El Hombre de la Casa 34: Apoyo



Vi la imagen de Julia mucho más veces de las que estoy dispuesto a admitir. Fue como si desde que recibiera ese mensaje, me faltara una parte de un pulmón y no pudiera respirar bien. Borré la foto y los mensajes de mi teléfono, pero la imagen permanecería guardada en mi computadora, como un archivo oculto.

—¿Y qué hiciste con la foto? —me preguntó en una ocasión que volvimos a compartir mi cama.

—¿Cuál foto? —le pregunté, mostrándole triunfantemente mi celular y cómo esa foto y los demás mensajes de aquella ocasión ya no estaban en nuestra conversación—. Dijiste que no se la mostrara a nadie, así que borré todo.  

—Bien, bien —dijo, mientras deslizaba la pantalla.

Incluso se metió a mi galería y ahí fue donde ella sufrió las consecuencias de sus acciones al encontrarse con el mar de fotos y videos de Raquel, Tere y en los que en ocasiones salía mamá.

—¡Ay, Dios! ¿Qué necesidad de guardar todo esto? —preguntó, indignada pero sin dejar de revisar la cantidad interminable de material que tenía en mi celular— ¿Y si te roban el celular y alguien más ve esto?

Sólo eso hizo falta para que se me fuera la sangre a los talones. Le di permiso de borrar todo aquello que tuviera los rostros de Raquel y de mamá en ese mismo instante. Ella hacía ruidos de disgusto cada que la pantalla le mostraba momentos muy gráficos. Eran cientos de fotos con los rostros de ambas llenas de leche, también de sus vulvas y sus anos, sus pechos, mancillados de distintas formas.

—¡Qué necesidad, Dios mío! —exclamaba en voz baja. Poco a poco, le iba aflorando la risa nerviosa—¡Y esto no se acaba!

—Tampoco hace falta que busques de una por una. Préstamelo un ratito.

—¡Déjame! A ver si así te da al menos un poco de vergüenza. ¡Ay, no! ¡Mamá! —Se acongojó al ver la cara descompuesta de mamá, abofeteada, con el rímel corrido y la mirada perdida pero con la lengua afuera, mostrando a la cámara mis mecos antes de hacerlos desaparecer en su garganta—. Ten —dijo, devolviéndome el teléfono—, mejor hazlo tú. 

—¡Ah, verdad! —La regañé, burlándome—. ¡Por andar de mirona! 

—No puedo creer que les guste todo eso —exclamó con disgusto.

—Sólo a mamá… —le aclaré con tranquilidad mientras seleccionaba rápidamente las fotos y videos que sí quería eliminar—. Bueno, a veces, a Tere.

—¡Hum! No me sorprende de esa —refunfuñó con voz de berrinche, pegándose para ver de reojo las miniaturas de los elementos que iban borrándose de mi celular—. Ya ni sé cuál está más loca.

—¿Y me lo dice la que le gusta sólo quedarse a dormir desnuda con su hermano? —le increpé con ironía. Ella me echó unos ojos de pistola—. Ya, ya. Estamos locos todos, sí. “¿Y qué?”, como dice Tere. Tenemos derecho a tener gustos raros, ¿no?

—Pero… que te peguen así… —comentó, con desaprobación—. ¡Si sí he visto cómo la golpeas! —acompañó su exclamación con un empujón—. Creí que era fingido, pero no. ¡¿Cómo puede gustarte algo así?!

—Es como una nalgada —dije y le solté un manotazo ligero en su pompa. Ella sólo respingó del susto—. ¿Ves? No duele tanto —añadí y seguí en mi labor de borrar otros elementos de mi galería para fingir que aquello no me estaba haciendo hervir la sangre.

—Pues no veo cómo les gusta eso —objetó, sobándose el trasero.

—Es más un gusto adquirido —respondí con calma—. Creo que es más por la situación y esas cosas.

—¿No se supone que las caricias son mejores? —me preguntó, con su cara todavía pegada a mi hombro, mirando lo que ocurría en mi pantalla.

—¡Eh! —exclamé con voz dudosa—. Depende, depende... En gustos, se rompen géneros, dicen.

—Andas muy sabiondo con todo esto de los gustos raros —comentó ella, volteando a verme con sorna.

—Uno habla de lo que sabe —contesté con una media sonrisa.

—Y según tú, ¿cuál es tu gusto más raro? —preguntó con esa curiosidad genuina, acomodándose para verme mejor, dejando mi brazo entre sus pechos.

—Pues… —deliberé un rato—. Creo que comer culo.

—¡Agh! —exclamó antes de que una arcada se le transformara en tos—. Sí vi —me dijo con desagrado—. ¿No te da asco que en una de esas se les salga… eso?

Y así fue como me puse a explicarle los pormenores, preparativos y precauciones que teníamos al momento de tener “sexo por atrás”, como ella le decía. Le conté que nuestra madre era la que casi a diario se preparaba para recibir mi verga o lengua, con eso de que le gustaba que no le pidiera permiso; y que cuando Raquel o Tere me dejaban entrar por ahí, era porque lo preparaban de antemano. La expresión de náuseas fue desapareciéndole del rostro mientras más le explicaba. Con cada pregunta que le respondía, el destello de curiosidad en su mirada brillaba más y más.

—OK. Yo entiendo que es un agujero más chico y que… —batalló mucho para poder terminar su frase— aprieta más. Se ha de sentir bien en tu… pene —dijo tras una breve pausa—, lo entiendo. Pero… ¿por qué meter tu lengua en… ¡Agh! —interrumpió su pregunta por culpa de otra arcada.

Sólo me encogí de hombros. No tenía una respuesta para eso. No es un sabor en sí lo que mi lengua disfruta, claro que lo tiene y claro que es placentero, pero me resulta difícil poner en palabras la causa específica de por qué lo disfruto. Es la textura, las palpitaciones, reacción de la persona, es porque representa el preámbulo de la penetración, es el morbo de la acción… sorpresivamente, pude darme a entender que la razón era todo en su conjunto.

Nos la pasamos platicando más tiempo. Le platiqué de la técnica para dar cachetadas, la sangre me hervía y el calor corporal que emanaba de nosotros hizo que nos descobijáramos. Por suerte, en esa ocasión mamá sí dejó noqueada mi riata porque no mostró ni intenciones de levantarse. Le demostré la diferencia de pegar con una parte de la mano y con otra, recreándolo en cámara lenta en su mejilla, la cual estaba también muy caliente.

Y antes de que nos diéramos cuenta, notamos que empezó a hacer frío, ya casi eran las 5 de la mañana. Le dije que mejor intentara acostarse en su cuarto y que la despertaba si se le hacía tarde, pero dijo que ya ni tenía caso intentar dormir. Le propuse bajar a desayunar, ella dijo que haría demasiado frío y sólo me pidió que adoptáramos la que se había convertido en “nuestra posición”. Ella sostuvo mis manos, las suyas estaban frías y las colocó justo debajo de donde reposaban sus pechos. Dejé pasar eso, pero cuando su trasero se meció justo sobre mi miembro flácido, no me pude quedar callado.

—No va a despertar, ¿ves? —añadí restregándole mi miembro aún dormido—. Quedó K.O. Si quieres, le digo a mamá que no lo deje tan maltrecho a la próxima.

—¡Menso! —rio ella, soltándome un manotazo no tan suave. A lo que yo respondí con una nalgada bien puesta— ¡Ay! ¡Baboso!

—Síguele y se pondrá peor —le advertí con voz ronca y mi frente pegada a su nuca.

—¡Uy, qué miedo! —canturreó sarcásticamente al tiempo que sentía la piel de sus brazos erizarse—.  Ya te crees mucho porque va a ser tu graduación.

Ese era el tema del momento en casa. Las tres no perdían la oportunidad de recordarme que ya debía ir preparando todo para poner mi local, el nombre, los precios, la lista de servicios… Pero me encontraba perdido. No fue hasta que le pregunté a la profesora que ella me sugirió (de nuevo) visitar su spa para que viera cómo era el negocio. Lo hice. Mamá insistió en acompañarme y esto hizo que mi maestra, Daniela, le ofreciera un masaje a mitad de precio.

Su local estaba ubicado a las afueras, en la zona donde vivía la gente rica. Estaba en sobre las lomas con el bosque a sus espaldas. El terreno era extenso pero el edificio era mucho más pequeño de lo que el viaje me había hecho imaginar. La recepcionista nos pidió esperar y un sujeto en uniforme anunció el nombre de mi madre, pidiéndole que lo siguiera. Estaba a punto de acompañarla cuando la recepcionista me indicó que esperara a Daniela.

Se tomó su tiempo en aparecer, iba arreglada completamente diferente a como se presentaba a clases. Me pidió acompañarla y me dio un recorrido por las instalaciones, no tardamos demasiado, era un lugar del tamaño de una casa grande. No había más clientes en ese momento, así que nos fuimos a su oficina. Ahí, me explicó el sistema de citas y de servicios, los horarios, las tarifas... al igual que me pasó los costos, del local, de los insumos y los salarios a los empleados. Ella era una mujer madura, de unos cincuenta y tantos. Me hablaba con gentileza, como hacía en clases. No trató de ocultarme nada ni vaciló en mostrarme unos archivos con sus cuentas mensuales, seguramente porque su plan era disuadirme para trabajar para ella desde un principio.

Me contó la historia que ya me sabía. Ella había empezado en su cochera y después de años, abrió su local, luego se mudó a esa ubicación en la zona adinerada y ese era el tercer año que impartía clases. Sin embargo, fue muy diferente escuchar la versión con cifras, los problemas, los dramas, las deudas, etcétera. Cada cosa que escuchaba me desalentaba y me hacía cuestionarme si en verdad quería tener mi propio local.

Y claro, la señora Daniela remató su plática con una convenientemente preparada descripción de lo que ganaban sus masajistas. La diferencia entre lo que me llegó a pagar Tere y los precios listados de ella era abismal y se volvió aun peor cuando me reveló lo que yo terminaría recibiendo.

 

—Pues, te diré… —dijo mamá en nuestro viaje de regreso—. Para mí, que de donde sacan lana es de los “finales felices”. El joven que me tocó… ¡Ejem! Que me atendió… —corrigió— se la pasó actuando raro. No sé, como que al principio, todo normal y cuando bajaba… a allá, me empezó a preguntar si quería algo más.

«Le dije que no. Pasaba a otra parte y de nuevo. ¡Bueno! Creo que me lo preguntó como cuatro veces y hasta que no le respondí toda enojada no me dejó en paz. Ya al final, parecía que sólo quería acabar y ni me sentí tan bien. Creo que hasta me dejó peor… —comentó sobándose el cuello— ¿me haces un masaje cuando lleguemos a casa?

Mamá no paró de suspirar mientras trabajaba en las zonas que me iba señalando. A decir verdad, yo siempre pensé que cuando todas exageraban cuando elogiaban mis habilidades, pero con tanto tiempo que había estado practicando había aprendido a identificar los nudos, contracturas y lesiones reales. Mi madre estaba realmente tensa y había zonas en las que se sentía que no habían trabajado hasta el fondo.

Los pujidos y gemidos eran ya algo normal para mí, ya no me alteraba al escucharlos mientras mis manos estuvieran en esa labor, la cual ahora respetaba más de lo que hubiera podido imaginar. Incluso cuando esos ruidos eran para provocarme, lograba mantener la concentración. Para bien o para mal, había aprendido a aguantar las insinuaciones hasta terminar el proceso como era debido… ya después tocaba el “final feliz”.

Fue un tema de conversación en la casa. Entre Julia, mamá y yo revisamos el tema de los precios, ambas contaban con mucha experiencia armando presupuestos y después de muchas noches revisando números, los tres le dimos el visto bueno. Ya había encontrado un local cerca del centro comercial, era pequeño pero con buena ubicación, Julia y Tere me habían ayudado a elegirlo. Era consciente de que no iba a atener sólo a mujeres, pero sí busqué que fueran mi mercado meta. La decoración estuvo prácticamente a cargo de mis hermanas, quienes se encargaron de hacerlo ver agradable, elegante, moderno pero no afeminado; lo cual me hubiera resultado imposible de lograr solo. Bueno, nada de eso me habría sido posible solo.

La ceremonia de graduación fue un momento muy estresante. Daniela no se había tomado bien que no decidiera trabajar con ella, como sí lo había hecho la otra compañera a la que había invitado y, francamente, llegué a creer que me iban a expulsar o a negar el certificado. Sonreía por con la boca pero me fulminó con la mirada cuando estreché su mano. Afortunadamente, la expedición de reconocimientos no dependía del plantel sino del gobierno. Una sacudida de manos, algunas sonrisas falsas y un sinfín de fotos después, todo había acabado. No terminé de creérmela hasta revisar en línea que mi nombre y matrícula estuvieran allí, era real.

No me esperaba una celebración real ni nada por el estilo. Tere, mis hermanas y mi madre habían hecho una reservación en un restaurante elegante, todos brindamos, comimos y bebimos hasta el hartazgo. Esa noche, volví a quedarme a dormir en casa de Tere, aunque no íbamos a estar solos.

—Esta zorra te va a dejar impotente si vuelve a hacerte lo de la última vez —alegaba mi hermanita, restregándose en mi brazo izquierdo en el asiento trasero del taxi.

—¡Cariño —le respondió Tere, con un chillido agudo, estaba algo ebria— mi novio —enfatizó—, jamás! El día en que no se le pare me pego un tiro.

El chofer permaneció callado todo el camino y cuando llegamos a la casa de la morena, ella fue la que pagó, ninguneando el billete que yo había sacado. Estoy seguro que ese hombre pudo haber “malentendido” que esa chica que nos acompañaba era algún pariente mío por algunos comentarios de mi novia, pero si lo hizo, estoy seguro que no se mostró sorprendido. Ventajas de vivir en el norte, supongo.

Subimos derecho y sin escalas a la enorme alcoba. Esa cama era como recostarse en las nubes, pero no estábamos allí para dormir todavía. Era entretenido ver esa rivalidad encarnizada que mi hermana tenía con Tere y cómo ella sólo la seguía provocando únicamente por el gusto de molestarla. Ambas se llevaban mi verga a la boca y mientras una estaba ocupada con la punta otra se atenía al tronco o a mis bolas. Las caras, las miradas, las sensaciones… era como estar en el cielo… sobre todo en esa cama. Mi hermanita fue la primera en reclamar mi mástil como su asiento y entonces, Tere usó mi rostro.

No es fácil prestar atención a más de una persona a la vez. A veces, mi cadera dejaba de embestir a Raquel y mi hermanita me lo reclamaba con tremendos sentones mientras la mano de mi novia soltaba mi pelo mientras montaba mi cara lentamente. Sus caderas se movían indiscriminadamente, pudiera yo respirar bien o no, los labios de su coño se restregaban en mi boca, mi nariz y hasta las cejas, dándome apenas instantes para decidir si retomaba el aliento o me dejaba llevar por el placer. La idea de que morir así sería fantástico volvió a irrumpir en mi mente.

Raquel supo identificar las señales, sabía que yo estaba a punto de acabar y no hizo más que acelerar sus sentones y aunque los primeros chorros empezaron a salir, no paró. Me encorvé, el pubis de la morena sobre mi rostro hizo de contrapeso mientras el interior de mi hermana se contraía, succionando hasta la última gota de esa primera descarga. Un gemido lento y un suspiro, ella no se cansaba de decirme cuánto disfrutaba la sensación de mi leche tibia dentro de ella.

Mis ojos estaban cerrados cuando sentí que la entrepierna de Tere se inclinaba hacia atrás. No vi que Raquel la había tomado por detrás, apretando sus pechitos mientras una mano descendía hasta encontrarse con mi frente. Cuando alcé la mirada, libre al fin para respirar sin tapujos, sólo vi sus dedos suaves de tez cetrina reptar sobre un cuerpo cincelado de piel color canela. Esa sensación, de sentirse pequeño con la cara entre las piernas de una mujer, es delirante.

En ese momento, pude ver qué tanto conocía Raquel a Tere. Sus manos se deslizaban, pero no eran movimientos titubeantes ni hechos al azar, eran delicados, pero certeros. Y la venezolana estaba resoplando y gruñendo débilmente, recibiendo con gusto la respiración de mi hermanita en su cuello. Fueron luego sus manos las que buscaron a tientas a la chica que tenía detrás, acariciando ese mentón y esas caderas que se pegaban a su piel.

—De tal palo… —ronroneó la morena.

—Eres una perrita que le gustan las caricias, ¿eh? —susurró bruscamente Raquel, pellizcándole un pezón y casi arrancándole un gemido a su presa—. ¿Vas a patalear o vas a mover tu colita?

—Podría morder… —respondió Tere.

Dijo eso, pero meneó su culito contra la hija menor de su amiga y se dejó consentir por sus manos. Ambas estaban hincadas y pude deslizarme debajo para recostarme a un lado y contemplar mejor la escena. Mi hermanita parecía estar bailando, a la vez que sus caricias la hacían ver como una titiritera por la manera en que lograba que Tere se contoneara a su antojo. De repente, como el mecanismo de una trampa, la sujetó del cuello desde atrás con una mano y con la otra, se puso a atacar su coño con frenesí. La morena no forcejeó, sólo se meneaba para facilitarle el trabajo a esa mano ajena que la penetraba y masajeaba su clítoris con la intensidad que sólo otra mujer sabría que era capaz de soportar. Por su parte, sólo sobaba los costados de la cadera de Raquel, sujetándose con fuerza como si de ello dependiera su vida. Sus pezones prietos estaban tan duros que, me pareció, necesitaban una boca que pudiera ablandarlos un poco, así que me coloqué delante para ver qué podía hacer al respecto.

—Y yo que pensé que no iba a ser tan rico compartirte esta noche —jadeó, acariciando mi cuero cabelludo—. ¡AH! ¡SÍ!

Había llegado al orgasmo… y era uno potente. El gemido que dejó salir se transformó en un chillido prolongado y entre mi hermana y yo la sujetamos mientras se dejaba invadir por las secuelas que dejaba el sismo con epicentro en su entrepierna. Era uno de esos. Se dejó caer sobre mí y tuve que contorsionarme para dejarla reposar suavemente en su propia cama. Raquel estaba sonrojada, jadeando y miraba el fardo que había dejado caer sobre mí. Me acerqué a ella y en otro movimiento súbito, apresó mi boca con la suya. Sus manos en mis mejillas completaban esa trampa que me tumbó sobre ella.

—Yo… yo… —gimoteó con ojos lacrimosos.

No la dejé continuar. Mis manos se pusieron a la obra. Su cuevita estaba hecho un desastre, con los remanentes mi venida coexistiendo con sus fluidos. Ella ya estaba al borde, sólo hizo falta la maniobra adecuada y también sucumbió a su propio orgasmo. A diferencia del de Tere, éste no fue tan intenso, lo que me decía que podría seguir estimulándola con mis dedos. Estaba muy dilatada, un tercer dedo pudo ingresar en ella mientras mi pulgar no paró de sobar su botoncito por fuera. Sus gemidos dieron paso a los alaridos, sus manos soltaron mi cara y dieron golpecitos al colchón y sus piernas, temblorosas, resistían el impulso de apresar mi mano y lucharon por mantenerse separadas para no estorbarme. Era su forma de decirme que no debía detenerme… y no lo hice.

Su segundo orgasmo fue anunciado con un aullido, un silbido agudo que culminó en un rugido gutural. Y de pronto, silencio. Jadeos y suspiros. Me alejé un poco de la cama y contemplé a esas dos bellezas decorar con sus cuerpos las sábanas grises como si posaran para ser inmortalizadas en un cuadro. Bajé por agua mineral y una jarra con un líquido rosado estaba también dentro del refrigerador, no dudé en subirla con unos vasos para los tres.

—¡Ah! ¡La encontraste! —dijo Tere al verme entrar de vuelta al cuarto. Se levantó y me hizo a un lado para servir el contenido de la jarra—. Trajiste vasos grandes, esto no es un jugo —rio mientras servía unas cantidades mínimas en cada recipiente de cristal—. Esta sí es la receta de Astrid, completa.

—¿Y qué pensabas? —gruñó de pronto Raquel, modorra—. ¿Darle eso a Luís para cogértelo sin parar toda la semana, o qué?

—No, cariño —respondió la morena condescendientemente mientras se acercaba con dos vasos a mi hermana—. Esto iba a ser para cuando él despertara y pudiera volver a la carga con ustedes.

Le entregó el vaso en las mano, le apartó los mechones de cabello que su rostro y acarició su mejilla, lo que la hizo sonrojarse y agachar la mirada. Tere se giró para llamarme y nos hizo chocar los vasos para brindar antes de beber.

La noche se nos hizo larga. Tere y Raquel pasaban de molestarse, provocarse y a veces, hasta estorbarse mientras una estaba conmigo, a aliarse y atacarme simultáneamente. Mi verga siempre tuvo una mano o una boca atendiéndola cuando ésta no estaba dentro de alguna de ellas. La morena me pidió acabar fuera de ella, ya fuera en la cara o en su vientre, dándole a Raquel la excusa perfecta de repasar su piel con la lengua. Raquel, por su parte, no me dejó venirme en ningún lugar que no fuera su cuquita rosada, la cual también fue propiamente degustada por la morena.

En algún punto, el elixir debió surtir efecto. Mis corridas se hicieron espesas, aunque no tan abundantes, seguramente porque no nos detuvimos. Por su parte, las dos se recreaban con sus caricias, se arrancaban gemidos la una a la otra y lo que más me impactó fue ver a Raquel besar a Tere. No fue un evento aislado y lo que en un principio eran besos cortos e intermitentes, juguetones, terminaron por convertirse en unos lentos y prolongados, eróticos, cariñosos. Mi hermanita dejó llevar y mi novia no dudó en corresponderle las muestras de deseo. En algún punto, fue como si sólo estuvieran ellas dos y lejos de sentirme excluido, supe aprovechar para respirar y bajar nuevamente a la cocina por algo de comer. Eran casi las 6 de la mañana, un poco de sol comenzaba a convertir el negro de las ventanas en azul claro y mientras subía las escaleras, volví a escuchar los gemidos de una a manos de la otra.

 

Nos regresamos a casa después del mediodía cuando Raquel empezó a bostezar, después de todo, no habíamos dormido. Los tres habíamos desayunado y platicamos largo y tendido como la última vez antes de tomar el taxi. Bromeé con ellas por haberme dejado a un lado mientras les mostraba mi verga, que aunque no estaba dura estaba todavía supurando fluido preseminal transparente y espeso. Raquel se apresuró a hincarse y limpiármela con la boca, pero la detuve. La verdad, ya había perdido sensibilidad y no tenía caso que. Pero aproveché para jugar el papel de indignado y preguntarle a mi hermana si no prefería mejor que Tere fuera su novia, a lo que la morena se mostró dispuesta sólo para molestarla. Raquel sólo se cohibió y no dijo nada, así que la seguimos molestando.

—N-no me gusta —dijo de la nada cuando íbamos los dos en el taxi—. Tere. N-no me gusta.

—¿De qué hablas? —pregunté, extrañado.

—¡Que no me gusta! —estalló ella—. ¡No me gustan las mujeres ni me gusta Tere!

—Está bien… —respondí, más confundido que antes.

Ella se pegó a mí y volvió a quedarse callada hasta que llegamos a la casa. Al cruzar la puerta, actuó como si nada hubiera pasado, le presumió a Julia que habíamos cogido como animales en celo y luego se encerró en su cuarto hasta la tarde. Mi hermana mayor hizo cara de incredulidad mientras yo no podía estar más confundido con esa actitud de Raquel.

Por más que intenté, no pude dormirme. Estaba todavía vestido, moviéndome de un lado a otro en la cama cada tanto para intentar conciliar el sueño, cuando una mano tocó a mi puerta. Era mamá. Llevaba puesta una bata que al mecerse mientras se acercaba a mí, revelaba que no llevaba nada puesto debajo. Me preguntó cómo había estado la noche y mientras le contaba, fue obvio para mí que ella esperaba algo más que un relato. Sus manos desabrocharon mis jeans y le facilité un poco la tarea de quitármelos elevando la cadera para acercar mi verga a su cara.

Para pronto, el relato perdió relevancia. Era como si el instinto de esa mujer hubiera descubierto, olfateado quizás, que mi cuerpo no podía reposar hasta no venirse “una última vez”. Ella me montó, regalándome una vez más ese espectáculo de contemplar desde abajo la belleza de sus curvas rebotar con cada vez que mi verga se adentraba en su suave interior. Sus pechos se mecían tanto que en ocasiones me era imposible ver ese rostro que me miraba dulcemente y sus ojos me sonreían con lujuria y algo más… ¿amor de madre, sería?

Acabé dentro de ella y ella suspiró, sonriente. Al bajarse y darme un beso tierno, me confesó que Tere la había informado del brebaje que aún tenía en mi sistema. Me comió el virote para probar mi leche y sonrió, complacida, antes de retirarse y desearme un sueño reparador. Vi cómo una línea blanca le resbalaba por la pierna, su útero seguramente había recibido una descarga abundante, considerando la cantidad de veces que había eyaculado la noche anterior.  

Desperté con Julia sentada a mis espaldas. Yo estaba desnudo de la cintura para abajo, y sí, con una flagrante erección que las sábanas no ocultaban de la vista de mi hermana.

—¿Ahora no te dejaron fuera de combate? —preguntó burlonamente ella, recostándose tras de mí, obligándome a recorrerme para darle espacio—. ¿Tres mujeres y en verdad, no es suficiente?

—¿Conoces a alguien más que se anime? —gruñí con voz ronca, estaba adormilado todavía.

—¡Ja! Pues si quieres le aviso a mamá —respondió, retadora—, creo que Raquel todavía está dormida.

—¡Nah! —exhalé antes de estirarme sobre la cama, boca arriba y con mi verga totalmente a la vista—. Así déjalo, al rato se me calma. Me dieron de su agua rara y por eso todavía se me para, pero ya ni siquiera la siento —añadí, sujetándomela y azotándola fuertemente contra mi pierna, provocándole un grito ahogado.

—¿Ah, sí? —preguntó Julia, sorprendida y con voz temblorosa—. Está roja. No puede ser que no te duela.

—Al contrario —dije, meneándola nuevamente—, creo que me la durmió.

—¡Te la entumió, dirás! Ja, ja, ja —rio ella y su mano me acarició la frente—. Estás caliente, mejor báñate con agua fría si no vas a usar esa cosa. Sirve que te ayuda a dormir mejor. ¡Necesitas estar bien descansado para cuando abras tu local! —añadió con emoción, sacudiéndome con su otra mano en mi hombro. 

 

El lunes fue la apertura. No sé qué esperaban mi mamá y hermanas que ocurriera, porque cuando les dije que no tuve un cliente en todo el día se vieron realmente desilusionadas. Tere fue a verme al día siguiente y entre broma y broma, me reprochó el no haber pensado en publicidad.

—Necesitas que la gente se entere —me dijo, dándome la espalda mientras miraba por el panel de vidrio—. Paga volanteo o si quieres un comercial en la radio, tengo a una amiga que nos puede conseguir una mención en su programa. No te esperes a que lleguen los primeros recibos y se te acumulen las deudas —añadió dándose la vuelta y mirándome con severidad y un poco de preocupación.

Últimamente, había estado en contacto más con ese lado de Tere, ese lado más serio y maduro que afloraba cada que hablábamos de negocios. Me quedaba claro que era alguien que sabía de dinero y de cómo hacer que las cosas pasaran. Algo en mí también afloraba cuando teníamos esas conversaciones, algo que me alentaba a dejar de esperar a que algo más ocurriera, a tomar acción y deshacerme de esa inquietud, a demostrarle que era capaz de lograrlo. Esa misma tarde, ella me acompañó a una empresa de volanteo y cuando lo comenté en casa, Julia y mamá se mostraron entusiasmadas. Raquel, por su parte, se mostró recelosa y volvió a recordarme que mi noviazgo con Tere era de mentira.

Así era ella últimamente, soltaba ese tipo de comentarios cada que me veía con la venezolana. Lo decía con cierta picardía, como en broma, pero en el fondo sabía que eran sus celos hablando. Seguía portándose así cuando me veía intercambiar palabras con chicas en su trabajo, en el teatro o en cualquier lado. Y recalco que era con mujeres jóvenes, porque cuando se trataba de mujeres de más de 30, le resultaba indiferente. Esa noche, después de venirme dentro de ella y con mi verga en su boca para que estuviera lista para el siguiente round, creí que sería buen momento para hablar al respecto.

—Si tanto te molesta que pase tiempo con Tere, dímelo y terminamos el noviazgo falso —le dije, después de molestarla un poco con comentarios sobre la susodicha.

—Haz lo que quieras —dijo en medio de lametones—. No me importa si al final te casas con ella, siempre y cuando tú y yo sigamos así.

—¿¡Qué!? —exclamé, estupefacto—. ¿Pero qué te pasa?

—¿Y por qué te sorprende? —me respondió, pretendiendo sonar extrañada con mi reacción—. Mamá la adora y hasta se hizo amiga de Julia —dijo antes de volver a engullirse por completo mi macana y al ver que no decía nada más, usó su mano—. Ya sabe lo que pasa aquí en casa y no le molesta… por algo decidimos que fuera tu novia.

“Decidimos”. Esa palabra repicó en mi cabeza con un eco que no dejaba de sonar y que se sentía cada vez más fuerte. No recuerdo qué estaba pensando, sólo me vi levantándome y sujetándola por los hombros, su semblante se llenó de preocupación y de miedo en un instante. Los oídos me zumbaban y no escuché lo que salía de sus labios que se movían. Mi voz tampoco sonaba clara, era como si tuviera los oídos tapados, para mí eran sólo gruñidos. ¿Qué habré dicho? No lo sé, pero de pronto me sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras su mano fría se posaba en mi mejilla ardiente.

Quizás le dije que la amaba, quizás dije que era una tonta por creer que podría casarme con Tere, quien podría resolverme la vida fácilmente y con quien no tendría excusas para ir y fugarme a donde fuera. No lo sé. Tal vez le dije que mientras estudiaba y practicaba, mientras me preparaba para abrir el local y pensaba en el diseño de los volantes, en lo único en lo que pensaba era en ella y en mamá, en el futuro que podría darles a ambas. En demostrarles que no era un bueno para nada, un mantenido ni nada de eso. Todo esto mientras mi visión se ponía borrosa y un líquido tibio resbalaba por mis ojos y le caía a ella en la cara.

Su mano se asió a mi espalda, obligándome a descender y pegar mi pecho al de ella. Tal vez ella era la que estaba fría o tal vez era yo el que estaba hirviendo. Su cuerpo suave le pedía al mío, tenso, que se relajara. Y otra mano me acarició la nuca, pero esta vez era distinto a cuando teníamos sexo. Me acarició, me arrulló durante un buen rato. El zumbido en mis orejas se desvaneciera lentamente y su voz volvió a tener sentido para mí.

—Ya… ya… —seguía arrullándome—. No te lo guardes… sácalo.

—¡Je! —exhalé, con voz ronca. Sentí que mi garganta estaba lastimada—. Es raro… siempre que me pides “sacarlo”, te refieres a otra cosa.

—¡Menso! —rio, dándome un manotazo fuerte en el hombro y sobándome inmediatamente—. Echas a perder el momento con tus tonterías —me decía con voz temblorosa—. Quiero consolarte y sales con tus…

—Dilo. ¡Vamos! —la insté mientras me levantaba y vi que ella también había estado llorando—. Di: “¡Sales con tus mamadas!” —le dije, con voz ridícula.

—Ja, ja —rio, limpiándose las lágrimas antes voltear a verme con gesto de reproche— ¡Y sales con tus mamadas! ¡Esas van acá, abajo! —agregó, riendo pícaramente mientras su mano bajaba a su entrepierna.

—Como desee, mi lady —respondí, dispuesto a encontrarme con esa mano.

—¡No! ¡NO!

Ella gritó, horrorizada, apresurándose a sujetarme de los brazos y ambos nos tumbamos sobre la cama, riendo a carcajadas. Fue como si al fin pudiera respirar bien después de meses, acurrucados como estábamos, seguimos platicando hasta dormirnos.

Los días siguientes siguieron siendo de hueva en el consultorio. Me la pasaba revisando el teléfono, había creado una página de Facebook y ahí mismo subí fotos y promociones. Únicamente mi familia y Tere le daban “me gusta”. Barría y veía pasar las horas hasta cerrar. A veces, me visitaba mamá, que llegaba con comida en su horario de descanso. Y casi siempre, aquellas visitas terminaban con nosotros en la trastienda, cogiendo para liberarnos mutuamente del estrés.

Ahí, Sandra aprovechaba para surgir y jugar conmigo al juego de la seducción y la adrenalina de tener un amante joven. Estar fuera de casa le ayudaba a dejarse llevar y aunque seguía siendo una sumisa sin remedio, era mucho más zorra.

—¡Dámelo! ¡Sí, así! —pujaba mientras le daba por detrás, sujetándola por las muñecas—. ¡Dame duro! ¡Métemela hasta el fondo! ¡Uf! ¡Así!

Yo le daba lo que quería. Le apretaba las tetas por encima de la ropa y ella gruñía para no dejar escapar gemidos, temía que alguien llegara de imprevisto. No podía meterme con su cara porque ella tenía que regresar a su trabajo, no había cachetadas ni me venía en su rostro, así que nos contentábamos con besos apasionados, hambrientos, de amantes. Me venía dentro de ella y después de una breve ida al baño, ella se acomodaba y salía sonriente del local, repuesta por ese otro tipo de masaje que recibía.

Para la segunda semana, Tere me visitó temprano y me pidió un masaje. Venía directamente del gimnasio, se notaba estresada y después de preguntarle por segunda vez qué era lo que le pasaba y no obtener respuesta, no seguí insistiéndole. Se desvistió frente a mí, sin usar el vestidor y recostándose en la cama como era ya costumbre para nosotros. Unté el aceite sobre su cuerpo cálido y tenso, estaba muy rígida, así que fui aplicando la fuerza necesaria en las áreas que más lo necesitaban. Para cuando iba terminando, ella estaba de mejor humor y se permitía gemir de alivio cada que mis manos lograban hacer que esa rigidez desapareciera.

—¡Ay, papi! —rugió mientras yo trabajaba en sus muslos—. ¡Coño! Mejoraste muchísimo con ese curso, ¿eh?

—También me ayuda que conozco tu cuerpo al derecho y al revés —le dije con voz suave, mientras mis pulgares rodeaban peligrosamente a su los pliegues que se asomaban entre sus piernas y subían a sus glúteos, redondos pero firmes.

—También por fuera y por dentro —añadió con picardía—. ¿Será que tienes tiempo de un servicio completo?

—Todo el tiempo del mundo —susurré mientras un dedo recorría de abajo hacia arriba la comisura de esos labios rosados, a húmedos.

Mis dedos se recrearon en arrancar de ella más de esos gemidos y suspiros. Fue casi un reto para mí, estando yo vestido y ella desnuda, como aquella primera vez en casa, quería provocarle un orgasmo con solamente mis manos. Ella lo comprendió cuando desvié su mano intentando sacarme la verga del uniforme y simplemente, se dejó hacer. Se colocó boca arriba y sostuvo su pierna mientras mi otra mano la recorría de los pechos al vientre firme y ligeramente marcado. Ella se retorcía cuando mi dedo surcaba la línea que marcaba la separación entre sus oblicuos y su pubis, separando los dedos de sus pies mientras se venía en mi mano. Su mirada se perdía pero su rostro apuntaba hacia el mío, sonriendo y mordiendo su labio inferior mientras una risa boba se le escapaba.

—Hoy le pasé tus datos a un par de chicas que toman clases conmigo —dijo ella mientras yo me lavaba las manos del aceite y sus fluidos en el lavabo contiguo—. No son guapas, te lo advierto desde ya.

—¡Ja! ¿Por qué la advertencia? —pregunté con curiosidad—. ¿Querías que ponga un letrero de “No se admiten feas”, o qué?

—¡Ay, cómo eres! —rio, culpable—. Pensé en decírtelo, ya que sólo has practicado con mujeres lindas.

En el curso me había tocado practicar con mujeres mayores y a hombres, nada de “mujeres lindas”, le expliqué. Le dije que me mandara lo que quisiera, total, no estaba para ponerme exigente con quien me mandaran. Ella me miró con un brillo en los ojos que me gustaba verle, era como si “un adulto” se sintiera orgulloso de mí, alguien que no era de mi familia, se sentía bien. Me gustaba provocarle eso, demostrarle que no era un mocoso inmaduro y descolocado. Vi sus ojos perderse un instante en mi boca mientras le hablaba y de pronto, como si reaccionara, se marchó a toda velocidad. Para cuando me di cuenta, vi una suma de dinero en el escritorio de recepción, que cubría por mucho la tarifa que tenía anunciada en el letrero.

No huyas 😛
¿Y este dinero?

Recorde que tenia que hacer algo cuando vi la hora
Debo correr 🏃🏽♀️
Es tu paga bobo. No aceptes menos que eso

 

—¿Y sí piensas dar “esos servicios”? —me preguntó Julia, después de que les contara en la cena.

—Espero que no —respondí, serio pero con calma—. Pero necesito dinero para no atrasarme con los pagos…

—Por eso no te preocupes, cariño —intervino mamá—. Yo dije que te iba a ayudar en lo que te aclientes. Es normal que no veas ganancias en los primeros años.

—¡¿Años?! —exclamó Raquel, escandalizada.

—Sí, cariño —le respondió mamá dulcemente—. Pero no pasa nada, aquí estamos para apoyarnos todos. No te desesperes por el dinero—continuó, dirigiéndose a mí—. Además, ya viste que incluso en ese spa de tu maestra ofrecen esos “extras”. No te sientas mal si decides aceptar o rechazar ofertas así.

—Y si no quieres, no lo hagas —dijo Julia, con los ojos fijos en mí desde el otro lado de la mesa.

—Y si lo haces —comentó Raquel con voz seria, con su mano en mi pierna y la cabeza agachada—, no te preocupes. Nada más no te sientas obligado por el dinero o… por… —añadió, volviendo la cara hacia mí— nadie más.

La platica se quedó allí. Había intuido que Raquel les había contado lo que fuera que había soltado en nuestra última discusión, ya que las tres se portaban muy solidarias y comprensivas conmigo cuando se tocaba el tema del consultorio. Lo agradecía, pero no dejaba de ser incómodo en ocasiones.

Comentarios

  1. Por favor, quiero escuchar antes de que está historia termine un mítico "Te amo" de las 4 mujeres del protagonista y en el caso de su madre no me refiero al te amo hijo, por favor dime qué si se lo dirán porque después de tantos capítulos tu historia no estará completa sin que se lo digan.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. No dudo de que sea tu anhelo, pero tampoco albergues muchas esperanzas. ^_^'

      Borrar
  2. Buenas, por cuestiones de trabajo, pude poner a día con la historia, muy bien llevada la historia espero los siguientes capítulos.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Mi Hermana Cinthia

Mi Hermana Cinthia
Una mala realación de hermanas puede dar un giro de 180 grados

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?