El Hombre de la Casa 38. Encuentros fortuitos

 


El mes de diciembre ya iba llegando a la mitad y se notaba. Al negocio seguía yéndole bien y recibía muchas visitas, más para “sobar” que para masajes, pero el dinero seguía entrando. Raquel y su compañía de teatro seguían con sus presentaciones navideñas con pastorelas o villancicos en plazas y centros comerciales; lo que la tenía más ocupada que de costumbre. Las cosas en la casa con ella habían mejorado un montón. Había vuelto a ser esa niña alegre, extrovertida y traviesa que solía ser, además de que ya no se portaba distante con mamá ni Julia. Había vuelto a molestarla cada que tenía oportunidad y eso, a pesar de los comentarios de fastidio, también le alegró a ella.

—Me alegro que ya no esté tan apagada como antes, pero ¿era necesario que volviera a ser insoportable? —dijo con una sonrisa torcida y la ceja alzada después de que Raquel le hiciera otro comentario sobre ser una frígida y quedada antes de subir a vestirse.

Le respondí que tal vez aquello era parte de la naturaleza de nuestra hermanita, intentando no pensar en el oscuro secreto que conocía de Raquel hacia ella. Mi comentario le hizo gracia, aunque el hecho de que mamá estuviera comiéndome la verga durante todo ese rato hizo que no se quedara con las ganas de recordarnos que éramos unos degenerados.

—Somos —enfaticé para incluirla a ella también, sujetando la cabeza de mamá—. Todos en esta casa tenemos nuestros detallitos, hermanita —añadí para que tampoco se le olvidara lo que hacíamos a espaldas de Raquel.

Sólo desvió la mirada y se dispuso a retirarse a trabajar, despidiéndose de nosotros. Mamá, con la cara hecha un desastre por haberla presionado contra mí, me sonrió dulcemente. Después de aquél incidente con Raquel y su confesión, fue como si todo en su vida hubiera vuelto a estar en orden. Siempre estaba buen humor, incluso cuando decía que tenía un mal día en el trabajo, nos abrazaba y besaba a los tres cada que tenía la oportunidad. En el caso de Raquel y yo, esos besos podían ser en la boca y hasta tornarse en algo más, pero no dejaban de sentirse cálidos y, por extraño que resulte, maternales. Seguía visitándome de vez en cuando a mediodía para que comiéramos juntos y también para recibir una buena dosis de verga antes de volver a su trabajo.

Mi hermanita había vuelto a enviarme mensajes con fotos provocativas o a marcarme sólo para recordarme que tenía ganas de mí y lo que me colgaba entre las piernas. Nuestros encuentros habían vuelto a ser casi diarios y aunque solían involucrar a mamá y su dildo con arnés casi siempre, también teníamos nuestros momentos a solas. Era como si todo hubiera vuelto a su lugar, aunque con evidentes mejoras.

Por otro lado, se venía la época de posadas y con ella, mi hermana me contó que pensaba ir a las que organizarían entre la compañía de teatro y que había vuelto a ponerse en contacto con Alondra para que la acompañara.

—Te aviso, para que luego no te saques de onda si no llego a la casa —me advirtió, presionando mi mejilla con su índice—. La posada está cerca de su casa y dijo que podíamos quedarnos a dormir allí.

—Mira nada más —fingí molestarme—. Ya te mandas sola.

—Pues si quieres que no vaya, dime y no voy.

La posibilidad de que Raquel pasara la noche fuera hizo que un interruptor se accionara en mi cerebro y mi amigo empezó a animarse. Mi hermanita, ignorando el verdadero motivo de mi erección, acarició mi verga con la mano y me sonrió pícaramente.

Hermano mayor —ronroneó con un tono de voz digno de una porno—. ¿Me das permiso de ir y quedarme a dormir fuera?

—¡Uh! ¿Tanto quieres ir a acostarte con tu amiga? —le pregunté como si estuviera regañándola.

—¿Eso es lo que te excita, que ella y yo hagamos cositas? —continuó preguntando con tono sugerente. Sus palabras sonaban a pujidos y gemidos. Escupió su otra mano y con ambas, embadurnó mi tranca—. ¿Te calienta que me porte mal?

—Pórtate mal —le gruñí, gozando a más no poder—. Pero luego, me cuentas.

—¿Y si me porto, me vas a castigar? —preguntó provocativamente.  

—Tú decide. ¿Mamá o yo? Los dos, mejor —me respondí a mí mismo.

Ella sólo mordió su labio inferior y rio con picardía. Estábamos en mi cuarto, ya estábamos por dormir, pero antes, teníamos que aplacar el fuego que habíamos encendido sin querer. Un par de nalgadas y una buena cogida, de esas que sacudieron la cama ruidosamente y culminaron con mi leche en el interior de su rajita; así acabamos esa noche.

 

A la mañana siguiente, Julia me esperaba, sentada en la mesa del comedor.

—¿Tenían que ser tan escandalosos? Anoche no encontré mis tapones de los oídos y me tuve que chutar todo su numerito —me reclamó sin apartar la mirada de su celular.

—Perdón —dije, apenado—. ¿Ayudaría decirte que Raquel no vendrá a dormir hoy?

Ella guardó silencio y actuó como si aquello no le importara, pero aquello sólo me decía que quería ocultar su verdadera reacción. La razón por la que me entusiasmaba que Raquel saliera de casa esa noche era la misma que Julia intentaba ocultar.

—Bueno —dijo ella antes de levantarse y retirarse—, al menos vamos a descansar de ella una noche. ¿Tienes citas en la tarde? —me preguntó, mirándome de reojo, con una expresión inescrutable en su rostro. Le dije que no—. OK, OK… ¿Y mamá ya sabe?

—No sé, creo que no. Ahorita le digo

Ella asintió, frunciendo sus labios y una expresión de estar pensando en más de una cosa a la vez. Una vez volvió a la realidad, solamente se despidió de mí y me dijo que luego nos veríamos. Había sido una forma rara de reaccionar a la noticia, pero al menos no fue indiferente.

Por su parte, mamá no paró de hacernos preguntas a Raquel y a mí por nuestra ruidosa forma de acabar la noche anterior. Fue mi hermana la que le contó que se quedaría a dormir en casa de Alondra y hasta le comentó sobre el motivo por el cual íbamos a tener que disciplinarla. Hasta ese momento, mamá no tenía idea de que aquella amiga de la que ya le había hablado tenía aquellas intenciones románticas y cuando Raquel se lo mencionó, pudimos ver las diversas emociones que la asaltaron. Al final, aunque no tan cómoda con la noticia, nuestra madre aceptó de buen grado todo, le dijo que se cuidaran y que nos llamara si necesitara algo, para que no tomara un taxi ella sola. Le dio un abrazo maternal y la típica bendición que le daba cada que ella viajaba sola y Raquel no pudo estar más sonriente cuando se despidió de nosotros.

—Creo que hoy me tocará hacerme cargo de esto —dijo mamá sensualmente mientras su mano acarició mi verga y huevos—. Para que no haya problemas con Julia.

Me guiñó el ojo y se fue a su cuarto a vestirse para ir al gimnasio. Con la ausencia de Tere, había dejado de ir, pero se convenció de regresar. Gracias a eso, ya no teníamos sexo en las mañanas. Se despidió con un beso que sólo me dejó con ganas de más todo el día. Algo me había hecho pensar que no iba a visitarme para comer y tuve razón.

 

Esa tarde, cerré temprano y me dirigí a casa con ansias por lo que nos depararía la noche. Llegué antes que mamá y esta vez fui yo quien no pudo contenerse en cuanto ella entró por la puerta. Mi lengua y mis manos se apresuraron en hacerle saber que cada fibra de mi ser estaba ardiendo con un deseo desmedido. No había podido quitarme de la cabeza el recuerdo de su cuerpo, la suavidad de su piel, la dulzura de su fragancia y la calidez de sus adentros. Su boca me recibió primero, ella me dejó sujetarla y sus manos presionaban contra mis glúteos con cada embestida. Su garganta ya era capaz de acoger a mi verga sin problemas, incluso aunque ésta la violase sin piedad. Sentía una especie de frenesí que no lograba descifrar. Todo el día, mi cabeza pasaba de pensar en lo que iría a hacer Raquel y en lo que ocurriría una vez que Julia volviera a compartir la cama conmigo. El recuerdo de aquella en el motel jamás me abandonó y sólo fantaseaba con el día en que se me volviera a presentar la oportunidad de algo así.

A pesar de que Julia no había cambiado en su forma de ser ni me trató de forma distinta, jamás se animó a mencionar siquiera nada sobre lo que ocurrió aquella vez en el motel. Seguía haciendo comentarios de lo que hacía con mamá y Raquel, incluso hacía pequeños chascarrillos cuando me sorprendía con la verga parada, pero nunca hizo siquiera alusión a nada de lo que hicimos ese día. Era como si se negara a reconocer que había tenido mi miembro restregándose de aquella manera en su cuerpo. Por mi parte, ni siquiera me atrevía a hacerle un chiste al respecto, no quería arruinar cualquier oportunidad que pudiera tener de volver a estar con ella. Tal vez por eso buscaba desfogarme por completo con mamá.

Tras venirme en su garganta, la tomé de la mano y nos llevé a su cuarto. Si íbamos a tener sexo hasta agotarme, su cama era la más cómoda. Ella aún seguía vestida, así que le ayudé a desvestirse. Sus pantimedias se habían rasgado al arrodillarse para dejarme que la cogiera por la boca, le pedí perdón mientras las bajaba a toda velocidad y ella sólo se reía por mi impaciencia, ni siquiera se había quitado los tacones cuando la tela transparente llegó a sus talones. Ella estaba contenta con mi “entusiasmo” y me dejó hacer lo que quisiera, como si fuera un niño pequeño y ella, mi juguete. Su blusa ya estaba desabotonada a la mitad y mi rostro debió iluminarse al ser el encargado de liberar ese par de melones de su encierro. Comí con avidez, provocándole suspiros y quejidos suaves al morder su pezón, su aureola o alguna otra zona de esos enormes globos tersos.

Su mano acariciaba mi miembro, como revisando el estado en el que se encontraba. No tardó en estar listo para arremeter una vez más para mancillar su cuerpo con total carencia de delicadeza. Quise repetir lo que había hecho con Julia y deslicé mi salchicha entre sus tetas, jamás habíamos hecho algo así, pero su sonrisa pícara me decía que ella sabía por qué quería hacerlo, después de todo, le había contado todo lo que habíamos hecho Julia y yo. Sus manos oprimieron aún más ese par de montes y mi cadera agarró un ritmo frenético.

—Así, así… —jadeaba y pujaba mi madre, aunque sonaba como un arrullo—. Vente cuando quieras, querido. Dale a mami su medicina.

La manera en que lo decía era dulce, se oía tranquila y cariñosa, a pesar de la brusquedad con la que estaba impactando contra sus tetas. Ella pudo intuir cuando estaba llegando al límite y no hizo más que sacar la lengua y sonreírme de una forma tan sexy que me detonó un pensamiento, uno potente y muy morboso. Por un instante, vi la cara de Julia reflejada en la similitud de su rostro y acto seguido, mi leche salió disparada hacia ella.

Eso, aquella imagen que mi cerebro había generado por una fracción de segundo, habría podido perturbarme al grado de paralizarme o dejarme en shock, pero de alguna manera, aquello me dio la excusa perfecta para continuar. Apenas dejé que mamá terminara de limpiarse el rostro antes de lanzarme a terminar de desvestirla y en cuanto pude, me dirigí a comerle la raja. Estaba esperándome, ya húmeda y calientita, dulce y jugosa como solía estar. Degusté con mi lengua, mis dientes y mis labios; mientras mis dedos comenzaron a horadar tanto dentro de su cueva húmeda como en su recto, el cual se dilató fácilmente.

Sus gemidos eran suaves, contenidos, apenas audibles para recompensar mi labor. Sus piernas se separaron lo más que pudo y su pelvis se elevó un poco para facilitarme la tarea, acariciándome la cabeza y pidiéndome una vez más que no me detuviera. Aparté el rostro sólo para poder ver el suyo y comprobar que si me lo proponía, podía volver a ver a Julia en su lugar, retorciéndose del placer y sonriéndome con una mirada tierna e incitante. Aquello hizo que se me pusiera bien dura y no aguanté más. Mi intención era meterla en su rajita hambrienta, pero su mano me dirigió a la entrada trasera, la cual también estaba más que lista para recibirme.

Le encantaba, podía sentirla apretar cada vez que lograba entrar más y más profundo en ella. Y sus gemidos dejaron de ser discretos para alentarme a seguir.

—¡Rómpeme el culo, cariño! —rugió de pronto, sosteniendo mis antebrazos para ella misma ensartarse un tramo más de mi carne—. ¡Rómpele el culo a mami! ¡Dame duro!

Y eso hice. De un solo empujón terminé de meterle lo que faltaba y ella pujó antes de regalarme esa sonrisa descompuesta, llena de lujuria. Jadeaba y rugía, pero nos gustaba que fuera rudo. Le solté un manotazo en su teta y aquello la hizo chillar y contraer las piernas un instante. Sabía que se había venido un poco, pero eso sólo me hizo volver a arremeter contra su otro pecho y asegurarme de impactar con fuerza cada que pudiera. Era más demandante de lo que uno pensaría, pero mi recompensa valía totalmente la pena. Escucharla gemir cada vez de forma más aguda sólo me hacía más fácil pensar en que tal vez así sonaría si Julia y yo…

Me vine en su culo y ella se apresuró a comérmela como solía hacer Raquel.  Aquello nos dio un respiro pero volvimos a la carga. Le dije que se acostara boca abajo y por fin pude meterla en su raja, que ya estaba más que preparada para recibirme. Le dimos como si no hubiera un mañana y su voz se amortiguaba con las sábanas que le tapaban la boca, mis manos se apoyaron en su espalda y no paré hasta volver a descargarme en ella. Para cuando llegó Julia, ambos supimos que no habíamos tenido suficiente pero que un descanso no nos vendría mal.

El rostro de mi hermana al ver el aspecto de mamá fue de auténtico pavor. Su rostro estaba enrojecido, al igual que sus pechos, su cuello y, obviamente, su entrepierna. Había aprendido a que era innecesario preguntarle a nuestra madre si estaba bien cuando la veía así, sobre todo porque la sonrisa que no se le borraba de la cara lo decía todo. Se guardaba sus comentarios, pero su expresión de vergüenza y decepción también hablaban por ella. Ya no me acomplejaba, después de todo, yo sabía que había aclarado todas las dudas que ella tenía del sexo rudo que le gustaba a nuestra madre.

Cenamos con tranquilidad. Nos pusimos a platicar sobre el nuevo programa que iba a estrenarse en la televisora y lo estresante que era para Julia prácticamente partirse en dos para encargarse también de los otros programas en los que trabajaba. Como siempre, quisimos animarla y decirle que todo saldría bien.

—Y si no, le echas la culpa a tu jefe para que lo corran y sanseacabó —añadí.

—¡Uy, brincos diera! Primero me corren a mí y al resto antes de que su cabeza ruede —comentó mi hermana—. Tendría que ir viendo si mamá me consigue un puesto en la tienda o algo. O que Tere me lleve a trabajar con ella. ¿No te ha dicho cuándo va a volver?

—Ya ni me contesta —le respondí—. El otro día hasta le marqué y sólo me dijo que tal vez regrese para navidad o año nuevo, pero no se oía muy convencida. Sonaba muy ocupada.

—Me imagino —suspiró Julia.

—¡No me digas que no va a estar aquí en navidad! —exclamó mamá—. Los abuelos van a venir a pasar las vacaciones acá.

Julia y yo nos emocionamos por la noticia, pero mamá se veía nerviosa. Al parecer, ella añoraba presentarles a mi novia, de la que tanto le habían preguntado en su llamada para avisar de su visita. Hasta creí que iría por su teléfono a llamarle a Tere en cualquier momento.

—Pues más les vale aprovechar ahora, porque cuando ellos lleguen, van a tener que pararle a su show —nos advirtió Julia—. Nada de andar encuerados ni de andar cogiendo por toda la casa.

—¡Ay! Lo dices como si fuéramos animales —le reclamó nuestra madre.

—Pues… —dijo su hija mayor, encogiéndose de hombros y torciendo la boca, dando a entender de que no era su culpa “si nos quedaba el saco”.

—Mira. También, como si no pudiéramos ir a un motel y… —agregué.

—¡Luís! —exclamó Julia, fulminándome con la mirada.

No entendí qué había de malo en lo que dije, pero mamá se apresuró en decir que luego veríamos qué haríamos, se levantó y con un gesto me dijo que la acompañara para reanudar nuestra faena. Ninguno de los dos comimos, sólo bebimos para reponer el líquido perdido. Al principio, sólo nos recostamos en la cama, meditando sobre lo que ocurriría una vez que llegaran los abuelos.

—Ellos van a dormir aquí, hay que limpiar todo —dijo mamá, pensativa, con la mirada perdida en el techo mientras yo hundía las yemas de mis dedos en su vientre—. No creo que haga falta nada más. Yo puedo dormir con cualquiera de ustedes.

—El tema va a ser no hacer mucho ruido en las noches —señalé mientras mi índice comenzaba a trazar círculos alrededor de su clítoris y hundiendo mi cara en su pecho—. ¿Quién sabe? A lo mejor ya ni oyen bien.

No dijimos más. Nuestros cuerpos tenían pendiente otra conversación y los dejamos continuar. Le dimos rienda suelta a nuestras ansias, tanto las mías como las de ella y no parecían tener fin. Ella estaba más excitada de lo normal, porque no tardaba en venirse y francamente perdí la cuenta. Con mis manos, mi boca y mi verga, me cubrí con el fluido de sus orgasmos. Cuando me vine de nuevo en su cara, ella me pidió una tregua. Vimos la hora y eran casi las 12.

—Ya mejor ve a acostarte —dijo mamá, volviendo al cuarto con una botella de agua para mí—, no vaya a ser que Raqui llegue temprano. No ha llamado ni nada, ¿verdad?

Le mostré a mamá la foto que me había enviado Raquel hacía casi tres horas, en la que figuraban los que creíamos que serían sus amigos Dani y Alondra. Se les veía contentos, sosteniendo las lucecitas de bengala y abrazados para la cámara. Cuando le respondí con un “diviértanse mucho”, no tardó en contestarme con un Emoji guiñándome el ojo con la lengua de fuera, por lo que tanto mamá como yo entendimos que se encontraba bien.

—No creo que llegue temprano —le dije a mamá mientras me sacudía la verga, indicándole que podríamos continuar.

—Mejor así —respondió ella, un tanto cansada pero más que nada, preocupada de que yo todavía tuviera ganas—. Mira, ponte esto y así no va a haber problema.

Corrió a su clóset y sacó de él un rectángulo metálico, era un condón. Me lo aventó y con un gesto de su cabeza me indicó la salida para luego guiarme con empujones para que abandonara su cuarto, cuya puerta cerró con seguro. El frío y la oscuridad del pasillo no hicieron más que acentuar el desconcierto que sentí. Mamá claramente me había corrido de su cuarto, como si estuviera segura de que iba a darle uso a ese único (cabe resaltar) preservativo. Lejos de pensar en que aquello era una buena señal de lo que podría ocurrir esa noche, hizo que se me hiciera un hueco en el estómago.

La puerta de Julia estaba justo a lado de la de mamá y podía ver la tenue luz que se colaba de su puerta abierta. Debía ir y avisarle que ya estaba listo para dormir, a pesar de que mi miembro no estaba agotado todavía. Me asomé y vi que la luz era de la pantalla de su celular. Ella notó mi presencia de inmediato y me habló:

—¿Eh? Bueno, ya era hora —habló con voz ronca—. Ven acá. Ya estoy acurrucada y hace mucho frío —dijo mientras veía cómo la forma de su cuerpo se acomodaba debajo de las sábanas—. ¡Agh! —exclamó en cuanto me acerqué—. Pero échate un regaderazo primero. ¡Hueles a chivo! ¿Qué es eso?

Dijo refiriéndose al cuadrito metálico y haciendo gala del lenguaje más cavernícola que pudo salirme, le hice saber a base de gruñidos y sonidos incomprensibles que aquel objeto había sido puesto en mis manos por nuestra respetable, sensata y nada incestuosa progenitora.

—¡Ash! ¡MAMÁ! —rugió para que su voz atravesara la pared que separaba sus cuartos—. ¡Ay, nomás porque no me quiero destapar! —refunfuñó y se dirigió nuevamente a mí—. ¡Ándale! Báñate y aquí te espero.

Para cuando volví a su cuarto, ya me había secado. Haberme bañado con agua fría había sido una buena decisión para soportar el frío al salir del baño, pero no fue una buena idea para cuando me adentré en las sábanas de mi hermana y mi piel hizo contacto con la suya.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Qué frío! ¡Vas a hacer que nos enfermemos! —me reclamó mientras temblaba sin parar, pero sujetando mis manos con las de ella para que nuestras temperaturas se igualaran pronto—. Acércate. ¡Rápido! ¡Estás helado! ¡Te puede dar hipotermia, menso!

—Hubiera sido peor si me hubiera bañado con agua caliente —intenté defenderme.

—¿Y lo hiciste para que no se te parara o qué? —La escuché preguntarme. Estaba dándome la espalda, como solía ser, pero el tono de su voz era alegre—. Porque que no sirvió.

Dijo eso porque mi longaniza estaba rozando con su culo. Y si yo podía sentir que mi amigo no estaba dormido, ella sin duda lo habría notado.

—Nomás no le hagas caso —gruñí, un tanto molesto por ser incapaz de controlarlo —. Ahorita se calma.

—¿Dónde dejaste el condón? —La oí preguntar con discreción.

—¡Quien sabe! —refunfuñé, entrecruzando los dedos de mis manos, los cuales buscaba mantener lejos de sus pechos—.¡Te juro que no fue mi idea!

—¡Por supuesto que no! —se jactó ella y sus hombros se sacudieron con una única risa sarcástica—. Tú jamás comprarías uno —rio una vez más. Como no le respondí nada, su voz se suavizó—. Mamá está loca. Ya vi que le contaste lo que hicimos, la otra vez no se aguantó las ganas de preguntarme si… Si lo habíamos hecho.

«Obvio, le dije que no —continuó al no volver a recibir respuesta de mi parte—. Pero ella tiene la idea equivocada… de que hago esto por lo mismo que Raquel o ella… ¡Bueno! —exclamó de repente— ¿No vas a decir nada, o qué?

—Pues, ¿qué quieres que te diga? Ni yo sé qué estamos haciendo.

Julia primero se asomó por encima del hombro. La luz que se colaba por su ventana era opacada por las cortinas, así que sólo adivinaba lo que ocurría por la silueta oscura que se asomaba por fuera de las cobijas. De pronto, se giró y sus manos buscaron a tientas mis hombros y me sujetaron, pero no dijo nada. Era incapaz de verlo, pero imaginé sus ojos observándome con detenimiento, tratando de descifrar algo.

—No estoy diciendo que no me guste hacer… esto —dije sin pensarlo mucho—. Pero mientras más lo piensas, más raro se vuelve.

Mis ojos no fueron capaces de ver la expresión de su rostro, pero su silencio y el hecho de saber que estábamos cara a cara hacían que sintiera una presión enorme en el pecho. El ruido de su aliento apenas y se percibía, a diferencia de mis aspiraciones bruscas, lo cual hacía que me sintiera aún más asfixiado.

—¿Qué… ¿Cómo le dirías a esto? —pregunté mientras sentía que la mandíbula se me trababa—. N-no puedo explicarlo. Y siento que sólo me hago ideas —empecé a hablar apresuradamente—. Tú sabes… Sabes que… que… Raquel y yo… nos queremos. Pero también está mamá… y Tere… P-pero ellas… son aparte. Nos dejan ser.

«Nos tratan como si fuéramos tontos, como si fuéramos niños… ¡pero tenemos sexo! —seguí hablando con frenesí—. ¡Es una locura! Y luego, tú… Esto… ¿qué es? ¿Qué hacemos? A escondidas de Raquel… sé por qué, pero aun así… ¡Ya no podemos decir que no, Julia! Ya no podemos decir que no hemos hecho nada.

Sentía una presión en el pecho, esas palabras sólo salían y salían. Eran pensamientos que querían salir, pero no podía decirlos. No todos. Por más que quisiera preguntarle a Julia, pedirle una explicación, un consejo o tan siquiera intentar poner en orden mis ideas; no pude. Me trabé, era como si los engranes en mi cerebro se hubieran atascado y sabía que cualquier cosa que saliera de mi boca sólo serían más frases inconexas.

De alguna manera, ella sólo guardó silencio. Y no fue hasta que mi respiración agitada se iba amainando que noté que ella también respingaba.

—Eh… ¿Jul-

Sus brazos me rodearon y me pegaron a su pecho. Los espasmos eran más claros ahora, ella estaba sollozando. Instintivamente, mis brazos la rodearon también. La presión de sus pechos o de mi miembro en su pubis pasaron a segundo plano. No estaba pegándome a ella para que me consolara a mí, sino para que ella se tranquilizara. Verla llorar, o bueno, escucharla… sentir físicamente que estaba haciéndolo, era algo totalmente ajeno para mí. Sí, claro que la había visto llorar antes, viendo una escena triste en una película, de rabia, de impotencia… pero no así. Traté de hacer memoria y no pude recordar un solo momento en que la hubiera visto llorar realmente. Esa era la verdad, Julia nunca se mostraba ni remotamente frágil. Sentir sus espasmos era como si todo a mi alrededor también estuviera temblando y la oscuridad sólo hizo que todo se volviera difuso.

 

Tal vez nos consolamos mutuamente hasta quedarnos dormidos, a decir verdad, no estoy seguro. Al abrir los ojos la mañana siguiente, me costó trabajo recordar en dónde estaba y lo que había ocurrido esa noche. Casi me da un infarto cuando vi que el rostro de Julia estaba a escasos centímetros. Ella tenía los ojos cerrados, pero se abrieron de inmediato al moverme.

—Menos mal —susurró con voz ronca—. Ya casi suena mi alarma y no quería despertarte.

Se dispuso a levantarse de la cama y de inmediato hice el amago de levantarme también. Yo tenía el mástil bien tieso pero ni ella ni yo hicimos un comentario al respecto. Sólo vi que tomaba su toalla y se iba con ella, dispuesta a bañarse. No cruzamos miradas en ningún momento, pero ella tampoco hizo el menor intento de cubrirse ni dijo nada más. En ese momento, todavía no había recordado todo lo que le dije la noche anterior.

Para cuando lo recordé, me encontraba preparando el desayuno. La vergüenza y el remordimiento me invadieron y me fue difícil verla a los ojos cuando bajó al comedor.

—No pongas esa cara —dijo en cuanto vio mi expresión de incomodidad—. Está bien, no pasó nada. Ya venía siendo hora de que algo así te pasara. Estar con varias mujeres a la vez suena como un sueño, pero ya te está cobrando factura. —rio para animarme y ofrecerme de su tenedor.

—Fui un tonto anoche… ni si quiera sé por qué dije todo eso. Bueno, “dije” —enfaticé aquella palabra dicha con voz boba haciendo comillas con mis dedos—. Ni siquiera dije nada.

—Dijiste lo suficiente —afirmó Julia, recuperando un poco la solemnidad en su voz—. No importa si no puedes explicarlo con palabras ahora, lo importante es que ya estás dándote cuenta de que no estás hecho de palo ni de piedra. A la próxima, no te esperes hasta que sientas que se te cierra el mundo, ¿OK?

Su ceja alzada y su sonrisa discreta hicieron que esa opresión que había vuelto a sentir se disipara y así pude disfrutar del desayuno con ella. Para cuando mamá hizo su aparición, ella ya había terminado y se despidió de ambos con un beso en la mejilla, alejándose con un paso curiosamente alegre. Esto hizo que mamá se abalanzara sobre mí con preguntas de lo que había ocurrido, mientras se disponía a recibir su proteína matutina, montándome de frente. La fastidié diciendo que no le contaría nada de lo que habíamos hecho Julia y yo con la clara intención de molestarla y azuzarla por haberme echado de su cuarto.

No cabe duda de que Raquel y ella tienen el mismo carácter, porque, lejos de aplacarla, esto sólo la puso más cachonda y no paró de insistirme (en vano) que le contara hasta que me sacó la leche a sentones. Hundí mis dedos en sus gajos, untándolos con mi venida y acercándoselos a la boca para que me los comiera con una mirada suplicante. Cuando le dije que no le iba a contar nada, su rostro se descompuso en frustración y placer. Ella apoyó su entrepierna en mi muslo para frotarse con ímpetu y en unos pocos movimientos, dejó que su intimidad sucumbiera ante un orgasmo que buscaba compensar aquella “derrota” suya.

Ese día, Raquel no llegó a casa hasta la tarde. Me envió mensaje de que sólo fue a cambiarse para volver a salir al evento navideño, le pregunté si se volvería a quedar en casa de su amiga.

Ay no!!!!
Esta noche no te vas a salvar de mí 😈
Te extrañouu 🥺

Aquello definitivamente era algo que esperaría de Raquel, al igual que la foto que me envió justo después, en la que se veían sus jeans abiertos, exponiendo sus pantis rosa pastel, con una diminuta pero visible mancha de humedad y la leyenda “Te extraño de veras”; así que tenía razones suficientes para esperar a que fuera de noche.

Cerré poco antes y me dirigí al supermercado a comprar unas cosas. Al salir, una voz me llamó.

—¡Eh! ¡Luís!

Era una chica de tez morena, delgada, de cabello negro, lacio y en corte de hongo. Su rostro me parecía familiar pero antes de que la reconociera, me dijo.

—No te acuerdas de mí, ¿verdad? ¡Soy Alma! Iba con Julia en el colegio. ¿Cómo estás?

Era verdad, no la había reconocido porque antes solía llevar el cabello largo, además de que se había puesto un poco más llenita. Alma era la amiga inseparable de Julia desde la secundaria. Cursaron la prepa y hasta empezaron juntas la carrera, pero por lo que sabía, se había ido a otra ciudad. Empezó a hacerme plática y terminamos en unas mesitas, frente a la zona de restaurantes del supermercado. Me contó que ya se había casado y que estaba de visita en la ciudad para pasar la navidad con su familia.

—Vi a Michelle hace rato, pero no alcancé a ver a Julia —se lamentó—. ¡Qué caray! A ver si la encuentro antes de Navidad, ya le mandé mensaje y todavía no los lee. ¡Oye! ¿Es verdad que ya tiene novio?

—¿¡QUÉ!? —exclamé tan fuerte que un par de personas voltearon a vernos.

—¡Ay! ¿No sabías? ¡Perdón! ¡Qué mensa! ¡Qué mensa! ¡Qué mensa! —se regañó a sí misma con voz nerviosa—. ¡No! Eh… No me consta. Es que Michelle me contó que se estaba viendo con alguien y pues… ¡Ay! ¡Ya la cagué!

Algo hizo clic en mi cerebro al escucharla decir eso. Si ya había pecado de indiscreta, lo más probable era que pudiera contarme más. Estaba algo alterado, pero pensé rápido.

—¡Ah! ¡Ya! —dije, con tono de alivio, como si hubiera recordado algo de pronto—. Sí, sí. Ya sé de quién hablas. Es que apenas anda saliendo con él y ni nos lo ha presentado todavía. Ja, ja. Perdón por asustarte.

—¡Ah! Je, je. ¡Uf! ¡Creí que ya había metido las cuatro! Ja, ja —rio aliviada—. Entonces sí anda viéndose con alguien…

Una vez que se sintió segura, comenzó a contarme que Michelle le había dicho que mi hermana había empezado a salir con alguien, que la había ayudado a disfrazarse y que probablemente era porque se trataba de alguien famoso. En ese momento, no pude evitar soltar una carcajada. Nunca se me habría ocurrido que estuvieran hablando de mí. Ella interpretó mi risa como señal de que yo ya conocía al susodicho y busqué seguirle el juego, diciéndole que no era nadie famoso ni nada por el estilo. Al igual que mamá en la mañana, los ojos de Alma brillaron con una curiosidad malsana y tuve que hacerle saber que no iba a revelarle nada más al respecto y que lo mejor era que ella también mantuviera la boca cerrada.

—¡Ay, sí! ¡Cállate! —exclamó, abanicándose con la mano— ¡Ni le digas que te pregunté por su galán, porque, seguro, me mata! ¡Ay, no, no, no! Ella empezó a dejar de contarme cosas en la Uni porque decía que era una boca-floja —me confesó. Tuve que fingir sorpresa al escuchar semejante revelación—. ¡Sí! Pero nunca se molestó de verdad. Sabe que cuando meto la pata es por descuidada y no por mala gente. ¡Ay, Julia!

«¡Ha! ¡Qué curioso! —dijo con tono pensativo—. Siempre creí que ella moriría de blanco, que nunca buscaría a nadie y se quedaría para vestir santitos. ¡Ay! ¡Qué feo se oyó eso!

—Sí… —le respondí lánguidamente.

—No es que yo quisiera eso... O que eso fuera malo —se apresuró a aclarar—. Es sólo que Julia... era muy… de quedarse en su casa. Siempre fue muy guapa, nunca le faltaron pretendientes. ¡Bueno! Y según Michelle, ahora tampoco. ¡Ja, ja! —rio mientras me aventaba una mirada de complicidad—. ¡Ay! Pero yo veía que ni siquiera le interesaba tener novio —suspiró con nostalgia—. Cada que alguien le tiraba la onda, los mandaba a la chingada por ir a cuidar de ti y de Raquel. Una tía tampoco se casó jamás y se encargó de cuidar a mis abuelitos. ¡Menos mal, Julia ya se animó!

Ella continuó parloteando, contando anécdotas de cómo mi hermana la dejaba plantada o rechazaba sus invitaciones a salir por quedarse en casa. De cómo entendió que su amiga estaba entregada en cuerpo y alma a cuidar de sus hermanitos mientras su mamá trabajaba y que veía que eso la tenía contenta. De cómo Julia siempre fue alguien acomedida con nosotros y que nunca se quejó por aquella responsabilidad que cualquier otra persona hubiera sentido como una carga injusta.

—Parecía que sólo vivía para cuidar de ustedes y para estudiar, ni dormía bien. ¿Te acuerdas del reloj que te regaló en tu cumpleaños? —me preguntó, abriendo los ojos y asintiendo la cabeza, haciendo que yo la imitara—. ¡Uy! La cantidad de tiempo que le dedicó a eso de las ondas, el ruido blanco y cosas esas, de audioterapia. Pero, ¡mira! Al final, sí funcionaron. ¿No? Primero experimentamos nosotras y ya luego hasta tuvo que regalarles a mamá y a Raquel para que no te quitaran el tuyo.

En verdad, me sorprendía que apenas parecía que tomaba aire, no podía parar de hablar. Ya cuando empezó a contarme de su cambio de carrera y cómo conoció a su pareja, supe que era mi señal para retirarme. Fingí sorprenderme de la hora, a pesar de no haber dejado de mirar el reloj la última media hora y le dije que tenía que irme. Me hizo prometerle unas tres o cuatro veces que le pasaría su recado a Julia antes de dejarme ir. Para cuando llegué a casa, Raquel ya me estaba esperando, desnuda y un tanto molesta.

—De haber sabido que ibas a tardarte, me hubiera quedado a la posada —refunfuñó, parando la trompa y sacudiendo la cadera con los brazos cruzados.

Sólo extendí mis brazos y ella solita se acercó, eso sí mantuvo su pose un rato para hacerse la ruda, hasta que mis besos la suavizaron. Estábamos solos en casa, cosa que ya no importaba mucho últimamente, pero aún así hacía que se sintiera especial. Ella tiró de mi playera y nos tumbamos en el sofá, quedando yo encima de ella. Las manos de ambos se apuraron en desvestirme a toda velocidad mientras nuestros labios se encontraban cada que tuvieran la oportunidad. Ni bien tuve la verga descubierta, su boca dejó a un lado la mía para comérmela como sólo ella sabía hacerlo. Con hambre y unas ansias que nadie más tiene. Sus manos tiraban adelante y hacia atrás con frenesí, le urgía ordeñar su tan añorada leche y hasta rio de gusto cuando mi venida le cayó directo en su lengua. Jadeaba bruscamente, su mano había estado frotando su rajita sin descanso desde el principio, tanto que se había enrojecido.

Como era costumbre, ahora era mi turno de comérmela a ella. Pidió que me acostara y así pudo posicionar su entrepierna encima de mi cara, El calor y humedad que emanaban de ella venían acompañados de una fragancia distinta.

—¡Ah! ¡Qué curioso! Huele diferente —le hice la observación, olfateando sonoramente muy cerca de sus labios rosados y provocándole una risita—. ¿Será que alguien más estuvo aquí?

—Ji, ji, ji. Puede ser —canturreó ella, juguetona.

Escucharla decir eso, que me lo dijera así de contenta, me prendió. Mi lengua le arranchó un primer chillido al pasar lentamente, recorriendo desde su botoncito ya duro y bajando hasta pasar por completo por rajita chorreante y le provocó uno más agudo al llegar a ese otro sitio oculto entre sus nalgas. Lejos de incomodarse como solía pasar, sus manos separaron sus cachetes y se acomodó para dejarme trabajar en esa zona.

—Ya sabía. Me lavé muy bien en cuanto llegué —me informó con orgullo.

—¡Además de guapa, precavida! —la halagué antes de ponerme a trabajar en los pliegues de su anito pulcro y palpitante.

Era mi premio de parte de ella, aunque gimiera cuando le comía el culo y eso la hiciera mojarse, no era algo que le gustara que hiciéramos regularmente, decía que para eso tenía a mamá o a Tere. Por eso el de ella siempre me sabía mejor, me sabía a victoria. Mientras mi lengua horadaba en su entrada trasera, mis dedos acariciaban su clítoris haciendo círculos lentos, hundiendo mis yemas con un poco de fuerza para hacerla estremecerse. Y cuando mi lengua pasaba a beber del néctar, un dedo montaba guardia en su asterisco para que mi avance allí no se perdiera. Y mientras tanto, su pulgar jugueteaba con mi glande, esperando a que mi mástil se recuperara e irguiera por completo. Fue entonces que la sensación húmeda y cálida de su lengua y garganta me arrancó un gemido. Se la había metido casi por completo y entonces le devolví el gesto, introduciendo mi lengua hasta el fondo de su almejita.

Comí hasta saciarme, pero ya estaba impacientándome. Una palmadita y ella se levantó sólo para acomodarse en su bien lubricada y firme montura. Sus nalguitas redondas bajaron sobre mi verga y con su mano hizo presión para que las frotara con cada movimiento de su cadera. Pero no era momento de metérsela por detrás. Guie una mano entre sus piernas para acomodar mi misil en su entrada rosada y húmeda, en su “cuquita” y con la otra, tiré de su cadera para que descendiera. Lentamente, su cuerpo hizo que mi verga desapareciera de la vista por completo. Y así comenzó su cabalgata. Apoyó sus manos en el sofá por encima de mis hombros y sus maguitos suculentos se bamboleaban sobre mí, pero, sobre todo, podía disfrutar de esa expresión en su rostro, uno que irradiaba algo más que únicamente esa mezcla de alegría, lujuria y anhelo.

—¿De qué me sirvió salir anoche si sólo me la pasé pensando en esto?

—¿Esto? —pregunté, curioso, mirando a mi alrededor—. ¿El sofá?

—¡Je! ¡Menso! —gruñó, entrecerrando los ojos con desaprobación.

Se agachó para sellar nuestros labios una vez más, debió pensar que tal vez así evitaría que dijera otra tontería que arruinara el momento. Ella se encargó de hacerme acabar de nuevo, esta vez cuidando de sincronizarlo con su propio clímax y dándonos la excusa de tenerla recostada en mi pecho un buen rato.

Aprovechamos para beber algo. Llevé la funda que ahora era necesario ponerle al sillón para este tipo de escenarios y la llevé a la lavadora y para cuando regresé, Raquel había abierto el bote de helado que había traído. Estaba en su punto y nos servimos unas copas en lo que ella empezaba a contarme su primer encuentro lésbico (fuera de casa). No me dio muchos detalles, excepto que le había gustado experimentar algo diferente y que le gustaría repetir, pero no pronto.

—Pues, eres libre de repetir las veces que quieras, hermanita —le dije con un falso tono de molestia.

—Pues, tal vez lo haga —me respondió, siguiéndome el juego y arrugando su nariz como si le desagradara. 

—Pues, me parece bien. A los abuelos les va a encantar verte con tu noviecita.

—¡Ay, no! ¿Por qué dices eso?

—Van a venir —dije antes de zamparme una cucharadota de helado—. Mamá nos acaba de decir en la mañana que van a venir para navidad.

—¡¿Qué?! —exclamó, indignada—. ¡Hace años que ni vienen!

—Seguramente es por eso —respondí con la boca llena antes de tragar—. Se van a quedar en el cuarto de mamá. ¡Y vas a tener que usar ropa en casa, chiquilla!

Ella volvió a quejarse, dispuesta a hacer una nada fingida rabieta. Y la cosa no mejoró mucho en cuanto llegó mamá, a quien parecía culpar hasta del frío. No había nada qué discutir realmente, los abuelos llegarían ese fin de semana y no se iba a evitar. No obstante, el helado logró que los berrinches de Raquel no pasaran de quejidos y pucheros. Eso y que mamá no se había olvidado de que entre ella y yo teníamos que “disciplinarla”.

Tras mencionarlo, la madre le ordenó a su hija menor que se sentara en sus piernas y nos contara con lujo de detalle qué tanto se había divertido con esa amiguita suya. Ella intentó hacerse la ruda, pretendiendo que aquello no estaba haciendo que su cara se pusiera roja como un tomate y comenzó su relato. Cuando la posada se acabó la noche anterior, el ponche con piquete había hecho su labor y les ayudó a ambas a desinhibirse en cuanto llegaron a casa de Alondra. Daniel, quien sólo las acompañó para asegurarse de que llegaran a salvo, vio su oportunidad de ser un mal tercio y se retiró en cuanto las vio a ambas tan cariñosas.

Mamá le pedía que usara sus labios y su lengua para demostrarle qué tan amistosos habían sido los besos que le dio y comprobó que eran fruto del deseo y la tensión que ambas habían acumulado durante tanto tiempo. La invitó a proceder y nos contó cómo terminaron en el cuarto de ella y que sus caricias eran delicadas, cuidadosas, seguramente por miedo a asustar a mi hermanita, quien “seguramente no tendría experiencia con otra mujer”. Los tres sonreímos al escuchar aquello.

Mientras la conversación se había desarrollado, los dedos de nuestra madre se adentraban de forma grosera en la vagina de su preciada hija. Yo me había ido acercando lentamente a ambas, sabía que todavía no necesitaba participar, pero entre la narración y lo que acontecía frente a mí, no pude evitar poner mi tranca al alcance de las manos de mi hermanita. Apenas podía concentrarse en masajearme la verga, ya que los dedos de mamá no le daban tregua. No le permitió detenerse incluso cuando Julia llegó. En cuanto vio la naturaleza depravada de aquella escena en el comedor, actuó como si no hubiera visto nada y subió en silencio las escaleras.

Para pronto, la narración perdió completa relevancia. Raquel apenas podía hilar dos palabras sin gemir. Su mirada se perdía cada que mamá le mordisqueaba el lóbulo de la oreja y pellizcaba fuertemente su pezón enrojecido, pero luchaba por sostenerme la mirada, procurando no desatender mi garrote. Mamá la hizo confesar qué prefería, a su amiga o a mí. La oí decir mi nombre sin vacilar, lo repitió sin cesar mientras sucumbía al orgasmo que nuestra madre le estaba provocando y se tendía encima de ella. Sandra la sujetó con delicadeza y acarició su cara, llenándola de besos y felicitándola por ser sincera. Pero eso no significaba que aquello fuera a ser todo.

Mamá reclamó mi rifle y en una posición digna del libro hindú, alzó su pierna a mi cintura para que la penetrara estando ambos de pie. Lo hicimos con ella apoyada en las encimeras de la cocina, de donde tuvimos que irnos al ella empaparla con un squirt escandaloso. Le ordenó a Raquel limpiarla con su lengua y hasta la hizo lamer el piso como parte de su castigo, lo cual no hizo de buen grado. Y usándome como su verdugo, sentenció que esa noche no íbamos a dejar descansar el culito de mi hermanita. Su rostro se puso pálido en cuanto la oyó decir eso, sabía que en temas de sexo, mamá era de cuidar.

Seguía órdenes. Mi dedo irrumpió en su orificio sin tanta dificultad, pero el segundo sí le provocaba espasmos hasta que su abertura se dilató lo suficiente para recibir un tercero. Ella se quejaba, jadeaba y resoplaba, todo lo que fuera para evitar soltar algún quejido más. Al parecer, no era la primera vez que su anito recibía disciplina así por parte de nuestra madre, ella sabía que con cada gimoteo que dejara escapar, habría otro castigo. Ver a mamá tirar del cabello de Raquel con esa sonrisa casi sádica me descolocaba y me prendía a partes iguales.

Ni bien mamá notó que mi verga estaba lista para actuar, nos hizo ir a mi cuarto. Cerró con seguro, colocó ropa sucia bajo el umbral e incluso recorrió las cortinas de mi ventana tras revisar que estuviera cerrada; los ruidos que esperaba escuchar no debían abandonar la habitación. Le ordenó a Raquel que se pusiera en cuatro sobre la cama y ella obedeció dócilmente. Me habría preocupado por ella de no ser por la sonrisa traviesa que me regaló sin que nuestra madre se diera cuenta y una vez más separó sus cachetes, excusándose con que aquella había sido la orden de su dominatrix. Y eso fue suficiente para dejarme llevar.

Le di con fuerza, misma que ella estaba acostumbrada en su rajita, pero no allí. Cada quejido que se le salía era reprendido por mamá, quien la obligó a comerle la entrepierna a base de jalones de pelo. Me vine dentro y Sandra la obligó a limpiarme. Al principio, el desagrado de probar el sabor de su esfínter en mi verga le ganó una fuerte nalgada de parte de mamá, pero la segunda vez que ocurrió, lo hizo sin vacilar. El deseo la invadió y se convirtió en una esclava modelo, mucho más dócil que mamá en sus momentos más sumisos, la había convertido en un objeto. Su mirada ya no enfocaba, sólo abría la boca y obedecía sin chistar. Sonreía y agradecía cuando se lo ordenábamos y en lugar de castigos, mamá la recompensaba con sus dedos o mi verga. Castigué… no, castigamos tanto ese culito entre los dos que para cuando terminamos, el hueco que habían abierto mi verga, nuestras manos y bocas se mantenía abierto y palpitante, esperando ser profanado una vez más.

—Bueno, ya es tarde. Buenas noches.

Eso fue lo único que dijo mamá antes de apagar la luz de mi cuarto y dejarnos a oscuras, a mí y a lo que había quedado de Raquel. Una parte de mí se preocupó realmente por el estado mental de mi hermanita, pero en cuanto le pregunté si estaba bien, ella sólo jadeó afirmativamente y sostuvo firmemente mi mano. La abracé fuertemente y un quejido placentero me hizo saber que no había de qué preocuparnos.

 

Fue extraño actuar como si nada al día siguiente, pero lo logramos. Bueno, casi. Raquel tuvo dificultades para pretender que no le dolía su colita. Ni mamá ni mis hermanas comentaron nada al respecto y cuando le pregunté a Raquel si planeaba volver a quedarse a dormir con Alondra, simplemente me pidió que mejor pasara por ella. Estoy seguro de que la idea de volver a experimentar la disciplina de mamá fue motivo más que suficiente para no querer tentar su suerte.

—O sea, sí me gustó… pero… no sé. No tanto —me dijo mientras caminábamos rumbo a su trabajo—. Tal vez fue muy soft para mi gusto, no sé.

—Te gusta rudo, ¿eh? —pregunté para molestarla—. Pues, dile. No es para que dejes de verla tampoco. Digo, lo de anoche no se va a repetir cada que…

—Tampoco es eso —me interrumpió—. Es que… no quiero que nos veamos tan seguido y luego darle ideas de que va a pasar algo más entre nosotras dos, ¿me entiendes?

Me encogí de hombros y asentí. Ese era un tema en el que ella hacía mucho hincapié y aunque me contó que era algo que ya le había aclarado a su amiga en más de una ocasión, a ella le parecía que era importante reafirmar cada que era posible.

 

La semana avanzó y el jueves, un día antes de que esperáramos la llegada de los abuelos, mientras iba de camino a recoger a Raquel, me pareció ver algo en la multitud que comenzaba a abarrotar las calles del centro comercial. Esos rizos negros los conocía perfectamente y no dudé en gritar el nombre de Tere. No me sorprendió que sí fuera ella, sino la mueca de susto que hizo al verme. 

—¿Cuándo regresaste? —pregunté, emocionado por encontrarla. 

—¡Ah! Luís… Hola. Bebé —dijo hablándole al sujeto cuyo brazo soltó en cuanto me oyó llamarla—, este es Luís. Un amigo de aquí, ¿nos das un minutico para hablar a solas? —le preguntó con un acento venezolano muy, muy marcado.

El tipo me echó una mirada poco amistosa tras echarme un vistazo y después le respondió a con voz seria que iría al café de la planta baja a esperarla. Ni me dejó preguntarle nada, su mano tiró de mi muñeca y nos dirigimos a toda velocidad en dirección opuesta. Terminamos en otra zona de comida y nos sentamos en una mesita vacía. Levantó su índice para impedir que la atosigara con cualquier pregunta que pensara hacerle y después de, seguramente, organizar sus ideas, habló.

—Mira, voy a tener que quedarme en Guadalajara —comenzó a hablar con voz seria y la mirada fija en la mesa—. Ya vi que no hay manera de que el negocio arranque sin mí. Hoy vine a mostrarle la casa a… quien la va a rentar. Firmaremos el contrato y me regreso. 

—Y… ¿no planeabas decirme? —pregunté, después de quedarme pasmado un buen rato—. Decirnos. Todas me preguntan cuándo vas a regresar, mamá, Raquel, Julia… 

Sus ojos se humedecieron, pero alzó la mirada y cubrió su nariz y boca con la palma. Le costó trabajo, pero no buscó contener las lágrimas a base de pura fuerza de voluntad. Apenas alcanzó a decir que no le gustaba despedirse de la gente y por lo que estaba viendo, era verdad. 

—Tú acabas de abrir tu clínica… Sandra y Raquel te tienen… —decía con dificultad y aceptó la servilleta que le ofrecí para que su maquillaje no se estropeara—. N-no… ¡Ju! —resopló mientras abanicaba su rostro con las manos—. No hace falta complicar la cosa. Me tengo que ir y punto. 

No supe qué hacer más que tomar su mano y esperar a que se tranquilizara. Por extraño que resulte, aunque aquello me estaba tomando por sorpresa… no me estaba afectando tanto como creí que debería, así como a ella. Si algo había comprendido de Tere era que no le gustaba mostrar sus verdaderas emociones, al menos no las que la hicieran ver insegura. Para mí, tenía sentido que quisiera irse sin dejar rastro, pero algo no me hacía sentido. 

—Entiendo lo del gimnasio. Pero, tú dijiste que no pensabas dejar tu trabajo acá. ¿Pasa algo más? ¿Es por mí o por… mamá?

—¿¡Qué?! ¡No! ¡No! Ni por Sandrita, ni tampoco por Raquelita —se apresuró a aclarar—. No tiene nada qué ver con ustedes. Ya te dije: ese lugar no va a empezar bien si yo no estoy allí y después de ver muchas cosas, ya no sé si algún día voy a volver acá —dijo con un tono algo desesperado que me hizo recordar a Raquel. Estaba intentando convencerme de algo que ni ella misma admitiría que no era del todo cierto—. No quise decir nada porque… —se detuvo antes de que se le cortara la voz—. No me gustan las despedidas. Ni sé si volveré aquí, así que ni un “hasta luego” es bueno. 

Quería decirle que estaba equivocada, que no estaba bien irse así y fingir que nada de lo que habíamos vivido pasó; que pretendiera que aceptáramos su ausencia y no nos preocupáramos, que nos olvidáramos de ella así como así; pero simplemente le di la razón y ella me sonrió lastimeramente, como si supiera todo aquello que me callé y me agradeciera por guardármelo. Le comenté que la misión de cuidar su maquillaje había fallado y ella rio mientras sacaba su espejo de mano y examinaba los surcos que se le habían formado en sus mejillas por las lágrimas. 

—Pues bueno —exhaló mientras guardaba de vuelta sus cosméticos al terminar de retocarse—. Ahora sí, ¿ya pasó algo entre Juls y tú? Ella me contó lo que han estado haciendo a escondidas —canturreó con picardía mientras hundía su índice en mi mejilla, ya sonaba más a ella misma. 

«Hablé con ella antes de irme. Pensé que podríamos ser amigas y las mejores cuñis, pero hay algo... ¡No! Hay MUCHAS cosas que deben poner en orden tú y ella... y las otras dos también. ¡Pero ustedes dos, par de gafos! ¡Cómo les gusta perder el tiempo! Ya no estaré aquí, nene. No puedo ayudarlos más. 

—Sería más fácil si no te fueras. Ni siquiera tuvimos un palo de despedida —añadí con descaro, provocándole un chillido de emoción. 

—¡Todo quieres, tú! Quédate con aquella vez que tuvimos Raqui, tú y yo —ronroneó, disfrutando de poner su dedo en mis labios, negándome aunque sea un último beso—. ¡Ay, ya! Me voy —exclamó, levantándose de la silla al igual que yo—. No quería despedidas tristes ni cursis, ¡y mira! Pero sí los voy a echar de menos —extendió la mano para tirar de mi hombro y acercarse a mi oreja—. Son una familia de degenerados y eso me encanta —susurró antes de empujarme y alejarse. Agitó su mano para despedirse y añadió en voz alta—. Si un día van allá... ¡No me busquen! Porque luego no los dejo irse. ¿Me oíste? ¡Cuídense! 

Y así, la vi perderse entre la gente. Ambos sonreíamos, esforzándonos por poner nuestra mejor cara, porque en el fondo, sabíamos que era mejor que pasara así, sin llanto, sin drama, sin dar demasiadas explicaciones. 

Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Mi Hermana Cinthia

Mi Hermana Cinthia
Una mala realación de hermanas puede dar un giro de 180 grados

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?