Yo no pude hacer nada más que sentirme incómodo. Ese último
comentario lo dijo de una manera muy sugerente y nada sutil, personalmente,
sentí toda la lujuria que encerraba esa expresión. No me gustó ver cómo se
regresaba a su cuarto y me dejaba ahí, solo con Julia.
—Pues bien, Luís. Parece que lo has estado
haciendo bien con Raquel —me dijo, sonriente.
—Sí, creo que sí.
—Más te vale seguir haciéndola sentir bien,
hermanito. Se ve que se han vuelto muy cercanos. Creo te necesitará para que la
sigas consolando —y subió directo a su dormitorio.
Yo estaba sudando frío, parecía mentira que todo esto
hubiera pasado. No sé si Dios condone el incesto, pero algo me protegió esa
tarde y me salí con la mía.
… nos salimos con la nuestra.
El fin de semana se caracterizaba por el hecho de que los
cuatro nos la pasábamos en casa. Mamá aprovechaba las tardes del sábado para
arreglar algunas cosas de la casa. Yo trabajaba el turno vespertino los sábados
y eso me ayudó a no volverme loco, un poco. No quería llamar demasiado la
atención (tanto de Raquel como de las demás), comimos y cenamos juntos, pero
cada uno nos confinamos en nuestros respectivos cuartos, como era costumbre.
Durante esos días, no hice más que fantasear con todo lo que haríamos ahora que
mi hermanita se había desenmascarado. Aquella mamada que me había hecho nada
más y nada menos que mi hermana menor me dejó con ganas de más… mucho más.
El lunes, como yo trabajaba de martes a sábado, estaba en
casa. Ya había estado fraguando mi plan de acción y lo pondría en marcha esa
misma tarde. Raquel llegó a la hora habitual de la escuela y se dirigió a la
cocina para tomar su comida y calentarla. Yo estaba en mi cuarto y noté que
estaba haciendo demasiado ruido, desde abrir las puertas y dejarlas golpear la
pared hasta mover las bolsas en las que guardábamos la fruta en el
refrigerador. Fue ahí que encontré mi señal para hablarle.
Tiempo antes que ella llegara, me había metido a la ducha y
no me había vestido. Ante su clara intención de hacerme saber que ya había
llegado, hice mi aparición.
—¿Raquel, eres tú? —grité desde el pasillo del primer piso.
—Sí, hermano —contestó ella con una voz alegre.
—¿Cómo te fue?
—Mmmm… normal, como siempre.
—Creí que estabas enojada, con todo el ruido que haces.
—No. No lo estoy.
—OK —dije esto, haciéndole saber que me retiraba.
—¿Te estás bañando?
—No, ya acabé. ¿Vas a bañarte?
—Yo creo que sí, anda haciendo un calor tremendo y vengo
toda sudadita —dijo esto en un tono más... travieso, más coqueto.
—O… K… –dije, un tanto desconcertado.
—¿Quieres algo?
—¿De qué?
—No sé, aquí hay muchas cosas…
—Tráeme lo que quieras —oí claramente cómo se le escapaba un
gemido mientras suspiraba.
—Oye, me dijo Julia que hoy llegará tarde. Se quedará a
trabajar y dijo que iría a casa de Michelle.
—OK —respondí con indiferencia. Ya tenía conocimiento de
esta situación, precisamente por ello, hoy iba a pasar lo que tenía de pasar.
—¡Qué calor el que hace! ¿No? —sonó tan actuado que pareció
como si en cualquier momento fuera a venderme un producto como infomercial de
televisión.
—Sí. Por eso me bañé
Sus pisadas en las escaleras se oían poco. Yo estaba en la
computadora, en pelotas. Mi plan era mostrarle un video porno y calentarla.
Estaba de espaldas a la puerta de mi cuarto, la cual escuché que se abría.
—¿Luís? —dijo ella lentamente. Hubo un silencio, seguramente
me vio como estaba y se le escapó una risita traviesa —¿Acaso has leído mi
mente?
Esto último, lo dijo como si fuera un ronroneo de una gata
en celo. Giré mi cabeza sin girar por completo la silla, sólo para sorprenderme
aún más: ella estaba en ropa interior.
—¡Raquel!
Ella sólo soltó otra pequeña risa juguetona.
—¡Sorpresa! ¡Ay por Dios! ¡No traes nada! —más risas, esta
vez nerviosas y de sorpresa.
—Ya no tengo nada que no hayas visto. Y tú, ¿qué?
—Quería sorprenderte, pero me parece que me leíste la mente,
hermanito.
Las risas nerviosas no pararon en seco, pero el silencio
incómodo pronto se hizo presente. No estaba seguro de qué había querido que
pasara en un inicio, pero ahora estaba ahí, en mi cuarto, desnudo frente a mi
hermana menor en ropa interior. Por fin, reparé en su cuerpo. Sus pechos se
asomaban, asombrosos, detrás del escote de su brasier negro. No me había
imaginado que su piel podría ser más pálida, pero ahora era evidente que el sol
sí había coloreado un poco sus brazos, cara y piernas.
Nos quedamos así por un buen rato. Desde mi lugar, no podía
ver que ella estaba temblando, estaba paralizada del miedo, quizás.
—Ven, mira —como era de esperar, obedeció al instante.
Quise seguir con mi plan y hacerla ver conmigo un video que
había encontrado hacía días. Era una peli porno con trama de “hermanastros”. Actuaciones
terribles, pero nadie espera una nominación de la Academia en este tipo de
videos.
—¿Así me veo? —preguntó, divertida y algo avergonzada.
—Un poco, sí. Pero más guapa.
—Queda-bien, mentiroso.
Ella estaba de pie detrás de mi silla, sus pechos se
apoyaban en mi espalda y su cara estaba junto a la mía mientras veíamos a la
actriz fingir sorpresa de que su compañero estuviera jalándosela detrás de un
cojín que a duras penas ocultaba sus pantalones abajo.
—¡Qué ridiculez! —dijo ella muy cerca de mi oreja, lo cual
me dio escalofríos y entonces, vio mi erección —Pero se ve que te gusta,
¿verdad?
—Un poco, sí. Me pareció… interesante.
—Con esas actuaciones, ni me lo puedo tomar en serio.
—El morbo es pensar en el escenario. Tú serías como ella
—¿Entonces tú eres ese, el del cojín? ¿Te la jalas pensando
en mí?
—Puede ser…
—¡Oh, step bro!
—dijo ella, pujando como la actriz en la pantalla.
—¿Ves?
—¡Payaso!
Su voz mostraba hartazgo por la película, pero su mano bajó
como cascada hacia mi verga y comenzó a frotarla lentamente. Su cara se pegó a
mi cuello y sentí su respiración agitada mientras que su otra mano empezó a
palpar mi pecho. No diré que soy don musculatura, pero al menos conservaba un
poco la tonificación de mi cuerpo de preparatoria y esa mano sobre mi pecho se
recreó un largo rato. Dejé de prestarle atención a la pantalla, las voces de la
actriz sonaban distantes en mi cabeza mientras las manos de Raquel me
registraban.
—Ven aquí, déjame verte.
De un brinco, se separó y apresuró a colocarse frente a mí.
Su rostro estaba ruborizado y sus ojos, fijos en mi entrepierna. No podía dejar
de recorrer su cuerpo con la mirada, practicaba algo de gimnasia y eso se
notaba en sus brazos y piernas, su abdomen estaba casi plano, pero esas líneas
que se le formaban a los costados de la pequeña barriga parecían cinceladas en
una escultura; pero jamás había visto en vivo semejantes curvas. ¡Dios! Las
gotas de sudor en sus pechos los hacían parecer mangos rociados en un cuenco
negro que formaba su sostén. No diré que eran melones, como los de Julia, pero
estoy seguro de que ella, a su edad, no los tenía así. Y hablo de frutas,
porque estaba salivando. Tragué y respiré entrecortado.
—¿Y bien? —dijo mientras sus caderas se contoneaban
suavemente —¿Estás decepcionado o algo así?
—¿Qué? ¡No! ¡Qué estás diciendo!
—Es que te quedaste así —puso cara de póker mientras imitaba
mi postura, sentada en una silla imaginaria —. No pareces contento.
—Estoy en shock.
—Ja, ja, ja —rio con sarcasmo.
Mi mano fue a su encuentro y la jalé hacia mí de la muñeca. Hice
que se sentara en mi pierna, su muslo estaba peligrosamente cerca de mi
erección expuesta. Este contacto de su piel con la mía era muy diferente, se
sentía muy diferente a las otras veces en que la ropa nos protegía. Pude ver su
culo y era espectacular también. Si hubiera tenido la boca abierta, habría
estado salivando como un perro frente a un hueso sabroso. No tomé conciencia de
la situación en la que estábamos de inmediato. ¡Demonios! Yo estaba desnudo,
con una erección de campeonato y tenía a esa pequeña diosa sentada en mi
regazo, deseándome y esperando mis órdenes… porque eso era lo que le había
instruido al hipnotizarla…
… Y además, era mi hermana, mi hermana menor.
Mi mano soltó su muñeca y empezó a explorar su espalda, era
como tocar seda. Poco a poco, el aroma de su piel llegó a mí y mi cara fue
acercándose a su hombro, mi nariz quería inhalar directamente de la fuente.
—No pensé que fueras un romántico —dijo con una risita
nerviosa.
“Ni yo”, habría respondido, pero debía mantener mi boca
cerrada o seguro que la hubiera mordido como un trozo de carne. La mano en su
espalda bajó a su cintura y la acerqué más a mí para rodearla con ambos brazos.
Mi rostro ahora estaba a la altura de su pecho, además de que mi verga rozaba
su muslo, pero aquello poco o nada nos incomodó. Ella sólo gimió y llevó sus
manos a mi pelo, haciendo círculos mientras tarareaba una melodía improvisada.
—No sabes cuántas ganas tenía
“Yo igual”, volví a responder en mis adentros.
Ella me presionó contra su pecho antes de separarnos. Nuestros
ojos se encontraron y eso fue como escuchar el disparo de inicio en una
carrera. Me levanté y la besé. No me enorgullece admitirlo, pero ese fue mi
primer beso… y fue con mi hermana menor. No quise que nuestros labios se
separaran y ahí comprendí por qué tanto revuelo con esas escenas en las películas.
Tuve que separarme para respirar, abrí los ojos y no duramos ni un par de
segundos antes de volver a unirnos como si fuéramos imanes. Mis manos en su
cintura y las suyas en mi espalda nos ayudaron en el vals improvisado que
hicimos rumbo a la cama.
—Acuéstate —le indiqué. Su sonrisa al acatar la orden dejó
escapar leve chillido agudo.
El rebote de sus pechos era sublime. Era momento de
liberarlos y mientras desabrochaba a ciegas con mis manos aplastadas bajo su
torso, ella me ayudó a liberar sus tirantes. Y ahí estaban. ¡Dios! No eran ni
de lejos el primer par de tetas que veía, pero esto era completamente distinto.
No eran una imagen o un video tras una pantalla, no era por un descuido de
Julia al salir del baño, estaban frente a mí y el perfume de su piel y sudor
era embriagante.
—Deberías ver tu cara.
—¿¡Qué!? ¡Qué dices!
—¡Es que tienes una cara de bobo! Estás a nada de babear.
—No me culpes, estás hermosa.
El rubor en su rostro sólo acentuó su sonrisa antes de
besarnos nuevamente. Mi mano se posó sobre uno de sus pechos y su boca se
separó de la mía para soltar un gemido muy intenso. Libres al fin, mis labios
se dirigieron sin vacilar a ese par de mangos. Sus pezones eran de un color
almendra, y coronaban perfectamente aquellos bollos blancos y el sabor de su
piel se condimentó con un sudor apenas salado. Me recreé mientras pasaba mi
lengua de uno a otro y amasándolos hasta el hartazgo, disfrutando cómo se
rebosaban levemente entre mis dedos. Aquellos botones se endurecieron y una mano
en la nuca me dio indicaciones para bajar a su abdomen y, finalmente, a sus
bragas, también negras como su brasier.
El calor que emanaba de su entrepierna era palpable en mi
rostro, como si debajo de esa tela hubiera una auténtica máquina de vapor. No había
notado lo empapada que estaba hasta que la yema de mi pulgar se posó sobre
ella. Sus muslos se tensaron y aprisionaron mis orejas antes de separarse.
Busqué su mirada, pero ella estaba completamente entregada a lo que estaba
sintiendo sólo alcancé a ver su mentón, mi nariz rozó el moño de esa prenda
antes de deslizarla hacia abajo y ahí la vi por primera vez. Donde yo esperaba
ver vellos, estaban una pradera de folículos rasurados recientemente, aún se
podían ver áreas enrojecidas y al pasar mi palma, la superficie era suave de
bajada y áspera al subir.
—¿Te gusta así? —su voz sonaba algo nerviosa. Me incorporé y
vi que estaba cubriendo su rostro con una mano en una pose digna de un poster.
—Me gusta —dije mientras descubría su rostro y nuestros ojos
se volvieron a encontrar —, pero no tienes que rasurarte si no quieres.
—¡Cállate, mejor! Me da pena.
Giró su rostro para evitar que viera el tomate en que se
estaba transformando. Su muslo rozó mi pierna, aquello era una invitación, una
orden… una súplica.
Lo único que había hecho hasta entonces había sido fantasear
con tener a Raquel a mi merced y hacerme ideas de lo que haría, pero el miedo
me paralizó. En ese momento, me di cuenta de que no tenía experiencia alguna,
por más porno que hubiera visto. Mi amigo estaba más que dispuesto a lo que
fuera; pero hubo algo que me frenó de meterla directamente y me quedé sin saber
qué hacer. Supongo que fui muy obvio, porque una mano guía me llevó de nuevo a
ese rasurado pubis y dirigió mi muñeca hasta que mis dedos rozaron la entrada a
aquella cueva nunca antes explorada por el hombre. Decidí seguir aquellas
indicaciones, después de todo, no era sólo mi primera vez y Raquel me estaba
mostrando lo que ella quería.
Estar viendo su expresión fue de gran ayuda mientras mi mano
exploraba a ciegas, pude sentir sus labios ceder y darme acceso a ese interior
que hervía y manaba aquellos jugos que sólo facilitaron mi tarea. Al fondo, un
orificio estaba esperándome y mi dedo entró sin resistencia, abrazado por esas
paredes internas mientras el resto de su cuerpo vibró en un ligero espasmo, era
ahí, creí. Esa cavidad era húmeda como el interior de su boca, pero el calor
que emanaba de allí era algo completamente fuera de mi imaginación. Entré y
salí hasta que la presión se redujo y un segundo dedo se unió a la acción. No
sólo estaba acelerando mis movimientos, sino que cada vez podía entrar más y
más. Ella seguía mirando a su costado, estaba dejando de contener su boca y
soltaba gemidos mientras una mano se masajeaba una teta. En algún momento,
dobló su rodilla y mi verga estaba rozando con el interior de su muslo, con lo
cual empecé a restregarme, era como si me estuviera cogiendo su pierna mientras
mi mano seguía explorando dentro de ella.
Los gemidos se intensificaron y sus caderas comenzaron a
temblar. Yo sentí que estaba por venirme y me separé de su pierna, mi mano
estaba a punto de acalambrarse y justo cuando mis dedos salieron de ella, sus
piernas se cerraron conmigo en medio.
—Luís… —sus ojos estaban entrecerrados, fijos en mí, estaba
en medio de una lucha interna, igual que yo— no… creo que no estoy lista… aun
no.
—Raquel… —dije apenas, me costaba hablar, definitivamente no
estaba en forma. Tampoco es que fuera algo fácil de procesar, digo, estaba ya
encaminado y que te corten el rollo nunca es agradable.
—Quiero hacerlo… de veras que sí —Parecía que estaba al
borde del llanto—. E-es que me da miedo.
De nuevo, algo raro me sucedió. La calentura me habría hecho
ordenarle que me dejara continuar, a fin de cuentas, la hipnosis había estado
funcionando hasta entonces. Pero sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y
una mano se asió a mí con fuerza.
—P-por favor… Perdón.
Sus piernas seguían pegadas a mí, estaban temblando y ahora
era por una razón distinta. Tomé su mano y me recosté a su lado, nuestros dedos
estaban entrelazados y limpié sus lágrimas con la mano que tenía libre. No era
lo que yo habría querido, pero sé que no habría podido perdonarme si la hubiera
obligado a seguir.
No hubo manera de continuar después de eso. Esa tarde sólo
nos acurrucamos hasta que Raquel se calmara y ambos nos vestimos antes de que
Julia y mamá llegaran. Mis bolas quedaron azules toda la tarde, ¡Y yo que me
quejé de la corrida de aquella otra vez! Pero esa pequeñísima e insignificante
victoria personal que representó para mí controlarme y anteponer los deseos de
mi hermanita a mis impulsos, nadie me la podía quitar. Y en retrospectiva,
rindió frutos.
Nuestra relación se hizo cada vez más y más íntima. La
confianza que ahora había entre ambos hizo que los silencios incómodos se
acabaran de la noche a la mañana. Nuestros cuerpos se rozaban sin el menor
pudor cada que sabíamos que nadie nos veía. Mi experiencia en el sexo era mayor
a mi experiencia teniendo pareja… y yo era virgen, era lo más cercano para mí a
tener una novia. Los besos eran cosa de todos los días, ver la tele en la sala
implicaba acurrucarnos ya fuera el uno sobre el otro o viceversa y en sesión
terminaba sin un agarrón de teta, de nalga o entrepierna. Eso sí, todo furtivo
cuando no estábamos solos, pero cuando teníamos la oportunidad, nuestros sexos
eran atendidos por la mano o la boca del otro.
No puedo describir la mi primera vez que probé los jugos de
su cueva de otra manera que no sea una experiencia religiosa. Jamás pensé que
desarrollaría tal gusto por bajar por los chescos como para que el antojo me
sorprendiera en momentos muy random de mi día a día. Llegué a comer como
hambreado, me volví adicto a chupar de ese fruto. He de reconocer, haciendo
memoria, que empecé no sabiendo lo que hacía. Hallar aquél no tan oculto botón
fue una victoria que me tomó tiempo pero que me recompensó con creces.
—¡Al fin lo hallaste! —se burló mientras nos vestíamos—.
Bueno, más vale tarde que nunca, ¿eh?
Poco a poco, fui conociendo ese lado más afable de mi
hermana, que se asomaba cada vez más y gustaba de condimentar cualquier
conversación con algún comentario cómico, hacer pequeñas bromas o responder con
sarcasmo cualquier intento de ataque de mi parte. Y por supuesto, estaba su
otro nuevo lado, el cachondo.
—Voy a bañarme —dijo, mientras relamía el semen en sus dedos—, ¿vienes?
Su mirada seductora había mejorado, y con creces. Mi verga
estaba apenas relajándose antes de que cayera víctima del hechizo de sus ojos…
y de ese culo contoneándose rumbo a su cuarto. Apenas salió con su toalla rumbo
al baño, sonrió al ver mi nueva erección y entramos ambos a la ducha.
La excusa de enjabonarnos fue perfecta para yo amasar sus
tetas y castigar su clítoris de vez en cuando y ella estrujar mi verga mientras
me daba la espalda. El agua me permitía arrimarle el rifle y sirvió de
lubricación para acercarlo a su entrepierna, la cual estaba hirviendo. Posé mis
manos en su cadera e hice el amago de embestirla, pero me aseguré de que sólo
resbalara y no entrara. Ella se tensó por completo y bufó.
—¡Menso! Me espantaste —dijo mientras se giraba para
calcinarme con la mirada.
—Creíste que la iba a meter, ¿verdad? —le dediqué la más
triunfal de las sonrisas mientras arqueaba las cejas de forma burlona.
—Se me paró el corazón.
—Igual a mí. —Me
acerqué para acorralarla en una esquina entre mis brazos y con el basto
apuntándole de frente—. Ya me la debías.
—¿No puedes esperar hasta tu cumpleaños? —contraatacó.
—¿Mi cumpleaños? —Estaba sorprendido—. ¿Es en serio?
—Iba a ser sorpresa. —Hizo
puchero—. No quería esperar hasta el mío, así que pensé en que falta poco para
el tuyo.
—Bueno… ya no será sorpresa.
—¡Pues no! —Me dio un ligero coscorrón mientras esbozaba de
nuevo una sonrisa—. Eso te pasa por menso y apresurado.
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