Esa noche, Raquel y yo pudimos salirnos con la nuestra en la
sala. Mi mano tentaba dentro de sus pantis y la de ella acariciaba mi verga de
esa forma en que sólo ella sabía para llevarme a ese borde que se encuentra
entre el placer y ardor; todo esto mientras nuestras lenguas se enfrentaban en
una batalla encarnizada en el sofá. No cruzamos ese límite. No quisimos
arriesgarnos a coger en la sala y ser sorprendidos por los abuelos, o peor,
mamá. Sabía de sobra ahora que Raquel se estremecía con la simple idea de
provocar la ira de nuestra madre y la usé a mi favor, haciéndola que se
imaginara el problema en que se metería si nos descubriera rompiendo la única
regla que nos puso.
—Eso te gustaría, ¿verdad? —jadeé detrás de su oreja—. Que mamá
viniera y te castigara… —susurré antes de rozar su cuello con mis labios—. Por
eso te gusta portarte mal, ¿verdad? —Ella sólo gimió débilmente, apoyando su
frente en mi hombro y contoneando su cadera para facilitarle la tarea a mis
dedos en su interior
«¡Uf! Estás bien mojadita, hermanita —añadí para ver si lograba arrancarle un gemido, sabía
que le gustaba que le hablara así—. Esto que estoy tocando... se emociona
cuando piensas en mami. ¡Uy! Me está
apretando, ¿ves? Tu puchita quiere a mamá…
—¡Ah! ¡Ha! —suspiró Raquel, luchando por mantener su voz
baja—. ¡N-no digas eso! —pujó sin detener el movimiento de su cadera—. ¡Suena
horrible!
Fue su momento de retomar su tarea en mi verga. Se ensalivó
nuevamente la mano y volvió a las andadas. Se acomodó para escarmentar mi
glande con sus yemas, lo que me hizo convulsionar brevemente.
—Así dice mamá —volví a jadear en un intento por recuperar
mi aliento—, dice que le gusta cuando le rompo la puchita y el culo.
—¡Ay! ¡No! —chilló y rio en voz baja al escucharme usar de
nuevo esa palabra—. ¡Qué horror!
—¿Tu coñito? —pregunté, sabiendo de antemano que esa no
sería la respuesta correcta.
—¡Así le decía esa!
—gruñó, arrugando la nariz y sonriendo mientras volvía a lacerar la punta de mi
verga—. ¡No!
—¡Ah! ¡Ah! —me quejé, aspirando por la boca y encorvándome
del dolor que me había buscado voluntariamente, cuestionándome mis decisiones
en la vida hasta ese momento y preguntándome seriamente si el masoquismo podría
ser de familia—. Tu-u… ¿cuquita?
Ella sólo ronroneó, meneando nuevamente su cadera y escupiéndose
la mano que usaría para sobar mi maltrecha macana. El alivio se sintió cálido
al principio y una brisa fresca que se coló entre sus dedos lo amplificó. Me
temblaron las piernas y me dejó fuera de combate unos instantes. Esto de no
poder meterla en ella me frustraba y calentaba a partes iguales, me estaba
gustando. Mi hermanita continuó acariciando y moviendo su pelvis para pedirme
que no me detuviera. Me vine antes que ella, manchando sus jeans y su blusa. Me
tomó un tiempo volver a la carga y terminar lo que había empezado, pero nunca
saqué mis dedos del interior de su… cuquita. Ella se recostó sobre mí, lo cual
me facilitó las cosas y un par de movimientos frenéticos después, sentí cómo se
humedecían sus pantis y pantalones.
—Ya estás grandecita para andar mojando los pantalones, ¿no?
—gruñí tras besar su cuello en medio de un escalofrío suyo.
—Mira… —jadeó ella— Mira quién habla. ¡Tú me manchaste toda!
Nos sonreímos y besamos una vez más, un beso largo y cariñoso,
que nos ayudó a relajarnos un poco antes de separarnos.
—¿Entonces no han hecho nada, Julia y tú? —volvió a
preguntarme Raquel. Su voz sonaba dulce, tranquila, inofensiva; y eso era
sospechoso.
—Dormir juntos… platicar… —respondí de nuevo, procurando
sonar despreocupado.
—Mmm… —murmuró con sospecha—. Ya te dije que no voy a
enojarme si me dices que algo pasó entre ustedes —dijo con tono de
indiferencia, pero fría—, pero lo que sí me emputa que estés escondiéndome
cosas —agregó, molesta, pero aún con frialdad—. No sabes mentir, Luís —declaró
con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados—. Algo está pasando, ¿verdad?
—¡Ah! ¡Que no! —exclamé, buscando escucharme harto.
—Dices que no han cogido, pero sí hicieron algo —continuó mi
hermanita, como si no me escuchara—. ¿La besaste? —preguntó, mirándome con
detenimiento. Yo negué con la cabeza y el frunciendo el ceño como ella—. ¿Ella
te besó? —Volví a negar sin decir nada y sus ojos se entrecerraron aún más por
un instante, moviéndose de un lado a otro como si me escaneara—. ¡Hum! Entonces,
¿qué fue?
—¡Nada, chingá! ¡Que nada! —gruñí, desviando la mirada por
un instante y ella se apresuró a ponerse en frente de mi campo de visión de
nuevo.
—¡Ah, no! ¡Sí hicieron algo! —afirmó con seguridad,
sujetándome los brazos—. Te da pena, ¿verdad? —preguntó y vi que ni siquiera
estaba esperando que dijera nada, algo en mi expresión le confirmó lo que
necesitaba—. ¿Te aprovechaste mientras ella dormía? ¿No? —exclamó con una
auténtica expresión de sorpresa, había vuelto a recibir una respuesta con mi lenguaje
corporal.
Ya ni siquiera me molesté en volver a evitar el contacto
visual, quise mostrarme tranquilo, inmutable. La sangre se me había ido al
estómago o algo así, porque sentí que hasta mis talones y manos se empezaban a
enfriar a una velocidad alarmante. Supongo que no era bueno ocultando mi
intranquilidad, me mantuve callado, ya ni siquiera me molestaba en decirle que
no, era casi como si tuviera miedo de responderle. Juraría que podía escuchar
en bucle las palabras de Julia, repitiéndome que no le contara nada a Raquel…
pero ella estaba leyéndome como si fuera un libro.
—Y, si es algo que los dos están haciendo y ella también lo
permite… es porque quiere. Y si tú quieres y ella también —planteó la pequeña
Sherlock después de esa primera etapa de interrogatorio unilateral—, ¿por qué
no lo han hecho?
—Ella no quiere, Raquel —respondí finalmente de manera
verbal, fue como tomar aire fresco después de estar aguantando la respiración
todo ese rato—. Julia no quiere tener sexo.
—¿Eso dice? —volvió a cuestionarme, alzando las cejas, con
la certeza de no estar equivocada al ver mi reacción—. ¡Bah! Le gusta hacerse
la santurrona, la correctita —despotricó con un disgusto que le salía del alma—.
¡Apuesto a que nomás anda haciéndose la mosquita muerta contigo, la calienta
huevos! —gruñó agitando su puño—. Dice que no quiere, que no le interesan esas
cosas… que no es como mamá o yo… pero bien que te anda dando alas, ¿o no?
¡¿Ves?! —exclamó al verme. Hizo que meditara sus palabras y esa fue la
confirmación de que sus conjeturas no estaban erradas—. ¡Uy! ¡Esa perra!
Rumiaba con auténtico coraje. No era sorpresa para nadie que
a Raquel le sacaba de quicio que Julia siempre actuara como la voz de la razón
en la casa. En ese momento no tenía presente que también la menor había estado
provocando a la mayor durante todo este tiempo y ésta la había rechazado
tajantemente y en ocasiones, no de la mejor manera. Era en parte culpa de la
insistencia de Raquel, incluso a mí me parecía que era demasiado y antes de
saber de sus fantasías con Julia, creía que era sólo para molestarla. Ahora,
sólo puedo imaginarme lo que estaría sintiendo mi hermanita al “descubrir” que Julia
había estado haciendo cosas conmigo, cosas que yo no quería confesarle y que
por eso tenían que ocurrir a escondidas.
Ambos callamos. Yo seguía sentado en el sillón mientras ella
ya había empezado a caminar de un lado al otro, repasándose el rostro con las
manos con frenesí. De repente, se detuvo y se quedó mirando al vacío antes de
voltear hacia mí y sentarse a mi lado dejándose caer. Su expresión de
entusiasmo se iba intensificando con cada milímetro que examinaba de mi rostro,
como si uniera puntos en mi cara.
—Si te digo qué hacer para cogernos a Julia, ¿jalas? —me
preguntó, emocionada pero con la voz más bajita que nunca y una sonrisa maquiavélica
que no le veía en mucho tiempo.
Ya casi eran las 4 cuando me dirigí al cuarto de Julia, no
esperaba encontrármela despierta. Estaba revisando su celular y cuando me vio,
solamente se hizo a un lado del colchón para darme espacio. Sólo me quité la
chamarra y los zapatos y me metí en las sábanas, dándole la espalda.
—¿Y ahora? —la oí murmurar, extrañada.
—Hace mucho frío —respondí con voz apagada—. Buenas noches.
—¡Uy! ¿Estás enojado por lo del regalo? —preguntó sarcásticamente.
—Je, je. No. —volví a contestar con esa voz desganada—. Fue
una buena broma. A ver cuándo se usan —dije, refiriéndome a los condones que
había dejado en la mesita de la sala.
—Yo pensé que en eso andaban. Creí que andaban estrenándolos
y que por eso no venías —confesó con cierta pena fingida.
—¿Quiénes? Mamá se fue a dormir a su cuarto y Raquel y yo…
no podemos tener sexo mientras estén los abuelos —aclaré con desánimo.
—¡Ay, ajá! ¡Bien obedientes, ahora! —mustió con
escepticismo—. Bien que lo hicieron anoche.
—¡No cogim…—me exalté sin querer—. No lo hicimos. Mamá no
nos dejó hacerlo —refunfuñé como si ya no quisiera seguir hablando. Para mi
sorpresa, Julia no parecía querer dejarme en paz y que durmiéramos así, sin
más; justo como me había dicho Raquel que pasaría—. Además, ni que necesitáramos
esos condones.
—No te lo tomes a la ligera —dijo con voz seria y apurada, pude
sentir que se daba la vuelta hacia mí—. Mamá y yo hablamos con Raquel y vamos a
ir al centro de salud para que le pongan el DIU o el implante, lo que ella
decida, y así ya deje de tomar esas pastillas. —Eso no lo sabía yo, sólo gruñí
para darle a entender que sus palabras habían sido escuchadas—. Pero eso no
significa que sea bueno que sigan… haciéndolo sin condón.
«Tú no sabes—continuó hablando, preocupada de que no
estuviera tomándola en serio—, si no se cuidan, podrían contagiarse de algo. Es
más, deberían examinarse ustedes dos. Bueno, los tres. Sólo para asegurarse. No
sabemos si quizás Tere pudo hacerlo con alguien y… Dios no lo quiera, que les
haya pegado algo. Y ahora que Raquel anda viendo a esa otra chica… es mejor que
se protejan, todos.
Su mano se posó en mi hombro suavemente. Siendo sincero, sus
palabras me hacían sentido y por dentro, le di la razón (porque la tenía), pero
no hice más que darle un escueto “OK” para evitar prolongar esa plática de
manera innecesaria que por otra cosa. Volví a darle las buenas noches y ella sólo
recorrió mi brazo antes de presionar su cuerpo en mi espalda. Como era de esperar,
ella no llevaba puesto nada y sentí sus pechos oprimirse contra la tela de mi
camisa. Me preguntó si estaba enojado, se oía realmente agobiada, sólo le dije
que no y sólo estaba cansado. Curiosamente, sólo recuerdo escucharla suspirar y
creo que caí dormido de inmediato.
A la mañana siguiente, desperté hasta mediodía. Las cortinas
estaban cerradas y Julia ya no estaba. Me quité las cobijas de encima y me
horroricé, había una mancha de humedad en mis pantalones y no sólo eso, también
en las sábanas. Me apuré en retirarlas y descubrí que el cubre colchón había me
salvado de tener que cambiar el colchón. Corrí a cambiarme y llevé todo lo que
estaba sucio a la lavadora en ese preciso instante. Todos ya estaban
conviviendo en la sala y cuando mamá me preguntó por qué llevaba las sábanas a
lavar, les dije que mi ropa olía a vino y había impregnado las sábanas. Pude
ver la manera en que Julia me miró y ella se levantó para acompañarme, después
de todo, eran sus sábanas.
—“Vino”, ajá —la oí decirme a mis espaldas con tono de
reproche mientras yo me apuraba a abrir la lavadora—. No les dijiste que fue el
vino que ya te habías bebido, menso.
—Perdón, perdón —me disculpé incesantemente en voz baja—. No
sé cómo… Bueno, no pensé que… Nunca me había pasado.
—¡Hum! Dirás que hacía mucho que no te pasaba —comentó, un
tanto divertida. Escuché el ruido de la puerta cerrándose—. Yo era la que tenía
que cambiarte las sábanas cuando mojabas la cama de chiquito —añadió con
obviedad.
—Perdón. Ya revisé y el colchón no se manchó —seguí
intentando enmendarme ante ella, jadeando agitadamente al alzar la canasta de
ropa sucia.
—¡Ay, hermanito! —exclamó, conmovida, acercándose a mí por
detrás—. Ya. Ya pasó. A ver —dijo con voz dulce y serena, dándome un manotazo
en el antebrazo para que me apartara del aparato—, déjame ayudarte.
—¿Qué haces? —la cuestioné, espantado, mientras era apartado
de un empujón—. ¡No toques nada! ¡Te vas a manchar!
—Te acabo de decir que yo era la que tuvo que lidiar con tus
meados cuando eras un niño —espetó con esa voz firme que me hacía recordar sus
regaños cuando éramos niños—. Además, ¡son mis sábanas! Quiero asegurarme de
que queden bien lavadas —añadió mientras llevaba la canasta al lavabo que había
a lado—. Sé lo que hago. Mira, primero tienes que tallar esto…
Y así, tomó una sábana, le aplicó un poco de detergente y
comenzó a tallar, mojándola bajo el chorro de agua del grifo. Decir que fue
humillante para mí ver a mi hermana de 26 años lavar a mano las superficies
sucias sería decir poco. No sólo eso, sino que cuando acabó con las sábanas me
vigiló para que yo lo hiciera bien con mis jeans y mis bóxers. Al acabar, pusimos
a funcionar la lavadora y me reconfortó que no estuviera enojada. Pude
relajarme al verla sonriéndome de aquella manera, burlona pero cariñosa. De
pronto, de su nariz se escuchó un ronquido por tratar de contener una carcajada
que la hizo encorvarse.
—¡Ay! ¡Ay, me duele! —dijo con las manos en su vientre y
apoyando la mano en la pared para no caerse, estaba llorando—. ¡Ay! ¡No!
—Luchaba por controlar su risa, pero era inútil—. Ja, ja, ja. ¡Hasta para eso
te hubiera servido usar condón! —Y así, sucumbió a otra carcajada que casi la
deja en el suelo, estaba llorando de la risa—. A la próxima, si no te lo pones
tú, te lo voy a terminar poniendo yo aunque sea a la fuerza.
—¡Aguas con lo que dices! —le dije en tono de advertencia.
—¿Crees que no lo digo en serio? —me preguntó con los ojos
bien abiertos y con una mueca de que intentaba contener otra risotada.
—Después de lo del masaje…
—¡Sh! —me ordenó callar antes de ver de reojo la puerta y
luego, mirarme con una expresión de terror y diversión—. ¡Cállate, menso! ¡No
vayas a…
—Ya sé, ya sé —suspiré con tono de fastidio—. “No vayas
contarle a nadie” —declamé, graznando con voz aguda y estridente, lo que
provocó que Julia volviera a roncar al contener su risa.
—¡Es en serio! Si alguien más se entera, ¡me muero! —comentó
con cierto agobio.
—¡Ih! ¡Morirías virgen! —me burlé de ella, uniendo mis
palmas como haría un ángel.
—¡Y todo para qué! —refunfuñó mi hermana con desparpajo— Me
iré al infierno después de todo lo que he hecho.
—Ahí nos veremos todos, entonces —le dije con una sonrisa de
cínica solidaridad—. Eso sí, allí no vas a llegar virgen.
Solté aquello sin pensarlo, pero no me retracté de lo que
dije, a fin de cuentas, ya ni hacía falta. La cara de Julia se puso roja y se
acomodó el pelo antes de darme la espalda y dirigirse a la puerta. Al salir del
cuarto de lavado, pude sentir los ojos de mamá y Raquel fijas en nosotros. La
expresión en el rostro de mamá era atenta y de sorpresa al ver a su hija mayor
riéndose y sonrojada; y la mirada de Raquel era aún más penetrante. Su cara me
decía que sospechaba que algo había ocurrido, algo que tal vez fuera bueno para
sus planes.
Era 25 de diciembre, nadie tuvimos que ir a trabajar. Fuimos
a misa para acompañar a los abuelos y almorzamos en un sitio cerca de ahí. Raquel
nos dijo que iría a pasar el rato con Alondra y mamá le advirtió que no
regresara tarde. Aquello fue para no perder su imagen de una madre que nos
tenía en cintura frente a los abuelos y a mi hermanita no le molestó jugar el
papel de niña buena. Eso sí, al estar lejos de nosotros, me envió un mensaje.
Aún no
La molesté un poco con que ya estaba loca y ella contraatacó
a su manera, presumiéndome que al menos ella sí podría “coger como se debe”
saliendo de casa. Y sí, confieso que le tuve envidia por eso.
El día transcurrió sin muchos problemas. El abuelo se tomó
la siesta y la abuela hizo que la conversación no se detuviera en ningún
momento. Raquel no regresó sino hasta bien entrada la noche, justo a tiempo
para volver a liberar un poco de frustración junto a mí y mamá otra vez en mi
cuarto. Nuevamente, sólo pudimos hacer uso únicamente de nuestras manos y
bocas.
—Pues Julia tiene razón —comentó mamá tras escuchar lo que
me había dicho mi hermana de los condones la noche anterior, eso sí, con su
mano subiendo y bajando de la verga que acababa de sacarse de la boca—. Ahora
que Raquel está viendo a otras personas…
—¡Ash! ¡Y a la puta esa de Tere nadie le dijo nada! —rezongó
mi hermana, indignada, pero volviendo a lamer mi tranca antes de que mamá
volviera a acapararla.
—Ella me mostró desde el principio que podía confiar en ella
y al final, nada malo pasó —le respondió Sandra a su hija, con una sonrisa
amarga y una mirada altiva, empujando su cabeza para que engullera por completo
mi garrote y así poder continuar sin ser interrumpida—. Pero sí, aunque nada
pasara, sí fue un riesgo tonto habernos expuesto a hacerlo con alguien que lo
hace con varia gente. Es mejor que todos se cuiden de ahora en adelante. Ya
pregunté en el seguro y todavía siguen regalando condones en los centros de
salud.
—¡Ay, no! —exclamó Raquel tras liberarse de la mano en su
nuca. Su habilidad de ser capaz hablar de inmediato, sin hacer arcadas, toser
ni dar signos de falta de aliento; es algo que siempre habré de reconocerle—. ¡Qué
oso ir al Seguro por condones!
—¡Pero no te da pena andar de puta dentro y fuera de la
casa! ¿Verdad? —le increpó nuestra madre con voz severa.
Estaba algo molesta por la hora a la que había regresado
Raquel y, aunque esas palabras sonaran fuertes, la verdad es que Sandra le
decía a su hija que era una puta porque eso las prendía a ambas. La mano de la
madre le sujetó la barbilla de la hija insubordinada tan bruscamente que llegué
a creer que le escupiría en cualquier instante. Tuvieron un duelo de miradas
intensas, como si conversaran telepáticamente. La muñeca de mamá le tembló un
par de veces antes de soltarla y acercar su entrepierna a la cara de Raquel,
quien estaba arrodillada frente a mi cama y sólo abrió la boca, mostrando su
lengua y recibió el néctar que derramaba aquella fruta.
Yo había quedado a espaldas de mamá y sólo vi su culo
fruncirse cada vez que empujaba su cadera para restregarse en el rostro de mi
hermana. Era un hecho que la dinámica entre ellas había tornado cada vez más…
intensa, pero al asomarme por un costado, me encontré con esa chispa en la
mirada de Raquel, lo estaba disfrutando también. Fue mi turno de apoyar la mano
en su cabeza y hundirla más entre las piernas de nuestra madre, con lo que ésta
terminó recostándose en la cama, abriéndose para recibir sin reservas la lengua
de su hijita hasta llegar al orgasmo. La tentación de meter mi fierro en esa
cueva inundada y palpitante casi me hacía perder el control. Afortunadamente,
mi hermanita y su boca prodigiosa salieron al rescate.
—¿Quieres venirte? —ronroneó Raquel con mi tranca en su
mano, sujetándola justo debajo de la cabeza—. ¿O te esperar a ver qué pasa al
rato?
—¿Eh? —oímos a mamá preguntarnos con voz aletargada—. ¿Qué
dijiste?
—Nada, nada —le respondió su hija despreocupadamente—. Le
pregunto a Luís que si quiere venirse ahorita o aguantarse para más tarde.
—¿Cómo que “para más tarde”? —cuestionó nuevamente nuestra
madre, con claro desconcierto.
—¡Ash! ¡Para cuando él esté con Julia, mamá! —exclamó Raquel
con tono de hartazgo, pero sin dejar de acariciar suavemente la base de mi
verga, tal vez esperando a ver si nuestra madre no estuviera de acuerdo—. Ya
andan haciendo sus “cositas” a escondidas.
—¡Eso no es de tu incumbencia! —rugió mamá en voz baja—. Ni
tuya ni mía. A estas alturas, si Julia y Luís hacen cosas o no —añadió
mirándome de reojo con una expresión de auténtico pavor antes de volver a ver a
mi hermana—, déjalos en paz.
—O sea que tú ya sabías —dijo Raquel, con voz apagada. Aquello
no había sido una pregunta—. Y aún así los dejas acostarse juntos.
—A tu hermana no la tengo que estar vigilando, como a ti,
cariño —le respondió Sandra mientras se acercaba a su hija menor para
acariciarle la nuca. Su voz se había vuelto dulce, pero sonaba un tanto
intimidante al mismo tiempo—. Teniendo a tus abuelos en el cuarto de a lado, sé
que no va a pasar nada.
Su mano se deslizó por detrás del cuello de Raquel y resbaló
por su espalda, haciendo que se enderezara y la mirara con atención. Tuvo lugar
otra de esas conversaciones mentales entre ellas, el rostro de mi hermanita
palideció pero no quiso amedrentarse. La mano que tenía en su espalda baja se
aferró a su nalga, provocándole un respingo.
—Dales tiempo —le indicó mamá, con esa voz sedosa y casi
etérea que nos puso los vellos de punta a ambos—, tiempo y espacio. Ahora
entiendo que debo dejarlos ser —añadió, mirándome y extendiendo la mano para
que me acercara. Ésta se posó en mi cintura y se puso en cuclillas para tener mi
verga otra vez cerca de sus labios—, a cada uno. A los tres… Bueno, cuatro, me
incluyo también; nos hizo falta nuestro tiempo y el lugar adecuado para
abrirnos… de la manera en que lo hemos hecho.
«No estoy diciendo que esto tenía que pasar. No. Pero ahora que
tanto tú como yo dimos ese paso —continuó, dirigiéndose a Raquel otra vez—, ya
nos parece algo fácil de hacer. Ahora recuerdo cómo era yo antes de esto, antes
de… —Dejó la frase inconclusa y dejó que su cuerpo hablara. Se llevó mi tranca
a la boca y repasó el tallo trasversalmente con sus labios antes de dirigirse a
su hija y besarla en la boca, introduciendo los dedos en su rajita desde
atrás—. Recuerdo lo mucho que me aterraba la idea de que esto me excitara… las
cosas hubieran sido muy distintas si no hubiera estado… Tere.
Terminó esa frase con la voz a punto de cortársele y sus
ojos se elevaron, en un intento por contener una lágrima.
—M-mami… —suspiró Raquel, conmovida y con las primeras
lágrimas también asomándosele.
—De vez en cuando recuerdo cómo se sentía… ese miedo —siguió
hablando mamá—. Era miedo de estar cometiendo un error fatal, un pecado
imperdonable… de ser una mala madre… de que se fueran… Y aunque las cosas han
salido bien con ustedes, ese miedo —dijo con voz temblorosa—, lo vuelvo a sentir
de repente y me paraliza como en ese entonces. —Se le volvió a cortar la voz y
los tres nos sentamos al borde de la cama, con ella en medio y sosteniendo
nuestras manos.
«Hemos sido imprudentes, MUCHO —declaró, mirándonos
fijamente a cada uno con sus ojos ya hinchados—. Tenemos que cuidarnos, en
todos los sentidos, en nuestra salud, física y mental; en nuestra vida fuera de
casa, nuestro trabajo, amistades y todo lo demás.
«Y eso incluye a su hermana también —continuó, esta vez con
una voz más serena y resuelta—. Julia ha tenido una vida más dura desde
chiquita y aunque siempre se muestre fuerte y resiliente, a veces pienso que puede
ser la más frágil de nosotros. Temía por su reacción cuando se enteró de lo que
ocurría entre ustedes dos… luego conmigo… y luego, Tere… Es un milagro que no
haya decidido irse de la casa… o hacer algo peor —suspiró con alivio.
« Creo que sólo decidió callarse por el bien de la familia y
actuar como si todo lo demás no estuviera ocurriendo. Pensar eso también me
parte el corazón —continuó con voz pensativa y la mirada perdida hacia la
puerta del cuarto—. Me he acercado a hablar de todo esto con ella, decirle que
sea sincera y me diga si esto es demasiado para ella y limitarnos a no volver a
hacerlo frente a ella. Pero sólo me dijo que le daba igual. Al principio, pensé
que realmente no estaba interesada en… todo esto, ni hablar de formar parte. Pero
después del viaje, me doy cuenta de que no es así. Julia es igual de curiosa
que cualquiera de nosotros, me parece que sólo tiene miedo.
—Le hace falta un empujoncito —sugirió Raquel, insistente y
con una sonrisa traviesa que no ocultaba sus intenciones.
—Al contrario, mientras más le insistamos, menos va a
querer. Luís ya lo comprendió, mucho antes que nosotras y por eso la está
dejando ir a su propio ritmo.
—De tortuga —refunfuñó mi hermanita.
Esto le dibujó una sonrisa a mamá, quien rio y la besó en la
frente.
—¡De caracol! Ja, ja, ja. ¡No! Esto no es una carrera y
tampoco hay un tiempo límite. Déjalos ir a su ritmo y luego veremos qué pasa.
—¡Pues ya! Nomás anda haciéndose la tonta con Luís. Anda de
calienta-huevos con él ahora que andan durmiendo juntos. Hasta hizo eso de
regalarle condones en frente de los abuelos.
—Sea lo que sea —intervino mamá rápidamente, aún con esa voz
calmada—. Nada va a pasar hasta que no se vayan los abuelos —agregó, mirándome
fijamente con el rostro inclinado a modo de advertencia—, ni con Julia ni con
nadie. ¿Entendido?
Asentí en silencio y ella me sonrió con dulzura. Sus manos
terminaron frotando cariñosamente nuestras piernas y luego, nos rodeó con sus
brazos.
—Pase lo que pase, sea pronto o no, sólo espérense a que se
vayan los abuelos. ¿OK? —añadió tomándonos nuevamente de las manos—. Y Raquel
—añadió girándose hacia ella—, a estas alturas ya deberías saber que forzar las
cosas sólo va a complicarlo todo. ¿Me prometen los dos que van a respetar a su
hermana y van a esperar a que ella tome su decisión?
—Podemos animarla… —empezó a sugerir mi hermanita.
—Mejor, no —dictó nuestra madre con una amabilidad tan falsa
como la sonrisa que seguramente que le estaría mostrando.
Una vez volvimos a estar vestidos, me fui a acostar, después
de semejante plática, me sentía mentalmente exhausto. Mamá me entregó la caja
de condones y sólo dijo que no volviera a manchar las sábanas de Julia, lo cual
me pareció raro. Ella sólo me revisó el rostro con la mirada y luego, se
dirigió a la cama. Raquel me sujetó del brazo y me arrastró fuera del cuarto, despidiéndonos
de nuestra madre y una vez en el pasillo, me susurró al oído
—¿Vas a estrenarlos? —me ronroneó pícaramente.
—Ya oíste a mamá —gruñí con desgana.
—Al menos yo no me tengo que aguantar hasta que los abuelos
se vayan —mustió, cuidando de que su voz no se escuchara tras la puerta de
Julia que estaba a lado—. Alondra y yo compramos un arnés y lo estrenamos hoy
—susurró a escasos centímetros de mi cara, jugueteando con sus dedos en mis
hombros—. Pero tú… —jadeó con una sonrisa, clavando su índice en mi pecho—. Tú
tienes difícil durmiendo con ella. Sólo acuérdate: déjala que sea ella la que
te lo pida.
—Entendido, sargento —le respondí antes de plantarle un beso
fugaz que la sorprendió—. Ya. Buenas noches, que ahorita me conviene más dormirme
ya que seguir despierto.
—¿Lo dices porque no te sacamos toda la leche? —preguntó la
diablilla traviesa con falsa lástima y posando su mano en mi entrepierna—. ¿Qué
dice Julia cuando se te para en la mañana? —rio pícaramente, moviendo su palma
en círculos—. Es imposible que no la sienta.
—Y va a ser peor si sigues haciendo eso. ¡Ya, buenas noches!
—exclamé, haciéndome el indignado ante semejante ultraje, eso sí, con una
sonrisa de complicidad—. ¡Ya, a dormir! Descansa.
Julia estaba de nuevo con su celular cuando entré al cuarto.
Cerré con seguro y me desvestí para quedar en bóxers y meterme a las sábanas. Ambos
nos estábamos dando las espaldas.
—Se escucharon ruidos —la oí decir a mis espaldas voz ronca—.
Yo apenas los oí, ojalá no los haya escuchado la abuela.
—Y eso que ahora estuvo más suave todo, ni siquiera me vine a
gusto —se me escapó ese detalle.
—¿Y ahora? —exclamó sorprendida, pero en voz baja—. ¿Por
qué?
—Porque de pronto a mamá se le ocurrió darnos una plática
—respondí con desaire, estirando las piernas y sentí que ella se movió detrás
de mí—. De que tenemos que cuidarnos y todo eso. Todo gracias a tus benditos
condones.
—¡Ah! ¿Ahora es mi culpa?
—Sí. Antes de irme, me entregó la caja y me dijo que no
volviera a manchar las sábanas. ¿Le contaste?
—¡Ella me preguntó qué había pasado! —exclamó susurrando,
sentí el colchón agitarse con sus movimientos a mis espaldas. De repente, su
voz sonó más cerca de mi nuca—. Para mí que pensó que pasó algo y tuve que
decirle…
—¡No, pues gracias! —gruñí como si aquello me molestara, la
verdad, me daba igual.
—Mamá anda rara últimamente —dijo ella—. Oye, Luís… quería
preguntarte algo. Es sobre los masajes...
—Dime —le respondí con pereza, a pesar de que había captado
mi interés.
—¿Puedes hipnotizar a alguien dándole un masaje, sin que se
duerman? —soltó mi hermana con timidez.
Eso sí me hizo reaccionar. Asomé mi cara por encima del
hombro y me di la vuelta. En la oscuridad de la noche, volví a encontrarme con
la silueta de Julia, de frente hacia mí. Sus hombros estaban encogidos y su
respiración se entrecortó al ponerme de cara a ella.
—No —contesté al fin, consternado—. ¿Por qué preguntas?
—Nada, nada… Es que… una vez vi a mamá hablándole a Raquel y
ella tenía los ojos cerrados. Yo nada más pasé por el cuarto de Raquel y escuché
a mamá hablando, pero cuando las vi, Raquel estaba acostada y con los ojos
cerrados y mamá le hablaba, no escuché qué le decía, pero estaba masajeándole
los hombros. No le di importancia, pero hoy me puse nerviosa de que cuando
platicamos, estaba con su mano en mi hombro, me preguntaba qué habíamos estado
haciendo estas noches tú y yo. Y entonces me acordé de esa vez que la vi con
Raquel. Ahora recuerdo otra vez en que mamá quiso que platicáramos en su cuarto
y esa vez también insistía en tocarme los hombros…
Yo me quedé en silencio un rato, no supe qué responder ni
qué pensar. Por un lado, yo sabía del uso de gatillos al momento de hipnotizar,
pero por el otro, era incapaz de concebir la idea de que mamá fuera capaz,
capaz de hipnotizar, de hacerlo así. De más hubiera estado responderle que
aquello sí era posible, me negué a insinuar que nuestra madre podría hacer algo
así.
—No se puede hacer eso, ¿verdad? —preguntó con un hilo de
voz. Mi silencio debió ponerla más nerviosa, sobre todo por haberme girado tras
escucharla preguntar aquello—. M-mejor olvídalo —se apuró a decir—. Fue sólo
una idea tonta que se me metió a la cabeza. Me estuvo revoloteando en la cabeza
todo el día y ahora que lo dije, suena ridículo. Perdón, debo estar paranoica,
nada más. No creo que mamá sepa hipnotizar... y lo haya hecho con Raquel... o
Tere...
Eso sí fue peor que un balde de agua fría. Mi respiración se
detuvo y un millón de pensamientos me invadieron. Que nuestra madre supiera
hipnotizar ya sonaba demasiado descabellado, pero, por alguna extraña razón, la
sola idea de que ella hubiera podido hipnotizar a Raquel o a Tere si pudiera,
no sonaba tan inverosímil. Repasaba en mi mente lo hechos, intentando hallar
argumentos con los que pudiera convencerme de que eso no podría ser posible,
más allá de mi renuencia a creerlo.
Raquel definitivamente la obedecía, pero no podría ser… no
por eso. ¿O sí? Y luego estaba Tere… ¿acaso ella no había llegado a nuestras
vidas en un momento bastante conveniente? Y curiosamente justo después de que
mamá decidiera empezar a ir al gimnasio… y sugerirme lo de los masajes…
Mi corazón dio un vuelco.
—Yo… no creo… —intenté responder algo, apenas podía respirar—.
Debe ser sólo una coincidencia.
—No es posible, ¿verdad? —repitió la pregunta, ya claramente
perturbada—. ¿Verdad? —sus manos se asieron a mis brazos.
—P-puede hacerse —comenté con ciertas reservas—. Se puede
crear un “gatillo”. Puede ser un toque o una palabra… ¡Pero… N-no creo que… ¡es
mamá! No puede ser que ella sepa…
—¿Tú lo has hecho? —me cuestionó Julia, sus dedos comenzaban
a hundirse en la piel de mis brazos.
—Sólo con ella —confesé—. ¡P-pero fue por si ella se
molestaba! Yo… la hipnoticé cuando apenas Raquel y yo… ¡Fue por precaución!
Ella dijo que me mandaría al ejército o con los abuelos… no sabía cómo
reaccionaría si se enteraba que Raquel y yo estábamos teniendo sexo.
Algo presionó mi boca, era la palma de Julia. Había estado
aumentando el volumen de mi voz sin darme cuenta. El impacto me dolió, pero
entendí el mensaje, tenía que hablar más bajo.
—Sólo fue para que no se molestara cuando se enterara… nada
más —le expliqué entre susurros—. Después, fue para que no sintiera culpa por
hacer lo que le gustaba hacer… fue ahí que sacó su lado más… masoquista.
—¡Por Dios! —exclamó, girándose para quedar boca arriba y
llevándose las manos a las sienes, seguramente arrepentida de haber hecho su
pregunta.
—Pero no es posible que mamá sepa hacerlo —dije para tratar
de consolarnos, aunque se escuchó que no estaba convencido—. No es… no sería
capaz…
No hizo falta decir más. Ambos nos quedamos boca arriba,
presos de nuestros propios pensamientos. Era inútil tratar de probar que
aquello no podría ser posible. Tuvimos problemas para conciliar el sueño,
seguramente estuvimos así por horas, moviéndonos en nuestros lugares a cada
extremo del colchón y lo único que me permitió descansar fue abrazar a Julia.
Mi mentón descansó sobre su cabeza y sus pechos se apretaron en mí, con mi
brazo rodeándola. Así nos dormimos y prácticamente, así nos despertamos.
No nos sorprendió a ninguno de los dos mi erección matutina,
pero lo que sí me sorprendió fue que Julia me manoseara la tranca por encima de
la tela para apartarla de sí.
—¡Aparta tu cosa de mí! —rio ella antes de abrazarme una vez
más y restregarme sus pechos—. ¿Quieres… encargarte de eso antes de que
bajemos?
—N-no —gruñí con la voz ronca y la garganta seca—.
Tranquila, no hace falta. Ya sabes que solita se me baja.
—¿Ah, sí? —susurró con incredulidad—. ¿Y si hago esto?
De repente, empezó a sacudirse, enterrando mi brazo entre
sus dos enormes globos, apresándolo. Mi mano quedó no sólo debajo de su
ombligo, sino que la punta de mis dedos sintió el inconfundible tacto de una
mata de vellos.
—¡¿Qué te pasa?! —le pregunté, escandalizado pero con una
sonrisa de oreja a oreja.
—¿Podrías… mostrarme? —susurró aún más bajito, con el tono
suplicante que tendría un niño al pedir un dulce.
—¿Qué? —mi asombro no disminuyó, al igual que mi sonrisa.
—Es que… —comenzó a hablar con un hilo de voz. Su mirada me
evitó y pude ver cómo su oreja se ponía colorada mientras agachaba más el
rostro hasta que su frente topó con mi hombro—. Quiero ver. La otra vez… yo fui
la única que… se humilló.
—¿Entonces quieres que ahora yo me humille? —le increpé, aún
sonriente— ¿No fue suficiente para ti lo de mojar la cama ayer?
—¡Luís! —protestó con un quejido lastimero, sin apartar su
cara de mí—. ¡Por fa! ¿Sí?
—¿Sí, qué? —le pregunté perversamente.
—¿Podrías dejarme ver? —pidió con apenas un hilo de voz.
—¿Dejarte ver, qué? —pedí que me aclarara, sacudiendo mi
brazo secuestrado por ella—. A ver, dilo bien y lo hago, te lo prometo. No voy
a decir que no. Sólo dímelo bien.
—¡Ay, Luís! —chilló, descubriendo su rostro totalmente rojo
y mirándome con una expresión de desesperación que, he de admitir, me la puso
más dura de lo que ya estaba—. ¿Me dejas ver cómo… te… la… j-jalas?
Sólo oírla decir eso hizo que una descarga de adrenalina me
recorriera desde la nuca hasta los talones. La sangre ya me hervía y pude notar
que la piel se me calentó a una velocidad pasmosa. Julia debió asustarse,
porque se separó un poco y me miró con una expresión de desconcierto. No pude
decir nada más, creo que toda la sangre se me fue a la zona que más lo estaba
necesitando y me volví incapaz de articular palabra alguna.
En un parpadeó, me despojé de las sábanas y los bóxers por
igual. El aire frío de la mañana no me molestó en lo más mínimo, mucho menos
viendo la expresión de asombro de mi hermana mayor, desnuda y atenta a mi
verga. Ahora era diferente, estaba expectante a que algo ocurriera y no la hice
esperar. Mi mano apretó fuertemente la base y la sacudí un par de veces para
que terminara de ponerse como una roca. Mi pulgar rozó los bordes del glande y,
aunque raspara, aquello me provocaba que palpitara más pronunciadamente para
ella.
Mi querida hermana mayor sólo observaba, cautivada, casi sin
parpadear mientras yo me ensalivaba la mano para que resbalara mejor. Deslizaba
mi mano lentamente, para que ella no perdiera detalle del proceso. Empecé a jadear
de una forma nada disimulada, pujaba sólo para que ella me escuchara, porque no
lo haría de estar ajusticiándome a solas. Y así como ella no apartaba su mirada
de mi verga, yo tenía mis ojos fijos en su rostro. Cada que repetía mi labor de lubricación, ella
tragaba saliva y no hice más que imaginármela con mi carne desapareciendo
dentro de sus labios. Estaba seguro de que no iba a aguantar mucho con ella ahí
a mi lado y así de embelesada. De repente, mi otra mano empezó a acariciar su
pubis y ella pegó un brinco.
—¿No quieres hacerlo tú? —susurré de pronto.
—¡Eh! ¿Qué? —jadeó ella, perpleja.
—¿No te da comezón aquí? —gruñí mientras mi dedo corazón
comenzaba a hacer círculos entre sus vellos.
Ella se sacudió como si le dieran cosquillas, pero la
expresión en su cara era de total confusión. Sentí el débil temblor en la mano
que aún tenía a mi brazo de rehén, pero ni así mostró señales de querer
soltarme. Sacudí un poco mi codo, provocando que sus pechos acariciaran mi piel
y eso volvió a hacer que ella respingara.
—Tú me dices… —le propuse—. O me acompañas —dije mientras
posaba mi palma extendida sobre su pubis— o te haces cargo —concluí
sacudiéndome la macana con la otra.
Me detuve por completo a esperar su respuesta. Ella estaba
contrariada, era más que evidente que no sabía qué hacer. Hacía mucho que no
veía esa sucesión de emociones en la expresión de una persona. La confusión, la
duda, la negociación consigo misma y finalmente, la resolución.
—OK —dijo, finalmente convencida—. Pero ponte un condón… por
favor.
—¿Y si me lo pones tú?
—¡Luís! —volvió a protestar con una voz aguda.
—Tú eres la que quiere que lo use, yo no.
—E-es… para que no hagas un desastre cuando acabes.
—¡Oh! Y yo que pensaba que era para no tocar mi verga, toda
sucia y ensalivada. Tocar mis meados está bien pero cuando se trata de mi
saliva…
—¡Ash, ya! —chilló de disgusto—. Deja de decir esas cosas —me
pidió, dándome un golpecito en el brazo que aún no soltaba—. Pásame uno —concluyó,
apenas con un hilo de voz.
Estiré la mano para tomar la caja y se la acerqué. Finalmente
se despegó de mi brazo y tomó la caja, un tanto molesta por tener que abrirla
ella misma y al sacar uno de los preservativos de la tira, aventó lo demás al
suelo con impaciencia. Verla abrir el plástico con los dientes y con la vista fija
en su objetivo es un recuerdo que aún a día de hoy atesoro. En un momento de
vacilación, se detuvo a mirarme con una expresión de quien ha sido descubierto
haciendo una travesura, su cara se enrojeció y yo sólo le sonreí con descaro,
mordiéndome la lengua para evitar decir algo que echara a perder ese bello momento.
Ella parpadeó como si recobrara la conciencia y procedió a colocar el globo con
ambas manos y una delicadeza por non tocar nada que no fuera el látex.
—No estoy tan sucio —reí burlonamente—. Le haces como si estuviera
cubierto en mierda o algo así.
—¡No te burles! —gimoteó entonces Julia. Sus cejas se
fruncían y sus labios se curvaron hacia abajo, hasta creí que iba a llorar.
—Ya, ya… A ver… —me incorporé hacia ella y tomé una de sus
muñecas—. Mira, así —posé mi palma sobre su mano e hice que sujetara firmemente
mi glande por encima del condón y la hice recorrer el rollo de látex por todo
el tronco de mi verga—. Así, sin miedo. Mientras más nos tardemos, alguien va a
venir a ver por qué no salimos.
Eso la hizo estremecerse, sabía que era verdad. Y así, su
mano me sujetó con más seguridad con la protección de esa capa lubricada. Mi
mano guio su muñeca de arriba abajo a una velocidad considerable, yo sabía que
no iba a poder aguantar mucho. A las pocas repeticiones, aparté mi mano la vi
concentrada en su tarea. Su cara de concentración me enterneció y excitó a
partes iguales. Era una mezcla de inocencia e inexperiencia, pero al mismo
tiempo, de lujuria y avidez.
La dejé trabajar mientras yo hacía todo por retrasar mi eyaculación.
A veces, tenía espasmos o reflejos, pero sólo le decía que no se preocupara y
que podía continuar. Mis jadeos ya no eran tan fingidos y mi cara empezaba a
escurrir gotas grandes de sudor.
—¡A-ah! —gruñí, preso del placer, intentando advertirle que
ya estaba por acabar.
Ella volteó a verme y sus ojos se abrieron como platos, pero
volvió a centrar su atención en lo que estaba en su mano y siguiendo una buena
intuición, aceleró sus movimientos. El látex se fue hinchando y cubriéndose de
un relleno blanco que hizo que los ojos de Julia brillaran. Sus cejas se
alzaron y su boca se entreabrió y su mano se detuvo por un instante. Mi cadera
se elevó para que su palma rozara una vez más y así brotó un nuevo chorro que
abultó aún más aquel globo. Entonces, ella entendió que todavía tenía que
seguir exprimiendo mi tranca y apretó desde la base hasta la punta para que otra
carga saliera y terminara de abombar la punta.
Cerré los ojos y me abandoné a procesar esa descarga de
electricidad que pocas veces había llegado a sentir al venirme. Estaba
resoplando de verdad en un esfuerzo por recuperar el aliento. Cuando abrí los
ojos y pude enfocar bien, vi que la cabeza de mi pene ahora lucía gruesa y
blanca gracias a que la palma de Julia se quedó apretando justo por debajo del
glande, quizás pensando que si me soltaba aquello iba a escurrir hacia abajo. Ella
me miró con gesto de que no sabía qué hacer y eso sólo dibujó una sonrisa en
mí.
Hice que me soltara y le demostré que no había nada qué
temer. Me aseguré de no manchar al retirar el forro y me apresuré a anudarlo.
—Es mucho, ¿no? —preguntó mi hermana mayor, con algo de
preocupación.
—Te dije que anoche me quedé con ganas. Además, siempre es
más excitante cuando tienes a una bella asistente.
Julia se puso roja en cosa de nada y agachó la mirada. Le
aventé el globo anudado y ella pegó un brinco hacia atrás, gritando del susto y
no pude evitar reírme de ella. Sentí que el proyectil me fue devuelto con saña
y por un breve instante, los dos nos espantamos al pensar que podría romperse
antes de liberar la tensión con unas risas.
—¡Estarás contento! —me regañó Julia mientras nos vestíamos para
bajar a desayunar—. No sólo me sonsacaste a tus cochinadas, ¡me convenciste de que
lo hiciera yo misma!
—¡Uy, qué malo soy! —exclamé con sarcasmo—. De seguro fui yo
el que también te sonsacó del masaje o del hotel, ¿verdad?
Mi hermana mayor sólo alzó el rostro y frunció los labios
antes de darme la espalda, como intentando hacerse la desentendida. Yo sólo me
acerqué a ella y le piqué las costillas. Si antes había muestras claras de que
estábamos cruzando varias líneas, ahora sí ya no había necesidad de ser
cuidadoso con Julia.
—Tú dime y podemos repetir esto cuando quieras, ¿eh? —le
dije con tono sugestivo—. Esto, lo del masaje o lo del hotel, lo que tú quieras.
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