—Fue para callarle la boca a la gachupina esa —dijo Raquel, a quien llevaba cargando en mi espalda. Ya no arrastraba las palabras pero sí los pies—. Se ve que no iba a dejar el tema en paz hasta que le dijeran lo que quería oír.
Estábamos caminando de vuelta a la villa. Julia había tenido el pretexto perfecto para decir que era mejor irnos cuando me había puesto a manosear a Raquel. Emma no ocultó su decepción pero no objetó la decisión. Nos acompañó a la salida y aprovechó para decirle a nuestra hermana un par de cosas a solas.
El sendero era realmente oscuro ahora que no había más luces saliendo de otras cabañas. Apenas se veía la luz colarse detrás de muros de la negrura que era la maleza.
—¡Ah! —exclamé al pegarme el pie descalzo con un borde duro—. ¡Aguas con esto! Creo que es una piedra —le advertí a mi hermana.
Yo iba adelante, escuchaba los pasos de Julia tras de mí. Ella había permanecido callada desde que nos despedimos, sólo murmuró algo para darse por enterada de mi advertencia. Raquel continuó balbuceando, creyendo que tenía una conversación con nuestra hermana.
—Es que no entiendo por qué… ¡hip! Por qué no dicen nunca nada —se quejó el fardo con patas que llevaba cargando—. Ni tú… ni este…
Añadió pegándome en la pierna con su tobillo, lo que me hizo tropezar y casi nos caíamos. Escuché a Julia asustarse tras de mí, pero me levanté y continué el sendero. Poco a poco, la luz de la luna se colaba entre las copas de los árboles y el sonido del mar se escuchaba más fuerte.
—Bien que se echan sus ojitos —murmuró la princesa antes de eructar. Estaba desvariando, como un borracho en una cantina—. Como si no los viera —gimoteó—. Creo que no me doy cuenta…
—Raquel… nena… —dijo al fin nuestra hermana. Así le solía decir cuando ella era una bebé y comenzaba a llorar—. No llores.
Julia se puso a mi lado para buscar la mano de nuestra hermana menor y comenzó a arrullarla. Estaba haciendo el sonido que usaba para acunarla, haciendo “sh” y le acarició la mano y al poco rato, la oímos roncar.
—De borrachita del centro a bella durmiente —dije mientras el cielo estrellado nos recibía. Julia contuvo su risa para no despertar a nuestra hermana. Volteé a verla y noté algo—. ¡Oye! —exclamé en voz baja— Dejaste tu ropa con Emma.
Ella ahogó un grito y se tapó la boca. Estaba completamente desnuda y bajo la luz de la luna volví a sus pechos mecerse. Se llevó la mano directamente a la entrepierna y yo me giré para dejar de verla. Me detuve para acomodarme mejor ese costal de papas en el que se había convertido Raquel y miré al cielo, podría jurar que aparecería una estrella fugaz en cualquier momento.
—¿Cómo se siente? —le pregunté, sin bajar la mirada, ya sin susurrar—. Ahora que ya sabes cómo se siente. ¿Te gusta o no es para ti?
—Es… raro —contestó, pensativa—. Se siente… bien. Con Emma siento que a nadie le importa.
—Es que aquí realmente no le importa a nadie si llevas ropa o no —respondí.
—A ustedes sí —dijo con voz seria—. Parece que es lo único que les importa que haga. Se la pasan insistiéndome todo el tiempo. Raquel… Tere… mamá…
—¿Mamá? —dije, sorprendido.
—Desde que llegamos, ha estado diciéndome que esta es mi oportunidad de hacerlo —dijo ella, con tono cansino—. Que podría intentarlo aquí y comprobar de una vez si me gusta o no.
—¿Y… —dudé un poco en volver a preguntar, en insistirle— qué opinas?
—Me gusta —respondió de inmediato y con franqueza—. Bueno, o sea… está padre —añadió, tratando de sonar indiferente, como si le restara importancia—. Siento que me hormiguea todo cuando algo me toca. El viento, la arena, las sillas… es tonto, porque tampoco es como que el bikini oculte mucho.
—Y mira que tienes mucho que ocultar —bromeé y ella me soltó un manotazo suave. Volteé a verla, me estaba sonriendo.
—Ya sé —suspiró, caminando rumbo a la playa, acomodándose el cabello detrás de la oreja—. Desde que me salieron las tetas —dijo, sosteniendo sus atributos con ambas manos mientras me daba la espalda—, ya no pude estar en paz en casa. Siempre has sido un mirón indiscreto —continuó hablando sin voltear a verme—. Pero eras tan tierno en esa época que mejor te dejé ser. Que me miraras las “niñas” no hacía daño a nadie —dijo, girando hacia mí y sacudiendo su pecho, haciendo que aquel par se bamboleara suculentamente.
«Luego te hiciste mayor y pues… nunca maduraste —rio, Luego, suspiró de nuevo, con la mirada perdida en el mar—. Llegué a creer que nunca te abrirías y que no conseguirías novia… Mírate ahora, tienes tres.
—¿Cuenta si son de la familia? —bromeé y ambos reímos.
La espalda me estaba matando. Nos habíamos acercado a las sillas, recosté a Raquel y acompañé a Julia para que nuestros pies sintieran el oleaje de aquellas aguas heladas. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y una mano tomó la mía. Julia continuaba viendo la vastedad del mar oscuro.
—Oye —dije tras respirar hondo—. Lo que dije ahí con Emma.
—Lo sé, lo sé… —respondió con voz distante—. Menos mal nos la quitamos de encima.
—Sí… ¿vedad? —me apresuré a decir, aclarándome la garganta y optando por dejar ese tema en paz—. Entonces, ¿qué? ¿Vas a volver a usar ropa?
—¡Ay, Luís! —exclamó con voz cansina. Respiró hondo y continuó con voz más tranquila—. Ustedes hacen de esto algo más difícil de lo que debiera ser. Si no hicieran tanto alboroto, lo habría intentado antes —guardó silencio, pero no soltó mi mano—. Mientras más me insistan, menos voy a querer hacer lo que sea.
«Yo creo que por eso confié de inmediato en Emma. —Vi cómo se le dibujaba una sonrisa—. Para ella, esto no es nada especial. No es… importante. —Se encogió de hombros y me miró con esa sonrisa que brilló como la misma luna—. Supo darme mi espacio para intentarlo y me hizo comprender que no es la gran cosa.
«Yo sé que es un shock verme así —continuó, girándose por completo, extendiendo su otro brazo y abriendo el compás de sus piernas. Su sonrisa también se ensanchó—, después de tantas veces que les he dicho que no. Pero… no se dan cuenta de lo estresante que se vuelve que toda tu familia esté chingue y chingue… “¡Anda!” —dijo, picoteándome el hombro con su índice libre—, “¡Inténtalo!”, “¿Cuándo lo vas a intentar?”. —Cada frase iba acompañada de un picoteo—. Son peor que las tías cuando me preguntan “¿Y el novio, pa cuándo?”.
—Perdón —fue lo único que se me ocurrió decir, cabizbajo—. No me había dado cuenta.
—Mira —resopló con alivio de haber sacado aquello de su pecho finalmente—. Ahora puedo ver por qué les gusta, esto de estar así… sin ropa. Pero no creo que quiera tener a mamá y a Raquel aquí —dijo, dándose golpecitos en la nuca con la mano libre—, respirándome en la nuca.
—¡Uy! Rico —bromeé con voz boba. Su mano me soltó para soltarme otro manotazo.
—No me gusta que me acosen —me advirtió, señalándome con su dedo—. Ni que me estén presionando ni que estén ahí, tras de mí.
—Y ahí está la razón de qué no tienes novio —comenté imitando la voz de doña metiche y me encogí a la espera de un puñetazo que no llegó.
—No tengo —respondió, algo exasperada— porque al parecer nadie logra entender algo tan básico como el respeto. No es no. Punto.
—Ya, ya… Ya entendí —dije, intentando conciliar—. Aunque habías dicho que no ibas a entrarle al nudismo…
—¡Ay, ya! ¿Sabes qué? —exclamó con hartazgo—. Ahí déjale o te voy a soltar uno de veras.
—¿O sea que los otros eran “de mentis”? —le pregunté, gimoteando y sobándome donde me había pegado como si me doliera. Logré mi objetivo, ahí estaba de nuevo esa sonrisa.
—Gracias —me habló con voz dulce—. Por escucharme, por respetar… por hacernos reír.
—Y gracias a ti también, por no denunciarme a las autoridades.
Me abrazó fuertemente, el aire en sus pulmones salió en un suspiro que fue convirtiéndose en una carcajada descontrolada. Yo me había puesto tenso, estaba sintiendo sus pechos y una parte de su torso presionándose directamente en mí. Resoplé e intenté pensar en algo diferente, no quería que una erección inoportuna arruinara el momento, pero tampoco podía quedarme sin corresponder su abrazo. Nos quedamos así un rato, hasta que ella me soltó.
Regresamos a la silla y Raquel estaba roncando profundamente, intentamos despertarla pero sólo gruñía y se acurrucó en posición fetal. Le solté un par de nalgadas suaves y entonces comprobamos que si no estaba haciéndose la dormida, estaba empedernida en no despertarse. Eso, por supuesto, no significó que pusiera de su parte a la hora de cargarla para continuar nuestro camino de regreso. Julia tuvo que ayudarme a acomodar el cabús de nuestra hermanita de vuelta en mi espalda porque ni de chiste hubiera podido cargarla en mis brazos el tramo que nos faltaba.
Llegamos y nos recibió Tere, empapada en sudor y rehidratándose cerca de la jarra de agua. Estalló de ternura y no se resistió en darle mimos a la borrachita, quien balbuceó incoherencias antes de volver a roncar. La llevé a la cama y al regresar, la mirada de ambas se posó en mi entrepierna, el constante roce de los mangos de mi hermana en la espalda habían hecho que mi riata comenzara a levantarse.
—¡Nene! Yo creyendo que me iría a dormir sin mi ración de salchicha —ronroneó la pantera, revitalizada y caminando lentamente hacia mí—. No me lo tomes a mal… mami me hace ver estrellas con su juguetito nuevo, pero no sabes el hambre de verga que tiene mi coñito —gimoteó lastimeramente, sobándose el pubis.
—Bueno, los dejo cenar a gusto.
—Siempre eres bienvenida a unirte, Juls. Con Luís, donde come una, comen cuatro.
Julia sólo puso los ojos en blanco y sonrió, resignada, antes de irse y cerrar la puerta de su habitación.
—De seguro la traes bien dura por ver al fin ese cuerpazo, ¿verdad, rey? —gruñó esa última palabra entre dientes antes de hincarse y darle a mi macana un primer pero intenso chupetón—. ¿Ya pasó algo entre ustedes?
—Tengo derecho a permanecer callado —dije, acariciándole la mejilla—. ¿Quieres que hablemos o prefieres decirme dónde quieres que te la meta primero?
—¡Rwar! —rugió con una sonrisa torcida—. Al niño bonito le crecieron un par de huevos, ¿eh? —murmuró mientras su mano subía y bajaba por mi garrote. Lamió desde mis huevos hasta la punta y me clavó esa mirada de deseo acumulado—. Voy a hacer que esta verga no saque más leche en días.
De nuevo tuve esa sensación, ese calor que me invadía desde la nuca, pasando por espalda y brazos, hasta llegar a mis talones y por supuesto, concentrándose en mi fierro, que estaba duro y listo.
Ella se quedó quieta, con la boca abierta y la lengua salida. Fui metiendo lentamente mi tranca hasta sentir el borde donde empezaba su garganta, su aliento cálido me hizo ver que estaba lista, pero retrocedí sólo para provocarla. Su lengua tembló, estaba luchando por zamparse ella misma esa cosa que casi se escapaba de sus fauces. Repetí un par de veces hasta por fin pasar el umbral que se cerró como haría una vagina. La saliva se derramaba de su mentón hasta mis huevos y la mueca que hizo significaba que de tener la boca libre, estaría sonriendo.
Poco a poco, fui adentrándome más, hasta que mi amigo se tenía que curvar ligeramente hacia abajo. Ese ruido, cuando se aguantaba las arcadas… es enervante. Las lágrimas que se escapan, la baba que no deja de escurrir, esos ruidos toscos de su respiración y los gemidos que no tienen manera de ser contenidos… esos eran los talentos de una puta que sólo con Tere podía disfrutar plenamente. Las mamadas de Raquel eran insuperables, pero poder cogerme una boca como lo hacía con Tere era algo completamente distinto.
Mis manos ya sostenían su cabeza y mis caderas se sacudían rápidamente y con violencia. Los ruidos salían de garganta con cada embestida y su rostro se iba enrojeciendo más y más. Sus uñas se encajaban en mi muslo, pero ambos sabíamos que la clave para detenerme eran unas palmadas, así que no me iba a detener. Fui ralentizando mis movimientos, su mirada estaba fija en mí y creí que me iba a venir en ese instante y me detuve para aguantarme. Su mano finalmente me hizo la señal y la liberé.
—No quiero que te aguantes —dijo con tono serio después de recuperar la respiración. Sus manos estaban acariciando mis bolas y se deslizaron por mi vientre mientras se levantaba—. Si te aguantas mucho, puede ser malo para tu salud —me advirtió, puntualizando cada palabra con su dedo en mi pecho—. Por eso te cuesta acabar después. Sácala toda en cuanto sientas que viene. Voy a dejarte seco, no hay prisa pero tampoco lo conviertas en una maratón.
Se dio la vuelta y contoneó ese culo en dirección a los sillones de la sala. Se puso en cuatro y meneó ese par de nalgas cinceladas, inclinándose hasta que los gajos húmedos de su coño quedaron expuestos.
—Me preguntaste dónde la quería, tú elige. Sólo te quiero dentro de mí. Métemela donde quieras, ¡pero métemela ya!
Entré sin problema en su cuevita, seguramente estaba ensanchada gracias a mamá y su arnés, pero eso no significaba que no apretara rico. Su interior no quería dejar ir mi carne cada que retrocedía, se sentía como si una mano se aferrara a mi verga con fuerzas. En un afán por disfrutar esa presión, alternaba entre movimientos acompasados y períodos frenéticos, no podría escoger qué me gustaba más. Sus resoplidos y gruñidos eran señal de que estaba perdida en el placer. Dejó escapar un gemido y sucumbió a un orgasmo que la hizo temblar, pero sus caderas volvieron a la carga a los pocos segundos.
—No te vas a ir hasta vaciar esas bolas en mí. No importa si nos agarra el amanecer.
Eso sí me preocupó y por desgracia, hizo cumplir su amenaza. No sólo eso, sino que terminó siendo una auténtica maratón. Creo que me vine unas tres veces en su coño insaciable y tal vez dos en su culo, fue tanto que al final, ambos orificios terminaron escurriéndole y manchando los cojines y el piso de la estancia. Sentí que empezaba a ver estrellas, era verdad que ese cuerpo tonificado, lustroso por el sudor y con estamina de atleta profesional, estaba tan acostumbrado a la verga que había resentido la abstinencia durante ese par de días.
Las primeras veces, mi erección no cedió y para mi pesar, pudimos continuar sin detenernos, intercalando sus agujeros. Pero al final, genuinamente, creí que mi amigo estaba ardiendo, estaba rojo por la fricción. Ella sólo comprobaba que todavía estaba soltando descargas y me lo mostraba, no bromeaba con eso de que quería seguir hasta que me viniera sin eyacular. Llegué a negarle el agua que me ofrecía porque yo quería quedarme sin líquidos lo antes posible, pero llegó el punto en que ella se encargó de hacerme beber directamente de su boca, mientras se insertaba ella misma mi verga en su culo. Por un momento, temí en serio por mi salud, creí que mi pito quedaría inservible para siempre o que me iba a dar un paro cardíaco antes de que eso ocurriera.
Cuando finalmente ocurrió, mi último orgasmo de aquella agonizante triatlón, Tere tenía mi longaniza en la boca. Ya no estaba tan firme como al principio y en efecto, no salió nada. Una molestia terrible en mis huevos me hizo tumbarme al suelo, que era donde habíamos acabado y ella de inmediato me los revisó, los tocó y luego se los llevó a la boca. Una mezcla de dolor por dentro y placer por fuera me hicieron gruñir. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrí, vi cómo se colaba la luz del cielo por el balcón, estaba amaneciendo.
Después de volver a asistirme para tomar agua, Tere me llevó de la mano a la habitación que estaba vacía, había cuatro en total. Dijo que lo mejor era no despertar a Raquel ni que ella me despertara a mí. Yo no recuerdo nada después de saber que podía dejarme caer sobre el colchón, pero cuando abrí los ojos, tenía a mamá y a Raquel vigilándome.
—Tranquilo, tranquilo. —Escuché la voz dulce de mamá, su mano me acarició la frente—. No te levantes. Sólo pasamos a ver cómo estabas.
—Después de lo que nos dijo Julia esta mañana, pensé que estarías chupado como limón de taquería —escuché la voz de Raquel, sonaba molesta.
—¿Eh? —gruñí, aún desubicado.
—Pues dijo que no la dejaron dormir —continuó mi hermana menor—. Dice que la zorra esa y tú lo hicieron hasta el amanecer. Vieras las ojeras que trae —se burló, pero seguía sonando molesta—. Ahora los dos van a quedarse en cama todo el día, ja, ja.
—Cuando tengas sed, aquí está el agua —dijo mamá, señalando la jarra que había en el tocador con agua rojiza—. Es agua de granada con miel. Acábatela antes de tomar algo más. Si quieres pedir comida, hazlo. Unos huevitos… bueno, no sé si haya horarios para los huevos…
—Pues, aunque los pidiéramos en la noche, deberían traérnoslo, ¿no? —dijo mi hermana, caprichosa.
—Quién sabe… nunca he pedido servicio al cuarto —le respondió mamá, sonriente y acariciándome el pelo—. Pero bueno, ya cuando te despiertes, si no nos encuentras o no te respondemos, búscanos en la Playa Roja.
—Rubí, mamá —la amonestó Raquel.
—Bueno, eso —rio para sí.
—Como esa culera te sacó todo, voy a ver qué hacemos mamá y yo —me susurró Raquel, con voz pícara—. Ahorita vamos a ir de nuevo al spa, a mamá le gustó ese masaje exótico.
—¡Ya, Raqui! Déjalo dormir —ordenó mamá y me besó tiernamente en los labios, aunque la sonrisa que vi era la de una madre—. No se te olvide tomarte el agua, estás pálido. ¡Vámonos ya!
—Sí, mami —canturreó la hija menor. Imitó a mamá y me plantó un beso, también tierno, pero más picante. Se acercó a mi oreja y susurró para que sólo la oyera yo—. A la próxima que me emborrache, quiero despertarme con dolor en mi cuca y tu leche escurriéndome, menso.
Todo se volvió borroso. Sus siluetas se perdieron y escuché el clic de la puerta cerrarse y sus voces apagarse mientras se alejaban. Aquello se sentía como un sueño, pero sé que ocurrió. Mis ojos se cerraron y sentí como si sólo hubieran pasado uno o dos minutos cuando un ruido de la puerta me hizo abrirlos de nuevo. Era Julia.
Aspiré hondo e intenté levantarme, pero ella sólo se puso el dedo en la boca y se acercó lentamente. Estaba desnuda todavía y caminaba encorvada, de puntitas, para no hacer ruido. Raquel tenía razón, sus párpados se habían oscurecido. Se puso a un lado de la cama y se sirvió un poco del agua roja.
—¿Q-qué pasa? —pregunté, susurrando.
—Nada —respondió, también en voz baja—. Sólo quiero dormir en paz y si me quedo en mi cuarto, Raquel no tardará en irme a buscar, estoy segura. Hazte pa’ allá —dijo, agitando la mano y se sentó al borde del colchón.
—¿Ah, sí? —murmuré, obedeciendo la indicación y dejándole espacio para que se acostara.
—Sí. La hubieras visto, hizo su berrinche cuando le conté lo que ustedes dos hicieron. ¿En serio? ¿No pudieron hacerlo en este cuarto al menos? No pude pegar el ojo hasta que Tere se fue.
—¿Se fue? —pregunté, boca arriba y cubriéndome la vista con el antebrazo.
—Sí, creo que ella sí está más acostumbrada a… este régimen.
—Puede ser…
Sentí el colchón mecerse con los movimientos de Julia, yo me había tapado los ojos más que nada para no verla y tener alguna erección inoportuna. De pronto, sentí su piel en mi muslo, debía ser su trasero. No quise ver, sólo se me ocurrió recostarme del lado opuesto y entonces, su cabello me cubrió la cara.
—Luís… —dijo sin susurros, aunque con voz apagada—. ¿Podrías… hacerme un favor?
Su mano tiró de mi hombro y me puso boca arriba. Su melena debía ser lo que me estaba cosquilleando la cara. Su perfume habitual estaba mezclado con lo que debía ser el agua de mar y un dejo de alcohol. Abrí los ojos y me encontré con su cara sobre mí y su cabello tapando casi todo lo demás. Dentro de esa cámara de pelo su rostro se veía oscuro y sus ojos, penetrantes. Mi corazón se aceleró, nuestros rostros no estaban tan cerca como para tocarse pero sí estaban muy cerca. Recé a todos los dioses que se me ocurrieron, algo estaba tocando mi miembro, que estaba flácido. Era su rodilla.
—Perdón… —se apresuró a decir, pero movió un poco más su rodilla no sólo sobre mis huevos, sino de nuevo sobre mi mallugado socio—. Yo… eh… quería comprobar algo. Después de lo de anoche, supongo que… esto… no va a hacer nada, ¿verdad?
Yo sólo negué con la cabeza. Estaba al borde del pánico, no sabía qué estaba pasando. Ella sólo se hizo a un lado y se acostó, dándome la espalda. Su trasero era terso, redondo y se estaba moviendo en mi dirección. De repente, extendió su mano, sin dejar de darme la espalda.
—Ven —dijo en voz baja, tal vez mandona, tal vez, apenada—. Quiero intentar algo, ahora que puedo.
Tomé su mano y me tiró hacia ella. Mi pecho estaba tocando su espalda… ¡Estábamos ambos desnudos! Su mano tomó mi cintura y tentó hasta mi cadera… luego, acomodó su trasero para que quedara justo frente a mi pelvis. Volvió a tomar mi mano e hizo que rodeara su tórax, quedó justo debajo de una masa redonda, suave y tibia. Mi antebrazo estaba rozando sus pechos.
—Deja de temblar. —Su voz resonó en su espalda y viajó por mi mejilla en su hombro hasta inundar mi cráneo—. Vamos a dormir, no va a pasar nada más. ¿OK?
—O-OK.
—Duérmete ya. No te vayas a soltar.
Tomé una bocanada profunda y exhalé lejos de su piel, para evitar cualquier malentendido. La adrenalina y la confusión me invadieron. ¿Dormir? ¿En serio? ¿Cómo se le ocurre que podría pegar el ojo en una situación así? Quise creer que estaba soñando, pero, de nuevo, supe que no era así.
Mi cabeza no dejaba de dar vueltas, aunque tuviera los ojos cerrados, podía sentir que todo se movía. Mi respiración ya no era automática, si me descuidaba, me quedaba sin aire. En algún momento, recordé lo que habíamos hablado la noche anterior, sobre no hacer las cosas más grandes de lo que son. No tenía que preocuparme por incomodarla o molestarla, tenía que relajarme y ya, no tenía que darle más importancia. No estábamos pasando nada. Sólo íbamos a dormir y ya. De alguna manera, pude ir ablandando el cuerpo con cada exhalación. Sentí que me derretía, que me hundía más y más en el colchón.
Fue como si sólo hubieran pasado unos minutos, otra vez. Mis ojos se abrieron, el cabello castaño de Julia seguía ahí, aunque ahora la luz del sol entraba con más intensidad. De repente, una voz resonó entre ese bosque castaño.
—¿Te desperté? —me preguntó.
—¿Eh? No, no… —respondí con voz ronca—. M-mis ojos se abrieron así, nomás.
—Quédate así. No te muevas.
El sonido de pájaros se escuchaba por la ventana, el viento apenas se colaba, pero el calor de nuestros cuerpos tampoco era fácil de aguantar. Mi mano estaba en su vientre, con la suya encima todavía, ya no sentía sus pechos.
—¿Y qué se siente? —dijo suavemente.
—¿Qué? —pregunté, desprevenido.
—Vivir así... Desnudo casi todo el tiempo... —soltó sin poder aguantar una breve risa—. Teniendo sexo con tres mujeres... Ahora hasta incluso aunque esté yo presente.
—¡Ah! Eh... —balbuceé.
—Ih... —contestó, con voz grave y cómica.
—Oh... —continué la broma y ambos carraspeamos—. ¡Ya, pues! Pues, bien —contesté pausadamente.
—¡Ah, bueno! Entonces no es la gran cosa —dijo con ironía, burlándose de mi respuesta seca.
—Es que... ¡Ah! No sé qué decirte.
—¿Te gusta más hacerlo con Raquel, con mamá o con Tere? —preguntó de repente, con curiosidad y soltura.
—¡Uf! No sé —respondí, queriendo no sonar parco otra vez—. Raquel es con quien lo hago más...
—Pero también es porque, de las tres, es a la que, si no le cumples, luego así te va —comentó, un tanto divertida y dejándome ver que mi respuesta podría estar sesgada.
—Sí. Un poco, sí —confirmé—. Luego, cuando “la desatiendo”, empieza a hacerse ideas raras y no... No es así.
—O sea que ella es como la esposa, a la que le tienes que cumplir o si no, ¡cuello! Ji, ji —rio con voz chillona y burlona.
—Eh... Sí... Algo así —comenté, pensativo con aquella analogía.
—Pero, si no fuera así... Si ella no fuera así de dependiente —continuó y se acomodó, giró la cabeza en mi dirección pero aun dándome la espalda, sin poder vernos—. ¿Dirías que es tu favorita?
—¡Ay, Julia! —protesté.
—¿Qué? Nadie más te va a escuchar. Te juro que no les diré nada a nadie —empezó a querer sonsacarme—. Es Tere, ¿verdad?
La curiosidad en su voz iba aflorando más y más, estaba completamente cautivada con la conversación y fue girando lentamente para poder verme, aunque sea de reojo.
—Eh...
—¡¿Mamá?! —exclamó como si aquello la escandalizara, aunque en realidad era sólo para molestarme.
—Uf... —dije al fin.
La verdad es que en mi cabeza, siempre había pensado que no podría tener una favorita. No era como que me detuviera mucho a pensar en “escoger a una”, a fin y al cabo, no había sido necesario. Fui meditándolo. Cada una tenía sus talentos, sus áreas de dominio, pero no era como que pensara en una más que en otra. Bueno, claro que la respuesta que me viene a la mente primero es Raquel… pero hacerlo con mamá es otra cosa completamente distinta… y Tere…
—¡Ya, di algo! —rio Julia con impaciencia, agitándose y con ello, también sus pechos—. ¿O le copio a Emma y te traigo una botella de tequila?
—Es que... Es distinto —suspiré—. Mira, no me quiero poner muy específico… —dije, mientras extendía la mano sobre su vientre y ella resopló— Sólo digo que cada una tiene lo suyo.
—Mmm... Ya —murmuró, pensativa, apenas moviendo su mano sobre la mía— ¿Y si tuvieras que quedarte sólo con una?
—¡Chingao! —me lamenté amargamente—. Esas preguntitas otra vez...
—¡Oye! Yo también quería preguntar cosas anoche y nomás no pude —se quejó—. Anda... —suplicó con insistencia pero con tono inofensivo— Dime...
—Eh... Yo creo que si tuviera que quedarme con alguien... ¿Tú no cuentas? —quise bromear para tratar de zafarme.
—¡Ya, menso! —Me pegó en la mano, provocando otro bamboleo de sus curvas, incluyendo su trasero—. De lo que te gusta de cada una... ¿Es sólo a la hora de tener sexo?
—¡No! —respondí al instante, un poco ofendido con la insinuación (aunque, pensándolo bien…)—. No... Bueno...
—A ver —insistió y se terminó de poner boca arriba. Lo siento, pero era imposible, claro que miré sus pechos bambolearse una vez más—. Si te quedas con Tere... Es la opción más segura, ¿no? Con ella sí puedes tener una relación normal… bueno, “normal” para todos. Se podrían hasta casar... Tener hijos...
—¿Quieres sobrinos? —pregunté, sorprendido.
—No me molestaría ser tía —respondió tras pensarlo un poco, aunque quitándole importancia—. A ver, esa sería la opción A. Con la B y la C, descartamos matrimonio e hijos. Pero, también están esas opciones... ¿Mamá o Raquel?
—Julia… —volví a protestar, sacudiendo un poco mi mano en su vientre, provocando otro bamboleo de sus atributos—. En este momento, no pienso elegir a una sola.
—No ahora, tal vez no cuando volvamos del viaje… pero esto no será para siempre —sentenció, esta vez con la mirada fija sobre mí—. Si no tomas una decisión tú, alguna de ellas, o incluso todas, tomarán la suya. Piénsalo bien, puede acabar mal y al final, te quedarás como el perro de las dos tortas… sin una ni otra.
—Pero ese perro no tenía una tercera… —de nuevo intenté salirme con la mía.
—¡Ash! —refunfuñó, aunque con una media sonrisa—. ¡Eres un menso!
Hizo el amago de levantarse y la tomé del brazo, la tiré hacia mí y terminamos frente a frente. Fue instintivo, es lo que hubiera hecho con Raquel o mamá. Entonces, me di cuenta, ella era Julia. Estaba sonrojada y su rostro reflejaba no miedo, sino incertidumbre. Su mano fue a proteger su pecho instintivamente y estaba aguantando el aliento, ¿me tenía miedo?
—¿Pedimos algo de comer? —dije para cambiar el tema de la conversación.
Ya era pasado mediodía, no había huevos. Pedí un pescado como el que había ordenado Tere el día anterior, quería que Julia lo probara. También hamburguesas, era el plan B por si no nos entraba el pescado; terminamos comiéndonos todo. Fue idea de ella comer en la habitación, así que terminamos tendidos después del atracón. Teníamos mucha sed, pero ni siquiera entre los dos le dimos fondo a la jarra de líquido rojizo, que se sentía más espeso conforme más lo bebía. La barriga de Julia también se veía abultada, aunque no tanto como la de Tere.
—¿Cuántos meses? —bromeé, sobándole la panza.
Ella se levantó y adoptó una pose de mujer embarazada, sacando aún más su vientre y acariciándose. De inmediato, se tapó la boca y comenzó a reírse.
—¡Ay, Luís! —reía a carcajadas— ¿Es en serio? ¡Eres un puerco!
Su índice me señalaba, bajé la vista y sí, efectivamente, se me había parado al ver a mi hermana mayor como si estuviera en gestación. Se me coloreó la cara y tuve el impulso de taparme de inmediato. Pero me invadió ese nuevo mantra que había tenido desde la mañana:
“No hagas alboroto, no le des importancia”
Hice lo opuesto a lo que mi cuerpo me exigía hacer. Me recosté boca arriba y extendí ambos brazos con soltura, con mis manos en la nuca. Un tobillo sobre mi rodilla, manteniéndome con el compás abierto y dejando que esa parte de mi anatomía no perdiera su protagonismo. La risa de Julia empezó a apagarse, sus ojos miraban atentamente mi verga erguida.
—¿No te duele? —preguntó, consternada.
—Un poco, sí… —le confesé—. Más que nada siento molestia en los huevos.
Aquello, que antes hubiera ocasionado una reacción de aversión en ella, no provocó en ella nada más que curiosidad. Sin notarlo, se fue acercando poco a poco. Inclinándose para ver con más detalle aquella estructura que desafiaba la gravedad. Sus manos la apoyaban en el colchón y sus pechos se mecieron, como péndulos enormes.
—Está rojo —describió lo que veía.
—Sí —respondí, confirmando lo obvio.
—Después de lo de anoche, me imagino —comentó, sin quitarle los ojos de encima.
—Tere está loca.
—Y tú, que te dejas —me soltó, sin vacilar.
—¡Ah! Pero si hace rato me la querías enjaretar de esposa —le reclamé.
—Ni modo que te cases con Raquel o mamá —argumentó, por fin apartando la vista de mi miembro y viéndome a directamente los ojos—. ¡Por favor!
—¿Y Emma? —pregunté sin pensar.
—¿Eh? —exclamó, retrocediendo y mirándome desconcertada.
—Ya ves que también quería que fuera su “novio de mentiras” —intenté imitar su acento—. ¿Y si me casara con ella?
—Pues… también… creo —respondió, aún destanteada—. ¿Por qué lo dices así?
—No sé… —dije, bajando la voz poco a poco—. Se hicieron amigas enseguida y hasta te convenció de… hacer topless —me puse a ver el techo. Me ardía el pecho, como si tuviera vapor en la garganta y tuviera que sacarlo de repente—. Se te ilumina la cara cada que estás con ella… ¿No te gusta?
Bajé la cara y nos miramos fijamente por breve instante hasta que de pronto, su nariz roncó, incapaz de contener una risotada que la tuvo agachada un buen rato.
—¿Era eso? —dijo, limpiándose una lágrima—. ¿Por eso andaban raros ustedes dos? Raquel, toda ridícula diciéndome que “me deje llevar” a solas y quién sabe cuánta más babosadas. Creí que me lo decía por lo de la ropa… Y tú, todo desanimado…
Eso sí me hizo imposible conservar la calma. Intenté levantarme, pero su mano en mi tobillo me detuvo. Estaba sonriendo, todo aquello de verdad le parecía gracioso. Me pidió que la esperara a que se tranquilizara, luego me pidió que le hiciera espacio para que se sentara a mi lado derecho, abrazando sus piernas flexionadas. Se volteó a mirarme, siempre con esa sonrisa de ternura y diversión. Para ese momento, mi erección ya había ido calmándose, aunque todavía engrosada por la sangre, mi tranca ya se veía algo blanda.
—No me gusta Emma —soltó, aún divertida por la situación—. Me gusta estar con ella, pero no de esa manera. No creo que las mujeres me llamen la atención así —añadió con tono pensativo—. Creo que no hay nadie que realmente me guste… así.
—¿Nadie? —pregunté, extrañado—. ¿Ni siquiera alguien de tu trabajo? Debes conocer a un buen batos guapos en la tele. ¿Algún un famoso, un artista, un cantante?
—¡Ja! Claro —soltó con enfática ironía—. Los hombres en mi trabajo o son unos “todos-tontos”, o tienen pareja, o son gays. Y un artista… ¡Ay, no! —Frunció las cejas e hizo una mueca de desagrado—. Todos alzaditos o que se hacen los galanes. Y luego tener que aguantar a los managers, las parejas, las exes, los clubes de fans… ¡Ay, no!
—¿En serio, nadie? —repetí, incrédulo—. ¿En serio?
—Hay uno que otro que me parece guapillo —confesó, sin mucha emoción—, pero el encanto se les va cuando abren la boca.
—¡Ah! Pendejos, les dicen —comenté con voz jocosa.
—Ja, ja. Sí —suspiró y su mirada se perdió en algún punto del tocador a nuestra izquierda—. A veces, creo que no encontraré a nadie más con quién sentirme a gusto que tú, mamá y Raquel, ¿sabes? —comentó, cada vez con más desánimo—. Dicen que pongo la vara muy alta, pero… ¿Serías capaz de estar con alguien que no te convence al 100%?
—¿Eso es una pedrada hacia mí o qué? —volví a querer sacarla de esa melancolía que sentía que la estaba invadiendo.
—¡Ja! Puede ser… —volvió a resoplar—. Por eso quería saber si escogerías a una entre mamá, Raquel y Tere. Pero supongo que ninguna te convence del todo, si no, no estarías con las demás.
—¿Tú crees? Eso suena feo —dije, pensativo—. Más bien, siempre pensé que conecto con cada una de diferente manera. No soy el mismo con Raquel que con mamá… menos con Tere… o contigo —añadí, dándole un empujoncito en su brazo con el anverso de mi mano—. Pero, creo que así ha sido siempre. Me porto diferente dependiendo de a quién tenga en frente.
—¿Tú crees? —me preguntó, extrañada—. Yo siento que tú, Raquel y yo somos los mismos todo el tiempo. Tú —continuó, devolviéndome el empujón en el brazo— siempre has sido callado pero muy acomedido a lo que sea que te pidan. Tímido al principio, pero seguro de lo que sabes. Y eso sí, un bromista en el fondo.
—¡Ja! —exhalé con sarcasmo—. Así soy con ustedes. Con otras personas, siempre me sentí desconectado. Como si no pudiera llevarme bien con nadie más.
—¿En serio? —me imitó, burlonamente— ¿Con nadie más?
—Fuera de casa —aclaré, un poco incómodo—. No es que tenga amigos del colegio o del restaurante.
—¿Y el que nos topamos en el hotel cuando fue lo de tu cumple?
—Ni le hablaba… ni le hablo. Mucho menos ahora—añadí, gesticulando mi vergüenza con cada músculo de la cara—, después del escandalito que armamos esa noche. Sólo me he sentido unido a ti, a mamá y a Raquel.
—¿Y Tere? —preguntó Julia, extrañada.
Le conté brevemente mi situación con Tere. Que ella en realidad ni piensa en mí como una pareja real y que yo tampoco la veía como algo que no fuera una amiga. Sin percatarme de ello, fui revelándole el tipo de conversaciones que tenía con ella por chat, de las fotos y videos que me mandaba cuando tenía sexo con alguien más y cosas así. Sin querer, le dije que fue ella la que les enseñó a mamá y a Raquel a hacer “garganta profunda”.
—Se ve doloroso —dijo, tocándose el cuello—. Se oye como si las estuvieras asfixiando y se estuvieran ahogando. —Yo sólo me encogí de hombros y torcí la boca en una media sonrisa—. ¡Agh! ¿Eso te gusta?
—No juzgues sin probarlo —dije, repitiendo el gesto con mis hombros.
—No, gracias. Paso —respondió con falsa amabilidad—. Primero, pensé que Raquel era la rara por estar tan obsesionada con el sexo. Luego, mamá terminó siendo igual… Creo que la rara soy yo —concluyó, desanimada.
—¿Es en serio que ni te llama la atención? —otra vez yo de incrédulo.
—Raquel un día se me aceró para preguntarme sobre… masturbación… —terminó su frase con incomodidad—. No pude decirle nada. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza, resulta que es algo que todas hacen.
—Yo pensaba que las niñas no se masturbaban —le confesé, riéndome de la ignorancia de mi yo de entonces—, antes —aclaré—. Me acuerdo que, cuando lo descubrí, no me la creí. Pensé que eso era cosa de batos.
—Yo pesaba lo mismo. Je, je. Siempre que se ponen a hablar de cosas sexosas en el trabajo, yo sólo les doy el avión —dijo con voz distante—. Se burlan de mí por ser virgen a mi edad y dicen cosas de mí como si no los oyera. No me importa lo que ellos piensen. Pero, la verdad, creo que la rara soy yo.
—No creo que seas rara —dije, posando mi mano en su hombro—. Digo, te lo dice quien tiene sexo con su hermana y su madre… Eso es más raro.
—Bueno, sí —dijo antes de hacer una pausa larga—. ¿Y en serio no puedes controlar cuando se te para? —me preguntó, mirando de nuevo a mi entrepierna y otra vez con esa curiosidad genuina.
Decidí que lo mejor era alejarnos de esos temas que la ponían pensativa, así que me puse a responder sus preguntas. Algunas era inocentes y hasta me sacaban una sonrisa de lo obvias que me parecían; no tanto por mi experiencia personal, sino por el porno. Aunque, bueno, supongo que eso significaba que Julia tampoco veía porno. Otras, me pusieron a reflexionar. Eran como si una persona que había nacido ciega me preguntara por los colores. ¿Qué se sentía un orgasmo? ¿Por qué me daba morbo el sexo anal? Julia también me confesó que alguna vez se tocó, intentando darse placer, pero no sintió nada.
—Bueno, sí se siente algo, físicamente —resaltó su obviedad—. Pero no fue algo que me volara la cabeza como veo que le pasa a Raquel. Cuando ella quería provocarme en casa, llegó a tener orgasmos conmigo ahí, presente. Es como si algo la poseyera y de repente ¡pum! Explota.
—Mamá una vez me dijo que es diferente para cada quien —recordé—. Tal vez, a ti no te haga sentir nada… o tal vez… no lo has hecho bien.
En ese instante, tocaron a la puerta. Julia había puesto el cerrojo por si las dudas, y había hecho bien.
—¿Luís? —Era la voz de mamá—. ¿Hijo, estás despierto?
—Eh… ¡sí! —respondí mientras veía a Julia espantada. Ella se levantó y después de mirar a todos lados, se agachó al lado de la cama opuesto a la puerta. Se asomó una vez más sólo para hacerme una señal de que no dijera nada y que ella se escondería debajo de la cama—. ¡Ahí voy!
—¿Cómo estás? ¿Cómo sigues? —preguntó, entrando y poniéndome el anverso de su mano en la frente, preocupada. Eso sí, estaba mirando directamente a mi entrepierna, la cual no había estado del todo flácida gracias a la conversación que había estado teniendo con Julia—. ¿Sí te tomaste el agua?
—¿Eh? ¡Ah! Sí, un poco —contesté—. Todavía no me la acabo.
—Puedo oler que ya comiste —dijo, agitando la palma y acercándose a la jarra para servir un vaso y dármelo—. Tienes que acabártela, es para que no te duelan tanto los testículos.
Oí un grito ahogado de Julia debajo de la cama y de inmediato tosí para disimularlo. Le acepté el vaso a mamá y me lo tomé de una sentada, me cayó pesado en el estómago. Ella sonrió, me tomó de la mano y nos sentamos en el colchón.
—A ver, déjame ver —dijo con su mano en mi pierna, haciéndome separarlas para que pudiera revisar—. ¿Te ha dolido? ¿Has tenido alguna erección el día de hoy?
—Eh, sí… —respondí, un poco incómodo—. Había sentido una molestia en los huevos, pero después de comer, se me quitó… creo.
—Para eso es el agua —me insistió, con ese tono maternal mientras su mano subía por mis muslos—. Es de granada y miel, se supone que es buena para… tus testículos y tu conteo de esperma.
—¡Ah, mira! —exclamé, aún más incómodo—. No lo sabía.
—¡Esa Tere! —refunfuñó mi madre—. Ya me la puse en su lugar, dejé a Raquel con ella para poder venir a ver tú si ya… —Dejó su frase a medias y se puso a tantear mi longaniza—. ¿Esto te duele?
—Eh… no.
Siguió tentando, primero la base y fue subiendo, luego, bajó otra vez. Sostuvo mis bolas y las masajeó, volviendo a preguntarme como si fuera una revisión médica. No fue una sorpresa que aquello surtió efecto en mí. Mamá se escupió en la mano, era algo que ahora hacía con frecuencia cuando se disponía a usaba sus manos. Comenzó a subir y a bajar, continuó preguntándome a cada rato si aquello me dolía o si sentía alguna molestia. Yo dejé de responderle como a la quinta ocasión, simplemente, fui recostándome para dejarla continuar con su chequeo.
Por un instante, me olvidé de que no estábamos solos y que Julia estaba debajo de la cama. Cuando me di cuenta, me sobresalté. Mamá ya estaba comiéndome la verga con devoción y se espantó por mi respingo. Tuve que repetirle que no me dolía nada y le pregunté si mejor nos íbamos a su cuarto, pero ella hizo como si no me hubiera escuchado y regresó a comerme la verga, con todas sus letras.
Sus arcadas eran más ruidosas y recordé el comentario que me hizo Julia. Por lo que le aparté la cara e intenté una última vez llevármela lejos de aquella habitación. Pero ella tiró de mí y se hincó frente a mí.
—Anoche te tocó saciar a esa ninfómana. Tu hermana me ha llevado ya dos veces al sauna y al spa y… —dijo con voz lastimera y ojos de cachorro, con mi tranca en su mejilla— No es lo mismo.
La manera en que lo dijo, la forma en que acariciaba mi verga con su cara, el deseo en su mirada; me hizo recapacitar. Era verdad, estaba incumpliendo mis responsabilidades hacia con ella.
—Sí, es cierto —dije, acariciándole la cara. Su mirada se transformó, pasó de ser la de un cachorro triste a la de una perra hambrienta, con la lengua de fuera y sus tetas apretadas entre sus brazos—. No te he puesto atención, Sandrita —añadí con esa voz rasposa que sabía que le gustaba.
Pero por dentro, sólo estaba pensando en qué hacer para alejarnos de Julia lo antes posible, no quería que ella viera ese lado de nuestra madre. Me acerqué y Sandra se llevó mi verga a la boca, sosteniéndome la mirada en todo momento. Ella podía portarse o como una hembra dominante o como una esclava sumisa, ahora estaba siendo la segunda.
—Con eso de que te llevas tan bien con tu amiguita últimamente —continué con voz dominante—, creí que no me necesitarías.
—Ya no puedo aguantar más… señor.
Aunque no la hubiera vuelto a hipnotizar, ella seguía llamándome así, pero cuando estaba realmente al borde de su calentura, cuando la presionaba lo suficiente para que me rogara metérsela y usarla sin piedad. Muy pocas veces se portaba así desde el principio, pero terminé de entender que con tanta atención de otras mujeres, había acumulado su antojo de verga, mi verga. Definitivamente, no podía dejar que Julia siguiera atestiguando aquello ni lo que pudiera ocurrir después.
—Entonces, vamos a tu cuarto —dije, con voz firme y dominante—. Quieres que te use, lo haremos en tu cama.
—¡No, señor! ¡Por favor, no! —me imploró, con desesperación.
—¿Qué me estás escondiendo? ¡Habla!
—N-no puedo —balbuceó con sus manos trepando por mi abdomen—. No está limpio. Ya hablé para que limpiaran pero acabo de revisar y no han pasado. Por favor, no vayamos allá.
—Entonces vamos a mi cuarto —le ordené. Sabía que mamá seguía excitándose cuando le daba órdenes, sin necesidad de estar en trance.
—Sí, sí… —respondió, hacendosa y con una mirada que exudaba el placer de obedecer.
—Vamos, pues —le dije, dándole unas palmaditas en la mejilla—. Levántate. Y tráeme el agua, por si nos da sed.
Añadí eso último para asegurarme de que no tuviera motivos para regresarse, así, mi hermana tendría la vía libre para salir sin problemas. Mamá se llevó la jarra y el vaso. Vi que se había quedado viendo algo en el tocador, le grité que se apurara y así lo hizo, con una mueca de placer.
Entramos a la habitación principal, cerré la puerta y ella acomodó lo que llevaba en el buró. Me senté en la silla de ratán que había cerca de la ventana y le indiqué con mi dedo que se acercara. Unas palmadas en mi pierna y ella entendió de inmediato que tenía que acostarse sobre mi regazo.
—¿Te gusta poner a prueba mi paciencia o qué? —dije con voz cruel antes de soltar la primera nalgada. Fuerte, como sabía que le gustaba.
—¡Ah! —gimió, con aquella voz compungida que le gustaba hacer— N-no… no.
—¿Qué tantas cochinadas hiciste con Tere que no quieres que vayamos a tu cuarto? —le pregunté, sosteniendo su mandíbula con mi índice y mi pulgar y soltándole una nueva nalgada sin dejarla responder— ¿Te orinaste en la cama? ¿Es eso?
Ella sólo asintió y agachó la cabeza, avergonzada. Recorrí el canalillo de su espalda y se arqueó. Sobé un poco su nalga roja y caliente, que se contoneó de gusto. Me incliné para acercarme lo más posible a su oreja y empezar a atormentarla con ello.
—¡Qué sucia eres, Sandra! —gruñí en voz baja, provocándole un breve temblor, cosa que ameritaba otra nalgada. Ella sólo gimió y mantuvo su cabeza agachada—. Te gusta portarte mal para provocarme, ¿verdad? —Otra nalgada, otro gemido—. Es por eso que ahora te la pasas con esa zorra de Tere, ¿no es así? —Una más—. Te gusta más usar ese arnés que tener una verga de verdad ¿o qué?
Eso la hizo alzar la cabeza y el chillido que soltó cuando recibió su azote correspondiente resonó con fuerza. Pude ver cómo tenía los pies contraídos, o acababa de tener un orgasmo o estaba al borde de uno. Mi mano se hundió entre sus piernas y mi pulgar entró sin problemas entre sus gajos, empapados. Mi índice y corazón hicieron presión sobre su pubis, pasando de largo su clítoris, justo para poder apretar ese punto interior que la hacía gemir y sus fluidos empezaron a resbalar por mi mano hacia la muñeca. Mi otra mano fue a tapar su boca y estimulé un poco más su interior. Un alarido fue sofocado, en efecto, se había venido y estaba sensible.
—¿Por dónde quieres que empecemos? ¿Por aquí? —flexioné mi pulgar antes de sacarlo de su vagina y llevármelo a la boca para degustar su néctar dulce—. ¿O acá?
Fue el turno de mi índice de penetrarla una vez más, esta vez en su ano. Estaba apretado, ella no estaba preparada para recibirme ahí y empezó a temblar. Soltó un bufido que, al final, ni me servía como respuesta ni era como que me importaba realmente. Ella estaba ahí para dejarse hacer, no para decidir qué iba a hacerle.
Increíble!!! Debo confesar que me preocupaba mucho la forma en la que Julia se iría acercando Luis, había muchas formas en las que podía salir más por la expectativa que ya como lectores podemos tener.
ResponderBorrarSin embargo, para mi gusto, estuvo perfecto! Fluido, hasta natural. La presencia de Emma fue el catalizador perfecto y la conversación en la playa dio la justificación del personaje.
La entrada en la cama por parte de Julia, me voló la cabeza.
Felicitaciones!!
¡Hola! Muchas gracias por tu comentario, me alegró mucho leerlo, para mi sorpresa. Poder ver un poco de la reacción que te generó es muy enriquecedora y sobre todo, tus observaciones con respecto al comportamiento de Julia. Me pone contento que algo como eso también sea percibido por el lector. De nuevo, gracias.
BorrarWow! Casi todos los capítulos me han encantado, pero este ha sido el primero que he leído más de una vez. Voy por tres!
ResponderBorrarEntro todos los días a ver si hay actualización de fecha para saber cuándo llega el siguiente 🥹
¡Guau! Me alegra saber eso ^_^
BorrarHa sido difícil escribir la siguiente parte, la verdad. Pero ya estará lista para publicarla el 14 ;)