A la tercera semana de haber abierto el local, después de atender muchas llamadas en las que no se concretaba ninguna cita, finalmente llegó mi primera clienta. Una mujer madura, morena y chaparrita que decía tener una reuma en el hombro. Fue testaruda, quería que la atendiera en la silla del recibidor, que no quería masaje de cuerpo completo e insistía en que no iba a pagarme si no le quitaba el dolor.
Respiré hondamente y puse mi mejor cara, la examiné y vi que era una lesión en el tendón, algo que probablemente era mejor tratar con un reumatólogo pero que podría no ser crónico. Mientras hacía presión y le explicaba, la actitud de la señora fue cambiando. Después de unos minutos, la invité a que se recostara para que pudiera continuar y para cuando terminé, fue como si fuera otra persona completamente distinta. Dijo que iba a volver cuando le regresara el dolor y que me iba a recomendar.
Mamá fue la primera a la que le conté esa tarde. Como ya era costumbre, ella me visitó en su horario de descanso y se mostró entusiasmada con la noticia; no obstante, ella ya venía con un objetivo en mente: un poco de carne antes de la ensalada que había traído para que comiéramos. Nos metimos directo a la salita y comenzamos a besarnos con pasión y deseo, sus manos se aferraron a mis hombros y las mías, a sus nalgas. Me susurró al oído un suplicante “por favor” mientras mi dedo hurgaba su esfínter, hacía mucho que no usábamos esa entrada y ella meneó el culo para que me adentrara más, pero era imposible sin lubricación.
Escupí mi mano y de inmediato me dio la espalda, levantando su falda y dejándome ver su nueva tanga roja que parecía sólo emerger de ese par de nalgas redondas y jugosas. Su rostro se inclinó hacia arriba y su espalda se arqueó para que su culo revelara un poco de esa parte del tanga que ya dejaba ver una pequeña mancha de humedad. Entró mi dedo y su ano lo apresó, dándole la bienvenida después de tanto. Palpitaba y en medio de cada micro relajación, pude adentrarme más. Ella suspiraba y pujaba con cada centímetro que avanzaba, pero no paraba de inclinarse y contonear su cadera.
—¡Ay, sí, cariño! —dijo Sandra con esa voz suave y sensual que le brotaba cuando estábamos sólo ella y yo—. ¡Rómpeme el culo, no sabes las ganas que tengo!
—Me gusta que por fin hables con franqueza, Sandrita —gruñí mientras le metía el segundo dedo, casi a fuerzas, arrancándole un grito ahogado—. Quiero que me hables claro —seguí hablándole al tiempo que las yemas de mis dedos raspaban el interior de su recto—. ¿Quieres que te rompa el culito?
—¡Sí, sí! —gimoteó, sacudiendo su cola con impaciencia—. ¡Métemela ya, no aguanto más! ¡Méteme la verga así!
Esa era Sandra, sin dudas. En casa, esa mujer era incapaz de expresarse así, me prendía mucho que usara ese lenguaje conmigo, era mil veces más excitante que escucharlo de Tere. Me bajé el resorte del pantalón apenas lo suficiente para sacar mi garrote, un poco de saliva y mi glande fue a saludar su asterisco. Ella agachó la cabeza y gimió antes de llevarse la mano a la boca. Estaba muy estrecha ese día, apenas podía moverme. Escupí a su ano con precisión mientras retrocedía y la escuché rugir detrás de esa palma que intentaba silenciarla. Iba avanzando, empujando sin delicadeza mientras escuchaba esos ruidos guturales y su otra mano arrugaba la sábana de la cama de masajes. Le estaba doliendo, pero lo estaba gozando.
Apenas iba por la mitad, pero ya estaba bombeando, ella no era la única que estaba siendo invadida por la lujuria. El hecho de que me estuviera costando, sus quejidos, los movimientos de su cadera y la sensación de su interior me estaban volviendo loco. A base de embestidas, fui entrando más y más, de una manera completamente violenta, casi bestial. Ella no podía apartar la mano de su boca, estábamos seguros de que sus rugidos y jadeos habrían llamado la atención hasta afuera del local y se lo hacía saber.
—Imagínate que la gente te oyera —decía sin parar de embestirla—. Que la gente se preguntara si te estoy lastimando y se acercara a ver. ¡Oh, seguro que no sabrías qué hacer! —continué mientras la oía gemir y sentía cómo el fondo de su interior abría paso a mi verga—. Que llegaran tus amigas del trabajo y vieran que a su jefa le están partiendo el culo de esta forma… su propio hijo.
Eso fue. Aquello terminó de quebrarla y soltó un gemido largo y prolongado. Aproveché para metérsela hasta el fondo y sus pliegues se hundieron con ese último tramo de mi macana, reacios a dejarme entrar, hasta que cedieron y su esfínter por fin se cerró sobre la base de mi mástil. Nos quedamos inmóviles, ella jadeaba y finalmente se destapó la boca. Vi la mano posarse sobre la sábana y mancharla con su saliva y una descarga eléctrica me puso los vellos de punta.
—Rómpeme el culo… —jadeó, apenas con un hilo de voz, suplicante—. Por favor… Luís. Mamá lo necesita.
No tuvo que repetírmelo. Mis caderas arremetieron con fuerza y retrocedían a diferentes intervalos. Había descubierto que eso funcionaba muy bien, con todas en general, pero en especial con ella. A veces, hacía movimientos seguidos y en ocasiones, espaciados; todos con la misma intensidad al momento de meterla hasta el fondo. Y ella gruñía, jadeaba y se aguantaba las ganas de gritar, apretando sus labios, gimiendo con voz ronca y repitiendo que no me detuviera. Otra ventaja de esto era que podíamos durar lo que quisiéramos, ya que ella sólo se deshacía del placer pero no podía llegar al orgasmo sólo así.
—¿Por qué no te tocas tu puchita? —le pregunté con voz fría, utilizando esa palabra que se le había escapado en alguna ocasión—. Apuesto a que mueres de ganas… por venirte. —Ella sólo gimió y empecé a moverme lento, mi verga ya resbalaba sin problemas pero sólo así podía volverla loca y hacerla obedecerme—. Voltéate y tócate, quiero verte.
Y obedeció. Se terminó de acomodar sobre la cama y se sentó, recorriéndose la falda gris hasta la cintura y abriendo las piernas para mí. Su rostro estaba tan rojo como su tanga, que ya estaba mojadísima y había adoptado un color oscuro en casi todo el triángulo que le cubría su raja. ¡Oh! ¡Cómo disfruté quitándosela con la boca! Estábamos vueltos locos, los dos. Su mano buscó mi verga y tiró de ella para que regresara al lugar que le correspondía: dentro de su culo. Mi mano tomó la suya para colocarla sobre su otra entrada empapada y hasta que ella empezó a frotar, mi verga entró.
Callé su gemido con mi boca y dejó salir un alarido, había empezado a penetrarla. Cuando dejó de gemir, nuestros labios se separaron y no paramos de jadear. Ya no estaba moviéndome tan bruscamente porque no quería perder de vista lo que hacía su mano. Los círculos que trazaba sobre sus labios hinchados me indicaban la velocidad con que debía continuar, eran lentos la mayor parte del tiempo y sólo aceleraba por periodos breves, no quería venirse pronto.
Y de pronto, se escucharon unas voces en el mostrador y una de ellas la identificamos de inmediato. Paramos en seco, aguantando la respiración.
—¿Luís? —preguntó Julia desde detrás de la puerta—. ¿Puedo pasar?
Mamá y yo estábamos paralizados. Era Julia y se oía que no venía sola. Tardé mucho en pensar qué responder cuando de pronto, la manija de la puerta comenzó a girar.
—Voy a entrar nada más yo —anunció mi hermana mayor.
De nuevo, las cosas sucedieron antes de que mamá y yo pudiéramos reaccionar. La puerta se entreabrió y volvió a emparejarse, escuchamos a Julia hablarle a su acompañante, diciendo que la esperara un rato y en un parpadeo, entró y cerró la puerta tras ella. Nos miraba con los ojos abiertos como platos, estoy seguro de que ni en sus más locas ideas habría imaginado encontrarme… encontrarnos… así. Fue como un juego de miradas que se prolongó por instantes que se sintieron interminables.
—Traje a una amiga —dijo ella, con voz queda y la mirada clavada en el lugar en donde mi cuerpo y el de mamá estaban unidos—. Quiere ver si puede agendar una cita. Eh… —dudó después de otro silencio—¿Les… falta mucho?
No sé qué fue, si la forma en que nos veía o la posibilidad que planteaba esa pregunta, genuinamente: estaba sugiriendo que nos iba a esperar a que acabáramos. Sin poder articular alguna palabra, mi cadera volvió a moverse. Mamá se sobresaltó y giró bruscamente a verme, atónita. Yo sólo la vi y asentí con la cabeza, retrocediendo para volver a introducir mi verga en su culo y estimulando la zona que su mano había dejado desatendida. Su cara se puso aún más roja de lo que estaba y evitó mirar a su hija mayor mientras se tapaba la boca, pero no me detuvo. Me giré a ver a Julia y una esbocé una sonrisa algo incómoda, intenté verme relajado.
—Ahorita que termine, voy con ustedes —le dije, con la voz lo suficientemente fuerte para que nos escuchara quien fuera que estuviera detrás de la puerta—. Ya casi acabamos —agregué, continuando con mis embestidas e indicándole a Julia que volviera con su acompañante.
—O…kay —respondió, algo extrañada, pero con una tenue sonrisa esbozándose mientras se daba la vuelta y se retiraba.
Mi hermana apenas abrió la puerta tras asomarse primero y se escurrió entre el poco espacio que dejó para evitar que cualquier mirada indiscreta viera en nuestra dirección. La escuché hablarle a la persona con quien venía y entonces, me enfoqué en mamá. Ella me miraba con los ojos desorbitados pero con una expresión indescifrable y su mano aún tapándole la boca. Podía escuchar sus gemidos con cada penetración y era más que evidente que no quería que me detuviera.
—¿Cómo lo sientes? —volví a hablar con voz potente, para que pudieran escucharme afuera—. ¿Así o más fuerte?
Sentí cómo su ano se apretó muchísimo, tanto que por poco me detuvo en seco. Su mirada estaba clavada en mí, hice un gesto con las cejas para que me respondiera pronto y miró en dirección a la puerta.
—¿Así? —pregunté otra vez.
—Eh… ¡Ah! —aspiró bruscamente cuando metí el dedo en su vagina, provocando que le temblara la voz y agachando la cabeza para no verme—. S-sí. Así.
—Ya casi acabamos —dije con un volumen de voz más normal, intentando acomodar mi muñeca para poder estimular adecuadamente su interior. Podía sentir mi verga moviéndose del otro lado de esa pared interna húmeda y caliente mientras me acercaba a su rostro—. Gime todo lo que quieras, mamá —le susurré, sonriendo—. Es un masaje, es normal que la gente lo haga —agregué, guiñándole el ojo antes de alejarme para volver a hablar en voz alta—. Sólo dime si así está bien.
—¡Sí! —suspiró mamá, un poco menos apenada—. ¡Ahí mero! ¡Ay! ¡Sí! —rugió de pronto.
Ella cerró los ojos y empezó dejar salir más pujidos, suspiros y gemidos; aunque procurando que sonaran lo menos sospechosos posible. Reclinó su cabeza y de su garganta siguieron escuchándose aquellas indicaciones.
—Un poquito más arriba… —suspiró cuando la sujeté de la cintura con ambas manos—. ¡Uf! ¡Más! —siguió diciendo cuando mis manos reptaron por sus costados y llegaron a estrujar sus tetas por encima de su blusa y su brasier—. ¡Así!
De improviso, su mano me jaló hacia ella y me besó con enjundia, acariciando mi pecho. Mis embestidas no eran tan intensas como antes, así que pude sentir cuando su cuerpo fue invadido por el placer de un orgasmo que inició con un rugido que quedó amortiguado por nuestras bocas y se consolidó con los espasmos que pude resentir con mi verga.
En otras circunstancias, habría continuado con mis embates y buscado prolongar ese clímax, pero no podía darme aquel lujo en ese momento. Saqué mi tranca y me fajé el pantalón, me dirigí al lavabo para asegurarme de estar presentable en el espejo, mojándome la cara y esperando a que el bulto entre mis piernas desapareciera. Antes de abrir la puerta, volteé a ver a mi madre, que apenas se estaba levantando, varios mechones alborotados le cubrían gran parte de la cara, pero sus labios se mostraban curvados en una sonrisa discreta debajo. Le dije en voz baja que no saliera y salí a recibir a las visitas.
La chica que acompañaba a mi hermana era rubia, bajita y algo llenita. Usaba unos lentes de pasta rosa, los cuales se empañaron en cuanto me acerqué a saludarla. Fue Julia la que tuvo que interceder por ella, ya que cuando intentaba hablar, apenas podía balbucear torpemente una frase completa, provocándonos risas nerviosas a todos. Entre mi hermana y yo, le ayudamos a programar una cita para dentro de dos días, acordamos la hora y confirmamos el precio; ella sólo se dedicó a aprobar con monosílabos.
Después aquella incómoda conversación, ambas se irían y nos permitieron a mamá y a mí comer a en paz. Según me contaría Julia esa noche en la cena, su nombre era Érika y era gerente de producción en la televisora.
—Nunca pensé que se chivearía contigo —rio mi hermana mayor.
—Debió pensar que la atendería una mujer —mustió Raquel, sin ocultar su fastidio.
—¡No! ¡Sí le dije! —Julia se apresuró a aclarar—. Le dije que Luís es mi hermano y que acababa de abrir su sala de masajes —dijo con orgullo—. Ella se la vive quejándose. Que si su cuello, que si su espalda… Se la pasa diciendo que necesitaba que alguien “le truene sus huesitos”.
—¡¿Qué?! —gritamos Raquel y yo al unísono.
Nuestra hermana nos miró con extrañeza y preguntó con ingenuidad por qué habíamos reaccionado así. Tuvimos que explicarle el doble significado de aquella frase y ella sólo pudo reposar las sienes en sus palmas, apoyando los codos en la mesa, queriendo que se la tragara la tierra de la vergüenza. Raquel se burló, mamá intentó consolarla y yo tuve que hacer un esfuerzo por no reírme de la inocencia de mi hermana mayor. Era sorprendente para mí que alguien como ella no conociera ese albur o al menos, hubiera intuido que podría tratarse de uno. Me resultaba inconcebible, tanto por su edad como por trabajar en un lugar donde seguramente el albur y el doble sentido estarían a la orden del día.
—¿Y pidió masaje de cuerpo completo? —preguntó Raquel burlonamente, disfrutando de meter el dedo en la llaga.
—Sí —respondí con resignación.
—¡Entonces ve preparándote para tu primer “final feliz”, hermanito! —rio mi hermana menor.
Más allá de que era costumbre en Raquel molestar a Julia, me sorprendió genuinamente que no se mostrara molesta o celosa con aquella situación. Mamá estaba más preocupada por su hija mayor, aunque cualquier intento de levantarle el ánimo era más vergonzoso que otra cosa.
—Bueno —dije después de reflexionar—. Ella sólo pagó por el masaje, nada más.
—Seguramente por eso estaba toda nerviosa —siguió lamentándose Julia—. Quizás sólo lo había dicho de broma y yo, de mensa, me lo tomé literal.
—¡Ja! —exclamó la hermana menor—. ¡Entonces la pendeja es ella, por no saber decir que no!
—¡Ay, no! ¡Qué horror! —volvió a quejarse la mayor.
Estoy seguro de que esa noche, Julia se fue a dormir aún con culpa y vergüenza. Porque al día siguiente, se apresuró en confirmarme por mensaje desde temprano que no había sido un malentendido y que Érika le había confirmado que sí necesitaba un masaje relajante.
Menos mal!
Ahora tu alma podrá descansar en paz
😂
Ya sé! 😫
Te juro que ni pude dormir anoche
Pero de eso también tienen la culpa tú y Raquel 😑
Les encanta hacer escándalo 😒
Sólo un poco de cardio antes de dormir 😛
Últimamente, era más común tener ese tipo de conversaciones con Julia por teléfono. Ella solía ser la primera en soltar ese tipo de comentarios sobre mis “actividades” cuando nos mensajeábamos, cuidando de no usar los nombres de Raquel o de mamá ni por error y borrando al poco tiempo los chats de su celular, argumentando que podrían robarle el teléfono en cualquier momento. Quizás era una actitud exagerada, pero contagiosa. Empecé a hacer lo mismo y cada tanto, borraba mis chats comprometedores que no fueran con Tere y hasta dejé de conservar fotos y videos en mi teléfono por más de un par de días. Pese a todo, poder bromear con ella así sobre esos temas me gustaba no sólo porque ya no la sentía tan distante como antes, también porque me prendía de sobremanera.
Por otro lado, mentiría si dijera que no estaba algo nervioso por mi próxima clienta. Érika no sólo era alguien visiblemente tímida, sino que era alguien que trabajaba con Julia y no sólo eso, sino que en un buen puesto, por encima de ella; no podía darme el lujo de que algo saliera mal. Lo comenté con mamá mientras comíamos al día siguiente y sólo me dijo que no me preocupara. Lo platiqué con Raquel esa tarde y me dijo lo mismo y al día siguiente, el día de la cita programada, sentí la necesidad de hablarlo con Tere.
—Pues, como bien dices. —Escuchaba hablarme despreocupadamente del otro lado de la línea—. Si la cagas, le puedes joder la vida a Juls —dijo con tono descarado—. Si te propasas o si no le gusta, capaz que la corren. ¡Pobrecita! Tanto que le echa ganas a su chamba soñada —exclamó con falsa condolencia—. ¿Qué piensas hacer?
—Gracias por motivarme —le respondí con sarcasmo, aunque sonriendo.
—A eso me dedico, rey —ronroneó, triunfante—. Ya, en serio. Si dices que es callada… tímida, inocente… Sólo ve despacio —comentó con voz más serena y atenta—. Explícale lo que pasará antes de ponerle un dedo encima y una vez que empieces, no te detengas o lo harás más incómodo para ella.
—¡Gracias, bebé! —exclamé, aliviado y le troné un beso que retumbaría en el micrófono—. Sabía que tú sí sabrías qué hacer.
—¡No me hables así, nene, que me enamoro! —Me advirtió con voz aguda y un acento muy marcado. Hizo una pausa antes de continuar, la escuché inhalar profundamente lejos del teléfono—. ¡Ah! Es lo que me saco por andar de acomedida.
La verdad, nunca la había llamado así. Si cualquiera me preguntara, diría que lo hice de broma, ya que ella solía decirme de muchas maneras; aunque la verdad, las palabras me salieron del alma. Le estuve muy agradecido desde el fondo de mi corazón y definitivamente iba a poner en práctica sus sugerencias.
Recibí su llamada para confirmar que venía en camino, así que ya tenía todo listo cuando ella llegó. Toallas tibias y los aceites a la mano, hasta un incienso de lavanda para relajación (idea de Julia y Raquel). Cuando llegó, seguía viéndose cohibida pero mucho menos incómoda. Antes de pedirle que entrara a la sala, le expliqué en qué consistía el masaje y le dije que podíamos detenernos en el momento que ella quisiera. Sus lentes se empañaron de nuevo pero esta vez sí pudo articular frases completas y procedí a indicarle que se preparara en el vestidor.
—¿Tengo que desvestirme toda? —La escuché preguntarme detrás de la puerta, su voz no tembló.
—También puedes quedarte en ropa interior —le respondí tranquilamente—. Como tú quieras.
—Ah… bueno —dijo con voz más apagada.
Salió cubierta con la toalla y le indiqué que se recostara sobre la cama. En cuanto mis dedos hicieron contacto con su piel, ésta se erizó. Cada cierto tiempo, ocurría de nuevo. Era curioso como su cuerpo se enfriaba conforme avanzaba, estaba tensa, aterrada. Así que empecé a hablarle, a ver si eso la ayudaba. Me sentí como un taxista preguntándole qué hacía y cómo era su día a día. Titubeaba menos cuando hablábamos de su trabajo en la televisora, así que seguimos platicando mientras iba bajando por su espalda.
—¡Ahí! —exclamó de repente cuando descendía por su dorsal izquierdo. Su espalda alta se contrajo de nuevo—. Quién sabe cómo me lastimé ahí.
—Entendido, déjame revisar —respondí mientras apenas apoyaba las yemas y noté la lesión inflamada—. Al principio puede doler, pero no por mucho. ¿Lista?
—Sí —dijo ella, hundiendo más la cara en la camilla.
Chilló y resopló mientras empezaba a hacer presión, pero al final, aguantó bien todo el proceso hasta que el bulto fue desintegrándose. Presión y calor, eso era todo lo que se necesitaba. Pasaba a otras zonas de la espalda para dejar reposar esa área antes de volver a pasar. Ella temblaba cada que regresaba a donde había estado la lesión, pero cada vez era menos.
—¿Todavía duele? —le pregunté.
—Poquito, casi nada —contestó con un hilo de voz.
—¿Sueles recargarte mucho de este lado cuando te sientas? —le pregunté, ya acostumbrado a mantener la conversación viva.
—No, lo que pasa es que… ¡Ash! Hay un sillón afuera de mi oficina y llevo días diciéndoles a los de mantenimiento que lo quiten porque sólo estorba. Intenté moverlo, me di la vuelta y ahí fue. ¡Todo porque nadie más lo hacía!
El tono de su voz había cambiado, estaba hablando de forma más natural y con voz más fuerte. Empecé a bajar más por su espalda y cuando estaba trabajando en sus glúteos, me di cuenta: se había desvestido por completo. Seguramente estoy tan acostumbrado a la desnudez que por eso no me había dado cuenta, aun así, que me ganó la risa.
—¡Perdón, perdón! —dije, apenado y controlando mi risa—. Apenas me di cuenta de que no llevas nada puesto.
—¡Oh! Ya… —respondió con voz relajada—. Bueno, no es la primera vez que vengo a un lugar de masajes. Lo normal es desvestirse.
—Sí, sí. Sólo que apenas lo noté.
—Has de estar acostumbrado —dijo con tono jovial.
—Y sí… ¡Ah! Perdón —exclamé, recordando que había mucho por hacer todavía—, sigamos.
A partir de ese momento la conversación entre ambos fue más amena. Sin darme cuenta, fue tornándose en mí y en mi formación. No iba a mentir diciéndole que tenía años de experiencia, pero sí pude ser ambiguo con respecto a cuánto llevaba en esto antes de graduarme.
—Así que te tocó practicar mucho —murmuró con una voz sedosa, fruto de la relajación—. En casa, supongo.
—Sí, con mamá y mi hermana… ¡Ah! Y mi novia.
—Novia, ¿eh? —dijo con curiosidad—. Debí suponerlo. ¡Uy! —gimió por mi trabajo entre su pantorrilla y tobillos—. Con eso de que ni notaste que estaba desnuda, ya debes conocer su cuerpo de pies a cabeza —añadió con una risa burlona que la hizo sonar como una vieja chismosa.
Se dio la vuelta y usé una toalla chica para cubrir sus pechos y entrepierna completamente depilada… y húmeda. No fue hasta el instante previo a que la tela la ocultó de mi vista que lo noté, mis manos le habían provocado una reacción. Intenté no pensar mucho en ello, me dije que era completamente normal, recordando la excitación que me había provocado aquél masaje en el resort. Pero es que su cara tampoco me ayudaba. No me quitaba los ojos de encima y la manera en que sonreía cuando me acercaba a sus pechos hizo que evitara cruzar miradas con ella.
Estaba algo llenita, su vientre se curvaba al igual que sus muslos y brazos, pero no demasiado. Su piel blanca era suave y no tardaba en sonrojarse con el paso de mis manos. Por alguna razón, tras ver su mueca de estar disfrutando de aquellas caricias, mi mente comenzó a hacerse preguntas sumamente inconvenientes y me di cuenta de que yo también empecé a tener una reacción. Hice todo lo posible por trabajar de espaldas a ella mientras descendía rápidamente hacia sus piernas, pasando por alto todo lo que había quedado debajo de la toalla.
—¡Ah! Y pensar que estaba arrepintiéndome de venir —suspiró de pronto—. Cuando Julia me habló de este lugar, pensé que iba a ser un changarrito cualquiera —dijo con un tono algo petulante antes de ronronear por la presión que ejercía sobre sus muslos—. No me lo tomes a mal. Eso de “mi hermano acaba de abrir su local” no me inspiraba mucha confianza que digamos.
—Je, je. Descuida, entiendo.
—Pero, déjame decirte, cuando le dije a Julia que necesitaba que alguien “me tronara los huesitos” no me refería a esto… —acotó con una voz sugerente—. Pero esa niña se toma todo literal y me dio mucha pena cuando me trajo aquél día. Ahora, me alegro de no contarle que todo era un malentendido.
—¡Ah! Ja, ja —fingí mi risa—. Pues, gracias.
—Y, aparte del masaje… —susurró, posando suavemente la mano sobre mi antebrazo— ¿Hay algún otro servicio que se pueda pedir?
Carraspeé. Aquél cambio de actitud había sido tan gradual que ni me había puesto a pensar a dónde había ido toda esa timidez del principio. Resoplé sin dejar de atender sus hombros, todavía evitando cualquier contacto visual.
—Los servicios extras no vienen incluidos en el precio —respondí con voz fría, sin detenerme. Tenía que escucharme tranquilo.
—¡Oh! Entonces, ¿puedo pedir un “servicio extra”? —preguntó con voz pícara, sonaba más entretenida que realmente interesada.
—Tendríamos que extender el tiempo de esta cita —volví a hablar con voz firme, sin amedrentarme—. ¿No habría problema?
—¿Qué tanto se puede prolongar? —hizo su pregunta retórica.
Algo en su forma de hablar no me convencía, sentí que era una especie de trampa. Era como si sólo quisiera jugar conmigo para avergonzarme, o tal vez que me le ofreciera.
—El tiempo que se requiera —respondí, indiferente—. Tengo la tarde libre.
—¿Ah, sí? —exclamó con recelo— ¿Y qué diría tu novia?
—Que no cobre menos de lo que ella me llegó a pagar —dije, finalmente capaz de sostenerle la mirada y con una sonrisa triunfante.
Alzó las cejas, pero su sonrisa desafiante no se borró. Lo más probable es que no me creyera (¡Vamos! ¿Quién podría creer algo así?), pero con eso se calló. Fue en un buen momento, justamente estaba terminando el masaje. Le di indicaciones para que reposara antes de usar la regadera para limpiarse el aceite. Me fui al baño a lavarme las manos y justo entonces, noté que mi amigo estaba inquieto. El agua fría me ayudó a estar presentable y esperar a mi clienta a que saliera al recibidor. No sabía qué esperaba, pero sin duda me sorprendió verla salir con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Ah! ¡Qué bien me siento! —dijo, estirándose y con un tono alegre algo fingido—. ¡Ya no me duele ni la espalda ni las piernas! ¿Cada cuándo tengo que venir?
—Cuando tú quieras —le respondí amablemente—. Mientras cuides tu postura y no uses tacones por períodos tan prolongados, no creo que sea necesario.
—¡Ay! Pero podría volver para un masaje relajante de vez en cuando ¿no? —exclamó, casi quejándose.
—¡Eso, sí! Cuando quieras. —confirmé con una sonrisa exagerada que me hizo cerrar los ojos.
—Ya tengo tu número —dijo, entregándome el pago en efectivo—. Te llamaré para agendar y… también deberías revisar el baño. Creo que tu novia olvidó algo allí.
Se fue con una risita burlona y esperé un poco después de haberla perdido de vista para ir a asomarme al cuarto de la regadera y allí la vi, la tanga roja que había usado mamá. Era demasiado bueno para dejarlo pasar. Le tomé una foto y se la envié por mensaje:
Supe que leyó los mensajes pero no me respondió ni me llamó. Para cuando llegó a casa, mis hermanas y yo la fingimos regañarla por no dejar las cosas en su lugar. Ella nos sonrió sarcásticamente y actuó como si aquello no le afectara, aunque sabíamos que sólo quería que la tierra se la tragara. Sentía vergüenza porque alguien más había visto su tanga, no por haber tenido sexo con su hijo… o estar cenando desnuda frente a sus hijas después de haber recibido mi venida minutos antes de sentarse a la mesa.
Recientemente, el libido de nuestra madre parecía haberse descontrolado, era como si nada le bastara. Sus mañanas no parecían estar completas sin que me diera una mamada, aunque fuera sólo por probar. A veces, por las prisas, sólo se la metía a la boca un par de veces y se iba sin que yo me viniera. Sus visitas a mediodía para comer (y ser comida) eran casi diarias y me avisaba cuando no podía ir a visitarme. Y en las noches, se había vuelto común que cogiéramos tan pronto se deshacía de su ropa, ya fuera en su habitación, en el pasillo de la planta alta o en la misma sala, frente a mis hermanas.
Éstas parecían tomarlo genuinamente bien. Raquel se unía al principio en las noches y tras dejar a mamá tumbada en su cama, procedíamos a dormir juntos, ya fuera en su cuarto o en el mío. Sin embargo, se sintió como si la lujuria que había ganado la madre la hubiera robado de su hija. La dinámica entre los dos se suavizó. Nos la pasábamos perdiendo el tiempo platicando de tonterías cuando nos visitábamos en el trabajo del otro o en algún otro lugar público, o bien, viendo la tele en casa, casi siempre en silencio; aunque, eso sí, acurrucados, con nuestra piel en contacto constante. Seguíamos teniendo sexo, aunque casi siempre eran los fines de semana y se sentía como si ella desfogara unas ganas que se le acumulaban el resto de días. Eran sesiones intensas, en las que ella usualmente invitaba a mamá a participar.
Debí notar la forma en la que ansiaba entrar en contacto con nuestra madre, la manera en que le comía las tetas y parecía querer recoger cada gota de su sudor con la lengua. Era como había ocurrido aquella vez con Tere, podía sentir que yo pasaba a un segundo plano. Pero la ventaja de tener a mamá en la fórmula era que sabía cómo manejar aquella energía sexual de Raquel. Además, ese fuego que mi hermanita le avivaba con sus manos y su boca sólo podía ser aplacado con mi verga. Era casi obscena la manera en que Sandra se dejaba hacer por su hija con tal de que mi verga también horadara en su cuerpo, ya fuera en su boca, en su culo o en su “puchita”. Estoy seguro de que ella se arrepentía de haber usado esa palabra frente a mí, porque cada que la decía, podía sentirla estremecerse con remordimiento y vergüenza… y no lo digo como algo malo.
Siempre y cuando Raquel o Julia estuvieran cerca, mamá adoptaba un rol más agresivo, como si no quisiera que la vieran como la mujer sumisa y “débil”. Era seductora y asertiva. Le gustaba “monopolizar mi boca”, como alguna vez señaló su hija menor, ya fuera con la suya propia, sus tetas o con sus otros labios. Y mientras eso ocurría, mi hermanita le metía los dedos o estrujaba sus melones, le lamía el cuerpo o le comía la raja hasta obtener de ella su ansiado elíxir. Esto, hasta que se animó a pedirle prestado a mamá su arnés.
—Quiero saber qué se siente —le gruñó Raquel, amenazante, mientras se ajustaba las correas a su cadera.
—Ya pudiste practicar con Tere en la playa —le contestó mamá, desafiándola con tono provocativo y poniendo su culo en pompa, acomodándose para mamármela a gusto.
—¡Pero esa zorra no tiene esto! —rugió la hija, azotando su mano en las nalgas de su madre.
Usó saliva para barnizar su herramienta y volvió a ajustarse las cintas. A paso lento, fue avanzando y retrocediendo, metiendo cada vez más aquel falo transparente, usando su mano para untar el fluido que emanaba de la gruta que nos había visto nacer. Me vine al poco rato viendo aquella escena desde un asiento tan privilegiado y todo fue a dar en la boca de mi madre. Ahora era normal que mi hermana no se lanzara a sus labios para beber aunque fuera una parte de mi venida, lo que no era normal era verla perderse en sus embestidas, con sus ojos cerrados y una ligera abertura en sus labios. Estaba en su propio paraíso y contemplar aquél éxtasis que irradiaba de ella era aún más excitante que la lengua de mamá limpiando mi verga.
Sus gemidos me indicaron que Raquel estaba haciendo un trabajo estupendo. Ahora la tenía tendida sobre mí, jadeándome a la cara y recibiendo cada estocada con gozo. Su lengua encontró la mía y un escalofrío la recorrió mientras su hija no paraba de acelerar. Mi hermanita no se detuvo hasta arrancarle un aullido que tuvo que contener y verla agachar la cabeza mientras su espalda no podía arquearse más.
—Recuérdame guardar esa cosa bajo llave —dijo entre jadeos cuando terminó de limpiar el consolador con la lengua.
—Hazlo. Ya luego me compro el mío—respondió Raquel, con una mano en la hebilla, observando atentamente la expresión desafiante de mamá.
—¿Y se puede saber para qué querrías uno? —le cuestionó su madre, con una ceja alzada.
—Para cogerte otra vez mientras Luís te la mete por detrás, como tanto te gusta —rio burlonamente mi hermanita con cierta malicia en su mirada.
Quizás no se comprara su propio consolador con arnés, pero aquella promesa la cumpliría días más tarde. Fue tan glorioso como habíamos imaginado los tres. Yo estaba acostado con mi madre encima de mí, con mi verga dentro de su culo y con Raquel dándole de frente, con una maestría abrumadora y sin la menor misericordia. Pude ver el fuego arder en la mirada de Raquel por encima de su sonrisa maquiavélica, era como si hubiera soñado con eso desde siempre. Logró quebrar a mamá, quien mantuvo su papel de mujer ruda e ingobernable todo lo que pudo, pero al final, tener a sus dos hijos penetrándola al mismo tiempo era definitivamente demasiado para ella. La victoria fue nuestra cuando su cuerpo inerte se desplomó sobre mí, entre espasmos y jadeos.
Esa noche, coroné con mi hermanita chillando de placer a lado de mamá, quien sólo nos contemplaba pacientemente hasta que me vine dentro de su hija menor. Y aquello me hizo confirmar que los papeles se habían invertido, porque no dejó pasar ni dos segundos antes de hurgar con su lengua lo que había dejado para ella en el interior de Raquel. Ambas durmieron juntas en el aquel colchón Queen-size aquella noche.
—No se cansan —me reclamó Julia la mañana siguiente, agitando la cuchara en su taza de café y mirándome con desaprobación—. Parece que sólo buscan estar la liga más y más.
—Perdón —dije, un poco arrepentido por causarle inconvenientes—. ¿No te dejamos dormir?
—Ya me compré tapones para los oídos, descuida —respondió ella con falsa modestia—. Es sólo que no logro concebir… ¿hasta dónde piensan llegar?
—¿Cuánto crees que nos falte por intentar? —pregunté, bromeando—. Estaba pensando en instalar unas cadenas en el techo…
—¡Menso! —rio, dándome un empujón—. Te sientes mucho porque ya te va bien.
Se refería al local. Después de que Érika se presentara a trabajar “totalmente renovada”, me llegaron un par de clientes recomendados por ella. Y como si alguien hubiera abierto la llave de un grifo, poco a poco me fui llenando de citas. Lo mejor de todo, eran consultas por dolores menores y casi nadie quería masajes de cuerpo completo. Tocaba de todo, desde chicas jóvenes y de muy buen ver a señoras que no estaban en la mejor forma que digamos, o peor, hombres. No, aún peor, señores. No tenía problemas con el cuerpo masculino, después de todo, durante el curso también había practicado con otros hombres; el problema era el olor corporal de algunos. Agradecí a mis hermanas por los inciensos de lavanda, hasta ganas me daban de sahumarles la cola a algunos consultantes.
Sin embargo y gracias a la sugerencia de Tere de retirar mis ofertas de apertura, pude cobrar bien cada una de las consultas. Milagrosamente, había conseguido para cubrir mi primer mes de renta en una semana.
—Ahora te falta cubrir los servicios e insumos —dijo Julia, entre contenta y burlona.
—Eso lo cubrió el dinero que me dio Tere por su masaje —respondí despreocupadamente—. Yo creí que no iba a poder juntar ni eso —suspiré, pensativo—. Pensé que iba a tener que pedirles a mamá y a ti para pagarle a la rentera.
—Pues ahora que viste que sí se puede, síguele echando ganas —comentó antes de darle un sorbo a su taza—. Tuviste mucha suerte de que Érika no paró de recomendarte con tanta gente.
—Y ni siquiera tuve que darle su “final feliz”.
—¡Ay, ni me lo digas! —bufó de coraje, con la mano en la frente—. De haber sabido que iba a portarse así contigo, ni me animaba a llevarla.
—¡Oye! ¡No me espantes a la clientela! —me quejé—. Un par de esos y sale para cubrir todos los gastos del mes.
—¿Ah sí? ¿Entonces les digo a todos en el trabajo que haces ese tipo de cosas en tu local? Estoy segura que una que otra vieja frustrada querrá su final feliz.
—Mientras no tengan pito…
Julia roncó y se encorvó. El café se le escapó por la nariz y por más que me reclamara y sus puños me golpearan la espalda, no paré de reírme por un buen rato. Incluso volvía a reírme mientras buscaba un trapo para limpiar el desastre. Al darme la vuelta, vi que se estaba quitando el camisón manchado de café. Sólo llevaba puestas sus pantis blancas y mi corazón se detuvo al ver sus pechos balancearse con cada movimiento que hacía. Sin prestarme atención, se dirigió al cuarto de lavado y cuando regresó, ya no llevaba puesto nada.
—Todo se manchó, mejor metí todo a la lavadora —se apresuró a comentar, clavándome los ojos y anticipándose a cualquier pregunta que hubiera podido hacerle.
—Ya, ya —dije, atontado.
—Deja voy y me visto rápido —dijo, evitando verme mientras pasaba a mi lado rápidamente—. Antes de que aquellas despierten.
—Pues quédate así —le sugerí con tono relajado—. Total, es domingo.
—Eso te gustaría, ¿no? —preguntó, mirándome de reojo y fingiendo desdén.
—Un poco, sí —respondí con la mayor inocencia que mi descaro me permitió falsear.
—¡Ja! —exclamó ella sarcásticamente—. No —añadió, cortante y se alejó para subir las escaleras a gran velocidad.
Cuando regresó vistiendo su otro camisón, nos pusimos a platicar de tonterías hasta que el hambre nos entró y preparamos el almuerzo. En algún momento, le pedí que me acercara vegetales del refrigerador y entonces, al agacharse, su anatomía quedó expuesta ante mí. Unos gajos de piel cetrina se asomaron debajo de su retaguardia de piel más pálida, a la que nunca le llegaba el sol. Mi expresión de asombro la tomó desprevenida cuando se irguió y giró a verme, debió darse cuenta entonces, porque su rostro se puso tan rojo como los tomates que me entregó en la mano.
—Yo… —dijo en voz baja— Quise intentar… ya sabes, andar así… hoy. Aunque sea en la casa.
—¡Ah! O sea que tú sí te pondrás calzones cuando salgas —bromeé, aludiendo por enésima vez en la semana a la tanga roja de mamá. Ambos reímos.
—Es sólo que… —dijo, pensativa—. Se siente bien… es diferente. Y como ya no hemos podido dormir así…
Raquel ya no había tenido funciones fuera de la ciudad, por lo que Julia y yo no habíamos vuelto a compartir la cama. Al ver el reloj que estaba por dar las 12, no paré de pensar que aquella noche habría sido una buena oportunidad para volver a sentir el cuerpo de mi hermana junto al mío. Ya no ocultaba mis intenciones y cada que podía, le hacía saber que me gustaba verla desnuda y que llegaba a pensar de vez en cuando en aquella foto que aún moraba oculta en mi computadora. Ella bufaba con desaprobación o me daba empujones amistosos por provocarle una risita nerviosa. La molestaba un poco cada tanto, sobre todo porque ella tampoco se lo tomaba en serio.
—Pues habrá que esperar —exhalé con resignación después de meditarlo—. Eso o le contamos.
—¡Ja! No, gracias. ¿Sí sabes cómo se pondría? No quiero lidiar con sus celos.
—¿Celos? —oímos a mamá preguntarnos desde la base de las escaleras.
Habló con voz baja, intuyendo de quién hablábamos y se acercó rápidamente. La puse al tanto de nuestra conversación mientras ella comenzó a chuparme la riata frente a Julia. Ahora, era más común que ella presenciara ese tipo de escenas en nuestro comedor. Nuestra madre me había comido la verga tantas veces frente a mis hermanas que ya me podía sentir a gusto con ello al grado de seguir platicando mientras lo hacía. Ese torrente de adrenalina que me invadía cuando actuábamos como si no pasara nada mientras mi carne estaba dentro de Sandra se había convertido en mi nuevo vicio.
—Entonces, por eso le digo a Julia —concluía con mi mano en su cabeza, marcando el ritmo de su mamada—: o nos aguantamos o le decimos.
—¿Y qué tal si van a un motel? Van ahí un par de horas y se regresan antes de que Raqui sospeche nada —dijo mamá de pronto antes de volver a llenarse la boca con mi tranca.
Aquello nos cayó como un balde de agua fría. Julia y yo nos miramos como para confirmar que habíamos oído lo mismo, escuchando los ruidos que seguía haciendo la boca de mamá. Al notar que nos habíamos quedado callados, se incorporó, me dio la espalda y se sentó en mi regazo, acomodando mi salchicha entre sus bollos.
—Conozco un lugar —nos dijo tranquilamente—. Es un hotel de paso, pero es bastante discreto. A veces voy ahí cuando necesito estar sola.
Julia y yo nos miramos de reojo mientras nos explicaba cómo llegar. Yo sabía dónde era, Raquel y yo la habíamos visto ir un par de veces y sí era el más discreto. Tuvimos que hacernos los sorprendidos mientras mamá finalmente nos confesaba que había empezado a ir a moteles a “relajarse” a solas después de días especialmente difíciles en su trabajo. Resulta que ella sólo iba, se masturbaba hasta el hartazgo y así, llegaba más tranquila a la casa.
—Lo hacía porque sabía que ya era difícil para ti —dijo, acariciándome tiernamente la mejilla mientras se acomodaba la punta de mi verga en su entrada húmeda—. Con Raqui y aparte, Tere.
—Par de ninfómanas —comentó Julia.
—No soy quién para decir nada —rio mamá—. ¡Uf! —bufó al sentir mis primeros centímetros abrir sus paredes internas—. Al menos sé que lo de Raquel viene de familia, cariño.
—¡Híjole! —le exclamé a mi hermana mayor, sacudiendo mi mano—. Que eres adoptada, dice.
—Ustedes dos se portan igual a su padre en muchas cosas —jadeó, menando sus caderas para que mi estaca se enterrara más rápido en ella—. Bueno… creo que Luís tiene un poco de mí también.
Dijo esto último mientras apoyaba ambas manos en mis piernas y se arqueaba, mirándome de reojo con una sonrisa pícara. Como pude, empecé a moverme y ella me ayudaba elevando su cabús para que las estocadas fueran más prolongadas. Era incómodo, así que tuve que levantarme para comenzar a darle, fuerte y rápido. Ella se apoyó en la mesa del comedor y ambos quedamos mirando de frente a Julia. Y ahí estaba, esa mirada fija, llena de curiosidad pero a la vez, precaución.
Seguimos cogiendo frente a ella. Podía ver como si nos estudiara, como si fuéramos una atracción en un zoológico, pero también la veía ruborizarse y noté que su respiración se volvía más brusca. Seguí dándole a nuestra madre, atento a las reacciones de Julia. Nos giramos, creí que le gustaría ver más claramente cómo entraba y salía mi verga, empapada en los jugos de mamá. Ella gemía tímidamente, a pesar de que se había acostumbrado a ser vista por su hija mayor teniendo sexo, no le gustaba hacer tanto escándalo.
Acabé dentro y como ya era costumbre, fue al cajón del lavabo y sacó un trapo para colocar en la silla y sentarse sobre él. Y, como si nada, nos miró, sonriente.
—Les paso la dirección por mensaje y me avisan cuando vayan —giró para vernos a los ojos fijamente a cada uno y pidió que le diéramos la mano—. Yo puedo entretener a Raqui y si no, traigo a Tere.
—Mamá… —iba a responderle Julia, dubitativa, pero en eso escuchamos a Raquel bajar las escaleras.
—Buenos días —nos saludó con voz somnolienta.
Parecía que había naufragado en medio de un huracán. Su cabello se le arremolinaba por todos lados y nos burlamos un rato, a lo que ella corrió a los brazos de mamá, quien se dedicó a desenredarle mechón por mechón aquella tarde y en la noche, entró a mi cama para acurrucarse en mis brazos.
—Eres una niña muy consentida —le dije, mientras deslizaba mis dedos entre su cabello para acariciar su cabeza.
—¿Y qué quieren que haga? —me respondió con voz aniñada—. Soy adorable.
—Sencillita y carismática —comenté imitando el acento argentino—. Siempre te sales con la tuya.
—A veces… —suspiró en mi pecho y que sedó callada un rato—. Casi siempre…
—Andas muy pensativa. ¿Pasa algo?
—No, nada… —dijo, no muy convencida y alzó la vista para besarme suavemente.
No era la primera vez que le preguntaba, pero jamás insistí en que me contara. Entendí que lo mejor era no presionarla a que me diera respuestas. En alguna ocasión, le repetí que contaba conmigo, fuera lo que fuera. Pero por la manera en que me respondía cada que lo mencionaba, algo confundida y meditabunda, llegué a suponer que era algo que probablemente ni ella sabría explicarme todavía. Se durmió abrazándome. Sintiendo su cuerpo pegado al mío, no pude evitar pensar en Julia y en lo que había sugerido mamá.
ESTUPENDO capítulo! Sandra y sus ideas…
ResponderBorrarQuedo en ansias totales por ver cómo Luis y Julia llevarán a cabo algo así. Las conversaciones previas que tendrán y qué tan lejos se atreverán a llegar.
¡Gracias! Acaba de publicarse el capítulo 36 y puede que las conversaciones no sean lo suficientemente esclarecedoras, todavía hay asuntos pendientes por develar.
Borrar