Al día siguiente, nos tocó llevar a los abuelos a tomar su vuelo a Houston. Raquel se había despedido de ellos antes de irse a trabajar y no le tocó seguir escuchando las varias y ocurrentes bromas que el abuelo nos gastó por ser día de los inocentes.
—Pues Miguel nos dijo que nos quedáramos a vivir allá con él. Ya cuando pase el frío mandamos a evaluar la casa y los terrenos en San Luís y nos compramos una casita allá.
—¡Papá! —exclamó mamá, horrorizada. Si algo era sagrado para ella eran sus padres y la casa en la que había crecido—. ¡No puedes hablar en serio! ¡No puedes vender la ca…
—Tranquila, mi amor —intervino rápidamente la abuela—. Es otra broma de tu papá. Este hombre exigiría que lo fusilen antes de vender nuestra casa.
—¡Inocente palomita! —rio desvergonzadamente el aludido—. ¡Ven acá, mi lechuguilla! —dijo, extendiendo el brazo para arropar a su hija—. Sabes que la casa estará siempre allí, sería bueno que nos visitaran de vez en cuando, para variar.
Nos quedamos un rato más, antes de que ingresaran a la sala de espera. No querían irse y seguimos platicando un buen rato más. En algún momento, la conversación volvió a centrarse en Julia, Raquel y yo; y los planes que tuviéramos para el aparentemente obligatorio matrimonio.
—¡N’ombre! ¡Qué se van a andar casando estas dos! —dije descaradamente, con un acento de ranchero norteño—. ¡Ningún pelafustán a venir a empeorar la raza! —añadí, haciendo alusión al comentario del abuelo de que “había que mejorarla”—. Pa’ esas gracias, nomás digo que son mis primas y nos casamos, ya ves que aquí en el norte sí se puede, ja, ja.
Los abuelos se lo tomaron con humor. La abuela de alguna manera, encontró tierno aquél comentario. Me apretó la mejilla y el abuelo se acercó a darme una de sus pesadas y escandalosas palmadas en la espalda, riendo casi orgulloso de verme actuar como el macho que ansiaba que fuera. Por su parte, mamá y Julia tenían una expresión nerviosa en sus sonrisas.
—¡Inocente palomita! —acoté para dejar en claro lo que fuera que tuviera que aclararse.
El vuelo se anunció más tarde y fue el momento de decirles adiós. Había sido agradable tenerlos en otras circunstancias, no con la casa vuelta un hervidero de hormonas y tensión sexual como lo estaba. El camino de vuelta a casa no fue tan agradable con el regaño de mamá sobre el grito de Julia la noche anterior y aprovechó para sacar de su ronco pecho el disgusto por la caja de condones en navidad. Toda esa tensión tuvo un desenlace, aunque contrastante, algo previsible.
Tan pronto se cerró la puerta, nuestra madre tiró de mí y reclamó mi boca como si fuera de su propiedad mientras escuchaba cómo Julia subía las escaleras a toda velocidad a mis espaldas.
—Anoche tuve que tocarme sola —gruñó antes de volver a unir nuestros labios—. ¿Raqui y tú se divirtieron ayer, amor?
Antes, le había pedido a Raquel que no me hablara así, pero escucharlo de mamá aquella vez, así como estaba de desesperada y comiéndome a besos, me excitó. Pronto, las prendas de uno fueron siendo retiradas por las manos del otro. Ella conservó su falda, pero sus pantis yacían en el suelo. Mi mano ya estaba trabajando en esa zona que ya conocía de memoria. Su blusa desabotonada apenas podía contener sus tetas, que estaban lo suficientemente afuera del sostén para que mi boca pudiera regodearse cuando no estuviera besando la suya o alguna parte de su cuello.
—Vamos al cuarto —jadeó de pronto—. Ya no aguanto.
Subí tras ella y nos entregamos en cuerpo y alma a nuestro propio deseo y al del otro. Mamá estaba actuando con más iniciativa y con un objetivo claro: que se la metiera lo antes posible. No contuvo su voz en cuanto empecé a embestirla a un ritmo pausado, pero con fuerza. Cada impacto era un grito o un gemido con esa voz de gusto y de alivio, no era chillona como la de Raquel, era la voz de una mujer madura que estaba recibiendo lo que tanto ansiaba. Al principio tuve sus piernas apoyadas sobre mi pecho, luego, sólo una al hombro. Nuestra piel aplaudía con cada embestida bien dada y el sonido del chapoteo fue aderezando los sonidos de mamá.
Me vine dentro y aunque nos tomamos una pausa para retomar el aliento, ella sólo esperó pacientemente a que mi verga volviera a estar lista para un segundo round. Al acabar en su rostro, mi madre corrió a buscar su teléfono para encargar pizzas.
—No pienso salir de la cama. Y tú tampoco lo harás —dijo, sonriente, apretando su índice contra mi pecho.
Nos quedamos en su cuarto viendo la tele, pero no se nos habían acabado las ganas y volvimos a la acción al poco rato. Incluso cuando llegaron las pizzas, mamá le pidió a Julia que nos llevara una y no le importó que su hija mayor presenciara con aquella cara de decepción cómo pegaba tremendos sentones sobre mí. Yo sólo le dediqué a mi hermana una mueca de resignación y ella puso los ojos en blanco antes de dejarnos solos.
—Que ponga las caras que quiera —decía mamá entrecortadamente—. Ella te tuvo en su cama todas las noches… ¡Uh! Ahora, me toca a mí.
Lo dijo como si fuera una niña haciendo berrinche, me recordó mucho a Raquel. Verla así de ansiosa por mí hizo que me prendiera aún más y con mis manos en su culo comencé a bombear hacia arriba, haciéndola gozar hasta volver a llenarla de leche. Mientras comíamos unas rebanadas, a modo de broma, froté mis dedos en sus gajos para impregnar un poco en mi rebanada y ver cómo reaccionaría. Para mi grata sorpresa, ella misma recolectó un poco más de sus mieles y dejó que cayeran como gotas espesas sobre el objetivo de mi próximo bocado. Realmente, no aportó ningún sabor, pero el hecho de hacerlo hizo que el fuego no se apagara.
Esta vez, sí nos quedamos viendo una película, ella se acurrucó en mi pecho y se quedó dormida un rato mientras yo me quedé viendo la horrible programación decembrina. Nos quedamos allí hasta que llegó Raquel, a quien mamá terminó de desvestir y la convenció de unírsenos. Ya habíamos compartido esa cama en otras ocasiones, pero el hecho de que mi hermanita llegara a sólo recostarse y comer fue más agradable de lo que habría imaginado.
—Creí que llegarías a sacarme lo que me queda de leche —le comenté burlonamente.
—Conociendo a mamá, seguro ya no te queda nada —dijo, dándole otro mordisco a su rebanada—. Además, estoy cansada. No dormí bien por culpa de alguien —añadió con tono de reclamo y la boca llena—. ¿Ya lo hicieron?
—No, Raquel, no lo hemos hecho todavía —respondí con voz cansina, pero sonriente.
La rodeé con mi brazo y la presioné contra mí. Tenía a mamá a mi izquierda y ella, a mi derecha. Ella sólo gruñó de frustración, lo que nos sacó unas risas a mamá y a mí y siguió comiendo en silencio. Durante un rato, nos dedicamos a fingir que poníamos atención al reality show de remodelaciones de casas hasta que mis párpados comenzaron a pesar.
Cuando abrí de nuevo los ojos ya estaba atardeciendo. Me había despertado una sensación familiar y al bajar la mirada, vi a mi madre y mi hermana menor compartiéndose mi verga de una forma casi civilizada. Se turnaban para engullirse mi macana o para lamer la mitad que les tocaba a cada una de una manera que parecía armoniosa.
—¡Hum! Creí que ibas a seguir dormido —me saludó Raquel antes de lamer mis bolas—. Hasta roncaste.
—¡Déjalo! —rio mamá, acomedida en lamer mi tronco—. Después de lo que hicieron ayer, debe seguir cansado, mi bebé.
Debo reconocer que escuchar a mamá hablar de esa manera hacía que la sangre me fluyera más rápido. Ella sonrió al notarlo a través de mi tranca y siguió.
—Mi pobre, pobre bebé —ronroneó antes de besar mi glande e indicarle a Raquel que se uniera a ella—. Está muy cansado de cogerse a su hermanita y a su mami en un motel.
—Mi hermano está cansadito de rompernos la colita —aportó Raquel, A diferencia del tono maternal de Sandra, mi hermanita suspiraba con una voz cargada de lujuria—. Es muy malo. Le gusta meterla toda, aunque esté toda apretadita.
—Así es… —jadeó mi madre—. A mi niño le gusta meterla duro. ¡Hum! ¡Bien duro! Y sabe que a mami le gusta así.
Su mano sacudió mi verga, haciendo que pegara en sus mejillas. Ambas voltearon a verme, deleitándose con la cara de pendejo que yo debía estar haciendo. Sus manos comenzaron a reptar sobre mí, cada una iba a su bola y mis piernas se contrajeron por el estímulo. Mamá no estaba tan enterada de mis puntos débiles, pero Raquel conocía esa zona sensible en la parte baja de mi abdomen, donde termina la barriga y está el hueso de la cadera, la fosa ilíaca. Mi hermanita sabía cómo, qué tan suave y en qué dirección provocarme esos leves escalofríos y hacer que mi longaniza pegara brincos.
Debieron intuir que estaba acercándome al límite, porque dejaron la plática sexy y todas sus caricias se hicieron más sutiles. Raquel apartaba a mamá y su lengua de mí con besos de vez en cuando y podía ver cómo nuestra madre aceptaba de mala gana la boca de su hija menor; no porque no le gustara, sino porque no quería que la separaran de mi verga. Entre todos, tratamos de prolongarlo todo lo que pudimos, hasta que mi descarga salió disparada al aire, sin atinar a ninguno de sus rostros, lo que provocó una aguerrida pero fugaz batalla entre ellas para recoger la mayor cantidad posible de mi ya escasa venida.
Raquel sabía que estaba alcanzando mi límite y se lanzó a comerle la entrepierna a mamá, recalcando que aún tenía sabor a mí. Mi hermanita no se detuvo hasta saciarse de los jugos que manaron de ese lugar del que ambos habíamos nacido y una vez conseguido aquel discreto clímax de nuestra progenitora, se recostó entre ella y yo. Por pervertida que fuera la escena de un par de hijos, desnudos y descansando junto a su madre después de tener sexo, estar los tres juntos en esa cama amplia se sintió muy reconfortante. Después del par de días que habíamos tenido, aquello fue como un respiro.
—Te ves contento —señaló Raquel con tono burlón—. ¿Es por tenernos así a mamá y a mí? ¿O es por Julia? Ya, dime. ¿Qué pasó ayer? ¿Qué fue ese grito? ¡Parecía que la estabas matando, perro! —añadió haciendo una voz graciosa.
—¡Pft! Nada. No hicimos nada —dije, tratando de evadir las preguntas—. Fue una tontería
—¿Ah, sí? —exclamó mi hermanita, indignada—. ¿No me vas a decir, después de que te quitara a mamá de encima anoche?
—¡Oye! —reaccionó nuestra madre—. Lo dices como si fuera una bestia salvaje.
—¡Ay! Tú también corriste a ver lo que estaban haciendo —contestó sonriente la hija menor—. ¿Apoco no sonó a que Luís ya la…
—Todavía no pasa nada —la interrumpí, un tanto fastidiado.
La mano de mi madre empezó a sobarme el pecho y apoyó su mejilla en mi hombro, había malinterpretado mi disgusto y se había puesto a consolarme.
—Ya, ya…
Raquel no insistió más y así pasamos la noche. Las veces que salí del cuarto para ir al baño a lo largo del día, había visto la puerta de Julia cerrada y no me atreví a interrumpir su paz, pese a que no había dejado de pensar en ella y en las ganas que tenía de volver a pasar la noche a su lado. Cuando sólo estábamos mamá y yo, consideré la opción de pedirle que se quedara con nosotros cuando nos trajo la pizza y que nos acompañara como aquella vez en la playa, aunque fuera sólo viendo. No me daba cuenta de lo mucho que ansiaba estar con ella hasta el momento en que regresé a la cama y abracé a mamá como hacía con mi hermana mayor.
Al día siguiente, la única en levantarse temprano fue Raquel. El día anterior había usado mascada para cubrir los remanentes rojizos de mis manos en su cuello, pero ese día la vi usar una gargantilla que no dudó en presumirme. Me pidió que comprobara lo ajustada que estaba e intentara colar mi dedo entre el cuero negro y su piel, deleitándose con ver que aquello me excitaba. Un beso de despedida y la casa quedó en silencio. Mamá y Julia seguían en sus cuartos, yo le había preparado un desayuno a mi hermanita, seguía el de ellas.
La primera en bajar fue Julia. Llevaba puesto su camisón celeste.
—Ya se fue Raquel—le dije, dándole la espalda mientras terminaba de preparar los huevos con jamón en la sartén—, puedes quitártelo, si quieres —sugerí, refiriéndome a su prenda.
Lo dije a modo de broma, ella no respondió. Pero al darme la vuelta, se me dibujó una sonrisa al ver sus pechos asomándose por encima de la tela azul. Sus codos estaban sobre la mesa y ella estaba inclinada para acentuar la manera en que esos melones se desbordaban sobre el vidrio, sonriéndome tímidamente.
—Anoche te extrañé —le confesé al acercarme a la mesa, aquello me salió del alma.
—¡Ah! Pues, no te creo —respondió, sonriendo altivamente al recibir su plato—, estuviste muy bien acompañado.
—Bueno… es que —titubeé—, sin los abuelos… Ya sabes… mamá andaba como una fiera ayer.
—Ajá —suspiró ella, pretendiendo que me daba la razón—. Por eso no saliste de allí en todo el día. Sólo querías que escuchara cómo cogían sin parar —dijo, llevándose el tenedor con comida a la boca—. No. No te creo eso de “te extrañé” —añadió, haciendo una voz ridícula.
—Julia…
—Creí que dormiría mejor cuando volviera a tener la cama para mí sola… —siguió hablando con tono pensativo.
Aquella frase quedó inconclusa después de probar otro bocado. Por un rato, sólo se escucharon los cubiertos tintineando. El bostezo de mamá bajando las escaleras hizo que mi hermana se apresurara en volver a esconder sus pechos dentro del camisón y siguió comiendo en silencio. Mamá caminó lentamente hacia el comedor, traía puesta su bata, abierta y que no le cubría nada que no fuera la espalda y los brazos. Se acercó a besar a su hija en la mejilla y sentarse frente a ella. Había algo diferente en su actitud, algo que me recordaba mucho a Raquel.
—Si quieren ir a algún lado —dijo con tono sugerente—, aprovechen. Hoy tampoco pienso moverme de la cama —añadió, bostezando con toda la flojera del mundo—. Sólo avísenme para saber si vuelvo a encargar algo de comer.
—Oye, ¿qué se trae mamá? —me preguntó Julia.
Me encogí de hombros, de verdad que no entendía aquél comportamiento de parte de nuestra madre. Habíamos decidido salir. No teníamos un destino en mente, nuestros pasos nos llevaron al parque que había cerca de la casa y sólo deambulábamos sin rumbo fijo bajo la sombra de aquellos pocos árboles que no perdían sus hojas en invierno.
—Seguro se ha de estar haciendo ideas por culpa de tu grito —dije para molestarla—. Raquel no paraba de preguntarme.
—¿Y qué les dijiste? —preguntó, intentando mostrarse calmada, aunque podía percibirse la inquietud en su voz.
—Nada. Me dijiste que no les dijera nada, ¿no? —respondí con obviedad y ella me miró pasmada—. Ya, cuando quieras, les cuentas tú.
—¡Ay, no! —se quejó con voz chillona—. ¿Cómo crees que les voy a decir yo? ¡Qué pena!
—No debería de darte pena —dije alzando la vista a las ramas de los árboles—. Después de lo que hemos hecho ellas y yo, no creo que lo tomaran a mal. Es más, creo que hasta se alegrarían.
—¡Ja! —refunfuñó, acomodándose el mechón de pelo que le estorbaba la cara—. Raquel no pararía de burlarse de mí, te lo aseguro. Y mamá… ¡Fu! Seguro se pondría de pesada todo el día, de metiche, preguntando… queriéndolo saber todo… Seguramente querrá hacer conmigo lo mismo que hace con Raquel.
—En realidad, las dos van a querer —le dejé saber sin tapujos—. Pero, bueno, ¿podrías culparlas?
—¡Ay! ¡Es horrible! —chilló—. No quiero que hagan conmigo lo que se hacen la una a la otra. Podrá gustarles eso… hacerlo con mujeres… pero a mí, no.
—No digas que no te gusta si no lo has intentado —le canturreé arrogantemente.
—¡Ah! Entonces tú te tendrías que echar a un bato para decir que eres macho calado —contraatacó.
—Touché —reconocí y nos quedamos en silencio, cada uno con sus pensamientos—. ¡Ah! Ahora entiendo por qué no quieres que ellas se enteren de nada —suspiré.
Me quedé repasando escenarios imaginarios en los que Julia anduviera desnuda por la casa o me comiera la pinga a media sala, sin tener que ocultarse. Y en definitiva, pude ver a mamá y a Raquel armando alboroto alrededor de eso. Por supuesto que no se enojarían, pero claro que vi la escena que pintó Julia ocurriendo tal cual. Me pregunté si habría alguna manera…
—Pues, sí. Creo que tienes razón —dije con resignación—, no hay manera de que ellas te dejaran en paz. ¡Fiu! Menos mal —resoplé exageradamente con alivio—. Y yo, pensando que era porque te avergonzabas de mí —declamé con un afligido dramatismo.
—¿Y por qué creíste que sería por ti? —me preguntó, riendo sorprendida—. Si así fuera, tú habrías dormido en la sala desde el principio
Dijo eso presionando su índice en mi pecho, sonriente y juguetona. Sin darse cuenta, se había acercado demasiado, tanto como para soltarle un pico. No lo hice, sólo la miré fijamente y poco a poco, sus mejillas se sonrojaron. Alejó la vista de mí y seguimos caminando hasta sentarnos en una banca.
—Esta noche que no estuviste… se sintió… fría —dijo ella, apenas con un hilo de voz.
—Hizo mucho frío —respondí con voz parca.
—Sí… no creo que ustedes hayan pasado frío anoche —comentó, encarándome con una sonrisa falsa, entrecerrando los ojos y frunciendo la nariz.
—Bueno, bueno. Esta noche me quedo contigo —dije como si no tuviera de otra, como haría un sujeto al que habían acorralado para pagar.
—¡Ay, sí! —se jactó con incredulidad— ¿Y cuál va a ser tu pretexto? ¿Qué vas a decirles a ellas para que te dejen?
—Que quiero volver a dormir contigo.
Se lo solté , como si aquello fuera lo más obvio del mundo, algo completamente normal. Ella sólo frunció los labios y desvió nuevamente la cara, para que no la viera cómo volvía a sonrojarse.
—Mira —comencé a decir con calma—, ya sé que no es fácil para ti, que te da pena o que no quieres estar dándole explicaciones a mamá ni a Raquel o soportando cosas que a ti no te gustan de ellas. No les digas nada, entonces —le indiqué, posando mi mano en su regazo. Ella giró su cara hacia mí—. No tienes por qué explicarles nada si no quieres. Sería bueno que pudieras —añadí a modo de sugerencia—, pero… ¿sabes? No hace falta. No tienes por qué pasártela encerrada. Tú también puedes andar como te plazca en la casa… o… —empecé a bajar mi voz y a acercarme a ella— también puedes pedirme lo que quieras… para que las noches no sean tan frías.
Y así, movido por la electricidad que me recorrió la espalda, y también por todo lo que sentía que se me estaba desbordando del pecho, mis labios encontraron los suyos. Ella pegó un brinco y su rostro empezó a agitarse, al igual que su mano bajo la mía. Mi otra mano acudió a contener suavemente su hombro y retrocedí para verla. Mi hermana mayor volteaba para todos lados, dándose cuenta de que no había nadie cerca viéndonos (cosa de la que yo me había percatado hacía rato). Cuando por fin pudo respirar tranquila, empezó a verme con cara de corajillo. Sus mejillas se estaban infladas y el aire no lograba escapársele de esa boca, fruncida al igual que su ceño; pero yo… simplemente no podía parar de sonreír.
Mi mano seguía sujetando la suya y empecé a entrelazar nuestros dedos. Ella sólo tragaba saliva y las facciones de su cara iban relajándose, aunque sus ojos seguían clavados en mí. Gradualmente, esa careta de molestia fue transformándose en una de duda y luego, en una de aceptación. Nuestro segundo beso fue menos abrupto, fue pausado, tierno y cálido. Sólo hubo contacto entre nuestros labios, pero desde el primer instante, pude notar que se sentía muy diferente. No era como Raquel, mamá o Tere. Era como si todo mi cuerpo se calentara y se derritiera, era totalmente distinto a mi primer beso, el que tuve con Raquel.
Nos separamos porque ya casi nos quedábamos sin aliento. Cada uno respiró como pudo, mirando para todos lados a ver de nuevo si no había alguien más, todavía sujetándonos de la mano. Unas risas nerviosas, bobas, brotaron de nosotros. Después de una pausa y como si nuestras mentes se hubieran sincronizado por el simple hecho de que nuestras manos seguían sin soltarse, de manera simultánea propusimos ir al cine.
¿Qué película era? ¡Yo qué sé! A ninguno de los dos le importó un carajo, sólo vimos los horarios y preguntamos si nos podían vender boletos para la función que estaba empezando en ese momento. Tontamente, le pregunté a Julia si quería algo de la dulcería y ella solamente tiró de mí para apurarnos a entregar los boletos al sujeto desprovisto de ganas de vivir que los rompía para dejarnos entrar a las salas. Ahora que lo pienso, ni siquiera sé si entramos a la sala correcta. En cuanto cruzamos las puertas y la oscuridad nos arropó, fue su mano la que encontró la mía. La sala estaba casi vacía y aunque nuestros asientos eran otros, sabíamos que a nadie le iba a importar que nos sentáramos en la última fila.
El sonido estridente y las imágenes en sucesión debieron ser suficientes para entretener al resto de la audiencia en la sala, pero nosotros dos sólo nos dedicamos a buscar algo que habíamos perdido en el cuerpo del otro. Mis manos no dudaron en apretar sus pechos, primero por encima de la ropa, luego, escabulléndose debajo de su brasier para tocarlos directamente mientras mis labios se dirigieron a su cuello. Ella por su parte también se aventuró bajo mi playera y en cuanto sintió mis dedos deslizarse por su pierna bajo la falda, su mano también empezó a descender. Se adentró en mi pantalón, pero noté que se aseguró de no ir debajo de mi bóxer. Fue descubriendo a tientas la forma de mi verga por encima de la tela de algodón, palpando con la timidez y curiosidad propias de su falta de experiencia.
Yo sí sentí directamente la humedad y el calor de su entrepierna. Fue a partir de ese momento en que nuestros labios tuvieron que permanecer ocupados para evitar que un ruido inoportuno se nos escapara. Más pronto que tarde, sus piernas se cerraron con mi mano dentro y su mano se cerró con fuerza alrededor de mi verga, que ya estaba dura como una piedra. Apoyó la cabeza en mi hombro, resoplando y jadeando. Yo sólo la abracé y esperé para ver qué me diría.
—Perdón —me dijo con la cabeza gacha mientras le entregaba su combo de hamburguesa con papas y refresco—. No nos quedamos ni la mitad de la película.
—¡Ah! ¿Tú querías seguir hasta que se acabara? —le pregunté para molestarla un poco.
—Pero… tú no… terminaste…
Su dedo sólo se puso a tontear sobre la tapa de su vaso. Habíamos salido corriendo de la sala y terminamos en la zona de comida del centro comercial después de que Julia pasara a los baños. No voy a negarlo, correr con el garrote tieso fue incómodo, pero no estaba molesto por no haberme venido. Al contrario, yo andaba con una sonrisa que no se me podía quitar, nunca me imaginé que me sentiría tan bien sólo pasar unos pocos minutos besando a Julia y fajando en una sala de cine.
—Ya quita esa sonrisa —me pidió ella, con la boca llena de papas fritas y acercándome a la cara mi propio vaso—. Haces que me sienta peor.
—¿Alguna ves te imaginaste hacer algo así? —le pregunté, atontado y con el popote atorado entre los dientes—. No conmigo, digo… o sea, con alguien, quien sea.
Ella sólo negó con la cabeza y se volvió a llenar la boca con papas sin alzar la vista. Imitando a mi hermana, le di un mordisco obsceno a mi hamburguesa y así darme una excusa para callarme el hocico un rato. Mientras masticaba, me venían a la mente aquellas veces en que me la jalaba pensando en Julia y nada más, aquello se sentía como si hubiera sido hacía mucho, en alguna otra vida; pero no había pasado ni un año desde que todo esto había empezado, desde que hipnoticé a Raquel por primera vez. En menos de un año, habían pasado tantas cosas. Y, como si viera a través de un vidrio opaco o a través de una capa densa de humo, esos recuerdos… mis pecados y mi obsesión por Julia; ahora me parecían tan borrosos… Pero, aun así, aunque ya no pensara en ello, allí estaban… esos sentimientos no habían desaparecido, aún estaban dentro de mí.
—Yo… sí —suspiré de repente—. Je, je. Cuando estaba en la secu… fantaseaba con hacer algo así… contigo —dije antes de darle un sorbo largo a mi soda—. ¡Ay! Bueno, creo que sería tonto tratar de negarlo a estas alturas.
Su cara estaba casi tan roja como las bolsitas con cátsup que no habíamos ni tocado, pero una sonrisa se le dibujó en el rostro y empezó a acomodarse el pelo, soltando una risita nerviosa.
—Pues… tanto así como fantasear con algo parecido… con alguien, nunca —titubeó con su dedo todavía enredándose en el mechón de su pelo—. Bueno… no en un cine.
—¿Y en dónde te imaginabas que sería? —le pregunté, inclinándome hacia delante, atento.
—¡A-ay, no sé! En un lugar apartado, lejos de la gente…
—Pues dejamos pasar la oportunidad en la playa —le solté descaradamente, masticando y tragando—. Si quieres, podemos encontrar un lugar apartado aquí. Podemos ver si hay baños solos —propuse—. ¿Cómo viste esos en donde te metiste?
—¡Luís! ¡No! —rio nerviosamente y me soltó un manotazo en el hombro.
Estaba hablando por hablar, estaba disfrutando tanto de verla así de apenada que sólo seguía diciendo lo que pasaba por mi mente sin alguna clase de filtro, era como estar lanzando mis dardos. No esperaba atinarle a nada, pero si de casualidad alguno diera en el blanco, pues…
—¿O prefieres ir al local? —seguí sugiriendo despreocupadamente antes de tomar unas papas.
—¡Luís! ¡Basta! —me pidió, contenta, pero intentando sonar seria—. Si alguien se entera…
—Nadie se va a enterar —la interrumpí con tono sonsacador—. ¿O a quién le piensas contar?
—La gente que trabaja cerca de ti ya me ubican —respondió seriamente—. No es buena idea ir allá ahora. Va a ser sospechoso que nos vean entrar y salir solos, sobre todo con esa cara de menso que traes —agregó para molestarme.
—Es la cara de un hombre contento. ¿O qué? ¿Uno ya no puede ser feliz? Ya, ya… relájate —dije al sentir que sus ojos se me clavaban como puñales—. Es más, ni siquiera traigo las llaves del local —continué, retomando mi actitud despreocupada—. Así que sólo nos queda ir al motel o…
—Mejor regresemos a casa —se apresuró en comentar Julia con una voz cada vez más seria y apagada—, antes de que regrese Raquel.
—¡Ah! Falta mucho para que salga de trabajar, pero como tú digas.
—¿En serio querías llevarme a los baños, cochino? —me preguntó mientras tirábamos la basura y depositábamos la bandeja vacía sobre el bote.
—¡Meh! —respondí apáticamente— Era una idea, nomás. Pero supongo que tendré que esperar para volver a comerte la…
—¡Cállate! —me amonestó entre dientes y dándome una empujón, me hizo empezar a caminar.
Salimos al fin del centro comercial. Habíamos ido a uno a donde casi nunca íbamos, distinto de donde trabajábamos Raquel y yo; afortunadamente no estaba tan lejos. Llegamos a casa mucho antes de la hora de llegada de nuestra hermanita menor. Nos la habíamos pasado tonteando en el camino, pero conforme nos acercábamos a la casa, pude notar que Julia se iba quedando más y más callada. Al cerrar la puerta que daba a la calle, le solté un beso que la paralizó. Aquello, que ya era una costumbre para mí con mamá y con Raquel, fue casi electrizante hacerlo con mi hermana mayor... al fin.
Ella no se apartó cuando mis brazos la rodearon, tampoco cuando mis manos bajaron hasta adivinar la forma de su trasero por encima de la falda blanca que llevaba. Entonces, me di cuenta de que algo le faltaba. Rápidamente, me aparte para verla, mi rostro debió preguntarle si acaso era verdad lo que sospechaba y ella, sonrojada, comenzó a comerse su labio inferior. Mis dedos alzaron la tela y buscaron a tientas la otra prenda que debería de estar bajo la falda, pero no la encontraron. Descendí hasta quedar en cuclillas, mis manos se apoyaron en sus piernas, su piel tersa se hundía bajo la presión de mis dedos y comenzó a irradiar mucho calor. Volví a levantar la tela, esta vez, lo suficiente para que mis ojos pudieran comprobar que, efectivamente, Julia ya no llevaba puestas sus pantis.
—N-no iba a andar por allí con los chones sucios —susurró ella, titubeando, pero ayudándome a sostener la tela blanca para que pudiera contemplar mejor su cuerpo—. Aparte… no sabía si se te iba a ocurrir otra cosa.
—Oh… se me ocurre algo —gruñí tan cerca de su entrepierna que mi aliento la hizo estremecerse.
—¡Espera! —gritó en voz baja. La tela cayó sobre mí y sentí su palma sobre mi coronilla a través de ella—. Aquí, no.
Al poco tiempo, ya estábamos donde debíamos. Habíamos puesto el cerrojo al entrar a su habitación, la puerta del cuarto de mamá también estaba cerrada y no tuvimos prisa a la hora de desvestirnos el uno al otro. Las ganas de prolongar aquello eran más que las ansias por sentir nuestra piel tocarse sin ropa que nos estorbara. Julia estaba logrando mantener su voz súper baja, mucho más que cuando estaban los abuelos. Tenía que acercarme para que mi oído pudiera deleitarse con un suspiro o un jadeo, pero mi boca no quería dejar de probar el sabor de sus labios. Tímidamente, ella había dejado pasar mi lengua y una vez más, su falta de experiencia me enternecía y me prendía al mismo tiempo, pero era innegable que ella también iba siendo invadida por el deseo conforme aprendía a corresponder mis movimientos dentro de su boca.
Podía sentir cada fibra de mi ser ablandándose conforme entraba en calor, estaba derritiéndome solamente por besarla. Claro que mis manos también estaban ocupadas. Las de ella no se habían decidido a quitarme el bóxer, pero no dudaron en palpar nuevamente por encima todo lo que se abultaba. Era una exploración, una muy accidentada, pero bastante apasionada. En ocasiones, no tenía mucho cuidado al rozar mi glande por encima de la tela o al agarrarme los huevos y yo sólo me limitaba a resollar para inmediatamente oírla disculparse y tener que decirle que no se preocupara. Será mi hermana mayor, pero en ese momento, era yo el que tenía que enseñarle.
Había entendido que tal vez no quería tocar mi verga con su mano directamente, así que la tomé y comencé a orientarla sin quitarme los bóxers. Mi cadera se empezó a mover por instinto, acomodando las partes donde sus roces se sentían mejor y mostrándole cómo debía tocarlas. Y cuando ella ya no necesitó más indicaciones y yo quise dirigir mis dedos a su entrepierna, me detuvo y se apartó de la cama, pidiéndome que me acostara boca arriba. Tenía la verga tan dura y tenía tantas ganas de seguir que estuve a una fracción de segundo de tomarla y hacerla caer sobre mí.
Mi hermana se veía igual de ansiosa que yo, pero estaba más emocionada que otra cosa. Sin volver a subirse a la cama, tiró de mis bóxers y sus ojos le brillaron al ver el rebote de mi mástil izándose. Ambos estábamos hirviendo de deseo y justo cuando creí que iba a lanzarse sobre mí, su pie se apoyó el colchón, y su pierna rotó sobre su talón, permitiéndome apreciar su mata de pelos en todo su esplendor. Ella ya no paraba de resoplar y una sonrisa comenzó a dibujársele, la expresión de su rostro era de éxtasis total. Yo apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo cuando me di cuenta de los movimientos que ella estaba haciendo. Su cadera se meneaba y sus manos repasaban su cuerpo, recreándose en ese par de melones que sabía que me volvían loco. Y con un gesto de sus ojos, me hizo saber qué estaba esperando de mí.
Mi mano sujetó aquél garrote en el que se había convertido mi miembro, estaba muy duro y enrojecido. Ella asintió lentamente al ver que empecé con el movimiento de sube-y-baja, se dio la vuelta y se inclinó para que pudiera deleitarme con la visión de sus gajos asomarse debajo de su culo. Estaba posando para mí. No teníamos música de fondo, pero eso no la detuvo. Sus movimientos fueron haciéndose cada vez más fluidos y pronunciados conforme iba agarrando confianza en ella misma, apoderándose de una actitud cada vez más libre y auténtica. Era como si de repente todo su cuerpo brillara y danzara como una llama en una hoguera y me estuviera hipnotizando para que no me detuviera. Había olvidado lo bien que se sentía, después de todo, ya no había necesidad de masturbarme teniendo allí a mamá o a Raquel.
Y ahora, también a Julia.
No me detuve a pensar, mi cerebro se había apagado hacía un rato y mi cuerpo se había entregado a sacarme la leche viendo cómo mi hermana mayor también había empezado a acariciarse la raja y eso sólo me hizo acelerar al grado de casi arrancármela. Los dos estábamos jadeando y yo fui el primero en acabar. Un chorro blanco pintó la sábana y Julia clavó la mirada en esa mancha, pero no paró de frotar su clítoris hasta no provocarse esa contracción que estaba buscando y la hizo encorvarse del placer, conteniendo un gemido agudo lo mejor que pudo.
Una vez pudo, se acercó a aquella estela de semen que iba transparentándose conforme la tela la absorbía. Su índice se aventuró y recogió un poco. Se distrajo al comprobar la viscosidad de aquello que empezaba a unir aquel dedo con su pulgar y tras pensárselo un poco, se lo llevó a la boca.
—¡Agh! —exclamó con una mueca de disgusto que me provocó una risa.
—¿Qué pasó? —le pregunté, fingiendo asombro.
—¡Sabe horrible! —gimoteó antes de carraspear ruidosamente—. ¡Está raspándome!
Me hubiera ofrecido a traerle un vaso con agua, pero a medio camino de hacerlo, mi cuerpo se unió a ella como si estuviéramos imantados y mi lengua se apresuró a consolar la suya. Su malestar pareció desaparecer al instante y sus brazos me rodearon conforme el residuo de mi venida se diluía con nuestra saliva. No pude evitar acariciar su cabello y contemplar de cerca cada milímetro de su rostro, mi pecho se inflamaba sólo por tener contacto con su cuerpo y se sentía como si fuera a explotar en cualquier momento.
—No sé por qué a mamá y a Raquel les gusta tomárselo —me dijo, un tanto consternada, pero también algo desilusionada.
—¡Sabrá Dios! A mí tampoco me gusta cuando lo pruebo… ¡E-eh! ¡No ha sido a propósito! —me apresuré a aclarar, desesperado.
—Tranquilo —rio ella, resoplando y pegando su cara a mi pecho—. Ni que fuera a pensar que eres gay o algo así, ji, ji. Con lo mucho que te gusta lamernos allí…
—¿Verdad que sí sabe mejor? —le pregunté sonsacadoramente.
Ella sólo contuvo su risa y asintió sin atreverse a alzar la vista.
Después de recoger lo que quedó de mi mancha en la cama, nos recostamos a tontear un poco más, con uno que otro pico de vez en cuando. Yo estaba pasándomela muy bien, considerando la forma de ser de mi hermana mayor, me pareció que habíamos dado pasos muy grandes ese día y pensé que no hacía falta “moverle más”; sin embargo, fue ella misma la que sacó el tema de aquél otro gran paso que no habíamos dado aún.
Fue como si Julia creyera necesario hablar al respecto y confesarme que todavía no se sentía lista para hacerlo conmigo. Para mí no hacía falta que lo hiciera, pero ella insistió en intentar explicarme. Le fue difícil encontrar las palabras adecuadas, pero claro que comprendí lo que estaba tratando de decir. Yo sólo dejé que siguiera hablando y sólo asentía para demostrarle que estaba entendiéndola y así no interrumpirla; pero al final, cuando no supo qué más decir, se hizo evidente que estaba muy preocupada de saber lo que yo pensaba. Y, bueno, esa era una respuesta sencilla para mí.
—¿En serio? ¿No te molesta? —me preguntó, consternada.
—¡Julia, por favor! Por supuesto que no. ¿Sabes cuánto tiempo tuvimos que esperar Raquel y yo antes de hacerlo? —Ella negó con la cabeza, apretando tanto los labios que los hizo desaparecer—. Meses.
—Pero… ¿tú si querías?
—Sí… y ella también quería —respondí, un poco más serio—. Pero, pues… no sé. No fue fácil, hubo veces en las que pensé que sí iba a pasar… y no ocurría. A veces, llegabas tú o mamá y pues, así nos quedábamos.
—Eso es peligroso, ¿no? —dijo, incorporándose y apoyándose en su codo, dejándome apreciar mejor la acción que la gravedad y la inercia ejercían sobre sus pechos—. Quedarte con las ganas.
—¡Eh! Es molesto —respondí sin apartar la vista de sus melones—, pero nada grave. Sientes una comezón, como si quisieras hacer del baño, pero diferente.
—¡No! Pero sí es verdad —comentó, preocupada—, yo leí que es peligroso para los hombres aguantarse las ganas cuando están a punto.
—¿Lo leíste? ¡Ay, no puede ser! Ja, ja, ja. ¿Por eso te preocupabas cuando se me ponía dura y me preguntabas si me dolía? —Su cabeza asintió, mirándome con una cara de genuina e inocente inquietud—. ¡Ay, Julia! ¡Ven acá, quiero comerte a besos! —dije, estrujándola entre mis brazos—. ¿Entonces esto que acaba de pasar fue para que yo no me quedara sin…
—Yo… también… quería hacerlo —dijo con una voz que iba desvaneciéndose con cada palabra—. M-me gusta. Me gusta cuando me miras… así —añadió, agitando un poco los hombros para que sus melones atrajeran de nuevo mi atención.
—Eso era… ¡Ah! —suspiré—. De haber sabido antes…
—¡Je! Si lo hubieras sabido, tal vez no estaríamos aquí —se jactó.
—¿De qué hablas? ¿Estaríamos viviendo en otro lugar o algo así? ¿O qué?
—Pues… para empezar… ni siquiera te habrías acercado a Raquel —comenzó a enumerar con sus dedos—. Tal vez ni siquiera hubieras aprendido a hipnotizar, seguramente, mamá nos habría atrapado y echado de la casa… y tú y yo estaríamos escondiéndonos de ella y del resto del mundo.
—¡Eh! No suena tan mal… —bromeé.
—¿Ah, sí? —me preguntó, incrédula y desafiante—. Tú y Raquel no tendrían nada. No habrías convencido a mama de coger contigo y tampoco habrías conocido a Tere —me espetó, queriendo que me retractara de mis palabras.
—¿Pero estaría contigo? —pregunté, haciéndome el tonto. Su cara de frustración me alegró el corazón—. ¡Entonces estaría bien! Pagaría el precio.
Claro que estaba hablando sin pensar, porque si estuvieran escuchándome mi madre, Raquel o incluso hasta Tere; por supuesto que no diría aquello ni en broma. Pero negarle a mi hermana la razón que tanto quería que le diera era muy divertido. Y como a nadie le gusta sentir que va perdiendo en una discusión, cambió de tema.
—¿Y entonces, hasta cuándo lo hicieron por primera vez? ¿Cómo fue?
Fue así que empecé a contarle sobre esos primeros meses entre Raquel y yo. Ahora, que sabía que no tenía por qué omitir detalles, no quise guardarme ni uno. Fui bastante explícito con lo bien que sabe chuparla nuestra hermanita y la insana afición que tenía por beber mis mecos. Le conté de las veces en que casi se lograba y ella me pedía que paráramos. Y así, hasta llegar a aquel viaje que hicimos por mi cumpleaños, en el que ambos tuvimos la habitación para nosotros solos durante 3 noches que, de sólo recordarlo, hicieron que mi riata empezara a cobrar vida propia. Ella estaba entretenida con la historia, confesó que había creído que para ese entonces sus dos hermanos menores ya no eran vírgenes; incluso comentó lo romántico que debió ser. Poco a poco, su atención se fue volcando hacia el trozo de carne que estaba irguiéndose entre mis piernas. Yo me divertí con la forma en que ella lo veía, era como si se tratara de una criatura de la que no podía apartar la vista. Mi mano se dirigió a la base y eso la hizo reaccionar.
—Este… creo que es mejor que guardes algo para cuando llegue Raquel. No vaya a ser que se le estropee su… golosina favorita —dijo con cierto aire de disgusto—. Le encanta decir que le gusta tu “leche” —agregó cansinamente antes de fingir una arcada.
—Puede ser… pero antes —dije, deslizándome sobre las sábanas para descender por su cuerpo—, déjame probar un poco de mi nueva golosina favorita
—Mejor, luego —sugirió evasivamente, contoneando su cadera para alejarla de mí—. Dijiste que ibas a dormir conmigo esta noche, ¿no? Además, hace rato escuché que mamá ya se despertó. ¡Ándale! Ve con ella —me corrió, haciendo el gesto con la mano—. No vayas a quedarles mal a ninguna o van a echarme la culpa y me van a odiar más.
—¿Y cómo van las cosas con Julia, cariño?
Mi madre se había tomado su buen tiempo lamiéndome la verga antes hacer alguna pregunta. Al verme entrar, sólo extendió los brazos, invitándome a acompañarla en la cama Queen-size al a que le que había cambiado las sábanas y algo debió ver en mí que tuvo a bien no tocar el tema hasta tener mi carne bien ensalivada.
—B-bien… —pujé cuando mi miembro desapareció completamente dentro de su boca—. Fuimos al cine.
—¡Oh! —exclamó pomposamente, dando chupetones a su paleta—. Entonces sí se la pasaron bien, ¿no? —preguntó con tono sugerente—. Yo pensé que se la pasarían afuera todo el día.
—E-ella quiso estar aquí antes de que volviera Raquel —dije con dificultad al sentir los movimientos de esa lengua inquieta—. Casi, casi me acaba de echar porque, según, no quiere que “las desatienda” y luego se enojen con ella.
—¡Ay, cariño! —exclamó, conmovida, aunque sonaba algo condescendiente; eso sí, sin que su mano dejara en paz mi macana—. ¿Sabes qué? Si quieren, estos días que restan de vacaciones, puedo ser yo la que salga y dejarlos en paz el tiempo que necesiten.
—Eh… ¡Uh! —gruñí al sentir nuevamente su lengua en mi glande—. G-gracias. P-pero n-no creo que…
—¡Ay! —suspiro, enajenada—. ¡Si tan sólo vieras cómo les brilla la cara a ustedes dos! —comentó, emocionada y con un aura maternal que sólo hacía que la imagen de ella lamiéndome las bolas fuera aún más contrastante—. Al principio, creí que tu hermana sufría por todo esto y que sólo quería mantenerse al margen para no involucrarse; ahora, “ya me cayó el veinte”.
Sólo eso dijo antes de seguir sacándome el alma con su boca. Por más que le pedí que me diera una explicación de su último comentario, la única respuesta que obtuve de su parte fueron sus chupadas y lamidas. Sólo se detenía cuando presentía que debía aminorar la marcha y mientras su mano repasaba lentamente el tronco de mi verga, simplemente se dedicó a repetirme que al día siguiente iba a visitar a una amiga. Yo estuve al borde de venirme en más de una ocasión, pero ella simplemente se dedicó a mantenerme al borde.
—Julia tiene razón —ronroneó sujetando fuertemente la base de mi garrote—, no puedes quedarnos mal a ninguna de las tres… y ya casi llega Raqui.
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