El Hombre de la Casa 45: Partes del Rompecabezas

 


—¡¿Que QUÉ?!

Esa fue la reacción de Raquel al escucharme decir que iba a dormir con Julia esa noche. Mi hermanita y yo estábamos haciéndolo de perrito y nuestra madre estaba sentada frente a ella, con las piernas abiertas y arremolinando la melena castaña de su hija menor. Yo no paré de embestirla y ella tampoco hizo el amago de quitarse, sobre todo porque no tenía ganas de apartarse de la raja de mamá. Ésta no se escandalizó por mi decisión, pero sí se mostró atenta a la reacción de Raquel y sus manos se adelantaron a mimar las orejas de mi hermana menor. Yo había notado que era una de sus maneras de contenerla últimamente, si no rozaba o jugueteaba con su lóbulo, o lo besaba o lo mordía, le susurraba.

—Tranquila, amor —arrulló Sandra a la menor de sus hijas—. Luís y Julia están avanzando poco a poco con su… relación.

Raquel sólo emitió un par de ruidos de inconformidad, pero optó por continuar lamiendo y extrayendo el sabor de nuestra madre en lugar de responder. Debo suponer que todas esas palabras que estaba reprimiendo se volcaron en la rabia con la que debió arrancarle a mamá esos gemidos hasta hacerla acabar tan fuerte que la dejó resoplando mientras yo seguía dándole duro.

—¿Y qué? ¿Te quiere sólo para ella, o qué? —preguntó con disgusto tras limpiar la verga que la acababa de llenar de leche.

—Estamos yendo lento, Raquel —dije, intentando aminorar el torbellino de emociones que, sabía, se aproximaba.

—¡Hum! Muy lento —se quejó ella.

—Cariño —intervino mamá, asomándose detrás de ella y posando ambas palmas en sus hombros—, debes entender… cada quien somos diferentes y vamos a nuestro propio ritmo. Y si su hermana quiere hacer las cosas poco a poco…

—¿Pero por qué? ¿Por qué? —preguntó mi hermanita con una voz que se le empezaba a quebrar—. ¿Por qué, mamá? —insistió, suplicante y girándose para verla—. Ella siempre… Siempre va por su cuenta, como si no le importáramos —reclamó con impotencia, su voz iba volviéndose cada vez más aguda—. Y luego, se las quiere dar de santa… cuando ahora ella es la que quiere tener a Luís sólo para ella —agregó con desdén—. Quiere dárselas de superior, mirándonos como si fuéramos unas… unas…

—Ya, ya… —intervino nuestra madre, antes de que su hija dijera algo que no quería escuchar—. Cariño, tú sabes que no es así. Julia no la ha tenido fácil…

—¡Ah! ¿¡Y eso le da el derecho de tratarme… de tratarte a ti y a mí como si fuéramos unas putas!?

—No.

Los tres volteamos a ver a la puerta al escuchar aquella voz. Ahí estaba, vestida con su camisón celeste. Julia había logrado que la temperatura de la habitación bajara un par de grados con sólo anunciar su presencia. Pude notar que Raquel se encogió al saberse escuchada. Ella se quedó inmóvil justo sobre el umbral de la puerta, lo cual provocó que el aire se volviera más denso y difícil de respirar.

—Yo… eh… Perdón.

Una vez más, dijo un par de palabras y aquello fue suficiente para que Raquel hipara y empezara a resoplar. Teníamos a mamá a nuestras espaldas, así que no vimos el amago que hizo de llamar a Julia para que se acercara más. A mí se me hizo un nudo en el estómago, no estaba seguro de qué hacer. Había imaginado que tendríamos aquella plática algún día, pero definitivamente no ese mismo.

—No sabía que te sentías así. Yo… nunca fue mi intención… no pienso que ust-

—Ya, ya… —la cortó Raquel—. ¿Viniste a llevarte a Luís? ¡Adelante!

—Raquel… —suspiró Julia, acongojada.

—¡Raquel! —exclamó nuestra madre, indignada.

Ninguna dijo nada más. Mi hermanita miró a nuestra hermana mayor con ojos de pistola y luego, sólo volteó a verme. Me examinó como si me esculcara, como hizo aquella noche en la sala en la que pareció leerme la mente. Su respiración se tornó brusca. Fueron instantes, un parpadeo, pero recuerdo cómo se turbó la expresión de su rostro al verme, luego, volvió a revisar algo en Julia y entonces fue como si su cara se opacara. No sé qué vio, no sé si Raquel había fabricado una idea errónea de lo que estaba pasando, o si, por el contrario, había visto una verdad que ni siquiera yo había podido comprender. Simplemente, aquello hizo que se levantara y se retirara, dejando un silencio frío y sepulcral en los demás.

Corrí tras ella, ninguna de las otras dos intentó detenerme. Apenas la alcancé antes de que me cerrara la puerta en la cara. No hubo palabras, sólo forcejeos. Ella no me quería en su cuarto, pero no iba a dejarla que me echara. Simplemente, llegó a su límite y se quebró en mis brazos. Rompió en llanto, conteniéndose para que no la escucharan, lo que hizo que yo cerrara la puerta a mis espaldas. No estaba muy seguro del motivo de sus lágrimas. ¿Estaba avergonzada por hablarle así a Julia, alguien por quien también sentía una obsesión carnal al grado de fantasear con ella, al igual que yo? ¿Estaba molesta por su actitud? ¿O había algo más?

Poco a poco, sus resoplidos fueron tornándose en aullidos temblorosos y sofocados. Esto era algo serio. Estábamos sentados en su cama y yo me dejé caer con ella para recostarnos. Mi palma se apoyó en su pecho y comenzó a dibujar círculos tenuemente, mientras la arrullaba para tratar de consolarla y ver si podría decirme algo.

—¿Qué pasó? —pregunté al fin, ahora que había dejado de escuchar el silbido que había estado haciendo al respirar—. Dime.

Ella no estaba bajo ningún trance y aquello no había sido una orden, pero pude notar cómo su cuerpo se tensó y la oí tragar saliva al escucharme decirlo. De alguna manera, logró calmarse un poco más.

—No es justo —mustió, con la voz cuarteada y limpiándose la nariz con su antebrazo—. Ella no tiene derecho a… alejarte. No tiene que apartarte de nosotras.

—Raquel… eso no va a pasar —dije sin parar de masajear entre sus pechos—. Yo… me he dado cuenta de cómo es Julia. Estos últimos días hemos podido abrirnos más y platicar… y creo que ambas tienen mucho… en serio, mucho de qué hablar —hice una pausa, pero mi hermana no dijo nada. Tenía la mirada perdida en donde estaba mi mano—. Cada una piensa lo peor de la otra y dicen que no se entienden; pero sabiendo lo que ahora sé de las dos, puedo decirte: ambas están tan equivocadas…

«A ella le cuesta mucho, de veras —continué al no escuchar alguna reacción de su parte—. Y es peor cuando piensa que la están obligando o manipulando. No se anima a decir abiertamente lo que siente o lo que piensa por miedo a cómo reaccionaremos y eso sólo la ha hecho aislarse más y más. Y cada que alguna de ustedes insiste, sólo hacen que se ponga más a la defensiva.

—Suenas como uno de los que salen en la tele, señor psicólogo —me dijo con voz adormecida—. ¿De eso se la pasan platicando? ¿Estás dándole terapia o algo así? ¡Espera! ¿La hipnotizaste?

—¿Qué? ¡No! —exclamé, sorprendido—. Es más, creo que ni siquiera podría —confesé—. Para poder hacerlo, la persona tiene que estar en calma y confiar, por decirlo así —me puse a explicar—. Julia jamás baja su defensa. Incluso cuando…

Fue como si mi garganta se cerrara en ese instante. Estuve a punto de contarle a Raquel sobre la vez en que le di un masaje a Julia y que incluso en aquella ocasión, aunque hicimos lo que hicimos, pude notar que no bajó la guardia ni siquiera al venirse por mis manos. Es más, podría asegurar que en ninguna de las demás veces. Y a decir verdad, aquello me resultaba un poco molesto, porque era como si yo no pudiera hacer que nuestra hermana mayor confiara plenamente en mí.

—“Cuando…” ¿Qué? —preguntó Raquel, como si despertara de un sueño— ¿”Cuando”, qué?

—¡Ah! No te lo puedo decir —suspiré desanimadamente—. ¿Ves? Si no hubieras salido así del cuarto, hasta ella misma te lo podría contar —acoté para persuadirla de no insistirme.

—¡Ja! ¡Sí, ajá! —exclamó con ironía—. Nomás quieres hacerte el interesante.

—Yo lo prometí, Raquel —le confesé con verdadero pesar—. ¿Qué crees que pasará si Julia supiera que te conté? Va a dejar de confiar en mí… y adiós a tus planes de tener tu orgía familiar.

Usé eso para rematarla y no seguir hablando del tema y funcionó. Mi hermanita sólo refunfuñó de una forma cómica e hizo el ademán de morderme la mano que tenía más cerca. La amenacé con una guerra de cosquillas que la hizo reconsiderar su actitud y nos quedamos meditando en silencio, cada uno con sus propios pensamientos. Francamente, estaba intranquilo por la tenacidad con la que yo mismo estaba protegiendo a Julia. Digo, a final de cuentas, si le contaba a Raquel, ¿qué más daría? ¿Qué daño podría hacer?

—¿Sabes? —dijo repentinamente mi hermanita, interrumpiendo mi reflexión con la belleza de su cuerpo desnudo, incorporándose para quedar a gatas a mi lado—. Puede que no me quieras contar nada… pero, hay otra forma en la que podría… enterarme —agregó con voz seductora mientras sus dedos comenzaba a resbalar sobre mi vientre—. Y no hará falta que digas una sola palabra.

Aquella mano tomó la mía y la llevó a su pecho mientras esos ojos castaños se entrecerraban, haciendo que comprendiera el mensaje de manera casi instantánea. Mi garganta volvió a tener un reflejo de cerrarse, tragué saliva con dificultad y sentí que estaba sudando frío, pero en mi cabeza no podía parar de gritar: “¡Raquel, eres una genio!”.

Con gestos, le indiqué que se acercara a mí y la besé como había hecho con Julia tantas veces aquel día. Su lengua buscaba insaciablemente la mía, pero yo me movía torpemente, quise que se diera una idea de la timidez y la falta de técnica de nuestra hermana mayor. Cuando se dio cuenta de por qué lo hacía, soltó una risita juguetona.

Terminamos con ella acostada boca arriba y conmigo encima de ella. Suavemente, mis manos acariciaron sus brazos para apartarlos y dejarme apachurrar sus pechos como hacía con los de Julia, los devoré y lentamente bajé a su entrepierna para degustarla. Tomé su muñeca y la hice enterrar sus dedos en mi cabello mientras le arrancaba jadeos y gemidos con mi boca. Tampoco me olvidé de bajar a sus pies y consentir su empeine con mi lengua, así como llevarme a los labios sus dedos, cosa que la tomó por sorpresa y la hizo batallar para aguantar las cosquillas.

Volví a subir y unimos nuestras bocas una vez más, con mis manos ocupadas en su rajita y sus pechos. De momentos, Raquel perdía la noción de lo que estábamos haciendo y su pelvis se elevaba, buscando mi verga, ansiosa de que nuestros cuerpos se unieran. Pero aquello no iba a ocurrir, así que mi palma presionó su vientre para que se quedara abajo y su recompensa fue mi pulgar haciendo pequeños círculos alrededor de su pubis, justo como hacía para no estimular el clítoris de Julia directamente y así no abrumarla demasiado.

Pero mi hermanita no era ella y tuvo que morderse el labio para ayudarse a reprimir esos espasmos que todavía hacían que su cadera pegara pequeños brincos. A decir verdad, yo también estaba impacientándome.

—Imagina que tengo puesto un condón —jadeé con dificultad.

Ella asintió y me permitió tomar prestada su mano para llevarla entre mis piernas. Ya le había quedado claro que tenía que actuar como si no supiera lo que iba a pasar, así que lo que tocó mi rifle no fue el interior sino el dorso de su mano. Tuve que situarla correctamente y en cuanto su palma sintió mi fierro ardiente, titubeó antes de sujetarla. Ahora yo también tenía que contenerme para no mover mi cadera y cogerme aquella extremidad que me agarraba con timidez.

Ni siquiera en nuestras primeras veces tuve que orientar a Raquel para que me complaciera y, sin embargo, aquello me estaba haciendo hervir la sangre como nunca. Quería que lo hiciera lentamente, como hacía nuestra hermana, pero fue mi propia mano la que empezó a sacudir su muñeca con fuerza para que acelerara. No había querido separarme mucho de sus labios, porque estaba seguro de que perdería el control y la penetraría salvajemente si lo hacía… quizás, fantaseando que ese cuerpo que tenía delante era el de Julia.

—Ustedes dos se parecen en muchas cosas —balbuceé sin pensar antes de volver a probar su lengua.

—¿Ah… sí? —ronroneó mi hermanita—. ¿Vas a decirme que es lo mismo estar con cualquiera de las dos?

—N-no —pujé al sentir la presión de su mano en la base de mi verga—. ¡Ah! Digo que podrían llevarse mejor… si tan sólo se dieran la oportunidad.

—¿Y qué sugieres? ¿Que la invite a unirse?

Yo apenas podía pensar claramente, sólo asentí, bufando y jadeando con la mano de Raquel y el sabor de sus besos, los cuales se volvieron más dulces de repente. Mi cadera ya no era capaz de mantenerse quieta y cada vez que mi hermanita tiraba mi piel hasta la base, me hacía temblar. Me encontraba en ese limbo entre las ganas de venirme y las de querer prolongar aquello un poquito más. Fue mi hermanita la que me soltó a nada de que yo acabara.

Me estaba costando respirar sin resoplar, un zumbido en mis orejas me impidió oír nada más que nuestros jadeos. Algo brillaba dentro de los ojos de Raquel, quien me sonreía de forma insinuante y extendió los brazos, invitándome a ponerme encima de ella. Yo negué con la cabeza, incapaz de articular una palabra siquiera. No podía arriesgarme a sentir el calor de su piel y rendirme al instinto de penetrarla. Entonces, me acordé de otra cosa que podíamos hacer.

Alcé sus piernas y sus pantorrillas descansaron sobre mi pecho, con sus pies suspendidos a lado de mis orejas. Ella soltó un chillido, seguramente pensando que había sucumbido a su provocación. Tomé prestado un poco de sus jugos y los unté en mi verga, esto la hizo alzar una ceja, aunque sin dejar de sonreír. No me resistí a lamer un poco de su tobillo, que era lo que tenía a mi alcance mientras acomodaba mi garrote entre sus muslos. Suavemente, fui lubricando un poco más con mi saliva y otro poco de sus fluidos, lo que la hizo soltar una risita burlona.

—¿En serio? —me preguntó con tono juguetón— ¿Esto? ¿Te deja hacerle esto para “no mancillarla”? —añadió, riéndose burlonamente mientras yo le volvía a asentir—. ¡Oh! ¡Pobrecito! —canturreó con una falsa condescendencia—. ¿Esto es lo más intenso que han hecho todo este tiempo? Ha de ser por eso que andas más horny últimamente —se jactó.

Me empezaba a parecer extraño que Raquel estuviera hablando así de repente, pero una vez más, la calentura no permitió que aquella inquietud aflorara en mi cerebro, no cuando tenía que concentrarme para evitar a embestir sus piernas con todo lo que tenía. No era capaz de darme cuenta del estado en el que me encontraba, totalmente fuera de mí, incapaz de razonar y con sólo la idea de venirme en mente… y a merced de Raquel.

—Pues, bueno —continuó hablando con esa voz burlona y arrogante, con sus pechos meciéndose con cada impacto—. Viendo esto, creo que te vas a quedar con las ganas de metérsela a Julia por un buen rato, hermanito.

Escucharla canturrear aquello con esa sonrisa cruel hizo que se me achicara el estómago. Yo lo sabía, era cierto y hasta ese momento, estaba en paz con la idea de esperar a Julia lo que hiciera falta… Pero por alguna extraña razón, oír a Raquel decirme eso hizo que perdiera el control. Arremetí un par de veces sus muslos, pero no era lo mismo hacerlo sin la protección de un condón y la fricción me hizo recapacitar. Me moví para que sus piernas cayeran a mis costados. Presa de la frustración, me lancé a frotar su clítoris con singular coraje, cosa que la tomó por sorpresa, pero casi de inmediato, su cadera se acomodó para recibir mejor mis caricias, extendiendo los brazos sobre su cabeza y dedicándome una sonrisa desafiante.

No se lo quería reconocer, pero me tenía donde ella quería. Y una vez más, el deseo guio mi cuerpo y mis huevos se situaron encima del empeine de Raquel. Su sonrisa se torció ligeramente con cierto desazón, apenas un poco, pero pude notarlo. Seguí restregándome sobre su pie, creyendo que tal vez así podría amedrentarla un poco, pero estaba equivocado. Vi en sus ojos cómo la lujuria y la satisfacción de tenerme a sus pies (nunca antes de forma tan literal) la embriagaron y sentí cómo aquella mirada felina casi me quemaba desde dentro.

—¡Mira nada más cómo te tiene! —ronroneó como una villana de telenovela, una muy desalmada. Su pie empezó a revisar mi verga y comprobar que estaba al límite, sólo necesitaba un poco—. Todo porque nomás le encanta hacer sufr…

Dejó aquella frase inconclusa, yo no pude verlo, pero su rostro se ensombreció por un instante y simplemente se dedicó a descubrir lo que su pie podía hacer con mi verga. Sus caricias eran más aventuradas que las de Julia, pero a esas alturas, ya no me importaba corregirla. Me encontraba simultáneamente en dos realidades: una en la que estaba allí con Raquel y otra en mi mente, en la que ese pie le pertenecía a Julia.

Simplemente, me había entregado a esa sensación, nada más tenía sentido aparte de lo que mi hermanita estuviera haciendo con mi verga. No fue hasta que un par de manos cubrieron mis ojos con su tacto frío que me enteré que ya no estábamos solos.

—¿Qué están haciendo?

Escuché su voz y un escalofrío recorrió mi espalda. Era Julia. ¿Cómo? ¿Cuándo? Tardé más en entender lo que había pasado que en sentir la boca de Raquel en mi macana.

—¡A-AH! —bufé entrecortadamente mientras mis bolas vaciaban dentro de la boca de mi hermana menor lo que llevaba tiempo queriendo salir.

Rugí mientras sentía cómo una mano seguía ordeñándome sin intenciones de darme tregua en ningún momento. Mi voz se quebró y una risita cristalina repicó a escasos centímetros de mi oreja. Mi hermana mayor se asomó por encima de mi hombro y sentí su mentón apoyándose en mí. Un escalofrío me invadió al terminar de procesar el hecho de que tenía a Julia pegada a mis espaldas mientras Raquel me la mamaba como si fuera la última vez que lo haría.

—¡Ay, no puede ser! —reía con sorpresa la voz detrás de mí—. En serio, ¿qué están haciendo?

—Averiguaba lo que ustedes dos hacen a mis espaldas —escuché a Raquel responderle con tono de molestia y descaro—. Y con eso de que éste no me puede decir nada…

—¡Ay, por Dios! —exclamó nuestra hermana mayor, soltando una risotada aún más fuerte, incapaz de creer lo que estaba oyendo—. ¡No es cierto!

Finalmente, liberó mis ojos y sus manos se apoyaron en mis hombros. Tenía su boca tan cerca que su risita me volvió a provocar un escalofrío.

—¿En serio esto es para no contarle nada? ¡Aw! —suspiró con ternura y me rodeó con sus brazos, apretándome tan fuerte que me hizo toser— ¡Ups! Perdón.

Me tomó un par de minutos recuperarme de semejante intento de estrangulamiento. Me quedé de pie, viendo a mis dos hermanas sentadas en la cama de Raquel, atentas y sonriéndome con intenciones desconocidas, aunque no tan ocultas.

—¡Van a hacer que me dé un infarto! —rezongué con voz rasposa. Ellas sólo rieron—. ¿Hace cuánto estás aquí?

—¡Uy! Hace rato —me respondió Julia, sonriente—. Cuando andabas diciéndole a Raquel que nos parecemos un buen y todo eso. Ella me vio y cuando te preguntó si tu querrías que me uniera a ustedes, me quedé.

Ella estaba hablando con total soltura, se la notaba divertida y relajada a lado del cuerpo desnudo de Raquel. Llevaba puesto todavía el camisón, un tirante se había deslizado por su brazo y ponía en riesgo que un pecho se asomara en cualquier momento; pero aun así, estaba completamente tranquila y contenta. Mi hermanita, por otro lado, estaba tensa a su lado. Le dedicaba medias sonrisas cada que ambas cruzaban miradas, pero no paraba de verla con cautela, me percaté de que estaba tan descolocada como yo con la presencia de nuestra hermana en su cuarto, habiendo presenciado lo que habíamos hecho.

—¡Ay, por Dios! —rio una vez más la mayor de los tres—. Me ven como si fuera a hacerles algo. Cálmense —nos pidió, alternando su mirada entre los dos—. ¡Ya!

Estaba empezando a darle un ataque de risa por los nervios de ser el centro de atención, así que me apresuré a sujetarle la mano. Los ojos de Raquel se abrieron y se clavaron en mí con una expresión de intranquilidad, así que también tomé la suya y el rictus en su rostro se fue desvaneciendo.

—Gracias —dijo Julia, cabizbaja—. No sé qué me trajo aquí… Yo… ni sé por qué abrí la puerta… sólo… lo hice. ¡Je! Lo bueno es que al final no interrumpí nada —dijo, dirigiéndose a Raquel.

—No sería la primera vez que te nos quedaras viendo coger —le respondió ásperamente nuestra hermanita—. Yo no dije nada porque éste —me señaló con un gesto desdeñoso— ya andaba viendo estrellitas.

—¡Todo chueco! —se burló la hermana mayor—. Ya andaba dándole la garrotera.

—Pues, de que algo le pasaba a mi garrote… —acoté para seguirle la broma.

Julia rio despreocupadamente y Raquel se contuvo para seguir interpretando su papel de estar incómoda, algo que definitivamente no pasó desapercibido.

—Raquel… la verdad, vine para…

—Sí, sí… ya —la interrumpió con voz de fastidio—. Vienes para “limar asperezas” y “arreglar las cosas entre las dos” —enfatizó aquellas expresiones con tono de burla—. Como siempre, vienes a hacerte la mustia.

—Raquel —le hablé con voz severa.

—¡Tú, mejor ni digas nada! —me contestó tajantemente—. Lo único que buscas es ponerte de su lado para ver si así te abre las piernas antes… ¡Oh, espera! Pero si ya te las abre para que le comas toda la…

—¡Raquel! ¡Bájale! —grité, exaltado.

—Luís, no grites —intervino Julia e hizo un gesto con su palma extendida para que me apaciguara—. Raquel tiene… derecho a sentirse así.

—¡Ahí vas! —rugió Raquel, cada vez más exasperada—. Sólo te sabes la de jugar el papel de “la hija perfecta” —volvió a enfatizar aquél mote con una voz chillona—, “la hermana madura, racional y perfecta”…

Nadie volvió a interrumpirla. Yo estaba frunciendo tanto la mandíbula que empezaba a dolerme la cabeza, los ojos de Julia se clavaron en mí para advertirme de no volver a decir nada. Nuestra hermanita ya se encontraba de pie, con los puños cerrados y su rostro enrojeciéndose poco a poco.

—¿Qué te ganas con eso, eh? —le soltó Raquel a Julia, con voz aguda y temblorosa—. ¿De qué te sirve querer ser siempre la voz de la razón todo el tiempo? —Esperó una respuesta, pero sólo se encontró con nuestro silencio—. ¡Siempre que dices algo tiene que ser para regañarnos y dártelas de santa, de mosquita muerta! ¿Y para qué? ¿Para terminar haciendo tus tonterías de “manitas sudadas” con Luís a escondidas?

«Tú… —volvió a espetarle, lanzándole una mirada cargada de desprecio— quejándote de nosotros por ser indiscretos… ¡¿Te has visto al espejo estos días?! Desde que empezaron a dormir juntos y a jugar a “los amantes” no se te ha quitado esa cara de pend…

Esta vez, ella misma se detuvo. Era muy extraño que usáramos ese tipo de palabras en la casa. Claro que se nos salían de vez en cuando, cuando hablábamos de otros, pero nunca las habíamos usado contra nosotros. Fue un freno para ella, uno que le permitió detenerse a respirar y quedarse reflexionando. Pasó un buen rato antes de que Julia hablara.

—Raquel… Déjame hablar, por favor —le pidió, anticipándose a nuestra hermanita, quien guardó silencio, enfadada—. Gracias. Es verdad, todo lo que dices es verdad. Me la paso queriendo ser… la voz de la razón en esta casa. Y… ¡Ah! —suspiró de frustración por no saber qué palabras usar—. N-no sé por qué… lo hago. Pero no es para andar jodiendo… yo… sólo… no quiero que les pase nada.

Su voz temblaba, estaba al borde del llanto, pero al igual que Raquel, estaba aguantándose las ganas. Podría parecer que no quería mostrarse débil o vulnerable, pero sólo no quería hacerse la víctima frente a Raquel y con ello, hacerla enojar más. Julia y yo habíamos conversado sobre por qué le era tan difícil tratar de conversar con nuestra hermanita al respecto y acertadamente, habíamos deducido que algo como esto sería el escenario más probable.

—No sé de qué otra manera hablarte —continuó hablando, un poco más resuelta—. Digo, a mí también me tocó cambiarte pañales, darte de comer y cuidarte cuando te lastimabas jugando —rememoró con nostalgia—. No puedo dejar de verte como esa niña traviesa que quiere hacer todo y que en cualquier momento puede venir a mí, riendo, gritando o llorando… —Las lágrimas se le asomaban, pero ella sólo alzó la vista y se abanicó, riéndose de sí misma, esforzándose por mantener la calma—. No puedo. No puedo dejar de verte así… a los dos… por más años que cumplan.

«Yo sé que… ya no soy nadie para decirles qué hacer o no, pero llevo toda una vida haciéndolo. Por supuesto que me doy cuenta que les molesta… por eso ahora prefiero quedarme callada, o al menos lo intento. —Volteó a vernos a cada uno con un gesto suplicante, su voz se iba a apagando lentamente—. Es mejor guardarme lo que pienso cuando no tengo nada bueno qué decir.

—No es eso —dijo de pronto Raquel, con voz igual de apagada, ya sin ese tono de coraje—. Antes, yo sabía que podía contarte lo que fuera y que me ibas a escuchar y que harías lo que pudieras para ayudarme. Y de repente, fue como si ya no quisieras saber de mí.

Sus palabras cayeron como una tonelada de acero, resonando en mi mente hasta desvanecerse en el silencio sepulcral. Julia no aguantó más y comenzó a resollar, finalmente las lágrimas habían empezado a resbalarle por el rostro que sus manos intentaban cubrir. Fue un llanto doloroso y prolongado, ninguno supo qué más decir. No supe qué más hacer que acercarme a ambas, mi mano derecha estaba sobre la pierna de Julia y mi izquierda llamó a Raquel a que volviera a sentarse a su lado. En cuanto nuestra hermana mayor alzó la mirada y se encontró con la de ella, no dudó en rodearla con sus brazos y soltarse a llorar a su lado.

Yo sé que no hubo diálogo, pero entre ese mar de sollozos hubo una conversación, una en la que una le pedía perdón a la otra mientras, a su vez, se decían que no tenían nada qué perdonarse. Es extraño ver cómo un rostro pasa de la agonía y el arrepentimiento a una sonrisa de reconciliación y de paz, en el que las lágrimas no paran de fluir. Aquel abrazo derribó un muro que ambas habían estado construyendo entre ellas y en cuanto empezaron a platicar, supe que lo mejor era darles tiempo a solas.

Bajé a beber algo, tenía una sensación extraña en el estómago y la garganta que no podría describir. Comprobé que el agua no me apaciguaría y me quedé a solas en el comedor hasta que apareció mamá. Su expresión era de alivio y alegría.

—Al fin —suspiró, sonriente.

Se sentó a mi lado y le conté a grandes rasgos lo que había pasado en el cuarto de Raquel. Aquello la conmovió de sobremanera y apretó mi mano, llorando de felicidad, era evidente que llevaba esperando mucho por esa noticia.

—No tienes idea de cuánto recé por esto —dijo, limpiándose la nariz por enésima vez con el rollo de papel de baño que le había llevado—. A Raqui le estaba doliendo muchísimo sentirse rechazada por tu hermana… y con ustedes dos… juntos… temí lo peor.

El reloj marcaba poco más de la medianoche y repente, escuchamos las voces de mis dos hermanas llamándome a gritos. Sonaban alegres y risueñas, lo que dibujó una sonrisa de emoción en mi madre, quien me animó a ir con ellas lo antes posible. Eso sí, no sin antes exigirme un beso de buenas noches.

Regresé al cuarto de Raquel, apurado porque no paraban de gritar mi nombre. Las dos reían, reclamándome por abandonarlas “en medio de algo tan importante”. Julia estaba recostada boca arriba, y Raquel se encontraba sentada a su lado. La forma en la que me veían me hizo suponer que algo se traían entre manos.

—Julia ya me terminó de contar lo que hacen a solas, raritos —ronroneó mi hermana menor, sobándole la pierna—. Pero hay algo que no me quiere decir y necesito ayuda.

Sus dedos se deslizaron con ligereza sobre la tela azul del camisón y se posaron en el hombro de Julia, quien no paraba de sonreírme, encajando los dientes en su labio inferior.

—Dice que tú sabes cómo hacerla hablar… —dijo Raquel con tono sugerente, extendiendo su palma sobre una de las tetas de nuestra hermana, arrancándole un respingo— y a lo mejor, que haga lo que tú le digas.

 

Raquel no paraba de contemplar el cuerpo desnudo de Julia. Yo le había ordenado desvestirse y ella, en su papel de hipnotizada, obedeció a pesar del pudor. Mantuvo los ojos cerrados, seguramente para no ver cómo nuestra hermanita la devoraba con la mirada. Prácticamente, salivaba por tenerla tan cerca y no poder tocarla porque aquella había sido la única condición que puso nuestra hermana mayor antes de fingir ser hipnotizada.

—Haz tu pregunta —le indiqué a Raquel, sacándola de su ensoñación.

—Eh… Um… bueno. ¿Por qué no puedo tocarte?

—Porque no quiero que me hagas lo mismo que haces con mamá —le contestó Julia con resignación y poniéndose a la defensiva.

—¡Uy! ¡Qué aburrida! —exclamó Raquel con sarcasmo, sonriéndome—. ¿Te da miedo de que te guste? ¿O qué?

—N-no —contestó nuestra hermana, sin mucha convicción.

—¿Alguna vez te llamó la atención hacerlo con una mujer? —preguntó la hermana menor con picardía.

—S-sí

—¡Iiih! —chilló Raquel—. ¿Con quién? Dime. ¿Fue con Tere o con Emma?

—F-fue… con mamá —confesó finalmente, ruborizándose y contrayendo los dedos de sus pies. Raquel ahogó un grito y me vio con los ojos abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja, emocionada—. Sólo me he preguntado cómo sería, pero no es algo que en verdad quiera ha…

—¿Te tocaste pensando en mamá? —la interrumpió la hermana menor.

Los labios de Julia se fruncieron y su cara se puso cada vez más roja. Raquel celebró descaradamente. Había tardado tanto en responder que, sin importar lo que dijera, ya había contestado la pregunta. Pude ver que a Julia le estaba costando responder, pero también que no quería mentirle a nuestra hermanita.

—Muéstranos —dijo nuestra hermana menor con una voz cargada de lujuria—. Muéstrale a Luís cómo te tocaste cuando pensaste en mamá.

Mis ojos se abrieron como platos, a diferencia de los de Julia, que permanecieron cerrados. Eso sí, su cara ya parecía un tomate y su ceño temblaba, estaba conteniendo la respiración. Creo que estaba esperando a que yo interviniera y dijera que no era necesario que obedeciera o algo así… pero no dije nada. Finalmente, aspiró hondamente y sus rodillas se separaron. Aquella mano se acercó tímidamente a su entrepierna y comenzó a frotar lo que ocultaba su mata de vellos castaños. Raquel estaba eufórica, dando pequeños aplausos y chillando de emoción. Yo simplemente me quedé contemplando la escena en silencio.

—Mientras lo haces —habló Raquel—, cuéntame: ¿Cómo te imaginaste que sería?

—Al principio, pensé que sería… no sé, Dulce,  romántico… —respondió con dificultad, dibujando círculos tenuemente sobre su pubis. Raquel dejó salir una risita burlona—. Eso fue antes de enterarme cómo le gusta hacerlo.

—¡Muy ruda! —rio mi hermanita con voz gutural—. Nada romántica, si me preguntas —añadió con un tono ameno, como si ambas estuvieran conversando tranquilamente en un café o una pijamada—. Creo que Alondra es mucho más cursi que mamá… y que Tere. Hablando de esa, ¡bien que aquella también te tiraba la onda! ¿no?

—Sí —respondió Julia con incomodidad.

—¿Y con ella no te dio curiosidad también? Al final, ya se la llevaban bien ustedes dos, ¿no? —señaló Raquel con una curiosidad que casi parecía inocente, de no ser porque ambas estaban desnudas y masturbándose.

—Me gustaba más platicar con ella que seguirle la corriente con sus coqueteos —comentó nuestra hermana, algo incómoda—. Era igual a ti, nada más quería presionarme para que me pusiera nerviosa.

—¡No, hermanita! Lo que esa quería… Bueno, “lo que ambas queríamos” —agregó con disgusto por compararse con Tere—, era que te sinceraras de una vez por todas.

—Siempre me molestó con eso —siguió narrando Julia, con algo de pesar—. Así como hizo con mamá y la terminó de convencer de hacerlo con ustedes. Insistía en provocarme, me decía: “Más te vale que te sinceres de una buena vez, que yo a Luís me lo llevo lejos y nunca lo vuelven a ver”.

Dijo aquello con algo de fastidio. Ya fuera por la plática o por lo que estaba haciendo su mano, sus rodillas se flexionaron y sus piernas se fueron separando lentamente, adoptando una pose más explícita, dejándome ver mejor sus gajos rosados.

—Sí, también me lo llegó a decir —recordó nuestra hermanita—. ¡Bah! ¡Como si la fuera a dejar!

Raquel continuaba platicando como si aquello no fuera nada. Sus ojos no se apartaban de Julia y lo que hacía en su entrepierna. Ella tampoco desatendía la suya y la sorprendí tratando de imitar en tiempo real los movimientos de esa mano, la dirección y la velocidad con lo que lo hacía. Sin embargo, parecía que continuar aquella conversación era más importante.

—¿Y apoco no te tocaste pensando en Tere? —ronroneó pícaramente la hermana menor.

—No —contestó tajantemente nuestra hermana.

—Pues, te lo perdiste —comentó Raquel con desencanto—. Debo reconocérselo, es una zorra con todas sus letras, ¡Pero bien que sabe ponerte cachonda, la cabrona! —rugió como haría un borracho en una cantina, frotándose la cuquita con más intensidad. Julia sólo frunció los labios con pena al escucharla hablar así, pero su mano no se detuvo—. ¿Y Emma? —continuó indagando con tono sugerente.

—Tampoco. Es curioso —comentó tras una breve pausa, pensativa—. Aunque a mí no me llamara la atención de esa manera, por dentro, estaba casi segura que ella intentaría algo conmigo. Casi —enfatizó con un suspiro—. ¿Quién sabe? Si lo hubiera hecho, creo que sí me habría “dejado convencer”.

—¿Y te imaginaste cómo hubiera sido? —insistió una vez más en averiguar nuestra hermanita entrevistadora.

—A veces… —respondió sugerentemente con una media sonrisa.

Raquel soltó otro chillido agudo de emoción y hasta pegó unos brinquitos que dibujaron una sonrisa en nuestra hermana. Los dedos de Julia ya no estaban siendo discretos y podíamos escucharlos moverse en aquel ambiente acuoso de su intimidad. Su otra mano también empezó a acariciar su pecho y nuestra hermanita también la imitó.

—¿Y desde hace cuánto te gusta Luís? —soltó la menor de repente, un tanto absorta en su propio placer.  

—N-no sé —dijo de forma entrecortada, ya no por timidez, sino por los jadeos—. Antes del viaje.

—¡Iiih!  —chilló nuevamente Raquel sin parar de autocomplacerse—. ¿Antes o después de Tere?

—Antes —respondió prontamente, pujando y dejando escapar un gemido mientras estrujaba su pecho con más fuerza.

—¿Antes? —se sorprendió nuestra hermanita—. ¿Antes de que la conocieras o antes de que fuera la novia de Luís?

—Antes de que ustedes dos empezaran a andar —soltó Julia, con una voz cada vez más aguda y frenética—. ¡Desde que éramos chicos!

Ninguna dijo nada más, aunque no diría que el cuarto se quedó en silencio, ambas terminaron por rendirse al deseo irrefrenable que se había apoderado de sus manos. Julia sofocó un gemido y se encorvó hacia arriba mientras la mano le quedaba apresada entre sus piernas y batallaba para mantener sus ojos cerrados en todo momento. Pude ver aquellos gestos fugaces, las contracciones en su ceño y sus labios, la forma en que los dedos de sus pies buscaban aferrarse a las sábanas. Fue glorioso de ver, tanto que tardé en comprender lo que acababa de escucharla decir.

Raquel por su parte no hizo sino acelerar los movimientos de su mano hasta alcanzar a Julia y quedarse jadeando un rato. Me miró con los ojos muy abiertos con una expresión de asombro y luego, se dirigió a nuestra hermana.

—¿Y por qué no dijiste nada? —lanzó aquella pregunta que parecía estarla carcomiendo. Apenas tenía aliento, pero se oía claramente descolocada.

—Yo… no… quería —respondió Julia diligentemente, inhalando y exhalando profundamente para recuperar la calma—. No quería decirlo, no quería admitirlo. Además, ¿cómo podía contarle a alguien algo como eso? Enamorada de mi propio hermano… creerían que estoy loca, que soy una enferma. No. No quise que nadie lo supiera. Yo misma no quise aceptarlo.

Estaba hablando con voz serena, casi adormilada, como lo haría una persona en trance, pero la manera en que aquellas palabras iban saliendo de su boca me revelaba que estaban siendo elegidas cuidadosamente. No era alguien obligada a responder preguntas, era alguien que quería sincerarse con nosotros.

—Cuando ustedes dos empezaron… cuando me enteré… fue horrible —continuó con esa misma serenidad, aunque también sonaba más apagada—. Primero, porque era espantoso para mí pensar que ustedes dos estaban juntos de esa manera, siendo hermanos… y segundo, porque también quería a Luís. Fue… frustrante. Algo que no era más que una fantasía para mí… lo terminaste haciendo tú —le dijo a Raquel con voz queda—. Se me partió el corazón cuando los vi besarse —acotó con culpa—, pero la vez en que los encontré haciéndolo, me horroricé. Quise detenerlos, ¡tenía que!

«No había querido creer en la hipnosis hasta entonces —siguió contando—, pero había ido haciéndome la idea de que tal vez Luís te hubiera forzado a hacer todo eso. No podía creer que a ti te gustara Luís… o que a él le gustaras. Nunca lo imaginé, no lo quería creer —confesó y aquello me produjo un vacío en el estómago—. Al final, resultó ser que sí. Cuando vi con mis propios ojos cómo te hipnotizaba para “liberarte” de cualquier control que yo esperaba que tuviera sobre ti y que al final, todo siguió igual… me destrozó.

«Fue peor cuando supe que mamá también sabía lo que estaban haciendo y al final, no hizo nada. ¿No se supone que debía separarlos? —dijo con voz cansada, pero aquella pregunta no tuvo una respuesta—. Se supone que algo así no tendría que pasar en una familia. Y sólo se puso peor. Ya no sólo eras tú, luego fueron mamá y luego, Tere. ¿Por qué? ¿Por qué no podía… ser yo?

La expresión en el rostro de Raquel era inescrutable. No parecía estar sorprendida, en lo absoluto, más bien parecía estar atando cabos en su mente; sinceramente, me fue imposible saber si estaba triste, serena o molesta. Julia se quedó resoplando lentamente, era curioso cómo ya no parecía estar a punto de llorar, de hecho ninguna de las dos. Yo, por el contrario, me sentía fatal. La emoción que sentí al escuchar de viva voz que mi hermana mayor sentía algo por mí desde hacía mucho quedó eclipsada al enterarme de todo lo que le había tocado callarse.

—¿Me odiaste por estar con Luís? —le preguntó Raquel con voz fría.

—¡No! ¡Jamás! —exclamó, frunciendo el ceño momentáneamente—. No te odio —añadió después de un rato—, jamás podría. Creo que les tenía envidia… a todas.

—¿Por qué no dijiste nada antes? —pregunté, incapaz de aguantarme un segundo más.

Ambas respingaron levemente al escucharme hablar, creo que se les había olvidado que yo estaba escuchando todo.

—Porque los vi felices.

Esa fue su respuesta. Lo dijo con una voz suave, pero conmovida. Aquello sacudió a Raquel y su rostro se desencajó tanto que me apuré en tomar su mano y ella comenzó a apretar con fuerza. Aquella frase había sonado como una brisa, pero ambos sabíamos que se nos avecinaba un terrible huracán.

—Me resigné —continuó hablando con un tono más natural, aunque desanimado—. Me costó, pero es que los veía y… estaban contentos. Casi, casi, brillaban de alegría. Y sí, me dolía. Me dolía no ser yo. Pero tampoco iba a insistir en separarlos. Nadie más sabía, se estaban cuidando, mamá lo sabía… No sé… no estaban haciendo daño a nadie, me dije.

—Pudiste decirme algo. Todo hubiera sido más fácil —rumió Raquel con disgusto, aunque cabizbaja.

—¿Y yo cómo iba a saber? —respondió con tono casi indiferente, desprovisto de emoción—. Tú llegaste a ponerte celosa de Tere, hasta con mamá. Los llegué a escuchar pelear por eso —confesó con timidez—. No quería ni imaginarme lo que harías si te enteraras de mí.

Raquel volvió a sonrojarse, agachó la mirada y su mano dejó de apretar la mía, pero yo seguí sujetándola. La acaricié con mi pulgar para reafirmarle que seguía estando allí con ella y me miró con una expresión de decepción, pero también con una culpa que, aunque comprensible, también me pareció injusta.

—No dije nada porque si ustedes dos ya estaban contentos, no iba a ser yo la que iba a entrometerse —continuó con esa voz impasible—. No quería ese drama en mi consciencia y, sobre todo, no quería causar ningún daño. Además, me abrumaba más la sola idea de pensar en todo eso. Era más fácil para mí hacerme a un lado, mantenerme al margen de todo y ahorrarme esa pelea, era más cómodo así. Me resigné a que lo suyo era una realidad y que de alguna manera, iba a tener que afrontarlo y seguir adelante. Después de todo, él te había escogido a ti primero —dijo con un susurro que apenas pude escuchar, pero que me arrebató la fuerza de las piernas—.

«Luego, con mamá, todo se volvió más raro —agregó con un tono más serio y apático—. Ahora, de pronto, Luís tenía sexo contigo y con ella… y después con Tere. Todo era un caos. Verlos a ustedes dos era una cosa, pero ver a Luís con todas ustedes… fue demasiado. Ya nada tenía sentido para mí.

«”Es sólo sexo”, pensé entonces al presenciar toda esa depravación en nuestra propia casa —prosiguió con aquella voz pensativa—. Empecé a decirme que sólo estaban entregándose a sus deseos carnales… y sí, lo admito, para mí, sólo estaban portándose como animales. Quería autoconvencerme de eso y de que sería algo pasajero, algo que en algún momento acabaría cuando se aburrieran y que todos recapacitarían tarde o temprano. Entonces, pasó lo del viaje y conocí a Emma.

«Ver cómo ella aceptó tan fácilmente que Luís estuviera cogiéndose a todas me voló la cabeza. Era la primera vez que veía a alguien reaccionar a algo así, una total desconocida… ¡Y lo aceptó así, sin más! —exclamó con una alegría casi sarcástica—. Sin mencionar al personal del resort y la demás gente en la playa; todos estaban en paz con la idea. Aquello rompió algo en mí… y no sentía que eso fuera algo malo. ¿Acaso hay más gente así? ¿Era algo más común de lo que yo creía? Me picó la curiosidad y por eso Emma y yo nos la pasamos platicando tanto sobre tantas cosas: las relaciones abiertas, los swingers… el incesto… y todo eso que yo no era capaz siquiera de imaginarme. Con ella aprendí tantas cosas y me hizo entender cuánto en verdad no sabía —comentó con un aire de nostalgia—. Por eso me animé a andar sin ropa con ella. Por eso me animé a probar tantas cosas en ese viaje.

Hizo una pausa y sonrió discretamente, quizás recordando el juego de tragos, lo que platicamos a solas en la playa o cuando se quedó a vernos teniendo sexo a mamá y a mí. Caí en cuenta de lo brutal que había sido el cambio de Julia a partir de ese viaje. Lo de dormir desnudos, lo del hotel, el masaje… todo empezaba a tener sentido, pero al mismo tiempo, sentía que todo a mi alrededor estaba dando vueltas.

Julia sólo se puso a inhalar y exhalar profundamente. Se había quedado inmóvil y en silencio, esperando a ver si su respuesta había sido suficiente. Para mí, había sido más que suficiente, pero aunque parecía haber sido ser demasiado para procesar, Raquel todavía tenía una pregunta más:

—Y entonces, ¿ahora, qué? —espetó—. ¿Vas a querer quedarte con Luís todas las noches de ahora en adelante? ¿Sabes qué? Está bien —dijo con voz relajada—. A mí no me molesta…

Prefirió tragar saliva en lugar de terminar su frase y evitar que le volviera a temblar la voz. Así como nuestra hermana mayor se había controlado antes para no hacerse la víctima en la historia, Raquel no quería verse como alguien a quien se le agotaran las opciones.  

—Por mí, hagan lo que quieran —continuó con un tono que buscaba escucharse despreocupado, pero que no engañaba a nadie—. Después de escuchar tu triste historia —agregó, cínica pero amistosamente—, supongo que ahora me tocará a mí hacerme a un lado y aguantarme para que “compensen el tiempo perdido”.  

—Raquel…

—¿Sabes? Creo que en el fondo, lo sabía —la interrumpió con voz distante—. Bueno… ¡Espera! ¡No! —quiso corregirse—. O sea… sí. Bueno, no. Algo así —balbuceó y lanzó un bufido de frustración antes de reacomodar sus ideas—. La forma en que nos miraste la vez que nos atrapaste en la sala… pude sentirlo, ¿sabes? —suspiró con desánimo—. Esa sensación de que algo no anda bien entre nosotras.

«De repente, ya no podía llegar contigo y platicar como antes, me evitabas. Empezaste a salir más temprano y regresar más tarde y yo sólo pensé que no querías vernos otra vez… que ya no querías saber de mí —añadió con amargura—. Yo pensé que era por el shock… que era por asco. Y me enojé —soltó con voz temblorosa—. Sabía que te ponía mal vernos haciéndolo, así como verme andar desnuda por la casa o tocándome en frente a ti; pero no pensé que fuera por eso. Yo sólo quería molestarte, pero lo llevé al límite, me ensañé contigo. Yo… no… no era para lastimarte.

—Por supuesto que no —intervino Julia, también le temblaba la voz—. Tú no sabías…

—¡Sí sabía! —la interrumpió—. Bueno… no estaba segura. Pero algo me decía que tú también te morías de ganas por estar en mi lugar y hacer lo mismo con Luís —explicó con un hilo de voz, murmurando con dificultad—. Me decía a mí misma que estabas celosa de mí… me lo decía para no pensar que tal vez me odiabas.

—R-Raquel… —gimoteó Julia.

—¡Ahora, me siento como una tonta! —sollozó finalmente la hermana menor—. ¡Porque después de todo, sí tenía razón y eso sólo lo hace peor! En mi cabeza, es algo tan sencillo: lo quiero, lo hago —berreó—. ¡No tendría por qué ser difícil para nadie! Me empeñé en creer que tú sólo querías hacerme ver como una puta… en vez de darme cuenta que era yo la que se portaba así para darte celos y hacer que reaccionaras.

Todo aquello era una tormenta de emociones. Me era difícil procesar cada una de esas revelaciones que iban saliendo y fue como si el mismo suelo se estuviera resquebrajando. Ahora, puedo decir que todo estaba acomodándose, ordenándose, cobrando sentido; pero en ese momento, se sentía como si sólo estuviéramos demoliéndolo todo. Ahora entiendo por qué la terapia psicológica necesita hacerse en varias sesiones, estábamos sacando todo de golpe y era demasiado. Julia había extendido su mano y la de Raquel salió a su encuentro.

—Ya sé que dijiste que no quieres que te toque —gimoteó Raquel—, pero…  

Otro brazo se dirigió a ella y se asió a su hombro, tiró de ella y la hundió hasta encontrarse con el rostro de Julia. Y así, finalmente, ambas se dieron permiso de soltarse a llorar. Una vez más, sobraron las palabras. No fueron lágrimas dolorosas, fueron de alivio. Pronto, la cara de Raquel había embarrando sus lágrimas sobre el pecho de nuestra hermana mayor mientras ésta la arrullaba, aún sin abrir sus ojos ya hinchados por el llanto. Le dije que ya podía abrirlos, pero igual no quiso. Sólo volvió a extender su brazo y me uní a Raquel en el seno de Julia, cada uno a su costado, apenas cabiendo sobre el colchón de nuestra hermanita.

Lentamente, la tormenta fue amainando. El llanto había inundado el cuarto otra vez, pero no se sintió como algo malo. Fue como si la lluvia limpiara el barro y la suciedad y se los llevara lejos.

 

Yo no era ajeno al tacto suave de la piel desnuda de Julia, pero pude notar que Raquel estaba embelesada. Pronto, las lágrimas se secaron y una sonrisa de paz le llenó el semblante. Sus brazos rodearon por completo a nuestra hermana y su cara se hundió un poco en su busto, provocándole cosquillas.

—¡No abuses, Raquel! —rio la mayor.

—Sólo quiero abrazarte —ronroneó la menor, cínica, pero con tono inocente, frotando la mejilla peligrosamente cerca de aquél pezón—. El día en que te convenza de hacer algo más, hasta me lo vas a agradecer, vieja sufrida.

—¡Óyeme, óyeme! —exclamó la aludida, apenas aguantando la risa.

—¡Tú sufres nomás porque quieres! —le soltó con descaro, con su mano sobrevolando la pierna de Julia, cuidando de no tocarla—. Yo estoy dispuesta a compensarte por cada noche que no has experimentado con una mujer —susurró seductoramente.

—Pues… —pujó, irguiendo el torso y obligándonos a apartarnos—. No será hoy, pequeña demonio.

Raquel soltó una risita traviesa y pícara y le mostró la lengua de forma juguetona, pero dándole su espacio. Julia tensó sus dedos como garras e hizo un ademán de querer atacar el cuello de nuestra hermanita. ¡Si tan sólo supiera!

—No la ahorques, que eso le gusta —le advertí con voz ronca.

—¡Ash! ¡No le digas! —protestó mi hermanita

—No te puedo ahorcar, no te puedo nalguear… —empezó a enumerar nuestra hermana mayor con sus dedos—. Estoy segura de que si te soltara una cachetada, sonreirías.

—¡Ni que fuera mamá! —exclamó la menor, indignada.

 

Comentarios

  1. La historia cada vez mejor, 5 estrellas en todo relatos y ansioso a l siguiente parte

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Mi Hermana Cinthia

Mi Hermana Cinthia
Una mala realación de hermanas puede dar un giro de 180 grados

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?