—¡¿Que QUÉ?!
Esa fue la reacción de Raquel al escucharme decir que iba a
dormir con Julia esa noche. Mi hermanita y yo estábamos haciéndolo de perrito y
nuestra madre estaba sentada frente a ella, con las piernas abiertas y
arremolinando la melena castaña de su hija menor. Yo no paré de embestirla y
ella tampoco hizo el amago de quitarse, sobre todo porque no tenía ganas de
apartarse de la raja de mamá. Ésta no se escandalizó por mi decisión, pero sí
se mostró atenta a la reacción de Raquel y sus manos se adelantaron a mimar las
orejas de mi hermana menor. Yo había notado que era una de sus maneras de
contenerla últimamente, si no rozaba o jugueteaba con su lóbulo, o lo besaba o
lo mordía, le susurraba.
—Tranquila, amor —arrulló Sandra a la menor de sus hijas—. Luís
y Julia están avanzando poco a poco con su… relación.
Raquel sólo emitió un par de ruidos de inconformidad, pero
optó por continuar lamiendo y extrayendo el sabor de nuestra madre en lugar de
responder. Debo suponer que todas esas palabras que estaba reprimiendo se
volcaron en la rabia con la que debió arrancarle a mamá esos gemidos hasta
hacerla acabar tan fuerte que la dejó resoplando mientras yo seguía dándole
duro.
—¿Y qué? ¿Te quiere sólo para ella, o qué? —preguntó con disgusto
tras limpiar la verga que la acababa de llenar de leche.
—Estamos yendo lento, Raquel —dije, intentando aminorar el
torbellino de emociones que, sabía, se aproximaba.
—¡Hum! Muy lento —se quejó ella.
—Cariño —intervino mamá, asomándose detrás de ella y posando
ambas palmas en sus hombros—, debes entender… cada quien somos diferentes y
vamos a nuestro propio ritmo. Y si su hermana quiere hacer las cosas poco a
poco…
—¿Pero por qué? ¿Por qué? —preguntó mi hermanita con una voz
que se le empezaba a quebrar—. ¿Por qué, mamá? —insistió, suplicante y
girándose para verla—. Ella siempre… Siempre va por su cuenta, como si no le
importáramos —reclamó con impotencia, su voz iba volviéndose cada vez más
aguda—. Y luego, se las quiere dar de santa… cuando ahora ella es la que quiere
tener a Luís sólo para ella —agregó con desdén—. Quiere dárselas de superior,
mirándonos como si fuéramos unas… unas…
—Ya, ya… —intervino nuestra madre, antes de que su hija
dijera algo que no quería escuchar—. Cariño, tú sabes que no es así. Julia no
la ha tenido fácil…
—¡Ah! ¿¡Y eso le da el derecho de tratarme… de tratarte a ti
y a mí como si fuéramos unas putas!?
—No.
Los tres volteamos a ver a la puerta al escuchar aquella voz.
Ahí estaba, vestida con su camisón celeste. Julia había logrado que la
temperatura de la habitación bajara un par de grados con sólo anunciar su
presencia. Pude notar que Raquel se encogió al saberse escuchada. Ella se quedó
inmóvil justo sobre el umbral de la puerta, lo cual provocó que el aire se
volviera más denso y difícil de respirar.
—Yo… eh… Perdón.
Una vez más, dijo un par de palabras y aquello fue
suficiente para que Raquel hipara y empezara a resoplar. Teníamos a mamá a
nuestras espaldas, así que no vimos el amago que hizo de llamar a Julia para
que se acercara más. A mí se me hizo un nudo en el estómago, no estaba seguro
de qué hacer. Había imaginado que tendríamos aquella plática algún día, pero
definitivamente no ese mismo.
—No sabía que te sentías así. Yo… nunca fue mi intención… no
pienso que ust-
—Ya, ya… —la cortó Raquel—. ¿Viniste a llevarte a Luís?
¡Adelante!
—Raquel… —suspiró Julia, acongojada.
—¡Raquel! —exclamó nuestra madre, indignada.
Ninguna dijo nada más. Mi hermanita miró a nuestra hermana
mayor con ojos de pistola y luego, sólo volteó a verme. Me examinó como si me
esculcara, como hizo aquella noche en la sala en la que pareció leerme la
mente. Su respiración se tornó brusca. Fueron instantes, un parpadeo, pero
recuerdo cómo se turbó la expresión de su rostro al verme, luego, volvió a revisar
algo en Julia y entonces fue como si su cara se opacara. No sé qué vio, no sé
si Raquel había fabricado una idea errónea de lo que estaba pasando, o si, por
el contrario, había visto una verdad que ni siquiera yo había podido
comprender. Simplemente, aquello hizo que se levantara y se retirara, dejando
un silencio frío y sepulcral en los demás.
Corrí tras ella, ninguna de las otras dos intentó detenerme.
Apenas la alcancé antes de que me cerrara la puerta en la cara. No hubo
palabras, sólo forcejeos. Ella no me quería en su cuarto, pero no iba a dejarla
que me echara. Simplemente, llegó a su límite y se quebró en mis brazos. Rompió
en llanto, conteniéndose para que no la escucharan, lo que hizo que yo cerrara
la puerta a mis espaldas. No estaba muy seguro del motivo de sus lágrimas.
¿Estaba avergonzada por hablarle así a Julia, alguien por quien también sentía
una obsesión carnal al grado de fantasear con ella, al igual que yo? ¿Estaba molesta
por su actitud? ¿O había algo más?
Poco a poco, sus resoplidos fueron tornándose en aullidos
temblorosos y sofocados. Esto era algo serio. Estábamos sentados en su cama y
yo me dejé caer con ella para recostarnos. Mi palma se apoyó en su pecho y
comenzó a dibujar círculos tenuemente, mientras la arrullaba para tratar de
consolarla y ver si podría decirme algo.
—¿Qué pasó? —pregunté al fin, ahora que había dejado de
escuchar el silbido que había estado haciendo al respirar—. Dime.
Ella no estaba bajo ningún trance y aquello no había sido
una orden, pero pude notar cómo su cuerpo se tensó y la oí tragar saliva al
escucharme decirlo. De alguna manera, logró calmarse un poco más.
—No es justo —mustió, con la voz cuarteada y limpiándose la
nariz con su antebrazo—. Ella no tiene derecho a… alejarte. No tiene que
apartarte de nosotras.
—Raquel… eso no va a pasar —dije sin parar de masajear entre
sus pechos—. Yo… me he dado cuenta de cómo es Julia. Estos últimos días hemos
podido abrirnos más y platicar… y creo que ambas tienen mucho… en serio, mucho de
qué hablar —hice una pausa, pero mi hermana no dijo nada. Tenía la mirada
perdida en donde estaba mi mano—. Cada una piensa lo peor de la otra y dicen
que no se entienden; pero sabiendo lo que ahora sé de las dos, puedo decirte:
ambas están tan equivocadas…
«A ella le cuesta mucho, de veras —continué al no escuchar
alguna reacción de su parte—. Y es peor cuando piensa que la están obligando o
manipulando. No se anima a decir abiertamente lo que siente o lo que piensa por
miedo a cómo reaccionaremos y eso sólo la ha hecho aislarse más y más. Y cada
que alguna de ustedes insiste, sólo hacen que se ponga más a la defensiva.
—Suenas como uno de los que salen en la tele, señor
psicólogo —me dijo con voz adormecida—. ¿De eso se la pasan platicando? ¿Estás
dándole terapia o algo así? ¡Espera! ¿La hipnotizaste?
—¿Qué? ¡No! —exclamé, sorprendido—. Es más, creo que ni
siquiera podría —confesé—. Para poder hacerlo, la persona tiene que estar en
calma y confiar, por decirlo así —me puse a explicar—. Julia jamás baja su
defensa. Incluso cuando…
Fue como si mi garganta se cerrara en ese instante. Estuve a
punto de contarle a Raquel sobre la vez en que le di un masaje a Julia y que
incluso en aquella ocasión, aunque hicimos lo que hicimos, pude notar que no
bajó la guardia ni siquiera al venirse por mis manos. Es más, podría asegurar
que en ninguna de las demás veces. Y a decir verdad, aquello me resultaba un
poco molesto, porque era como si yo no pudiera hacer que nuestra hermana mayor
confiara plenamente en mí.
—“Cuando…” ¿Qué? —preguntó Raquel, como si despertara de un
sueño— ¿”Cuando”, qué?
—¡Ah! No te lo puedo decir —suspiré desanimadamente—. ¿Ves?
Si no hubieras salido así del cuarto, hasta ella misma te lo podría contar
—acoté para persuadirla de no insistirme.
—¡Ja! ¡Sí, ajá! —exclamó con ironía—. Nomás quieres hacerte el
interesante.
—Yo lo prometí, Raquel
—le confesé con verdadero pesar—. ¿Qué crees que pasará si Julia supiera que te
conté? Va a dejar de confiar en mí… y adiós a tus planes de tener tu orgía
familiar.
Usé eso para rematarla y no seguir hablando del tema y
funcionó. Mi hermanita sólo refunfuñó de una forma cómica e hizo el ademán de
morderme la mano que tenía más cerca. La amenacé con una guerra de cosquillas
que la hizo reconsiderar su actitud y nos quedamos meditando en silencio, cada
uno con sus propios pensamientos. Francamente, estaba intranquilo por la
tenacidad con la que yo mismo estaba protegiendo a Julia. Digo, a final de
cuentas, si le contaba a Raquel, ¿qué más daría? ¿Qué daño podría hacer?
—¿Sabes? —dijo repentinamente mi hermanita, interrumpiendo
mi reflexión con la belleza de su cuerpo desnudo, incorporándose para quedar a
gatas a mi lado—. Puede que no me quieras contar nada… pero, hay otra forma en
la que podría… enterarme —agregó con voz seductora mientras sus dedos comenzaba
a resbalar sobre mi vientre—. Y no hará falta que digas una sola palabra.
Aquella mano tomó la mía y la llevó a su pecho mientras esos
ojos castaños se entrecerraban, haciendo que comprendiera el mensaje de manera
casi instantánea. Mi garganta volvió a tener un reflejo de cerrarse, tragué
saliva con dificultad y sentí que estaba sudando frío, pero en mi cabeza no
podía parar de gritar: “¡Raquel, eres una genio!”.
Con gestos, le indiqué que se acercara a mí y la besé como
había hecho con Julia tantas veces aquel día. Su lengua buscaba insaciablemente
la mía, pero yo me movía torpemente, quise que se diera una idea de la timidez
y la falta de técnica de nuestra hermana mayor. Cuando se dio cuenta de por qué
lo hacía, soltó una risita juguetona.
Terminamos con ella acostada boca arriba y conmigo encima de
ella. Suavemente, mis manos acariciaron sus brazos para apartarlos y dejarme
apachurrar sus pechos como hacía con los de Julia, los devoré y lentamente bajé
a su entrepierna para degustarla. Tomé su muñeca y la hice enterrar sus dedos
en mi cabello mientras le arrancaba jadeos y gemidos con mi boca. Tampoco me
olvidé de bajar a sus pies y consentir su empeine con mi lengua, así como llevarme
a los labios sus dedos, cosa que la tomó por sorpresa y la hizo batallar para aguantar
las cosquillas.
Volví a subir y unimos nuestras bocas una vez más, con mis
manos ocupadas en su rajita y sus pechos. De momentos, Raquel perdía la noción
de lo que estábamos haciendo y su pelvis se elevaba, buscando mi verga, ansiosa
de que nuestros cuerpos se unieran. Pero aquello no iba a ocurrir, así que mi
palma presionó su vientre para que se quedara abajo y su recompensa fue mi
pulgar haciendo pequeños círculos alrededor de su pubis, justo como hacía para no
estimular el clítoris de Julia directamente y así no abrumarla demasiado.
Pero mi hermanita no era ella y tuvo que morderse el labio
para ayudarse a reprimir esos espasmos que todavía hacían que su cadera pegara
pequeños brincos. A decir verdad, yo también estaba impacientándome.
—Imagina que tengo puesto un condón —jadeé con dificultad.
Ella asintió y me permitió tomar prestada su mano para
llevarla entre mis piernas. Ya le había quedado claro que tenía que actuar como
si no supiera lo que iba a pasar, así que lo que tocó mi rifle no fue el
interior sino el dorso de su mano. Tuve que situarla correctamente y en cuanto
su palma sintió mi fierro ardiente, titubeó antes de sujetarla. Ahora yo
también tenía que contenerme para no mover mi cadera y cogerme aquella extremidad
que me agarraba con timidez.
Ni siquiera en nuestras primeras veces tuve que orientar a
Raquel para que me complaciera y, sin embargo, aquello me estaba haciendo
hervir la sangre como nunca. Quería que lo hiciera lentamente, como hacía
nuestra hermana, pero fue mi propia mano la que empezó a sacudir su muñeca con
fuerza para que acelerara. No había querido separarme mucho de sus labios,
porque estaba seguro de que perdería el control y la penetraría salvajemente si
lo hacía… quizás, fantaseando que ese cuerpo que tenía delante era el de Julia.
—Ustedes dos se parecen en muchas cosas —balbuceé sin pensar
antes de volver a probar su lengua.
—¿Ah… sí? —ronroneó mi hermanita—. ¿Vas a decirme que es lo
mismo estar con cualquiera de las dos?
—N-no —pujé al sentir la presión de su mano en la base de mi
verga—. ¡Ah! Digo que podrían llevarse mejor… si tan sólo se dieran la
oportunidad.
—¿Y qué sugieres? ¿Que la invite a unirse?
Yo apenas podía pensar claramente, sólo asentí, bufando y
jadeando con la mano de Raquel y el sabor de sus besos, los cuales se volvieron
más dulces de repente. Mi cadera ya no era capaz de mantenerse quieta y cada
vez que mi hermanita tiraba mi piel hasta la base, me hacía temblar. Me
encontraba en ese limbo entre las ganas de venirme y las de querer prolongar
aquello un poquito más. Fue mi hermanita la que me soltó a nada de que yo
acabara.
Me estaba costando respirar sin resoplar, un zumbido en mis
orejas me impidió oír nada más que nuestros jadeos. Algo brillaba dentro de los
ojos de Raquel, quien me sonreía de forma insinuante y extendió los brazos,
invitándome a ponerme encima de ella. Yo negué con la cabeza, incapaz de
articular una palabra siquiera. No podía arriesgarme a sentir el calor de su
piel y rendirme al instinto de penetrarla. Entonces, me acordé de otra cosa que
podíamos hacer.
Alcé sus piernas y sus pantorrillas descansaron sobre mi
pecho, con sus pies suspendidos a lado de mis orejas. Ella soltó un chillido,
seguramente pensando que había sucumbido a su provocación. Tomé prestado un
poco de sus jugos y los unté en mi verga, esto la hizo alzar una ceja, aunque
sin dejar de sonreír. No me resistí a lamer un poco de su tobillo, que era lo
que tenía a mi alcance mientras acomodaba mi garrote entre sus muslos. Suavemente,
fui lubricando un poco más con mi saliva y otro poco de sus fluidos, lo que la
hizo soltar una risita burlona.
—¿En serio? —me preguntó con tono juguetón— ¿Esto? ¿Te deja
hacerle esto para “no mancillarla”? —añadió, riéndose burlonamente mientras yo le
volvía a asentir—. ¡Oh! ¡Pobrecito! —canturreó con una falsa condescendencia—. ¿Esto
es lo más intenso que han hecho todo este tiempo? Ha de ser por eso que andas
más horny últimamente —se jactó.
Me empezaba a parecer extraño que Raquel estuviera hablando así
de repente, pero una vez más, la calentura no permitió que aquella inquietud
aflorara en mi cerebro, no cuando tenía que concentrarme para evitar a embestir
sus piernas con todo lo que tenía. No era capaz de darme cuenta del estado en
el que me encontraba, totalmente fuera de mí, incapaz de razonar y con sólo la
idea de venirme en mente… y a merced de Raquel.
—Pues, bueno —continuó hablando con esa voz burlona y
arrogante, con sus pechos meciéndose con cada impacto—. Viendo esto, creo que
te vas a quedar con las ganas de metérsela a Julia por un buen rato, hermanito.
Escucharla canturrear aquello con esa sonrisa cruel hizo que
se me achicara el estómago. Yo lo sabía, era cierto y hasta ese momento, estaba
en paz con la idea de esperar a Julia lo que hiciera falta… Pero por alguna
extraña razón, oír a Raquel decirme eso hizo que perdiera el control. Arremetí
un par de veces sus muslos, pero no era lo mismo hacerlo sin la protección de
un condón y la fricción me hizo recapacitar. Me moví para que sus piernas
cayeran a mis costados. Presa de la frustración, me lancé a frotar su clítoris
con singular coraje, cosa que la tomó por sorpresa, pero casi de inmediato, su
cadera se acomodó para recibir mejor mis caricias, extendiendo los brazos sobre
su cabeza y dedicándome una sonrisa desafiante.
No se lo quería reconocer, pero me tenía donde ella quería. Y
una vez más, el deseo guio mi cuerpo y mis huevos se situaron encima del
empeine de Raquel. Su sonrisa se torció ligeramente con cierto desazón, apenas
un poco, pero pude notarlo. Seguí restregándome sobre su pie, creyendo que tal
vez así podría amedrentarla un poco, pero estaba equivocado. Vi en sus ojos cómo
la lujuria y la satisfacción de tenerme a sus pies (nunca antes de forma tan
literal) la embriagaron y sentí cómo aquella mirada felina casi me quemaba
desde dentro.
—¡Mira nada más cómo te tiene! —ronroneó como una villana de
telenovela, una muy desalmada. Su pie empezó a revisar mi verga y comprobar que
estaba al límite, sólo necesitaba un poco—. Todo porque nomás le encanta hacer
sufr…
Dejó aquella frase inconclusa, yo no pude verlo, pero su
rostro se ensombreció por un instante y simplemente se dedicó a descubrir lo
que su pie podía hacer con mi verga. Sus caricias eran más aventuradas que las
de Julia, pero a esas alturas, ya no me importaba corregirla. Me encontraba simultáneamente
en dos realidades: una en la que estaba allí con Raquel y otra en mi mente, en
la que ese pie le pertenecía a Julia.
Simplemente, me había entregado a esa sensación, nada más
tenía sentido aparte de lo que mi hermanita estuviera haciendo con mi verga. No
fue hasta que un par de manos cubrieron mis ojos con su tacto frío que me
enteré que ya no estábamos solos.
—¿Qué están haciendo?
Escuché su voz y un escalofrío recorrió mi espalda. Era
Julia. ¿Cómo? ¿Cuándo? Tardé más en entender lo que había pasado que en sentir
la boca de Raquel en mi macana.
—¡A-AH! —bufé entrecortadamente mientras mis bolas vaciaban dentro
de la boca de mi hermana menor lo que llevaba tiempo queriendo salir.
Rugí mientras sentía cómo una mano seguía ordeñándome sin intenciones
de darme tregua en ningún momento. Mi voz se quebró y una risita cristalina
repicó a escasos centímetros de mi oreja. Mi hermana mayor se asomó por encima
de mi hombro y sentí su mentón apoyándose en mí. Un escalofrío me invadió al
terminar de procesar el hecho de que tenía a Julia pegada a mis espaldas
mientras Raquel me la mamaba como si fuera la última vez que lo haría.
—¡Ay, no puede ser! —reía con sorpresa la voz detrás de mí—.
En serio, ¿qué están haciendo?
—Averiguaba lo que ustedes dos hacen a mis espaldas —escuché
a Raquel responderle con tono de molestia y descaro—. Y con eso de que éste no
me puede decir nada…
—¡Ay, por Dios! —exclamó nuestra hermana mayor, soltando una
risotada aún más fuerte, incapaz de creer lo que estaba oyendo—. ¡No es cierto!
Finalmente, liberó mis ojos y sus manos se apoyaron en mis
hombros. Tenía su boca tan cerca que su risita me volvió a provocar un
escalofrío.
—¿En serio esto es para no contarle nada? ¡Aw! —suspiró con
ternura y me rodeó con sus brazos, apretándome tan fuerte que me hizo toser—
¡Ups! Perdón.
Me tomó un par de minutos recuperarme de semejante intento
de estrangulamiento. Me quedé de pie, viendo a mis dos hermanas sentadas en la
cama de Raquel, atentas y sonriéndome con intenciones desconocidas, aunque no
tan ocultas.
—¡Van a hacer que me dé un infarto! —rezongué con voz
rasposa. Ellas sólo rieron—. ¿Hace cuánto estás aquí?
—¡Uy! Hace rato —me respondió Julia, sonriente—. Cuando
andabas diciéndole a Raquel que nos parecemos un buen y todo eso. Ella me vio y
cuando te preguntó si tu querrías que me uniera a ustedes, me quedé.
Ella estaba hablando con total soltura, se la notaba
divertida y relajada a lado del cuerpo desnudo de Raquel. Llevaba puesto
todavía el camisón, un tirante se había deslizado por su brazo y ponía en
riesgo que un pecho se asomara en cualquier momento; pero aun así, estaba
completamente tranquila y contenta. Mi hermanita, por otro lado, estaba tensa a
su lado. Le dedicaba medias sonrisas cada que ambas cruzaban miradas, pero no
paraba de verla con cautela, me percaté de que estaba tan descolocada como yo con
la presencia de nuestra hermana en su cuarto, habiendo presenciado lo que
habíamos hecho.
—¡Ay, por Dios! —rio una vez más la mayor de los tres—. Me
ven como si fuera a hacerles algo. Cálmense —nos pidió, alternando su mirada
entre los dos—. ¡Ya!
Estaba empezando a darle un ataque de risa por los nervios
de ser el centro de atención, así que me apresuré a sujetarle la mano. Los ojos
de Raquel se abrieron y se clavaron en mí con una expresión de intranquilidad,
así que también tomé la suya y el rictus en su rostro se fue desvaneciendo.
—Gracias —dijo Julia, cabizbaja—. No sé qué me trajo aquí…
Yo… ni sé por qué abrí la puerta… sólo… lo hice. ¡Je! Lo bueno es que al final no
interrumpí nada —dijo, dirigiéndose a Raquel.
—No sería la primera vez que te nos quedaras viendo coger
—le respondió ásperamente nuestra hermanita—. Yo no dije nada porque éste —me
señaló con un gesto desdeñoso— ya andaba viendo estrellitas.
—¡Todo chueco! —se burló la hermana mayor—. Ya andaba
dándole la garrotera.
—Pues, de que algo le pasaba a mi garrote… —acoté para
seguirle la broma.
Julia rio despreocupadamente y Raquel se contuvo para seguir
interpretando su papel de estar incómoda, algo que definitivamente no pasó
desapercibido.
—Raquel… la verdad, vine para…
—Sí, sí… ya —la interrumpió con voz de fastidio—. Vienes
para “limar asperezas” y “arreglar las cosas entre las dos” —enfatizó aquellas
expresiones con tono de burla—. Como siempre, vienes a hacerte la mustia.
—Raquel —le hablé con voz severa.
—¡Tú, mejor ni digas nada! —me contestó tajantemente—. Lo
único que buscas es ponerte de su lado para ver si así te abre las piernas
antes… ¡Oh, espera! Pero si ya te las abre para que le comas toda la…
—¡Raquel! ¡Bájale! —grité, exaltado.
—Luís, no grites —intervino Julia e hizo un gesto con su
palma extendida para que me apaciguara—. Raquel tiene… derecho a sentirse así.
—¡Ahí vas! —rugió Raquel, cada vez más exasperada—. Sólo te
sabes la de jugar el papel de “la hija perfecta” —volvió a enfatizar aquél mote
con una voz chillona—, “la hermana madura, racional y perfecta”…
Nadie volvió a interrumpirla. Yo estaba frunciendo tanto la
mandíbula que empezaba a dolerme la cabeza, los ojos de Julia se clavaron en mí
para advertirme de no volver a decir nada. Nuestra hermanita ya se encontraba
de pie, con los puños cerrados y su rostro enrojeciéndose poco a poco.
—¿Qué te ganas con eso, eh? —le soltó Raquel a Julia, con
voz aguda y temblorosa—. ¿De qué te sirve querer ser siempre la voz de la razón
todo el tiempo? —Esperó una respuesta, pero sólo se encontró con nuestro
silencio—. ¡Siempre que dices algo tiene que ser para regañarnos y dártelas de
santa, de mosquita muerta! ¿Y para qué? ¿Para terminar haciendo tus tonterías
de “manitas sudadas” con Luís a escondidas?
«Tú… —volvió a espetarle, lanzándole una mirada cargada de
desprecio— quejándote de nosotros por ser indiscretos… ¡¿Te has visto al espejo
estos días?! Desde que empezaron a dormir juntos y a jugar a “los amantes” no
se te ha quitado esa cara de pend…
Esta vez, ella misma se detuvo. Era muy extraño que usáramos
ese tipo de palabras en la casa. Claro que se nos salían de vez en cuando,
cuando hablábamos de otros, pero nunca las habíamos usado contra nosotros. Fue
un freno para ella, uno que le permitió detenerse a respirar y quedarse
reflexionando. Pasó un buen rato antes de que Julia hablara.
—Raquel… Déjame hablar, por favor —le pidió, anticipándose a
nuestra hermanita, quien guardó silencio, enfadada—. Gracias. Es verdad, todo
lo que dices es verdad. Me la paso queriendo ser… la voz de la razón en esta
casa. Y… ¡Ah! —suspiró de frustración por no saber qué palabras usar—. N-no sé
por qué… lo hago. Pero no es para andar jodiendo… yo… sólo… no quiero que les
pase nada.
Su voz temblaba, estaba al borde del llanto, pero al igual
que Raquel, estaba aguantándose las ganas. Podría parecer que no quería
mostrarse débil o vulnerable, pero sólo no quería hacerse la víctima frente a
Raquel y con ello, hacerla enojar más. Julia y yo habíamos conversado sobre por
qué le era tan difícil tratar de conversar con nuestra hermanita al respecto y acertadamente,
habíamos deducido que algo como esto sería el escenario más probable.
—No sé de qué otra manera hablarte —continuó hablando, un
poco más resuelta—. Digo, a mí también me tocó cambiarte pañales, darte de
comer y cuidarte cuando te lastimabas jugando —rememoró con nostalgia—. No
puedo dejar de verte como esa niña traviesa que quiere hacer todo y que en
cualquier momento puede venir a mí, riendo, gritando o llorando… —Las lágrimas
se le asomaban, pero ella sólo alzó la vista y se abanicó, riéndose de sí misma,
esforzándose por mantener la calma—. No puedo. No puedo dejar de verte así…
a los dos… por más años que cumplan.
«Yo sé que… ya no soy nadie para decirles qué hacer o no,
pero llevo toda una vida haciéndolo. Por supuesto que me doy cuenta que les
molesta… por eso ahora prefiero quedarme callada, o al menos lo intento.
—Volteó a vernos a cada uno con un gesto suplicante, su voz se iba a apagando
lentamente—. Es mejor guardarme lo que pienso cuando no tengo nada bueno qué
decir.
—No es eso —dijo de pronto Raquel, con voz igual de apagada,
ya sin ese tono de coraje—. Antes, yo sabía que podía contarte lo que fuera y
que me ibas a escuchar y que harías lo que pudieras para ayudarme. Y de
repente, fue como si ya no quisieras saber de mí.
Sus palabras cayeron como una tonelada de acero, resonando
en mi mente hasta desvanecerse en el silencio sepulcral. Julia no aguantó más y
comenzó a resollar, finalmente las lágrimas habían empezado a resbalarle por el
rostro que sus manos intentaban cubrir. Fue un llanto doloroso y prolongado, ninguno
supo qué más decir. No supe qué más hacer que acercarme a ambas, mi mano
derecha estaba sobre la pierna de Julia y mi izquierda llamó a Raquel a que
volviera a sentarse a su lado. En cuanto nuestra hermana mayor alzó la mirada y
se encontró con la de ella, no dudó en rodearla con sus brazos y soltarse a
llorar a su lado.
Yo sé que no hubo diálogo, pero entre ese mar de sollozos
hubo una conversación, una en la que una le pedía perdón a la otra mientras, a
su vez, se decían que no tenían nada qué perdonarse. Es extraño ver cómo un
rostro pasa de la agonía y el arrepentimiento a una sonrisa de reconciliación y
de paz, en el que las lágrimas no paran de fluir. Aquel abrazo derribó un muro
que ambas habían estado construyendo entre ellas y en cuanto empezaron a platicar,
supe que lo mejor era darles tiempo a solas.
Bajé a beber algo, tenía una sensación extraña en el
estómago y la garganta que no podría describir. Comprobé que el agua no me
apaciguaría y me quedé a solas en el comedor hasta que apareció mamá. Su expresión
era de alivio y alegría.
—Al fin —suspiró, sonriente.
Se sentó a mi lado y le conté a grandes rasgos lo que había
pasado en el cuarto de Raquel. Aquello la conmovió de sobremanera y apretó mi
mano, llorando de felicidad, era evidente que llevaba esperando mucho por esa
noticia.
—No tienes idea de cuánto recé por esto —dijo, limpiándose
la nariz por enésima vez con el rollo de papel de baño que le había llevado—. A
Raqui le estaba doliendo muchísimo sentirse rechazada por tu hermana… y con
ustedes dos… juntos… temí lo peor.
El reloj marcaba poco más de la medianoche y repente,
escuchamos las voces de mis dos hermanas llamándome a gritos. Sonaban alegres y
risueñas, lo que dibujó una sonrisa de emoción en mi madre, quien me animó a ir
con ellas lo antes posible. Eso sí, no sin antes exigirme un beso de buenas
noches.
Regresé al cuarto de Raquel, apurado porque no paraban de
gritar mi nombre. Las dos reían, reclamándome por abandonarlas “en medio de
algo tan importante”. Julia estaba recostada boca arriba, y Raquel se
encontraba sentada a su lado. La forma en la que me veían me hizo suponer que
algo se traían entre manos.
—Julia ya me terminó de contar lo que hacen a solas, raritos
—ronroneó mi hermana menor, sobándole la pierna—. Pero hay algo que no me
quiere decir y necesito ayuda.
Sus dedos se deslizaron con ligereza sobre la tela azul del
camisón y se posaron en el hombro de Julia, quien no paraba de sonreírme, encajando
los dientes en su labio inferior.
—Dice que tú sabes cómo hacerla hablar… —dijo Raquel con
tono sugerente, extendiendo su palma sobre una de las tetas de nuestra hermana,
arrancándole un respingo— y a lo mejor, que haga lo que tú le digas.
Raquel no paraba de contemplar el cuerpo desnudo de Julia.
Yo le había ordenado desvestirse y ella, en su papel de hipnotizada, obedeció a
pesar del pudor. Mantuvo los ojos cerrados, seguramente para no ver cómo nuestra
hermanita la devoraba con la mirada. Prácticamente, salivaba por tenerla tan
cerca y no poder tocarla porque aquella había sido la única condición que puso nuestra
hermana mayor antes de fingir ser hipnotizada.
—Haz tu pregunta —le indiqué a Raquel, sacándola de su
ensoñación.
—Eh… Um… bueno. ¿Por qué no puedo tocarte?
—Porque no quiero que me hagas lo mismo que haces con mamá —le
contestó Julia con resignación y poniéndose a la defensiva.
—¡Uy! ¡Qué aburrida! —exclamó Raquel con sarcasmo,
sonriéndome—. ¿Te da miedo de que te guste? ¿O qué?
—N-no —contestó nuestra hermana, sin mucha convicción.
—¿Alguna vez te llamó la atención hacerlo con una mujer?
—preguntó la hermana menor con picardía.
—S-sí
—¡Iiih! —chilló Raquel—. ¿Con quién? Dime. ¿Fue con Tere o
con Emma?
—F-fue… con mamá —confesó finalmente, ruborizándose y
contrayendo los dedos de sus pies. Raquel ahogó un grito y me vio con los ojos
abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja, emocionada—. Sólo me he
preguntado cómo sería, pero no es algo que en verdad quiera ha…
—¿Te tocaste pensando en mamá? —la interrumpió la hermana
menor.
Los labios de Julia se fruncieron y su cara se puso cada vez
más roja. Raquel celebró descaradamente. Había tardado tanto en responder que,
sin importar lo que dijera, ya había contestado la pregunta. Pude ver que a
Julia le estaba costando responder, pero también que no quería mentirle a
nuestra hermanita.
—Muéstranos —dijo nuestra hermana menor con una voz cargada
de lujuria—. Muéstrale a Luís cómo te tocaste cuando pensaste en mamá.
Mis ojos se abrieron como platos, a diferencia de los de
Julia, que permanecieron cerrados. Eso sí, su cara ya parecía un tomate y su
ceño temblaba, estaba conteniendo la respiración. Creo que estaba esperando a
que yo interviniera y dijera que no era necesario que obedeciera o algo así…
pero no dije nada. Finalmente, aspiró hondamente y sus rodillas se separaron. Aquella
mano se acercó tímidamente a su entrepierna y comenzó a frotar lo que ocultaba
su mata de vellos castaños. Raquel estaba eufórica, dando pequeños aplausos y
chillando de emoción. Yo simplemente me quedé contemplando la escena en
silencio.
—Mientras lo haces —habló Raquel—, cuéntame: ¿Cómo te
imaginaste que sería?
—Al principio, pensé que sería… no sé, Dulce, romántico… —respondió con dificultad,
dibujando círculos tenuemente sobre su pubis. Raquel dejó salir una risita
burlona—. Eso fue antes de enterarme cómo le gusta hacerlo.
—¡Muy ruda! —rio mi hermanita con voz gutural—. Nada
romántica, si me preguntas —añadió con un tono ameno, como si ambas estuvieran conversando
tranquilamente en un café o una pijamada—. Creo que Alondra es mucho más cursi
que mamá… y que Tere. Hablando de esa, ¡bien que aquella también te tiraba la
onda! ¿no?
—Sí —respondió Julia con incomodidad.
—¿Y con ella no te dio curiosidad también? Al final, ya se la
llevaban bien ustedes dos, ¿no? —señaló Raquel con una curiosidad que casi
parecía inocente, de no ser porque ambas estaban desnudas y masturbándose.
—Me gustaba más platicar con ella que seguirle la corriente
con sus coqueteos —comentó nuestra hermana, algo incómoda—. Era igual a ti,
nada más quería presionarme para que me pusiera nerviosa.
—¡No, hermanita! Lo que esa
quería… Bueno, “lo que ambas queríamos” —agregó con disgusto por compararse con
Tere—, era que te sinceraras de una vez por todas.
—Siempre me molestó con eso —siguió narrando Julia, con algo
de pesar—. Así como hizo con mamá y la terminó de convencer de hacerlo con
ustedes. Insistía en provocarme, me decía: “Más te vale que te sinceres de una
buena vez, que yo a Luís me lo llevo lejos y nunca lo vuelven a ver”.
Dijo aquello con algo de fastidio. Ya fuera por la plática o
por lo que estaba haciendo su mano, sus rodillas se flexionaron y sus piernas se
fueron separando lentamente, adoptando una pose más explícita, dejándome ver
mejor sus gajos rosados.
—Sí, también me lo llegó a decir —recordó nuestra hermanita—.
¡Bah! ¡Como si la fuera a dejar!
Raquel continuaba platicando como si aquello no fuera nada.
Sus ojos no se apartaban de Julia y lo que hacía en su entrepierna. Ella
tampoco desatendía la suya y la sorprendí tratando de imitar en tiempo real los
movimientos de esa mano, la dirección y la velocidad con lo que lo hacía. Sin
embargo, parecía que continuar aquella conversación era más importante.
—¿Y apoco no te tocaste pensando en Tere? —ronroneó
pícaramente la hermana menor.
—No —contestó tajantemente nuestra hermana.
—Pues, te lo perdiste —comentó Raquel con desencanto—. Debo
reconocérselo, es una zorra con todas sus letras, ¡Pero bien que sabe ponerte
cachonda, la cabrona! —rugió como haría un borracho en una cantina, frotándose la
cuquita con más intensidad. Julia sólo frunció los labios con pena al escucharla
hablar así, pero su mano no se detuvo—. ¿Y Emma? —continuó indagando con tono
sugerente.
—Tampoco. Es curioso —comentó tras una breve pausa,
pensativa—. Aunque a mí no me llamara la atención de esa manera, por dentro,
estaba casi segura que ella intentaría algo conmigo. Casi —enfatizó con un
suspiro—. ¿Quién sabe? Si lo hubiera hecho, creo que sí me habría “dejado
convencer”.
—¿Y te imaginaste cómo hubiera sido? —insistió una vez más
en averiguar nuestra hermanita entrevistadora.
—A veces… —respondió sugerentemente con una media sonrisa.
Raquel soltó otro chillido agudo de emoción y hasta pegó
unos brinquitos que dibujaron una sonrisa en nuestra hermana. Los dedos de
Julia ya no estaban siendo discretos y podíamos escucharlos moverse en aquel
ambiente acuoso de su intimidad. Su otra mano también empezó a acariciar su pecho
y nuestra hermanita también la imitó.
—¿Y desde hace cuánto te gusta Luís? —soltó la menor de repente,
un tanto absorta en su propio placer.
—N-no sé —dijo de forma entrecortada, ya no por timidez,
sino por los jadeos—. Antes del viaje.
—¡Iiih! —chilló nuevamente
Raquel sin parar de autocomplacerse—. ¿Antes o después de Tere?
—Antes —respondió prontamente, pujando y dejando escapar un
gemido mientras estrujaba su pecho con más fuerza.
—¿Antes? —se sorprendió nuestra hermanita—. ¿Antes de que la
conocieras o antes de que fuera la novia de Luís?
—Antes de que ustedes dos empezaran a andar —soltó Julia, con
una voz cada vez más aguda y frenética—. ¡Desde que éramos chicos!
Ninguna dijo nada más, aunque no diría que el cuarto se
quedó en silencio, ambas terminaron por rendirse al deseo irrefrenable que se
había apoderado de sus manos. Julia sofocó un gemido y se encorvó hacia arriba mientras
la mano le quedaba apresada entre sus piernas y batallaba para mantener sus
ojos cerrados en todo momento. Pude ver aquellos gestos fugaces, las
contracciones en su ceño y sus labios, la forma en que los dedos de sus pies
buscaban aferrarse a las sábanas. Fue glorioso de ver, tanto que tardé en
comprender lo que acababa de escucharla decir.
Raquel por su parte no hizo sino acelerar los movimientos de
su mano hasta alcanzar a Julia y quedarse jadeando un rato. Me miró con los
ojos muy abiertos con una expresión de asombro y luego, se dirigió a nuestra
hermana.
—¿Y por qué no dijiste nada? —lanzó aquella pregunta que
parecía estarla carcomiendo. Apenas tenía aliento, pero se oía claramente
descolocada.
—Yo… no… quería —respondió Julia diligentemente, inhalando y
exhalando profundamente para recuperar la calma—. No quería decirlo, no quería
admitirlo. Además, ¿cómo podía contarle a alguien algo como eso? Enamorada de
mi propio hermano… creerían que estoy loca, que soy una enferma. No. No quise que
nadie lo supiera. Yo misma no quise aceptarlo.
Estaba hablando con voz serena, casi adormilada, como lo
haría una persona en trance, pero la manera en que aquellas palabras iban
saliendo de su boca me revelaba que estaban siendo elegidas cuidadosamente. No
era alguien obligada a responder preguntas, era alguien que quería sincerarse con
nosotros.
—Cuando ustedes dos empezaron… cuando me enteré… fue
horrible —continuó con esa misma serenidad, aunque también sonaba más apagada—.
Primero, porque era espantoso para mí pensar que ustedes dos estaban juntos de
esa manera, siendo hermanos… y segundo, porque también quería a Luís. Fue…
frustrante. Algo que no era más que una fantasía para mí… lo terminaste
haciendo tú —le dijo a Raquel con voz queda—. Se me partió el corazón cuando
los vi besarse —acotó con culpa—, pero la vez en que los encontré haciéndolo,
me horroricé. Quise detenerlos, ¡tenía que!
«No había querido creer en la hipnosis hasta entonces —siguió
contando—, pero había ido haciéndome la idea de que tal vez Luís te hubiera
forzado a hacer todo eso. No podía creer que a ti te gustara Luís… o que a él
le gustaras. Nunca lo imaginé, no lo quería creer —confesó y aquello me produjo
un vacío en el estómago—. Al final, resultó ser que sí. Cuando vi con mis
propios ojos cómo te hipnotizaba para “liberarte” de cualquier control que yo
esperaba que tuviera sobre ti y que al final, todo siguió igual… me destrozó.
«Fue peor cuando supe que mamá también sabía lo que estaban
haciendo y al final, no hizo nada. ¿No se supone que debía separarlos? —dijo
con voz cansada, pero aquella pregunta no tuvo una respuesta—. Se supone que
algo así no tendría que pasar en una familia. Y sólo se puso peor. Ya no sólo
eras tú, luego fueron mamá y luego, Tere. ¿Por qué? ¿Por qué no podía… ser yo?
La expresión en el rostro de Raquel era inescrutable. No
parecía estar sorprendida, en lo absoluto, más bien parecía estar atando cabos
en su mente; sinceramente, me fue imposible saber si estaba triste, serena o
molesta. Julia se quedó resoplando lentamente, era curioso cómo ya no parecía
estar a punto de llorar, de hecho ninguna de las dos. Yo, por el contrario, me
sentía fatal. La emoción que sentí al escuchar de viva voz que mi hermana mayor
sentía algo por mí desde hacía mucho quedó eclipsada al enterarme de todo lo
que le había tocado callarse.
—¿Me odiaste por estar con Luís? —le preguntó Raquel con voz
fría.
—¡No! ¡Jamás! —exclamó, frunciendo el ceño momentáneamente—.
No te odio —añadió después de un rato—, jamás podría. Creo que les tenía
envidia… a todas.
—¿Por qué no dijiste nada antes? —pregunté, incapaz de
aguantarme un segundo más.
Ambas respingaron levemente al escucharme hablar, creo que
se les había olvidado que yo estaba escuchando todo.
—Porque los vi felices.
Esa fue su respuesta. Lo dijo con una voz suave, pero conmovida.
Aquello sacudió a Raquel y su rostro se desencajó tanto que me apuré en tomar
su mano y ella comenzó a apretar con fuerza. Aquella frase había sonado como
una brisa, pero ambos sabíamos que se nos avecinaba un terrible huracán.
—Me resigné —continuó hablando con un tono más natural,
aunque desanimado—. Me costó, pero es que los veía y… estaban contentos. Casi,
casi, brillaban de alegría. Y sí, me dolía. Me dolía no ser yo. Pero tampoco
iba a insistir en separarlos. Nadie más sabía, se estaban cuidando, mamá lo
sabía… No sé… no estaban haciendo daño a nadie, me dije.
—Pudiste decirme algo. Todo hubiera sido más fácil —rumió
Raquel con disgusto, aunque cabizbaja.
—¿Y yo cómo iba a saber? —respondió con tono casi
indiferente, desprovisto de emoción—. Tú llegaste a ponerte celosa de Tere,
hasta con mamá. Los llegué a escuchar pelear por eso —confesó con timidez—. No
quería ni imaginarme lo que harías si te enteraras de mí.
Raquel volvió a sonrojarse, agachó la mirada y su mano dejó
de apretar la mía, pero yo seguí sujetándola. La acaricié con mi pulgar para
reafirmarle que seguía estando allí con ella y me miró con una expresión de decepción,
pero también con una culpa que, aunque comprensible, también me pareció injusta.
—No dije nada porque si ustedes dos ya estaban contentos, no
iba a ser yo la que iba a entrometerse —continuó con esa voz impasible—. No
quería ese drama en mi consciencia y, sobre todo, no quería causar ningún daño.
Además, me abrumaba más la sola idea de pensar en todo eso. Era más fácil para
mí hacerme a un lado, mantenerme al margen de todo y ahorrarme esa pelea, era
más cómodo así. Me resigné a que lo suyo era una realidad y que de alguna
manera, iba a tener que afrontarlo y seguir adelante. Después de todo, él te
había escogido a ti primero —dijo con un susurro que apenas pude escuchar, pero
que me arrebató la fuerza de las piernas—.
«Luego, con mamá, todo se volvió más raro —agregó con un
tono más serio y apático—. Ahora, de pronto, Luís tenía sexo contigo y con ella…
y después con Tere. Todo era un caos. Verlos a ustedes dos era una cosa, pero
ver a Luís con todas ustedes… fue demasiado. Ya nada tenía sentido para mí.
«”Es sólo sexo”, pensé entonces al presenciar toda esa
depravación en nuestra propia casa —prosiguió con aquella voz pensativa—. Empecé
a decirme que sólo estaban entregándose a sus deseos carnales… y sí, lo admito,
para mí, sólo estaban portándose como animales. Quería autoconvencerme de eso y
de que sería algo pasajero, algo que en algún momento acabaría cuando se
aburrieran y que todos recapacitarían tarde o temprano. Entonces, pasó lo del
viaje y conocí a Emma.
«Ver cómo ella aceptó tan fácilmente que Luís estuviera
cogiéndose a todas me voló la cabeza. Era la primera vez que veía a alguien
reaccionar a algo así, una total desconocida… ¡Y lo aceptó así, sin más!
—exclamó con una alegría casi sarcástica—. Sin mencionar al personal del resort
y la demás gente en la playa; todos estaban en paz con la idea. Aquello rompió
algo en mí… y no sentía que eso fuera algo malo. ¿Acaso hay más gente así? ¿Era
algo más común de lo que yo creía? Me picó la curiosidad y por eso Emma y yo nos
la pasamos platicando tanto sobre tantas cosas: las relaciones abiertas, los
swingers… el incesto… y todo eso que yo no era capaz siquiera de imaginarme. Con
ella aprendí tantas cosas y me hizo entender cuánto en verdad no sabía —comentó
con un aire de nostalgia—. Por eso me animé a andar sin ropa con ella. Por eso
me animé a probar tantas cosas en ese viaje.
Hizo una pausa y sonrió discretamente, quizás recordando el
juego de tragos, lo que platicamos a solas en la playa o cuando se quedó a vernos
teniendo sexo a mamá y a mí. Caí en cuenta de lo brutal que había sido el
cambio de Julia a partir de ese viaje. Lo de dormir desnudos, lo del hotel, el
masaje… todo empezaba a tener sentido, pero al mismo tiempo, sentía que todo a
mi alrededor estaba dando vueltas.
Julia sólo se puso a inhalar y exhalar profundamente. Se
había quedado inmóvil y en silencio, esperando a ver si su respuesta había sido
suficiente. Para mí, había sido más que suficiente, pero aunque parecía haber
sido ser demasiado para procesar, Raquel todavía tenía una pregunta más:
—Y entonces, ¿ahora, qué? —espetó—. ¿Vas a querer quedarte
con Luís todas las noches de ahora en adelante? ¿Sabes qué? Está bien —dijo con
voz relajada—. A mí no me molesta…
Prefirió tragar saliva en lugar de terminar su frase y
evitar que le volviera a temblar la voz. Así como nuestra hermana mayor se
había controlado antes para no hacerse la víctima en la historia, Raquel no
quería verse como alguien a quien se le agotaran las opciones.
—Por mí, hagan lo que quieran —continuó con un tono que
buscaba escucharse despreocupado, pero que no engañaba a nadie—. Después de escuchar
tu triste historia —agregó, cínica pero amistosamente—, supongo que ahora me tocará
a mí hacerme a un lado y aguantarme para que “compensen el tiempo perdido”.
—Raquel…
—¿Sabes? Creo que en el fondo, lo sabía —la interrumpió con
voz distante—. Bueno… ¡Espera! ¡No! —quiso corregirse—. O sea… sí. Bueno, no. Algo
así —balbuceó y lanzó un bufido de frustración antes de reacomodar sus ideas—. La
forma en que nos miraste la vez que nos atrapaste en la sala… pude sentirlo,
¿sabes? —suspiró con desánimo—. Esa sensación de que algo no anda bien entre nosotras.
«De repente, ya no podía llegar contigo y platicar como
antes, me evitabas. Empezaste a salir más temprano y regresar más tarde y yo
sólo pensé que no querías vernos otra vez… que ya no querías saber de mí —añadió
con amargura—. Yo pensé que era por el shock… que era por asco. Y me enojé —soltó
con voz temblorosa—. Sabía que te ponía mal vernos haciéndolo, así como verme
andar desnuda por la casa o tocándome en frente a ti; pero no pensé que fuera por
eso. Yo sólo quería molestarte, pero lo llevé al límite, me ensañé contigo. Yo…
no… no era para lastimarte.
—Por supuesto que no —intervino Julia, también le temblaba
la voz—. Tú no sabías…
—¡Sí sabía! —la interrumpió—. Bueno… no estaba segura. Pero
algo me decía que tú también te morías de ganas por estar en mi lugar y hacer
lo mismo con Luís —explicó con un hilo de voz, murmurando con dificultad—. Me
decía a mí misma que estabas celosa de mí… me lo decía para no pensar que tal
vez me odiabas.
—R-Raquel… —gimoteó Julia.
—¡Ahora, me siento como una tonta! —sollozó finalmente la
hermana menor—. ¡Porque después de todo, sí tenía razón y eso sólo lo hace peor!
En mi cabeza, es algo tan sencillo: lo quiero, lo hago —berreó—. ¡No tendría
por qué ser difícil para nadie! Me empeñé en creer que tú sólo querías hacerme
ver como una puta… en vez de darme cuenta que era yo la que se portaba así para
darte celos y hacer que reaccionaras.
Todo aquello era una tormenta de emociones. Me era difícil procesar
cada una de esas revelaciones que iban saliendo y fue como si el mismo suelo se
estuviera resquebrajando. Ahora, puedo decir que todo estaba acomodándose, ordenándose,
cobrando sentido; pero en ese momento, se sentía como si sólo estuviéramos
demoliéndolo todo. Ahora entiendo por qué la terapia psicológica necesita
hacerse en varias sesiones, estábamos sacando todo de golpe y era demasiado. Julia
había extendido su mano y la de Raquel salió a su encuentro.
—Ya sé que dijiste que no quieres que te toque —gimoteó
Raquel—, pero…
Otro brazo se dirigió a ella y se asió a su hombro, tiró de
ella y la hundió hasta encontrarse con el rostro de Julia. Y así, finalmente,
ambas se dieron permiso de soltarse a llorar. Una vez más, sobraron las
palabras. No fueron lágrimas dolorosas, fueron de alivio. Pronto, la cara de
Raquel había embarrando sus lágrimas sobre el pecho de nuestra hermana mayor
mientras ésta la arrullaba, aún sin abrir sus ojos ya hinchados por el llanto. Le
dije que ya podía abrirlos, pero igual no quiso. Sólo volvió a extender su brazo
y me uní a Raquel en el seno de Julia, cada uno a su costado, apenas cabiendo
sobre el colchón de nuestra hermanita.
Lentamente, la tormenta fue amainando. El llanto había
inundado el cuarto otra vez, pero no se sintió como algo malo. Fue como si la lluvia
limpiara el barro y la suciedad y se los llevara lejos.
Yo no era ajeno al tacto suave de la piel desnuda de Julia,
pero pude notar que Raquel estaba embelesada. Pronto, las lágrimas se secaron y
una sonrisa de paz le llenó el semblante. Sus brazos rodearon por completo a
nuestra hermana y su cara se hundió un poco en su busto, provocándole
cosquillas.
—¡No abuses, Raquel! —rio la mayor.
—Sólo quiero abrazarte —ronroneó la menor, cínica, pero con
tono inocente, frotando la mejilla peligrosamente cerca de aquél pezón—. El día
en que te convenza de hacer algo más, hasta me lo vas a agradecer, vieja
sufrida.
—¡Óyeme, óyeme! —exclamó la aludida, apenas aguantando la risa.
—¡Tú sufres nomás porque quieres! —le soltó con descaro, con
su mano sobrevolando la pierna de Julia, cuidando de no tocarla—. Yo estoy
dispuesta a compensarte por cada noche que no has experimentado con una mujer —susurró
seductoramente.
—Pues… —pujó, irguiendo el torso y obligándonos a apartarnos—.
No será hoy, pequeña demonio.
Raquel soltó una risita traviesa y pícara y le mostró la
lengua de forma juguetona, pero dándole su espacio. Julia tensó sus dedos como
garras e hizo un ademán de querer atacar el cuello de nuestra hermanita. ¡Si
tan sólo supiera!
—No la ahorques, que eso le gusta —le advertí con voz ronca.
—¡Ash! ¡No le digas! —protestó mi hermanita
—No te puedo ahorcar, no te puedo nalguear… —empezó a enumerar
nuestra hermana mayor con sus dedos—. Estoy segura de que si te soltara una
cachetada, sonreirías.
—¡Ni que fuera mamá! —exclamó la menor, indignada.
La historia cada vez mejor, 5 estrellas en todo relatos y ansioso a l siguiente parte
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