Ora!
Pues
ya ni hemos visto lo del viaje 🧳
Cual viaje?
Una vez más, la paranoia de Julia se hacía patente al escribir
aquel nombre en lugar de poner sólo “mamá”, lo hacía cuando eran cosas que
luego borraría del chat. Me resultaba extraño, yo estaba acostumbrado a
llamarla por su nombre cuando cogíamos, pero ver que ella le dijera así me
resultaba extraño, incómodo.
Ya casi se iba a cumplir una semana desde que recibimos
aquella sugerencia y, sinceramente, prefería ni pensar en el tema. Pero recibir
aquél mensaje hizo que me revolotearan un sinfín de pensamientos. ¿Ella sí
quería? ¿Estaba dispuesta a que fuéramos a un motel? ¿Y si alguien nos veía?
Tampoco es como que ella no supiera los riesgos de que nos reconocieran al
entrar o salir. Quizás ya había pensado en algo. ¿Tanto así lo ansiaba?
Puedes venir en tu descanso?
La respuesta no me llegó sino hasta las 5, dos horas antes
de que su hora de salida y de que yo cerrara. Me marcó para decirme que ya iba
para el local, le habían dado permiso de salir temprano y ella sabía que no
tenía citas pendientes el resto del día. Llegó con su baguette y me ofreció
compartirla.
—¿Y si mejor lo hacemos aquí? —sugerí, sorprendido de no
haber barajado la opción antes.
—¿Aquí? ¡No! —exclamó ella, con la boca casi llena. Se
esperó a pasarse el bolo antes de continuar—La gente que viene ya sabe que
somos hermanos.
—¿Y eso qué? Aquí viene mamá casi a diario —respondí,
encogiéndome de hombros.
—Pero yo no vengo a co… a recibir masajes —se corrigió y
agachó la cara, avergonzada—. Además, en esa camita apenas cabe una persona.
No. Hay que ir allá.
—¿Y cómo piensas que le hagamos? —le exigí una respuesta a
mi mayor interrogante mientras bebía refresco del vaso de ella—. Ni modo que
nos vean entrar juntos a un lugar de esos.
Ella se quedó masticando su bocado y calló un largo rato,
con sus ojos examinando algo invisible que flotaba en el techo.
—Entraremos por separado —dijo sin más—. En taxis separados.
Tú llegas primero, pagas y dices que esperas a alguien. Luego, llego yo. ¿Pedirán
identificación?
—No creo —respondí, pensativo y algo nervioso con la calma
con la que ella estaba armando su plan de acción.
—OK. Ya sé qué hacer —dijo tras sorber un poco de refresco—.
Tú sólo dime cuándo puedes. Yo puedo pedir permiso como hoy, tú puedes cerrar
antes y nos vemos allá. Otro día que no tengas citas en la tarde, como hoy.
—Podría ser el lunes, pero…
—OK. Entonces el lunes —dictaminó ella con rapidez y
revisando algo en su teléfono—. Listo. Sí podré. Va a ser un buen día, los
lunes siempre son flojos y no va a haber problema si me voy temprano.
Su semblante se iluminó, incluso empezó a mecerse, bailando
sentada y disfrutando de su comida. No pensé siquiera en debatir o intentar
convencerla de que lo reconsiderara. Si ella había ideado algo, considerando lo
precavida que es, lo mejor sería confiar en su buen juicio.
—Que no se nos olvide a avisarle a mamá —dijo más para sí
que esperando una respuesta mía.
—Ya le digo —respondí, con voz apagada pero sonriendo.
Ella se veía genuinamente interesada, estaba en su propia
burbuja y creí que cualquier comentario mío podría reventarla. Mis dudas y
comentarios podían esperar. ¿Qué la tenía tan ansiosa? ¿Acaso tenía algo
preparado? Era mejor que no me hiciera ideas raras. “Sean cuales sean sus
expectativas —me dije—, no va a ser nada de lo que me estoy imaginando”.
Eso me dije, pero la verdad es que no podía evitar tener
ideas locas, fantasías. Me resulta extraño cómo había algo dentro de mí que
parecía contener mi deseo por Julia. Estaba allí, no tenía caso negarlo. Podía
imaginar su cuerpo, sabía cómo se sentía su piel desnuda, su textura y su
aroma; había ponderado el peso de sus pechos al abrazarla y ni hablar de su
trasero y sus piernas largas y torneadas. Había vuelto a masturbarme y lo hacía
pensando en ella. Muchas veces, me detenía antes de venirme. Las pocas veces
que había acabado en el baño del negocio sentía un arrepentimiento, tanto por
haberme masturbado como por “desperdiciar” lo que Raquel, mamá o Tere habrían
podido apreciar.
Mi novia me visitaba muy de vez en cuando, siempre en la
clínica, ya iba a cumplirse un mes desde su última visita a nuestra casa. A
pesar de que diciembre era una época floja, según me decía ella, había estado
atareada con lo del gimnasio que iba a abrir en Guadalajara. A veces, venía más
estresada que de costumbre, a veces, un poco más alegre. Pero, eso sí, siempre
venía deseosa de una buena sesión de calistenia, con nuestros cuerpos muy
juntos.
—¡Uf! ¡Sí, así! —pujaba ella con cada una de mis embestidas.
Estábamos ambos de pie, yo le sujetaba una pierna y su coñito ejercía una
presión que hacía que casi se me saliera la verga con cada retroceso—. No dejes
que se te salga, papi —gruñó en voz baja.
Tenía la cabeza agachada, sólo veía sus chinos negros rebotarle.
Había dejado de hacer sus comentarios sarcásticos y provocativos, estaba muy
concentrada. Sabía que lo mejor era prestarle atención a sus limoncitos, en
cuanto mis dedos se hundieron en la pequeña protuberancia de sus pechos, dejó
escapar un gemido.
—¡Sí! —jadeó a duras penas—. ¡Más fuerte! ¡Más fuerte!
Mi cadera acató la orden y comencé a embestirla con la misma
fuerza que lo hacía con mamá. Su cuerpo torneado, con apenas rastros de grasa
corporal, se sacudía y tenía que sujetarla porque sentía que se alejaría de mí
si no lo hacía. Veía las gotas de sudor caer de su rostro detrás de la cortina
de rizos negros alborotados, estaba seguro de que estaba mordiéndose el labio
para no dejar salir algún otro gemido. Solté su pierna y nos llevé a la cama,
me dejó cargarla y una vez arriba, sus ojos entrecerrados y esa sonrisa
traviesa, con sus dientes aferrados a la carne de su labio inferior, terminaron
por volverme loco.
Empujé con violencia y sin detenerme un solo instante. Sus
manos descansaron sobre mis hombros y las mías, se aferraron a sus montecitos.
Sus pezones verdaderamente se convertían en piedra, no eran suaves como los de
mamá o Raquel. Escuché una risa boba, con voz grave y sentí sus pies frotarse
en mis costados, de alguna manera, las plantas de sus pies podían apoyarse en
mi cadera y glúteos y eso sólo me provocaba un escalofrío que se sentía más
como una descarga eléctrica por mi espinazo.
Me vine fuera, tal y como ella lo había pedido. Su vientre
se pintó de blanco y con un dedo, se llevó a la boca el fruto de nuestro
trabajo en equipo.
—Hoy es un día peligroso, ¿sabes? —ronroneó ella,
relamiéndose el residuo entre sus dedos.
—Contigo, ¿cuál día no es peligroso? —respondí sin pensar,
sonriéndole como idiota.
—Sigue diciendo esas cosas —dijo con ese marcado acento que
sabía que me excitaba, inclinándose hacia mí— y terminaré llevándote conmigo a
Guadalajara —amenazó con su dedo ensalivado sobre mi pecho. Le sonreí sin
creerle y sus ojos se entrecerraron—. Que lo hago, ¿eh? Sigue así y me dejaré
preñar —su yema de su dedo se inclinó y su uña empezó a surcarme la piel—, te
obligo a casarte y te llevo conmigo lejos, ¿eh?
—¡Ay, ajá! —exclamé, incrédulo y mi sonrisa se volvió
desafiante—. No podrías separarte de mamá ni aunque quisieras.
—No me retes, que lo cumplo, rey —ronroneó de nuevo y sus
manos se deslizaron de mis hombros a los brazos—. Chao Raqui, Chao mami, chao
Juls. Que no quiero un esposo que huela a leche de mami o a perfume de sus
hermanitas —añadió con voz sedosa, relamiéndose los labios.
No era la primera vez que soltaba esos comentarios, pero
cada vez se sentían más como algo serio en lugar de una broma para provocarme. Sentí
que los dedos de los pies se me congelaban y me apresuré a vestirme, dándole la
espalda. La escuché reírse, había vencido en lo que fuera lo que haya sido su
juego.
—¿Y cómo van las cosas con Juls, por cierto? —La oí hablarme
con voz juguetona.
—¿De qué hablas? —le cuestioné, un poco fastidiado con
aquella pregunta que había salido de la nada.
—De su trabajo —respondió como si fuera algo obvio, aunque
sonaba a burla—. ¿No le trajo problemas en el trabajo que su hermanito ande
manoseando a medio staff del canal?
—Tú sabes que está bien —le increpé, tajante. Estaba al
tanto que Julia se la había topado hacía un par de días por casualidad—. ¿O de
qué tanto platicaron cuando se vieron?
—¡Ah, te contó! —exclamó con genuina sorpresa—. Pues no
mucho, Juls no tiene la lengua tan suelta como mami. Pero a mí no me engañan.
Algo ocultan ustedes dos. Se ve que eso de ocultar cosas es de familia.
Si Julia no le había contado nada, tampoco lo iba a hacer
yo. Decidí salirme por la tangente y ella tampoco insistió, pero su sonrisa
suspicaz me hizo ver que ya estaría elucubrando sus propias suposiciones. Se vistió
rápidamente y nos despedimos con un beso candente. Ella era un poco más bajita
que yo, pero la manera en que me miró antes de irse me hizo sentir como un niño
a su lado. Más tarde, me avisaría que iba a ausentarse porque tendría que
volver a viajar a Jalisco a terminar los últimos detalles antes de abrir el
gimnasio. Según me decía, todo tenía que quedar listo para recibir a sus
clientes en enero.
Cuando finalmente llegó el mentado lunes, yo estaba
extremadamente nervioso. Julia estaba muy sonriente desde temprano y no ocultó
su entusiasmo cuando nos despedimos frente a Raquel y mamá. Ésta última, como
no podría ser de otra manera, estaba al tanto. No había recibido tan bien la
noticia de que no podría contar con Tere, pero eso tampoco la desalentó e
incluso me envió un mensaje en la tarde para decirme que contáramos con ella.
No comimos juntos ese día, por lo que en la soledad tuve que aplacarme un poco
por mi propia mano, para liberar un poco de estrés y también un poco por la
rutina y por aburrimiento. Se me había vuelto costumbre jalármela cuando no me
visitaban Tere o mamá, era como si mi cuerpo ya lo necesitara a esa hora del
día.
Eran casi las 5 y recibí la llamada de Julia. Me repitió el
plan y procedí a cerrar el local. Fui al motel en taxi, me aseguré de usar
gorra y lentes de sol al bajarme, usé efectivo y pedí una habitación, la más
lejana a la cabina de entrada. El encargado me vio y algo de mi aspecto o
evidente paranoia debió parecerle divertido, me ofreció condones, cigarros y
bebidas; aunque creo que fue más para fastidiarme y disfrutar un poco de mi
notoria incomodidad. Recibí la tarjeta de acceso, le envié el número de la
habitación a mi hermana por mensaje y de camino a la mini casa con cochera con
el número correspondiente, mis ojos revisaban por todos lados por si alguien se
asomaba de entre las ventanas. Debí saber que estaba exagerando, pero el sudor
frío que me recorría la espalda no me permitía pensar tranquilamente hasta que
cerré la puerta detrás de mí.
Decir que estaba inquieto sería decir poco. Revisaba el
teléfono cada tanto. Julia me había avisado que ya venía en camino, así que no quise
ni marcarle a ella ni a mamá. Lo único que hice antes de irme del negocio fue
avisarle a Raquel por mensaje que iba a llegar tarde. Lo recibió, pero había
pasado más de una hora y no lo había leído y eso tampoco me ayudaba. Pasó casi
otra hora y ya había repasado la habitación con la mirada unas cien veces.
Había encendido la televisión, estaba en un canal con música lounge, revisé los
demás canales y simplemente volví a apagarla. Estaba a punto de salir a
asomarme cuando tocaron a la puerta.
Abrí de inmediato y me espanté. Había una mujer altísima de
pie a escasos centímetros del umbral, de cabello negro como sus gafas de sol,
lacio y cortado a los hombros. Vestía un abrigo de piel café claro y unas botas
negras debajo. Quedé pasmado. Estaba a punto de preguntarle a qué habitación
quería ir pero me empujó y entró, cerrando la puerta tras ella. Me tambaleé por
el empujón y justo cuando iba a reprocharle, se desprendió de su cabellera
negra con la mano.
—Perdón por tardarme —jadeó una voz conocida, era Julia,
quitándose los lentes oscuros—. Había mucho tráfico.
Apenas podía procesarlo, mi hermana mayor se fue
desprendiendo de su atuendo apresuradamente. Una especie de media beige le
cubría la cabeza y su cabello castaño le cayó por la espalda cuando se la
quitó. Al deshacerse del abrigo reveló un vestido de cóctel rojo que, pese a
estar pegado en su pecho y cadera, se arremolinaba en su vientre y francamente,
no le favorecía para nada.
—¡Ni digas nada! —se apresuró a advertirme—. Michelle me
prestó ropa. Le dije que iba a verme con alguien y no quería ser descubierta.
Me consiguió la peluca y me prestó lo demás.
—Ah… —apenas pude balbucear.
—Tranquilo. Ella no sabe nada —dijo ella, mirándome
atentamente, encorvada para quitarse unas botas con plataformas enormes—. No va
a pasar nada —añadió, convencida, mientras se concentraba en desamarrar el nudo
de las agujetas interminables.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, ya acercándome a auxiliarla.
Fue más complicado de lo que pensamos, el cuero de las botas
le llegaba por encima de la rodilla y estoy seguro de que ella sola no habría
podido liberar sus pies de aquellas trampas selladas al vacío que le agregaban
unos 12 o 15 centímetros.
—¿Tenías ganas de mirarme hacia abajo o qué?
—Michelle insistió —se quejó, un poco avergonzada—, dijo que
así no me reconocerían. Y funcionó. Hubieras visto tu cara de menso cuando
abriste la puerta —rio mientras se incorporaba—. ¡Ash! Se me ve horrible este
vestido —volvió a lamentarse al contemplar su reflejo en uno de los varios
espejos de la habitación.
—Algo, mejor ya quítatelo —sugerí en tono de guasa.
Pero mi hermana no reaccionó a mi chascarrillo, siguió
examinando su reflejo, ciñendo la tela a su espalda para que terminara de
revelar su cintura, ignorándome por completo. Se miró de perfil e hizo una
mueca de desaprobación al ver cuánto se le deformaban las curvas en su pecho y
cabús. Me acerqué a ella, pero ni volteó a verme, ni de frente ni en alguno de
los distintos reflejos. Estaba ensimismada en alguna parte de la tela del
vestido, así que decidí traerla de vuelta a la realidad bajando el cierre de su
vestido a la mitad.
Respingó como si hubiera despertado de algún sueño y
nuestros ojos se encontraron en el espejo. Parecía estar analizándome, como
intentando divisar algo oculto más allá de mis pupilas hasta que, de pronto,
elevó ambos brazos e inclinó su rostro hacia abajo, lo que la hizo parecer una
bailarina de ballet. Terminé de deslizar
el cierre hasta donde terminaba su espalda. La separación de la tela roja
satinada reveló un brasier sin tirantes que jamás le había visto cuando me
tocaba meter su ropa sucia a la lavadora que hacían juego con la tela negra de
las pantis que se asomaban al final del cierre.
—Un poco sexi para venir a ver a tu hermano, ¿no crees?
—dije para molestarla un poco.
—No fue idea mía —rezongó, frunciendo el ceño con una
expresión más triste que enojada—. Michelle me preguntó por qué quería
disfrazarme y tuve que decirle que iría a un motel —se quejó con voz cansina.
Yo ahogué un grito haciéndome el indignado. Claro que estaba
bromeando. Me hubiera preocupado al escuchar eso de cualquier otra persona,
pero sabía que podía confiar en la paranoia de hermana mayor. Igualmente, también
decidí confiar en la discreción tendría su amiga. Después de todo, sabía que Michelle
era la mejor amiga de Julia desde que trabajaba en la televisión. Solía
contarnos que eran inseparables, incluso llegó a quedarse a dormir en su casa
cuando salían a divertirse; era por eso que todos en casa llegamos a pensar que
podrían ser más que amigas.
—¡Agh! —exclamó hastiada por un comentario sugerente que le
hice sobre su amistad—. ¡Esa cochina obsesión que tienen de que sea lesbiana!
¡No soy como mamá o Raquel!
—¿Raquel? —pregunté extrañado y sentándome en la cama para
empezar a quitarme los zapatos.
—¿No has visto como mira a mamá últimamente? —exclamó con
incredulidad, dejando caer el vestido al suelo—. Bueno, creo que desde que
empezaron a tener sexo ustedes dos… —añadió, pensativa.
—Bueno, así es ella. ¿Qué se le va a hacer? —respondí,
despreocupado, quitándome la camisa y tirándola al suelo encima del vestido.
—¡Pero a ella no le dicen nada y a mí, sí! —se quejó,
todavía dándome la espalda, desabrochándose el brasier y mirándome del otro
lado del espejo—. Que si Michelle, que si Emma…
—¡Ay, bueno! ¡Es que, también tú! —quise rebatir—. Si tan
sólo hubieras visto la manera en que la veías tú.
—¡Agh! No era eso —respondió consternada y de repente,
volvió a mirarse al espejo. Sus pechos estaban libres y los miró por un rato
antes de continuar—. Era… admiración. Mientras más me contaba lo que había
hecho por su cuenta, más me daban ganas de ser más… proactiva.
—Puedo verlo —sugerí, extendiendo los brazos y mirando a
nuestro alrededor mientras me extendía sobre el colchón con los brazos
extendidos, vistiendo únicamente mis bóxer—. Sigo creyendo que esto es una
locura.
—¿Y me lo dices tú? —rio sarcásticamente.
Se giró finalmente y claro que no perdí detalle del bamboleo
de sus pechos. Ya no lo ocultábamos, ni yo ni ella. Le sonreí y la invité a
acostarse a mi lado con una palmada y ella sólo se ruborizaba con una sonrisa
tímida, meando la cabeza y poniendo sus ojos en blanco. Definitivamente, todo
aquello era una locura. Estábamos solos, mi hermana mayor y yo, casi desnudos y
en una habitación de un motel… ¡que nos había recomendado mamá! Ocultándonos de
Raquel, nuestra hermana menor y de Tere, mi novia de mentiras. Y lo más demente
del asunto era que… nada más iba a pasar.
Mi mayor duda era qué pensaba hacer Julia. Dijo que
reservara el cuarto por 4 horas. ¿Acaso pensaba que eso sería suficiente para…
lo que fuera que pensara que hiciéramos? Había veces en que no dormíamos por
quedarnos platicando. ¿Esa era su intención? Me la había pasado pensando muchas
cosas mientras la esperaba, incapaz de comprender del todo por qué teníamos que
estar allí, cuidándonos de no ser vistos por alguien más para… sólo hacer eso.
—Definitivamente, deberíamos contarle a Raquel y evitarnos
venir otra vez.
—Acabamos de llegar, ¿y ya te quieres ir? —me preguntó,
divertida.
Todavía no se acercaba a la cama, se dirigió a su bolso y
tomó una cajita que luego tiró hacia mí. La agarré y mi expresión al verla de
cerca provocó en ella una carcajada ruidosa. Era una caja de condones.
—¡Ay, no! ¡No puedo! ¡Tu cara! —chilló, encorvada de la risa
y con ojos llorosos. Pasó un buen rato para que pudiera tranquilizarse, mismo
que permanecí callado e inmóvil—. ¡Ah! ¡Ju! —resoplaba—. Mich me los enjaretó
antes de que me fuera de su casa, ella cree que soy virgen y no me sé cuidar.
—¿O sea que no eres virgen? —pregunté, atónito y sin pensar,
casi por reflejo.
—¡¿Qué?! ¿En serio? ¡¿Qué te pasa?! —me increpó con el ceño
fruncido, pero con secuelas aún de su carcajada—. ¿Eso es lo único que… ¡Agh!
—exclamó, ofuscada—. El hecho de que no haya tenido relaciones no implica que
no me sepa cuidar, ¡tengo 24, carajo!
Mi pregunta imprudente había tocado hueso en ella y por un
momento, creí que había echado a perder todo. Sin embargo, Julia sólo extendió
la mano, pidiéndome la caja de condones y se la devolví. Fruncía el ceño
mientras revisaba la caja y perdí el aliento en cuanto la abrió. Tomó uno y me
lo aventó. El empaque de celofán metálico cayó sobre mi pecho y estoy seguro de
haberla mirado con la expresión más desencajada que he tenido en toda mi vida.
—¿Qué miras? —me preguntó, con voz áspera y ojos
entrecerrados—. Como si nunca hubieras visto uno.
De haber visto, los había visto. Es sólo que estaba al borde
de un colapso mental, era incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Julia…
desnuda… los dos solos en un motel… ¿Y ahora esto?
—Póntelo, quiero tomar una foto —dijo, recuperando un poco
su tono de voz jovial—. Se la voy a mostrar a Michelle, para que se le quite.
Ella me dio la espalda para buscar algo más en su bolso y al
agacharse, la tela de sus pantis negras se le enterró entre sus posaderas. Haya
sido a propósito o no, la vi y aunque mi mente estuviera al borde de una
crisis, podía también sentir cómo mi verga se hinchaba aún más, al grado de que
los bóxer ya me empezaban a molestar.
—¡Ya, menso! Póntelo —me ordenó, alistando el teléfono en
sus manos—. Nada más es para tomar una foto. Aquella no me va a dejar en paz
cuando la vuelva a ver y esto la va a aplacar. Ándale.
—¿Q-qué piensas hacer? —dije al fin—. ¿Le vas a mostrar a tu
amiga el pito de tu hermano?
—Ni que ella te lo conociera para saber que eres tú, baboso
—replicó, sonriente y revisando la pantalla—. ¡Ya! Póntelo, por fa —insistió
con voz suplicante.
La manera en que me lo pedía me recordó por un instante a
Raquel y sentí un revoltijo en las tripas. Sentí lo entumidos que tenía los
dedos al querer abrirlo, no quería romper el preservativo por un mal movimiento
y de pronto, Julia se rio.
—Hasta parece que ni supieras —se burló. La manera en que la
miré hizo que su semblante pasara de divertida a preocupada—. ¿N-no… ¿No sabes?
¿Apoco Tere es la que… ¿Sí han usado?
Yo sólo negué con la cabeza mientras terminaba de abrir el
empaque metalizado. El fluido se derramó entre mis dedos y cayó, frío, sobre mi
vientre.
—¡¿Nunca te has puesto condón?! —estalló de pronto mi
hermana—. ¡¿NUNCA?! ¡Luís! ¿Sabes con cuanta gente ha tenido sexo esa mujer? ¡Deja
tú de que se embaracen! ¡Pudo contagiarte algo! ¡Y tú a mamá y Raquel!
Ella estaba fuera de sí, empezó a hacer ademanes con sus
manos con cada frase que se le ocurría soltarme. Estaba regañándome y se sentía
como si lo hiciera mamá. No, creo que peor. No supe qué decir, la cabeza apenas
me daba para respirar y no desmayarme, no para estar estructurando palabras.
Pude haberle dicho que Tere se había puesto un implante anticonceptivo desde
antes de conocerme, uno que apenas se abultaba dentro de su brazo; aquello de
usar condón la primera vez que lo hicimos había sido sólo una broma. También pude
haberle argumentado que ella era muy selectiva con quienes se dejaba penetrar o
que la gran mayoría de encuentros casuales que tenía sí usaba protección; pero
simplemente, no encontré la manera.
Sus ojos estaban muy abiertos, se sentó al borde de la cama
después de deambular de un lado a otro como una fiera, cepillándose el pelo con
la mano frenéticamente. Ella misma fue la que se frenó en seco.
—¿Sí sabes cómo ponértelo? —preguntó seriamente tras una
larga pausa.
—S-sí… He visto cómo se hace —respondí al fin, con voz
ronca.
Bajando la vista, descubrí que ahora el problema no iba a
ser lo que tenía que hacer con el forro, sino dónde lo iba a colocar. Con todo
el revuelo de Julia, mi miembro se había ablandado. Mi hermana y yo
intercambiamos miradas al ver aquella cosa triste, desinflada aunque no del
todo. Y después de tantas cosas, sólo pude reír lastimeramente.
—Está bien, está bien. No pasa nada —dijo ella
apresuradamente—. Ahorita revive.
Creo que estaba diciéndoselo a ella misma, se incorporó para
recoger el vestido y el abrigo que había dejado en el suelo. De nuevo, al darme
la espalda y mostrarme su cabús, sentí el hormigueo de la sangre. Pensé que
ella tenía un plan y no era como que tuviéramos todo el tiempo del mundo. Ella
se sobresaltó cuando me coloqué detrás de ella y de un tirón le bajé las pantis
hasta debajo de las rodillas.
—¡LUÍS! —gritó, aterrada.
—¿Quieres tu foto o no? —le gruñí, agachándome hasta tener
sus pompas frente a mí y terminar de bajar la prenda hasta sus tobillos.
Mantuve una distancia prudente, pero resoplé entre sus piernas y mi aliento
cálido hizo que su piel se erizara—. Cálmate. Es para que se me pare y pueda
ponerme el condón, nada más.
Respingó una vez más, pero no dijo nada más. Yo estaba en
cuclillas, admirando por primera vez desde tan cerca esa zona con la que tanto
había fantaseado… desde que era chico. Sin volver a ponerle un dedo encima, me
acerqué para ver mejor. No me esperaba ver que estuviera completamente
depilada, siendo que ella había mantenido una mata de vellos crecida y sin
arreglar hasta entonces. De pronto, sus piernas se separaron y ante mí se
presentaron esos pliegues de piel clara, revelándome un centro rosado que poco
a poco se iba haciendo más visible, ella se estaba inclinando para dejarme ver
mejor.
—¿Te depilaste? —pregunté, casi sin aliento.
—No fue idea mía —mi hermana se apresuró a aclarar—, fue…
—Ya sé, ya
sé. Fue idea de Michelle.
Mientras mis ojos repasaban cada poro de su piel, me
pregunté qué tan íntima era la amistad de Julia con esa chica. Decirle que iría
a un motel, conseguirle lencería, sugerirle depilarse… ¡Uf! Me imaginé a Julia en
aquél proceso. ¿Y si su amiga le había ayudado?
—¡Ash! Ya te estás haciendo ideas raras, ¿verdad? —se
quejó—. Al menos eso nos va a ayudar.
—Todo sea por tu foto —respondí con todo el cinismo del
mundo.
Mi verga había vuelto a hincharse,
aquello me estaba volviendo loco. Mi cerebro dejó de funcionar un rato, cuando
me di cuenta, mi nariz estaba a punto de tocar esos labios rosas que estaban
empezando a asomarse y que ya lucían un brillo particular, esa zona ya no
estaba limpia ni mucho menos seca. Había estado respirando tan cerca de ella
que había sido inevitable para su cuerpo no reaccionar.
—¿Ya? —me preguntó con voz severa,
pero con una evidente preocupación—. Se ve que ya está duro, ¿no?
Julia ni se esperó a que
respondiera y como tenía una silla en frente, elevó una pierna y la hizo sobrevolar
mi cabeza para darse la vuelta y se dirigió a la cama. Esa escena vuelve a mi
mente cada que me encuentro en la necesidad de jalármela.
Me indicó que pusiera de pie y se
arrodilló frente a mí. Su expresión al tener mi miembro de cerca en esa posición
no era la más placentera, pero era innegable que estaba fascinada. No dije
nada, las mejillas me dolían de tanto sonreír, pero ella ni lo notó. Sus ojos
se clavaron en mi verga como si de una criatura viva se tratase. La veía con
curiosidad pero también con miedo de que se fuera a abalanzar sobre ella en
cualquier momento. Mi mano sujetó la base del garrote y eso hizo que ella se
acercara un poco más y su mano colocó el látex sobre la punta. Mi pulso se
aceleró al sentir su dedo presionar y cuando comenzó a desenrollar el condón,
recorriéndolo hasta llegar a mi mano.
—Listo —jadeó ella, aún sin
apartar la vista de mi rifle, no fuera que la atacara si se descuidaba.
—¿Dónde dejaste tu teléfono? —le
pregunté, pujando y provocando que mi verga rebotara.
—¡Eh! —gritó del susto y me miró
con desconfianza por un instante antes de apresurarse a conseguir su celular—.
Ten —dijo con fría—. Que no se vea mi cara.
Eso fue lo único que dijo antes de
sujetar mi garrote y posar ante la cámara como si se lo fuera a llevar a la
boca. Yo aullé, celebrando y ella me apresuró a tomar la foto. Me arrebató el
aparato y examinó el resultado, vi desde arriba cómo la borró y me devolvió el
teléfono. Repetimos el proceso y una vez más, borró la foto y me devolvió el
teléfono.
—No tiene que verse como que estoy
posando —me señaló, perdiendo la paciencia y volviendo a ponerse en posición.
—Entonces acércate más —le indiqué,
algo molesto—. No veas a la cámara y relaja la muñeca, parece que vas a cantar.
Noté que aquello le molestó, pero
optó por callarse y se acercó un poco más. ¡Dios! Sentí a través del látex que
había tocado su labio y me hice el tonto un rato antes de tomar la foto sólo
para disfrutar un poco más. Tal vez lo notó o quizás al fin había obtenido la
imagen que quería, pero ya no me devolvió el celular tras examinar la foto y se
apuró en depositarlo en su bolso.
Al volver, evitó mirarme y pasó de
largo hasta recostarse en el colchón. Se acurrucó, seguramente pensando en lo
que acababa de ocurrir y sin esperar a que me llamara, me acosté tras ella. Pude
sentir que mi erección rozó su muslo y gracias al lubricante, resbaló hasta
acomodarse entre sus posaderas. No era la primera vez que ocurría, pero sí fue
la primera vez en que lo hice completamente de forma intencional.
—¿Crees que se te pase pronto? —La
escuché preguntarme, sin molestar en dejar de darme la espalda.
—No creo —le respondí,
“consternado”—. Ahora ni siquiera vino mamá a visitarme en la tarde.
Dije esto mientras me pegaba más a
ella, como solía hacer. Mis brazos rozaron sus pechos y ahora, mi verga forrada
quedó afianzada entre el otro par de bollos redondos y suaves que tenía en su
retaguardia. Ella sólo suspiró, pero no dijo nada. Desde que le bajé las
pantis, muchas ideas me revoloteaban en la mente, pero una me volvía
constantemente: con el condón, no me está tocando realmente.
—¿En serio crees que vamos a poder
dormir? —le pregunté. Para mi sorpresa, ella permaneció callada—. Yo, no creo.—gruñí
como si estuviera amodorrándome, nuevamente, no tuve respuesta—. Voy a tener
que calmármela para estar a gusto. La traigo muy dura para poder dormir.
Aquello lo dije para provocarla,
esperaba algún manotazo, algún reproche, algo para terminar diciendo que
aquello era una broma; pero nada.
—¿Qué tienes? —pregunté con tono
juguetón y sacudiéndola del hombro— ¿Julia? ¿Qué tienes? —, repetí, ahora sí un
poco preocupado—. Estaba jugando.
—A mí no me molesta —dijo de
pronto, con una voz apenas audible—. Hazlo. Si quieres, no me volteo.
La voz casi se le fue en esa última
frase. Me tomó por sorpresa, una parte de mí se preguntó qué diablos estaba
ocurriéndole, pero en ese momento, la calentura no me permitió quedarme quieto.
De inmediato, me separé y quedándome boca arriba, me dispuse a aliviar la
tensión que yo tenía. El tacto era distinto, como no podía ser de otra manera.
El tacto en mi mano era frío y a la vez, la sensibilidad era menor en mi verga,
pero mi puño resbalaba sin problemas. Cerré los ojos y me dediqué a explorar
estas nuevas sensaciones. Al abrirlos, noté que Julia se había volteado. Me
detuve y nos vimos.
—Ya no me dijiste nada —comentó rápidamente y volvió a fijar
su vista en lo que mi mano hacía con mi tranca—. ¿Se siente muy diferente?
—Sí. Es diferente hacerlo y sin realmente tocar —contesté
con tono reflexivo.
—Eso pensé —validó ella en un suspiro—. Realmente, no la
estás tocando.
—No —le confirmé, pensativo, deslizando mi mano lentamente—.
¿Quieres sentirlo? Digo, no estarías tocando realmente.
Una vez más, creí por un instante que aquello la perturbaría
y me reclamaría, pero en el fondo, sabía que estaba realmente atenta,
cautivada… casi, casi, hipnotizada. Sus labios se fruncieron en micro espasmos,
al igual que su ceño, estaba sopesándolo. Su mano se acercó y aparté la mía. Un
dedo aventurero volvió a hacer contacto.
—Hace rato no titubeaste para sujetármelo —resoplé,
intentando mostrarme seguro.
—Era… para tomar la foto —contestó Julia pausadamente, como
si estuviera durmiéndose, pero con los ojos bien abiertos.
—Puedes apretar más… Ándale.
Esa sensación… me provocó descargas por toda la columna. Hacía
mucho, Raquel y mamá habían sujetado en sus manos mi verga por primera vez,
ahora era Julia. La duda, la incertidumbre en su agarre, aunque tuviera el
condón puesto, podía palparlos con su tacto. No era una caricia, era una tarea
de reconocimiento, de adivinar texturas a través del envoltorio húmedo. Apretaba
y soltaba, como si jugueteara, intentando ver cuánto podía soportar aquella
cosa que estaba sujetando. Fue muy diferente sentir una mano ajena a través del
látex, el calor se transmitía un poco pero, incluso así, podía sentir de
inmediato una sensación de frío cuando se apartaba.
Me aventuré a tomar su muñeca y la guie para que se
familiarizara con el movimiento de sube y baja.
—¿Sigue creciendo o estoy imaginándomelo? —preguntó sin
verme, concentrada en su nueva labor.
Fue mi turno de callar. La mano de Julia sólo hizo que se me
pusiera más y más dura. La sangre estaba abandonando mi cerebro y me entregué
al goce de tenerla así finalmente. Una vez más, mis más locas fantasías no me
habrían ayudado a adivinar que llegaríamos a estar haciendo eso… en un lugar
como ese.
—¡Luís, está muy dura! —exclamó mi hermana, preocupada—.
Creo que hasta se está poniendo más caliente. ¿Estás bien?
—No, Julia —jadeé, estaba viendo estrellas por la
calentura—. Por favor, déjame hacer algo.
Para cuando me di cuenta, estábamos los dos recostados como
antes, de cucharita, yo detrás de ella, ligeramente más abajo que antes. Sus
nalguitas redondas estaban a la altura de mi vientre y mi verga se colaba entre
sus muslos. De alguna manera, la convencí de que me dejara hacerlo.
—Nada más va a ocurrir. ¿Eh? —me advirtió como por quinta
vez—. Para que no te hagas ideas.
—Sí, sí… sí… —le di por su lado, en más de un sentido.
Mi cadera no aguantaba más, de inmediato empecé a bombear y
comencé a impactar contra sus muslos. Ella ahogó un grito de susto, pero
después de eso, sólo se escucharon mis jadeos y gruñidos acompañando al ruido
de los impactos. No podía controlarme, como si fuera un perro en celo, monté
ese espacio entre las piernas de Julia con frenesí. Al poco rato, los
estertores de una eyaculación se hicieron presentes. Para ese momento, mis
dedos estaban enterrados en sus piernas como garras y me pegué a ella mientras
sentía los chorros abandonar mi cuerpo.
Sentí el peso en la punta del globo aumentar con cada
descarga. Julia separó su pierna para liberarme y pudimos observar una cantidad
considerable que empezaba a formar una bola que caía en forma de gota de mi
verga. Me lo quité, lo anudé y lo dejé en la cama antes de irme al baño a
limpiarme. Mi rostro estaba rojo en el espejo y claro que le sonreí al
miserable que tenía en frente, porque sabía que él se sentía como un puto
campeón por una razón muy patética.
Al volver a la cama, encontré a Julia arrinconada en el
colchón, lo más lejos que podía de lo que había dejado. Inconscientemente,
había creído que ella querría verlo de cerca y por eso lo había dejado, pero
supuse que me había equivocado. Lo aparté de ella y su cuerpo se relajó, como
si lo que me había llevado fuera una araña o un ratón.
—Perdón —le dije, acostándome en mi lado del colchón—, creí
que querrías… Olvídalo. Este… gracias. Necesitaba sacarlo de mi sistema —hice
mi chascarrillo para disipar la tensión.
—No creo sea suficiente —comentó con una mueca que imitaba
una sonrisa, pero denotaba nerviosismo—. Apenas acabaste una vez. ¿Cuántas
veces… lo haces para que se aplaque por completo.
—Este… No importa —respondí, restándole importancia al asunto—.
Mejor acostémonos y aprovechemos, ya sólo nos quedan como dos horas y pico. Ya
luego veo cuando llegue a casa.
—Quedan otros dos condones en la caja… —dijo Julia de pronto
y sus ojos huyeron de los míos—. Yo no los voy a usar… y sé que tú tampoco. Puedes…
acabártelos aquí —añadió y volvió a darme la espalda—. Total… creo que ni vamos
a poder dormir.
Me quedé congelado. Ya no había dudas, pero tampoco podía
abalanzarme sobre ella y abrazarla como niño a quien le habían traído lo que
pidió en navidad. Me resultaba irreal, pero tampoco quise abrir la boca y meter
la pata. Simplemente, no supe cómo procesar eso y lo único que se me ocurrió
fue resoplar y buscar la caja de preservativos.
Si he de ser sincero, aquella pausa fue mucho más incómoda,
porque mi erección tardaría en volver a aparecer. Me puse a leer las
indicaciones de la caja en voz alta, haciendo voces ridículas que terminaron
por hacerla voltear de nuevo, riendo, y empezamos a platicar. Le pregunté si ya
le había mandado la foto a su amiga, me dijo que no. Empezamos a hablar de lo
loco que era toda esa situación y que ahora sí no podíamos negar que era cosa
de la familia. En algún momento, me preguntó si había mucha diferencia.
—¿Dices por el condón? —le pregunté— ¿O por cogerme tus
muslos?
Sentí que me merecí aquél almohadazo, había luchado por él,
me lo había ganado. Había sido el precio a pagar por verla sonreír así, estaba
riéndose como niña otra vez. Algo dentro de mí se activaba al verla así. No era
el ver su cuerpo desnudo, era verla como era, sin que nada le importara. A
pesar de sus distintas personalidades, tanto ella, como mamá y Raquel tenían un
brillo especial cuando parecían liberarse. Y se lo dije.
—Las cosas que dices para vernos encueradas —se burló Julia.
—¡Oh, que la chingada! —me hice el ofendido—. Uno que quiere
abrirse contigo y luego, luego piensas mal.
—Pienso mal porque no soy tonta… y porque tengo ojos —contestó
con voz petulante—. Ya la traes parada otra vez.
—No es como que pueda controlarlo —me excusé con voz
lastimera.
—Sí, sí. Ya. Póntelo y hagámoslo —me ordenó tajantemente.
—¡Oh! ¿Quieres que “lo hagamos”? —pregunté, “escandalizado”.
—Sabes lo que quise decir —respondió con desaire, mostrándome
su espalda de nuevo—. Nada de meterla —se apresuró a advertirme, mirándome de
reojo—. No va a pasar, ¿eh?
—Entonces, si no la puedo meter… ¿Puedo…
—¿Y ahora qué? —increpó ella con impaciencia.
—Quería saber si pudiéramos intentar otra cosa…
Y ahí estaba una vez más, probando mi suerte y descubriendo de
una manera aberrante que, a veces, los sueños se cumplen. De alguna manera, me
encontraba arrodillado sobre el torso de Julia, ella boca arriba y con sus
pechos a mi alcance. Hasta ese momento, los había rozado fugazmente, pero ahora
los tenía delante y mis palmas fueron atraídas a ellos como un imán,
aterrizando suavemente y dejándose hundir por su suavidad. Eran tan suaves y a
la vez, tan tersos. Eran perfectos, aunque totalmente distintos a los de las
demás. Los amasé suavemente y postergué rozar sus pezones lo más que pude. Estaban
paraditos pero podría jurar que estaban brillantes, no eran tan rosados como
los de Raquel, pero tampoco eran tan oscuros como los de mamá. Apenas los
rozaba, porque al hacerlo, Julia emitía quejidos que me hacían mantener la
guardia en alto, no quería estropear la oportunidad.
Me recreé un buen rato, disfrutando la sensación y
comprobando que, a pesar de las apariencias, su busto no se sentía tan grande
como el de nuestra madre. Sólo palpaba y acariciaba, apenas hacía presión, no
era momento para propasarse. Julia había sido muy clara (y tajante) con su
única condición: nada de boca.
Lentamente, me había ido incorporando y acerqué mi miembro al espacio
entre ese par de montes.
Aquella había sido mi verdadera petición, mi verdadera
fantasía desde que era un mocoso púber calenturiento, si he de confesarlo. La
sensación era muy distinta a como lo había imaginado, como no quería presionar
demasiado, mi miembro apenas sentía algo al deslizarse en su canalillo.
Lentamente, fui acercando más y más aquellas masas. Le pedí que me avisara si
le molestaba para detenerme, ella sólo asintió y continuó dejando escapar leves
quejidos, pero no me detuvo mientras acortaba el espacio entre mis manos y
finalmente, el roce empezó a sentirse bien. Me tenía que mover lento y supe que
debía evitar el contacto visual o si no, podría o bien venirme antes o causar
más incomodidad a mi hermana. Iba agarrando velocidad, me vi en la necesidad de
recurrir a mi saliva al poco rato y al poco rato, ya había agarrado ritmo.
Julia sólo dejaba salir quejidos de vez en cuando, en algún
momento, sus manos se encargaron de apretar sus montes mientras yo los
estrujaba por encima. De nuevo me puse a jadear, fijando mi vista en una parte
de la cabecera y embistiendo cada vez más rápido. En cuanto empecé a escucharla
a ella pujar, supe que no iba a durar mucho más, por más que hubiera querido
bajar la velocidad, mi cuerpo no me hizo caso y no paré hasta volver a venirme
dentro de ese segundo condón. Fueron más chorros y se llenó un poco más que el
primero. El pequeño Luís, que casi se la arrancaba jalándosela en secundaria
pensando ese par de lolas, estaría extasiado de saber lo que acababa de pasar.
Cuando bajé la mirada, vi que Julia estaba sorprendida de
tener ese fluido blancuzco llenar aquél globo transparente a escasos
centímetros de su cara, pero ya no hacía muecas de asco. Su rostro estaba rojo
y al apartarme de ella, no pude evitar fijarme en ese espacio entre sus piernas
y pude vislumbrar el brillo inequívoco de ese fluido que mi boca todavía tenía
prohibido probar. Y como ahora sabía que todavía me quedaba una ronda más por
aprovechar, no dejé que mi erección se fuera. Rápidamente me deshice del condón
usado y lo tiré en el cesto para, acto seguido, colocarme el último que nos
quedaba.
Julia se empezó a levantar, sobándose los pechos y mirando
atentamente que mi verga estaba lista para nuestro último round. Intentó decir
algo, pero no la dejé. La tomé de las piernas y tiré de ella hasta tenerla
donde quería.
—¡LUÍS! ¿QUÉ HACES? ¡NO PUEDES! —gritaba ella
desesperadamente—. ¡YA TE DIJE QUE NO! ¡NO ME VAS A METER…
—No lo voy a hacer, tranquila —le gruñí, algo molesto por
tanto grito.
—¡Luís! ¡No hagas una pendejada!
No era momento para dar explicaciones. Le separé las piernas
con un movimiento algo brusco y he de decir que no enfrenté mucha resistencia,
de hecho, ella no hizo ni el mínimo intento de cerrarlas. Ahí estaba, su
entrepierna estaba completamente expuesta ante mí. Vacilé en si debía o no
separar esos labios depilados, ligeramente sonrojados y húmedos con mis dedos.
La tomé y acomodé nuevamente y coloqué mis manos en su cadera al mismo tiempo
que yo acercaba la mía y mi miembro rozó su pubis, arrancándole un grito
ahogado.
—¿Ves? No la pienso meter. Ni siquiera la puntita. Pero creo
que no es justo que sólo yo me sienta bien.
—¡Espera! ¡No! ¡Por fav- ¡AH!
Soltó un alarido. Había rozado esa parte de su intimidad que
estaba a la vista, aquella cuyo delicado tono rosa marcaba la separación de su
vientre en un par de labios. Su semblante se desencajó en una mueca de
desconcierto y verdadero terror. Retrocedí apenas unos centímetros y aparté mis
manos de ella, dejándoselas a la vista para que viera que no pretendía nada
malo. Aquél rostro pálido se tiñó gradualmente de rojo y se apresuró a tomar
una almohada para cubrirse la cara con ella.
—¿Ya viste que no la voy a meter? —pregunté con voz firme y
después de una pausa, la almohada se agitó cuando Julia asintió en silencio—.
Va, pues —le dije, acercándome nuevamente y viendo que sus piernas permanecían
separadas—. Tú me dices si quieres que me detenga, ¿OK?
Nuevamente, la almohada se agitó para confirmar. Me acababa
de venir, eso significaba que no iba a volver a pasar pronto. Esta era mi
última oportunidad y la iba a aprovechar para hacerla sentir bien a ella
también. Fui acercándome más lentamente, de hecho, me costó trabajo volver a
hallar ese punto que la hizo respingar una vez más. Ya sabía que no sólo podía
estimularla rozando su clítoris por encima de su piel (que más tarde sabría que
también se llama prepucio, ¿quién lo diría?), también podía rozar sus labios externos,
cuidando de no acercar la punta a la entrada que yacía oculta a la vista
todavía. Y lo hice. Mantuve mis manos al margen, acariciando los costados de su
pelvis mientras dejaba que mi cadera hiciera todo el trabajo.
Fue cuestión de tiempo para que escuchara que la almohada
empezaba a quejarse y gemir débilmente. Era evidente que intentaba reprimir aquellos
ruidos y genuinamente se le escapaban. Julia sólo apretaba más y más el cojín contra
su rostro con el único afán de no dejar salir un ruido más, en vano. Respingó
cuando una de mis manos volvió a acariciar su pecho, lo estrujé como ahora
sabía que podía y un grito prolongado fue amortiguado por el almohadón; pero,
una vez más, ella no intentó detenerme. Para este punto, era claro que no iba a
oponer la menor resistencia, así que mi mano se aventuró a su pubis. Presioné
suavemente en aquellas zonas sobre ese montículo que conformaba su pubis, tanto
en la cima suave como en las faldas más pegadas al hueso, conocimiento que
había adquirido con tanta práctica que tuve al darles masaje a Raquel, mamá y Tere.
Y los gemidos volvieron a aparecer, eran cortos pero cada vez más frecuentes.
Intentaba no estancarme en una sola cosa, a veces dejaba de
restregar mi miembro y me enfocaba en usar las manos, las cuales mantuvieron
una distancia prudente de su zona íntima, que ya estaba mojada y sonrojada de
tanta atención. Su pierna se elevó y me apresuré a tomarla, tomé la otra y dejé
que reposaran en mis antebrazos. Mala idea, porque al poco rato, ya no aguantaba
y tuve que acomodárselas para que me rodearan la cintura, como solían hacer
Raquel y Tere. Me incliné más hacia adelante, sus palmas seguían extendidas
sobre la almohada, ya no encajaba las uñas y aunque mantenía la voz baja, podía
escucharla gimiendo sin parar con cada roce que el condón hacía sobre su
clítoris. Yo me deslizaba de abajo hacia arriba y sus piernas se asían a mí,
presionándome suavemente para que cada movimiento no errara en estimularla.
Un chillido agudo se escuchó y sus piernas me apretaron
fuertemente. Pude percibir que temblaba, sus músculos se tensaron de inmediato
para que las vibraciones no fueran tan intensas, pero eran muy rápidas. Me
detuve. No estaba con mamá, Raquel o Tere; como para intentar prolongar aquél
orgasmo o intentar conectar un segundo. Una mano se apresuró a presionar mi
pecho, intentando apartarme, pero sus piernas me lo impedían, así que sólo coloqué
mi palma sobre la de ella y esperé a que sus músculos se relajaran y me
liberaran. Ella rodó con su cara todavía cubierta por la almohada, que
amortiguó un último rugido. Se hizo un ovillo en el extremo de la cama, todavía
víctima de algunos estertores remanentes, réplicas del terremoto que había
experimentado.
No sabía realmente si debía dejarla en paz o no, pero decidí
acercarme una vez más en aquella posición en la que ya estábamos acostumbrados
a acostarnos. Mis manos rodearon su torso y la presioné hacia mí. Esta vez, se
retorció un poco, haciendo el ademán de querer apartarme, pero no la solté. La
había escuchado suspirar y jadear, estaba sollozando. La abracé con fuerza y
ella dejó de luchar. Estuvimos así hasta que su respiración volvió a ser
normal.
—Julia… —susurré con mi cara pegada a su hombro, ella
permaneció callada—. Yo… yo… —balbuceé sin sentido con la esperanza de que ella
me interrumpiera—. Yo… no sé qué decir. Creo que me dejé llevar y… la verdad…
no sé por qué…
Ella hizo un movimiento violento para apartar mis brazos y
se giró. Su cara ya no estaba oculta y vi sus ojos aún hinchados y un poco
enrojecidos. Me miró con gesto severo, su ceño estaba fruncido y sentí una opresión
en el pecho tal que por un momento creí que también iba a llorar yo. Sus manos
se posaron en mis hombros y me abrazó, presionándome contra su pecho y
acariciándome la espalda. Comenzó a arrullarme. Yo no entendía nada, simplemente
me quedé callado hasta que mi respiración volviera a normalizarse como la de
ella.
—¿No necesitas respirar? —preguntó ella después de un rato
con una voz ronca que me retumbó en las orejas que seguían pegadas a su pecho. Negué
con la cabeza, aprovechando para hundirme aún más entre sus montes—. ¿Ah, no?
El tono de su voz se aligeró y sus manos me tomaron la nuca
y me oprimieron aún más fuerte. Aguanté todo lo que pude antes de empujarla
para poder tomar una bocanada de aire de la manera más exagerada posible. Ella rio
mi payasada e hizo el ademán de querer volver a apresarme. Finalmente, tras
verla sonreírme, pude respirar realmente. No me odiaba.
Hice un par de payasadas más. Jugueteé con mi mano, amenazándola
de vez en cuando con bajarla a su entrepierna, sacándole pequeños sustitos. Pero
entre tanto juego, mi mano sí recorrió su muslo y sus cachetes.
—A ver, ya —dijo ella de pronto—. Mucho drama, mucho juego,
pero bien que la traes parada.
—Es que no acabé —me defendí con cinismo—. Tú como quiera,
te viniste. Pero yo, no.
—¡Ay, pobrecito! —se lamentó con falsa lástima—. Es que
nomás llevas dos, el nene, ¿verdad?
—Tú dijiste que no había que desperdiciar los condones —comenté
con la voz más inocente que pude.
—¡Mira nada más! —exclamó antes de quebrarse y dejar salir otra
risa.
No me iba a dejar volver a acercarme a su entrepierna ni a
sus pechos, los cuales dijo que ya le dolían; así que me dijo que usara sus muslos
de nuevo y diéramos por terminado todo. Una vez más, hice mi petición. Le pedí
que se recostara boca arriba y con sus piernas juntas, las elevé hasta
apoyarlas, rectas, sobre mi pecho. Estaba arrodillado frente a ese par de
muslos y tuve que acomodarme para que mi verga quedara más abajo que sus
rodillas. Tuve que recurrir de nuevo a la saliva, porque el lubricante del
condón ya no parecía ser suficiente y finalmente, pude volver a embestir esa
abertura que se formaba entre sus muslos.
Esta vez, podía ver su rostro. Me miraba con los ojos
entrecerrados y sonriendo con resignación ante lo que me estaba dejando hacer…
y aquello me encendió más. Conforme iba agarrando ritmo, ella fue apretando más
y más sus piernas. Terminé dándole duro, abrazando sus pantorrillas, jadeando
como un poseso y gruñendo al venirme por tercera vez mientras ella no perdía
detalle de cómo el condón se llenaba con mi semen por última ocasión.
—¿Y ahora qué? —le pregunté al salir del baño—. Nos queda menos
de una hora.
—Pues, nada —me respondió Julia, recostada sobre la cama,
mirando el espejo del techo—. Ni caso tiene poner un temporizador.
—¿En serio tu plan era venir a dormir?
—¡Yo, sí! —me reclamó—. Estoy cansadísima. ¡Pinche Michelle!
—refunfuñó, cruzándose de brazos—. Por su culpa pasó todo esto. ¡Pero, bueno! —suspiró,
encogiéndose de hombros y mirándome—. Como dices, “deberíamos contarle a mamá y
Raquel para ya no venir aquí” —comentó último con voz chillona y burlona.
Sin palabras…
ResponderBorrarTe superaste con esta escena. Julia es un personaje muy bien trabajado , para mi gusto. Me encanta!
Results misteriosa a ratos, no sabemos lo que pasta por su mente pero deja pistas y tambien podemos ver esa lucha encarnizada enter lo que quiere pero no debe, y tambien lo que a veces ni sabe que quiere. Ha mostrado una curiosidad casi inocente pero en este capitulo nos mostró otra faceta, mas atrevida sin dejar de see timida. Genial el detalle de la almohada en la cara.
No estoy preparado para que estén juntos, porque aún hay cosas por explorar y tampoco estoy preparado para que aparezca un obstáculo en la historia o resurjan Raquel o Tere.
Pero como siempre, dejo mis preocupaciones a un lado porque confío en tu pluma.
Gracias por la dedicación!
P.D.: si pudiera agregar alguna sugerencia o quizás petición como fiel seguidor de esta trama, sería sobre cuidar la foto de entrada al capítulo o cuando hay imágenes de los personajes, que no disten mucho de cómo se han descrito y que sean atractivas.
Sé que esto es 0% lo principal pero es un detalle que me ha gustado y por eso siempre leo las entregas desde este blog.
Lo hago con todo el respeto también a tu elección, nadie sabe más como es cada personaje que tú.
Hasta el próximo capítulo ✌️
¡Uf! Muchas gracias por comentar. Estaba poniéndome nervioso que este capítulo tuviera tantas visitas y nada de comentarios por ningún lado.
ResponderBorrarDefinitivamente, hay asuntos por tratarse con referencia a Raquel y Tere.
Con respecto a imágenes, te entiendo. Hay muchas que no me convencen al 100% y que, por falta de tiempo, he tenido que colocar porque no encuentro alguna que me convenza y no tengo los medios para pagar por las que a mí me gustarían, ya sea a un artista una IA de paga o lo que sea. Pero igualmente, estoy abierto a colocar alguna que me recomienden, puede ser por correo o por DM en X.
Jajajajaja! Me imagino que los comentarios son como el aplauso para un artista.
BorrarPero nada que temer, estuvo realmente brutal!
Espero con ansias el próximo capítulo. Las 2 semanas de espera aprox me están matando pero siempre lo terminan valiendo.
Keep it going 💪
Cuando son positivos, sí, son como aplausos o una palmada en la espalda. Pero también leo los que no son positivos, uno siempre puede mejorar y tampoco está bien que me cree una cámara de eco con sólo cosas buenas. Muchas gracias por el apoyo, espero pronto empezar a publicar una saga distinta en lo que termino esta.
BorrarTe dejé un mensaje por DM en X. Saludos!
BorrarAcabo de encontrarme con esta saga en curso y de verdad agradezco mucho el nivel de detalle que manejas en cada relato, me encantó la manera en que llevas el relato y me encanta que siga en curso.
ResponderBorrarMe acabe la saga en apenas 2 días hasta este capítulo
¡Guau! Ni yo creo que podría releer esta historia en 2 días. Muchas gracias por el apoyo.
BorrarSeñor esta es una muy buena saga, hace mucho que no habia leido una como esta, me gusta el personaje de Julia y su evolucion esta siendo por demas interesante, aunque tambien me gustaria que evolucionara la niña Raquel que sus hormonas son mas que evidentes pero en algun momento ha mostrado una maduracion y crecimiento que tambien llama la atencion. Me gustaria hacerte algunas peticiones pero como dicen arriba lo dejo a tu consideracion y confio en tu Pluma, es una muy buena historia, felicidades
ResponderBorrarHola, gracias por comentar y una disculpa por la demora. No había estado bien mentalmente estos últimos días por cosas personales y no había entrado al blog en mucho tiempo.
BorrarRaquel está teniendo una ligera evolución y seguirá madurando, pero es muy joven todavía, no le puedes exigir mucho a una chica de su edad (19 años), que apenas está viviendo la adultez.
Muchas gracias por el apoyo. El próximo capítulo se estrenará el lunes 24