Mi hermana, Cinthia. Parte 2



Han pasado días. Cinthia está completamente apagada, está triste todo el tiempo y apenas sale de su cuarto para comer, bañarse o ir a la Uni. Papá actúa como si nada, aunque claro que ni él ni yo hablamos de lo que le está pasando a ella.

Gaby me está invitando a salir por un café. Hace mucho que no la veo, pero dejar sola a Cinthia se siente mal. Entro a su cuarto, ella está tumbada en la cama. Sus pantis siguen a escasos centímetros de su tobillo, su mano está oculta bajo su falda. La tomo de su otra muñeca, le digo que va a acompañarnos a mi amiga y a mí. Gaby actúa un poco retraída con mi hermana a lado, era la primera vez que nos acompañaba y su aspecto de muerta viviente no ayudaba a tranquilizarnos a ninguna. Queremos incluirla en la plática, pero sus respuestas son llanas, sin ganas.

—Ahorita vengo, amix —dice mi amiga—. Voy al baño

—Sí, está bien —le respondo y en cuanto se va, me dirijo a mi hermana—. ¿Cómo te sientes? ¿Quieres que vayamos a otro lado? ¿O prefieres que nos regresemos a casa?

Su mano se aferra a mi muñeca. El pelo le había estado escondiendo la cara casi todo el rato. La mesa vibró un poco y entonces entendí.

—Creo que hay otros baños del otro lado de la plaza, vamos allá.

Ella meneó su cabeza de un lado a otro en negativa. Está resoplando, no quiere ponerse a llorar ahí en público.

—Deja le aviso a Gaby. Vámonos a casa.  

—No —dijo al fin Cinthia—. E-estoy… yo…

Su voz se estaba quebrando. Puse mi mano en su pierna para calmarla, es así como me entero. Cinthia estaba haciéndose cargo ahí mismo. Volteo a todos lados, nadie se ha dado cuenta, pero mi gesto hizo que más de uno reaccionara y volvieran a sus asuntos. Mis dedos se entierran poco a poco en su pierna. ¿Está sollozando? Eso creo. Ojalá Gaby regrese pronto y así podría llevar a Cinthia a los baños. El tiempo transcurre lento, por más que veo mi celular, apenas y han pasado dos minutos, juro que se sentían eternos. No eran sollozos ni gimoteos, eran otros ruidos. Mis ojos no dejaban de mirar alrededor nuestro, tenía que ser sutil para no atraer la atención a nosotras.

Siento un espasmo, mi mano acaba de resbalar por su pierna, mis yemas terminaron en su ingle. ¿Dónde estaban sus pantis? ¿Acaso no tuvo tiempo de ponérselas de vuelta cuando la jalé conmigo? Siento algo suave. Ella acaba de gemir, por suerte no sonó sospechoso. Esas hebras bajo la ropa… ¿Son… Uno de sus dedos roza los míos y reacciono. Ella está resoplando, casi jadeando. Y no hay rastro de Gaby.

Una señora con su hijo pasan a lado nuestro y nos mira con extrañeza. Tengo que hacer algo.

—Ya… ya…

Mi mano hace círculos en su espalda, lo mejor es que parezca que está llorando y que la estoy consolando. Tengo la sensación de que más gente está volteando a vernos, ¡qué horror!

—Cinthia, ¿qué pasó?

Era Gaby. Las dos pegamos un brinco de la sorpresa y Cinthia acaba de empezar a temblar. Esto no es bueno, tengo que hacer algo.

—Perdón, Gaby —digo con ansiedad—. Es que ha estado decaída estos días. Yo creí que iba a hacerle bien salir con nosotras….

—P-perdón —dice mi hermana con voz temblorosa.

—¡Ay, pobre! Tranquila. Mira, vamos al baño, mejor.

—N-no… —apenas puede hablar.

—¡Espera! —intervengo. Ahora siento que todo a mi alrededor está girando rapidísimo—. Mejor dale un momento —le susurro a mi amiga—. Está muerta de la pena.  

Gaby me mira fijamente, ve mis ojos suplicantes y luego mira a Cinthia. ¡No la mires mucho o te darás cuenta! Junto mis palmas y apelo a su comprensión. Mi hermana se levanta y se marcha sola. Los baños están en la otra dirección, ¿A dónde va?

—¡Cinthia! —la llamo, no me hace caso.

Me marcho tras ella, veo de reojo a Gaby, no nos está siguiendo. Le escribo un mensaje, mi hermana y yo nos vamos a casa. “Perdón”. Ya estoy hartándome de esa palabra, pero es lo único que se me ocurre escribirle. “Está bien. Avísame cuando lleguen”, me responde.

 

Han pasado días. Entiendo que haya vuelto a encerrarse en su cuarto, me siento horrible. No dejo de pensar que fue mi culpa por haberla llevado conmigo. Gaby ha preguntado por ella en un par de ocasiones cuando nos hemos visto, obviamente nadie fuera de casa sabe lo grave de la condición de Cinthia, he tenido que mentir y decir que está deprimida por un muchacho. Otra cosa que me tiene estresada es mi examen de mañana, no puedo concentrarme en la guía de estudio.

Es ridículo que en momentos así esté pensando en hacerlo, he estado aguantándome desde el incidente en el restaurante, he vuelto a estar irritable y no duermo bien. Necesito pastillas para dormir, pero antes debo estudiar. Estoy sudando, no puedo pensar claramente. No es porque no pueda aguantar las ganas, es porque necesito poner mi mente en blanco. No es nada sexual, es para relajarme, tener la mente fresca y poder estudiar como se debe. ¿Cómo podría estar pensando en mi mano sobre la pierna de Cinthia? ¡Obvio no! Nunca pienso en nada mientras lo hago, sólo me centro en acabar lo antes posible, disfrutar del reseteo cerebral y la oportunidad de continuar con mi vida. No estoy acordándome de su olor o de los gemidos que hacía mientras todos a nuestro alrededor no tenían ni idea de lo que ella estaba haciendo.

¡Me quedé dormida! Son casi las 3 de la mañana y no he estudiado casi nada. Puedo poner ropa sucia bajo mi puerta para que la luz no se escape… pero primero tengo que ir al baño.

Estoy saliendo del baño, con la pena, no voy a descargar la taza o voy a despertar a alguien. Seguramente no voy a volver a dormirme, voy a ponerme una alarma para volver al baño en cuanto sea la hora en que ellos se despiertan. Estoy cerrando la puerta y veo una sombra saliendo del cuarto de papá, debí despertarlo sin que… ¿Es Cinthia? 

Ella se detuvo al notarme. Le hice un gesto para que viniera conmigo, si estaba despierta, quizás podría ayudarme con ese tema que me estaba quebrando la cabeza desde la tarde. Ella niega con su cabeza, yo insisto en que venga a mí. Mientras se acerca, puedo notarlo. No lleva puesto nada.

—Ailén… yo…

—No importa —le digo mientras cierro la puerta—. Nada que no haya visto antes. Ten, si quieres usa mi toalla.

No pienso hacer que se desvele conmigo, sólo tengo un par o dos de preguntas puntuales. Mi peor miedo: ella no llevó la asignatura en su carrera, pero se ofrece a ayudarme. Agarra mi celular y busca algo en Google. Encuentra el tema del que le hablo y me está ayudando a entenderlo… ¡En sólo unos minutos! ¡Es increíble! Juro que sus ojos sólo escanearon la pantalla unos segundos, luego abrió un par de sitios más y me empezó a explicar, resaltándome el texto que ella acababa de encontrar sólo unos momentos atrás. Mi hermana no es de este mundo, debe ser alguna especie de genio… y nunca me di cuenta. Se quedó hasta asegurarse de que no tuviera más dudas.

Por fin comprendía todo. Ya sólo me faltaba memorizar unas fechas y diagramas y quizás podría echarme un sueñito antes de tener que levantarme. La toalla se le había caído desde hacía rato, podía ver sus bubis y su… mata de ahí. Era como esas imágenes en las que posaban mujeres desnudas leyendo algún libro, caí en cuenta de que lo que Cinthia tenía de inteligente lo tenía de guapa.

—¡Ya, pues! —ríe ella al percatarse de cómo la estoy viendo—. Si no tienes más dudas, me voy.

—No, no es eso. Por mí, quédate —le digo para que no se sintiera que la estaba echando.

—¡Ora! —exclama, seguramente recordando mis berrinches para tener mi propio cuarto—. ¿En serio?

—¡Que sí, chingao! O sea, yo le voy a seguir un rato… pero no me molesta que estés aquí. O bueno, mejor sí vete a dormir, ya te quité mucho tiempo de la noche.

—No pasa nada. Casi siempre me despierto a esta hora.

—¿Por?

—¡Ah! —suspira— Ya sabrás…

—¿Tampoco te deja dormir? —pregunto con genuina incredulidad. ¿Tan grave era su problema que ni siquiera podía dormir en paz?

—No me pasa siempre —me dice, tratando de quitarle importancia—. Sólo cuando no… bueno —dice aclarándose la garganta—, cuando no lo hago antes de dormirme.

—¡Qué mal! Si tienes que hacerlo, hazlo. Puedo ponerme audífonos.

—¡Ay! ¿Apoco me escuchas hasta acá?

—Bueno —yo me refería a que si le ganaban las ansias, tenía permiso de usar mi cama en ese momento; pero supongo que lo mejor era dejarlo así—. A veces, sí.

—Soy la peor —ríe amargamente—. Debió ser una tortura para ti aguantarme todo este tiempo.

—Creo que es mi culpa por no intentar siquiera comprenderte. Me parece que yo soy la peor de las dos. ¿Quién le pidió ayuda a quién?

Ambas reímos, ella se despide y cierra la puerta con cuidado. Estaba por ponerme los audífonos, pero tampoco era para tanto. Termino de estudiar, miro el reloj y apenas van a dar las 5, tengo tiempo de un coyotito. ¿Sería buena idea hacerlo otra vez? Tal vez me ayude a dormir mejor… Mejor no, mejor no me arriesgo a que borre de mi cerebro lo que acabo de memorizar.

El examen estuvo realmente fácil, claro, gracias a la ayuda de Cinthia (lo que memoricé estaba súper sencillo con las opciones múltiples). Estoy tan confiada que hasta puedo darme el lujo de soñar con un 10, después de to…

Espera. ¿Qué hacía ella desnuda saliendo del cuarto de papá?

 

—¿Y cómo te fue en el examen? —me pregunta mientras barre.

—Bien, gracias —respondo con desgana.

—Ah… bueno —dice, confundida—. ¿Qué sacaste?

—Diez.

—¡Uy! ¡Qué bien! —vitorea— ¡Muchas felicidades!

Era un logro que ni ganas tenía de celebrar. Cuando vi esa calificación perfecta en Internet, empecé a sentirme mal. Lo logré gracias a que Cinthia estaba despierta a esa hora de la madrugada… desnuda, saliendo del cuarto de papá. Todo porque me quedé dormida… después de masturbarme. Es una calificación sucia.

¿Y qué? ¿Tengo que quejarme al respecto? ¿Tengo derecho a hacerlo? Bueno, no es como que no tenga derecho a preguntarle a ella…

—Esa noche… ¿qué estabas haciendo en el cuarto de papá?

Se ha quedado inmóvil, su respiración se detuvo, los codos pegados a su costado. Está exhalando con fuerza, como si estuviera aguantando el aliento. Esto es más incómodo de lo que había imaginado, no debí abrir la bocota.

—N-no te importa. No es nada malo.

—¡Qué no me importa, dices!

—Ailén… no…

—¡Estabas desnuda! ¡DESNUDA! ¡Del cuarto de…

—¡Cállate!

Su mano está en mi boca. Su grito suena realmente amenazante, su mirada me da miedo, parece que se le van a salir los ojos. Tiene el rostro como de cera y sus dedos se sienten cada vez más fríos. Estoy congelada, acabo de olvidar por un instante qué era lo que estaba pensando antes de esto, el eco de esa orden sigue repicando en mi cabeza.

Es ella quien retrocede, no deja de mirarme, está esperando a ver cuál será mi siguiente movimiento. Yo apenas puedo moverme, no puedo creer que estoy temblando, jamás la había visto así. Espera lo suficiente para dejarme e irse a encerrar a su cuarto. Puedo escuchar sus alaridos y sollozos desde donde permanezco parada, incluso con su puerta cerrada.

 

El miedo es lo que me hace guardar distancia, no quiero volver a ver esa cara cadavérica que hizo Cinthia. Papá nos observa sin decirnos nada, ve cómo ya ni nos volteamos a ver y hasta nos cuidamos de no tropezarnos la una con la otra ni por accidente. Como siempre, no se entromete. ¿Qué ganaríamos si lo hace, más que gritos y llanto? Él sabe que esto no le atañe y que es mejor no empeorar las cosas ni “meterse en camisa de once varas”.

Ya pasaron días, me aseguro de no desvelarme estudiando, no vaya a ser que ocurra lo mismo que esa noche. No paso del 8 en mis otros exámenes, pero con eso me basta por ahora, al menos ya no estoy al filo de reprobar como antes. Mi maestro titular me pide quedarme después de su clase, empieza diciéndome que está contento por mis resultados, pero de nuevo está haciendo sus comentarios innecesarios.

“Aparte de bonita, lista y trabajadora”, “De todos modos, tú y tu hermana no tienen por qué batallarle. Cuando quieran, le digo a un colega que anda buscando secretarias en su despacho”. La manera en que lo dice… es incómoda, no suena agradable. En cuanto termina de hablar me dirijo a la salida, su mano callosa me retiene y tiro con fuerza.

—¿Tiene prisa, Martínez? —me pregunta, dizque sorprendido.

—Ya le dije que trabajo con mi papá, tengo que estar allá a tiempo.

—Si ya se le hizo tarde, la puedo llevar. Esta es mi última clase.

—No, gracias —respondo tajante—. Yo creí que ya era todo lo que me iba a decir. Pero si esto va para largo, deje le aviso a papá y le comento.

—No se preocupe —refunfuña—. No se vaya a meter en problemas con su papá.

Me da tanto asco, es un viejo de casi la edad de mis abuelos. ¿Cómo se le ocurre? No dice nada malo directamente, pero la manera en que las dice… es asqueroso. La ventana del autobús se empaña cada de que resoplo, la lluvia convierte esas carcachas en saunas llenos de vapor. El hombre frente a mí cree que es divertido andar restregando su entrepierna en el hombro de la chica frente a mí, saco mi celular y comienzo a grabar, con mi cara de emputada. Ya no le parece tan gracioso, ¿verdad? Milagrosamente, se libera el espacio y ahora ya no tiene por qué estar restregando sus carnes en ella.

No quiero ser de esas, que dicen “todos son iguales”, gente ridícula. La verdad es que ni con el padre que tengo ni con los tipos que he conocido me dan ganas de salir con nadie.  Nadie es igual de amable y respetuoso como lo fue Ulises (y Amanda), ellos siguen en Canadá o al menos de ahí es la última publicación que subieron hace un par de días. Estuve a punto de hacerlo con ellos, a punto de perder mi virginidad en un trío… con una mujer y su pareja. Tampoco soy lencha. Puedo apreciar a una mujer guapa, pero hasta ahí. No estoy segura de lo que hubiera hecho esa vez… o lo que Amanda me hubiera hecho. Ni idea de lo que hagan las lesbis entre ellas, supongo que usan sus manos y bocas…

Ahora que lo pienso, la última vez que me gustó un niño fue en secundaria… Roberto. Claro que no le dije a nadie. ¿Cómo iba a confesarle a los demás que tenía tapizadas la parte de atrás de mis libretas con corazoncitos con nuestras iniciales? Después de la vez que papá nos regañó a las dos por lo que hizo sólo Cinthia, le fui perdiendo el gusto a ilusionarme con muchachos. Claro que hay tipos guapos en la Uni, pero o son unos patanes, unos huecos de la cabeza o tienen novia (y claro, más de una a la vez). Cada que uno se me acerca, sé ponerlo en su lugar. Sé callarles la boca y nadie se anima a probar suerte una segunda vez. ¡Mejor así! Ya suficiente tengo con mis problemas.

—Te agarró la lluvia —es lo primero que me dice papá al llegar a la ferretería, no es pregunta—. ¿Traes cambio de ropa? —esa sí lo es.

—No, me vine directo de la Uni. El maestro quería hablar conmigo.

—¿Pasó algo malo? —pregunta, con el mismo tono inexpresivo de siempre.

—No… —me apresuro a responder, defendiéndome de sus sospechas—. Dijo que voy bien

—¿Y entonces —continúa su interrogatorio—, a qué te mandó llamar?

—No sé. Dijo que podía trabajar como secretaria para un amigo de él… —dije con disgusto.

—¡Hmpf! —resopla y el humo de su cigarro le cubre la cara—. Pinche gente. Nomás porque las ven bonitas, se las quieren chamaquear. ‘Tas mejor trabajando aquí hasta que te titules, te apuesto que hasta te estoy pagando más que ellos.

—No acepté, papá —le digo para que se calle—. Pero cuando me toque hacer prácticas tampoco me van a pagar, así que…

—Pues ni modo. Cuando te titules ya podrás ganar lo que quieras.

—O puedo quedarme aquí contigo. —Ese era mi plan desde el inicio—. Entre Cinthia y yo podemos hacer que crezca más esto.

—¡Hmpf! —vuelve a resoplar antes de irse a la trastienda—. ¡Vete a la casa y quítate esa ropa mojada! ¡Sólo falta que te enfermes y nos engripes a todos!

Ese es papá. De alguna manera, aquello es un premio, su forma de agradecerme por decirle que no pensaba dejarlo solo, es su manera de mostrar afecto. No es de los que abrazan o llega a casa con regalos, es más de los que te deja en paz y te pregunta cuánto cuesta lo que quieres (siempre y cuando “te lo hayas ganado”). Así crecí yo y más que decir que estoy acostumbrada a esa forma de ser, digo que así me gusta. Un hombre puede ser cariñoso a su manera.

Llego a casa, abro la puerta y la escena que me recibe es impactante, por decir lo menos. Está desvestida de la cintura para abajo, tiene su… cosa en la esquina de la mesa, en medio de donde se suelen sentar ella y papá. Me ve apresurándome en cerrar la puerta tras de mí. No le digo nada y ella tampoco, francamente, no sé qué hacer.

—Te mojaste toda —me dice con tono casual.

—Papá me mandó acá para cambiarme la ropa mojada —respondo, tratando de oírme tranquila.

—¡Qué bueno! No te vayas a resfriar.

Sus palabras suenan distantes, como si estuviera pensando en otra cosa. Es extraño porque sus ojos están fijos en mí. No quiero bajar la mirada, sé que su cadera está moviéndose… la veo por el rabillo del ojo a pesar de enfocarme en su cara, está sonrojada, como si la que estuviera resfriada y con fiebre fuera ella.

Bueno, es otro tipo de calentura lo que ella tiene en ese momento. Sus movimientos ya no son sutiles, tal vez porque yo no me he movido y sigo forzándome a no ver hacia otro lado. Sus ojos están entrecerrándose, sus dientes se asoman tras sus labios gruesos y su cara tiene un gesto de estar a punto de desmayarse. Un movimiento brusco. Agacha la cabeza y está apoyada con sus manos, sujetando firmemente los bordes de la mesa como si ésta fuera a moverse en cualquier momento. Acaba de… terminar… en frente de mí.

Llego corriendo a mi cuarto, el cerrojo se acciona. No busco alejarla, no es por miedo o asco a ella, no. Sólo no quiero que me vea… haciéndolo. Acabo de verla, justo unos minutos antes. Mis dedos frotan y hacen círculos donde ya saben hacerlo bien… ¿En serio? ¿Una mesa? Se vio que no era la primera vez que lo hacía. Mi almohada a veces me ayuda, pero es suave, se deforma al entrar en contacto conmigo. La mesa es dura, debe ser incómodo. Siento el calor en mis mejillas, tengo que mantener los ojos abiertos porque si no, cuando los cierro…

¿Por qué no apartamos la mirada, ni ella ni yo? ¿Por qué me quedé ahí, viendo como tonta? Su carita estaba roja, casi como sus labios… ¿Qué veía en mí? ¿Por qué me veía así? Entiendo que… estaba en medio de eso… no podía parar. ¿Pero tanto le costaba dejar de mirarme así?

¡Dios mío! Un chorrito se me escapó, creo que tenía ganas de hacer pipí desde que iba en el autobús. Lo que me faltaba, no sólo me tengo que cambiar de ropa, también tengo que cambiar las sábanas. Al rato lo hago, ahorita que acabe de nuevo, todavía no me puedo calmar. Mi cuerpo se está moviendo como esos videos donde la gente dizque es poseída por demonios o fantasmas, es como si mi muñeca tuviera un tic nervioso, no puedo parar. La comezón no se va, mi mano no se detiene, mi cuerpo necesita más para quedarse quieto.

No he abierto los ojos en un rato, puedo verla claramente, esa cara con expresión de estar a punto de desfallecer, parecía estar posando para un cuadro o para una revista para adultos, era… es… muy bonita. Mi hermana no es fea, eso ya lo sabía. No es raro que lo diga. Entre mujeres podemos decirnos cuando nos vemos bonitas, que estamos guapas, que estamos bien buenas; Abi y Gaby sueltan esas frases como si nada. Se dicen “perra”, “puta”, “buenorra”, “zorra” y cosas así; pero es cotorreo entre amigas.

Mi hermana es más guapa que ellas, ella sí tiene cinturita, trasero y bubis. Yo soy más flaca y casi no se me hace esa figura de reloj de arena como a ella, pero ahí la llevo con lo demás. Nuestros rostros tienen forma de corazón, ojos grandes y labios finos pero respingones; la única diferencia es que ella tiene una nariz fina y recta, la mía es más bien redonda y un poquito respingada. Eso y que ella se cortó el cabello poco debajo del hombro mientras que el mío le falta poco para llegarme a la cintura.

Puedo ver su rostro todavía. Esa expresión que hizo hace rato sigue ahí en mi cerebro, la veo delante de mí, tan sólo tengo que mantener los ojos cerrados.

 

—Perdón —me dice, apenada. Me estuvo esperando hasta que terminara de bañarme.

—Ya… ya… —digo, evitando mirarla directamente, aunque seguía viendo su rostro cuando cerraba los ojos para lavarme el pelo—. Se suponía que yo estuviera con papá, no sabías que iba a llegar.

—Sí… —me dice, todavía apenada—. No… no vayas a pensar que lo hago siempre. Es que…

Sinceramente, no creo que necesite explicármelo, pero sería grosero interrumpirla. Debe ser difícil para ella hablar de estas cosas, más conmigo. Es mejor que la deje hablar si eso es lo que quiere. ¿Quién sabe? Tal vez le ayude si lo saca de su pecho. Me está mirando, creo que estaba esperando que la callara, que la detuviera. Le sonrío, incómoda como me sentía, es para demostrarle que no hay problema, que la voy a escuchar.

—E-es que bajé a buscar algo de comer… y pues… bueno…

—Te dieron ganas.

—Ya tenía ganas desde antes —dice mientras sus mejillas se vuelven a colorear—. Quería comer para aplacarme un poco. A veces, eso me distrae y eso me sirve.

—¿Comiendo? —me sorprendo al escucharla.

—A veces —continúa con pena—. Es que… cuando como… es como si mi cuerpo se estuviera entreteniendo con otra cosa… y cuando me siento llena, no me dan ganas de… seguirle.

—Me sorprende que no estés gorda —bromeo para que no estemos nerviosas—. Yo me la pasaría comiendo a todas horas. Y eso que yo no soy como…

Me detengo antes de meter más la pata. Ella ríe poquito, aunque suena más como si le hubiera dado tos, pero al menos está sonriendo. Creo que he estado echando a perder las oportunidades que se me presentan para arreglar las cosas entre ella y yo, después de todo somos hermanas.

Estamos en mi cuarto, no me he vestido todavía, me estoy cubriendo con la toalla y estamos platicando como si nada. Creo que así debería de ser, debo dejar tratar de alejarnos a la menor provocación, somos hermanas y no sólo eso, tenemos cosas en común; deberíamos llevarnos bien. Estoy haciéndole unas trencitas, su cabello es ondulado pero pesado, bastante manejable. Ella me acerca las ligas para pelo de mi mesita de noche y al vernos en el reflejo del espejo miniatura, se da cuenta de que se me cayó la toalla. Se tapa la boca y se pone tensa, hago lo primero que se me ocurre para romper esa tensión y me lanzo a apretarle sus chichis.

—¡Ay sí! ¡Ay sí! —vuelvo a hacerla de payasita—. “Me creo mucho porque tengo unas tetotas y mi hermana, no”—digo con burla mientras le estrujo y meneo sus magumbos.

Ella intenta apartarme y chilla entre risas, pero estamos jugando. Me dice que pare pero no deja de reírse, eso sólo significa que debo continuar. Termina por tumbarse de lado y caigo con ella, está pataleando y sus manos apenas pueden mover mis dedos, aferrados a sus bubis como si fueran garras. Escucho una que otra risa, pero el esfuerzo la hace jadear, yo estoy más que divertida con someterla con mi pierna también como lo hacen algunos luchadores en la tele. Sigue pidiéndome que pare, pero esto es una guerra de cosquillas, voy ganando y todavía no quiero que acabe. Ella sigue forcejeando pero se le está acabando la energía, ya ni siquiera tiene fuerzas más que para sujetar mis muñecas, una en su pecho y otra en sus costillas y axila.

No deja de decir mi nombre y de rogarme que me detenga. Me doy cuenta de que ya no está chillando, ni riendo ni jadeando.

—Ailén… —Está gimiendo. Su voz suena tan aguda y vulnerable—. Por favor… para ya. Déjame ir… por favor.

Está gimoteando. ¡Eso es! Por fin estamos pasándola bien ella y yo, por fin tengo la oportunidad de castigarla por todo lo que me ha hecho, por fin estamos compartiendo tiempo juntas. Está temblando, puedo sentirlo en mi talón. Está sudando y puedo sentir que su cuerpo está calentándose como un comal. Sé que en algún momento tengo que parar, pero hay algo que me dice que todavía no es el momento.

Ella grita, su mano vuela a taparse de nuevo la boca. Está temblando, pero de verdad. Está prácticamente convulsionándose, ¿qué debo hacer? No se me ocurre nada más que apretarla con fuerza y tal vez así se tranquilice. Su mano sigue ahogando los chillidos que poco a poco empiezan ser más bajos.

Creo que ya se calmó, es mejor soltarla. No me había dado cuenta de que mi mano estuvo apretándole el pezón todo este rato y mi talón está empapado al igual que sus pantis, estuve sobándole allí por un buen rato sin darme cuenta. Entro en conciencia de lo que acaba de pasar y me siento horrorizada.

—¡Perdón, perdón! —digo sin aire en mis pulmones, estoy gritando para adentro—. No… no me di cuenta. ¡Perdón, perdón!

Ella está hecha un ovillo frente a mí. Hace unos minutos estábamos riéndonos y ahora, esto. ¿Qué demonios pasa conmigo, que echo todo a perder cuando se trata de mi hermana? Oigo que está llorando, soy la peor. Me tiro sobre ella y la aprieto fuerte, como cuando éramos niñas y alguna lastimaba por accidente a la otra. ¿Qué acabo de hacer? Creo que la he lastimado.

Llevamos así ya un buen rato. Estoy sobando sus hombros, lo hago cada que vuelven los gemidos y empieza a respirar bruscamente.

—Perdón —le digo por millonésima vez mientras acaricio su pelo—. No sé por qué… no me fijé… no era para… no quería hacerte eso. Soy una tonta.

—Soy la peor. ¡¿Qué me pasa?! —sollozó de nuevo, había estado repitiéndose esas palabras todo el rato—. No es tu culpa, Ailén.

—¡Sí, sí es mi culpa! —Le respondo lo obvio—. ¡Como si yo no supiera lo que te pasa! Yo… debí pensar antes de… tocarte… así.

—No… no —gime mientras se levanta. Sus ojos hinchados me miran, enrojecidos y aún llorosos. Su mano fría me acaricia la mejilla—. No es tu culpa que yo sea así. Y no tienes por qué… culparte de que yo sea… así.

—¿Por qué? —me quiebro al fin, mi voz está tiembla al igual que mi mandíbula—. ¿Por qué lo echo todo a perder?

Mi frente está sobre su hombro, siento como si una presa se hubiera roto y el llanto no sólo se desborda sobre ella, estoy ahogándome por dentro. Ella sollozaba hacía un momento, yo estoy berreando. Sus brazos se cierran alrededor de mí y me aprietan con fuerza, pero eso no logra parar todo este torrente de sentimientos. Tampoco quiero que me suelte, creo que sí me voy a ahogar si lo hace. ¿Por qué? ¿Por qué tengo que echar a perder las chances que tenemos para llevarnos bien? ¿Por qué no puedo sólo ser feliz y ya?

Me escucha, escucha todas mis quejas y gimoteos. Su mano acaricia mi cabello de la misma forma que yo lo había hecho con ella, se balancea adelante y hacia atrás, su voz me arrulla como solía hacerlo mamá. Me duele el pecho, me arde, siento que tengo una herida por adentro. Tomo su mano y la pongo donde me duele y eso me calma un poco, es como si al fin pudiera respirar. ¿Acaso su mano es sanadora? No la suelto, la hago que me masajee en círculos, justo entre mi busto. De verdad está funcionando, puedo respirar hondo ahora. Le hago saber del poder de sus manos y ella sólo pega su frente a la mía, riéndose de mis ideas infantiles.

Estaba por soltar su mano, pero de verdad siento que me está picando la punta del seno, tiene que ayudarme. Seguramente estaba durísimo, puedo sentir la yema de sus dedos batallando para ablandarlo; en efecto, la comezón desaparece. Sabiamente, se dirige al otro y repite el proceso. No está haciendo nada malo, está asegurándose de que no me duela nada. Yo soy la que no puede evitar llevarme la mano al otro sitio que también me pica. Oigo que se ríe, es una risa de alivio, suena como una brisa cálida. Mis labios se sienten fríos, necesitan calor.

Tengo cerrados los ojos, puedo sólo imaginarme lo que está pasando. Cinthia está asegurándose de que mis labios no sufran de ese frío… podría darme hipotermia. Sí, eso es. Su mano sigue revisando que el dolor en mis senos no vuelva y por eso estoy recostada, es para que sea más fácil. Mi mano… está actuando por su propia voluntad, la comezón que siento está lejos de donde ella puede alcanzar, pero sigue intentando llegar hasta donde pueda.

Algo se está asomando entre mis labios, tal vez eso me ayude a tranquilizarme. Es húmedo y calientito, se mueve como si buscara algo en mi boca. Lo encuentra, yo también puedo imitar esos movimientos. Sigo sin abrir los ojos y de repente, a pesar de estar a oscuras, siento que una luz tibia me está cubriendo. Una mano extra se unió a la mía, ella sabe cuán ocupada está dentro mío y decide asistir en lo que pueda desde afuera.

Brinco un poquito, me acaba de dar una descarga eléctrica. Es como si un desfibrilador estuviera intentando reanimarme y traerme de vuelta a la realidad. Abro los ojos, el rostro de Cinthia está pegado al mío y todavía no abre los suyos. Las orejas me retumban con cada pulso de mi corazón, exhalo con fuerza tras darme cuenta de que había dejado de respirar y eso hace que ella abra los ojos. Nuestras bocas se separan, estoy jadeando, en verdad me cuesta respirar y lo único que se me ocurre es poner mi mano en su pecho, indicándole dónde tiene que presionarme de nuevo para devolverme el aliento. Lo hace, otra vez puedo tomar aire.

¡Al diablo! Mi boca se siente fría de nuevo y vuelvo a cerrar mis ojos al sentir de nuevo sus labios, mi lengua encuentra la suya y no hace falta siga pensando en lo que estoy haciendo, en lo que estamos haciendo. Mi rodilla se eleva, busca a tientas y encuentra su objetivo. Está caliente y húmedo, tal y como mi talón había sentido hacía poco. La tela de sus pantis está mojada, deja un rastro conforme se desliza sobre mi pierna y de vuelta a mi rodilla.

Exploto. Todavía no abro los ojos, no me atrevo. Me estoy dejando llevar por esos impulsos eléctricos que me invaden, sé que puedo porque ella me está sosteniendo aún, ella me está cuidando. Me giro y me hago bolita, creo que voy a morir de vergüenza. Escucho sus jadeos a mis espaldas, creo que es justo dejarla que acabe| también.

Todo está borroso, la pared de mi cuarto toma forma frente a mí. Ya es tarde, el exterior de la ventana ya casi no ilumina el interior. Ella está todavía atrás de mí, está resoplando y estoy cayendo en cuenta de lo que acaba de pasar. Una cosa es ser una buena hermana, pero ¿y esto? ¿Qué acaba de pasar? ¿Ella es… ¿Soy? ¿Somos las dos?


Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Mi Hermana Cinthia

Mi Hermana Cinthia
Una mala realación de hermanas puede dar un giro de 180 grados

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?