El Hombre de la Casa 41. La Última Tentación






Ya casi era mediodía cuando Julia y yo bajamos a almorzar, Raquel había ido a trabajar y tanto mamá como Julia y yo no pensamos volver al trabajo hasta después de año nuevo. La abuela nos dijo amonestó en tono de broma por habernos perdido el desayuno y por trasnocharnos.

—Bien que estaban platique y platique a altas horas de la madrugada —nos balconeó con una sonrisa traviesa pero dulce.

—¿Ah, sí? —preguntó mamá con tono de curiosidad desde la estufa que provocó que se me achicara el estómago—. ¡Ha! Será por eso… Ya se me hacía raro, Julia no suele despertarse tarde ni en domingo.

—E-estamos de vacaciones —se apuró en recalcar mi hermana. Y al ver el nerviosismo en su cara, pude entender a Raquel cuando me dijo que yo no sabía mentir, Julia, tampoco.

—¡Es verdad! Estas fechas son para descansar —rugió el abuelo en nuestra defensa—. ¡Ustedes que sí pueden, que no les dé pena!

Y con eso, todo se calmó, al menos en la superficie. Almorzamos y hasta salimos al centro comercial para “chacharear”, como insistía en decirnos la abuela. También aprovechamos para pasar a saludar a mi hermanita e invitarla a comer para cuando fuera su horario de descanso.

Pude notar que mamá aprovechaba cuando los abuelos estaban distraídos para acercarse a Julia y cuchichear de cosas que hacían que sus orejas se enrojecieran. No hacía falta ver lo que ocurría entre esas piernas que apenas ocultaba la mini falda negra, pero podría jurar que los gajos de mi madre se mojaban cada vez que conseguía esa reacción en su hija mayor. Llamémoslo intuición, sexto sentido, feromonas o tener una mente sucia; pero tenía razón.

Mientras los abuelos revisaban zapatos “de piel de verdad”, mi madre me sugirió que fuéramos a revisar algo que había visto en otra tienda. ¡Puros cuentos! Me sujetó del brazo y tiró de mí. Yo prescindí de preguntarme qué estaba ocurriendo, simplemente me dejé llevar a través de la muchedumbre. Caminamos a paso acelerado hasta que llegamos a los baños más apartados del centro comercial, esos que estaban cerca de locales que aún no abrían, y ni bien estuvimos al resguardo de la vista de los demás, me plantó un beso voraz y cargado de desesperación.

—¡Se portaron mal! —ronroneó mi madre con tono lastimero al separar nuestros labios—. No hace falta que mientas —se apresuró a advertirme, mientras me empujaba contra la pared del pasillo oscuro—. Se les veía en toda la cara cuando bajaron —jadeó antes de bajar a mi cuello y lamerlo como una perra en celo—. Julia ya me dijo lo que hicieron ¡y yo ya no puedo más!

Volvió a tomarme del brazo y entramos al baño de hombres. Ahora que podía vislumbrar las intenciones de esa hembra en celo, cuyas curvas voluptuosas lograban adivinarse a pesar del suéter holgado color beige, no hacía falta que siguiera jalándome y fui yo quien la empujó para entrar al cubículo más apartado de la entrada. El seguro de la puerta se accionó y las manos de esa mujer se apresuraron a recorrer sus pantis negras hasta el suelo y ofrecerme su culo agachándose hasta la palanca del inodoro.

—Uno quiere actuar como una persona decente… ¡y ustedes nomás no me ayudan! —protestó la madre, jadeante.

Mi mano se adelantó a su entrepierna e introduje un par dedos de manera intempestiva. Ella ahogó un grito y sus adentros se contrajeron al instante, derramando más de esos jugos que habían mojado aquellas pantis que habían quedado uno de sus tobillos.

—¡Ay! —gimoteó al sentir el movimiento de mis falanges— ¡Yo solo quiero ser una buena madre, pero ustedes me la ponen muy difícil! —se lamentó mientras meneaba su cabús para que su interior se acostumbrara a mis dedos —. Quiero comérmelos a besos, a los tres.

—¿Besos? Pero, ¿en dónde? —le cuestioné, deslizando mi mano por su vientre, ascendiendo por debajo de su suéter y la blusa que llevaba debajo.

—En donde quieran —ronroneó, derritiéndose al sentir mi caricia acercarse a sus tetas.

—¿Eres una madre o una perra en celo? —gruñí, inclinándome para oler la fragancia de su cabello de cerca.  

—¡Las dos! —bramó con un suspiro gutural.

De repente, un ruido. La puerta de la entrada se había abatido y unos pasos se dirigieron a los urinales. Ambos nos paralizamos y aguantamos el aliento mientras ese escuchaba de fondo el inconfundible sonido de un chorro impactando con el protector de plástico. Yo fui el primero en reaccionar. En total silencio y habiendo sacado mis dedos de ella, le indiqué que se dirigiera a la esquina del cubículo. Y al escuchar que los pasos se dirigían a los lavabos que estaban justo a nuestras espaldas, esa mujer, presa del pánico y acorralada, con sólo su mirada de pavor y elevando una pierna me pidió que la cargara. La cara opuesta de sus rodillas halló sostén en mis manos hasta que pude situar mis palmas en ese culo enorme, aunque tenso, y tuve que asistirme de la pared mientras su aliento humedecía mi cuello con sutiles suspiros que buscaban resguardar nuestro silencio.

No sé cuánto tiempo permanecimos así, pero lo hicimos hasta que oímos que esos pasos se alejaron y luego, el rechinido de la puerta cerrándose. Una palmadita en su cachete y pudimos descansar.

—¿No querías emociones fuerte? —le pregunté sarcásticamente, todavía jadeando del esfuerzo.

Ella no me respondió, sólo me miró, sentada en el inodoro, pasmada pero con esa mirada ansiosa que sólo me decía que había un asunto pendiente.

Me bajé el cierre del pantalón y tan pronto mi verga hizo acto de presencia, ella se inclinó hacia delante. Su lengua se asomó de su boca abierta, sus ojos se cerraron y simplemente esperaron pacientemente a que yo entrara en ella, tal y como solíamos acostumbrar antes de que llegaran…

—¡Ah! Los abuelos… —gruñí al sentir la succión de su boca y los movimientos de su lengua—. ¿Cuánto tiempo se van a quedar?

—Ya los oíste —respondió sacándose mi carne de su boca y usando su mano—, dicen que irán a Huston a pasar año nuevo con tu tío.

—¿O sea que de aquí al 30? —sugerí con desánimo mientras acomodaba mis manos en sus mejillas.

—Puede ser… —comentó sin dejar de lamer mi mástil, mirándome, expectante.

—¿Crees que podamos aguantar? —gruñí acariciando su rostro con mi pulgar y conteniendo el impulso de embestir su boca—. Digo, apenas llevamos… ¿qué? ¿Tres días?

—La verdad, no sé, cariño —me contestó, un poco con tono de angustia y extendiendo su lengua como si fuera una pista de aterrizaje, estaba realmente cachonda.  

—Bueno, siempre nos quedará la opción del motel… —sugerí, un poco a modo de broma y un poco en serio.

—Mm… —ronroneó antes de engullirse toda mi tranca hasta sentirla en su garganta y luego, liberarla por última vez—. Veremos.

Ninguno de los dos podíamos más. Sujeté su nuca y procedí a cogerme esa boca tan ávida de mí. Es sensacional, la manera en que mi madre aprendió a usar su garganta supera con creces a Raquel, era como otra vagina. Sus ojos lagrimeaban cada que podía metérsela hasta el fondo y mis huevos se topaban con su lengua; y eso sólo me prendía más.

Sabía que podía ser brusco y sabía que ella lo disfrutaba. Me regalaba esos gemidos dulces tan auténticos cada que rozaba esa parte específica de su garganta, provocando que no pudiera parar. No me hace falta avisarle cuando iba a terminar, ella simplemente lo acepta sin quejarse.

—Sandra, ¿tú dirías que te gusta coger en los baños?

Ella rio y prefirió responderme dándome la espalda y volviendo a poner su culo en pompa. Su mano se separó los labios ya hinchados y palpitantes, dándome a entender que debía entrar allí. Seguramente no había preparado su culo ese día, porque cuando empecé a juguetear con meterla detrás, su mano guio mi verga a donde era requerida.

Poco había que decirnos, solamente nos dejamos llevar por el deseo que nos consumía. Teníamos ansias acumuladas, además de poco tiempo para volver con la familia. Sus jadeos y gruñidos sólo me hacían querer darle más fuerte y mis manos se fueron directo a amasarle sus tetas aprisionadas por encima del brasier. Adoro sus quejidos cuando las aprieto con fuerza y pellizco su pezón y la manera en que ella me embestía de vuelta con su cadera para venirnos rápidamente.

Yo fui el primero, porque sé que a ella le prende que la llene de leche y que no me detenga hasta que ella sucumba a su clímax, lo cual no demoró mucho. Mi maltrecho garrote salió enrojecido e hipersensible, pero al menos no le quedé a deber, por más que yo le pueda llegar a sufrir, mi deber es aguantar.

—No vayas a lastimártelo —susurró mientras lamía con delicadeza mi tranca—. Luego, tus hermanas me van a reclamar.

—Dirás Raquel.

—Y ahora también Julia —me corrigió ella con una sonrisa pícara, besando cariñosamente mi glande una vez más.

—Pues, al ritmo que vamos… —comenté con pocas esperanzas.

—¿Y cuál es la prisa? —me preguntó, aún con su mano sobando mi tronco lentamente—. Mientras estén los abuelos con nosotros…

—Sí, sí… ya sé. Nada de sexo —repetí aquella regla como por décima vez, guardándome la riata y subiéndome el cierre del pantalón. 

—¿Y cómo la ves? —me preguntó, curiosa, mientras recogía sus pantis del suelo.

—¿Eh?

—Que cómo ves a Julia —aclaró, deslizando esa prenda negra por sus piernas—. ¿Ya viste lo que le gusta?

—Eh…

—Tú tienes una cualidad muy especial, Luís. Y creo que no eres consciente de ello —empezó a decir, acomodándose la falda—. ¿Sabes por qué me tienes así, por qué nos tienes así? A mí, a Raquel, a Tere… a Julia…

Su mano acarició mi rostro de una forma tal que me estremeció, era cálida y maternal pero al mismo tiempo. sensual. Su mirada se posó en mis labios y sentí que iba a ser devorado en cualquier momento.

—A Raquel le tocó tener su primera vez contigo y es normal que no busque a nadie más, con lo mucho que se gustan —señaló con voz sedosa—. Pero Tere y yo… Bueno, no es por dármelas de galana yo también —aclaró, torciendo la boca en una media sonrisa coqueta—. No soy tan aventada como Tere, pero las dos podríamos encontrar a alguien más con quién tener sexo —dijo mientras sus ojos entrecerrados se acercaban lentamente a mí—, sobre todo ella. ¿Y sabes por qué no buscamos a nadie más?

«Porque tú nos prestas atención —respondió a su propia pregunta retórica, acariciando mi pecho por debajo de la playera—. De alguna manera, conscientemente o no, tú te preocupas por saber lo que nos gusta y de darnos lo que cada una de nosotras quiere a la hora del “cuchi-cuchi” —ronroneó antes de plantarme un beso lento y ardiente—. Eso no es fácil de encontrar… por eso nos traes aquí, mira —señaló la palma de su mano—. Por eso, has logrado que Julia también se abra contigo.

—Y yo creí que era por mi vergón —le respondí jocosamente.

—Cariño —ronroneó de nuevo, con tono desesperanzado, el tamaño no lo es todo. ¿No te lo dijo Tere?

—Creo que no —contesté, esta vez, realmente pensativo.

Ella abrió la puerta del cubículo y se dirigió a los lavabos para revisar su aspecto antes de que saliéramos. Se acomodó la blusa y se fajó como debía, se acicaló el cabello y de vez en cuando, me miraba de reojo y sonreía pícaramente. Casi me daban ganas de cogérmela allí mismo una vez más.

—Aguántate esas ganas —me advirtió mi madre, como si me hubiera leído la mente—. Y ten cuidado de vernos así en frente de la gente, parece que me vas a comer en cualquier momento.

—Me leíste la mente —dije mientras la abrazaba por atrás.

En ese instante, recordé lo que Julia me había contado la noche anterior. Mi cuerpo se tensó al barajar la posibilidad de que mi madre fuera capaz de hipnotizar también y sutilmente deslicé mi mano a la suya y activé el gatillo en su meñique. Vi por el reflejo del espejo cómo su mirada se perdía y me aseguré de que estuviera en trance.

Híncate. Bien hecho —le dije tras ella obedecerme sin titubear—, levántate. ¿Hipnotizaste a alguien?

—No, señor —contestó con voz monótona.

—¿Nunca? —pregunté con incredulidad. Ella negó de viva voz y hasta con la cabeza, con la mirada aún vacía—. Julia dice que te vio hablando con Raquel mientras dormía.

—Fue un juego entre nosotras, señor.

Explícate —le ordené.

Comenzó a describirme que ella y Raquel se habían confesado mutuamente que fantaseaban con la idea de que yo volviera a hipnotizarlas y que en ocasiones, mi hermanita y ella simulaban que una ponía en trance a la otra.

Me dio detalles de lo que les provocaba a ambas la idea de ser sometidas así una vez más y, para mi sorpresa, me habló de una sensación de liberación que les daba. Irónicamente, descubrieron que el “ser forzadas” les daba una sensación placentera, de tranquilidad para hacer lo que fuera, todo con la justificación de que no tendrían opción de negarse, que alguien más es el responsable y no ellas.

Decir que esto me tomó desprevenido sería poco. Fue peor que un baño de agua helada, un trago difícil de pasar, más que nada porque, con mamá en ese estado, era imposible que fuera mentira. Respiré hondo y preferí despertarla, tenía que confirmarlo con ella.

—¿Ah? ¿Qué pasa? ¿Qué pasó?

—¿No le dijiste a Raquel que fantaseas con esto? —gruñí, acariciando su cuerpo por encima de la blusa—. ¿Ser hipnotizada otra vez?

—¡¿Qué?! —preguntó, exaltada y con una expresión de pánico.

—Raquel me lo dijo —le mentí para justificarme— y tú me lo acabas de confirmar. Acabo de hipnotizarte.

—¡L-Luís! —gritó mi madre con voz aguda, aterrada y temblando en mis brazos—. ¿Qué estás diciendo?

—Mira la hora —le dije, sosteniendo su antebrazo para que pudiera echar un vistazo a su reloj de pulsera. Ella ahogó un grito al descubrir que habían pasado varios minutos—. Debo reconocer que no le creí a Raquel, ella siempre quiere que todo lo resuelva con hipnosis…

—¿C-cómo?

—La última vez que te hipnoticé, lo hice —volví a improvisar una mentira—. Tienes un botón, un “gatillo” para ponerte en trance rápidamente. Lo hice sólo por precaución, en caso de que algo saliera mal —le confesé, aquello sí era verdad—, pero no había sido necesario hasta ahora.

Su rostro estaba pálido, su mirada estaba desencajada y seguía temblando ligeramente, no me esperaba esa reacción. No me di cuenta de que yo estaba actuando como un villano sacado de una película. Respiré hondamente y la sujeté de los hombros, lo que la hizo tensarse aún más.

—Quiero escucharlo de ti —continué, esta vez con un tono más cariñoso—. No quiero oírlo con tu voz de robot.

—H-hijo… ¿t-tú… ¿Todo este tiempo has…

—Sí. Todo este tiempo pude haberte hipnotizado cuando yo quisiera —le revelé con una frialdad que me salió espontáneamente—, pero no lo hice porque no quiero abusar de nadie.

Eso la hizo inhalar bruscamente, volví a tomar sus manos, estaban frías y seguían temblando. Asomé mi barbilla por su hombro y la miré fijamente a través del reflejo.

—No he querido que hagan nada que no quieran, ni tú, ni Raquel ni nadie más. Antes, no entendía por qué Raquel me insistía tanto en que te hipnotizara a ti o a otra gente…

—Hijo… yo…

—Ya me lo dijiste… estando en trance… —le susurré, soltando sus manos para sujetarla por la cintura. Mi rifle estaba durísimo otra vez y dejé que su culo lo sintiera a través de la tela—. Sé que es la verdad, sólo quiero que me lo digas tú, estando consciente. ¿quieres que lo volvamos a hacer? ¿Quieres que te hipnotice otra vez?

Mi mano se dirigió a estrujar uno de sus pechos, y ella soltó un quejido, uno lento y muy placentero. La forma en que me miraba por el espejo no daba lugar a dudas, pero quería que lo dijera. No quería que sólo asintiera con su cabeza o que sólo me dijera que sí.

—Quiero que me lo pidas, Sandra… —mi voz se transformó en un jadeo— mami…

Sus piernas flaquearon por un instante, pude sentir el peso de su cuerpo y la sujeté con fuerza, enterrando aún más mi bulto contra su falda. Podría jurar que se había venido un poquito con todo eso, sus ojos me evitaron y el rubor en su cara sólo me daban ganas de desgarrar su blusa en ese instante.

Mi teléfono comenzó a sonar, ambos pegamos un brinco de la sorpresa y me asomé a ver, era Julia.

—¿Bueno? ¿Qué pasó? —pregunté, con mi mano todavía estrujando el seno de mi madre—. No, todavía no acabamos. Mamá todavía no se decide. Yo creo que esto va para largo…

¿Dónde están? —me preguntó inocentemente, aunque se oía que estaba algo ansiosa.

—No quieres saber —le respondí con tono sugerente.

¡Agh! —La oí exclamar con repulsión, pero de seguro reparó en que estaba a lado de los abuelos y corrigió su tono—. Ya veo. Entonces, ¿los vemos en casa?

—Yo te aviso, mejor. No sé qué vaya a elegir mamá. Puede que acabemos a donde fuimos tú y yo —comenté con voz sugerente que iba dirigido tanto a Julia como a mamá.

¡Luís! —exclamó mi hermana, acongojada, pero, naturalmente, en voz baja. 

—Yo te aviso cuando vayamos para allá, mejor —le dije con cinismo.

Ok… —respondió con resignación—. Ahí nos vemos. Se cuidan, bye —dijo ella apresuradamente, procurando sonar lo más natural posible antes de colgar.

Nos quedamos en silencio un rato. Mi mano en su pecho seguía oprimiendo, su respiración era brusca, pero lenta; su cuerpo se estremecía de vez en cuanto y nuestros ojos aún se buscaban, aunque fuera fugazmente. No tenía la mínima intención de moverme, ni siquiera cuando escuché la puerta volver a abrirse.

Oímos la voz de un joven, mamá se tensó al escucharlo disculparse y cerrar la puerta. Conforme lo escuchamos alejarse, sus músculos volvieron a relajarse y pudo volver a respirar. Extrañamente, yo ni reaccioné. Quisiera decir que fue porque me paralicé de la sorpresa, pero la verdad era que, por primera vez, nada más me importaba.

—Podemos quedarnos aquí todo el tiempo que quieras, con eso de que te gustan los baños…

—¡Luís! —gimoteó mi madre, su voz tembló, pero no era momento de soltarla— ¡Ya déjame!

Eso hice. Dejé de sujetarla y sólo posé mis manos gentilmente en su cadera. La conocía, sabía que a pesar del torbellino de emociones que pudiera estar sintiendo, aquello le gustaba. No hacía falta que me lo hubiera dicho estando en trance, podía verlo, podía sentirlo, saberlo. Aunque no quisiera admitirlo, estaba excitándose.

—Sólo quiero que me lo digas —le dije con mi nariz captando la fragancia de su cabello—. Quiero que me lo digas, sin obligarte —añadí, apartándome un poco—. Ya oíste: Julia se llevará a los abuelos a casa y nosotros podemos tener el tiempo que queramos. Lo que sea que me digas, lo haremos —aclaré, viéndola directamente a los ojos una vez más a través del espejo—. Tenemos esta oportunidad y, como ya dije, tú ya me dijiste la verdad.

 

Su cabeza subía y bajaba para que sus labios carnosos recorrieran mi mástil desde la base hasta la punta. Estábamos a lado de la habitación que Julia y yo habíamos conseguido aquella otra vez. El espejo del cuarto no era tan grande como el del baño, pero al menos había uno más en el techo. Estaba mamándomela como nunca, succionando lo suficiente para arrancarme la vida y metiéndosela hasta la garganta cada que su cabeza descendía; justo como se lo había ordenado.

La verdad era que mamá estaba aterrada con la idea de ser realmente hipnotizada, su verdadera fantasía era fingir que estaba a mi merced, estando ella consciente en todo momento; tal y como esa vez en que se portó como una esclava con Tere, Raquel y yo. No había razón para no hacerlo, después de todo, el resultado iba a ser el mismo.

Era buena actuando, muy pocas veces dejó que su sonrisa la delatara. Ella fue la que pidió la habitación al llegar al motel y hasta le hizo plática al encargado, que la reconoció y espero que no haya recordado mi rostro. Hicimos todo el ritual, ella se tumbó en la cama, respiró hondo, fingió dormirse e interpretó su papel de hipnotizada tan bien como la ocasión anterior.

Hice que se desvistiera sensualmente al ritmo que salía de la bocina que había en el cuarto. Ella sabía lo que hacía, cada prenda se desprendió de su cuerpo en sincronía con la pista, pero el deseo en su mirada y la manera en que sus labios se entreabrían con anticipación fue lo que se quedó grabado a fuego en mi mente.

Y ahora, esos labios hacían desaparecer mi verga hasta sentir la entrada de su garganta. Yo presionaba su nuca y la hacía aguantar hasta que su cara se pusiera roja. Sus ojos llorosos me veían con una total sumisión y un innegable placer cada que le ordenaba que no se detuviera.

—Acuéstate boca arriba —dije de forma prepotente—, me quiero coger esa boca.

—Sí, señor —dijo con un hilo de voz.

Una vez más, la comisura de esa boca ensalivada esbozó una sonrisa y le solté una nalgada fuerte para castigarla, tal y como a ella le gustaba. Una vez en posición, introduje mi carne sin ningún tipo de delicadeza. Los ruidos de su garganta no me preocuparon en lo más mínimo y mantuve mi sable en aquella funda hasta que volviera a relajarse. El ruido que hacía cuando aspiraba a bocanadas no hacía más que prenderme más. Y el ejercicio se repitió hasta que pude cogerme su boca como si se tratara de su vagina.

—¡Dios! ¡Cómo me gusta cogerte por la boca, Sandra! —rugí con el mismo ímpetu con el que mis caderas la embestían.

Podíamos ser todo lo ruidosos que quisiéramos, no podría importarnos menos que alguien más escuchara sus gemidos cada que mi glande masajeaba su garganta. Le ordené que se tocara y así lo hizo. No pude resistirme a maltratar sus pezones mientras mi pelvis aceleraba más y más. Los gemidos y jadeos iban agudizándose cada vez más hasta que por fin pude descargarme dentro de ella.

Tosió bruscamente cuando por fin saqué mi macana, tuvo que girar para evitar atragantarse… pero apenas estábamos empezando.

—Tienes suerte de que la tenga dura todavía —le gruñí mientras le sobaba el culo—. Ponte en cuatro. Más vale que esa puchita esté lista.

—S-sí… ¡Cof, cof! Sí, señor.

Y así, con el rostro aún enrojecido y luchando para no volver a toser, obedeció. Ese culo enorme sólo me provocaba agarrarlo a azotes. Las palmas me hormiguearon de tan fuerte que le di, no paré hasta ver esas pequeñas manchas rojizas colorearle las nalgas. Le pregunté si eso la excitaba y me respondió entre gemidos y alzando más el culo.

—¡Sí! ¡Sí, sí, sí!  —bramaba sin cesar con cada manotazo— ¡Sí, señor! ¡Me gusta que me dé duro! Que me maltrate y que me humille, ¡como a mí me gusta!

La metí hasta donde pude y ella chilló. Su interior me apresó y cada que le daba otra nalgada, volvía a apretarme. Le ordené que ella sola se la metiera toda y, aunque le costó trabajo, lo hizo diligentemente.

—Me gusta cuando entra toda, señor —respondió con voz temblorosa tras preguntarle cómo le gustaba que la cogiera—. Me gusta sentir que topa y que me abre cada que la saca y vuelve a entrar.

No me quedaba duda de que ambos lo estábamos disfrutando, mi garrote estaba inundado en sus jugos y resbalaba sin problemas ahora, aunque de vez en cuando sus adentros se encogían y me ofrecían cierta resistencia que no dudaba en poner a prueba con mis embestidas. Estaba seguro de que mi madre ya se había venido un par de veces y los estaba conteniendo en aras de seguir. Yo bajaba la velocidad pero ella seguía apuñalándose con frenesí.

—¿Quieres que ya me venga, o qué? —le pregunté con una sonrisa malévola.

—¡Por favor, señor! —me rogó mi madre, sin dejar de mover su culo.

Tenía un rato aguantándome, así que me fue fácil consentir su deseo. Un gemido grave y prolongado se escuchó y su interior tembló al sentir mi leche rellenándola. Le acaricié las piernas y eso sólo hacía éstas flaquearan al mismo tiempo que se le ponía la piel de gallina. Ella tenía razón, había aprendido lo que a ella le gustaba. Dejé caer mis palmas en sus omóplatos y mi peso hizo que ella callera rendida mientras un último chorro se me escapaba dentro suyo.

Recogí un poco de mi semilla con los dedos y me aventuré a su asterisco usándolo como lubricante. Ella respingó y quiso moverse, pero volví a hacer uso de mi peso para someterla.

—Hace rato, me negaste este lugar. Ahora, no me puedes volver a decir que no.

—S-señor —titubeó ella, pujando, con su cara contra las sábanas.

—¡No me respondas! —le advertí con tono amenazante, forzando mis falanges un poco más—. Para esa cola. Bien —dije en cuanto obedeció.

Su esfínter no ofreció mucha resistencia después de eso. Yo sabía a lo que me enfrentaba al forzarla a hacerlo por atrás, pero, una vez más, no me importó. Mamá era muy vocal con preparar su culo cuando quería que lo hiciéramos, pero con los abuelos en casa, era de esperar que no se hubiera hecho su lavativa habitual. No me importó, yo sólo quería que me obedeciera. Y así hizo.

Le daban escalofríos constantes cada que separaba aún más su orificio y tentaba con mi glande la entrada. No volvió a contestarme, aunque sus quejidos y la manera en que sujetaba las sábanas con fuerza me confirmaban que aquello la tenía nerviosa.

—¿Prefieres que te hipnotice de verdad, Sandra? Porque puedo hacerlo —le sugerí, sabiendo de antemano su respuesta.

—N-no. No, señor —dijo ella, seria e inclinándose para darme una mejor vista de su culo enrojecido

 —Métetelo tú sola, ¿quieres? —le solicité con voz suave—. Demuéstrame que sabes cómo complacerme.

Asintió, murmurando con la boca cerrada. Se apoyó mejor sobre sus rodillas y a tientas, su mano encontró mi macana. Su agarre no era firme, pero no intentó negarse. La punta de mi verga volvió a asomarse dentro de los pliegues de su ano y en cuanto ella se aseguró de poder, hizo que su culo retrocediera, metiéndome ella sola. Las paredes de su recto ya estaban más que listas, nunca teníamos problemas para que entrara hasta la mitad desde el principio. Sentimos el primer tope y ella resopló, apoyándose en sus dos manos. Le ordené que siguiéramos, sujetando su cadera para que no me hiciera retroceder. Así era más difícil, pero no iba a ser permisivo con ella. Una nalgada hizo que todo se contrajera en su interior y eso la hizo reanudar su labor.

Yo podía sentir cómo sus adentros se acomodaban para que me abriera paso y ella podía sentir las palpitaciones de mi verga. Ya faltaba poco, podía sentir el calor de su puchita cerca de mis huevos, así que aventuré a sujetar sus antebrazos y tiré de ella para que se irguiera. ¡Dios! La admiré a través del espejo, sus pechos ostentaban esos pezones erectos y su rostro se descomponía por esa mezcla de dolor y placer de tenerme en su culo. Eran apenas unos centímetros, una estocada limpia fue lo único que hizo falta para que ella aullara y luego rugiera. Sus tetas se bambolearon y su espalda cedió un instante, dejándome a mí la misión de cargarla.

Retrocedí, apenas a la mitad y volví a embestir. Su intestino me detuvo antes de meterla por completo y ella pujó. Tiré de sus brazos y en cuanto su interior se relajó, repetí la tarea. Así, nos tomó un rato poder tomar el ritmo que queríamos. Los quejidos y pujidos iban dando paso a los jadeos y gemidos. Mis manos soltaron sus muñecas y ahora recorrían su vientre, sus tetas y su cuello. Me recosté y ella quedó sobre mí, ahora podíamos vernos a través del espejo del techo y pude deleitarme con el movimiento hipnótico de sus melones desbordándose con cada impacto.

Apenas rocé un poco su clítoris, ella se vino. Vi un chorro potente salir disparado de entre las piernas de aquella mujer en el reflejo y un berrido resonó en la habitación. Yo no me detuve, no pensaba hacerlo hasta llenarle de leche esas nalgas que rebotaban sobre mí. Mi mano tampoco se detuvo, si no tocaba su botón, acariciaban sus labios por fuera o jugueteaba con la entrada de su cuevita. Ella se retorcía con cada clímax que se encadenaba cada tanto. El calor de nuestros cuerpos no hacía más que aumentar, el sudor nos cubría por completo y yo sólo quería averiguar si ella iría a perder el conocimiento antes de que me viniera.

No fue así. Tras vaciar mis bolas en ella, se dejó caer sobre mí y sus exhalaciones se transformaban en risas de vez en cuando. Me vio con ojos entrecerrados y me sonrió. Yo la abracé y “le ordené despertar” chasqueando mis dedos. Mi madre, con todo y lo que acababa de ocurrir, se divirtió interpretando el papel de no saber qué había pasado, fingiendo que no se acordaba de nada y preguntándome por qué le dolía su colita.

Yo fui el primero en ir a la regadera y limpiar el esperado residuo de nuestra actividad en su recto. Extrañamente, no me dio asco, es más, me alegré de no encontrar sangre después de lo mucho que me había costado meterla por completo al principio. Le pregunté y ella me dijo que no me preocupara.

—Me duele un poco, pero nada fuera de lo normal —me dijo tras examinarse ella misma bajo el chorro de la regadera. Me besó con ternura y nos abrazamos—. Fue mejor de lo que imaginé.

—Te viniste muchas veces —comenté.

—¿Y de quién es la culpa? —me increpó, apresándome entre sus pechos—. ¡Ay! ¿Por qué tuviste que hacerlo así de bien? —se lamentó, acariciando mi pelo—. Una parte de mí quería que no me gustara, pero ahora muero de ganas por hacerlo otra vez… ¡PERO LUEGO! —se apresuró a aclarar, mirándome fijamente— ¡Después!

Volvimos a besarnos y a cerciorarnos de que mamá no hubiera sangrado, ayudándonos con la regadera de mano y esperando a que su esfínter liberara el agua que le introducíamos. Una vez limpios y libres de preocupaciones, nos quedamos tenidos en la cama, desnudos, mirándonos nuevamente a través del espejo.

—¿Cuántas veces nos has hipnotizado? —preguntó mi madre, pensativa.

—No sé —le fui sincero—. Tal vez unas 3 o 4 veces, no sabría decirte.

—¿Qué me hiciste hacer, cuando me hipnotizaste? —dijo con una voz temerosa, de alguien que no estaba segura de querer saber la respuesta.

—¿A ti? Nada —respondí despreocupadamente, en un intento por tranquilizarla—. Si te preguntas si hemos tenido sexo estando tú o Raquel en trance, la respuesta es no.

—Ah… —suspiró con alivio— ¿Y entonces?

—A ti sólo te he dicho que te dejes llevar y que dejes de preocuparte tanto, sólo eso. —Tuve que mentirle—. Fue para que dejaras de estar todo el tiempo agobiada con lo que ocurría entre Raquel y yo. No me esperaba que terminaras uniéndotenos.

—Ya veo… Y entonces… ¿Raquel te dijo… que jugábamos así?

—La verdad, fue Julia —contesté con franqueza.

—¡¿Qué?! —exclamó ella, girando su cara para verme a su lado y no a través del reflejo del techo.

—Ella las vio y me dijo —decidí continuar con la confesión—. Pensó que tú habías hipnotizado a Raquel y, tal vez, también a Tere.

—¡Dios! —chilló, sorprendida y algo indignada—. ¡Yo nunca…

—Lo sé, lo sé —la interrumpí—. Ahora, lo sé. ¡Ah! —dejé salir un suspiro—. Por un momento, pensé que era verdad. Era descabellado, pero no sonaba… imposible. Por eso te hipnoticé en el baño.

—¡Dios mío! —espetó, llevándose las manos a la cara.

—Perdón. Perdóname —me recosté y le aparté una mano para poder mirarla directamente—. Yo… no sabía cómo preguntarte y… si eso hubiera sido cierto, ¿cómo podría confiar en que me lo dijeras? —me expliqué. Ella se quedó pensando—. No… no sé… solamente lo hice —continué—. Luego, tú me hablaste de lo que había pasado en realidad y eso fue aún más… shockeante. Tuve que creerlo, aunque no quisiera hacerlo. Estabas hipnotizada, no había forma de que eso fuera mentira, además de que eso explicaba muy bien lo que me contó Julia.

—Mi niña… —gimoteó de pronto mi madre—. ¡Soy la peor! ¿En serio ella creyó que… ¡Ay, por Dios! ¡Todo este rato, ella pensó que yo había estado manipulando a tu hermana y a Tere! ¿Me creyeron capaz de algo así?

Se llevó las manos a la boca y siguió sollozando. Yo sólo la abracé e intenté consolarla. El llanto le ayudó a sacar el pesar que sentía por no poder acercarse más a Julia y que confiara en ella, así como sus heridas por la partida repentina de Tere. Poco a poco, terminó encogida entre mis brazos y sus lamentos fueron haciéndose más prolongados y lastimeros. La idea de hipnotizarla para que olvidara todo lo que acabábamos de hablar revoloteó en mi cabeza un rato, pero sabía que no era la respuesta. Sólo dejé que lo sacara, que todas esas emociones fluyeran. Mis manos buscaron aliviar la tensión en sus hombros y terminamos con ella recostada boca abajo y conmigo encima, masajeándola.

—Todo fue un malentendido —le dije al fin, haciendo círculos en su espalda alta—, hoy se lo explicaré a Julia.

—¡No! ¿Cómo crees? ¿Qué piensas decirle?

—La verdad, que Raquel y tú sólo fingían. ¡Ay! ¿Qué? Ella ya ha visto las fotos y videos que nos hemos tomado.

—¡Ay, no puede ser! ¡Luís! ¿Por qué?

—Ella fue quien las vio —me apresuré a explicarle—. Le gusta andar de mirona en mi teléfono y bien que no dejaba de verlas. Mira, Julia no se chupa el dedo y sabe de sobra las cosas que hacemos. Y si tiene la idea de que tú hiciste eso, es mejor que sepa la verdad. Total, una raya más al tigre. Además… creo que podría gustarle la idea.

 

Llegamos a la casa a eso de las cinco de la tarde. Tuvimos que comprar un saco para mamá en una tienda que estaba en otro centro comercial para justificar así que en la tienda que habíamos ido nos remitieron a otra sucursal; funcionó. Le había avisado a Julia y nos tuvieron preparada la mesa para que comiéramos algo en lo que llegaba Raquel. Tenía un par llamadas perdidas de ella y varios mensajes suyos increpándome por haberme escapado con mamá y no haber estado para la hora de la comida. En cuanto llegó, dijo que tenía una lesión en su hombro y nos dio la excusa para encerrarnos en su cuarto un rato. Allí no sólo tuve que darle explicaciones, también tuve que compensárselo.

—Vamos mañana —me pidió con voz ansiosa mientras me lamía la verga como sólo ella sabía hacer—. Siempre quise que lo hagamos en un motel.

—¿Mañana? ¿Y qué les vamos a decir a los demás?

—Nada. Tú puedes decir que vas a ver a una zorrita que conociste en el spa y yo solamente pido salir más temprano, me lo debe la ruca de la tienda. Hoy no fue a trabajar Letty y estuve todo el día sola.

Me vine en su cara al poco rato, le ayudé a limpiarse y bajamos de vuelta al comedor como si nada, bueno, claro que Julia nos vio con desaprobación y mamá veía de reojo a los abuelos para asegurarse de que no sospecharan nada.

Esa noche, vimos una película en la televisión. Preparamos palomitas y nos la pasamos bien en familia. Cuando fue hora de irnos a dormir, no tuve que reportarme con Raquel, me dijo que prefería esperarse al día siguiente y me reclamó por la poca textura de mi semen después de “haberlo hecho con mamá todo el día”. Nuestra madre se puso pálida al enterarse del plan para el día siguiente con mi hermana menor, pero no opuso resistencia, sólo insistió en que nos protegiéramos bien.

Yo entré al cuarto de Julia antes de que ella volviera de lavarse los dientes. Vestía un camisón azul cielo que me daba una buena idea del vaivén de sus pechos con cada paso que daba. Yo me mostré desnudo bajo las sábanas y ella, del susto, se apresuró a ponerle pestillo a su puerta. Le dije que podría estar tranquila, que después de lo que había ocurrido con mamá y con Raquel, no íbamos a necesitar los condones.

—Ah… bueno —dijo con voz queda mientras se cepillaba el pelo frente al tocador. Sonaba pensativa, quizás… ¿decepcionada?

—Ya hablé con mamá.

—¿De qué? —me preguntó con indiferencia, sin parar de cepillar.

—De la hipnosis.

Sus ojos se abrieron como platos y volteó a verme con un rostro tan pálido que parecía hecho de cera. Me pareció una buena idea para bromear con ella.

—La hipnoticé y me lo confesó todo —confesé con tono serio.

—¿Cómo? ¿Qué te dijo? —susurró, apenas con un hilo de voz.

—La verdad. Ella hipnotizó a Raquel, a Tere y también a mí. —Seguí hablando con voz helada y una expresión grave.

Sus párpados se entrecerraron y la expresión en su rostro pasó a demostrarme que había descubierto que estaba vacilándola. Sonreí al verme expuesto y ella volvió a su ritual de acicalado, mirando con un dejo de desilusión a su otra yo del otro lado del espejo.

—Ya, pues. Era un juego —dije, un tanto desanimado, pero aún sonriente—. Mamá y Raquel fingen estar hipnotizadas y hacen lo que la otra le diga.

—¡Ay, ajá! —se jactó mi hermana con incredulidad—. ¿Eso te dijo mamá?

—Estando hipnotizada, sí —le respondí con una sonrisa de oreja a oreja, asintiendo exageradamente.

—¿Cómo? —preguntó, volteándose una vez más para verme, desconcertada y visiblemente perturbada.

Empecé a contarle lo que ocurrió en el baño del centro comercial, todo. Fui soltando algunos detalles picantes al principio y aunque ella hacía gestos de incomodidad o vergüenza, no me detuvo y siguió escuchándome. Había terminado de cepillarse, pero se quedó sentada y no me interrumpió hasta que llegué al momento en que ella me llamó y le dije que iríamos al motel.

—Y pues… ya te imaginarás lo demás —concluí.

—¿Sí la hipnotizaste otra vez? —preguntó ella una chispa de curiosidad en su mirada.

Y aquello dio paso a narrarle el resto de mi día con mamá. Esta vez, me tomé la libertad de no omitir ningún detalle, lo que propició que ella incluso me preguntara por cosas como la manera en que mamá se acomodaba mi verga en su garganta o las posiciones en las que lo hicimos, para lo cual llegué a escenificarlas. Sobra decir que mi amigo se fue despertando con todo eso. La idea de que Julia se mostrara abiertamente interesada a ese grado hacía que me hirviera la sangre. La mezcla de asco y perplejidad en el rostro de Julia al contarle cómo prácticamente había violado a nuestra madre por el culo no hizo más que terminar de ponérmela bien dura.

—Y así… nos bañamos, fuimos a comprar el saco de mamá al almacén y vinimos para acá —concluí mi relato, con las manos en mi nuca y sin pudor de estarle exhibiendo mi obscena y palpitante erección a mi hermana mayor en su propia cama—.  La verdad, a mamá le afectó mucho saber que tú tenías ese tipo de sospechas de ella.

—¡Ay, no! Lo que me faltaba —se lamentó, apoyando la frente en su palma—. Ahora se va a sentir peor por haber pensado eso de ella. 

—Ya hablé con ella de eso —me apuré en decírselo para que no se agobiara—. Sí, le afectó, pero es más porque anda sensible todavía por lo de Tere. Va a estar bien —añadí con calma.

—Y, entonces, ¿qué? —me cuestionó mi hermana mayor con un poco de disgusto—¿También vas a hacer lo mismo con Raquel? —dijo tal vez de manera retórica.

—Mañana, dijo ella —le contesté, quise decirlo de una manera que sonara como algo natural, pero creo que soné cínico.

—¿En serio? —gruñó, atónita y algo indignada— ¡Ash! ¿Sabes qué? No me sorprende —gruñó, claramente molesta—. Los tres parecen ollas exprés a punto de explotar.

—Ya sé —le confirmé, seguramente escuchándome aún más desvergonzado—. Hoy, mamá estaba como loca desde que me llevó a los baños.

—Sí, sí… ya te oí —respondió con fastidio, levantándose por fin del taburete de su tocador y acercándose a la cama.

—¿Y si me ayudas con una? —bromeé, plegando las sábanas para que ella se acostara—. Mañana me toca ir con Raquel y tú me ayudarías con mamá.

—¡No-o! Ni loca —canturreó, sentándose en su espacio del colchón y centrando su atención en la pantalla de su celular—. Tú te metiste en esa bronca, tú sal solito.

—¡Me lleva la chingada! —rumié retorciéndome como si aquello me molestara— ¿Tú qué harías? —le pregunté, recostándome hacia ella.

—Hum… Las hipnotizaría para que dejen que querer tener sexo conmigo a cada rato e intentaría tener una vida normal —me sugirió con esa sonrisa falsa que hacía que arrugara la nariz y entrecerrara los ojos.

—¿Eso te incluiría a ti? —quise contraatacar.

Mi hermana tan sólo me miró de reojo. La expresión en sus ojos hizo que casi pudiera escucharla en mi mente, diciendo: “¡Ya, mejor, cállate!”. Volvió a enfocarse en su celular, sus pulgares debían estar escribiendo algo y me ignoró por un rato. Ella seguía con el camisón puesto, lo cual me parecía extraño.

—¿Hoy vas a dormir vestida? —pregunté para acabar con ese silencio frío.

—Puede ser —me respondió con apatía, bajando la temperatura un par de grados más.

—Oye —empecé a hablar al fin. Yo estaba con la mirada perdida en el techo de nuevo—, estaba pensando… sobre todo eso que me dijo mamá sobre lo de actuar como si estuviera hipnotizada.

—¿Te refieres a lo que dijo cuando la hipnotizaste? ¿O cuando jugaron a que ella estaba hipnotizada? —me preguntó Julia con voz acusadora.

—Ambas —dije con un tono de culpa, tal vez a ella le daría gusto que admitiera mi crimen y sintiera remordimiento—. La verdad, aunque estuviera fingiendo, esta vez fue diferente a otras veces que jugamos al “amo y sirviente. —Mi hermana sólo bufó con desagrado, pero pude ver por el rabillo del ojo que por fin había soltado su teléfono—. Fue como si en verdad… como si quisiera llevar ese juego… hasta las últimas consecuencias.

—Se comprometió con su papel —comentó, una vez más, apáticamente.

—Sí… —suspiré, pensando qué palabras usar para seguir captando su atención—. Cuando me dijo que aquello la hacía sentirse liberada, no lo entendí. No quería creerlo, aunque me lo hubiera confesado estando en trance, un trance de verdad —enfaticé, mirándola y descubriendo que me estaba poniendo atención—. Y cuando estuvimos en el motel, realmente se transformó. Estaba actuando, pero obedeció incluso en lo último.

«Antes de eso —continué—, me dijo acerca de hacer lo que a ellas les gusta. No lo había pensado, pero es verdad. No es lo mismo hacerlo con mamá que con Tere o con Raquel… o lo que hacemos tú y yo; todo es distinto. Yo creí que era algo normal, ¿sabes?

—¿En serio apenas te enteraste? —me preguntó Julia, sorprendida y con una sonrisa de incredulidad—. Que le hubieras lavado el coco a mamá y a Raquel es una cosa, pero a Tere la amarraste con otra cosa…

—Eso mismo me dijo mamá —suspiré.

—¿Y ahora? ¿Por qué te pones así? —volvió a interrogarme ella, aún desconcertada.

—Es que, cuando estábamos allí, cuando aprendí lo que mamá esperaba de mí, yo tampoco me contuve —respondí con voz ronca. No había pensado en las palabras, simplemente me salieron de la boca.  

—¿Le pegaste? —preguntó Julia cautelosamente.

—Más que eso. Prácticamente, la violé. La obligué a que me dejara metérselo por… allí —decidí moderarme para no incomodar a mi hermana, sabía cómo le afectaba cuando hablaba de sexo anal… y del sexo con mamá—. Yo no haría eso si no supiera que eso era lo que ella quería —me apresuré a justificarme, evitando mirarla directamente—, que en el fondo ella quería que la tratara así.

—Pues —comenzó a hablar lentamente y con voz queda y vacilante—, supongo que si lo hiciste por ella y no por ti, no estuvo mal.

—Es que, también… ¡Ah! —suspiré una vez más—. A mí me gusta ver que les gusta… que lo están disfrutando —declaré, innegablemente afectado por lo que implicaban mis palabras—. ¿Sabes? Por un rato, mi cerebro se desconectó porque sólo quería ver qué cara pondría mamá cuando abusara de ella como quería —confesé, tragando saliva para que no se me quebrara la voz—. En el fondo, no termino de entender por qué le gusta, pero lo hago porque sé que le gusta… y eso… me… excita más —solté finalmente, lo saqué de mi pecho y pude aspirar hondamente. Decirlo en voz alta siempre es distinto a sólo pensarlo y al escucharlo, aunque me avergonzara, pude sentir paz—. ¿Tú crees que sea cierto eso de que ser obligada la haga sentirse mejor?

—Tiene sentido —sugirió mi hermana. Sonaba algo perturbada, pero estaba intentando consolarme y eso me tranquilizó—. Mamá se mortifica por todo —continuó—, tiene algo de lógica que ser obligada la haga sentirse libre de responsabilidades, ¿no? Ella siempre parece estar cargando con algo… con todo, quizás.

«Yo puedo entenderla en ese sentido, ¿sabes? —siguió hablando, posando su palma sobre mi brazo—. Tener que tomar tantas decisiones en el día… te agota. Y no te das cuenta hasta que todo se te junta y se acumula. ¡No sabes lo mucho que me ayudaron las vacaciones este año! Estaba tan ofuscada con el trabajo y no lo sabía. Te confieso —dijo con un tono más animado y acercándose más a mí— que cuando Tere nos dijo que el viaje se iba a hacer y me dije a mí misma que no había forma de evitarlo, todo fue más fácil. Me hice a la idea de que ya no estaba en mis manos a dónde iríamos o cómo llegaríamos, simplemente me dejé llevar… ¡y fue genial! Me la pasé muy bien, conocí a Emma, me dejé de preocupar por tantas cosas y… pude acercarme más… a todos.

—Sí. ¡Qué loco! ¿No? —solté con un falso alivio que buscaba esconder mis nervios—. Creo que ya puedo entenderlo un poco mejor todo eso. Tocará ver si será lo mismo con Raquel, aunque creo que ella es más soft que mamá, je, je. Y… bueno… —empecé a balbucear— estaba pensando… que… O sea… Bueno, tal vez… que tú… ¿Sabes? Eh… que si a ti… te gustaría intentarlo… también.

Sentía que se me cerraba la garganta, como pude, lo dije volteando a verla. Julia me miró detenidamente, con el rostro inclinado y aunque sus labios se separaron para hablar, se contuvo en el último instante. Su vista se perdió en algún punto de su camisón, luego, a las sábanas y recorrió sus piernas hasta llegar a la puerta. Su lengua se asomó y comenzó a repasar lentamente su labio superior mientras sus ojos inquietos me decían estaba deliberando. Yo sentía que el corazón lo tenía en la faringe. Estuve tentado a retractarme en el instante en que esas palabras salieron de mi boca, pero al verla así, preferí esperar pacientemente a que me respondiera, ya fuera un sí o no.

—Pero no me hipnotizarías de verdad, ¿verdad? 

Comentarios

  1. Pffffff!! Que capítulo!!!!!!!!!! Y la línea final 🤯

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    1. Una disculpa por cliff-hanger, ya pronto verán que a quién también le gusta jugar con las expectativas de los demás.

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  2. Vaya capítulo, la manera como lo llevas y la explicación paulatina te hacen volar la cabeza. La última línea me dejó con ganas de leer el siguiente capítulo de inmediato.
    He leído diferentes relatos pero los tuyos son extremadamente buenos.

    Recomendación manejar alguna página de patrón como hacen otros escritores. Sin duda pagaría por leer más capítulos adelantados.

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    Respuestas
    1. Mil gracias por el apoyo, en verdad.

      He estado revisando opciones para monetizar, porque vaya que lo necesitaría. He visto opciones para recopilar la saga y publicarla en un libro (un editor me sugirió que hasta podrían hacerse 3 libros y todos están de acuerdo en que tendría que reestructurar la narrativa de los primeros capítulos para que todo fuera más cohesivo) y en un futuro, planeo publicarlo de manera independiente.

      Por el lado de Patreon, primero tendría que crear el contenido que les podría ofrecer y asegurarme de poder estar publicando a un ritmo por el que valiera la pena pagar una membresía mensual; lo cual, por mi trabajo, se me dificulta en ocasiones. Una vez concluida la saga, dejaré de publicar un tiempo, pero no de escribir. Pienso hacer lo mismo que cuando empecé con esta saga y hasta que no tenga un colchón que me permita estar brindándoles contenido constantemente y poder ofrecerles al menos 1, 2 o hasta 3 semanas de exclusiva, entonces iré publicando.

      Te agradezco la recomendación, pero quiero prepararme antes de empezar a recibir dinero.

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