Julia, Raquel y yo seguíamos en la cama. El ambiente se había aligerado bastante con una plática amistosa. Yo estaba más acostumbrado a ver a Julia desnuda, pero para nuestra hermanita, era algo moderadamente nuevo tenerla tan cerca y desnuda en su propio cuarto. La sorprendía cada tanto contemplando los melones de nuestra hermana mayor mecerse despreocupadamente y la molestaba en silencio, sonriéndole con complicidad. Julia, por su parte, era consciente de esas miradas, pero hacía lo que podía para no mostrarse incómoda y continuar la conversación.
—Si se te ocurre la brillante idea de que hagamos un
calendario para turnarnos, te mato —le advirtió Raquel a nuestra hermana,
pretendiendo sonar seria.
—Si ella lo hiciera, a ti te tocarían los domingos —comenté,
provocándonos una risa a Julia y a mí.
—¡No! ¡Eso es para las visitas en el asilo! —rio la hermana
mayor.
—¿Asilo? —preguntó la menor, desubicada.
—De ancianos —contesté escuetamente, como si eso no le
planteara más dudas—. Pero olvídalo, no te dejarían irla a visitar sola.
Su cara de desconcierto sólo hizo que Julia estallara a
carcajadas y mientras ella se controlaba, tuve que explicarle a Raquel el
contexto de aquél chiste local entre ambos. Como siempre ocurre, una vez
explicándolo, pierde un poco la gracia.
—¿Tanto me odias? —le preguntó mi hermanita, instigadora.
—¡Oh, chingao! ¡Que no! —Julia pretendió estar harta de
repetirse, pero no estaba molesta—. Eso era antes. Ahora, yo creo que sí
dejaría que me visitaras también los sábados.
—¿Y me dejarías pasar la noche juntas? —le preguntó Raquel
sugerentemente, posando la mano sobre su pierna.
—¡Ay, sí! —exclamó sarcásticamente la mayor—. ¿Tú crees que
puedes quedarte a dormir en un asilo de ancianos?
—¡Quién sabe! A lo mejor me hago amiga de los dueños y me
dan trato preferente —le respondió la menor, segura de sí misma.
—Además —intervine—, si tú estuvieras en un asilo, es porque
los tres ya vamos a estar pasitas. Terminaríamos viviendo los tres allí juntos.
—¡Ay, no! ¿Yo por qué? —se quejó Raquel, indignada—. Si esta quiere vivir aislada con puro
viejito cagón, allá ella. Tú y yo, mejor nos conseguimos una enfermera o algo
así.
—“Una enfermera guapa y con una chichotas”, di —bromeó
Julia, agarrándose las tetas y haciéndolas rebotar con sus manos.
—No es mala idea —le siguió la corriente nuestra hermanita—.
Ya para cuando estemos viejas, las tuyas las vas a traer a la altura de las rodillas.
Todos reímos. Nos pusimos a divagar con la idea de una vejez
juntos. Nos divertimos con la idea de ser unos “viejitos problema” con el
personal encargado de cuidarnos, de andar encuerándonos y deambular así por el
asilo o la casa en la que vivamos, ya fuera en muletas o en sillas de ruedas.
Julia y yo nos enfrascamos en divagar cómo sería el sexo entre ancianos, mientras
que a Raquel no le agradaba la sola idea de imaginárselo. Y mientras más nos
pedía que no siguiéramos hablando del tema, nosotros insistíamos aún más,
provocándole chillidos y muecas de disgusto. El acabose fue cuando nos
empezamos a preguntar si nuestros abuelos todavía tendrían una vida sexual
activa y Raquel nos expulsó de su cuarto a empujones.
Entre risas, yo me dirigí al cuarto de Julia, pero ella no
me siguió. Al voltear a verla, ella me señaló mi propia habitación con la
mirada. Tan sólo di un paso atrás y ella tiró de mí hasta que terminamos en mi
propia cama. Miré de reojo a la puerta que había quedado abierta.
—Supongo que ya no tendremos que cerrar con candado
—mencioné.
—Eso depende de si no amanecemos con Raquel o mamá bajo las
sábanas —bromeó ella.
Estaba muy contenta, sonreía como hacía mucho no lo hacía y
eso sólo hacía que mi corazón descansara. Debían ser ya altas horas de la
madrugada, me sentía muy cansado, había sido un día muy intenso y no podía
imaginarme terminarlo de mejor manera.
—Huelen diferente —susurró Julia, dándole una fuerte calada
a la almohada.
—Perdón —dije, sin saber si el aquél comentario era bueno o
malo.
—No huele mal —respondió con tono despreocupado, tomando mi
brazo y acurrucándose pegada a mí—. Huele a ti —susurró.
—Y a mamá, de seguro. —Me ganaron las ganas de bostezar—. Hace
mucho que no duermo en esta cama.
—Es cómoda —suspiró ella, acercándose cada vez más a mi
cara—. Se siente calientita.
Y sus labios se encontraron con los míos. Fue un beso
tierno, lento y romántico. Nuestros brazos rodearon al cuerpo del otro y no
recuerdo nada más.
Cuando desperté, ella seguía dormida. Verla así me permitió examinar a plenitud cada
detalle en su rostro y contemplar su belleza al punto de abrumarme. La luz del
mediodía se colaba desde el pasillo al igual que el aroma de hotcakes. Julia se
despertó al poco rato, con un gruñido y una mueca somnolienta que se transformó
en una sonrisa modorra. Se me erizó la piel al unir nuestros labios una vez más
y verla sonreír así, casi siendo capaz de ver mi reflejo en sus pupilas
dilatadas, todo pintaba para ser un buen día.
Mamá nos recibió con una sonrisa cálida, cafecito y una
bandeja desbordándose de panqueques. Ella vestía su bata (esta vez, cerrada) y Julia
no había querido bajar a desayunar sin el camisón que había olvidado en el
cuarto de Raquel.
—Se le hizo tarde. La pobre se quedó dormida y se fue volando
—nos comentó, divertida—. Eso les pasa por desvelarse cuando saben que tienen
que levantarse temprano al día siguiente.
Nos dio una plática larga sobre lo importante de ser puntual
que, a decir verdad, se sintió innecesaria. Julia y yo rara vez teníamos ese
problema, pero a decir verdad, la dejamos terminar su sermón porque entendimos
que aquello iba dirigido a Raquel y en cuanto acabó, pudimos disfrutar de un
desayuno tranquilo.
—Oye, cariño —me dijo nuestra madre con una voz dulce y
exageradamente amable—. ¿Podrías ir a conseguir lo de la cena de año nuevo hoy?
Extendió su mano para posarla sobre la mía y esa sonrisa con
ojos entrecerrados me hizo entender que en verdad quería estar a solas con su
hija mayor. Mi hermana me miró de reojo, no hace falta decir que estaba
visiblemente nerviosa, pero no había más qué hacer al respecto. Era su turno de
sincerarse con mamá.
—Al menos ahora las dos están vestidas —le susurré a Julia
al oído cuando abandoné la mesa para irme a vestir y ella me soltó un golpecito
en la pierna sin dejar de ver a mamá.
Cuando bajé las escaleras, las vi conversando amenamente y
ambas se despidieron de mí desde el comedor. No fui directamente al
supermercado, me desvié un rato al parque al que había ido con Julia el día
anterior y tuve el impulso irrefrenable de marcar ese número. Ya sabía no me
iban a responder, pero aun así, intenté dos veces más. Estaba seguro de que a
Tere le hubiera gustado saber todo lo que estaba ocurriendo.
—¡Quién le manda desaparecerse de la nada! —rumió Raquel con
la boca llena de baguette. Había pasado a su trabajo, aprovechando que era su
horario de comida—. ¡Vieja payasa! Eso le pasa por no esperarse un par de días
más. Oye, ¿y qué crees que mamá le esté diciendo a Julia?
Nuestras teorías eran varias. Raquel tenía la fantasía de
que mamá estuviera reclamando el cuerpo de nuestra hermana mayor de formas tan
variopintas como sólo ella sabía que eran posibles. Aunque yo no era capaz de
negar que ese escenario sería posible en un futuro, algo en mi interior me hizo
estar seguro de que no estaba ocurriendo en ese momento. Terminamos de comer y
la acompañé a dejarla de vuelta a su trabajo y no pude parar de pensar en aquellas
escenas que Raquel había implantado en mi cerebro mientras hacía las compras. Mi
hermanita podría conocer de primera mano el lado dominante de mamá, pero algo
en mi interior me decía que, si algún día Julia consintiera hacer algo con
ella, no sería capaz de tomar el rol de una amante sumisa, no con ella.
Deliberadamente, me tardé recorriendo los pasillos del
supermercado para darles en casa todo el tiempo que necesitaran, así que cuando
recibí un mensaje de Julia preguntándome si iba a tardar mucho en volver, ya
llevaba más de una hora sin añadir nada al carrito. Le marqué para revisar con
ella y mamá la lista de cosas que llevaba. Escuchar su voz a través del
teléfono me llenaba de paz, se oía tranquila y de buen humor. Mamá también se
escuchaba alegre cuando Julia le consultaba algo. Eso sí, cada que le pedía que
me contara qué le había dicho mamá, ella sólo me decía que no había sido nada
importante y que luego me contaría. Habíamos estado prolongando la llamada todo
lo que pudimos, ella incluso se reía cuando nos quedábamos en silencio por
mucho rato, pero ninguno de los dos quisimos colgar.
—Oye, ¿puedes traer
algo de comer, por fi? —me preguntó con voz dulce que hizo que se me
acelerara el pulso—. No tardes —añadió
con una última risita antes de colgar.
Fue como si mi cerebro se pusiera en blanco. No pude pensar
en nada más que volver a casa lo antes posible, hasta le di una buena propina
al taxista por llevarme allí volando. A Julia le causó mucha gracia verme
llegar tan pronto y ansioso. No paró de sonreír al ayudarme a descargar el
taxi, dándose cuenta de lo apurado que estaba por entrar a la casa. La besé con
ansias ni bien cerré la puerta y tuvo que ser ella la que me separara entre
risas.
—Mejor comemos —se apuró a decir—, antes de que termine
siendo yo el almuerzo.
—Ya comí con Raquel en su break —aclaré—, pero todavía tengo
un hueco para un postre.
—Eso velo con mamá —respondió hábilmente, haciendo un gesto
con sus cejas en dirección a donde se encontraba la susodicha.
Su sonrisa dulce y su mirada afilada me desconcertaron. Tomó
algunas bolsas del supermercado y se dirigió al comedor para preparar la mesa.
Durante la comida, ella y mamá continuaron la conversación que había
interrumpido con mi llegada y luego, nos pusimos a hablar sobre los planes para
la cena de año nuevo. Julia apenas interactuó conmigo, era como si se hubiera convertido
en una mera espectadora de la plática entre mamá y yo. Una visita, un elemento
más de la decoración. Mamá por su parte, no paraba de proponerme platillos. Se
la veía muy animada con los preparativos y en algún momento, Julia se levantó de
la mesa y se retiró sin decir nada.
—No te preocupes, cariño —dijo mi madre con voz suave al
poco rato de quedarnos solos. Puso su mano sobre la mía al notar mi desconcierto—.
No pasa nada malo, tranquilo. Tu hermana tiene mucho en qué pensar en estos momentos…
parece que fue mucho para ella en muy poco tiempo. Dale su espacio.
No sabría describir lo que sentía en ese momento. ¿Rechazo?
¿Abandono? Sería exagerado decir eso, pero se sentía similar. Era una opresión
en el pecho que más que dolorosa, era molesta, incómoda. Una sensación de que
me faltaba algo y no sólo la presencia de Julia, sino que me hacía preguntarme
si a me hacía falta algo para que ella quisiera seguir allí con nosotros.
—¡Ay, ya! ¡Quita esa cara! —rio mamá—. ¿Tan malo es acompañarme?
Resoplé y le sonreí con culpa. Claro que no era eso, pero
tampoco hizo falta explicarle mi sentir, su mirada me consoló como sólo ella
sabía hacerlo, después de todo, era mi madre. No me dio tiempo de seguir
enfrascándome en esos pensamientos, simplemente recogió la mesa y se apuró en ir
sacando todo lo necesario para preparar todo para el festín que tenía planeado
para el día siguiente.
Siempre habíamos celebrado Año Nuevo con una cena modesta y
la típica ceremonia de las uvas y un brindis en casa, a veces, saliendo a un
restaurante. Pero esta vez, mamá estaba particularmente emocionada por hacer
que fuera inolvidable. Preparamos masa para pan y la dejamos levando, también
pusimos a marinar los cortes de carne. Hasta quiso hacer helado casero, ni
siquiera sabía que ella supiera prepararlo.
Por supuesto, llevábamos puesto delantal, sólo eso, nada más
debajo y aunque estar desnudos ya fuera algo normal para nosotros, ver a mamá
cocinando usando sólo esa prenda me puso de mucho mejor humor. Ninguno de los
dos nos resistimos a dejar a juguetear con el cuerpo del otro cada que pudimos.
Caricias, un beso en el hombro o en el cuello, uno que otro buen agarrón de
nalga; todo aportaba a que la temperatura de la cocina y el comedor se elevara
gradualmente. Ella estaba cortando vegetales con mis dedos hurgando
desesperadamente dentro suyo y no contuvo sus gemidos, ni sus ganas de que
aquello continuara.
Y su momento de revancha llegó después, conmigo batiendo la
mezcla para el helado con una de sus manos sujetando mi muñeca (que ya no
necesitaba ser instruida) y otra en mi verga, con su cuerpo apretándose contra mi
espalda. Para ese momento, la calentura había llegado a niveles insoportables.
Su aliento en mi cuello y nuca me habían erizado la piel incontables veces y
sus dedos ya sólo acariciaban el poste que izaba la carpa bajo mi delantal,
asegurándose de que no perdiera su dureza.
—No pares —susurraba sensualmente, resoplando en mi oreja—.
Tiene que quedar firme.
Había dejado de pensar con claridad desde hacía rato. Sólo
quería acabar aquella tarea para degustar de un verdadero postre. En cuanto me
dijo que podía parar y tomó el tazón para revisarlo, yo no pude contenerme más.
Me puse detrás de ella y de un empujón, mi verga se frotó con sus gajos ya
mojados. Había errado, pero al menos pude arrancarle un gemido. Mi segundo
intento sí dio en el blanco y el impacto la tumbó en la encimera.
Yo sabía, sabía que había un poco de dolor involucrado en
meterla de golpe, pero también sabía que a ella eso le gustaba. Mi propia
madre, la mujer que me dio la vida, disfrutaba de eso. ¿Será la adrenalina o
acaso era por ese sentimiento de liberación que su yo hipnotizado me confesó
aquella vez? Francamente, sólo me gustaba verla arquearse de esa manera y
retorcerse así, sometida totalmente a lo que yo quisiera hacer con su cuerpo. Y
(¿para qué negarlo?) yo también disfrutaba apoyar todo mi peso en la mano que
presionaba entre sus omóplatos mientras mis embestidas no hacían más que
empezar. En un par de empujones, pude entrar completamente en ella. Ese helado
que tanto trabajo me había costado batir no pudo importarnos menos.
Sus gemidos se volvieron gruñidos y luego, gritos. No le
importó que alguien más pudiera escucharnos… por ejemplo, alguien que se
encontraba en la planta alta, quizás. Tomé sus muñecas y tiré de ellas sólo
para ver esa silueta de sus tetas agitarse con cada impacto y cada pujido en la
sombra que se proyectaba en el suelo de la cocina. Le di recio y sin parar. No
intenté durar más, simplemente, me descargué en ella a los pocos minutos y me
quedé dentro un poco más. Sentí esos temblores y la manera en que esas paredes
húmedas se cerraban alrededor de mi carne ardiente, ambos palpitando, era como
si sus adentros se dispusieran a ordeñarme cada vez que la llenaba de leche
caliente.
El helado ya había empezado a derretirse cuando lo metimos
al congelador. Tuvimos que jugar el papel de adultos responsables y empezamos a
recoger y limpiar todo, apenas lo suficiente para continuar desfogándonos en
plena sala. Mamá se arrodilló para comerme la verga con calma y devoción. Quiso
alistarla para acomodarla en su culo y sentarse a gusto. Fue descendiendo
lentamente para que ambos disfrutáramos cada centímetro que uno recibía del
otro. Y así, el coro de gemidos, pujidos y gruñidos se reanudó.
Raquel nos encontró en el suelo, yo estaba boca arriba y
tenía a mamá cabalgándome como toda una amazona. Un beso entre madre e hija fue
su invitación a unirse y así, una vez más, mi boca recibió el dulce sabor de mi
hermanita. Esa tarde, pinté el rostro de mamá para que Raquel tuviera la excusa
de lamerla y enfrascarse en otro de esos besos que parecían querer devorarle el
alma.
—¿En serio? ¿Todavía tienes ganas?
Julia miraba mi erección con las cejas arqueadas y una
sonrisa burlona. Volvíamos a estar en mi cuarto, yo mismo le había quitado el
camisón a petición de ella y eso sólo hizo que mi pulso no desacelerara. Su
mano lo acarició como si de una mascota se tratase y me pidió que me recostara.
De pronto, ella se subió a la cama y situó su pie sobre mi verga, presionando
hasta pegarla a mi vientre. Sentí lo caliente que la tenía y cuando empezó a
frotar mi garrote, se me escapó un pujido. La falta de lubricación no era
precisamente agradable y me pareció que ella estaba consciente de ello, pero
siguió hasta que tuve que pedirle que parara.
Me vio con una expresión que no sabría decir si era susto, desconcierto
o una ligera molestia por haberla detenido. Se arrodilló frente a mi mástil
lacerado y sus manos comenzaron a recorrer sus tetas y su entrepierna, como si
de una danza se tratara, quería que yo me masturbara viéndola. Y eso hice. No
me importó la irritación, un poco de saliva en mi palma y una vez más, me la
jalé frente a mi hermana mayor hasta venirme sobre las sábanas. Ella se quedó
mirando la mancha en mis sábanas un rato y luego, gateó sobre mí hasta que su
cara alcanzó la mía y en cuanto nuestros labios se tocaron, su cuerpo se dejó
caer suavemente sobre mí y fue como si la felicidad invadiera todo mi ser al
sentir el calor del suyo.
No era capaz de cuestionarme nada en ese momento, la
calentura que el cuerpo de Julia me provocaba nublaba por completo mi mente.
Pero a la mañana siguiente, no pude dejar de pensar en la forma particular en
que sus ojos brillaban cuando me veía masturbándome por ella, por saberse
deseada, en la sensualidad y seguridad de sus movimientos… y el contraste con la
timidez con la que actuaba luego; eran algo chocante, es más, diría que hasta
frustrante. Más porque tampoco pude sacarle nada de lo que había platicado con
mamá, jamás pude.
Era víspera de Año Nuevo, mamá y yo empezamos a preparar
todo desde temprano. Una vez más, sólo llevábamos puestos los delantales. Julia
nos ayudaba con lo que podía, cortando vegetales y preparando una gelatina.
Ella iba más vestida… apenas. La blusa con tirantes que traía puesta era de una
tela ligera que dejaba muy poco a la imaginación. Podíamos ver la silueta de sus
pezones a través de la tela delgada y el bamboleo de sus pechos al mínimo gesto
tampoco pasaba desapercibido gracias a la pronunciada abertura que tenía a los
costados. Incluso sorprendí a mamá deleitando sus pupilas descaradamente con aquellos
benditos atributos de su hija mayor. Yo en particular, no podía apartar la
vista de ese culo y piernas suaves pero ligeramente torneadas que podían
apreciarse mejor gracias al mini short de mezclilla que en mi vida le había
visto usar.
—¿No tienes frío con esos shorts? —le susurré con picardía,
chocando mi cadera con su trasero.
—Con el calor que hace… —respondió, tratando de disimular—.
Digo, por el horno y eso
—Sí, ¿verdad? —gruñí cerca de su oído antes de apartarme.
Julia era consciente de mis miradas y del bulto que se
vislumbraba debajo de mi delantal. Estoy seguro de que también se sentía
observada por mamá, pero era a mí a quien volteaba a ver de reojo, sonrojándose
cada que la descubría. En algún momento, mi erección despertó la curiosidad de
mamá.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó con naturalidad, mirando
la carpa que tenía puesta.
—Eh… este… Si quieren, los dejo a solas un rato —balbuceó mi
hermana con incomodidad, preparándose para retirarse.
—¡Ay, Julia! —exclamó mamá, quitada de toda pena—. ¡Como si
nos hubieras visto antes! —recalcó, arrodillándose frente a mí—. Es más, ven.
Tal vez aprendas una cosa o dos.
—¡Ay, no! ¡No quiero saber! —rio, nerviosa, apartando la
mirada y agitando la mano, pero igualmente, sin moverse de donde estaba.
Mamá se puso a trabajar, me pidió con gestos que me quitara
el delantal y ni siquiera se esperó para llevares mi salchicha a la boca. Se la
metió entera y permaneció allí un rato. Cuando retiré la tela de su cara y mi
hermana vio que se había quedado inmóvil, con la cara pegada a mi vientre,
contuvo un grito de sorpresa. Sandra supo despertar la curiosidad de su hija y
en cuanto la escuchó, comenzó a cabecear.
Julia se había ido acercando poco a poco hasta quedar a lado
nuestro. De repente, nuestras miradas se cruzaban y aprovechaba para invitarla
a que se acercara más, cosa que hacía con precaución. Podía ver en su mirada el
miedo que tenía de que nuestra madre pudiera tomarla del brazo y obligarla a
tomar su lugar, por eso la rodeó hasta quedar detrás de mí. Así como había
ocurrido en el cuarto de Raquel, su mentón se asomó por encima de mi hombro,
pero tuvo que rodear mi torso para ver mejor lo que estaba haciendo mamá.
Ella la miró de reojo, se sacó por completo mi verga de la
boca y empezó a lamerla mientras su mano subía y bajaba. A partir de ese
momento, no paró de hacer contacto visual con uno o con otro. Se aseguró de que
pudiéramos ver claramente todo lo que hacía, sus mejillas se hundían cuando
succionaba con fuerza y miraba a su hija, preguntándole con la mirada si estaba
entendiendo. De momentos, los dedos de mi hermana se hundían ligeramente en mi
piel y yo sobaba su hombro, pero no apartó la vista de mamá. Cada que la veía
engullirse mi macana ensalivada, aguantaba la respiración y cuando por fin se
la sacaba de la boca, resoplaba y tomaba aire bruscamente. Así, hasta que al
fin, me vine en la cara de nuestra madre. Ella se anticipó y se aseguró de que
mi semilla le manchara el rostro y que su hija lo viera.
La volteó a ver directamente, recogiendo con su lengua lo
que podía. Julia retrocedió y mamá se resignó a limpiar con su dedo lo que mi
hermana no quiso hacer con su lengua, como sí lo hubiera hecho Raquel. No hubo
palabras. Mi madre se levantó con semblante imperturbable y se lavó con el
chorro del grifo antes de besarme y volver a sus labores de cocina. En cambio, Julia
se había quedado quieta, sin saber qué hacer. Yo sólo me puse de nuevo el
delantal.
—¿Alguien más tiene hambre? —pregunté, acercándome al
refrigerador.
—¡Graciosito! —rezongó mamá—. ¡Y luego, lo dices después de
llenarme la boca!
—Leche, carne y huevos… —bromeé hundiendo mi cara en la nevera,
fingiendo no haberla escuchado.
—¡Ay! Lo peor de todo es que sí hace hambre —protestó de
nuevo.
Aquello rompió la tensión y hasta Julia sonrió mientras le
iba pasando lo que necesitaríamos para el almuerzo. Preparé algo ligero, todos
estábamos de acuerdo en no llenarnos antes de la cena. Y como ya no hacía falta
preparar nada más en ese momento sino hasta la noche, nos quitamos los
delantales y comimos cómodamente, platicando de todo y de nada. Eso sí, ninguna
de las dos comentaron siquiera algo al respecto del
espectáculo/clase-de-mamar-verga que acababa de ocurrir y, por supuesto, yo
tampoco.
El resto del mediodía transcurrió tranquilamente entre
bromas y conversaciones agradables. De vez en cuando tomaba la mano de alguna
de las dos o nos besábamos, pero las cosas no volvieron a escalar. Cuando Raquel
llegó, me pidió acompañarla a desvestirse en su cuarto y claro, también ayudarla
a desfogar un poco del estrés de su jornada laboral de fin de año. Nos echamos “un
rapidín” y al bajar, mi hermana mayor me lanzó una mirada penetrante.
—Sí, sí —le dijo Raquel al notarlo—. Lo hicimos, supéralo.
Ya luego en la noche, te lo quedas tú.
—¡Ay, Raquel! —rio nuestra madre, negando la cabeza con
resignación.
—¡Pues ella! ¿Yo, qué? —alegó la hija menor—. ¡Nomás ve cómo
nos mira! Ella es la que no se lo quiere coger, ¿yo, qué?
Julia sólo frunció los labios y puso los ojos en blanco, no
rebatió las palabras de nuestra hermanita y nuevamente, no se volvió a tocar el
tema. Fuera de eso, la tarde también transcurrió pacíficamente. Nos la pasamos platicando
y prestando poca atención a la pantalla de la sala mientras manteníamos nuestra
hambre a raya con una tabla de quesos y botanas hasta que anocheció. Mamá
insistió en que nos vistiéramos para tomar fotos que al menos pudiera mostrarle
a la familia y amigos.
—¿No les da comezón estar vestidos? —nos preguntó Julia con
ironía—. Debe ser insoportable usar ropa en casa.
—Tú eres más insoportable y aun así te aguantamos —le
respondió Raquel con tono mordaz, pero sonriéndole provocativamente. No lo
decía en serio.
—¡Ya, ya! —se apuró en decir mamá—. No se lleven así, aunque
sea broma.
—Al menos, no antes de tomarnos las fotos —les pedí—. Ya luego,
se agarran del chongo todo lo que quieran —agregué para aligerar el ambiente—. Para
que terminen llorando, con el maquillaje todo corrido.
Sacamos buenas fotos, aunque al final, sólo pudimos
compartir una en la que sólo se veían nuestros rostros y una que otra copa de
champán. La verdad es que los vestidos de las tres se les ceñían tanto al
cuerpo que mamá sintió que no eran muy apropiadas para los ojos de los demás. Y
hubo muchas más fotos y conforme se avanzaba la noche, cada vez más picantes. Primero
besos, luego, Raquel descubriéndose las tetas y sacando la lengua, luego, otra
con mamá y finalmente, convencieron a Julia. Hubo más, estoy seguro de que si
las juntáramos todas, podríamos documentar cómo me fueron desvistiendo entre
las tres y finalmente, por primera vez, todos estábamos desnudos en la sala,
sonriendo para la cámara digital.
Nos la estábamos pasando tan bien que por poco se nos
olvidaba prepararnos para la llegada de la medianoche. Nos apuramos en preparar
las copas y el champán, y para cuando empezamos a gritar la cuenta regresiva,
todavía faltaban de separar las últimas uvas. Fue un caos agradable que dio
inicio al nuevo año con una cena digna de una película. Pese a que todo estaba
delicioso y que habíamos estado manteniendo nuestros estómagos a raya con lo
mínimo necesario durante todo el día, nos moderamos.
Que aquella noche terminara conmigo, Raquel y mamá en su
cama no fue una sorpresa para nadie, incluso Julia supo que no nos veríamos
hasta el día siguiente, sólo me pidió un beso de buenas noches antes de
quedarse a solas recogiendo el comedor. Caí rendido, con mi madre y mi
hermanita a cada lado, cubiertos de sudor, saliva y otros fluidos.
El primer día de enero fue domingo y terminó siendo una
especie de “vuelta a la normalidad”. Labores de limpieza, pasar todo el día en
casa y una sensación de tranquilidad que sólo anticipaban el fin de las
vacaciones para mamá, Julia y para mí. Por supuesto, hubo sexo. Raquel y mamá
aprovecharon las oportunidades que tuvimos de estar a solas y cada una se fue
con su ración de leche. Julia, por otro lado, buscó mantenerse al margen y
evitó a toda costa expresar algo más que no fueran sonrisas y comentarios
triviales. Era yo quien la invitaba a acercarse con gestos, pero ella sólo me
rechazaba con timidez, aunque la sorprendía a cada rato dedicándome miradas
fugaces y furtivas que, aunque no fuera su intención, sólo me provocaban más y
más.
En cuanto pude aprovechar que mamá y Raquel se quedaron
platicando en la sala comentando un programa, tomé a mi hermana mayor de la
muñeca y nos llevé al cuarto de lavado. Ahí, la arrinconé contra la pared para
besarla, ya con desesperación y auténtico deseo. Ella se dejó hacer, sonriendo
y apoyando los brazos en mis hombros. Mis manos no paraban de sentir su cuerpo
por encima del vestido holgado que llevaba puesto.
—¡Hum! ¿Sin chones? —le pregunté, sonriéndole malévolamente
mientras mi dedo se hundía sobre la tela del vestido y lo introducía en su
rajita.
—H-hoy tocaba lavar ropa y… pues… metí los que traía puestos
—suspiró, ruborizada y evitándome con la mirada, gimiendo cuando froté su
clítoris indirectamente.
Yo sólo ataqué su cuello y soltó un gemido más fuerte que no
pasó desapercibido en la sala. Raquel chifló y oímos cómo mamá la mandaba
callar entre risas. Obviamente, la cara de Julia se puso roja de la vergüenza,
pero no pensaba soltarla. Una mano estrujaba su pecho y la otra decidió apartar
la tela que le estorbaba para acariciar su otra boca y volver a juguetear en su
interior con esa barrera delgada que aún protegía su virginidad.
—Ya está más abierto —jadeé, besando el lóbulo de su oreja y
presionando gentilmente mi yema en el orificio de su himen—. Ya casi puedo
meter mi dedo —añadí, demostrándole y arrancándole un chillido que la hizo
encajar sus uñas en mi espalda.
—¡No! ¡No! —suplicaba apenas con aliento.
—Ya, ya… —le susurré al oído y sentí cómo se le erizaba la
piel en sus piernas—. Julia… —rugí buscando su boca—. Yo quiero esperar… pero
no sé cuánto pueda aguantarme…
En cuanto nuestros labios se unieron, sus caderas se
sacudieron y un gemido agudo quedó ahogado mientras mi lengua sometía la suya.
Su otra mano también se asió a mi espalda y por un momento, el peso de su
cuerpo se apoyó en mí al perder la fuerza en sus piernas. Nos quedamos así un
rato, había sido un orgasmo bastante fuerte y en cuanto se recuperó, golpeó mi
pecho suavemente con su puño cerrado.
—Todavía no… —dijo después de un rato con un hilo de voz,
con su cara a lado de la mía, evitando así mirarme—. No estoy lista.
Su voz se entrecortaba y la abracé, sobando su espalda. Su
respiración se hizo brusca y en cuanto se tranquilizó, añadió, un poco más
alegre.
—Vas a tener que conformarte con mamá y Raquel por ahora
—susurró, tratando de contener una risita—. ¿O vas a decirme que coger con dos
mujeres no es suficiente para aplacar esto? —preguntó con picardía agarrando mi
verga y pegándosela al muslo.
—No hasta que esté dentro de ti.
Ella chilló tan cerca de mi oído que me encogí del susto. De
pronto, ella se agachó y sentí que mi corazón se me iba a salir del pecho. Se
quedó en cuclillas, con mi macana frente a su rostro. ¡Uf! Sus labios gruesos
se posaron en mi glande y una descarga eléctrica cruzó mi columna desde mi
entrepierna hasta mi hipotálamo, encorvándome. Ella se sorprendió y comenzó a
tronar beso tras beso a lo largo de mi falo, divirtiéndose con las distintas
reacciones que provocaba en mí. Su mano realizaba el movimiento que ya sabía
hacer y su boca seguía aderezando con más besos esporádicos. Sus ojos brillaban
y sonreía maravillada como si mi miembro, ese que su mano ya conocía tan bien y
al que había querido tenerle cierta distancia hasta ese momento, se hubiera
transformado en un juguete nuevo para ella. Tuve que avisarle cuando estaba por
venirme, sabía que ella no recibiría de buen grado mi semen en su cara. Ella sólo
se apartó de la posible trayectoria que recorrería mi descarga y su mano siguió
ordeñándome hasta que mi corrida pintó el suelo. Ella resoplaba y me sonreía,
orgullosa del fruto de su esfuerzo.
Aquella noche, Raquel y yo pusimos a prueba la resistencia
de su cama, no fuimos discretos en absoluto y mi hermanita incluso llamó a
Julia para que se uniera, cosa que no pasó.
—¡Esa calienta-huevos! —dijo tras contarle lo que ocurrió
con nuestra hermana mayor ese día. Lo hice porque algún momento, Julia me dijo
que ya no tenía caso seguir ocultándole las cosas—. ¡Hasta a mí me desespera! “Tidivíi
ni istii listi” —agregó con voz chillona—. ¡Vieja payasa!
—¡Puedo oírte! —oímos la voz de nuestra hermana colarse por
las paredes.
—¡Qué bueno, payasa! —respondió Raquel con una molestia que
no parecía tan fingida.
Todo eso me causó gracia y envolví a mi hermanita con mis
brazos para “apaciguarla”. Ella me besó con intensidad, rodeándome con su
pierna y reclamándome como suyo, aunque Julia no estuviera allí para
atestiguarlo.
—Cuando por fin se deje… —La oí decir con voz somnolienta, conmigo
pegado a su espalda, recostados de cucharita—. Prométeme que no nos vas a hacer
a un lado.
Le aseguré que así sería. Sus palabras me parecieron
tiernas, pero con el paso de los días, me di cuenta de que su preocupación iba
en serio.
Enero fue un mes difícil. Entre la poca afluencia de
clientes en la sala de masajes y la actitud de todas en casa, empecé a sentirme
intranquilo. Raquel comenzó a marcarme más seguido y sus mensajes eran también
más… efusivos. No lo platiqué directamente con ella porque en el fondo entendía
de dónde provenía esa conducta (que ahora sabría identificar como posesiva y
tóxica). No hacía falta, creí. Simplemente, pensé, le demostraría con hechos
que aquellos temores eran infundados y que no las haría a un lado.
En cambio, mamá parecía haber tomado el camino opuesto. Había
dejado de visitarme en su hora de comida y en casa, ya no era la que me buscaba
activamente. Eso sí, siempre recibía mis atenciones con agrado y hasta podría
de decir que con cierto alivio. Su interior siempre estaba dispuesto a acoger
mi verga en cualquier momento, sin previo aviso; pero, sobre todo, su ano. Siempre
preparado para cualquier intrusión imprevista de mi miembro, mis dedos o mi
lengua, lo mantenía limpio y deseoso de ser visitado. Y yo, siempre gustoso de
comprobar que así lo mantuviera.
—Siempre lo tienes listo para que te la meta, ¿verdad?
—gruñía mientras le daba duro, presionando su mejilla contra la pared del
pasillo, justo afuera del cuarto de Julia para que pudiera escucharnos.
Mamá gimoteaba sin parar, chocando sus nalgas contra mí al
ritmo de mis embestidas. Su voz se deshacía del placer de ser abusada así como
a ella tanto le gustaba, frotando frenéticamente su raja como se lo había ordenado
y haciendo todo lo posible para que su hija mayor la escuchara a través de la
pared.
—Tú sólo esperas a que venga a ti y te coja así, ¿verdad?
—seguí gruñéndole, con voz moderada pero que sabía que Julia alcanzaría a
escuchar—. Que te use como si fueras una esclava… ¡Cómo quisiera que Ivone —su
asistente— estuviera aquí y pudiera ver cómo su jefa estricta disfruta que su
hijo le clave la verga por el culo!
Y aquello la hizo venirse, aulló tan fuerte que por un
momento, me espanté. Seguí molestándola con eso por días, incluso le llegué a
enviar fotos de mi verga en su horario de trabajo, preguntándole qué creería
que diría su asistente si ella se la mostraba. Eso la excitaba tanto que cuando
yo llegaba a casa, ya me estaba esperando en su cuarto, desnuda y postrada
sobre su cama, con su retaguardia de cara la puerta… tal y como se lo había
ordenado.
No había necesidad de hipnotizarla nuevamente, ella
simplemente me obedecía cuando le daba una instrucción directa… o al menos lo
intentaba. También la descubrí desobedeciéndome deliberadamente para ser
castigada. Y cuando se lo echaba en cara, ella sólo ponía su cola en pompa.
Tuve que ponerme creativo con sus castigos. Hubo veces en que la dejé
esperándome en esa posición por horas y simplemente me iba a la planta baja.
Una vez, incluso le pedí a Julia que fuera a revisar si todavía mantenía su posición
mientras yo cogía con Raquel.
—Ya no sé si tú eres el cruel o si sólo estás haciendo lo
que a ella le gusta —me confesó con pesar esa noche en su cama.
Más pronto que tarde, se hizo evidente que mi hermana mayor esperaba
que yo continuara descargando mi lujuria con mamá o con Raquel antes de
aceptarme en su cama y así dormir juntos tranquilamente. Por supuesto, había noches
en las que me permitía saborear sus mieles y gozar viendo cómo llegaba al clímax.
Pero incluso en esas ocasiones, a lo mucho, sólo me dejaba acabar usando sus muslos,
sus manos (con alguna que otra intervención puntual de sus labios) y en una
ocasión, sus tetas. Eso sí, siempre con condón, no quería saber nada de tener
mi leche en su piel y ni hablar de cuando yo buscaba tentarla y llegaba a
frotarme en la entrada de su intimidad. Aquellos llegaban a ser momentos realmente
tensos, en los que ya no podíamos continuar y yo prefería retirarme antes de
tener de nuevo esa conversación
incómoda.
Más que mis ganas por consumar lo que nuestros cuerpos tanto
ansiaban, lo que en realidad iba gradualmente colmando mi paciencia era oírla
disculparse cada que ella tenía que apartarme al sentir mi miembro
peligrosamente cerca de su entrepierna. Ya fuera que sólo susurrara un lastimero
“perdón” después de detenernos totalmente por algún roce accidental, o bien, que
ella se aventara una justificación larga y tendida de por qué aún no se sentía
lista para “ir más lejos”; siempre terminaba siendo un bajón tremendo, pero
sobre todo, estaba volviéndose cansino.
La verdad era que yo veía en Julia ese destello, esa chispa
de lujuria y de deseo; no me lo estaba imaginando. Había dejado de disimular
sus miradas cuando me veía teniendo sexo con mamá o con Raquel, incluso llegó a
tocarse una vez que estaba cogiéndome a mamá en la cocina y ella veía todo
desde la sala. Había empezado a andar desnuda cuando entraba y salía de
bañarse, incluso en presencia de Raquel (cosa que antes hubiera sido
impensable). Y justo cuando yo creía que finalmente iba a ocurrir, volvía a encontrarme
contra aquella pared… y de nuevo, oírla disculparse tristemente. Sí, ya se
había vuelto frustrante.
Estoy consciente de que terminaba volcando todo ese estrés con
mamá, pero sobre todo, con Raquel. El sexo con ambas era intenso, pero en
distintos grados. Con mamá, casi siempre me tocaba hacerlo rudo y sin
consideración, usando su cuerpo como un objeto y sin pedirle permiso; o bien,
lo hacíamos suavemente, con cariño, como madre e hijo que éramos; lo importante
era que acudiera a ella y así, sentir que seguía necesitándola. En cambio, con Raquel
podía sentir la pasión y el deseo desenfrenado que simplemente no podía
comparársele a nadie. No estaba contenta con usar condón, pero le habían
programado su cita para el implante subdérmico para el siguiente mes y Julia le
había tirado todas las pastillas, ambos sabíamos que no debíamos tomar más
riesgos. Eso sí, cada que pudiera acabar en su cara o directamente en su
garganta, lo hacía.
—Andas muy intensito últimamente —dijo, sobándose el cuello
y revisando en el espejo del tocador que no le hubiera vuelto a dejar marca—.
Ya no aguantas, ¿verdad?
Sabía a lo que se refería, había estado molestándome con eso
cada que podía. Pero esa vez no me lo había dicho con su habitual tono burlón,
su voz sonaba más bien seria. Le dije que estaba presionado por las bajas
ventas y que se acercaba la fecha de pagar la renta del local. Y aunque en
realidad había resentido la cuesta de enero al inicio, aquello no me tenía
preocupado en lo más mínimo para ese entonces, pero fue la excusa que usaba
para justificar mis repentinos arranques de mal humor en casa. Todas lo
notaban… y estoy casi seguro de que sabían el verdadero motivo.
Para cuando llegó febrero, ya no dormía con Julia todas las
noches. La puerta de su cuarto siempre estaba entreabierta, esperándome, pero cada
que iba la historia continuaba repitiéndose. Mamá dejó de preguntarme cuando no
me iba de su cuarto, sólo me aceptaba gentilmente y no decía nada; y Raquel simplemente
hacía comentarios sarcásticos cuando me quedaba a dormir con ella. Eventualmente,
aquello también me empezó a molestar y fui prefiriendo acostarme en mi propia
cama en lugar de seguir importunándolas o de ir con Julia y quedarme en
silencio cada que nos quedábamos sin tema de conversación y compartíamos una
cama que sólo se sentía incómoda.
—¿Estás molesto conmigo?
Era de madrugada, mi hermana mayor se había sentado en mi
cama. Era la tercera noche consecutiva que no había ido a su cuarto, yo había
vuelto al mío tras coger con mamá. Estaba acostado, no volteé a verla cuando
llegó ni cuando sentí el colchón hundirse, tampoco le respondí. ¿Cómo podría?
Sería una mentira decir que no estaba molesto, pero también hubiera sido ridículo
ponerme a explicar que no estaba molesto específicamente con ella… cualquier cosa
que dijera, terminaría siendo un reclamo hacia ella. Y yo sabía cómo lo
tomaría, sabría que volvería a sentirse culpable.
—No eres tú —dije con voz ronca y monótona—. Son muchas
cosas. El dinero…
—¿Y por eso ya no quieres dormir conmigo? —preguntó
retóricamente. Algo en su voz me hacía pensar que estaba forzando una sonrisa
sarcástica, que estaba burlándose de mí por intentar despistarla—. Está bien
que no quieras decírmelo, pero tampoco estoy pendeja. Estás enojado conmigo.
—Julia… —murmuré con desgana— ahorita, no.
—¡¿Crees que no es difícil para mí?! —soltó con un hilo de
voz— ¿Crees que no me doy cuenta?
Me levanté como si tuviera resortes en la espalda. La
habitación estaba a oscuras, Julia había cerrado la puerta y me aseguré de
poner el pestillo antes de encender la luz. Me miraba fijamente, con ojos
llorosos y bien abiertos, apretando los labios al igual que sus puños. ¿Estaba
triste o molesta?
—¡Dímelo! —chilló, cuidando de mantener su voz baja— ¡Dime
que soy insufrible! ¡Que estás harto de mí y mis tonterías! —rugía,
lastimándose la garganta para no gritar, golpeándose el pecho—. Di que ya te
cansé, que estar conmigo es sólo una pérdida de tiempo.
Comenzó a sollozar, cuidando en todo momento de no alzar la
voz. Era como si el aire le faltara, como si sus pulmones estuvieran siendo
aplastados. Mi primer impulso fue correr a ella y consolarla, pero era inútil.
Sus puños intentaban alejarme, no quería mi lástima, sólo quería escuchar la
verdad.
—Julia… perdón. Ya no puedo.
—P-pe-perdón —resopló mi hermana entrecortadamente,
conteniendo el llanto a duras penas—. Y-yo n-no p-puedo. ¡No puedo! —gruñó, mirándome
con ojos ya inyectados en sangre y una expresión de desesperación— ¡Ya tampoco
puedo soportarlo! A veces —susurró, hipando—, me digo a mí misma… q-que sí
puedo… y a la mera hora, ¡m-m-me g-gana el m-miedo! N-no… no es que no quiera… —agregó,
apoyando su cara en mi hombro, suplicante.
—Julia… —la arrullé, conmovido, frotando su espalda—. No
entiendes. Yo sólo… no quiero lastimarte… no quiero…
—Y-ya no aguanto —pujó con esfuerzo—. Ya no quiero hacerte
esto.
Y allí me quebré. Por más que había tratado de evitarlo, fallé.
Tenía a Julia allí llorando en mi hombro, deshecha, pidiéndome perdón una vez
más por algo que no era justo decir que era su culpa.
—Ya no sé qué hacer —susurró después de un rato con una voz
carente de toda esperanza—. No pensé que sería algo tan difícil para mí. Ni
siquiera me animo a pedirte que… que… —tragó saliva con dificultad y continuó
con voz apenas audible— que me hipnotices… —soltó finalmente, cerrando sus
puños y encogiéndose en mis brazos, temblando—. ¡Tengo tant-to miedo y n-no sé
p-por qué!
Sus temblores se hicieron más rápidos e intensos y su piel
se enfrió un poco. Era como si se estuviera congelando. Yo sólo la abracé con
más fuerzas y empecé a masajear su mano, luego, su antebrazo y así, hasta subir
hasta sus hombros. Subía y bajaba por sus brazos y ella no apartaba su cara de
mi pecho, seguía sollozando, pero al menos había ido dejando de temblar.
—¿Y sabes qué es lo que te da miedo? —pregunté de repente en
un intento por tranquilizarla. Ella negó con la cabeza, hipando—. ¿Temes que te
duela? —volvió a negar—. ¿O acaso temes
que te guste?
Lo dije sin pensarlo y casi me arrepentí de hacerlo, pero su
mano me sujetó con fuerza. Una de las teorías que siempre revoloteaba en mi
cabeza era esa: que Julia no quería acabar actuando como mamá o Raquel. Y yo
sabía, sabía que nada la carcomería más que terminar haciendo todo aquello que
tanto juzgaba abiertamente. En el fondo, sí tenía ese complejo moral de ser una
“persona correcta”, en ser la hija y la hermana ejemplar.
—¿A quién temes defraudar más? —volví a aventurarme, tenía
un presentimiento y decidí que si había un momento para indagar a fondo, era
ese—. ¿A mí? ¿A mamá… a Raquel? ¿O a ti?
Ella sofocó un grito y contuvo la respiración, había dado en
el blanco.
—¿Qué crees que pase? ¿Qué es lo peor que podría pasar si te
gusta? —seguí cuestionando. No era necesario que me respondiera con palabras, podía
ir percibiendo las señales de su cuerpo con cada pregunta—. ¿Te daría miedo “acabar
como mamá”? ¿O acaso te mataría tener que pedirles perdón a ella y a Raquel por
haberlas criticado todo este tiempo?
Eso la hizo toser, su cuerpo no estaba listo para reír
todavía, pero al menos aquello la había hecho sonreír un poco.
Continué preguntándole las cosas que podrían darle miedo. Sus
respuestas rara vez eran tajantes, casi siempre reaccionaba con timidez o
vergüenza y ya comenzaban a ser más relajadas, incluso se reía cuando deliberadamente
me iba a extremos ridículos. Lentamente, fui cubriendo todo lo que se me
ocurría e iba descubriendo que en el fondo, todavía le acomplejaba estar
haciendo algo así conmigo, su propio hermano. Lo que en verdad la paralizaba
era hacer algo que jamás podría perdonarse.
Seguí abrazándola, una mano mía se perdía en su cabello para
hacerle piojito mientras que en la otra, nuestros dedos se habían quedado entrelazados
por un buen tiempo.
—Entonces, sólo temes sucumbir al lado oscuro —le dije con
tono juguetón, apartándome para que pudiéramos cruzar miradas al fin. Ella sólo
rio tímidamente—. No quieres dejar de ser la única en esta casa con autoridad
moral para regañarnos a todos —insinué a modo de broma, acercando mi cara a la
suya. Ella desvió la mirada, intentando ocultar su sonrisa culpable—. ¿Quién serías entonces para juzgarnos si
fueras igual de sucia y depravada que nosotros? —inferí histriónicamente,
provocándole otra risita—. A menos que…
Y entonces, me abalancé a su cuello. Había dicho eso sólo
para molestarla y distraerla. Finalmente, había ido entendiendo mejor la forma de
pensar de mi hermana. Lo que la detenía realmente no era querer sentirse
superior ni la idea de tener sexo conmigo, sino la culpa de permitir que se
cometiera aquél pecado. No podía con la idea de ser responsable… y bueno, no
tendría por qué serlo.
—¡Luís! ¡No!
Siguió riéndose, aunque sin oponer nada de resistencia. Mi
lengua comenzó a descender hasta llegar a su pecho y ella ahogó un grito con su
mano cuando chupé su pezón. Tiré de su mano para que se acomodara sobre el
colchón y quedó acostada boca arriba. Con un gesto brusco, hice que se girara y
en cuanto vi su trasero asomarse, mi mano se lanzó a su entrepierna. Ella soltó
un chillido de susto y se apresuró a acercarse una almohada a la cara. Flexionó
las piernas para quedar con el culo en pompa y mis dedos empezaron a horadar entre
sus gajos. Ya para entonces, el orificio en la telita de su interior me permitía
meter apenas la punta de mi índice, pero mi meñique podía entrar casi por
completo. Ella pegó un brinco, sorprendida y sus nalgas se tensaron. Yo sólo me
acomodé a su lado y presioné su espalda contra la cama.
—¡Luís! —exclamó nerviosa, pero mi dedo en su interior no se
detuvo—. ¡Luís! —Mi otra mano subió hasta su nuca y presionó su cara contra la
almohada— ¡Luís, ya! ¡En serio! ¡Basta! —empezó a forcejear, pero no logró
hacer que me moviera. Mi meñique empezó a retroceder y volver a entrar— ¿Luís? ¡No!
¡Espera! ¡Detente!
—No.
Ufff…te volviste a superar! Valió la espera. Nuevamente quedo en vilo hasta el próximo capítulo, que ojalá lcance a estar en junio 🥹
ResponderBorrar¡Gracias! Estos han sido capítulos muy difíciles. Los diálogos se tuvieron que cambiar a cada rato y... bueno, por eso he estado tardando demasiado últimamente. Y con respecto a que el siguiente capítulo llegue antes de que acabe el mes, yo también lo espero.
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