¿En qué momento lo decidí? ¿Fue acaso cuando pude pagar la inscripción y el primer año de la carrera de mi hijo? ¿Fue cuando terminé de pagar mis deudas? ¿Fue cuando pudimos mudarnos de esa inmunda vecindad? ¿Fue cuando renuncié a mi otro trabajo? ¿Cuando fui consiguiendo mejores clientes? ¿O quizás cuando vi todo el dinero que había conseguido en menos de 30 minutos?
¿Fue porque necesitaba el dinero?
¿O fue por los rumores falsos de que era una trepadora y sólo quería
demostrarles a esas viejas chismosas lo lejos que sería capaz de llegar si de
verdad hiciera la mitad de lo que decían de mí?
Yo trabajaba en ventas, era buena
en lo que hacía y el bono que me ganaba era gracias a mi labor de vendedora.
Pero las viejas chismosas de la oficina se la pasaban creyendo que era por
andar de trepadora con nuestro gerente. Él era un viejo, flaco, canoso y estaba
quedándose calvo, pero eso no le impedía andar de rabo verde con todas las
niñas que entraban de recepcionistas y terminaban renunciando por su acoso. Y
claro, cuando se le iba la carne fresca, volteaba a verme. Ahora me cuido más,
pero en ese entonces tenía rollitos en la barriga, los muslos se me desbordaban
de la falda y pues bueno, ¿qué te puedo decir? Mis tetas ya eran grandes desde
antes de dar a luz.
Pobres viejas ilusas, ya ni se
molestaban en ser discretas con sus comentarios, nunca les di el gusto de
rebatirles nada, yo sólo pasaba y les sonreía cuando nos topábamos en los
pasillos o juntas. Como dije, si me ganaba bonos de ventas, era porque era
competente. Y si no les rebatía nada sobre andar cogiéndome a nuestro jefe era
porque lo hacía con el que le sigue.
El jefe regional nos visitaba en
la oficina cada trimestre, era alguien más joven que el decrépito aquél. Era
amable, con clase y muy detallista con todos en la plantilla. El anciano dijo
que yo actuara como su asistente durante su visita y lejos de tenerme como su
secretaria, estuvimos platicando de la situación general de la empresa hasta ya
altas horas de la noche. Se ofreció a llevarme a casa y como no era feo ni
nada, acepté (cosa que ni loca hubiera aceptado del pasita aquél).
Me dejó afuera del edificio,
vivíamos en una especie de vecindad, en un cuarto donde la cocina y el baño
eran de uso compartido. Ni me di cuenta del shock que fue para ese hombre verme
entrar a ese lugar, en un barrio todo sucio y feo. De hecho, me acuerdo que
hasta le dije que se fuera por una ruta distinta a la que le marcaba el GPS
para que no pasara por una calle peligrosa. Pero aquello era parte de mi día a
día, ya me habían asaltado antes y por desgracia, estábamos acostumbrados a ese
estilo de vida.
Al día siguiente, fue
preguntándome por mi sueldo y lo que acostumbraba a ganar, del precio de las
rentas en la ciudad y, discretamente, dándome a entender que era mejor salirme
de ese lugar. ¡Que si lo sabía yo! Tenía más de una deuda sobre mí y el dinero
se iba entre avanzarle a esas cuentas, la renta, la comida y la escuela de mi
hijo. No teníamos mucho, pero lo poco que teníamos era de buena calidad, a la
mala fui entendiendo que lo barato sale caro y la ropa que compraba sí era
costosa, pero al menos no se desbarataba al mes de usarla. Supongo que aquello
era contrastante para ese sujeto, con quien salí a comer y de vuelta en la
oficina, se ofreció a llevarme a casa nuevamente.
Salimos a tiempo esa vez, me
regodeé al ver la cara de las viejas chismosas mientras nos dirigíamos al coche
y pude ver que no dejaron de vernos cuando nos fuimos. Él se dio cuenta y
platicamos al respecto, le dije que a mí no me importaba lo que otras dijeran,
porque sabía que jamás en la vida iba a andar de zorra con alguien como mi jefe.
Entre broma y broma, terminé admitiendo que era por el físico y no por la
acción, logró hacer que le dijera que sí pensaría en tener sexo con alguien
menos cateado. Eso sí, sólo si el dinero valiera la pena la vergüenza.
El tercer día era el último en
que él se iba a quedar, ya no nos quedaba nada de revisar en realidad, así que
me dijo que podríamos darle seguimiento a alguno de mis clientes para estudiar
mi forma de dirigirme a la gente y ver si podríamos replicarla en los cursos de
capacitación. Eso fue lo que dijo, pero cuando todos mis clientes me dijeron
que era mejor vernos otro día, él sólo dijo que saliéramos. Llegamos a un
restaurante y comimos, él le había dicho a mi jefe que íbamos a hacer lo que
originalmente había dicho, pero nos la pasamos horas platicando de cosas ajenas
al trabajo, reímos y hasta me hizo brindar con él por haber terminado todos los
pendientes antes de tiempo.
A ver, no era tonta, pero una
tiene que hacerse la despistada. Claro que veía cómo me miraba y cómo sus ojos
le brillaron al decirle, entre bromas, que tendría que salir a la calle a
venderme para ganar más dinero si no nos subían los sueldos. Reímos y bromeamos
de la cantidad por la que estaría dispuesta a aceptar, no pensaba salirle
barata a nadie y se le dibujó una sonrisa. Cuando me dijo que tenía que ir por
unas cosas al hotel donde se estaba hospedando, ya me las olía.
Él era más joven, pero todavía
unos años mayor que yo, era apuesto, moreno, bien peinado y olía rico. Lejos de
pensar en su puesto, genuinamente me agradó pasar tiempo con él, pero no estaba
segura de dejar que la cosa escalara. Todavía en recepción, le dije que lo
esperaba abajo y él insistió en que lo ayudara. No soltó mi mano mientras
estábamos en el elevador, mi corazón estaba acelerándose, no habíamos dicho
nada directamente, pero sabía lo que iba a pasar. Llegamos a su habitación, no
había nada más que su maleta y su laptop. Sacó su cartera y vi como iban
saliendo de ella los billetes de mil, nunca los había visto. Uno a uno, cayeron
sobre la cama, era la cantidad que había dicho en el restaurante. Los tomó y
los puso en mi mano, estaba temblando.
—Para que no tenga que salir a la
calle.
Mis rodillas me traicionaron y
caí al suelo. Estaba llorando, no podía creerlo, quería mentirme a mí misma y
decirme que aquello había sido una broma inocente, que todavía tenía
oportunidad de decir que no e irme. Pero, ¡vamos! ¿A quién quería engañar?
Él se sacó el miembro, dijo que
se lo chupara. La última vez que había tenido intimidad había sido con el padre
de mi hijo, habían pasado años de eso, pero, como dicen, lo bien aprendido
nunca se olvida. Pidió que me desvistiera y me sentara en su regazo, me comió
las tetas con hambre, pobrecillo, debió estar aguantándose las ganas todos esos
días. Sentí su carne penetrarme y creí que me estaba dando un ataque de pánico,
pero pronto caí en cuenta de que casi había tenido un orgasmo tan sólo por
habérmela metido. Era todo, era lo que estaba haciendo, con quién lo estaba
haciendo, dónde estábamos y, sobre todo, el motivo.
Ser una madre soltera te enajena
un poco de tu rol como mujer, dejas de pensar en ti, en tu vida, tus sueños y
aspiraciones; todo para enfocarte en el bien de tu hijo. Había olvidado la
sensación de una mano adulta sobre mi piel desnuda, el aroma de la intimidad y
sobre todo, lo mucho que me gusta tener una verga dura dentro de mí.
Me puso en cuatro, me dijo que me
girara para hacerla de misionero y la sacó para venirse sobre mi vientre. Creí
que eso sería todo, pero él quería hacer valer su dinero y lo hizo. Se empezó a
desvestir y le ayudé con mi boca a mantenerse firme mientras lo hacía. Me
recostó y se puso a comerme de nuevo las tetas, parecía un bebé, excepto que
éste subió para besarme como todo un hombre. Aquello hizo que de nuevo
estuviera a punto de llegar al clímax y no pude evitar usar mi mano para que
esta vez no se me escapara.
Apenas estaba recuperándome,
todavía estaba temblando cuando volví a sentir su fierro ardiente y creo que
aquello me ocasionó un segundo orgasmo, menos intenso pero era como si viera
estrellas al cerrar los ojos. Lo hicimos una vez más y él se fue a bañar.
Ese momento a solas, en el que me
vi al espejo desde el tocador, toda despeinada, sudada, embarrada en leche de
nuevo en el ombligo… pero con una sonrisa nadie iba a poder borrarme. Fue mi
turno de limpiarme y al salir, él me acercó el bolso. Los billetes estaban ahí,
a la vista de cualquier trabajador del hotel que pudo haber entrado y él me
dijo que los guardara bien.
Volvimos a la oficina, había
secado mi cabello en el hotel y él se veía igual de arreglado que como salimos.
Sólo fue a dejarme y despedirse.
De ahí en adelante, él nos visitó
dos veces más (antes de que yo renunciara), mismas en las que se repitieron mis
visitas al hotel y fui agarrándole gusto a todo eso. Fui reconsiderando mis
opciones, hacía la misma cantidad de dinero en una hora que en todo un mes con
todo y bono. Francamente, había poco que pensar en ese sentido, el problema fue
encontrar clientes dispuestos a pagar bien.
Un segundo teléfono y un par de
anuncios en clasificados fue lo único que hizo falta para comenzar. Con el
tiempo, me di cuenta de que había entrado por la puerta ancha y tras ajustar
mis tarifas, fui perdiéndole el miedo y el asco a clientes raros.
Ni golpes ni anal, esas eran mis
condiciones. Bueno, eso y usar condón (casi me dio un infarto cuando me caí en
cuenta de que no lo había usado la primera vez). También me tocó rechazar a un
par de personas, algunos por su físico, otros por su olor y hubo uno al que
había visto un par de veces en la tienda de conveniencia que había cerca de la
oficina, no podía darme el lujo de que me reconociera. Desde que lo vi de
lejos, me retiré y le llamé para cancelar. Todo era en efectivo y aunque
guardaba el pago antes de hacer nada, nunca recibí dinero antes de entrar en la
habitación.
No pasó mucho antes de que pagara
mis deudas y así, por fin, pude buscar una casa para mudarnos. Era un lugar
cerca de la escuela de mi hijo, lejos de ser perfecta, pero al menos ya no
teníamos que compartir baño ni nada. Renuncié a mi trabajo y le dejé mi número
personal por si mi primer cliente quisiera buscarme de nuevo, lo cual hizo.
Con el tiempo, fui conociendo
mejores clientes y hasta uno me ofreció grabar videos para Internet, pero el riesgo
de ser reconocida es demasiado alto. Con la llegada de los smartphones, me dio
pavor pensar en que alguien pudiera grabar o tomarme fotos, así que añadí la
regla de guardar los celulares en un cajón.
Varios años han pasado, la demanda
a veces sube y a veces, escasea y ahí fue que empecé a aficionarme a la cocina.
Ahora me era más fácil estar en casa para mi hijo y en un parpadeo, ya estábamos
en un mejor hogar y él está por empezar su carrera en robótica o algo así. Todo
esto gracias a este oficio en el cual me ha permitido tener más buenas experiencias
que malas. Supongo que algún día podré dejarlo, o tal vez sea de esas señoras que
sigan ejerciendo hasta en el geriátrico, quién sabe.
No creo que algún día me sinceraré con mi hijo, pero algo que me queda claro es que no tendrá derecho a ofenderse en caso de que algún día lo llamen “hijo de puta”, después de todo, ahora lo es.
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