba que cumpliera el reto, me
sentí más confiado.
Hubo un momento en el que nuestra hermana mayor comenzó a
parpadear mucho, el alcohol ya estaba haciéndole efecto y por precaución a
terminar borracha, fue accediendo a deshacerse de sus prendas. Primero la
falda, luego el top del bikini. Sus pechos volvieron a estar a la vista de
todos y pude verlos en su máximo esplendor. De alguna manera, eran más grandes
que los de mamá pero se veían más tersos, más firmes. Sus pezones eran
marrones, pero no tan oscuros como los de nuestra madre ni tan grandes. Las
tres se burlaron de mi reacción.
—¡Ojo, cuida’o! —rio Emma, aplaudiendo—. ¡Que hasta parece
no has visto nunca un par de tetas en tu vida!
—Ni te imaginas cuánto ha esperado por verlas —rio Raquel,
ya desinhibida de tanto alcohol.
—¿Ah, sí? ¡Jo’er, Luís! Ya tienes a tu novia, a la amiga y a
la hija —dijo la chica de Murcia, arrastrando un poco las palabras mientras
enumeraba con sus dedos—. ¿Será que algún día piensas parar?
—¡Eso mismo dije yo! —rio Julia a carcajadas, su rostro estaba
rojo—. Le dije: “¿A dónde vamos a parar?”
—¿”Vamos”? —preguntó Emma, con tono sugerente.
—¡No! ¡No! —intentó aclarar mi hermana mayor, pero comenzó a
tener hipo, lo cual la hizo sonar menos convincente—. No me refe- ¡hip! No
quise decir eso.
—¿Será que quieres unirte a la tropa? Digo, eres la única
que falta en esa casa al parecer —comentó la española, hablaba tan fuerte que
parecía estar gritando.
—¡Ándale! —exclamó Raquel, por fin había aparecido su
oportunidad de acorralar a Julia—. ¡Responde!
—Si no respondes, toca reto… o shot —sentenció nuestra
anfitriona con gusto.
—No hace falta… ¡hip! Responder una tontería así.
Esa fue su respuesta, a lo que las otras dos chicas
aullaron, divertidas y chillaron de alegría al verla levantarse y desprendiéndose
de la parte baja del bikini. Estaba ebria de verdad, porque hizo una pose de
victoria y le arrojó la prenda a Emma, quien gritó emocionada.
—¡Se logró! ¡Se logró! —coreó la española, celebrando una
victoria digna de un estadio de futbol—. ¡Subidoooón! ¡Subidooooón!
A Raquel le dio un ataque de risa, estaba eufórica. Julia
sonrió triunfante ante semejante reacción y en cuanto me miró, su sonrisa se
hizo más discreta y procedió a sentarse de nuevo, cruzando las piernas y
ladeándose para que su intimidad no quedara a la vista. Estaba pasando, al fin
estaba viendo a mi hermana mayor desnuda, sentada frente a mí, sonriente. Había
visto la mata de vellos descontrolada que se había estado ocultando aquél triángulo
de tela con tiritas que ahora ondeaba como bandera en manos de Emma. Ella y mi
hermana menor no pararon de felicitarse mutuamente por su hazaña, hasta
brindaron entre ellas. Julia sólo hacía muecas cuando le pedían que posara y
presumiera su figura. No se levantó de su silla, pero sí giraba sobre su
cintura, levantando el pecho para deleite de todos los presentes, yo incluido.
Elevó su rostro para vernos hacia abajo y ocultaba los labios, apretándolos,
pero no podía disimular su sonrisa.
En cuanto las dos revoltosas se calmaron, nos olvidamos por
completo del juego. Vi que había refresco entre las bolsas de botana. Había vasos
normales en el mismo mueble de donde salieron los caballitos y nos serví a
todos un poco.
—Y supongo que te ha tocado verlos follar —preguntó Emma de
repente.
—No a propósito —rio Julia, nerviosa.
—Vale, vale —replicó la amiga—. Pero ya has visto esa polla
en acción, ¿verdad? ¿No te ha causa’o curiosidá?
—¿Qué? ¿Yo? ¡Nunca! —replicó mi hermana, indignada…
nerviosa.
—¡Ay, vamos! ¡Juli! —estalló la española, se oía molesta—
¿Vas a decirme que nunca te has imaginado cómo se sentirá esa polla? Se ve que
te llama. ¡Mira!
Señaló entre mis piernas. Efectivamente, mi traicionero
compañero había estado asomándose lentamente desde que Julia se desprendió de
su última prenda. Tampoco ayudaba que las tres voltearan a verlo, porque hizo
que pegara un par de brincos. Quisiera echarle la culpa al alcohol o al buen
ambiente que había, pero en lugar de avergonzarme, separé mis piernas lo más
que pude para dejarlas ver todo lo que quisieran. Raquel rio hoscamente, esos brindis
con Emma la habían hecho terminar de cruzar la línea de la ebriedad y
completamente desinhibida, acercó su mano para juguetear con el nuevo
protagonista de la noche.
—Había esstado tranquilo todo este rato —murmuró Raquel,
arrastrando las palabras y entreteniéndose con la punta de mi verga—. Nomáss
vio a… Julia dessnuda y… y… quiso portarsse mal. —Acercó lentamente el rostro y
le dio un beso—. Aplácate o te aplaco. Ja, ja.
. Miré a Julia, su ojo se asomaba entre los dedos de la mano
que intentaba cubrir su cara de la vergüenza. Emma, por otro lado, se había
inclinado para ver mejor.
—Para traer locas a tu hermana, a tu mamá y a la novia... me
sorprende —murmuró la española, con un dejo de decepción en su voz—. ¿En serio
no te da ni un pelín de morbo?
—No... Yo... No.
—Vale, vale —refunfuñó Emma—. ¿Y tú? —se dirigió a mí—. ¿Tú
sí te la follarías? ¡Sólo mira esas pedazo tetas! —señaló extendiendo la palma,
indignada—. Casi te da un aneurisma en cuanto las viste, ¿Vas a decirme que no fantaseas
con ellas, que no vas a pensar en ella cuando folles?
Fue mi turno de hacer muecas. Raquel decidió que era el
momento perfecto para comenzar a darme una mamada escandalosa, los ruidos de
chupetones, arcadas y resoplidos sonaron por encima de la música que sonaba
desde el teléfono de nuestra anfitriona desde el inicio de la velada. No hubo
reacción por parte de las otras dos, sólo observaron la escena en silencio, lo
cual hizo que me sintiera más incómodo por guardar silencio.
—La falta de un “no” esss un “sssí” —comentó mi hermana
menor antes de volver a su tarea.
—¡Raquel! —explotó Julia, angustiada. Apoyó ambas manos en el
respaldo de la silla y se inclinó, provocando que sus pechos se mecieran
abruptamente.
—¡E’ verdá! —reconoció tranquilamente la española.
—¡Emma! —reclamó su amiga.
—Habíais estado contestando todo sin problemas —argumentó
Emma, indiferente a su conmoción—. Es fácil decir “sí” o “no”.
—Ya te dije que no.
—No estás siendo honesta. Ese no es el “no” que escuché
antes en las otras preguntas. ¿El cielo es amarillo? No. ¿La Tierra es redonda?
Sí. —respondía sus propias preguntas con decisión—. ¿Muero de ganas por probar
esa polla? No —dijo un tono indeciso, algo desganado—. ¿Quisiera probarla? “No~”
—dijo con tono sugerente.
Había dejado en claro su punto y sus intenciones. De nuevo
nos inundaron los chasquidos y demás ruidos del oral que estaba recibiendo por
parte de Raquel. Mis manos se habían posado en su cabeza de forma instintiva,
acariciando su cuero cabelludo para apaciguarla un poco. Emma consiguió un
cigarro, nos ofreció y al rechazárselo, lo encendió y tomó una bocanada,
exhalando el humo en dirección a la ventana más cercana.
—Si ella te lo pidiera, ¿le dirías que no? —volvió a
dirigirse a mí.
—¡Yo nunca! —renegó la mayor de mis hermanas.
—Es una pregunta, nada más. —Emma hizo su intento por
apaciguarla, exhalando lentamente otra nube de humo—. Supongamos, ¿vale? ¡Que
estuviéramos en alguna realidad alterna! —fue blindando su premisa—. Que Julia un día se acercara a ti con ganas
de follar. ¿Qué dirías, Luís? ¿Le dirías que no?
—¡Emma! ¡Basta! Esto ya llegó demasiado lejos.
—No —respondí al fin.
Ahora ellas se quedaron sin palabras. Raquel dejó de hacer
tanto ruido, pero siguió lamiendo mientras me sonreía y continuó con la mamada
a un ritmo más acompasado.
—Nunca pasará —dije con una confianza que me salió de no sé
dónde, el tequila, quizás—. Ella ha dejado en claro muchas veces que jamás va a
pasar. Pero —añadí haciendo una pausa—, si algo así pasara… si estuviéramos en
alguna otra dimensión y algo así pasara, no le diría que no.
No sé qué era esa descarga de energía que me recorría desde
la nuca hasta la punta de la verga, pero me sentí el amo del universo. Sentí
que mi pecho se hinchaba, mis orejas se calentaron y juraría que me sentía
capaz de exhalar fuego. Ensanché mi espalda, sentía como si me hubiera quitado
una mochila muy pesada. Ni siquiera pensé en voltear a ver a Julia, estaba
mirando a Emma fijamente porque era quien había insistido en preguntar.
Uno de mis brazos se posó tras el respaldo de mi silla y mi
otra mano fue directo a acariciar a Raquel. Vi que ella se había llevado una
mano a su rajita y le di un golpecito en la nalga. Se sentó entre el
descansabrazos de la silla y mi pierna, permitiéndome devolverle el favor con
mi mano. Fui gentil, no buscaba ser obsceno, en mi mente sólo pensaba en
mostrarles que no estaba alterado. Estoy seguro de que estaba sonriendo,
extasiado, porque en mi mente no paraba de repetirme que la pelota ya no estaba
en mi lado de la cancha. Lo había dicho y nada más podía importarme.
Ufff! Se puso muy bueno. Espero con ansias el siguiente capítulo, ojalá no tengamos que esperar mucho ;)
ResponderBorrarGracias por comentar y por el apoyo. ¡Y sí! Ya está listo el siguiente capítulo y se publica el 1° de noviembre sin falta. ;)
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