La noche del domingo concluyó con mamá y Raquel en mi cama. Ambas se encargaron de hacerle saber a Tere que no iba a tener derecho a mi verga todavía y ella se lo tomó con humor. Irrumpió en la habitación y se masturbó viéndonos, sentada en la silla donde Julia nos había visto coger a mamá y a mí esa misma mañana. El sólo recordarlo me revigorizó y pudimos cerrar la noche con broche de oro.
A la mañana siguiente, tocaba entregar la habitación. Todos habíamos acordado partir temprano para poder realmente descansar una vez regresáramos a casa. Astrid nos despidió con una sonrisa tranquila y afable en el lobby. Nos dijo que éramos bienvenidos a regresar siempre y cuando evitáramos dar otro espectáculo como el del día anterior. Resulta que, tal y como indicaba el tríptico que había usado Julia para regañarnos al inicio, estaba prohibido hacer lo que hicimos y al parecer, Tere lo sabía y había decidido que valía la pena pagar la correspondiente multa (ignoro qué tan cuantiosa). Era por eso que los elementos de seguridad estaban allí, para evitar que alguien más se involucrara.
—Tenemos áreas reservada para eso —comentó la dueña—, pero también sé que es fácil dejarse llevar. Al no haber tantos inquilinos y, sobre todo, sin niños visitándonos, no vi problema en dejarlos ser.
—Pero bien que te la cobraste —le reprochó Tere amistosamente.
—Esto es un negocio, amor.
La señora nos dio un abrazo a cada quién y a mí me dijo que si quería, podía dejarle mis datos para pedir trabajo de masajista cuando hubiera vacantes. Yo no lo hice, pero mi madre sí pidió el correo electrónico del lugar en caso de que cambiara de opinión.
Llevar ropa puesta después de tres días al desnudo se sentía extraño. Y no fui el único en pensarlo, tanto Raquel hicieron comentarios al respecto de camino al aeropuerto. Aunque fueron las mismas dos horas de trayecto, se sintieron más cortas. En el avión, Julia insistió que yo me sentara entre ella y Raquel, argumentando que no estaba de humor para aguantar bromas y comentarios de ésta. No hubo quejas al respecto. Raquel y yo platicábamos mientras nuestra hermana escuchaba música con sus audífonos, ignorándonos. Eso sí, noté que pegaba su brazo al mío todo el tiempo, incluso cuando me movía y para cuando aterrizamos, nuestras piernas también estaban juntas. Pensé que no debía de darle demasiada importancia, recordando lo que ella me dijo; pero era algo en lo que no dejé de pensar durante todo el viaje.
Al llegar a casa, tanto mamá como Raquel se desprendieron de su ropa en lo que Julia subía las escaleras para encerrarse en su cuarto. Madre e hija, desnudas, se sentaron en la sala, encendieron la tele y se pusieron a platicar de lo relajante que había sido el viaje para ellas. Estaban en paz, relajadas y totalmente ausentes de cualquier comportamiento sexual.
Por alguna razón, yo sí tenía ganas de meter la riata donde fuera, pero busqué disimularlo recogiendo la ropa del suelo y quedándome vestido mientras llevaba a la lavadora la escasa ropa sucia del viaje. Me fui a mi cuarto y al acostarme, me encontré de nuevo con esas ganas inaguantables de jalármela que hacía mucho no sentía. Me resultaba extraño, no quería acudir ni a Raquel ni a mamá, pero tampoco quería “desperdiciar mi venida” con la mano, sabía que si empezaba no iba a poder detenerme, quería venirme. En ese momento, el pensamiento no me resultó extraño, más bien, incomprensible; ahora, me parece absurdo.
Hice de todo para querer apartar mi mente de ese deseo. Me senté frente a la computadora y busqué jugar, pero no podía pensar en nada más. Terminé de nuevo en la cama y saqué el celular. Le mandé un mensaje a Tere.
Hola. ¿Qué haces?
Para mi suerte, la respuesta llegó pronto.
Hola papi 😘
Nada, apenas llego a casa
Y ese milagrito?? Me extrañas?? 😍
Me desabroché el pantalón y expuse mi verga erecta y palpitante a la cámara. Las venas se marcaban con cada pulso de sangre y mi glande ya estaba derramando su líquido transparente, por lo que pensé que sería mostrárselo en un video.
—Ve cómo estoy —dije para que se escuchara en el clip—. La tengo bien dura y sin nadie que me la atienda.
Mi cuerpo estaba actuando por cuenta propia, simplemente me dejé llevar por la calentura. Envié el primer video y de inmediato, me puse a grabarle otro. Únicamente agarré mi garrote para moverlo y que el lente del celular captara bien todos los ángulos. La respuesta de mi novia no se hizo esperar. Emojis y palabras guarras. Fotos y videos de ella dándose placer en mi honor y yo le decía que también lo hacía, pero me reusaba a jalármela. ¿Por qué?
De pronto, por fortuna, la puerta se abrió y de ella emergió Raquel, quien tardó milésimas de segundo para abalanzarse sobre mí y mamármela con avidez. Su mamada quedó registrada en el último video que le envié a Tere, al igual que las fotos de mi leche cubriéndole el rostro. Después de eso, dejé el celular, por que aquello no había sido suficiente y tuve que venirme una vez más, ahora dentro de aquella boca entre sus piernas. Cuando finalmente pude estar tranquilo, ella se recostó sobre mí y jugó con mi cabello.
—Cuando tengas ganas, sólo dime —me arrulló con voz dulce—. ¿Por qué no lo hiciste?
—No lo sé… las vi muy tranquilas a las dos y no… no quería molestar.
—Yo siempre tengo ganas —respondió acercándose más a mi cara, murmurando, ronroneando—. Y si no estuviera, mamá me dice que le gusta cuando no le pides permiso.
Sus dedos seguían masajeándome el cuero cabelludo y su boca selló la mía antes de siquiera intentar decir nada. No hicimos más esa tarde, porque caí rendido. Desperté sólo para terminar de desvestirme a mitad de la noche. Raquel ya no estaba y tras vaciar mi vejiga, volví a dormirme.
La semana transcurrió como solía ser antes del viaje. Raquel estuvo a punto de ser despedida, ya que no le había avisado a su jefa que el lunes se iba a ausentar también, aunque de alguna logró convencerla de dejarla continuar. El curso de masaje ya estaba por acabar y la maestra se mostraba más satisfecha con mi trabajo, al grado de compartirme junto a otra compañera una tarjeta de su clínica después de la clase. Ella se enfocaba más en fisioterapia y nos dijo que fuéramos a ver si nos llamaba la atención y podríamos tomar el curso avanzado correspondiente, nos dijo que podríamos trabajar con ella después de certificarnos.
—Eso suena bien —me dijo Tere tras contárselo. Estábamos tomándonos un café como solíamos hacer cuando pasaba por mí—. ¿Vas a intentarlo?
—Debería… ¿no? —respondí, contrariado.
—No sé. No te ves muy convencido —respondió ella, con recelo.
—Sólo nos lo dijo a dos —dije, más para mí mismo que para ella, estaba intentando convencerme—, somos como diez en el grupo.
—Ajá… —dijo ella, indiferente.
—Astrid también me dijo que podía pedir trabajar en el hotel si quisiera.
—¡Uy! —exclamó con entusiasmo—. Te iría muy bien. Por lo que cobran en ese spa, ha de pagar bien. ¡Ah! —suspiró, extendiendo los brazos y reclinándose en su silla— ¡Qué rico sería vivir allí, con el mar a lado y ganando bien, en dólares!
Mientras más lo pensaba, más mal me sentía. La verdad era que no quería, ni trabajar con la maestra ni irme hasta Tulum… por más que me pagaran. Y eso era peor, porque sabía que estaba rechazando dos buenas oportunidades… únicamente por capricho. Y como si viera a través de mí, Tere insistió en preguntarme qué haría y no se detuvo hasta hacerme decirlo en voz alta.
—Nene, es normal que te sientas así. Yo sé que da miedo. Yo tomé decisiones de miedo cuando me vine para acá y la necesidad me hizo acostumbrarme a no ver hacia otro lado que no fuera donde se me presentara una oportunidad. Pero ahora, que todo eso feo quedó atrás, me doy cuenta lo difícil que es escoger cuando tienes muchas opciones. Me tengo que obligar a escoger algo cuando voy de compras porque, si no, me la viviría horas en las tiendas.
—Je, je. Y a mí que me parecía que no podías parar de comprar cuando fuimos a ver a mamá.
—Con el tiempo, aprendes a ver lo que quieres y lo que no y se vuelve más fácil. Pero si te detienes a dudar, todo alrededor se te cierra. Tú has tenido mucha suerte, quizás demasiada. Pero tienes que aprender a decidirte para que puedas controlar tu vida. Vas a tener que agarrarte esos huevos y encontrar tu camino o si no, los demás van a…
—Elegir por mí —dije, recordando de pronto las palabras de Julia.
—Bueno, al menos eso te queda claro —exclamó con una mezcla de alivio y una leve molestia—. Lo que sí podría decirte es que no te noto convencido ni de eso de la fisioterapia ni de irte con Astrid a Tulum —hizo una pausa, esperando algo mientras yo fingía que no podía sentir su mirada trepanándome la frente—. Es un comienzo: si no sabes qué quieres hacer, al menos sabes lo que no, es un comienzo.
Sus palabras me reconfortaron mucho más que el café o la dona glaseada con la que lo estaba acompañando. Olvidaba que ella era una mujer al final de sus veintes y que, pese a su actitud arrojada, explosiva y mentalidad pícara; era alguien había vivido tantas cosas y gracias a eso, sabía muchísimo más que yo. Ella rechazó un par de llamadas, pero al ver la pantalla de su teléfono tras recibir un mensaje, me dejó en el café. Sólo dijo que tenía que irse, tal vez vio que necesitaba tiempo a solas. Y así fue.
La graduación de mi curso ya se acercaba y el certificado que nos otorgarían me permitiría empezar a trabajar de masajista. Después de darle muchas vueltas, entendí que no quería volver a trabajar para un jefe, que tendría la oportunidad de no estar sujeto a las reglas y caprichos de alguien más si tuviera mi propio local. Nadie a quién responderle… ni a quién fallarle si algo salía mal. Le pagaría a mamá todo el dinero que invertiría e incluso más, a modo de intereses.
La primera a la que se lo compartí fue Raquel y no se mostró sorprendida. Aunque, bueno, ella no estaba al tanto de mis preocupaciones y al igual que a mamá, le pareció que ese había sido el plan desde el inicio. Por su parte, Julia y Tere se alegraron más al enterarse de que (al fin) había tomado una decisión por mi cuenta.
Por otro lado, la obra de Raquel pudo reestrenarse debidamente, esta vez en un teatro distinto. Ella me había contado todo el drama que hubo detrás de todo entre el director y los productores y su sonrisa no podía ser mayor cuando nos entregó los boletos a todos, incluyendo nuevamente a Tere. Eran asientos buenos, tercera fila. El lugar se veía pequeño pero en cuanto uno alzaba la vista y miraba hacia los balcones y las butacas de atrás, podía entenderse la emoción de toda la compañía de teatro por casi haber llenado. La historia me parecía aburrida, la verdad, pero era más por haber ido a los ensayos tantas veces, podía recordar muchos diálogos y no le puse tanta atención. Eso sí, cuando mi hermanita salió a escena, el pecho se me infló de orgullo y alegría de verla tan contenta y realizada como actriz.
Celebramos en un restaurante y luego, en casa. Tere no quiso acompañarnos y hasta mamá guardó distancia cuando Raquel y yo nos pusimos cariñosos y fuimos a su cuarto. La llené de elogios mientras también la llenaba de algo más. No paré de decirle que yo tenía suerte de estar con una bella actriz como ella a mi lado, que sería una estrella y de más cosas que la hacían derretirse en mis brazos. Así pasaron los días siguientes, ensoñados. Ella se comportaba como si flotara entre las nubes y la menor brisa la moviera de un lado a otro, no pensé bajarla de allí ni por un momento. Abrieron más fechas para próximas semanas y cuando empezaron a hablar de presentarse en ciudades cercanas, Raquel no podía estar más alegre y radiante.
Y mientras esto ocurría, mamá quiso darnos nuestro espacio. O bueno, al menos entre semana. El primer fin de semana, trató de replicar la receta que le había compartido Astrid de aquella agua que tanto la obsesionó desde que volvimos del viaje. Sabía muy parecido, me la dio a beber el sábado en la mañana y cuando regresó del trabajo, no tardó en pedirme que fuéramos a su cuarto, aprovechando que aún no llegaban mis hermanas.
Ella no se desvistió por completo, se quedó usando un conjunto de lencería mientras me la mamaba con voracidad. Yo estaba con ganas desde la mañana, verla tan ansiosa por coger desde esa mañana también me había hecho esperarla con anticipación. El juego de manos y bocas se aderezó con aquella vista de su cuerpo con esas prendas negras, apenas decoradas con algunos detalles en encaje. Sin quitárselo, liberé una teta para llevármela a la boca, luego fue turno de la otra mientras mis dedos jugueteaban con el relieve de sus pantis, presionando al punto de sentir la humedad en ellas, evitando tocar directamente su piel. No sé cuánto tiempo nos la pasamos así. También gocé al momento de terminar de desvestirla y ya casi no aguantaba ese hervor de mi sangre en la nuca para cuando mi verga entró en ella una vez más.
Ella era más callada cuando éramos solo los dos. Muy rara vez se colaba un gemido entre sus pujidos y jadeos, era como si se concentrara en no dejar de respirar. Y mis embestidas eran fuertes, me gustaba la sensación de sus muslos impactar contra mis costados cada que topaba en mis embates. El morbo de saber que éramos madre e hijo me invadía cada que volvía a ese sitio que alguna vez nos dio a luz a mí y a mis hermanas. Era incluso mayor a cuando lo hacía con Raquel, tal vez porque era mi madre y eso sólo me hacía arremeter con más ganas. Ella supo cuando estaba por acabar y de manera instintiva se apartó para llevarse mi rifle a la boca, como solía hacer la menor de sus hijas. En sus ojos vi las ansias de que se repitiera la escena del cuarto en la villa, su lengua se asomaba y sus manos sujetaban firmemente la manguera por la cual recibiría su ansiado jarabe.
Y ahí nos dimos cuenta de que la fórmula del agua no había sido bien replicada. El volumen de mi corrida no era ni remotamente parecida a la de aquella ocasión y ella lo notó. Si bien tenía mi semen en la frente y mejillas, pude verla sorprendida, contrariada, un poco decepcionada. El Universo quiso en ese momento llegara Raquel, estaba por conseguirle unos pañuelos para su cara pero la lengua de mi hermana se apresuró en no dejar que nada se desperdiciara. Y como no podía ser de otra forma, se quedó. A diferencia de Julia, Raquel no iba a quedarse sólo viendo si podía unirse a la acción. Eso sí, aquella vez se dedicó más a consentir a mamá, entendiendo que era “su turno”. La besaba en la boca y en las tetas, le comía la raja mientras yo le daba por detrás y hasta le susurraba al oído palabras que la hacían apretar más rico y la ayudaron a venirse en más de una ocasión; y a cambio, ella se bebía mis mecos. Ya fueran del cuerpo de mamá o mamándomela cuando sabía que estaba a punto de acabar.
Tras el sexo, madre e hija se acurrucaban juntas y se ponían a platicar cariñosamente. A veces bajaban a la sala o al comedor a hidratarse, incluso llegaron a entrar juntas a bañarse. Compartir la cama de esa manera terminó convirtiéndose en algo frecuente, algo que se repetiría más veces de las que puedo recordar.
Y con respecto a Tere, aunque nos veíamos menos en persona, continuamos teniendo nuestros chats calientes, con audios, fotos y videos que, al menos en mi caso, me servían de combustible para quemar mis energías con Raquel y mamá. Seguíamos viéndonos de vez en cuando al acabar mis clases, pero no solía ocurrir nada más allá de una mamada en su auto. Era extraño, pero empezamos a tratarnos mucho más como amigos. Le tenía la confianza suficiente para platicar de casi todo. Incluso fue ella la que me confesó la razón por la que el agua de mamá jamás funcionaría.
—Esa agua tiene maca —me comentaba con total tranquilidad mientras le daba un bocado a su baguete—. Es un afrodisíaco potente, sirve más en hombres, pero también en mujeres. La pueden conseguir en tiendas naturistas, pero yo digo que mejor ni lo hagas —hizo una pausa más para terminar de masticar—. El cuerpo se acostumbra a lo que le metas y con el tiempo, puede dejar de funcionar. Será todo lo natural que quieras, pero no deja de ser una droga.
Cuando se lo comenté a mamá, se sintió aliviada. Después de estar intentando semana con semana, cambiando la fórmula y poniéndola a prueba, con rigurosidad casi científica, se alegró de que el secreto era ese ingrediente que le habían ocultado y hasta terminó pidiéndome disculpas por haberme drogado sin querer. Claro que no lo resentía, pero aquella fue una buena excusa cuando mostraba su lado sumiso y quería ser sometida y maltratada. Entre azotes y más tratos bruscos, le recordaba que era una perra en celo que había llegado al extremo de drogarme de lo adicta que era a mi verga y eso la hacía chillar tan rico…
Y finalmente, estaba Julia. Ella volvió a actuar como solía hacer antes del viaje. Ella solía ser la única persona con ropa en la casa, mamá había vuelto a usar camisones de vez en cuando. Objetivamente hablando, no había motivos para que yo creyera que iba a cambiar y empezar a andar desnuda por la casa, pero sí me sorprendía preguntándome el motivo por el que no podría comportarse como lo había hecho en la playa. Eso sí, algo se sentía diferente en ella. Al principio, creí estar imaginándome las miradas de reojo que me hacía, pero al pasar los días, me di cuenta de que no era así.
En frente de mamá y de Raquel, podíamos platicar de cosas cotidianas, incluso bromear y molestarnos. Debido a las rutinas de cada quién y, sobre todo, a que Raquel y yo nos la pasábamos juntos casi siempre; era casi imposible encontrarme con Julia a solas. Y cuando eso pasaba, ya fuera en el pasillo entre los cuartos, en el cuarto de lavado o en el fregadero; no eran más que instantes de silencios… no diría incómodos, más bien, intrigantes y tensos. La forma en la que nos veíamos gritaba lo que callábamos. Yo sentía que no había manera sutil de preguntarle por qué no probaba el nudismo en casa, mucho menos lo que había pasado en aquél cuarto conmigo y mamá; pero también la forma en que me miraba me hacía pensar que ella también tenía cosas que quería decirme y que no sabía cómo. Y la razón detrás de esos silencios era tan compleja como simple para mí: después de la intimidad que sentí aquella vez, hablando con ella a solas, desnudos pero sin hacer nada ni remotamente romántico ni sexual, era como si una puerta se hubiera abierto y ahora estaba cerrada nuevamente. Era como si no hubiera otra manera de retomar esa conversación.
La mitad de noviembre llegó con la confirmación de la primera fecha de la obra de teatro que se haría en otra ciudad. La casa se llenó de celebración y de expectativa. Raquel estaba muy emocionada y todos estábamos felices por ella. Mamá y yo insistimos en que nos mantuviera informados cuando llegaran, cuando acabara la obra y cuando estuvieran en el hotel en donde pasarían la noche; estábamos algo nerviosos. Por otro lado, a Julia le pareció que estábamos siendo exagerados y que sólo la podríamos más nerviosa, así que le repetía que se enfocara en la obra y que disfrutara. De los tres, Julia era la única a la que le había tocado viajar sola fuera de la ciudad y de alguna manera, sus palabras nos tranquilizaron a todos.
El día antes de su ida, Julia me dijo que la acompañara a comprarle algo a Raquel. Fue sorpresivo, me vestí lo más rápido que pude y salí a acompañarla. Era de noche, pensé que iríamos en el carro al centro comercial o a alguna tienda lejos, pero no fue así. Caminamos un rato, íbamos camino a una farmacia.
—¿Qué piensas comprarle a Raquel?
—Algo para que duerma bien hoy —respondió con una voz calmada que sonaba un poco indiferente—, se ve que está muy nerviosa y si se desvela, eso no le va a ayudar
—¡Ah! Ya… je, je. Yo creí que íbamos a comprarle un regalo o algo así.
—¡Oye! No es mala idea tampoco —exclamó y se mostró más contenta—. ¿Qué se te ocurre?
—Ni idea —confesé—. Aquí solo hay medicinas, refrescos y botanas… —fui enlistando lo que veía. Era una de esas farmacias que también eran tiendas de autoservicio—. ¿Una revista? —sugerí a modo de broma.
Julia bufó, disimulando una risa sarcástica. Nos dimos un paseo por los pasillos y terminamos comprando botanas y golosinas para Raquel… y también para todos. Al final, llevamos cervezas y refresco, parecía que íbamos a armar una pequeña peda. El cajero no paraba de mirar a Julia mientras pasaba los artículos, aunque era de reojo. En el momento en que lo vi fisgoneando la zona del escote de su blusa, mi mano la tomó de la cintura y la jalé hacia mí, mirándolo severamente. Ella se sorprendió, pero no dijo nada al verme y el sujeto se dedicó a terminar de pasar los artículos por la máquina y darnos el total.
—¡Menso! —me reclamó Julia cuando salimos—. No tienes que portarte así.
—Vi cómo te miraba —mustié.
—Igual que como haces tú a veces —dijo, bajando la voz. Se detuvo y caminó en dirección al parque para que nos alejáramos de la gente que caminaba en la banqueta—. ¿O qué? ¿Tú tienes que ser el único? Soy tu hermana, Luís, tu hermana mayor. No tienes por qué celarme así ni portarte como si fueras... ¡Agh!
Nos detuvimos cerca de una banca. Las bolsas pesaban y mis dedos se enfriaban por la falta de circulación, así que las dejé en el suelo. Julia resoplaba, se sentó en la banca y con una palmada, me invitó a hacer lo mismo.
—A ver… Una cosa es que seas mi hermano y quieras protegerme, otra, muy diferente, es… eso que hiciste. Imagino que has hecho lo mismo con Raquel —dedujo ella, yo asentí—. Claro. Bueno… no lo hagas. Hubieras visto tu cara, parecía que ibas a soltarle un golpe.
—Ganas no me faltaron.
—¿Y luego, qué? Las cosas no se resuelven así. ¿Qué pensabas hacer? Se pelearían y luego, ¿qué? Ya no podríamos volver aquí… o peor, a ti te podrían llevar al bote. Y créeme, yo sería la primera en contarle todo a la policía, te lo merecerías por menso. Agarrarse a los golpes no resuelve nada… y bien que lo sabes. Nunca te has peleado.
—Sí, sí… ya. ¿Nos vamos? —pregunté, levantándome y tomando una de las bolsas.
—Sí… pero antes. ¿Vas a dejar de actuar raro conmigo?
—Sí, ya… —inhalé hondo y volteé a verla—. No me voy a entrometer si alguien más te vuelve a sabrosear con la mirada.
—¿Qué? ¡Ash! No… ¡AH! —gruñó, ofuscada—. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras —bufó sacudiendo sus manos como si tuviera mi cabeza y la sacudiera—. Ve y peléate con quien quieras, total. Me refería a nosotros… —dijo con voz más amable— has estado raro conmigo desde…
—¿Desde que te metiste a ver cómo mamá y yo cog… —Me detuve antes de terminar la frase y miré alrededor por si alguien podría haberme escuchado—. Pues, perdón —gruñí en voz baja—. Entraste y te fuiste sin decir nada. Y luego, te portaste como si eso no hubiera pasado. Pero con eso de que “no debo de darle tanta importancia”…
Estaba hablando bruscamente, el coraje todavía afloraba en mí y estaba volcando mi frustración en ella. Claro que seguía enfadado con el cajero y claro que me molestó que ella me regañara así. En el fondo, sí sabía que ella tenía razón y eso, tal vez, era lo que más me enojaba. Ella se quedó callada, se encogió y la mirada que me echó cuando alzó la cara fue totalmente distinta. La luz de la farola apenas nos iluminaba por las hojas de los árboles, desde mi perspectiva, parecía una criatura ocultándose, se veía vulnerable.
—Luís… yo… eh… quería preguntarte algo —dijo con un hilo de voz. Apenas pude oírla y tuve que acercarme y dejar la bolsa de nuevo en el suelo—. Ahora que Raquel va a salir… yo… —volvió a hacer una pausa larga. Volvió a agachar la mirada—. ¿Le contaste lo que pasó?
—¿Qué? ¡No! —exclamé, agobiado por la sospecha—. No, pues no —intenté decirlo con más calma.
—Mamá tampoco le ha dicho nada. Creo que todos sabemos cómo se pondría, de intensita —dijo, sobándose la muñeca, algo que hacía cuando éramos niños y algo le daba pena—. Bueno. Yo… estaba pensando. Ahora que ella no va a estar… Quería ver si…
Era un martes. Tere y yo acompañamos a Raquel a tomar su autobús y la vimos alejarse con sus compañeros. Parecían muy emocionados, era como un grupo escolar que iba de excursión. La venezolana rodeó mi cuello con su brazo y me susurró al oído.
—Al fin, solos —Me besó con pasión desmedida, provocando murmullos a nuestro alrededor—. Tengo tantas ganas de llevarte a casa conmigo, bebé —dijo con su dedo haciendo círculos en mi pecho—. Pero le prometí a mami y a Juls que no iba a estropearles la velada. Eso sí —añadió mientras su otra mano me provocó un escalofrío al colarse dentro de mi camisa—, ya me estás quedando a deber y se te está acumulando, papi. Voy a tener que cobrármelas como aquella vez, vete preparando.
Ella sabía. No me sorprendía, después de todo, Julia y ella se llevaban bien. Sabía que ambas se habían visto por casualidad en un par de ocasiones después del viaje, así que no me pareció extraño que supiera.
Esa noche, cenamos los tres, mamá, Julia y yo; desnudos los tres. Julia se mostraba algo apenada todavía, pero mamá y yo habíamos platicado antes de que ella llegara. Le conté lo que mi hermana mayor me había confesado aquella noche frente al mar y le dije que lo mejor para todos sería actuar con naturalidad y soltura, para que ella no se sintiera incómoda. Platicamos, bromeamos y reímos. Sacamos unas cervezas, mamá puso música e invitó a su hija a bailar. Ella estaba muy alegre de poder disfrutar compartir la desnudez con su hija, sin tapujos y sin miradas incómodas.
Julia fue desinhibiéndose conforme pasaba el tiempo y las latas de cerveza se vaciaban, al punto de que ella se alió con mamá para levantarme de la silla y acompañarlas. Obviamente, mi hermana guardaría su distancia conmigo y con mamá, pero ésta aprovecharía para que su cuerpo y el mío rozaran de formas cada vez menos sutiles.
En algún momento, terminé pegado a su espalda, con mis manos en sus tetas, mis labios en los suyos y mi verga, dura como piedra y pegada al canalillo entre sus nalgas. Para nuestra sorpresa, Julia no le dio importancia y siguió bailando, completamente despreocupada y quitada de cualquier rastro de pena o incomodidad. Eso sí, pude descubrirla mirando de reojo a nuestras entrepiernas. Cuando me separé de mamá, le regalé una buena vista de mi verga erecta y ella no disimuló más.
—Bueno —dijo con una sonrisa—. Ya se está haciendo tarde. Buenas noches.
—Que descanses —respondió mamá cariñosamente.
Nos sonrió y se retiró a su cuarto. Mi madre me sentó en el sillón y procedió a sentarse en mi regazo, acomodando mi rifle entre nuestros vientres y acariciándome la nuca mientras le comía sus melones. Sus caderas se meneaban, provocándonos más tensión y nuestras bocas volvieron a encontrarse. Estábamos muy cachondos, le estaba agarrando gusto al faje, al “morreo”, como le decía Emma. Mis dientes mordisqueaban su pezón, mi índice ya había profanado su esfínter y hurgaba en sus adentros para seguir escuchando su respiración pesada sobre mí. Le sugerí que continuáramos en su habitación y ella se estremeció.
—¿Y si mejor usamos tu cama? —ronroneó antes de bajar a lamer mi oreja.
—Pero allí no nos podrá escuchar bien Julia.
Sólo eso hizo falta. Una sonrisa y una mirada felina fueron su respuesta. Quise poner a prueba mi fuerza y subimos las escaleras con ella asida a mí. Fue difícil, más por el constante roce de mi verga en su entrepierna, la cual recibía la punta que se colaba en su canal involuntariamente con cada paso que daba, cada escalón que subimos, apenas lo logramos.
Lo hicimos como animales. Sabía que mamá estaba encantada con la idea de que Julia nos escuchara porque no paró de gemir, de pedirme más y de decirme que esa noche ella era mi puta, mi perra y que estaba para satisfacerme. La puerta, deliberadamente entreabierta, habría permitido a quien quisiera fisgonear hacerlo sin problemas. Y cada vez que alguno de nosotros llegaba al orgasmo, mi mente se volcaba a lo que podría haber detrás de la rendija en el umbral de la puerta. Las ganas de que mi hermana mayor entrara a ver como había ocurrido en Tulum me hicieron descontrolarme aún más. Mis tratos hacia el cuerpo de mi madre se habían vuelto poco menos que una barbarie. Sus mejillas, sus nalgas, sus tetas ya estaban al rojo vivo, había marcas de manotazos y mordiscos por doquier. Pero en ella no había más que una mueca de placer, una sonrisa de quien está a punto de desvanecerse.
—Raquel me dijo que te usara sin pedir permiso para calmarme la verga —gruñí después de venirme en su cara. Mi mano le elevaba el mentón, tenía un ojo cerrado por el semen que amenazaba con entrar en él y su lengua le recorrió la sonrisa—. Eso te gustaría, ¿verdad?
—Sí. ¡Sí! —respondió, jadeando y asintiendo rápidamente—.No me pidas permiso, no importa a qué hora sea. Úsame cuando quieras.
El trato se selló con mi garrote entrando intempestivamente hasta su garganta, provocándole una arcada de la que no se pudo librar. Mis manos la sujetaron mientras me cogí esa boca hasta liberar un último chorro y terminar de vaciar mis huevos en ella. Y como si una claqueta se hubiera cerrado y alguien más hubiera gritado “corte”, me agaché para abrazarla. Su rostro estaba desecho, el maquillaje corrido siempre se le veía fantástico después de coger y la sonrisa plena que me devolvía era lo que me permitía dormir tranquilo después de tanto maltrato. Su cuerpo cálido y suave siempre me reconfortaba. La ayudé a levantarse y cuando le acerqué una toallita húmeda para que se lavara la cara, la sorprendí recogiendo mi leche semitransparente con el dedo para llevárselo a la boca.
—La verdad, sabe mejor cuando te tomas el agua —dijo antes de volver a chuparse el dedo.
—¿Será esa agua o será el sabor de tu maquillaje?
Nos reímos y de todas formas, le pasé el paño con suavidad por el rostro. Su piel aún se veía un poco quemada por el sol de la playa, acentuando el bronceado que solía tener antes y que había ido perdiendo en los meses anteriores. Nos recostamos en su cama, pero ella me corrió y me recordó que debía irme a mi cuarto.
Ese era el plan después de todo. Entré después de ducharme rápidamente, cuando terminé de secarme, una figura apareció en mi puerta. Entró y cerró la puerta con seguro tras ella, la luz que se colaba de mi ventana la hacía verse como un fantasma, un fantasma desnudo.
—¿Está… bien? —dijo sin moverse y como si me preguntara por alguien más—. ¿Ya no se va a levantar?
—No creo. —respondí, agarrándome el miembro flácido y agitándolo un poco—. Mamá se encargó de…
—Ya, ya —me interrumpió mientras avanzaba hacia mi cama—. Los oí muy bien. Fue peor que oírlos a ti y a Raquel. ¿En verdad le gusta que la trates así? —me preguntó antes de sentarse del lado opuesto del colchón.
—¿A mamá? —dije, recostándome y extendiendo los brazos, con mis manos en la nuca—. Sí, así le gusta. No creas que es cosa mía —me apresuré a aclarar, adelantándome a sus sospechas—. Ella ya era así desde antes de que la “hipnotizara” —dije, haciendo comillas con mis dedos y volviendo a ocultar mis manos tras mi nuca—. Fue un placebo para que actuara como ella en verdad le gusta, como la gente que se emborracha para “agarrar valor”
Eso era en parte verdad. Digo, sí la hipnoticé de verdad, pero esa había sido la intención. La expresión en la cara de Julia era la que cabría esperar de una hija que estaba procesando aquel lado masoquista de su madre en el sexo. Contrariada como estaba, de todos modos, se acomodó junto a mí y nos cubrimos con las sábanas.
El plan era volver a dormir juntos, sin ropa y sin hacer nada más. Aquella noche en el parque, Julia me confesó que había querido volver a experimentarlo. Ella le había contado a mamá y por eso sabía que tenía que dejar a mi miembro completamente fuera de combate, porque sólo así podríamos intentar replicar lo que había ocurrido esa vez. Su cuerpo estaba frío y para mi sorpresa, se pegó de inmediato al mío y al poco rato, igualamos nuestras temperaturas. Las noches en el Norte son diferentes a las de el Caribe, acá sí hacía un poco de frío en la noche, sobre todo en la madrugada.
No vacilé en pasar mi brazo debajo de su costado y abrazarla como ella me había dicho que hiciera en el resort. Su pie frotó mi pantorrilla y terminó por acomodarse encima de mi tobillo. Tal vez estaba tanteando el terreno y comprobar que en mi entrepierna no había actividad, tal vez no.
—Si te acaloras, dime y me volteo —murmuré, somnoliento.
—Sí, gracias —escuché su voz resonar desde el interior de su espalda.
Permanecimos callados un buen rato, la verdad yo estaba a nada de dormirme. Después de todo, con el sexo y después de la ducha, me había relajado muchísimo. De pronto, ella se giró y quedamos mirándonos cara a cara. Mi cabeza quedó un poco por encima de la suya y se acurrucó con su frente en mi pecho, yo sólo atiné a frotar su espalda.
—Descansa —la arrullé, sobando su hombro.
—¿Luís? —Escuché su voz como con eco, estaba quedándome dormido.
—¿Sí? —gruñí apenas.
—Gracias.
En algún punto de la madrugada, me desperté para taparnos con el edredón y descubrí que mi amigo no estaba tan dormido como esperaba. Rápidamente, me giré para darle la espalda a Julia para que no se diera cuenta. Estaba tan nervioso que creí que no podría volver a dormirme, sobre todo cuando sus manos me buscaron y sentí sus pechos pegarse en mi dorso, mi pulso se aceleró y por más que intentaba, mi erección no se bajaba. Ella estaba dormida, podía escucharla roncar débilmente, pero su respiración pesada directo en mi piel me provocó un par de escalofríos. Una pierna se puso sobre mí y ahí entendí que no me iba a dejar ir. Como pude, fui calmándome hasta que volví a abrir los ojos y ya estaba por amanecer.
—¡Por fin! —Escuché una voz suave detrás de mí—. Me daba miedo moverme y ser yo la que te despertara.
Seguíamos en la misma posición… y mi verga seguía parada. Por suerte, las cobijas me cubrían. Ella se levantó y se estiró extendiendo sus brazos hacia el techo. Su piel lucía tersa, su espalda se tensaba y relajaba, al igual que sus pantorrillas cuando elevaba los talones… y su trasero. No era tan grande como el de mamá, pero era redondo por debajo, podía adivinar los pliegues de su vulva.
—¡Y te quejas de cómo me ven otros! —rio al girarse. Sus manos estaban en la cadera y sus pechos se mecieron por inercia—. ¡Ya mejor tómame una foto!
—¿Puedo? —pregunté, bromeando.
—¡Ash! —renegó—. ¡Era…
—Ya, ya —me apresuré a aclarar—. Es broma, es broma.
—¡Qué gracioso! —me soltó con ironía, aunque no estaba realmente molesta—. Como si no te bastaran con las fotos que te anda Tere.
Me tomó un poco desprevenido, pero me hizo recordar algo. Raquel había estado reportándose durante el viaje, avisándome cuando llegaron, cuando acabó la función y cuando llegaron al hotel. Sin embargo, en mitad de la noche, me había enviado una foto de ella en el baño de su habitación. El pantalón de su pijama no estaba a la vista y su blusa estaba levantada, mostrando al espejo y a la cámara sus atributos, separando los labios de su rajita con el pie de foto: “Te extraño”.
—¡Agh! —exclamó Julia con disgusto al ver la pantalla del celular cuando se lo acerqué—. Eso no es romántico, es sólo… vulgar.
—Yo creo que pueden ser ambas al mismo tiempo —dije, con una sonrisa cínica—. Digo, ella al menos lleva ropa puesta y tú…
—¡Ay! ¡Pero yo no ando haciendo esto! —protestó, poniendo la mano frente a su entrepierna e imitando el gesto de los dedos de Raquel en la foto, pero sin tocarse su intimidad —. Ya tampoco me porto como animal en celo cuando veo que la traes parada.
Algo hizo clic en mi cerebro. No pensé, sólo me quité las sábanas de encima y le mostré nuevamente mi erección y fue como si aquello la inmovilizara por completo, como si la hubiera hipnotizado con sólo mi tranca. Se quedó callada y yo separé las piernas para que no perdiera detalle, sujetando mi verga por la base. No había nada de malo en mostrársela, después de todo, habíamos dormido juntos, ¿no? Se acercó lentamente hasta quedar en el borde del colchón, pero sí mantuvo su distancia.
Me preguntó por qué estaba así, consternada por pensar que ella lo había ocasionado (y un poco, sí), así que le hablé un poco sobre la naturaleza de mis erecciones matutinas, esas de las que Raquel o mamá solían encargarse antes de irse a trabajar.
—Pero… —dijo, genuinamente intrigada—. ¿Es porque sueñas que tienes sexo o…
—Ni idea —respondí con sinceridad—. Casi nunca me acuerdo de mis sueños, pero lo dudo. Es algo que suele pasar. Si me espero, se calma sola.
—Ya… B-bueno —balbuceó, algo aliviada y se puso de pie otra vez—. Mejor me voy. Ya casi es mi hora de levantarme, mejor me baño desde ahora.
—¿Quieres que te prepare algo? —pregunté, levantándome también, sin perder la oportunidad de restregar mi rifle una vez más— ¿Unos huevitos?
—¿Es un albur? —me preguntó, incrédula pero con actitud retadora.
—¡No! ¿Qué? Ja, ja, ja —me partí de la risa—. ¡Era en serio! Palabras limpias, te lo juro.
—Entonces, sí. Je, je, je —contestó con una sonrisa y agitando la cabeza—. Mejor pregunto antes de comprometerme.
—Tú sabes que si pides, se te da —le dije, bromeando.
—Conste, ¿eh? —me advirtió ella, siguiéndome la broma.
—Mientras no me quieras picar el culo…
Ella lanzó un grito de indignación y se alejó, eso sí, aguando una risa mientras se dirigía a su cuarto.
Hice el desayuno y ella bajó a desayunar directamente del baño. Llevaba la toalla en el cabello a modo de turbante, pero debajo, no llevaba puesto nada más. Aunque estuviera acostumbrado al nudismo, aunque ya la había visto desnuda en la playa, era diferente verla así en la casa.
—Se te van a caer los ojos —bromeó mientras recogía su plato y me daba un beso en la mejilla—. Gracias, extrañaba que me hicieras el desayuno.
—Cuando quieras —le dije gentilmente.
—¡Conste! —dijo antes de alejarse dando brinquitos hacia el fregadero—. Oye… estaba pensando… ¿podemos repetir?
—¿Quieres más huevos? —pregunté sarcásticamente.
—¡Ah! —resopló ella y corrió a abrazarme por detrás de la silla—. Ya sabes a qué me refiero. No sé por qué, pero me gusta eso de dormir… así.
—¿Desnudos?
—Sí… —volvió a suspirar, no se dio cuenta de que su aliento fue a dar en mi nuca y aquello me provocó un escalofrío… y algo más—. No sé, me gusta. Me alivia que tú y mamá lo entiendan —Eso era mentira, realmente yo no entendía absolutamente nada—, pero no creo que podamos hacerlo otra vez con Raquel de nuevo en la casa.
Esas fueron sus palabras. Me volvió a besar la mejilla y eso fue todo. Se vistió y para cuando se fue, mamá apenas se había levantado. También le preparé su desayuno, sólo que, antes de sus huevitos, le tocó probar salchicha y leche en cuatro patas, debajo de la mesa. Una vez bien desayunada, me pidió detalles de lo que pasó con Julia. No parecía albergar sospechas o ilusiones de que hubiera pasado algo entre ella y yo, pero sí estaba naturalmente intrigada. Le conté todo, tanto cómo había sido esa noche y como también lo que pasó en Tulum antes de que ella llegara. Una sonrisa nerviosa se le dibujó al enterarse que Julia la había escuchado rogarme que la cogiera, pero eso hizo que tuviera más sentido lo que ocurrió después. Al terminar mi relato, aunque parecía confundida por las acciones de su hija, me respondió con frivolidad.
—Bueno. A ver qué pasa después.
Y lo que pasó después fue un auténtico huracán. Primero, Raquel regresó de su viaje hecha una fiera. Estaba eufórica, la presentación había sido un éxito y ya se estaba hablando de más funciones en otras ciudades cercanas. Además, abrieron otras fechas en nuestra ciudad, todo pintaba viento en popa para mi hermanita. Todo esto, se tradujo en un carisma desbordante, una seguridad apabullante… y un libido casi incontrolable. Era curioso, por primera vez desde que habíamos empezado a tener sexo, se volvió común no hacerlo diariamente. Eso sí, cuando lo hacíamos, se volvieron en sesiones más intensas y no necesariamente cortas.
Y un par de ocasiones con Raquel (con las debidas intervenciones de mi madre también) fueron suficiente preparación para lo que me ocurrió cuando Tere me citó en su casa. Mamá y Raquel estaban informadas de que pasaríamos el fin de semana juntos, sólo ella y yo. Tal y como me había advertido, se repitió lo de aquella noche y me deslechó hasta dejarme literalmente seco, hizo valer cada palabra. Esa mujer me arrancó cada orgasmo de mí como si estuviera cobrándome una deuda. Cogimos hasta que caí rendido, sólo para descubrir a la mañana siguiente que mi verga fue ordeñada incluso estando yo inconsciente, afirmación que estaba respaldada en video y que había sido compartida a mi hermana y madre. Si ya había experimentado qué se sentía ser devorado, en esa ocasión supe cómo era ser engullido, masticado y escupido.
La parte buena de todo eso, fue disfrutar de los lujos que mi novia me ofreció. Quedarme en esa cama tan cómoda, fresca y suave hasta bien entrada la tarde. La venezolana me consintió con manjares cuyos nombres ya ni recuerdo. Probamos vino y vimos una película en la pantalla enorme que tenía.
—No esperaba menos —dijo con voz indiferente mientras me acercaba una fresa a la boca para que callara y así ignorar olímpicamente mi reclamo por casi matarme con su lujuria insaciable—. Sandra tiene razón, ahora tu leche sabe mejor. Dicen que la piña se nota más, pero me gusta que sea un sabor más sutil. Tú, muy bien ahí.
—¿Vas a hacerme esto cada que volvamos a coger? —dije con la boca casi llena— ¿Debo conseguir un seguro de vida?
—Sólo si sigues desatendiéndome así —respondió, jalándome el pelo levemente—, dejando pasar tanto tiempo. Soy tu novia, ¿sabes? —añadió dándome un golpecito en el brazo.
—No sé, dime tú —respondí, retador—. Tú eres la que has estado más distante desde el viaje.
—Cariño, he estado ocupadísima últimamente —dijo llevándose la mano a la frente—. Ese viajecito no costó dos pesos, ¿sabes? Me he estado moviendo para conseguir platica, cobrando a quien me debe —agregó, volviéndome a soltar un manotazo suave en el hombro—. ¡Ah! —suspiró después de una pausa— Estoy pensando en empezar un negocio. Mi propio gimnasio.
—¿En serio? ¡Qué bien! —la felicité genuinamente, elevando la mirada para verla sonreír sin mostrar los dientes, viéndome con ojos entrecerrados—. ¿Y en dónde lo pondrás? ¿En frente de donde trabajas ahora?
—¡Ay, no! ¿qué dices? —chilló, ridiculizando mi comentario—. ¿Sabes lo que gano aquí? ¡No tienes ni idea! —canturreó antes de llevarse otra fresa a la boca—. No, nene. Me están ofreciendo un local en Guadalajara, ya fui a verlo y todo.
—¿Qué? —exclamé, tratando de levantarme, pero ella posó su mano gentilmente sobre mí y puso otra fruta en mis labios, mi señal para callar.
—Pues eso —dijo con parsimonia—. Pienso abrir un local allá. He estado viendo a amigos y gente de confianza, en quienes sí confío —enfatizó— y algunos ya me confirmaron que sí le entrarían. Ya tengo entrenadores, recepcionista, conserje y un contador de confianza. Aunque —añadió con voz sugerente— podría haber lugar para un masajista…
—¿Ah sí? —fingí no entender la indirecta—. ¿Y ya pensaste en alguien?
—Pensé en alguien, pero está muy ocupado cogiéndose a su hermana y a su mami como pa’ querer irse a Guadalajara.
—¡No mames! —exclamé sin tomarla en serio—. ¡Estás loca!
—Sí, ¿y qué? —espetó—. La verdad —continuó con voz más calmada—, das buenos masajes y ahora, con tu papelito, te puedo abrir un espacio. Hay una oficina allí que yo jamás usaré, la podemos habilitar para que des masajes —siguió explicando, deslizando una vez más su palma sobre mi pecho—. Y como sé que no quieres trabajar para otros, te dejaría trabajar como independiente. Tú atiendes a tus clientes ahí y sólo me quedaría con una pequeña comisión a modo de renta, sin monto fijo, depende de qué tanto te sepas .
—Ya lo tenías planeado y todo, ¿eh? —respondí fríamente—. ¿En serio quieres que me vaya contigo a Guadalajara?
—¿Conmigo? —exclamó, sorprendida—. La idea era quedarme trabajando aquí en lo que el lugar genera ganancias, nene —dijo con indiferencia—. Pero si lo que hiciera falta para que me digas que sí es que deje todo aquí y me vaya a vivir con mi amorcito, masajista, que me coge como me gusta —susurró melosamente mientras su mano bajaba por mi vientre—; yo, le entro. ¡Piénsalo! —suspiró por encima de mi oreja— Conmigo, tendrías casa y coche propio, papi. Me encargaría de que nada te falte… —ronroneó, surcándome la piel con sus uñas—. Pero… —añadió volcándose hacia atrás, alejándose un poco de mí y tomando otra fresa para masticarla sonoramente—. Eso nunca pasará. Nunca te alejarías de mami ni de tus hermanitas. ¡Por cierto! ¿Ya te cogiste a Juls?
Sólo hice un gesto con mis cejas, de desaprobación y reproche. Me pareció de mal gusto que volcara el tema de conversación tan bruscamente más que la pregunta en sí. Ella sólo bufó.
—¿En serio? ¡Oy! —refunfuñó, levantándose de la cama— ¡Es que son gafos los dos! —siguió quejándose mientras rellenaba su copa— “¡Bolsas!”, les diría mi tía —continuó agitando suavemente el líquido rojizo dentro del cristal frente al espejo, con la mirada perdida. Parecía realmente molesta—. ¡Está peor que Sandra! ¡Oye! —dijo, caminando de vuelta para acurrucarse detrás de mí— Al menos ella se daba cuenta de lo que en verdad sentía…
Ella misma optó por callarse con el vino y preferí no ahondar más en el tema. Escucharla hablar de Julia así me ayudó a ver que no era el único que veía lo raro en el comportamiento de mi hermana. Por más que me había intentara convencer de que era algo de esperarse en alguien “normal” como ella después de todo lo loco y degenerado que le había tocado vivir en nuestra casa; definitivamente había muchas cosas que no cuadraban entre lo que veía hacer a Julia y lo que decía.
En presencia de Raquel, seguía actuando con desinterés e indiferencia. Porque mi hermanita no se aguantaba las ganas de insistirle que se desvistiera en casa, llegó a agarrarle los pechos y agitárselos por encima de la playera o el camisón, asegurándose de que ocurriera frente a mamá o a mí. Y la hermana mayor sólo pretendía que aquello ni le molestaba ni le afectaba, empeñada en no darle a la menor el gusto de sacarla de sus casillas.
Pero cuando mi hermanita no estaba cerca, Julia me soltaba comentarios sobre mi desnudez, mi verga o hacía chistes sexuales de Raquel, Tere o mamá. Eso sí, seguía con su postura de superioridad moral, mostrándose como la única cuerda en la casa… y eso no lo decía tan de broma. Mi madre, por su parte, adoptó el papel de madre “buena onda”, intentó mostrar su apoyo a la mayor de sus hijas, optando por no insistirle en nada. Y pareció funcionar, porque Julia empezó a mostrarse más cercana con ella, metafórica y literalmente. Era obvio que mamá era cada vez más física con su lenguaje de afecto hacia ella. Que si besarla en la mejilla con frecuencia, que si tomarla de la mano, que si un roce “accidental” en sus curvas… y su hija, actuaba como si no fuera nada. Yo, como observador, sólo podía ver cómo la tensión no sólo crecía entre ella y yo, sino también con nuestra madre. Claro, como dije, sólo cuando mi hermanita no estaba en casa.
Porque volvió a ocurrir, Raquel tuvo que salir otra vez a una función foránea… y el escenario de aquella vez se repitió. Todo. La cena, la cerveza, el baile y el cogidón con mamá. Esta vez, ni siquiera entrecerramos la puerta y aunque Julia no se asomó ni por equivocación hasta que vacié mis bolas en mamá y me retirara, sí me estaba esperando en la cama cuando salí de bañarme. Hice la broma de sacudirle mi pene flácido a una distancia prudente y ella, aunque dijera que era tonto e inmaduro, no aguantó la risa.
Esta vez, no nos dormimos de inmediato y pudimos platicar un poco, como hacía mucho no lo hacíamos. Frente a frente, desnudos y con sólo la luz que se colaba de la ventana. Era agradable verla así de contenta y relajada, como aquella noche que platicamos a lado del mar. Aunque esta vez platicamos de tonterías, de música, de comida, de formas de pensar… fue igual o más agradable. Ella me dio la espalda y cuando volví a rodearla con mis brazos, entrelazó los dedos de su mano con los míos.
—¿No te parece que esto ya raya en lo romántico, señorita “somos hermanos”?
—¡Ay, por Dios! Sólo cállate y dame ese gusto. Tú dijiste que pidiera y se me daría.
—Eso dije, ¿verdad? Ni modo, me callo el hocico, pues. Buenas noches.
Le besé la mejilla sin vacilar, aquello lo hice con cariño fraternal sincero y se sintió bien. Al despertar, todavía estaba oscuro y Julia ya no estaba a mi lado. La puerta de mi cuarto estaba cerrada y con el frío de otoño, sólo me acomodé y volví a dormir. Para cuando desperté ya era de mañana, mamá fue la encargada de hacer el desayuno antes de despedirse de mí. Revisé mi celular y casi en ese preciso momento, me llegó un mensaje de Julia.
El corazón me dio un vuelco. Ese cuerpo lo había visto tantas veces y hasta sentido junto al mío, pero el impacto de ver esa foto en mi teléfono fue simplemente demasiado. Era mi hermana mayor, desnuda frente al espejo de su cuarto y esbozando una sonrisa que apenas cabía en la imagen.
No había terminado de analizar la foto a detalle cuando un nuevo mensaje llegó:
Muéstrale esto a alguien y te mato.
Me despertó tu pito, menso.
Cuida eso a la próxima.
Está siendo muy interesante esta dinámica con Julia!
ResponderBorrarCada uno tiene seguro sus fantasías pero en lo personal, esa dinámica de dormir juntos desnudos, de quiero pero no quiero, me gusta mucho.
Bien manejado lo de Raquel, excusa perfecta lo del teatro para sacarla de escena y que puedan compartir nuestros protagonistas del momento.
La relación con Tere, esa amistad, ha sido un buen toque también.
Juls y Luis necesitan una noche solos solos. Ojalá Sandra también tenga…no sé, un día de inventario en el trabajo que la haga quedarse toda la madrugada. Así podremos ver otras facetas de la relación que se está desarrollando.
Y el final del capítulo, broche de oro con esa foto.
No quiero aportar ninguna idea sobre la trama por venir porque lo estás desarrollando, para mi gusto, estupendamente. Solo espero con ansias la próxima entrega!
Gracias por continuar esta historia.
¡Guau! Miles de gracias por tus comentarios y el apoyo, de verdad. No puedo agregar algo más.
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