Un show en Playa Rubí



Mamá estaba sobre la cama, apoyada sólo con sus rodillas y su cara en el colchón. Mi boca estaba saciándose con sus mieles para acompañar el último vaso de agua rojiza que me insistió beber. De nuevo sentía ese calor implacable que emanaba de mi nuca y mi espalda, no sé qué propiedades tuviera esa dichosa agua, pero ahora me sentía como si fuera capaz de levantar a esa mujer sin problemas. Pero en ese momento estaba pegado a su almeja, esa fruta dulce y húmeda. Era vil instinto, unas ganas irrefrenables de seguir lamiendo, chupando y hasta mordisqueando sus labios hinchados; eso sí, no sin pasar a lamer su otra entrada de vez en cuando.

Ella gemía de varias maneras. Desde alaridos prolongados y lastimeros hasta aullidos contenidos, interrumpidos en pujidos y jadeos. Me encanta oírla. Una mujer que se muestra (y es) tan fuerte, tan capaz e independiente y que es tan respetada por todo mundo; que se deshaga de placer por mis manos, mi lengua o mi verga… Hay algo en eso que me resulta enervante a más no poder. No era momento para pensar, pero aquella era una de las razones por las que amaba a mamá, un motivo por el cual no podría quedarme con alguien más si eso significara perder esa sensación que estaba haciéndome hervir una vez más. 

Ya había preparado lo suficiente su ano, podía meter y sacar mis dedos dentro de ese espacio con soltura. Ella sabía que iba a metérsela por allí y se acomodó, arqueando la espalda de manera que mi verga resbaló con mi saliva sin problemas hasta casi entrar completa. Agachó aún más su cabeza, pegándola al colchón y rugió con gusto. Me moví lentamente, ella sabía cómo hacer que su interior se adaptara a mí, esos pliegues húmedos fueron cediendo con cada milímetro que entraba y salía, apretando lo suficiente para sentirse suaves, a la medida. 

—¿Lo quieres fuerte? ¿Lo quieres duro? Dime. 

—¡Sí! ¡Sí! ¡Haga de mí lo que quiera, señor! Se lo pido. 

Mis manos se regodearon en su culo, no podía tener suficiente con esas nalgas grandes y rebosantes. Yo sabía que quería que le diera duro, su cadera la delataba y retrocedía por instantes para ensartarse mi sable ella sola, pero se detenía. Eso significaba que yo haría lo opuesto. Mamá era la única con la que podía llevar al extremo mis juegos de resistencia, Raquel y Tere no los disfrutaban tanto como ella y terminaban perdiendo la paciencia, pero mamá aguantaba hasta el punto de sudar, llorar y berrear; pero sin desobedecer. 

Lentamente, seguí torturándola. Incluso acerqué la mano a su nuca y con un giro de muñeca, tiré de su cabello hacia atrás. La curva de su espalda se pronunció y la boca de su esfínter apretó aún más. Era difícil, pero logré contenerme a base de más humillaciones verbales. Usando las contracciones de su cuerpo y mi verga como mi sensor, había descubierto que a mamá le excitaba cuando le decía que era una puta y una cerda, pero nada se comparaba a que la llamara “perra”. 

—Eres una perrita desobediente, ¿eh? —le gruñí como a ella le gustaba y me agradeció con un contoneo de su cabús—. ¡Por eso no te estoy dando lo que quieres! —Le grité soltándole un azote más a su culo, ya rojo—. ¡No me dejas ni dormir a gusto!

—¡P-perdón! ¡AH! ¡Perdón! —aullaba ella. 

—¡Sólo lo haces para hacerme enojar! —seguí castigándola, estocándola con fuerza en lugar de azotarla, valiéndome de su cabello como refuerzo. 

Ella sólo seguía aullando, pero sus adentros estaban apretándome en varios sitios al mismo tiempo, era impresionante cómo parecían tener vida propia. No aceleré, sólo la penetraba duro hasta el fondo y retrocedía lentamente. Un comentario más, una embestida violenta más. Fui quedándome callado, sólo me enfoqué en mantener ese ritmo, estaba entrando en una especie de trance. 

Pude ver por el rabillo del ojo que la puerta se empezó a abrir silenciosamente, pero no me detuve, ni siquiera cuando vi la cara de Julia asomarse. Ella entró y cerró la puerta sin hacer ruido y de nuevo con el índice bloqueando su boca, pidiéndome que mantuviera la mía cerrada. Yo empecé a sentir una nuevas descargas de adrenalina en la sangre con cada embestida, no me di cuenta de que estaba acelerando. Nos estábamos viendo directamente mientras yo estaba cogiéndome a nuestra madre por el ano, jalándola del cabello.

Primero, sólo se quedó allí, viéndonos sin decir nada ni revelar su presencia a mamá. Por unos instantes, creí que sólo había entrado a buscar algo y que pensaba retirarse lo más pronto posible. Esa era su forma de actuar en casa cuando se nos olvidaba cerrar las puertas y nos veía por el pasillo o de reojo cuando estábamos en la sala; siempre procuró actuar de manera indiferente y alejarse en silencio. Pero ahora, parecía que algo la estaba deteniendo. Se había quedado parada, a un paso de la puerta que acababa de cerrar a sus espaldas. Su mirada estaba clavada en el sitio donde aquellas nalgas redondas rebotaban y mi verga desaparecía entre ellas. Agité mi cabeza para hacerla mirar en mi dirección, alcé mis cejas, tratando de comunicarme con ella y averiguar qué era lo que quería.

—Oye, mamá —dijo de pronto, volviendo a fijar su vista en el sitio donde mi pelvis impactaba—. ¿No has visto mis lentes de sol?

Nuestra madre pegó un brinco y gritó del susto, yo tuve que detenerme porque su ano se apretó tanto que me paró en seco (bueno, eso de "seco" es un decir). Jadeó un par de veces, incapaz de ver a Julia a nuestro costado, sólo giró la cara en su dirección. Su interior me sujetaba firmemente y mi mano comenzó a sobar la piel de sus glúteos y muslos, intentando calmarla un poco. Aquello surtió efecto y pude volver a moverme dentro de ella. Lentamente, mi verga comenzó a retroceder... 

Pero yo no pensaba parar.

—¡AY! ¡AH! ¡Ah! ¡Lu-Luís! ¡Hijo! ¡Espera! —me dijo entrecortadamente, manoteando a ciegas en mi dirección. 

—S-sólo quería preguntarte si había dejado mis lentes en tu cuarto —se apuró en decirle Julia, como intentando distraer a mamá. Aquellos pliegues internos volvieron a reaccionar a esa voz y me apretaron una vez más; aunque esta vez, sí pude seguir moviéndome—, pero, como está cerrado...

—¡Hija! ¡AH! —intentó hablar, pero se le escapó un alarido— ¡N-no! —exclamó, esta vez con voz más seria— ¡Luís! ¡Por fa- ¡Ah! vor! —me reclamó, con la autoridad de madre—. ¡Tu hermana e-está vien-do!

Fue inútil. Yo no pensaba detenerme y ella era incapaz de hacer nada al respecto gracias a que seguía sujetándola por el pelo y gracias a ello, tampoco podía voltearse a ver cómo estaba mirándome Julia. Estaba sonrojada, con los ojos bien abiertos y una mirada felina, casi hipnotizante. Su boca estaba entreabierta, casi parecía estar sonriéndome, aunque tal vez eso me lo estaba imaginándo. Lo que definitivamente no estaba imaginándome era esa mano en su entrepierna. No iba a detenerme, no tenía motivos para hacerlo. 

Mamá por su parte, empezó a retorcerse, intentando fútilmente zafarse de mí. Sus rodillas se movían, tratando de apartarse pero eso sólo terminó acerándola a la cabecera de la cama y la pared, ya que con cada embestida volvía a acortar mi distancia. Solté su cabello, pero mis dos manos se fueron a hacer presión en su espalda, sometiéndola en el colchón mientras seguía penetrándola con el mismo ritmo, lento pero constante, como si fuera una máquina. Un movimiento intenso y fulminante la hacía querer contener sus gemidos y una retirada lenta la hacía poder respirar y le daba un tiempo para articular palabras. 

—Pe… perdón, hija —dijo con voz apenada, reconociendo finalmente que no podría zafarse de mí. 

—No… no te preocupes, mamá —le respondió Julia, tratando de portarse calmada, aunque no podía ocultar su nerviosismo—. Perdóname, no es que quiera interrumpir. —Me giré a verla, un poco extrañado. Ella me miró con ojos expectantes que me pedían que guardar silencio, yo sólo seguí moviendo mi cadera—. Yo… eh… si quieres… eh… Deja entro rápido a tu cuarto, busco y ya. ¿Me prestas las llaves? 

—¡No! No puedes entrar —espetó mamá con voz estridente, una vez más, apretándome la verga por unos instantes antes de volver a relajar su interior y permitirme castigarla con una buena embestida—. ¡Ah! —gimió por descuido, pero volvió a hablarle a su hija con voz decidida—. ¡Nadie va a entrar hasta que no vengan los de limpieza! 

—¡¿Qué?! ¿Por qué? —protestó mi hermana—. Te juro que no diré na… 

—Julia, hija —la interrumpió mamá, con voz aun más firme. Hubo un silencio, en el que ni siquiera logré hacerla pujar ni resoplar con mi estocada—. No lo voy a repetir. 

La parte superior del cuerpo de mamá se puso tenso, pero la inferior dejó de oponerme resistencia. Lentamente, fui quitándole presión a su espalda y ella mantuvo la postura, con la cara pegada a la almohada, controlando su respiración para poder continuar hablando de forma normal. 

—Hija —continuó hablando, con voz no tan calmada, sino cansada—, mejor usa otros lentes. Que tus hermanos te presten los suyos. 

—E… es que… Llevo toda la mañana buscándolos —titubeó Julia, insistente— y quiero revisar primero si los dejé aquí antes de ir a preguntarle a Emma. 

Dejé de prestar atención a la conversación, me disocié pensando en lo poco convincente sonaba. Mis caderas seguían impactando contra el culo de nuestra madre cada tanto y para cuando volví a la plática, las encontré todavía debatiendo. Parecía que Julia seguía terca en querer ir al cuarto de mamá y ella, aunque sonara cada vez más calmada, pude sentir en sus adentros cada que se alteraba con ciertas cosas que le decía la mayor de sus hijos. 

Me tomó un tiempo recordar: Julia había escuchado a mamá y a mí hablando del desastre de su cuarto mientras estaba escondida bajo la cama. ¿Estaba haciendo eso a propósito?

—Si quieres, te presto los míos —dije de repente. Fue como si hubiera reventado una burbuja, ambas se sorprendieron—. Creo que están en la sala. 

—¿Ves? ¡Uy! —pujó mamá cuando dejé dentro mi verga entera—. Usa los de Luís… y ya luego te aviso si los tuyos están en el cuarto, ¿OK?

—Eh… es que… quería preguntarte algo —añadió mi hermana.

Estaba claro que ella no quería irse y sonaba como si estuviera improvisando, pero me intrigó. Saqué mi verga lentamente, mamá pujó fuertemente y resopló, al igual que su abertura trasera. Julia no perdió la oportunidad de ver con ojos casi desorbitados aquél orificio completamente ensanchado y palpitante. Retiró la mano de su entrepierna y se dirigió rápidamente a la silla de ratán, cruzando las piernas antes de que mamá se volteara y pudiera verla. Con dificultad, nuestra madre se sentó en el borde de la cama, sin preocuparse por dejar su raja empapada a la vista de su hija mayor. Le tomó un tiempo recuperar la compostura antes de poder hablar. 

—¿Qué sucede, cariño? —dijo con una voz extraña. Sonaba dulce, pero podía notar cierta fatiga en ella. 

—Es… sobre… Emma —dijo con voz misteriosa. 

Empezó a contarle a mamá lo que había estado pasando con su nueva amiga, diciéndole lo confundida que estaba por dejarse convencer por una extraña de andar completamente desnuda, sobre todo después de lo mucho que nosotros le habíamos insistido. Tomó una postura completamente opuesta a la que tuvo cuando conversamos la noche anterior en la playa, por lo que no pude tomármela en serio.  Sin embargo, aquello fue como un chispazo para mamá. Fue como si de pronto se hubiera dado cuenta que Julia, su hija mayor, aquella que incluso a ella le infundía cierto miedo incomodar y había estado reacia a las prácticas que habíamos estado teniendo en casa; estaba desnuda frente a ella. Hasta me volteó a ver con preocupación y se volvió para hablarle. 

—E… es normal, cariño. Es normal que de pronto puedas sentirte en confianza con alguien completamente inesperado —le dijo con voz temblorosa—. Yo… eh… Bueno, pues, ya sabes… Tere y yo nos conocimos apenas hace poco. No es como que seamos amigas de toda la vida. 

—Aunque eso parece —comentó Julia—. Parece que se conocen de años, la verdad. 

Ambas sonrieron y continuaron con la conversación, casi como si no estuviera yo allí. Y digo “casi” porque Julia me miraba de reojo, sobre todo cuando hacía comentarios alusivos a Raquel o a mí. Mamá era la que sí parecía ignorarme por completo. También parecía no darse cuenta, pero para mí era evidente que mi hermana estaba improvisando todo sobre la marcha, era extraño. 

Yo fui acercándome a mamá, vigilando detenidamente la reacción de Julia. Me puse de pie sobre el colchón y caminé hasta situarme detrás de nuestra madre sin interrumpir su plática. Mi verga seguía dura y terminó por chocar con su sien, pero ella prefirió seguir sin hacerme caso. A partir de ese momento, Julia no rompió el contacto visual con mamá, aunque podía ver su cadera moverse un poco cada que mi miembro tenía contacto con nuestra madre, ya fuera en su cabello o en su piel. 

—Luís y Raquel piensan que yo siento algo por Emma —rio Julia—. ¡Es absurdo! Yo no amo a ninguna mujer. 

—Quizás no sea amor, cariño —respondió mamá con voz dulce, aunque apresurada—. Si a mí me lo preguntas, yo tampoco creo que podría jamás enamorarme de una mujer. 

—¿Ni de Tere? —le preguntó su hija, con una mirada suspicaz y volviendo a cruzar las piernas en sentido opuesto.

Ambas se mostraron resueltas a continuar platicando, así que yo también decidí seguir tentando un poco más. No me parecía extraño que mamá tolerara mis acercamientos y caricias en su mejilla o su cuello, estaba acostumbrada a que la molestara; pero sí me sorprendía que siguiera respondiéndole a Julia sin detenerme a mí ni correrme de allí, o bien, sin decirle a ella que podrían platicar de aquello más tarde. Era como si hablar con Julia en ese momento fuera importantísimo para ella, al igual que el que yo me quedara allí. Hice que mi glande se paseara frente a ella, en algún momento, pasó cerca de su nariz y para mi sorpresa, con un movimiento rápido, agarró mi verga y se la llevó a la boca. 

Mi hermana no pudo seguir impávida y se levantó, girándose para no vernos. Se encorvó haciendo sonoras arcadas y hasta tosió por ver a nuestra madre comerse la verga que había estado en su culo minutos atrás. Sorprendentemente, fue como si a mamá ni le importara. Siguió lamiendo hasta dejármela limpia y en cuanto le pareció suficiente, sólo siguió frotándola con su mano en silencio mientras mi hermana se reponía. Creí que aquello la haría explotar contra nosotros, ya sea por enojo o por repulsión, pero sólo se giró y nos vio con los ojos llorosos y el rostro pálido. 

—Perdón —dijo, con voz ahogada—. No… no estaba preparada para eso. 

Mamá no respondió a ese comentario, sólo siguió subiendo y bajando su palma por mi verga, lentamente. Había estado al borde de venirme hacía rato, pero en ese momento, con la calma con la que estaba usando su mano, sentí que podría aguantar durante horas. A Julia se le puso la piel de gallina y extrañamente procedió a sentarse de nuevo en la silla. En su rostro por fin me quedó claro que no iba a abandonar el cuarto.

—Puede que no sea como dices —comentó de pronto mamá, totalmente relajada y retomando la conversación en donde la habían dejado, sin soltar mi verga—. No creo que la idea de tener sexo te asuste o te deje indiferente.

—¡Bueno! —exclamó la hija, poniendo los ojos en blanco—. Dices eso después… de hacer algo así… 

—Tú sabes a qué me refiero. 

No sé por qué, pero empecé a notar algo raro en el tono de nuestra madre, incluso su mano se aceleró un poco. Julia por su parte, pareció encogerse con ese comentario. Era como si hubiera algo que yo no estaba entendiendo del todo. 

—Por ejemplo —prosiguió—, siempre te alejas cuando nos encuentras en el acto. Y ahora, no parece que te quieras ir. 

Acto seguido, volvió a llevarse mi verga a la boca. Lo hizo cuidando de que Julia pudiera ver todo sin perder ningún detalle de la escena. Ella sólo abrió aún más los ojos y puso ambas manos sobre sus rodillas, pude ver que sus dedos se tensaron, pero miró con detenimiento aquél acto. Lo que dijo mamá era verdad, algo había cambiado en ella. 

—¿Y bien? —preguntó la madre, con cierto descaro.

—Es… extraño —contestó la hija con nerviosismo—. Son mi mamá y mi hermano. 

—Pero, ¿y si no lo fuéramos? —sugirió, de pronto. Su voz cobró un matiz similar al de Raquel o Tere, incitante, atrevido, seductor—. ¿Y si fuéramos sólo una mujer y un hombre?

—Yo… eh… 

—A ver, vamos a hacer esto —dijo de pronto, enderezándose. Soltó mi rifle y se acomodó el cabello con ambas manos—. Yo soy Sandra y él es Luís —dijo con voz amable y cordial, como si se estuviera presentando por primera vez con alguien—. Tú, ¿te llamas…  

—¿Eh? —respondió Julia, confundida. 

Me miró, perpleja. Yo entendí de inmediato lo que mamá estaba intentando hacer, sólo hice un gesto con mi mano para que le siguiera la corriente. 

—Yo… me llamo Julia —dijo, visiblemente incómoda.

—Un gusto, Julia —habló mamá, con voz extremadamente amistosa, una que acostumbraba a hacer con desconocidos y que, obviamente, era raro escucharle usar con nosotros—. ¿Te molesta que hagamos esto frente a ti?

—Eh… —vaciló— No, no —se apresuró a decir—.  N-no me molesta… Sandra.

Y Sandra repitió la acción. Con mi tranca en la boca, me dio la señal para que ambos quedáramos de perfil ante Julia. Yo obedecí y miré a Julia, sonriéndole y alzando las cejas. Ella no terminaba de comprender lo que estaba pasando, pero sacudió la cabeza y me respondió con una media sonrisa, mezcla de pena y de confianza. 

A partir de ese momento, Sandra se dedicó a seguir sondeando los límites de nuestra espectadora. “¿Te molesta esto?”, “¿Y si hiciera esto?”, “¿Y esto?”; esas eran sus preguntas mientras lamía mi glande, mis huevos, se daba golpecitos con mi verga en el rostro y finalmente, se la llevó hasta la garganta. Por su parte, Julia sólo repetía “no” una y otra vez. Inclinándose poco a poco, dejando de verme y concentrándose no en mi miembro sino lo que Sandra haría con él. Sentí cerca las ganas de venirme y se lo hice saber a mi mujer, quien se apresuró a abrir la boca y sacar la lengua, deslizando su mano en mi garrote a toda velocidad hasta hacerme acabar en su rostro. 

—¡Ay, Dios! —exclamó Julia. 

—Mmm… ¡Sí! —Sandra gruñó deseosa— ¡Así! ¡No te contengas!

Era una venida monstruosa. Los primeros chorros fueron abundantes y espesos, como hacía mucho no me salían. Trazaron líneas gruesas sobre el rostro de Sandra. Dos o tres, eso era lo normal. Pero hubo un cuarto y supe que todavía no acabaría. Un quinto y último cayó y casi toda su frente quedó manchada de blanco. Era irreal. Sandra tuvo que cerrar los ojos, pero estaba sonriendo, extasiada, jadeante. Más que sorprendida, se veía satisfecha y a ciegas, su mano encontró mi escroto y lo revisó palpándolo. 

—¿Te dolió? —dijo de pronto, preocupada. Tardé en entender que me estaba hablando a mí. 

—N-no —balbuceé, estaba en shock—. Yo no… ¿Qué… ¿Estás bien?

—Astrid me insistió en que pidiera esa agua de granada —rio, recolectando una buena cantidad de semen de su cara con el dedo para llevándosela a la boca. Le costó tragar, pero volvió a sonreír—. Tiene otras cosas, no me acuerdo qué. Todo natural —se apresuró en aclarar—. Me dijo que hacía milagros, pero… ¡Uf! —degustó una vez más— ¡Hasta sabe diferente!

Escuché de pronto un par de pies desnudos alejándose a toda velocidad. La puerta estaba entreabierta y Julia ya no se encontraba. 

—¿Habrá ido a agarrar tus lentes? —dijo mamá con sarcasmo y un tono algo áspero—. ¡Ay! ¡Esto no se acaba! ¿Dónde está Raquel cuando una la necesita?

—¿Qué clase de magia negra es esta? —pregunté, un poco preocupado. 

—¡Ay, no sé! —contestó con tono desvergonzado—. Pero espero que me pase la receta, porque esto es justo lo que necesitamos para cuando regresemos a casa ¿apoco no? —añadió, con voz pícara.

Me pidió ayuda para guiarla al baño y fui su lazarillo, tuvo que limpiarse el resto en el lavabo. Se quejó de lo espeso de mi semen (¡Como si yo tuviera la culpa!) y en cuanto sus ojos pudieron abrirse nuevamente, se hincó para examinarme de cerca la longaniza. Se alegró de ver que no estaba del todo flácida y se apresuró a mamármela ahí mismo, estaba sensible pero también con ganas de más. Sentía en mis huevos la necesidad de volver a la carga. 

Enterarme de que mi propia madre me había hecho tomar alguna especie de afrodisíaco fue impactante, pero no tuve tiempo para procesarlo y sentir algo que no fuera calentura. La sangre dejó de irrigarme el cerebro y para cuando me di cuenta, estábamos de vuelta en la cama. Nos besamos con deseo, quería comérmela y ella a mí. Por primera vez, me olvidé genuinamente de que esa hembra en celo era mi madre. Su labio inferior sangró levemente por una mordida que le di sin pensar, pero aquello la hizo asirse a mí con más intensidad. Yo estaba encima de ella y mis manos no paraban de estrujar sus melones y las de ella, de surcar mi espalda y glúteos. 

Más pronto que tarde, volvía a estar dentro de ella. Ella insistió en que me quería dentro de su culo, su deseo expreso era que le llenara la cola de mi leche espesa. Ella me miraba con auténtica lujuria, verdaderamente, había desaparecido cualquier atisbo de maternidad de sus ojos. Sus gemidos y alaridos se iban tornando en gruñidos y jadeos guturales, como solían ser los de Tere. Ambos ardíamos en placer, casi de forma literal. 

Nuestros cuerpos estaban sudando como nunca y para pronto, ya habíamos dejado las sábanas empapadas. Ella se apretaba una teta con una mano mientras la otra se frotaba el clítoris sin misericordia, haciéndola jadear cada vez más fuerte. 

—¡HA! ¡AH! ¡HA! 

—Acaba cuando quieras, perrita —dije con voz gutural, sin dejar de embestirla a ritmo moderado. 

Esa fue su señal. Algún resquicio debía tener de aquella vez en que la hipnoticé, porque cada que le ordenaba venirse, lo hacía. Soltó un chillido y se encogió frente a mí, temblando, dejándose llevar por el placer del orgasmo como hacía Raquel en ocasiones. Apreté su otro pezón y me lo llevé a la boca. Ella se arqueó, sentí cómo su ano se cerraba alrededor de mi verga e hice mi esfuerzo por seguir moviéndome, provocando que su músculo se contrajera aún más. Disfruto tanto verla quebrarse así, esa mujer fuerte e independiente, retorciéndose de placer.

Dejé que recuperara el aliento y de pronto, se me ocurrió. 

—¿Quieres que te llene el culito de leche? ¿Eh? —dije, todavía con voz áspera y tirando un poco del cabello en su nuca, haciéndola fruncir más su esfínter. Ella sólo asintió gimiendo—. ¿Y qué harás cuando se te inunde el ano con mi semen? ¿Vas a tirarlo por el caño como acabas de hacer, perra? ¿Vas a desperdiciarlo así otra vez? 

—No, señor. No. 

—Tú me hiciste esto —dije, apachurrando sus mejillas con mi mano—. Tú y tu agua esa, todo porque eres una perra en celo que no podía esperar a meterse mi verga en la cola. 

—¡Peshdón! —dijo apenas, con los labios deformados por mi mano aún y los ojos entrecerrados, pero con una mirada de éxtasis.

—Dime dónde están Tere y Raquel —gruñí—. Ellas nunca desperdiciarían lo que tiraste por el lavabo —solté su rostro para propinarle una cachetada que fue bien recibida, con una sonrisa y otra contracción en su ano—. Apuesto que se lo beberían de tu ano sin dudar. ¡Voy a llenarte el culo y vas a hacer que te lo dejen limpio, perra!

Y su recto se contrajo una vez más al escucharme decir eso último. Sabía, no que estaba excitándole la idea, sino que hasta la estaba haciendo salivar. Su lengua se asomaba, eso hacía cuando era llamada “perra” y esa sonrisa casi demencial me hizo ver que ya nada más le importaba. Así que volví a meterle mi riata en su asterisco y ella gritó de placer. Mientras iba aumentando la velocidad de mis embestidas, seguí castigándola, mejor dicho, recompensándola con leves manotazos en su mejilla y en sus pechos. Ella gemía y apretaba más su culo. Cambiamos de posición y se inclinó como una experta para que su cola me recibiera como debía una vez más. 

Una vez empecé a soltar azotes en sus nalgas redondas, seguí molestándola un poco más, diciéndole que rezara porque su culo no dejara salir una sola gota hasta que llegáramos a la sección nudista de la playa, donde Raquel y Tere tendrían aquella encomienda tan especial. Le solté que lo haríamos en medio de la playa, a plena vista de todo el mundo, y ella sólo gemía más y más. ¡Dios! Es adictivo prenderla con sólo palabras y fantasías. Porque en el fondo, para mí, sólo era eso, un juego para excitarla; no tenía intenciones de hacerle eso en la vida real.

La verdad, me estaba costando mucho llegar al orgasmo y estaba cansándome, al punto de que terminó siendo ella la que se ensartaba mi carne hasta el fondo con ímpetu y devoción. Me corrí dentro al fin y de nuevo sentí que eran chorros abundantes, y mientras me salía la leche, iba sacando mi verga, casi como si el líquido me empujara hacia afuera. Vi su piel erizarse mientras retrocedía y la llenaba. Ella se quedó en esa posición, chillando, casi maullando. Incluso, hasta paró más las nalgas y pude ver el fluido blanquecino a escasa distancia del borde ensanchado de aquél pozo palpitante. Me quedé viendo hasta que aquella abertura se contrajo de nuevo después de un tiempo considerable. Una vez cerrada, Sandra se tumbó de lado y resopló. 

—Ya voy, señor —exhaló Sandra, apenas. 

—Ya, ya —le dije a mi madre, con mi voz normal y mi mano en su hombro—. ¿Te acompaño al baño?

—¿Eh? ¿No vamos a ir con Raquel y Tere? 

Sonaba sorprendida, decepcionada. Me miró con unos ojos que me dejaron en claro que dije había sido tomado en serio y la sangre se me fue a los talones por un instante. Preguntar habría estado de más, ella esperaba que cumpliera mi palabra. Me vio vacilar y verla agachar la cabeza fue lo que me hizo falta para decidirme. 


Caminamos por el sendero que habíamos recorrido Julia, Raquel y yo la noche anterior, el que iba hacia las cabañas. La brisa del mar, yendo ambos sin ropa, refrescaba más en verdad, tanto por fuera como por dentro. Dejé que mamá… que mi perrita, Sandra, me guiara. Me asombré genuinamente, era como si fuera una actriz metida en su papel. Dejó de hablarme en el momento en que le dije que fuera una perra obediente y me llevara. Estaba dispuesta a caminar a cuatro patas, ladrando y gruñendo, pero tuve que ordenarle que no lo hiciera, no estaba listo para que alguien nos viera, por más libertino que fuera el resort. Ella caminaba ansiosa, pero con cautela, apretando las nalgas, de entre las cuales había dejado escapar un hilito de mi semen por accidente. Nunca me tomó de la mano para tirar de mí, solamente se comunicaba con la mirada. Avanzaba y se giraba cuando me quedaba atrás para mirarme en silencio con ojos impacientes, como haría un animal. 

De camino a la playa Rubí, nos encontramos con una señora ataviada como personal de mantenimiento. Era mayor, quizás de cincuenta y tantos, pero como el resto del personal, no se inmutó por nuestra desnudez. Sandra se abalanzó hacia mí y mediante miradas y gestos con el rostro, me pidió en silencio que le hablara para preguntarle si era posible que fueran a hacer el aseo a nuestra villa. La señora me miró con detenimiento y pensó mucho su respuesta antes de decirme que habían intentado en varias ocasiones, pero como no habíamos abandonado el lugar, no habían podido hacer su trabajo. La manera en que me lo dijo sonó un poco a reclamo, sobre todo cuando recalcó que se lo habían dicho a la señora que marcó por teléfono; pero de pronto sonrió como hacía nuestra abuela cuando nos llamaba la atención y nos dejaba seguir jugando. 

Me puse rojo como un tomate de pensar que la señora nos pudo haber escuchado. Ella sólo me dijo que mandaría a alguien a limpiar y se dirigió a Sandra para decirle que no se preocupara, que limpiarían todo muy bien y ésta le sonrió, inclinando la cabeza a modo de reverencia. En cuanto nos alejamos de la señora, mi perrita se recargó sobre mí y su lengua en mi cuello me provocó un escalofrío. Aquello fue visto por otro trabajador del hotel, quien respingó en cuanto cruzamos miradas y desapareció entre la maleza que separaban los senderos. De nuevo, Sandra continuó guiándome, impaciente, entre la maleza y la gente. 

Yo estaba nervioso, aunque sabía que mientras esa mujer no ladrara o algo peor, no tendríamos por qué llamar la atención de nadie. Cruzamos el restaurant/bar, podría jurar que las chicas que estaban sentadas al fondo nos miraban fijamente, pero debieron ser ideas mías. Salimos a la playa, la arena blanca y caliente todavía reflejaba una buena cantidad de la luz del sol. Me encandilé y cuando mis ojos se acostumbraron al brillo, vislumbré un grupo de gente que se había congregado. No tuve ni cinco segundos para preguntarme lo que estaría pasando cuando escuché una voz familiar. 

Era la voz de Tere, estaba gimiendo exageradamente como hacían en el porno. Su voz era aguda y conociéndola, sabía que era fingida. Era lo que solía hacer cuando se sabía vista y oída, estaba haciendo un show para su público. 

—¡AH! ¡Sí! ¡Dale! ¡Duro! ¡Sí! ¡Mmm! 

La escuchaba pujar escandalosamente detrás de un par de espaldas. Sandra se apresuró, dando pasos cortos y rápidos para seguir previniendo cualquier otra fuga y lentamente, la alcancé. Mientras me acercaba, podía escuchar más sonidos. Jadeos, pujidos y gemidos de esas dos voces que conocía tan bien, sin mencionar el inequívoco ruido de sus dos cuerpos impactando a ritmo acompasado. Unos chinos negros se bamboleaban cada que Tere dejaba caer su cuerpo sobre el de mi hermana. Raquel traía puesto el arnés y el consolador transparente se perdía entre los gajos de color canela cada que la venezolana impactaba sobre su pelvis, haciéndola pujar. La morena estaba montando la verga de plástico de mi hermana para el morbo y deleite de su audiencia. 

Eran menos personas de lo que había imaginado al principio. Estaba la pareja de ancianos que había visto un par de veces, a lado de ellos, una mujer morena, de unos treinta y tantos, de pechos grandes y caídos; la señora con la que había platicado mamá en el restaurante el día anterior y el sujeto pelirrojo que habíamos visto al llegar junto a otra pareja de adultos mayores. También había dos sujetos, un poco más altos que yo,  uno era rubio y el otro, moreno. Eran musculosos y llevaban puestas unas pulseras con el logo del hotel, el rubio miraba con morbo y el moreno, parecía estar en estado de alerta con la audiencia, atento a algo que pudiera pasar. Entre todos, ahora con Sandra y conmigo, hubiéramos podido cerrar un círculo alrededor de la pareja de intérpretes. 

—¡Oh! ¡Sí! —gimió Tere de manera exagerada—. ¡Mira quién vino a ver!

Raquel miró en nuestra dirección, tenía el rostro ruborizado, quizás por el esfuerzo o por el sol, porque definitivamente no era por vergüenza. Se mordió el labio inferior cuando supo que la estábamos viendo y comenzó a impulsar su cadera para penetrar con más fuerza el coño de Tere. Ésta gimió y lanzó alaridos más intensos para el deleite de los asistentes. Como era de esperar, eso atrajo las miradas a nosotros. 

El pelirrojo era el único que estaba masturbándose y ahora se veía absorto mirando a mi acompañante. Los demás también tenían sus miembros a pie de cañón, pero sus manos estaban lejos de sus respectivos instrumentos. La señora de pechos grandes miraba sin disimulo las tetas de Sandra, las cuales se veían más firmes que las de ella, aunque era evidente la diferencia de edades. La vi apenas de reojo, sinceramente, no me llamó la atención y hasta recuerdo haber pensado en lo agradecido que debía de estar por el físico de mi madre… y mis hermanas… y ni hablar de Tere, “mi novia”.

—¡Ay, amor! ¡Qué bueno que llegaste! —clamó la morena con histrionismo—. ¡Esta niña no me quiere deja ir!

—¡Ni quién te obligue a quedarte, zorra! —gruñó mi hermanita, con una voz gutural que jamás le había escuchado. 

Y me quedó claro que ambas estaban actuando para su público, ya que ni siquiera tenían dificultades para hablar, mejor dicho, recitar sus diálogos. Tere extendió su mano hacia mí. Sus limoncitos se bamboleaban con cada impacto, pero sabía que ella estaba lejos de estar genuinamente excitada. Me acerqué y tiró de mí con fuerza, para tener mi oreja totalmente a su disposición. 

—Ya ni siento el coño, papi —me gruñó al oído—. Esta verga de plástico sólo me hizo extrañar la tuya. 

—Aquí veo a varios candidatos —le respondí en voz baja. 

—¡Bah! Tengo prohibido acercarme al personal —se quejó Tere—. Y ni hablar de los otros dos. 

Era evidente a lo que se refería. Los fornidos eran miembros del personal de seguridad y mostraban buenos especímenes entre las piernas, a diferencia del anciano y del pelirrojo. Uno con barriga tan pronunciada que apenas se podía divisar su pivote erecto y el otro, menos robusto pero con un petardo apenas digno de mención. He de confesar que ese viaje me había hecho ganar un poco de confianza en mi anatomía. Después de ver la anaconda que tenía Pascual en persona, había empezado a tener mis dudas con respecto a mí. Era obvio que no me podía comparar con esa cosa y aunque sabía que era tonto pensar en ello, las dudas me asaltaban de repente. Incluso fue más marcado cuando Tere se desaparecía por días, llegué a pensar que no podía satisfacerla. Pero ahora podía corroborar que no estaba mal dotado, incluso comparándome con los musculosos. 

La mano de mi novia encontró mi tranca y la sujetó con fuerza, todavía no estaba del todo erecta, pero en lugar de ponerse a estimularme, la soltó y ronroneó. Se dejó caer una vez más sobre Raquel y ella me sonreía, contenta y hasta podría decir que orgullosa. 

—Ella es la que debe estar más ansiosa por ti, papi —volvió a murmurarme Tere sensualmente—. Hace mucho que está penetrándome con el juguetito de mami —aulló en voz alta, para ser escuchada por todos— y no ha querido que me acerque a su coñito rico. 

—Ni que tuvieras tanta suerte —soltó mi hermana entre pujidos, asestando estocadas más violentas. 

—Cariño —respondió la morena, sin inmutarse y con tono condescendiente—, tu cuca es rica, pero la de mami está más dulce. 

—Hablando de eso… —dije, todavía en voz baja. 

Me alejé de ellas y corrí hacia Sandra. Ya estaba meneando su cadera, con las rodillas pegadas y una visible perturbación entre las piernas. Seguía sin decir nada y lanzaba miradas furtivas a todos los presentes. Le susurré al oído las palabras que necesitaba escuchar, aquellas que la hicieron caminar decididamente hacia su hija menor y ponerse de cuclillas sobre su cara. 

La reacción de los espectadores no se hizo esperar, un asalto de suspiros fue seguida por un débil murmullo. Todos los presentes podían ver el fluido turbio, ya no tan blanquecino, verterse sobre el rostro de la joven recostada en la arena. Y no sólo eso, habían escuchado lo suficiente para saber que eran madre e hija, cosa que sólo sabía de antemano Amalia, la anciana que con la que habíamos encontrado a mamá en el restaurante el otro día. A pesar de eso, ella fue la única que no se mostró sorprendida en absoluto con aquella desfachatez. 

Por su parte, Raquel se recuperó pronto del susto y la sorpresa y en cuanto comprendió qué era ese líquido espeso, se lanzó a sujetar el culo de nuestra madre con ambas manos para poder mamar a gusto. La única que no se enteró de lo que ocurría fue Tere, pero recibió a mi madre con un beso fogoso para el delete de la audiencia. Por unos instantes, me uní a los demás alrededor como un espectador más. El espectáculo me pareció cautivante a la par de morboso, ver algo así en casa era una cosa, pero ahora estábamos a la vista de muchos desconocidos y eso sólo hacía que me hirviera la sangre cada vez más. 

Y la primera en notarlo fue Tere. Con su índice me mandó llamar, aunque en realidad aquella mano parecía estar convocando a mi verga, firme y lista para lo que se le pidiera. Yo estaba ardiendo, mi nuca, mi espalda, mis brazos; todo. Mis orejas hervían y por momentos, los sonidos se ahogaban en medio de un zumbido ensordecedor. Por otro lado, aunque podía sentir todo, era como si mi verga fuera menos sensible. Fue sorprendente ver mi glande siendo sobado por su pulgar y no resentirlo ni tener espasmos para retirarlo. Mi novia sonreía genuinamente, mientras esparcía el líquido preseminal que no paraba de salirme. Su lengua degustó y de inmediato sonrió y miró a su amiga, quien no paraba de gemir gracias a la lengua de su hija menor. 

—¿Lo hiciste? —preguntó Tere a Sandra, incrédula pero contenta. 

Su amiga sólo transformó un poco su mueca de placer en algo más o menos parecido a una sonrisa y se abalanzó hacia el frente para volver a besarla. El pelirrojo vitoreó mientras seguía jalándose la verga y Amalia ahogó un grito, preocupada. Tere se había quedado paralizada por los labios de Sandra, el consolador transparente había quedado a la mitad de su trayecto, fue tan intenso que su mano me soltó el rifle. 

Bajé la mirada y vi a Raquel lamiéndole la raja a nuestra madre y entonces, me asomé a ver la situación bajo el arnés que traía puesto. Una mancha grande se extendía sobre la toalla en la que estaba acostada, sus labios externos ya estaban rojizos y empapados. Cada célula de mi cuerpo me pedía acercarme y beber el néctar de mi fruta favorita, pero mi verga me estaba pidiendo como nunca antes entrar en acción. Como pude, me hinqué detrás de Tere. La arena estaba muy caliente en mis rodillas, nada que no pudiera soportar. Estaba tan mojada que resbalé sin problemas hasta la mitad,  sentir ese tope que solía recibirme y ceder con un par de empujones me provocaba descarga tras descargas de electricidad, era como un escalofrío que me incendiaba desde la columna. 

El anciano y su esposa rieron, conmocionados. Vi de reojo cómo la mano de la vieja se ocupaba entre las piernas de su acompañante y preferí no poner más atención. La mujer de cabello largo ya había empezado a juguetear consigo misma, no paraba de mirar a la madre y la hija, con ojos desorbitados. 

Raquel gimió deliciosamente mientras yo agarraba ritmo, tenía dificultades para contenerse mientras seguía comiendo a mamá. Por mi parte, tenía la espalda baja de Tere al alcance de mi lengua, mis manos recorrieron sus muslos, pasando por sus nalgas firmes y jugosas hasta subir a su cintura. Y así, la hice volver a ensartarse esa verga de plástico unida a la hija de su amiga, esa que, la audiencia ignoraba, era mi hermanita. 

La morena subía y bajaba lentamente comiéndole la boca y las tetas a Sandra mientras yo seguía abriéndome paso dentro de Raquel, acelerando gradualmente. Mis manos se mantenían ocupadas alternando entre ellas tanto el clítoris de mi novia como sus pezoncitos duros como piedras. Ella fue la primera en venirse, rociando a Raquel con su placer líquido, tibio y transparente, y su interior me apretó un poco más. Como si aquello fuera lo único que estaba esperando, Tere se incorporó y se tumbó en la arena, boca arriba y se cubrió la cara con su antebrazo. No se la veía agotada, más bien, satisfecha. 

Raquel y yo pudimos movernos con más soltura, pude embestirla con más fuerza y disfrutar de esos gemidos que a veces eran chillidos, así como ver sus pechitos rebotar deliciosamente. Sandra tenía la mirada perdida en la nada, su rostro se transformaba por instantes en muecas de placer. Pero dentro de su delirio, su boca no tardó en buscar la mía y una nueva ola de suspiros y cuchicheos se hizo patente, el pelirrojo volvió a vitorear. Mis manos consintieron ese cuerpo bronceado y escultural y entre breves pausas entre nuestros besos, le susurré.

—Suéltate… deja que vean… disfruta. 

Y su espalda se arqueó. Su torso se empezó a contonear como si estuviera haciendo una danza árabe, con los brazos en el aire. Sus tetas se levantaron y no me resistí a lamerlas y mordisquearlas un poco, me sentía en el paraíso. Sus manos volvieron a bajar para juguetear con mi pelo, mis hombros y mi pecho. En ese momento, sentí el estremecimiento bajo nosotros, Raquel estaba viniéndose. 

Yo no me detuve del todo, sólo me movía muy, muy lento. Había descubierto que esa era la forma de atormentarla en medio del orgasmo lo suficiente para que lo disfrutara y no intentara zafarse de mí. Su cuerpo se tensó, ella sólo acallaba sus gemidos con suspiros mientras los temblores se apaciguaban. Poco a poco, volví a acelerar, provocando chillidos y gemidos que mi hermanita ya no podía contener. Sus piernas se asieron a mi cadera y batallaron por no dejarme ir. Estaba seguro de que ella estaba teniendo pequeños micro orgasmos por cómo le temblaban las piernas en ocasiones. Yo sólo quería venirme de nuevo, con esa intensidad como lo había hecho con mamá. 

Y así fue. Pude sentir las descargas de leche espesa saliendo de mi verga y cubrir todo el espacio dentro hasta derramarse. No fueron tan abundantes como en el cuarto, pero aun así, eran como mis primeras descargas del día; y fueron varias. Raquel se conmocionó, luego, me confesaría que se asustó por un momento por el volumen y porque parecía que yo no iba a acabar de venirme nunca. ¡Si tan sólo supiera! 

Mi verga quedó cubierta de blanco incluso después de sacarla y entonces, escuché varios suspiros femeninos, demasiados. Extrañado, volteé a ver alrededor y había rostros nuevos, ahí estaba Astrid, junto a Tere, quien le sonreía a la dueña pícaramente. También escuché voces a mi espalda a mi espalda, Y justo a mi izquierda, donde habíamos estado parados Sandra y yo al llegar, estaban Emma y Julia. 

—¡Joder! —soltó indiscretamente la española, provocando aún más cuchicheos en los demás—. Ahora entiendo.  

Su vista estaba clavada en mi verga y el líquido blanco que lo cubría, aunque no por mucho tiempo. Con movimientos ágiles, madre e hija se postraron. Raquel fue la primera en ponerse en cuatro patas para lamer mi verga y al verla, Sandra se colocó tras ella, primero para robarle una o dos lamidas y luego, se dirigió tras ella, donde todavía escurría la mayor parte de mi venida. 

—¿Quieres? —Se escuchó la voz pícara de la madre, creí yo, decirle a su hija menor.

Una cara se agitó a mi izquierda, Julia había sacudido su melena y dado un paso atrás. Emma se rio un poco de ella y la abrazó, como haría una a amiga que se asusta por una broma en la calle o en una casa de sustos. Una vez más, los murmullos se escucharon, Tere y Astrid parecían estar teniendo una plática muy amena, la pareja de ancianos estaba retirando del círculo y el pelirrojo estaba mirando hacia todos lados. La mujer de cabello negro se había arrodillado en la arena y se estaba manoseando sin pudor, con los ojos aún clavados en mi madre. Estaba seguro de tener un par de chicas a mi espalda, pero no me giré a ver. Debían estar cerca, porque pude escuchar algunas frases, una se reusaba a creerle a la otra que era una madre y sus hijas. 

Todo esto ocurría mientras Raquel seguía lamiendo mi verga, que ya estaba luchando por mantenerse erecta. Tal vez fueron mis nervios por todo lo que estaba pasando a nuestro alrededor, pero aunque sabía que hubiera podido echarme otro round, mi amigo no volvió a levantarse. 


Raquel y yo nos retiramos del círculo en cuanto Sandra se aseguró de dejarle la raja limpia. Nuestra madre volvió a actuar como tal en cuanto se levantó, le limpió la mejilla a su hija y se junto a Tere, Astrid y Amalia. Aquel grupo se fue platicando en dirección al lobby. Mi hermanita y yo nos fuimos en busca de Julia y Emma, a quienes vimos un poco lejos, cerca del mar. 

—¿Qué te pareció tener público? —le pregunté a Raquel mientras nos íbamos acercando. 

—Me gustó —dijo ella, como si no fuera nada. Caminábamos de la mano, así que cuando balanceó su brazo, igual hizo el mío—. Podría acostumbrarme a hacerlo frente otros… ¿Y si…

—¡Eh, chicos! ¡Aquí! —nos gritó Emma, aún lejos de nosotros y agitando el brazo. 

Llegamos a donde estaban ellas, el agua fría del mar casi les llegaba a las rodillas y Raquel de inmediato se sumergió, salpicándonos a todos. 

—Menudo show se acaban de aventar, ¿eh? —me dijo la española—. Me dicen que habían estado allí desde la mañana. 

—Raquel y Tere —aclaré—. Ma- Eh… Sandra y yo llegamos apenas. 

—Y decidieron unirse a ellas. ¡Así, sin más! —rio Emma, asombrada.

—Uno no planea estas cosas —intenté sonar relajado—. Tampoco es como que uno piense mucho en momentos así. 

—¡Joder! Nunca me animaría a hacerlo frente a una multitud —confesó ella.

—Eh… Había menos cuando llegamos —atiné a decir. 

—¡Estáis todos locos! —rio la chica de Murcia. 

—¡No tienes ni idea! —dijo finalmente Julia, cubriéndose la frente con la mano, avergonzada. 

Emma y yo nos reímos. Después de pasar un buen rato nadando y bromeando en las aguas poco profundas, fuimos al restaurante y luego de eso, Raquel y yo dejamos a nuestra hermana y su amiga platicando para volver a la villa. 

Esa tarde, mi hermanita se encargó de recibir mis mecos en la cara como había hecho mamá. Le conté del agua de granada y de lo que ocurrió cuando mamá llegó a “despertarme”. Por alguna razón, supe que sería mejor no contarle nada de lo ocurrió con Julia, ni antes ni después de que llegara mamá. Algo dentro de mí me decía que no era el momento de contarle… todavía.


Comentarios

  1. Espectacular! Lo leí con miedo, porque la vara había quedado bien alta en el capítulo anterior. Pero estuvo GENIAL! Volver a tener un capítulo con Sandra en acción, no tiene precio. Y Julia…su comportamiento está siendo intrigante, me gusta.

    Lo malo, debo esperar quién sabe cuánto para el próximo capítulo jajaja.

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    1. Pero se que estás haciendo tu mejor esfuerzo para que no esperemos mucho. Se agradece!

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