Mis sobrinos (Parte 1)

 

Ese par… ya no son unos niños.

La piscina en casa de mi hermana siempre es una delicia cuando el calor azota y la playa está a horas de viaje. Cualquier excusa es buena para vernos en su casa e incluso papá y mamá se nos unirían también al día siguiente para que fuera en verdad una reunión familiar. Siempre es una delicia cuando el sol está en el punto exacto para que la sombra de las palmeras y el toldo nos proteja un poco de quedar asados a fuego lento y ni decir del agua fresca.

Vero vive con su marido y sus dos polluelos. Cerraron la fábrica al nacer el segundo y viven como una familia de estampa, sonrientes y sin ninguna preocupación a la vista. Mucho menos ahora que Adrián al fin fue admitido a la Facultad.

—¡Madre mía! —les dije a ambos recostada sobre mi toalla, hasta parece que fue el año pasado cuando erais un par de críos que ni despegaban la cara del televisor.

—¡Ni que lo digas! —suspiró mi hermana, con la mirada perdida mientras jugaba con la pajilla de su bebida bajo la sombra del toldo—. Primero Jorge y ahora…

—Ahora van a volver a tener la casa para los dos solitos —dije con tono pícaro—, ¡qué envidia!

—Va a ser… diferente —dijo solemnemente Mario, mi cuñado, mientras el rostro de su esposa se apoyaba en el hombro.

Quizás me esté proyectando, pero me daba la impresión de que ambos hervían de la emoción de vivir solos como pareja. Tenían una chispa distinta que no les veía en décadas, sin lugar a dudas. No era que alguno se quejara de la vida de padres, quiero decir, nada que no estuviera dentro de lo esperado; pero sabía de primera mano que la intimidad es sólo un sueño teniendo hijos en casa. Desde que yo había llegado, ellos no habían parado de darse arrumacos “discretos”, como solían hacer antes de la llegada del primero de sus retoños.

Sus retoños… ¡bah!, esos mozalbetes tendrán pinta de no romper ni un plato y de que aún huelen a talco de bebé, pero nada qué ver. El menor estaba desquitando los que serían sus últimos días en una casa con piscina, flotando sin ton ni son de un lado a otro y sacudiendo la cabeza como un perro para secar su rulos castaños mientras Jorge, quien ya vivía por su cuenta con su novia, apenas despegaba la cara del móvil, tecleaba sin parar desde la sala a metros de distancia de nosotros.

Originalmente papá y mamá iban a llegar esa noche y el plan era salir a cenar a un restaurante. Sin embargo, pospusieron su salida y llegarían hasta el día siguiente. La reserva estaba hecha y la feliz pareja anunció que el plan de la cena seguía en pie. Yo rechacé la invitación con la excusa de que estaba cansada del viaje de casi 4 horas desde Cáceres en tren. Adrián y Jorge tampoco mostraron ganas de acompañarlos, así que les dije que aprovecharan la oportunidad de tener una cena romántica solos. Era de esperar que mi hermana no estuviera contenta con que todos les canceláramos a última hora y, por otro lado, mi cuñado se puso la mar de contento y la apaciguó con unas palabras al oído que la hicieron sonrojar, par de maduros calenturientos.

El reloj marcaba las 9, yo estaba acostada en la cama de mi cuarto, el de las visitas. Las sábanas ocultaban que aún llevaba sólo puesto el bañador, un top color durazno y un tanguita negro. Total, no iba a hacer falta que me cambiara. Escuché a Vero apurando al marido para evitar perder la reserva, el ruido de sus tacones fue seguido por los pesados pasos de mi cuñado y sus balbuceos acerca de lo exagerada que su mujer estaba siendo. La habitación estaba en la planta baja, esperaba oír un portazo en cualquier momento pero me sorprendí al oír el motor de la camioneta encenderse y atenuarse conforme se alejaban.

Estaba esperando su partida. Mis chats en Telegram decían que algo iba a pasar tan pronto los padres se fueran de casa y por las ansias, mi coño estaba inundándose de algo más que el agua clorada de la piscina. Las luces de la sala dejaron ver un par de sombras posicionándose detrás de la puerta cerrada, lo cual hizo que mi corazón latiera más fuerte.

Toc, toc.

Me ganó la risa. ¿En serio estaban tocando la puerta?, ¿habrán creído que me dormí de verdad? Fue mucho para mí.

—Pase usted respetuoso caballero —dije burlona.

La puerta se abrió y al ver que era Adrián, me cobró sentido semejante actitud tan amable y atenta. Su cabello desaliñado todavía le hacía ver como un chico descuidado pero adorable, y lo era. Sus ojos verdes y rasgos afilados delataban que era hijo de su madre y por ende, mi sobrino. Ese rostro esbelto, ese mentón fino y la complexión delgada me llenaban de morbo, era como si viera una versión masculina de Vero. Su mirada era tímida y aquello ciertamente contrastaba con la carpa que traía hecha en el pantalón.

—Perdona, tía. Yo… eh… no sabía si debía entrar sin avisar.

—¡Joder “tío”! —dije con ironía, detesto ser tratada como una vieja—. Que estás en tu casa, macho. Por mí, haber derribado la puerta.

Esa carita estaba oscura a contraluz, pero habría apostado que estaba roja como un tomate.

¡Dios!, es tan tierno pero a la vez tan majo que seguramente sería mi destino haberlo conocido en la adolescencia. Lentamente se había acercado a la cama. No me había quitado las sábanas y él sólo se sentó encima y me miraba como un cachorro bajo la lluvia. Su silueta oscura apenas se adivinaba a través de las tenues luces que se colaban, blancas y artificiales desde la sala, plateadas y naturales desde la ventana.

Aquella noche esperaba hacer realidad mi mayor fantasía, pero el único que sabía lo que en verdad quería no había llegado todavía y aquella criatura tímida frente a mí estaba lejos de lo que yo buscaba. No obstante, la personalidad dulce y hasta inocente de Adrián siempre me llenaba de morbo y me excitaba provocarlo.

—¿No quieres hacerme compañía bajo las mantas? —usé mi tono de putita juguetona mientras contoneaba un poco el cabús bajo el ligero edredón.

—O… o…v, vale.

Se me escapó una risita pícara y me moví para darle espacio. Ni siquiera disimuló. De inmediato se zambulló debajo de esas telas y el calor que emanaba de su cuerpo llegó a mí mucho antes de que su rodilla rozara mi muslo. Su mano se deslizó bajo mi costado y fue a parar a mi vientre, quizás él no estaba enterado de todo sobre los planes que tenía para esa noche, pero sabía de sobra que ese era uno de mis puntos débiles.

Mi mano se encontró con la suya y ambos recorrimos todo lo que rodeaba mi ombligo, estar recostada no me permitía sumirlo como a mí me gustaba y la piel se movía un poco al hacer presión con sus yemas. Su respiración brusca y me pegaba en la nuca, entrecortada y cálida, lo que hizo que mis pezones estuvieran duros cuando su otra mano se aventuró debajo de mi top. Y por supuesto que eso no era todo lo que mi piel registraba, la tela de sus deportivos estaba rozándome el culo como si debajo llevara un arma.

—Tía Laura… —balbuceó en repetidas ocasiones, preso de la calentura. De seguro su cerebro era incapaz de formular alguna otra frase en ese momento.

===================================================================

La primera vez que mostró interés en mi cuerpo fue mucho antes que su hermano mayor. El muy cabrón le pidió el bloqueador a mami en cuanto Vero terminó de aplicárselo a él, corrió hacia mí y no pude negarme a esa mirada suplicante. No sé si él sea consciente del poder que tienen esos ojos verde olivo y sepa sacarles provecho conmigo (porque con nadie más le sirven), o si sea tan inocente que aún no se ha dado cuenta. Sus manos frías me provocaron escalofríos y le hice saber lo importante que era primero calentárselas, cosa que recordó en ocasiones posteriores.

Cuando me giré a verlo aquella primea vez, pude ver aquellos pliegues inusuales en la tela de su bañador, él ni lo notó, seguramente la red interna evitaba que fuera demasiado evidente. Siempre contuve mis ganas de reír para evitar que creyera que me estuviera burlando de él y le generara alguna especie de trauma o herida emocional. Y funcionó, a pesar de ser tan tímido para todo lo demás, nunca dejó pasar la oportunidad de palpar mi piel con la excusa del bloqueador… justo como lo había hecho ese día en la piscina.

No diría que en algún momento fue sutil con sus intenciones de tocar mi cuerpo, pero con el paso del tiempo fue atreviéndose a más. Dejó de ser cauteloso al deslizar sus dedos debajo de las tiras del tanga o del top. Empezó a tomarse su tiempo repasando mis nalgas y a tener “descuidos” en los que “tocaba por accidente” mis tetas. Eran roces fugaces al principio, pero en cuanto comprendió que podía dejar su palma en esas zonas sin que yo le llamara la atención, fue tardándose más en tarea. Si os contara la expresión en su rostro cuando me giraba a verlo con una sonrisa… ¡Dios! ¡Cómo me corría al tocarme pensando en esa carita, en ese bulto entre las piernas, en sus manos recorriéndome el cuerpo!

Y claro que eso no era todo. Siempre que decidía bañarme en el agua, fuera en su piscina o las veces que nos tocó visitar el mar, era un hecho que lo tendría prendido a mí como una lapa. Fingíamos (porque él tampoco se tomaba las reglas en serio) jugar al pilla-pilla, a las luchas o bien, una guerra de cosquillas sin cuartel; cualquier excusa para que sus dedos resbalaran por mi cuerpo bajo el agua. Tuve que salir a su defensa frente a mi hermana cuando era ella quien le pillaba con las manos en la masa, explicarle que eran meros accidentes y que a mí no me molestaba en lo absoluto jugar con mi sobrino. Eso y explicarle que lo mejor era no causarle inseguridades con las mujeres. Es normal que un varoncito sin experiencia quiera conocer el cuerpo de una mujer y si yo podía ayudarlo a sentirse seguro, seguramente iba a agradecerlo las chicas que él habrá de conocer. Aunque, obviamente, tuve que omitir la parte de que me encantaba sentir su polla frotándose en mis muslos (en más de una ocasión se escapaba de la del bañador y no era precisamente algo pequeño).

===================================================================

La mano en mi vientre fue bajando, dudaba un poco y regresaba, pero finalmente, se aventuró a explorar debajo de la tela negra de mi tanga. Estábamos hirviendo, pero la sensación de la tela rozándonos, encubriendo lo que hacíamos no hacía más que añadir al morbo de todo. Morbo, calor y sudor. Su frente empapada se apoyó en mi nuca y la mano que pellizcaba mi pezón se apresuró en liberar su polla del encierro en el que se encontraba.

Era larga, estaba durísima y podía sentirla abriéndose paso entre mi culito. No era ajena a sentir un buen rabo entre mis nalgas, me encanta el sexo anal, aquello me prendió aún más. Su glande rozó los pliegues de mi ano, estremeciéndome, pero se pasó de largo. Siguió restregándolo entre mis cachetes en un movimiento que imitaba el un serrucho hasta que por fin lo acomodó entre mis piernas y resbaló gracias a la excelente lubricación que había conseguido por tanto esperar todo el día. Me mordí los labios al comprobar que ese coso era lo suficientemente grande para asomar un buen tramo por delante de mi coño. Si tan sólo aquél champiñón estuviera más curvado, podría masajearme el clítoris sin esfuerzos, aunque para eso estaba su otra mano.

No era la primera vez que él palpaba esa zona, así que sabía dónde estaba ese a veces esquivo botón y pasó a tocar el timbre. ¡Joder!, seguía siendo tan torpe e inexperto y sólo por eso estaba mojándome como nunca, parecía que aún tenía cosas por aprender y yo sería la que le enseñaría. Mi mano fue al encuentro de la suya no sin antes asegurarme de que mis pechitos continuaran recibiendo sus debidas atenciones. Tomé la falange media de su índice y le orienté cómo había que hacer esos círculos, con cuánta velocidad e intensidad. Era buen alumno, no por nada se graduó con honores del bachillerato y mami nos presumía con orgullos sus sobresalientes año con año, aprendió rápidamente y en poco tiempo, los ruidos indicados empezaron a escaparse de mi garganta.

Las fuerza con la que se movía aquello que resbalaba entre mis piernas se acentuaban cada que lograba arrancarme un gemido leve y yo simplemente no sabía cuánto tiempo iba a poder seguir aguantándome las ganas.

Por suerte apareció aquella silueta en el umbral de la puerta. Jorge se presentó vistiendo sólo unos calzones negros ajustados a su figura. Él era más corpulento que Adrián, pero para bien. Sus hombros amplios, brazos gruesos y pectorales eran fruto del empeño en el gimnasio, porque ni su padre se veía así cuando era joven, aunque fuera de eso, era su viva imagen. Sus rulos castaños apenas se notaban de tan corto que dejaba el pelo, no tenía los ojos verdes de Vero y míos pero sí esa mirada penetrante que atravesaba la oscuridad de la habitación.

—Veo que ya empezaron sin mí.

—Eso te pasa por andar perdiendo el tiempo —dije, procurando sonar severa aunque estaba batallando para respirar tranquilamente.

—Mi novia ha estado algo pesada por haber venido y dejarla sola en casa.

—Bueno, que tampoco es para tanto. Por mí, te tendría aquí toda la semana.

—¿Vas a quedarte toda la semana? —oí aquella voz tras de mí desfalleciendo.

—Sólo si me dais buenas razones para hacerlo, que también tengo a alguien esperándome en casa.

Aquello fue tanto para meterle un poco de sana presión al hermano menor y ver si se esforzaba lo suficiente como para dejarle en claro al mayor, para que viera que no era el único con segundas (o terceras) opciones para follar.

Esa mirada feroz me hizo apretar más los muslos y la polla de Adrián tuvo más dificultades para continuar su labor. De dos pasos llegó al borde de la cama y el edredón salió volando de un tirón. Así fue como vio cómo su hermano menor descolocaba el triángulo de mi tanga con cada embestida.

—Con que así va a ser. —Su voz era gruesa, más que la de su padre—. Mueres de ganas de polla y te la voy a dar.

Su mano se asió a mi tobillo y con una facilidad pasmosa logró deslizarme hacia él. El falo de Adrián recorrió una última vez toda mi entrepierna y terminó a escasos centímetros del nudo de mi top. Un segundo tirón me tiró a la alfombra y aunque el impacto fue brusco, no hice más que sonreírle de manera desafiante. Estaba mojada a más no poder, mi fantasía estaba a punto de empezar.

===================================================================

Jorge tardó un poco en darse cuenta de lo que tanto le llamaba la atención a Adrián cada que yo les visitaba. Él siempre ha sido un chico serio, “una alma vieja”, solía decir su abuela paterna. Sin embargo, era el más testarudo de los dos hijos de Vero. Sus rabietas eran de antología y no podía importarle menos quién lo viese o en donde nos encontrásemos y hasta hubo una vez que salimos por patas de misa porque el crío no quería estar allí. Claro, aquello me causaba más gracia que vergüenza porque yo no era su madre.

Por largo tiempo rondaba sobre mí la duda de si no sería acaso un niño especial de esos que resultan ser genios y que luego no pueden relacionarse con los demás. Pero todo eso acabó cuando Vero nos invitó a la final del torneo de fútbol, no sólo era un líder nato sino que también era el alma de la fiesta cuando acabó la ceremonia. Verlo tan contento con sus amiguitos me hizo perder cuidado de sus habilidades sociales, después de todo años más tarde me tocó escuchar a mi hermana quejarse de que el joven salía de fiesta un finde sí y el otro, también.

Una buena tarde, en la que nuestros padres también estaban de visita en casa de Vero, Adrián y yo estábamos en la piscina (jugando a las luchas o qué se yo). Él se dio cuenta de que la mano de su hermanito entraba sin vacilar bajo la tela de mi bañador. Como el hermano mayor, amonestó a su hermanito de un grito y se lanzó al agua para apartarlo de mi lado, cosa que me obligó a intervenir para explicarle la situación en voz baja y evitar que llamara la atención tanto de sus papás o como de los míos. Le hice ver que aquella era la mejor oportunidad para su tímido hermano menor de conocer el cuerpo femenino sin pasar vergüenzas y que todo era consentido. Recuerdo su ceño fruncido y sus orejas rojas, pero en cuanto lo abracé para calmarlo también sentí su morcilla tomando forma debajo de la tela.

No fue algo inmediato pero en cuanto entendió que no iba a haber queja alguna de mi parte, se unió a Adrián y juntos inventábamos juegos que les dieran la excusa ideal para pasar la mano por donde se les antojara. Esa tarde hubo una guerra de cosquillas con tres claros ganadores y a partir de entonces mis visitas eran mejor recibidas por parte de ambos. Cuando me mudé a Cáceres, fue como si les hubiera dicho que se había muerto Manchas, el perro que habían adoptado. Sin embargo, la piscina era mi pretexto favorito para visitar a Vero en épocas de calor y no tener que esperar a Navidad.

Claro que veía cómo mi hermana amonestaba a los chicos cuando les sorprendía mirándome con ojos de adolescentes calientes y me tocaba jugar el papel de la tía relajada, decirle que no lo tomara a pecho y que ya se les iba a pasar cuando consiguiera cada uno su novia… cosa que sí ocurrió con Jorge. En cuanto conoció a su actual prometida fue como si yo fuera un juguete con el que ya no le interesaba jugar y, a ver, que algo en el corazoncito sí que me dolió, pero tampoco le quise dar más peso del que debía. A fin de cuentas Adriancito seguiría soltero por mucho tiempo más.

===================================================================

Tampoco es que fuera difícil convencer a ese hombre de dejar a su chica en casa para hacerme ese pequeño favor y compartirme una vez más con su hermano. Aunque esta vez sería diferente. A pesar de que ya tenía dónde finalmente clavarla, eso no le impidió reaccionar a mis publicaciones en Instagram y mandarme mensajes picantes cada que subía historias en las que dejaba ver un poco más de piel que lo normal.

Uno que otro mensaje subido de tono, alguna que otra confidencia de nuestras experiencias en la cama con nuestras respectivas parejas (gracias a Dios que existe el modo efímero en Instagram y los chats que se autodestruyen en Telegram) y, bueno, una que otra fotito o vídeo. Aquella era la manera en que ambos intimamos, mucho más de lo que lo hacía con Adrián, que apenas me compartía reels y nada más. Gracias a esa cercanía entre ambos fue que le confesé mi más grande fantasía y logré persuadirlo para llevarla a cabo antes de que su hermanito menor también abandone el nido.

—¿Qué esperas? —dijo él con voz autoritaria— Chúpamela.

—Esa no es manera de pedir las cosas —respondí con altanería.

—¿Vas a ponerte así?

Me sujetó del tórax y le levantó. Creí que me iba a alzar pero sólo me sostuvo esa mirada fiera y esperó mi respuesta. Yo sólo le sonreí desafiante y aquello fue suficiente para que me moviera como si estuviera hecha de trapo y en un parpadeo, él se encontraba sentado al borde de la cama y me tenía en su regazo, boca a bajo y con mi culo a su disposición. Apenas sentí una brisa en mis nalgas cuando de pronto un ruido sordo y un dolor seguido del inequívoco calor post impacto aceleraron mi pulso. No tuve ni tiempo de reaccionar, la bocanada de aire que tomé apenas se escuchó después de aquella nalgada.

¡PAS! Otro azote hizo que me llevara las manos a la boca, no iba a darle el gusto de oírme gemir tan pronto. ¡PAS! eran como campanadas en un reloj de péndulo, cada una más difícil de soportar que la anterior.

Iba por la sexta o séptima cuando me quebré y grité. Adrián se apuró y acudió a mí, la expresión en su rostro era de auténtica preocupación. Yo apenas pude verlo bien porque un poco de sudor me entró en el ojo y sólo pude sonreírle de una manera que, imagino, debió verse más lastimera que reconfortante. Él se arrodilló frente a mí y miró a su hermano mayor con un gesto suplicante, cosa que me partía el corazón y me excitaba a partes iguales.

—¡PAS!

—¡Ah! —gemí por fin más para demostrarle a esos ojos verdes que yo estaba disfrutando aquello que para recompensar esas manos grandes y pesadas que seguramente habían logrado que mis cachetes estuvieran rojos cual manzanas.

—¿Ya tuviste suficiente o es que acaso lo estás disfrutando?

—¡Vete a cagar! —exclamé, metida en mi papel.

—¡Serás pu…

No pudo terminar la expresión, quizás no tuvo el coraje. Antes de que fuera evidente que se le había cortado la voz, me propinó una serie de azotes, más suaves y a los costados (donde aún no me había golpeado), lo cual hizo que fueran más tolerables. La sensación de frescura tras dejar descansar el área castigada era la definición pura de alivio, como esos geles de calor para torceduras. El dolor era rico, ese chico había logrado el equilibrio del que habíamos conversado en nuestros mensajes, era fugaz, era electrizante y más que nada, era adictivo.

Mi culo se puso en pompa por instinto. El hilo de la tanga se tensó y mi coño debía estar asomándose porque la siguiente palmada fue a dar ahí mismo. ¡PAF!... mis labios estaban hinchaditos y húmedos por toda aquella ricura, pero sentir aquél manotazo (bastante contenido) me hizo chorrear literalmente. Me había corrido un poquito y agaché la cara mientras se me escapaba un chillido agudo de mi boca cerrada.

—Lo estás gozando. ¡Serás cerda!

¡PAF! Gemí, todavía frunciendo mis labios, tanto los de mi boca como los de entre mis piernas. Por si fuera poco el cabrón me había acomodado de manera que su bulto estaba presionando justo debajo de mi abdomen.

Los azotes continuaron, pero cada vez eran más suaves, cosa que una parte dentro de mí agradeció. Estaba acostumbrada al juego rudo, pero había subestimado la fuerza bruta de esos músculos, además, aquella sesión de manotazos se había prolongado un buen rato y por fortuna, Jorge lo notó. Mi boca cedió y dejé que mi gemido resonara hasta el último rincón de la casa mientras un verdadero y potente orgasmo me invadió. Mi cuerpo de la cintura para arriba cedió a la gravedad y me dejé caer como una manta en su regazo.

—¿Ya tuviste suficiente? —preguntó y la respuesta fueron unos leves gemidos—. No te duermas que esto apenas acaba de comenzar.

Volvió a tomarme, esta vez de los hombros y trató de tirar de mí, pero al entender que no podría hacerlo sin lastimarme de verdad, le pidió ayuda a su cómplice. Adrián batalló mucho para cargarme en peso muerto, pero entre los dos lograron colocarme de manera trasversal al colchón.

Necesitaba recuperar fuerzas, pero alguien no iba a tener tanta paciencia conmigo.

—Anda, ahora chúpala.

La tela oscura que cubría su entrepierna había desaparecido y ahora tenía su polla al aire, recta y gorda, apuntándome a la cara. Hice el amago de acercarme a tan magnífico espécimen, el cual, si bien no era tan larga como la de Adrián, tampoco me cupo entera cuando se introdujo a mi boca. Volvió a arrastrarme sobre la cama como si mis 53 kilos no fueran nada y empujó su miembro hasta donde mi lengua y paladar lo permitieron.

Yo no tenía problemas para tragar una polla y mucho menos así como me tenía, recostada boca arriba y con la cabeza suspendida fuera del colchón. Aunque sí tuve que averiguar cómo debía acomodarme semejante embutido. Era gruesa, más que la de su hermanito. Sentí que se me estaba entumiendo la mandíbula conforme iba entrando, pero su mano vino al rescate y me ayudó a destensar los músculos.

—Estela también tiene problemas para metérsela toda a la boca —gruñó con una sonrisa orgullosa.

No recuerdo lo que intenté responderle, tampoco se entendió una sola palabra por toda esa chistorra que estaba obstruyéndome entre la lengua y el paladar. La sacó e hilos de saliva fueron a caer en mi rostro. Aproveché para sacar la lengua lo más que pudiera y fue así que volvió a meterla, repitiendo hasta que me cupo entera. Moví mi cabeza para verlo y la expresión en su cara era de sorpresa, no estaba tratando con ninguna novata como su querida noviecita. La fuerza había vuelto a mis brazos y sujeté esas nalgas firmes para acercarlo hacia mí. La entrada de mi garganta se cerraba y ensanchaba alrededor de su glande pero, a diferencia de con otros rabos que me había llevado a la boca, ahora sí estaba teniendo problemas para respirar correctamente.

No era común que me provocaran arcadas, aquella polla no era como otras y tenía que manejarla con cuidado o perdería el aliento con semejante trozo de carne. Volvió a sacarla cuando le di una palmada en el muslo y, tras recuperar el aliento y contener mis ganas de toser, volví a invitarlo a entrar.

Estela, su novia, apenas y podía meterse más de la mitad a la boca o al menos eso era lo que me dijo. Debió ser una sorpresa enrome para él no sólo que pudiera metérmela hasta tener sus huevos en mis labios sino que era capaz de continuar sin chistar incluso cuando empezó a bombear lentamente en mi cara. Aquello fue nuevo para mí, no estaba entre mi lista de cosas por probar, pero me encantó. Estaba logrando hacerme sentir completamente a su merced, conforme las embestidas iban acelerando e incrementando en profundidad, fui olvidándome de ser otra cosa que no fuera una boca para follar. En cuestión de minutos ya habíamos agarrado un buen ritmo con sus respectivas pausas para que yo pudiera respirar.

Mientras todo esto pasaba en mi boca, Adrián estaba recorriendo mi cuerpo con sus manos y boca. Había desatado mi top para tener acceso a mis pechos que, si bien no eran unas ubres como las de Vero, eran jugosos y redonditos. Lamía, besaba, mordisqueaba… eso era algo para lo que no necesitaba instrucciones y lo hacía de maravilla. Pasaba de uno a otro, a veces se iba a mi cuello pero siempre volvía a mis tetas. Cogí una de sus manos para que pudiera sentir cómo mi laringe se ajustaba para recibir la polla de su hermano mayor y la sostuve para que presionara levemente. ¡Dios!, aquello era como estar en el cielo.

Su boca fue bajando y pasó a consentir mi vientre, sus dientes rozaron levemente la piel al recorrerla un par de veces. Ya no era tan inocente como cuando lo hicimos por primera vez.

===================================================================

Era otoño, hacía un par de semanas había sido su fiesta de 18 años y habíamos pactado vernos en un hotel de paso de por allá. Él dijo que iba a salir con una chica a la que estaba conociendo y yo, bueno, había roto con Max un par de días atrás, por lo que no tuve que reportar mi paradero a nadie y cada quién llegamos por nuestra cuenta. Él me estaba esperando en el lobby ya con las llaves y subimos por el ascensor. Le acomodé la mano debajo de mi falda mientras le recordaba que nadie ahí sabía que éramos tía y sobrino, por lo que íbamos a actuar como el par de amantes que seríamos esa tarde.

La reserva era por horas así que nadie en el hotel iba a sorprenderse de vernos morrear o metiéndonos mano al salir del ascensor. El corazón me latía a tope después de notar de que una limpiadora nos había visto con su mano en mi culo y la mía dentro de su pantalón. Me encargué de poner bien el pestillo mientras besaba su cuello y su amigo resbalaba entre mis dedos dentro del bóxer. Lo empujé hacia la cama y lo desvestí, era mi regalo hacia él y era mi meta hacer que todo aquello valiera la pena.

Me quité la parte de arriba del vestido y aunque las había tocado una infinidad de veces esa fue la primera vez que tenía mis tetas descubiertas frente a él. Me giré y su polla se encontró con la tela de mi vestido ceñida a mi culo. Sus manos fueron directo a mis pechos y sus dientes se encajaron suavemente detrás de mi hombro. Agité de un lado a otro mi culo lo que le puso la polla dura como una roca y ese fue mi momento de actuar, no confiaba en su estamina y si acababa pronto iba a ser una pesadilla. Me desprendí de él para arrodillarme ante ese pollón y llevármelo a la boca.

Las largas nunca me dan problemas, mi garganta está bien entrenada y siempre me llena de morbo sentir cómo se abren paso hasta sitios donde no deberían. Las lágrimas se me escaparon pero eso es algo que no puedo controlar así como la saliva que se derramaba con cada vez que aquella anaconda entraba y salía. Una vez libre, apoyé esa bestia sobre mi rostro. Sus huevos me rozaban el mentón y el arco que se le hacía evitaba que se pegara a mi frente, pero sentí cómo mi cabello se alborotaba con la punta. Estaba muy mojada y algo impaciente, después de todo, aquello había sido para lubricarlo como se debía y, de paso, comprobar cuán larga era.

Él dijo que ya lo había hecho con una chica del cole, así que lo felicité mientras recorría el preservativo. Yo estaba mojada y lista para ensartármelo de una sentada, no pude. Podré sobreestimar mis capacidades con frecuencia, pero con un par de descensos más, esa cosa alcanzó a topar la entrada de mi útero. La sensación de que todo dentro de mi coño se reacomoda para ajustarse a él es algo que no deja de sorprenderme, esa presión en mis tripas me hace sentir como si esa polla empujara hasta la boca de mi estómago. Pero más allá de cómo se siente, es el morbo de ver entrar y salir una cosa así lo que me calienta aún más. La capacidad del cuerpo para adaptarse a una polla es algo maravilloso porque después de eso noté de que todavía faltaba un pelín para que mi entrada llegara a la base, cosa que ocurriría después de unos entierros más y la debida atención a mi clítoris. Una vez bien dilatada y ya acostumbrada a la forma de su cosa, tuve que valerme de la fuerza de mis piernas para subir y bajar, intentando que la mayor parte de ese embutido fuera acariciado por mis adentros.

Estaba tan concentrada en controlar mi respiración que cuando sus manos se aferraron a mis pechos me estremecí, sus caderas comenzaron a mostrar iniciativa y mis piernas perdieron fuerzas por la intensidad con la que mi cuerpo recibía sus impactos. Me sentí a merced de su deseo, pero aquella posición no era la más cómoda, así que tuve que levantarme y gateé a su lado, él apenas esperó unos instantes y me sujetó por la cadera hasta que su primera corrida abultó el látex dentro de mí.

Se dejó caer a lado mío y recorrí el globo para anudarlo y que cayera al suelo, me lancé a limpiarle aquella leche que todavía le escurría. Se contorsionaba con cada lamida post eyaculación, así que iba a enseñarle qué hacer con su boca y dedos en lo que su amiguito (amigote) recobraba fuerzas. Ese pollón es una en un millón, pero esa lengua aprendió a comerme bien, con hambre y sin tregua. Creí que no podía pedirle más a la vida cuando me corrí con su cara presa entre mis piernas y mis dedos enterrados en su melena.

Él, todo un romántico, se recostó a mi lado y me acercó a su regazo, arropándome con esos brazos esbeltos. Mi mano se dirigió a su amigo, que ya listo para una segunda ronda. Inferí por su mirada que no esperaba volver a la acción tan pronto, pero él ignoraba lo mucho que había ansiado probar al fin aquella polla. Una vez puesto el siguiente condón, mis dedos presionaron su pecho hasta recostarlo debidamente boca arriba. Mi coño extrañaba sentirlo dentro y tras acomodármelo, mis adentros volvieron a hacer espacio para acogerlo.

Los ojos le brillaron al yo tomar sus manos y acomodarlas en mis pechos mientras mi cadera empezaba a deslizarse adelante y atrás. Me encanta ser yo la que monta, ir tan rápido o lento como me plazca, tan profundo o tan duro como me apetezca. Gemí sin restricciones y dije cuanta cosa guarra me cruzara la mente. Esa noche no éramos tía y sobrino, éramos amantes al fin. Un segundo orgasmo me invadió, pero no quise detenerme. Esta vez con movimientos verticales, apenas alcanzaba a introducirme más de la mitad, de tan rápido que iba. Mi cabalgata no acabó hasta que sus manos se encajaron en mis muslos y yo sintiera de nuevo que el preservativo se hinchara dentro mío. Su rostro estaba completamente rojo y sus piernas temblaron al volver a tener mi lengua limpiándole aquello que el látex no había recolectado.

Le sonreí con su miembro apoyado en mi mejilla. Le tomó un tiempo incorporarse, esto no era nada como aquella vez que lo había hecho con la chica del cole. Y todavía quedaba otro condón en el paquete.

Tras un breve descanso, en el que nuestras manos rozaban el cuerpo del otro ocasionalmente, le dije que era su turno de escoger. Mi rostro en el colchón y mi culo, en alto. Su polla entró por tercera vez en mí, ahora con mayor seguridad y no paró hasta volver a toparse con mi muro interno.

En esa posición se sentía completamente diferente. La metía hasta el fondo, no había forma de evitárselo, pero lo hacía lento. No esperaba la visita de su mano en mi clítoris, había aprendido bien y no pude evitar pellizcarme un pezón y seguir disfrutando cómo sus estocadas eran cada vez más breves e intensas. Sus dedos dejaron en paz mi vulva para posicionarse detrás de mí. Un pulgar tímido no se aventuró a irrumpir en mi culo (por más que le animaba a hacerlo), pero, eso sí, tampoco quiso apartarse y masajeó mi ojete a su manera. Logró aguantar un poco más que las otras dos ocasiones y volví a correrme poco antes de que él vaciara sus pelotas. Era nuestro último forro y aunque fantaseaba con sentir su corrida calentita algún día, no iba a suceder esa noche.

Él tuvo que ducharse y regresar a casa con mami y papi. Yo en cambio me quedé a dormir, era un buen hotel a fin de cuentas y me volví a casa a la mañana siguiente. Eso sí, no sin antes presumirle a Jorge el regalo que su pequeño hermano había recibido de cumpleaños.

===================================================================

Puede que Jorge tuviera más experiencia en la cama que su hermano y también estuviera enterado de mis gustos y mis fantasías; pero esa noche, Adrián era el único que ya sabía cómo complacerme con su boca y manos... y claro, su polla. 

Segunda parte


Comentarios

El Hombre de la Casa (Saga en curso)

El Hombre de la Casa (Saga en curso)
Conoce lo que Luís es capaz de hacer a sus dos hermanas y a su madre

Confesiones (Antología)

Confesiones (Antología)
Historias cortas sobre algunas confidencias que me han contado.

Yamila

Yamila
Tienes 3 deseos y una genio hermosa a tu disposición. ¿Qué harías?